LOS TRES O’BYRNE

Y LOS DUENDES MALIGNOS

En el reino borroso hay una gran abundancia de todo lo excelente. Hay en él más amor que en la tierra; hay en él más danza que en la tierra; y hay en él más tesoros que en la tierra. Quizá al principio la tierra estuvo hecha para satisfacer el deseo del hombre, pero ahora se ha hecho ya vieja y está en decadencia. ¡No es de extrañar que intentemos sangrar los tesoros de ese otro reino!

Un amigo estaba una vez en una aldea cerca del Slieve League. Un día andaba dando vueltas por un rath llamado «Cashel Nore».1 Un hombre de rostro montaraz, y desgreñado, y con la ropa cayéndosele a pedazos, llegó a la antigua fortificación y se puso a cavar. Mi amigo se volvió a un campesino que estaba trabajando cerca y le preguntó quién era el hombre. «Ése es el tercer O’Byrne», fue la respuesta. Unos días después se enteró de la siguiente historia: un tesoro muy cuantioso había sido enterrado en el rath en los tiempos paganos, y numerosos duendes malignos habían sido apostados para guardarlo; pero un día habría de ser encontrado y pertenecería a la familia de los O’Byrne. Con anterioridad a ese día tres O’Byrne tenían que encontrarlo y morir. Dos ya lo habían hecho. El primero había cavado hasta que por fin había vislumbrado la caja de piedra que lo guardaba, pero al instante algo parecido a un enorme perro peludo bajó por la montaña y lo hizo trizas. A la mañana siguiente el tesoro había vuelto a desaparecer en las profundidades de la tierra. Vino el segundo O’Byrne y cavó y cavó hasta que halló la caja, y levantó la tapa y vio relucir el oro en su interior. Un momento después tuvo alguna visión espantosa, y se volvió completamente loco y no tardó en morir. El tesoro volvió a desaparecer de la vista. El tercer O’Byrne está cavando. Cree que en el momento en que encuentre el tesoro morirá de alguna forma espantosa, pero que el hechizo se verá roto y la familia O’Byrne enriquecida para siempre, como lo estaban antiguamente.

Un campesino de los alrededores vio una vez el tesoro. Encontró una tibia de liebre sobre la hierba. La cogió; había un agujero en ella; miró por el agujero y vio el oro amontonado debajo de la tierra. Fue corriendo a casa a traer una pala, pero cuando llegó de nuevo al rath no pudo dar con el lugar en el que lo había visto.

1893