TE QUEDAS LA HABITACIÓN
Parece que Emile, el chico al que has dejado de pasta de boniato, no suele salir mucho de su habitación, y supones que después del episodio del cuarto de baño no tendrá muchas más ganas. Es desarrollador de videojuegos y, según Deborah, solo se separa del ordenador cuando tiene que satisfacer sus necesidades fisiológicas. No lo ha dicho con esas mismas palabras, ella es mucho menos fina hablando. Al parecer, la relación de Emile con el resto de la humanidad no es su fuerte, pero una vez que te deja entrar en su mundo, donde el juego es el núcleo vital, es muy majo, e incluso más divertido, de lo que aparenta. Como es lógico, no te ha dado tiempo a verlo bien, pero con lo que te han dicho te haces una idea aproximada de cómo es.
Cuando ya vas por la segunda copa de vino, que es de una muy buena cosecha de la Provenza pero que a ti te sabe igual que cualquiera de no más de tres euros, Rachida te propone quedarte a cenar. Comentas que se ha hecho tarde y que tienes que levantarte muy temprano para traer las cosas, instalarte e ir a trabajar. Rachida te sonríe, mostrando que una de sus paletas está más adelantada que la otra, y va hacia la cocina segura de que cambiarás de idea en cuanto veas lo que ha preparado. Es una gran olla de cuscús. Dices que nunca lo has probado y ya no te dejan escapar.
Emile hace una pausa y sale de su habitación para satisfacer otra de sus necesidades: saciar el hambre. Ahora que te tomas un tiempo para mirarle, notas que, en parte, responde a la clase de tío intelectual gafapasta que te pone. Siempre te han tirado mucho los que crecieron siendo el patito feo porque saben cuidar de sus chicas, ya que no acostumbran a tener muchas y, por consiguiente, se lo curran más. En cambio huyes de tíos como el que conociste durante el primer año de universidad.
Todavía eras virgen porque te fijabas siempre en los que no te convenían, y Jordi era el típico del no compromiso que prefería a mujeres fogosas de una noche. Nada que ver contigo. La única razón por la que este particular espécimen se interesó por ti fue porque soltaste que lo eras. Lo normal es que hubiera salido escopeteado pero, contra todo pronóstico, el desvirgarte se convirtió en una extravagancia que debía satisfacer. Y es que, ¿quién le iba a decir que para aquel entonces se encontraría con una virgen a punto de cumplir los diecinueve? Porque claro, cuanto más mayor, más extravagante. Él era Voldemort y tú la piedra filosofal.
Al principio te resististe, te salió tu vena feminista en plan no pienso formar parte de una historieta del estilo de aquella virgen de casi diecinueve a la que me tiré. No ibas a ser un tanto que apuntarse en un follómetro. Pero eso duró mientras te mantuviste sobria. A la que ingeriste unos pocos litros de alcohol, la cosa cambió totalmente: llamaste a Jordi y le pediste que viniera a la residencia universitaria cagando leches y con su polla a punto. Y cuando la viste, cuando viste lo preparado que estaba aquel gran mazacote de miembro, te asustaste. No sabías dónde meterte tanta polla. Era enorme. Jamás habías visto nada igual. La miraste con ojos desorbitados porque pensaste que acabarías empalada como en Holocausto Caníbal, y él te miró igualmente alucinado y dijo: «Parece que esté en una peli porno de los ochenta». Acto seguido, volvió la vista a tu vagina. No te entró ni el prepucio.
Así que decidiste introducirte en el mundo de las bolas chinas, porque estabas convencida de que, si de ahí algunas se sacaban pelotas de ping pong, tú no ibas a ser menos. Vuestra historia duró lo que tardó su polla en entrar hasta el final. Después de eso, nunca más se supo de dónde fue a parar el pollón y el hombre que iba con él.
Pero los tíos como Emile son de esos que te escuchan y se ríen con sinceridad, aunque hay algo en él que no te convence del todo: lleva una camiseta que espantaría hasta a la más necesitada, con el cuerpo peludo de un personaje de La guerra de las galaxias cuya cabeza está reservada para la persona lo suficientemente friki-hortera para llevarla. Emile tiene el cuerpo peludo de un ser galáctico. No importa que tenga una mirada interesante o un hoyuelo en la barbilla a lo John Travolta (desde que viste Grease siempre quisiste estar con un tío con un hoyuelo en la barbilla), todo eso queda anulado por la camiseta. A la mierda el sexapil.
−Habrá que hacer una copia de las llaves. ¿Cómo lo tenéis? −pregunta Rachida−. Yo tengo que visitar algunas galerías.
Rachida es artista y los cuadros que pensabas que eran de la colección más insustancial de Ikea, los ha pintado ella.
−Yo tengo reunión de equipo.
Deborah es guionista y, como tal, tiene muchas reuniones de guionistas.
Emile no contesta, así que Rachida le pregunta directamente si puede ir él.
−Supongo que no habrá problema −contesta.
Su voz es muy bajita, definitivamente no es un plus. Además de intelectuales, te gustan decididos. Pero Irene, ¿por qué te lo estás planteando siquiera? Salir con un compañero de piso debe de ser la peor idea después de liarte con el novio de una amiga o con un jefe.
−Está muy bueno, Rachida, gracias −dices, con el plato ya vacío.
−Me alegra que te guste. ¿Tú cocinas?
−Uhm, sé hacer algunos platos. Macarrones a la boloñesa, por ejemplo, o la paella también me sale bastante bien.
−¡Paella! Me encantaría probarla −exclama Deborah con la boca llena−. Últimamente comemos mucha esponja por aquí.
−¿Esponja? −preguntas sin imaginar a qué alimento podría hacer referencia.
−Tofu −aclara Rachida−. Soy vegetariana y la única que sabe cocinar en esta casa, por eso está cansada del tofu y, en vez de ponerse a hacer algo, pide comida a domicilio.
−Bueno, cada uno tiene sus virtudes. Lo mío es la labia −Deborah le da un golpecito con el pie por debajo de la mesa sacando la lengua con lascivia. Apartas la mirada un poco turbada y decides hablar con Emile.
−¿A qué hora empiezas a trabajar? Podríamos ir juntos a hacer la copia y así ya me quedo las llaves.
−Tengo horario flexible, soy freelance.
−Ah. ¿Entonces vamos a primera hora?
Asiente sin mirarte y se sirve otro plato. Vaya, tiene buen apetito. No debe valerle la pena hacer un parón entre bocado y bocado, tiene que aprovechar el tiempo.
−¿De qué parte de España eres?
¡Si te está dando conversación!
−De Barcelona.
−Una vez estuve allí, en el Salón del Cómic. Quizás me apunte este año al del Manga.
Posas inevitablemente la mirada en la figura peluda a la vez que sueltas un «Ya».
−Yo soy más de novela. Los superhéroes no me van mucho.
−Hay que entenderlos.
¿Entenderlos? No sabes qué es lo que hay que entender. Un tío con poderes sobrenaturales va por ahí disfrazado de neopreno salvando al mundo del típico villano con armas destructivas. No parece una trama muy complicada que haya que entender.
Rachida interviene comentando que se siente identificada con eso de que hay que entenderlos, porque una de las cosas más difíciles de su trabajo es explicar el sentido artístico de sus obras. Que la gente cada vez comprende menos el arte y los sentimientos que puede llegar a transmitir, y que es culpa de Internet. Emile defiende entonces su postura, diciendo que es normal porque antiguamente no había tantas distracciones y que la gente tenía que matar el aburrimiento. Deborah saca su vena más peleona y se pasa los siguientes veinte minutos hablando sobre el tipo de gente que elige un videojuego antes que la cultura. No es una discusión encendida, solo una diferencia de opiniones bien argumentadas. Tienes que reconocer que Emile resulta mucho más interesante ahora, defendiendo sus ideas con esa ferocidad. Es Clark Kent antes de ponerse la capa y los calzoncillos rojos.
−¿Te sirvo más vino? −pregunta Deborah cuando el clímax de la conversación ha quedado atrás. Lo rechazas con educación porque estás un poco adormilada después de tantas copas.
−Mejor me voy ya.
Cuando te pones el abrigo, Rachida te recuerda que tengas cuidado al subirte la cremallera. Sabes que esta será la típica broma que recordaréis más adelante: ¿te acuerdas de cuando Irene vino a visitar el piso y meó con el abrigo puesto?
Vuelves al hotel con una sensación de ingravidez que no sabes si relacionar con el vino o con la pura felicidad.