TE QUEDAS

Te ha costado muchísimo decidirte. Ni siquiera has pedido consejo, porque nadie que lo viera desde fuera iba a entenderlo. Se basarían en tus quejas y te dirían que tendrías que haberte ido a Montpellier, pero nadie mejor que tú comprende los entresijos de tu mente y sus contradicciones.

Tu relación sentimental se había estancado, pero en eso no puedes culpar solo a Sergi. Las relaciones son cosa de dos y, aunque diciendo esto parezcas una persona mayor, hoy en día el concepto del esfuerzo ya no es lo que era. Ahora desistimos a la primera de cambio, porque la monogamia es agotadora. Reconoces que las cosas entre vosotros se habían enfriado, y por eso estabas aburrida de la vida, pero lo cierto es que quieres a Sergi, de un modo mucho menos apasionado que al principio, es cierto, pero ¿no le ocurre a todas las parejas?

El punto en el que estáis es una fase complicada porque es un no querer seguir como hasta ahora, pero no poder imaginarte una vida sin él, sin esa complicidad y cariño mutuos. De modo que estás dispuesta a arreglarlo en lugar de lamentarte constantemente.

Haces una lista mental de todo lo que podrías proponer para cambiar radicalmente esa rutina infernal y darle un poco más de color a tu vida, encantada de haber tomado una decisión tan madura. De pronto te das cuenta de que en realidad lo que más te desmoralizaba era el trabajo. Lo de Sergi es algo que no te parece tan difícil de enmendar y, en cuanto consigas un empleo mínimamente gratificante, todo irá a mejor.

Estás muy animada, sabes que lo conseguirás. Cuando llegues a casa, después de echar un polvo con Sergi en la postura más rara que dicta el kamasutra (has dejado la página abierta en el explorador del móvil), actualizarás el currículum. Hoy es el principio de una nueva vida y ni siquiera ha hecho falta moverte de Barcelona.

**

Han pasado dos meses desde que tomaste esa decisión tan madura. ¿Te han dicho alguna vez que cuando una relación deja de funcionar no hay  modo de cambiarla?

Elegiste el camino de la aventura con Sergi, pero resulta que él no es un aventurero. Es como pedirle a un vegetariano que se coma un cochinillo. Es un hombre de costumbres, más tradicional que tu padre en los años setenta y, a pesar de que el pánico por perderte modificó durante algunas semanas ese comportamiento (incluso lo hicisteis en el baño de un bar de Gracia, eso sí que fue un avance hacia lo nuevo y lo moderno), el Sergi de siempre se materializó en cuanto volvió a sentirse seguro en la relación, y tu incapacidad para apuntar ese hecho, con la acritud que te produce, no ha servido para nada más que para empeorar la situación. Ahora estás más triste que cuando te planteaste un posible cambio de aires. El motivo no es otro que el arrepentimiento: podrías haberlo hecho, haber sido valiente, pero te inclinaste por lo que ya conocías, basándote en un imposible. Encima tampoco has encontrado trabajo. Ahora estás en casa y tus responsabilidades son las de limpiar, ir al súper a comprar, cocinar, poner la lavadora, apuntarte a ofertas de trabajo donde hay otros trescientos candidatos y esperar una llamada que nunca llega.

Cuando elegiste este camino, creías que era mucho más ingenuo pensar que pudiera salirte bien lo de Montpellier, que es muy bonito cuando pasa en las películas o en las novelas, pero que en la vida real hay que tener los pies en el suelo. Pues resulta que al final has sido ingenua al pensar que tu vida en Barcelona iba a ser de repente excitante. Podrías acabar con la relación igualmente, pero sigues teniendo las mismas dudas que al principio. No quieres imaginarte tu vida sin Sergi y quizás hubiera sido mucho más fácil empezar de cero en otra parte.

Pensabas que Sergi se habría dado cuenta de que tu bajón tiene que ver con él, pero cuando te dice con una sonrisa que no desesperes, que en un momento u otro te llamarán de un trabajo, te das cuenta de que ni se le ha pasado por la cabeza. Y lo peor es que no rectificas, no se lo dices.

−Llevo un tiempo pensando en algo −te dice en uno de esos días rutinarios en los que vuelve de trabajar y tú tienes preparada la cena.Ha envuelto sus manos en las tuyas y te mira fijamente, va a decir algo importante−. ¿Qué te parece si tenemos un hijo?

¿¡Cómo?! ¿Un hijo? Todo el mundo sabe que si una relación ya no funciona, un hijo es la peor decisión que se puede tomar. Siempre has criticado a las parejas que deciden tenerlos como un modo estúpido de arreglar una situación que ya es irreparable.

−No sé, Sergi, no creo que esté preparada −excusas, Irene, no estás preparada para tenerlo con él. Díselo.

−Es normal no sentirse preparado, ¿pero cuándo lo estaremos? Nunca es un buen momento para tener hijos, pero piénsalo. Ahora que no trabajas, podrías dedicarle todo el tiempo, y con mi sueldo podemos mantenernos.

Se acerca para besarte con esa expresión tremendamente tradicional en el rostro, si es que existe ese tipo de expresión. Por lo menos tú lo miras y te trasmite esa alegría de quiero ser padre de familia, esa mirada de tener un retoño que se parezca a mí, de pasaremos los fines de semana con los abuelos. Ya te imaginas, en una de las barbacoas familiares, a tus suegros preguntando para cuándo el otro mientras el bebé berrea en tus brazos y Sergi te dice que mires si hay que cambiarle el pañal, que quizás tenga hambre, que si te has acordado de poner a hervir el puto biberón.

−¡No! −Ha sonado tajante y algo agresivo. Sergi se ha apartado unos centímetros, mirándote extrañado−. No hay que dejarse llevar por la presión social −le sueltas. ¡Cobarde!

−¿A qué te refieres? Esto no tiene nada que ver con la presión social. Si te lo digo es porque estoy seguro de que quiero tener un hijo contigo.

−Pero a veces ni siquiera nosotros nos damos cuenta del poder de la sociedad. Hace poco leí un artículo sobre este tema. Cuando llegas a los treinta, parece que esté marcado que lo normal es tener hijos, lo tenemos muy interiorizado. Las mujeres temen retrasarlo mucho, casi siempre por motivos laborales y, de repente, piensan que el reloj biológico está dando la alarma, pero es mentira, es una alarma social.

Silencio. Mirada de decepción, como quien le niega un regalo a un niño.

−¿Pero vas a querer tener hijos?

−Claro que sí… Algún día… en un futuro… quizás no tan lejano. Pero ahora mismo no estoy preparada para centrar toda mi atención en una personita. Todavía tengo que solucionar problemas míos, internos, mirar por mí, ¿sabes?

−¿Vas a querer tener hijos conmigo? −vaya, resulta que Sergi ha entendido más de lo que parecía. Esta pregunta es el principio del fin, Irene.

−No lo sé −miras hacia abajo porque no quieres ver la cara de cachorro abandonado de Sergi.

**

Poco tiempo después los dos comprendéis que lo mejor es seguir por caminos diferentes. Vuelves a vivir con tus padres, que te miman como si tuvieras veinte años. Encuentras un trabajo a tiempo parcial en una empresa familiar donde tus funciones ni siquiera alcanzan a cubrir las cuatro horas y en la que sientes que, si no estuvieras, seguirían adelante sin problemas. Continúas buscando otra cosa, pero no hay suerte. Culpas al gobierno por su mala gestión, pero lo cierto es que tú tampoco estás gestionando nada bien tu vida. Es muy desagradable darse cuenta de que la decisión que tomaste no fue la más adecuada. Que si tuvieras la oportunidad de volver al día en el que el francés te propuso hacer la entrevista en Montpellier, lo harías con los ojos cerrados.

Cogerías ese tren sin miedo, sin mirar atrás.

FIN

Empezar de nuevo