Uno oye hablar en los poemas antiguos de hombres arrebatados por los dioses para que los ayuden en una batalla, y Cuchulain* se ganó a la diosa Fand* durante algún tiempo al ayudar a su hermana casada y al marido de su hermana a expulsar a otra nación de la Tierra Prometida. También me han contado que los habitantes del País de las Hadas no son capaces ni de jugar al hurley* si no cuentan en cada bando con algún mortal, cuyo cuerpo—o lo que se haya puesto en su lugar, como diría el cuentista—está en casa dormido. Sin ayuda mortal son como sombras y ni siquiera pueden golpear las bolas.
Un día iba yo paseando con un amigo por un terreno pantanoso en Galway cuando nos encontramos a un viejo de facciones duras cavando una zanja. Mi amigo había oído decir que este hombre había tenido una visión maravillosa de alguna especie, y al final le sacamos la historia. Un día, cuando era un muchacho, estaba trabajando con unos treinta hombres y mujeres y mozos. Al cabo de un rato vieron, los treinta a la vez, y a una media milla de distancia, a unos ciento cincuenta habitantes del País de las Hadas. Dos de ellos, dijo, iban vestidos con ropas oscuras como gente de nuestra propia época, y se mantenían a unas cien yardas el uno del otro, pero los demás llevaban ropas de todos los colores, «a corchetes» o cuadros, y algunos llevaban chalecos rojos.
No alcanzaba a ver qué estaban haciendo, pero podrían haber estado jugando todos al hurley, pues «eso es lo que parecía». A veces desaparecían, y luego «casi juraría» que al volver salían de los cuerpos de los dos hombres vestidos de oscuro. Estos dos hombres eran del tamaño de hombres de carne y hueso, pero los demás eran pequeños. Los vio durante una media hora, y entonces el viejo para quien él y los otros estaban trabajando agarró un látigo y dijo: «¡Vamos, seguid, seguid, o no habremos hecho nada del trabajo!». Yo le pregunté si aquel hombre veía también a los duendes. «Oh, sí, pero no quería que se descuidara un trabajo por el que estaba pagando unos salarios». Hizo trabajar tan duro a todo el mundo que nadie vio lo que pasó con los duendes.
1902