Del mismo período de Espacios métricos

Esta primavera de 1945, en Buenos Aires (15)

Hoy, en la sombra tibia, con detalles,

en la inscripción de tiza, en la basura,

lloro la suerte de mi patria, oscura,

entre los paraísos de las calles.

Esas molduras pálidas de acanto,

esas flores violetas en el suelo

muestran su imagen a través de un velo

que enturbia el puro goce de mi canto.

¡Con qué impudicia la naturaleza

no suspende una sola de sus rosas!

Como cuando alguien muere: en estas cosas

pensamos en las horas de tristeza.

He oído como en sueños a un tirano

con una quejumbrosa exultación

interrumpir la noche, en un balcón,

amenazando un trágico verano.

En distintas ventanas de las casas

he visto disparar ciegos caballos,

y elevarse los sables como rayos

castigando a mujeres en las plazas.

Vi morir a estudiantes tristemente,

asesinados por la policía;

y en la profundidad azul del día

la cobardía, abyecta, impenitente.

Yo vi una turba histérica, incivil,

que a la Casa Rosada se acercaba,

mientras que en la memoria se mezclaba

como un recuerdo, ya, el presente hostil.

El niño envuelto en una azul bandera

y los caballos inocentemente

acompañaban a esa triste gente

que escribía palabras en la acera.

Por esas mismas largas avenidas

ángeles nunca vistos en las puertas

surgieron de las casas descubiertas

al oír nuestras voces encendidas.

Quise pintar avergonzada a Clío

escondiéndose el rostro con el brazo,

en el fondo apenado del ocaso,

allá por donde acaba el caserío.

De las provincias y gobernaciones

llegan hasta mi oído los clamores

tan melancólicos, entre las flores,

y siento en mí crecer los corazones

de este país tan grande como el mundo.

¡Oh, desolada confusión del día,

que ha transformado en odio la armonía

de un territorio plácido y profundo!

En las confiterías, en los coches,

en los confines de los arrabales,

en arcanos y férvidos umbrales

con plantas, en las casas, en las noches

de terrenos baldíos y de luna

donde se adoran las palomas quietas,

en las últimas pálidas glorietas,

en la luz del amor, en la infortuna,

en los gomeros hondos y en la reja,

en la sombra del río, en la pobreza,

en los jardines siento esta tristeza.

Es la voz de mi patria que se queja.

15- En Antinazi, Buenos Aires, Año I, Nº 40, 29 de noviembre de 1945.