SONETOS DEL JARDÍN (13)

Sonetos del jardín

LA RAMA

Largas hojas unidas por el viento

que habían, en los cambios de estaciones,

buscado agua y espejo en las canciones

y en la savia tranquilo movimiento,

poblaban esa rama que tenía

en sus contornos ávidos un cielo

con pesadez azul de terciopelo

y una sangre de pétalos sombría.

Igual al árbol con sus ramas era

esa rama y su aroma laborioso

otorgaba un deleite numeroso.

En su tallo escuchó tu palma un grito

y el agua que le diste en su postrera

hora la redimió en el infinito.

LA VENTANA

En tu cuarto asomada a la ventana

antes que yo naciera te adivino

entre felices cantos, más cercana

de los follajes vagos del camino

que de tu casa y de tu fiel belleza.

No te daba mi ausencia esa tristeza

que me dejaste en el jazmín fragante

o en la voz del verano exuberante.

Lentas eran las horas. Me esperabas

y yo he desesperado. Suavemente,

en tus recuerdos, sola, me buscabas

con dicha al alejarte de la gente

y de la pena antigua de aquel coche

que dejaba las quintas en la noche.

LOS PENSAMIENTOS (14)

Amabas en el campo indefinido

los árboles piadosos que asistían

nuestro paso entre hierbas y seguían

cada cambio del día agradecido,

y esa dorada tregua en el camino

del rumor de las aves que volaban

buscando en las distancias el destino

de los pinos oscuros que se amaban.

Atentamente la naturaleza

nos mostraba sus hojas con pureza,

montañas en las nubes de oro dobles,

caras de apóstoles y plantas nobles,

y tu mano con suaves movimientos

entregaba a mi mano pensamientos.

LA TARDE DESDEÑADA

Recuerdo aquella tarde. Ah, no hay nada

en ella de importante ni preciso;

y esa tarde que fue tan desdeñada

fue, sólo en mi memoria, el Paraíso.

No era una tarde trágica, esplendente.

Se oía en vano un piano vecinal,

y el jardín nos mostraba débilmente

sus flores y el ciprés piramidal.

No quedan en memoria de aquel día

una palabra, una fotografía...

nada que pueda ahora repetir,

y esa nada persiste en subvertir

aquella forma de mi indiferencia

en el ámbito férvido de ausencia.

LA ETERNIDAD

En el estereoscopio me dejabas

y en la tierra inclemente te alejabas;

allá para mí sola me tenías

en el jardín de las fotografías.

Yo penetraba ese apacible mundo

prenatal de silencio y vaguedad;

como por galerías de bondad

hasta el centro de un tiempo más profundo.

¡Ah, cómo hería el ave en los caminos

y marchitaba rosas en los pinos

y mudaba tus faldas y tu frente

con su constancia infiel la realidad!

En el estereoscopio más clemente

hallé tu delicada eternidad.

LA ETERNIDAD

segunda versión

Cuando en el mundo oscuro te alejabas

en el estereoscopio me dejabas:

allá para mí sola restituías

la inmóvil dicha en las fotografías.

Como por galerías de bondad

yo penetraba ese apacible mundo

alcanzando ya un tiempo más profundo

prenatal de silencio y gravedad.

Ah, cómo hería el ave en los caminos

y marchitaba rosas en los pinos

y te cambiaba el alma alegremente

con su constancia infiel la realidad.

En el estereoscopio claramente

se formaba tu dulce eternidad.

13- Ésta es la segunda serie de sonetos que Silvina Ocampo tituló “Sonetos del jardín”. Véase la primera serie en Enumeración de la patria, 1942, en pág. 41. Ambas integran el libro Sonetos del jardín, Buenos Aires, La Perdiz, 1948. Una tercera serie se encuentra en Poemas de amor desesperado, 1949, véase pág. 265.

14- Hay otro poema con el título “El pensamiento” en pág. 253 de Poesía Completa II.