PRUEBAS CON MAXIME

Cierras la puerta del despacho con la cabeza bien alta, orgullosa e incrédula por haber sido capaz de ignorar lo que pedía tu sexo. Seamos un poco sensatas, Irene, ya van dos personas que te advierten sobre él y, además, ¿a qué idiota se le ocurriría liarse con su jefe? Es mejor darle juego sin llegar a nada mientras te ves con Maxime, porque no crees que el hippy cañón tarde mucho en caer. Sonríes pensando en reservarte el tonteo para tu jefe y tu cuerpo para Maxime. «¿Te atreves a insultar mi inteligencia, señor Goulard? ¡Pues chúpate esa!», lo dices mentalmente.

−Irene.

Didier te llama. Te das la vuelta entornando los ojos. ¿Será capaz de insistir? Quizás quiera ser más claro esta vez. Se está acercando, pero solo ves su silueta porque, donde estáis, ya han apagado la luz general. Tienes que ser honesta contigo misma. No sabes si serás capaz de ignorar el calentón otra vez. Si se te echa encima, no respondes. Así que lo mejor será que te adelantes a cualquier movimiento, antes de que sea demasiado tarde.

−No creo que sea lo más profesional −le dices.

−¿Cómo?

Cuando ya estás dispuesta a explicarle el motivo por el cual no te parece ético que os enrolléis, te das cuenta de que lleva algo en la mano.

−Te has dejado el bolso.

Vale, no sueles leer ni ver series manga, pero sí sabes que ahora mismo te dibujarían con una enorme gota resbalando por tu frente. ¡Menudo corte! Balbuceas un «Gracias».

−Que tengas un buen fin de semana.

−Igualmente.

Te giras y caminas rauda y veloz hacia la puerta de salida, como si eso fuera a borrar la última escena.

Pensar en la ingesta de la patata caliente y el queso fundido ha logrado calmar los nervios que arrastras, prietos en tu estómago. En todo el camino no has dejado de machacarte por tu metedura de pata. Ahora no sabes qué cara ponerle cuando os encontréis el lunes. Te lo imaginas hasta bromeando al estilo:

−Perdona que te haya rozado la mano. No lo interpretes como que quiero algo.

Menos mal que cuando has llegado al piso, te has puesto a ayudar a prepararlo todo y le has dado un descanso a tu cabeza, porque la tenías a punto de explotar.

De verdad que no es normal la presión a la que la sometes. Eres como una olla a presión que lleva un largo rato silbando y a la que decides ignorar por puro masoquismo, hasta que la base se quema o estalla el cacharro.

La raclette y tus compañeros de piso te han salvado de ti misma. A veces los problemas de los demás te dan perspectiva y hacen que lo tuyo pase a ser una nadería. Y eso mismo es lo que está pasando, porque Deborah y Rachida se están peleando.

Emile te mira levantando ambas cejas, y tú bajas los ojos al plato, como si eso fuera a aislarte de la discusión que acaba de originarse en la mesa. No quieres que te tachen de insensible, pero es que el queso se está quemando. En estos casos, todo suele pararse ¿no? Cuando dos personas están gritándose, a nadie se le ocurre interrumpir para sacar el queso de la sartén y servírselo en el plato. ¿O se consideraría eso tomar una postura neutral?

−Llevamos viviendo juntas dos años. ¡Dos años! −grita Deborah−. ¿Cuándo se supone que vas a contárselo a tus padres?

−Ellos son más felices así –Rachida responde sin alzar la voz, cosa que irrita mucho más a su novia.

−¿Y qué hay de mí? ¿Es que no te importa cómo pueda sentirme yo?

−Vamos a ver −dice. Los orificios de su nariz se contraen, pero sigue hablando en el mismo tono−, si se lo digo, te van a odiar, y a mí me retirarán la palabra. ¿Te parece que eso sería mejor que estar como hasta ahora?

Deborah da un golpe en la mesa. Ni Emile ni tú sabéis dónde meteros, o si sería buena idea intervenir. De modo que habláis con la mirada: «Vaya marrón», opina Emile. «Ya ves», le contestas.

−¡Entonces al menos sabría que no te avergüenzas de estar conmigo! −replica, a voz en grito.

−No es una cuestión de vergüenza, a ver si te das cuenta de una vez. Tiene que ver con los ideales de una familia muy tradicional, además de su necesidad humana de dejar descendencia. Conozco a mis padres y a mis hermanos. Mejor ser para ellos la típica solterona que una lesbiana.

−O sea, que no piensas decírselo nunca −gruñe en octava.

Sacas la pequeña sartén en un movimiento rápido antes de que el queso se carbonice, y Emile tiene la grandísima idea de apagar la raclette.

−No lo sé. Simplemente es algo que no me apetece decidir en este momento. Y por si no te has dado cuenta, hay más gente sentada a la mesa −comenta, con tirantez en cada palabra.

−¡Me importa una mierda! ¿Vale?

−Creo que es mejor que te calmes −interviene Emile.

−¡No me sale de los cojones! −vocifera−. Esto es increíble. Como si a mis padres les encantara la idea de que su hija sea lesbiana. «Papá, mamá, me gustan los coños». «Ah, qué bien, hija, disfrútalos». Ellos han hecho el esfuerzo.

−Déjalo ya, por favor −Rachida no ha podido evitar subir unos decibelios.

Habría sido mejor tirarte a tu jefe que esto, por lo menos te hubieras llevado una alegría. La opción de una pareja de lesbianas peleándose no es lo que nadie elegiría para un viernes por la noche.

−No, no lo dejo, Rachida –ha dicho su nombre. Malo, eso es que de verdad está muy cabreada−. Podrías aprovechar la exposición para decírselo, ¿no te parece?

−Ya estoy harta −grita Rachida−, harta de que todo gire a tu alrededor. No has pensado en mí, ni tienes en cuenta mi opinión. Solo yo, yo y yo. ¿Y qué pasa conmigo?

−Es importante.

Oh, oh, Irene… ¿Lo has dicho en voz alta?

Sí, lo has hecho, porque todos están pendientes de ti ahora. Y tendrás que proseguir. El problema es que solo pensabas en la importancia de comerse el queso fundido cuando está caliente, porque frío es una auténtica mierda. Pero claro, si lo dices, todos van a pensar que no tienes consideración.

−Me… parece que… es importante tener en cuenta… los sentimientos de todos −arrancas mientras notas que Emile te está mirando con un interrogante en la cara−. Quiero decir que es importante cómo os sentís cada una de vosotras, pero también nosotros. Emile, por ejemplo, ahora mismo se siente muy incómodo. Y yo también.

−Eso es. Muy bien dicho −opina Rachida, ni tú misma sabes cómo has salido del apuro−. No solo importa cómo nos sintamos nosotras. Es muy egoísta por tu parte meter a nuestros compañeros de piso, que no tienen nada que ver, en una pelea.

−Claro, qué bien te viene... Y no es egoísmo, es algo incontrolable, ¿vale? Y si les molesta, que se levanten y se vayan.

−¡Eh! −protesta Emile.

−¿Eso no es egoísmo? Yo no tengo ningún problema, ¿lo tenéis vosotros? −Rachida pregunta mirándoos. Ambos negáis con la cabeza−. Resulta que tú eres la única que tiene un problema, así que creo que eres tú la que tiene que largarse.

**

No creías que te ibas a alegrar de que por fin sea lunes y tengas que ir al trabajo, y es que el piso se ha convertido en una jaula de pirados. Deborah no le habla a Rachida y os ha querido utilizar a Emile y a ti como mensajeros. «Puedes decirle que no pienso ir a la exposición a no ser que se decida a contárselo»; «Dile que no voy a venir esta noche a dormir, que saque sus propias conclusiones»; «Dile que, si no se lo cuenta, lo nuestro se ha acabado». Por supuesto, ninguno de los dos ha aceptado sus demandas. «Díselo tú misma», ha sido vuestra respuesta. Pero no habéis podido eludir ser sus consejeros y paño de lágrimas. Es imposible contar con los dedos de las manos cuántas ideas estúpidas le habéis sacado de la cabeza, como ir a la exposición con un vestido transparente, o ir acompañada de una amiga a la que no dejará de sobar en toda la noche, por no mencionar la de buscar a un coleccionista rico que le hiciera chantaje aceptando comprar uno o varios de sus cuadros solo si la artista le decía la verdad a sus padres. Tenía que ser un coleccionista gay muy comprometido con los derechos de su comunidad, eso sí.

En fin, una locura. Ahora puedes desconectar de todo ese mal rollo y poner en marcha tu plan de seducción de una semana para ligarte a Maxime. Que le den a Didier.

LUNES, SALA DE LOS CAFÉS DE CHEZ MOI.

−Tú que tienes tanta experiencia calmando a los clientes cabreados, ¿puedo pedirte un consejo? −le preguntas con un vaso (de té) en la mano.

−Claro que sí.

−¿Qué harías si el ambiente en tu piso fuera una mierda porque tus compañeras, que también son pareja, se hubieran peleado?

−Déjame pensar −se atusa la barba−. Yo me iría a pasar la noche a casa de alguien.

−No conozco a nadie más.

−Tendría que ser alguien que transmita confianza −empieza a decir−, alguien con barba, por ejemplo. Las barbas siempre dan buen rollo.

Te ríes.

−Buen rollo… Las barbas.

−¡Claro que sí! Fíjate en Santa Claus. Sin ella, no sería lo mismo.

−¿Y si es la barba de un mendigo que ni siquiera puede afeitarse?

Suelta una risotada.

−Hay que alejarse de toda la energía negativa.

−Lo tendré en cuenta −contestas en un tono claramente sugerente.

−Irene –Anabelle entra interrumpiéndote. Ahora mismo le arrancarías su cabeza rubia de un mordisco.

−¿Sí? –te giras sin levantarte todavía del sitio.

−Didier quiere verte.

−¿Sabes de qué se trata?

−Ha dicho algo sobre repasar unas llamadas pendientes.

Se ha acabado el recreo. Nada mal para un lunes. Sigue a este ritmo y, a mitad de semana, tendrás a Maxime encima de ti, haciéndote cosquillas con la barba.

−Vamos hablando, ¿vale?

−Claro.

MARTES, SALA DE LOS CAFÉS DE CHEZ MOI.

−Cuéntame la situación más difícil que te has encontrado con un cliente.

−A ver −dice, mirando hacia otro lado, concentrándose−. Sí, ya me acuerdo. Una mujer que iba a mandar a su marido a romperme la cabeza.

−¿En serio?

−Sí. Tenía muy mala leche y no me dejaba hablar. Fue la única vez que no conseguí calmar a alguien.

Te encanta cómo habla, tan sosegado. También adoras el sonido de su voz, un poco ronca, pero no como Colombo, sino de un ronco sexy como la de Rod Steward.

−¿Pero por qué?

−La verdad es que tenía razón, pero no fue culpa nuestra, sino del transportista. Había comprado en la web unos taburetes para la cocina, pero no estaba en casa el día de la entrega y al transportista se le ocurrió dejárselos a la vecina.

−Pues yo no lo veo tan grave −dices.

−Espera que aún no ha llegado lo bueno −comenta poniéndote la mano sobre el brazo, y dejándola ahí. Primer contacto. Vamos muy bien−. La vecina y ella no se llevaban muy bien y los taburetes nunca llegaron a su casa.

−¿¡Qué dices!?

−Pero nosotros no podíamos hacer nada. No era problema nuestro y no podíamos sustituirlos. Le dije que tenía que reclamar a la empresa de transportes, aunque no creo que me escuchara. No bajó el tono ni un momento, y tuve que apartarme el auricular −finge que coge el teléfono y lo aleja unos centímetros− a esta distancia.

−Y te dijo que mandaría a su marido a romperte la cabeza.

−Exacto. Justo antes de colgar.

Te ríes.

−¿Y qué hiciste?

−Me fui corriendo a fumarme un cigarrillo.

−Lógico.

Sigue un silencio.

−¿Y tú qué? ¿Cuál ha sido tu peor situación en el trabajo?

−Con mi anterior jefe. Trabajaba en una empresa que se dedicaba a la venta y diseño de stands para ferias. El último día me llamó a su despacho y, cuando entré, me di cuenta de que sus pantalones estaban en una silla. Se los había manchado y estaba esperando a que se secara el líquido quitamanchas.

−¿Pero estaba sin pantalones? No me lo puedo creer.

−Te lo juro. Y va el tío y me dice que por lo menos la mesa estaba cubierta.

−Me acabas de superar.

−Ya ves, ¡qué asco!

Soltáis una carcajada.

−¿Y este? −Maxime señala hacia fuera, y sabes que se está refiriendo a Didier.

−Algo ha intentado, pero ya le he dejado claro que no quiero saber nada.

Maxime asiente, sonriendo.

−Prueba una cosa.

−Dime.

−Coge una foto suya y colócala encima de un mueble con dos velas encendidas al lado. Luego escribe en una hoja que quieres que te deje tranquila y la colocas entre las velas. Y ya verás cómo todo cambia.

Sonríes con sorna y le sigues el rollo, segura de que está bromeando, convencida de que lo que hace es exagerar su rollo hippy espiritual, llevándolo al extremo.

Pero no, Irene, no está bromeando. Deberías haberte dado cuenta por lo serio que se ha puesto cuando te lo ha dicho.

−Lo probaré.

−¿Qué te parece si comemos juntos mañana? Conozco un sitio buenísimo.

Comer no te parece lo ideal porque tendríais que volver después a la oficina y no hay mucho margen para el sexo. Estaría mucho mejor quedar para cenar.

−Vale −contestas, sin embargo.

MÍERCOLES, RESTAURANTE VEGETARIANO.

−Así que eres vegetariano.

−Sí. La carne me da arcadas.

−¿No será por el sabor?

−No. Me imagino todo lo que ha sufrido el animal y no puedo.

−Ah –dices aliñando la ensalada de quinoa, mézclum de lechugas, semillas de girasol y tomates ecológicos−. Pues yo soy muy carnívora, y además me gusta la carne sangrienta.

−Calla, que me mareo solo de pensarlo.

Seguro que está exagerando.

−¿Y tú te crees todo eso de los productos ecológicos? –preguntas, porque a ti siempre te ha parecido una excusa para inflar los precios.

−Pues claro. En este restaurante, por ejemplo, trabajan directamente con los agricultores.

−Ya, bueno. Yo me refiero más a cuando vas al súper. ¿Quién te asegura de dónde sale lo que compras?

−Tienes que fiarte, supongo −se encoge de hombros.

−Yo creo que es como lo de los productos light, que realmente no tienen tan poco azúcar, pero te lo hacen creer para que te gastes más dinero.

−Uhm. No es lo mismo.

−Sí que lo es.

−Aún así, yo me siento mejor comprando productos ecológicos. Si todos hiciéramos lo mismo, estaríamos más sanos. ¿O crees que es muy saludable comer animales a los que han estado inflando mientras permanecían apretujados en un espacio minúsculo? ¿Y qué me dices de los alimentos transgénicos?

−Sí, vale, pero yo digo que no hay garantías de que procedan de donde dicen.

El primer desacuerdo. Eso está bien, significa que empezáis a conoceros, a saber cómo piensa cada uno.

−Colaboro con algunas ONGs de defensa de los animales. Me gusta aportar algo bueno al mundo. Creo que si como seres individuales nos concienciáramos y ayudáramos, como colectivo podríamos llegar a cambiar las cosas.

−Eso está muy bien. Yo siempre he querido colaborar con alguna causa, pero nunca me he animado, por falta de pelas o de tiempo.

−Si quieres, yo te puedo recomendar algunas. ¿Has plantado un árbol alguna vez?

−No.

−Dicen que hay que hacerlo una vez en la vida. Me gusta la idea de plantar algo y cuidarlo, ¿sabes? Es como cerrar el círculo.

Te acabas de perder. ¿Qué está diciendo de un círculo?

−Ah.

−Piénsalo: las plantas fueron unos de los primeros seres vivos en poblar la Tierra, ¿verdad? –espera a que asientes para continuar−. Son las que nos aportan el oxígeno, por eso es tan preocupante lo que le está pasando al Amazonas −hace un inciso para aclarar que, por supuesto, colabora con una ONG que lucha por salvaguardar el Amazonas−. Nosotros no podemos vivir sin oxígeno, ergo necesitamos a las plantas para vivir.

−Ya veo por dónde vas.

Una contestación muy filosófica.

No ves mal que se preocupe por el medio ambiente. Sin embargo, no puedes evitar esperar que se preocupe con el mismo entusiasmo por satisfacer tus deseos sexuales.

−Podemos dar vida en lugar de quitarla. Plantar siempre es mejor que talar, ese es mi lema. Creo que en otra vida fui agricultor −dice, adoptando una pose reflexiva.

«O jardinero». Aunque esto último no se lo dices por si piensa que te estás riendo de él.

−¿En otra vida?¿Crees en la reencarnación?

−Totalmente. Es lo que te decía del círculo.

El maldito círculo empieza a ponerte un pelín nerviosa, no lo vas a negar. Pides por favor, no sabes a quién, es como un deseo, que no vuelva a mencionar el círculo en lo que queda de semana.

−Supongo que yo me baso en planteamientos más científicos.

−La ciencia no puede explicarlo todo. Si no, ya me dirás cómo puede haber gente que se acuerde de sus vidas anteriores. Pero no recuerdos vagos, te hablo de descripciones detalladas de épocas que ni siquiera conocen.

«Charlatanes», piensas.

−Ya, bueno, no sé. Tendría que pasarme a mí para que me lo creyera.

−Es como lo de los sueños. ¿Por qué nuestro cuerpo necesita descansar un número determinado de horas para seguir funcionando?

−Seguro que hay una explicación.

−No. La ciencia todavía no ha sabido explicarlo. En cambio, hay algunas teorías que dicen que es un modo de llegar a la iluminación, de penetrar en ese influjo de información y energía que nos puede guiar en la búsqueda espiritual.

«Un illuminati», te dices, y sonríes por la broma interna. Nunca te han llamado la atención los rollos espirituales, pero este chico te atrae y te gustaría que dejase de penetrar en influjos y te penetrase a ti. Si dejas de lado todo el tema de la iluminación, podría funcionar. Así que decides cambiar de tema.

−Podríamos cenar una noche. Elijo yo el sitio. Prometo que no será un asador −bromeas.

−¿Qué te parece esta misma noche?

−Vale.

Parece que te va a sobrar semana para ligártelo.

Cenas con Maxime