UN NARRADOR

DE CUENTOS

Muchos de los cuentos de este libro me los contó un tal Paddy Flynn, un viejecillo de ojos vivos que vivía en una choza llena de goteras y de una sola pieza en la aldea de Ballisodare, la cual, solía decir, es el lugar más gentil—por lo que entendía encantado—«de todo el condado de Sligo*». Otros consideran, sin embargo, que lo es después de Drumcliff y de Dromahair. La primera vez que lo vi estaba encorvado sobre el fuego con un bote de setas al lado; la vez siguiente estaba dormido debajo de un seto, sonriendo en medio de su sueño. De hecho estaba siempre contento, aunque yo creía poder ver en sus ojos (rápidos como los de un conejo, cuando escudriñaban desde sus cavidades rugosas) una melancolía que era casi parte de su alegría; la melancolía visionaria de las naturalezas puramente instintivas y de todos los animales.

Y, sin embargo, había en su vida mucho de deprimente, pues en la triple soledad de la vejez, la excentricidad y la sordera iba de un lado para otro muy hostigado por los niños. Tal vez era por esta misma razón por lo que siempre recomendaba alegría y optimismo. Le gustaba, por ejemplo, contar cómo Columcille* animó a su madre. «¿Cómo estás hoy, madre?», decía el santo. «Peor», respondía la madre, «Ojalá estés mañana peor», decía el santo. Al día siguiente, Columcille volvía, y tenía lugar exactamente la misma conversación, pero al tercer día la madre decía: «Mejor, gracias a Dios». Y el santo respondía: «Ojalá estés mañana mejor». También le gustaba contar cómo el Juez sonríe, el Día Final, lo mismo cuando premia a los buenos que cuando condena a los perdidos a las llamas que no cesan. Tenía muchas visiones extrañas que lo mantenían contento o lo entristecían. Yo le pregunté si había visto alguna vez a los duendes y obtuve la siguiente respuesta: «¿Acaso no estoy enfadado con ellos?». También le pregunté si había visto alguna vez a la banshee*. «La he visto—dijo—, allá abajo, junto al agua, batiendo el río con sus manos».

1893