Del diario de Porfiria (9)
¡Qué incendiados espacios he cruzado
para llegar ansiosa hasta tu lado!
Volver a verte es otra vez perderte
en la prosecución de un mundo inerte
(y la salvia no enlaza al querubín
ni las distancias llegan hasta el fin
de la tarde en el ámbito del lago).
En tu presencia atónita, qué hago
si no es huir de ti, ya que no me amas,
si los cielos me robas, y las ramas.
Es para mí tal vez la mejor suerte
una esperanza triste de tenerte:
me dará en el secreto de la noche,
trémula dicha incierta en ese coche
que por las avenidas hondas llega
trayendo tu visión que me sosiega.
Amado de mis sueños, nunca ausente
está el goce en tu obsequio, que no miente:
de tu soñada mano el verso esquivo
y el dulce anillo conmemorativo.
¡Oh vuelve amado al centro de mi sueño!
Laberínticamente eres el dueño
de todos sus recreos y sus fuentes.
Vuelve ya que a mi lado no me sientes
parecida a una Euménide con llantos
adornada, en tus suaves desencantos.
Secretamente seguiré tus pasos,
como si fuera ciega, dando abrazos,
a nadie, a tu recuerdo solamente,
con vana precisión resplandeciente.
Ya que estás lejos, deja que se doren
mis lentas túnicas, y se atesoren
nuestros cabellos juntos, nuestras manos,
con júbilo, sintiéndonos hermanos;
deja que el viento a nuestras voces una
la malva, y entre palmas nos reúna;
deja que me demore en un jardín
con sus nombres de flores en latín,
si puede restituirme nuestros diálogos
en la ventura de árboles análogos;
deja las tardes que pasé contigo
enamorarte como a un nuevo amigo,
cuando elabora la paloma acantos
de rizadas volutas con sus cantos;
sobre el descanso oculto de un balcón,
con venturosa multiplicación
deja sobre la rosa de mi pecho
heridas con la forma de un helecho:
quiero que en la vigilia todos vean
estas hojas de púrpura y me crean.
Como contempla el mar al cielo ausente
(al cielo, que no existe, indiferente),
vigilo tu presencia desde lejos,
cautivándola en férvidos espejos;
reconstruyo tu cara en el espacio
(cerca de ti lo haría más despacio);
con un deslumbramiento de aureola,
tu voz la escucho en el silencio, sola.
Es cierto que no olvido ni un color
que en tus ojos refleja cualquier flor,
es cierto, ni una línea de la vida
he dejado en tu palma, inadvertida,
pero también es cierto que tu ausencia
no podrá ya evitarla tu presencia.
9- Véase el cuento “El diario de Porfiria Bernal”, en Silvina Ocampo, Las invitadas, 1961, Cuentos Completos I, Buenos Aires, Emecé Editores, 1999.