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POESIAS DISPERSAS

POESIAS DISPERSAS
PROLOGO

Nunca condescendió Rodó a recoger sus poemas en volumen; apenas si toleró la publicación de cuatro de ellos en periódicos o ilustrando algún libro ajeno. La inclusión de alguno en antologías coetáneas (como el Parnaso Oriental, de Raúl Montero Bustamante, 1905) debe haberle parecido más una incomodidad que una distinción. Su amigo Juan Antonio Zubillaga ha referido que cierta vez, de tertulia en casa del doctor Sienra Carranza, dijo Rodó: «Yo no he escrito versos», agregando, ante el justificado asombro de sus oyentes: «Versos que el autor no reconoce, son versos sin responsabilidad para él.» Esta reserva revelaba un seguro juicio crítico. Es cierto que versificó con frecuencia, que lo hizo desde su infancia; pero guardó celosamente esta parte secundaria y no lograda de su actividad creadora. Sólo después de su muerte se ha podido comprobar que no había abandonado definitivamente el verso.

El estudio más detenido sobre su personalidad poética que se conoce es el de José Pedro Segundo para el primero y mejor volumen de la edición oficial de Obras completas de Rodó. Se rastrean allí sus ejercicios líricos, se examinan sus facultades poéticas, se precisan sus limitaciones y sus errores, se fija con minuciosidad el texto de cinco poemas. El mismo doctor Segundo y algunos investigadores han dado noticia de otros, pero sus textos son, por ahora, inaccesibles.

No debe lamentarse, sin embargo, esta circunstancia. Los poemas que aquí se ofrecen—compuestos en un lapso de veintinueve años—demuestran sin lugar a dudas que Rodó no era un poeta. Decir (con Jesús Castellanos, con otros) que era un gran poeta en prosa es confundir las categorías, barajar la nomenclatura. Era un gran prosista; es decir, era un creador en un medio totalmente distinto.

Cuando versificaba no era Rodó; era un señor atribulado por las leyes y ordenanzas de un universo rítmico que conocía racionalmente, pero que le era ajeno. Incurría en vulgarismos, escandía erróneamente el verso, forzaba la rima. ¿Aqué seguir? Estos defectos ya han sido puestos de relieve por la crítica. En realidad, son errores secundarios frente al mayor de todos: ser un versificador (y mediocre), no un poeta.

 

El texto que ahora se reproduce es el de la edición Segunda.

POESIAS DISPERSAS

I
¡ESPERO!

En medio del desierto,

está el hermoso oasis

que, al viajador, descanso

le presta y satisface

su miserable hambre

y su insaciable sed...

En medio a la tormenta,

cuando, en la mar, desátase

y a la infeliz barquilla

las bravas olas baten,

el faro entre las brumas

el navegante ve...

¡Lo mismo yo, proscripto

del suelo de mi patria,

en días placenteros

espero con afán,

en que las dulces ondas

del turbulento Plata,

a sus hermosas playas

feliz me tornarán! (89).

II
LA PRENSA (90)

I

Cuando la voz de Mayo, redentora,

alzó, cual raudo, inesperado trueno,

en la Colonia el himno de la aurora,

nació la Prensa en su agitado seno:

en ella, el dogma de una fe ignorada

dictó la voz augusta de Moreno.

La libertad fué entonces consagrada:

con el limar seguro de la Idea,

supo abrir paso al golpe de la espada...

Como el airón, que en lo alto ondea

de encumbrado baluarte, así en la Histo-

domina. de la lucha gigantea. [ria,

Sus deleznables páginas de gloria,

trocó en bronce firmísimo que esmalta

la gratitud, de un pueblo en la memoria,

cual trueca el Ande, en su región más

la lluvia leve en el eterno hielo [alta,

que deslumbrante en el azul resalta...

Ya el sol de Mayo no inflamó su acen-

mas duró aún la luminosa estela [to;

que ella trazó en el patrio pensamiento.

Aun fué de Amor y de Civismo escuela,

altísima tribuna en que vibraba

la palabra inspirada de Varela,

cuando en lucha tenaz, la Patria escla-

por sacudir el yugo ignominioso [va,

del Tiberio de América, pugnaba…

¡Y era la voz del escritor glorioso,

rudo proceso en que estampó su huella

del sacrificio el sello luminoso...!

Nacida entre el fragor de una epopeya,

respiró, como el cóndor en su nido,

aires de Libertad la Prensa aquella.

Fluyó la Idea de su seno herido,

como la sangre en corazón que late

por heroicos impulsos sacudido.

Llevó a las francas lides del debate

la intensa fe de un credo religioso,

el fiero ardor de un himno de combate.

En sí formó, cual Foro tumultuoso,

de una generación de épica vida,

la clara mente y pecho generoso:

¡y nos legó, por tradición querida,

su fe, su altiva fe—Jordán bullente

donde hoy templar el ánima abatida—...!

¿Quieres saber el numen auspicioso

que justo el cielo depararnos quiso...?

¡Vele, en la calle, retozar ruidoso...!

El vulgo es rey: le obsequiarás sumiso;

el vulgo es el Mecenas opulento,

a quien colmar de honores es preciso...

Has de estudiar lo que le da contento,

lo que a su fino paladar halaga;

rendirle fiel y amable acatamiento...

¿Dices que es necio? «Es necio; pero paga...»

No ha de olvidarlo el escritor del día,

aunque gacetas, y no versos, haga.

Si atiende a que, en locuaz bachillería,

mucho, de Lope acá, ganó la plebe

y aumentó la vulgar supremacía,

¿quién a negarle sumisión se atreve?

¿Quién a inferir a la Igualdad agravio

al terminar el Siglo Diez y nueve...?

...Ya suena a aristocrático resabio

tener por menos lúcido y profundo

el parecer del vulgo que el del sabio.

¡Ya desatóse, en perorar rotundo,

la sin hueso plebeya...! ¡Ya obedece

al Comunismo intelectual, el Mundo...!

III
[LECTURAS] (91)

A Daniel Martínez Vigil.

De la dichosa edad en los albores,

amó a Perrault mi ingenua fantasía,

mago que en torno de mi sien tendía

gasas de luz y flecos de colores.

Del sol de adolescencia en los ardores,

fué Lamartine mi cariñoso guía.

Jocelyn propició, bajo la umbría

fronda vernal, mis ocios soñadores.

Luego el bronce hugoniano arma y escuda

al corazón, que austeridad entraña.

Cuando avanzaba en mi heredad el frío,

amé a Cervantes. Sensación más ruda

busqué luego en Balzac... y hoy, ¡cosa extraña!,

vuelvo a Perrault, me reconcentro, y río!...

IV
[A...] (92)

De pie sobre la escena, desatada

en ondas la profusa cabellera,

alta la sien, radiante la mirada,

como jovial emperatriz, impera...

Una purpúrea flor se abre sangrienta,

cual en copa de ébano, en la cima

del casco negro que su frente ostenta

y un acerado resplandor anima.

Suena su voz..., y en nuestra mente cruza,

como en un dulce sueño, al escucharla,

la hechicera visión de la Andaluza

que imaginó Musset, para adorarla...

Cada rayo que vibra atravesando

de sus pestañas por el tul sedeño,

es un hilo de luz que va bordando

y el tejido impalpable de los sueños...

Y, a cada giro de su cuerpo airoso,

las vueltas del mantón abriendo al aire,

semejan el ondear, raudo y glorioso,

de un pendón en las justas del donaire...

En la ficción, el Arte ha modelado

su espíritu... Es ficción su vida entera...

¡Quién su fingido amor—su amor soñado—

en real amor transfigurar pudiera...!

V
AL NOBLE SEÑOR DON CARLOS REYLES (93)

cultivador de terruños y «terruños»

Corcel de tan cumplida gentileza

cual la heredad de su merced los cría,

no otra gala mejor requeriría

que aquellas que le dió Naturaleza.

Desnudo el lomo, libre la cabeza,

más claro su donaire luciría,

y el tosco arreo de la industria mía

parecerá baldón de su belleza.

Pero, obediente, compondré el arreo,

en que todo ornamento fuera escaso

a hacerle digno de tan alto empleo,

y si sobrado ruin saliera acaso,

¡arrójelo de sí, de un escarceo,

y humíllelo a sus cascos de Pegaso!

fin de las
«poesias dispersas»