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Ciencia tipo «cultos cargo»: algunos comentarios sobre ciencia, pseudociencia y aprender a no engañarse

 

Discurso de la ceremonia de graduación en Caltech en 1974

 

 

 

Pregunta: ¿Qué tienen que ver los brujos, la ESP, los habitantes de las islas de los Mares del Sur, los cuernos de rinoceronte y el aceite Wesson con la ceremonia de graduación en una facultad?

Respuesta: Todos ellos son ejemplos que utiliza el astuto Feynman para convencer a los nuevos graduados de que la honestidad en la ciencia es más gratificante que todo el prestigio y todos los éxitos momentáneos del mundo. En este discurso a los estudiantes de Caltech en 1974, Feynman da una lección de integridad científica frente a la presión de los pares y las inflexibles agencias de financiación.

 

 

Durante la Edad Media hubo todo tipo de ideas descabelladas, tales como que un trozo de cuerno de rinoceronte aumentaba la potencia sexual. (Otra idea descabellada de la Edad Media son estos sombreros que hoy llevamos, que en mi caso es demasiado holgado.) Luego se descubrió un método para seleccionar las ideas, que consistía en tratar de ver si una funcionaba y, si no funcionaba, eliminarla. Este método llegó a organizarse, por supuesto, en ciencia. Y se desarrolló muy bien, de modo que ahora estamos en la edad científica. De hecho, es una edad tan científica que nos resulta difícil entender cómo pudieron existir alguna vez los brujos, cuando nada de lo que ellos proponían funcionó nunca, o muy poco.

Pero incluso hoy encuentro a muchas personas que antes o después me hablan de ovnis, o de astrología, o de alguna forma de misticismo, conciencia expandida, nuevos tipos de conciencia, ESP y todo eso. Y he llegado a la conclusión de que no es un mundo científico.

La mayoría de la gente cree en cosas tan fantásticas que he decidido investigar por qué lo hace. Y lo que se ha calificado como mi curiosidad por la investigación me ha creado una dificultad pues descubrí tanta basura de la que hablar que no puedo decirlo todo en esta charla. Estoy abrumado. Primero empecé a investigar varias ideas del misticismo y las experiencias místicas. Me metí en tanques de aislamiento (son lugares oscuros y relajados, y flotas en sales de Epsom) y tuve muchas horas de alucinaciones, así que sé algo sobre ello. Luego fui a Esalen, que es un semillero de ideas de este tipo (es un lugar maravilloso; deberían visitarlo). Entonces quedé abrumado. Yo no me daba cuenta de todo lo que había.

Por ejemplo, estaba sentado en una sala de baños y había otro tipo y una chica en la sala. Él dice a la chica: «Estoy aprendiendo a dar masajes y me pregunto si podría practicar contigo». Ella dice que bien, de modo que se sube a una mesa y él empieza con su pie, trabajando en su dedo gordo y presionándolo. Entonces se vuelve a la que aparentemente es su instructora y dice: «Siento una especie de hendidura. ¿Es la pituitaria?». Y ella responde: «No, no es así como yo la siento». Yo digo: «Estás a mil kilómetros de la pituitaria, hombre». Y ambos me miran —yo me había descubierto, ya ven— y ella concluye: «Es reflexología». De modo que cerré los ojos y aparenté estar meditando.

Éste es sólo un ejemplo del tipo de cosas que me abruman. También estudié la percepción extrasensorial y los fenómenos PSI, y la última manía era Uri Geller, un hombre que se supone que es capaz de doblar llaves frotándolas con sus dedos. Así que fui a la habitación de su hotel, por invitación suya, para asistir a una demostración de lectura de pensamiento y doblado de llaves. No hizo ninguna lectura acertada de mi mente; nadie puede leer mi mente, supongo. Y mi hijo sostuvo una llave y Geller la frotó, y no sucedió nada. Entonces él nos dijo que funcionaba mejor bajo el agua, así que pueden imaginarse a todos nosotros en el cuarto de baño con el grifo abierto y la llave bajo el agua, y a él frotando la llave con sus dedos. No sucedió nada. Así que fui incapaz de investigar ese fenómeno.

Pero entonces empecé a pensar, ¿qué otra cosa hay que creamos nosotros? (Y entonces pensé en los brujos, y en lo fácil que hubiera sido ponerles a prueba señalando que nada funcionaba realmente.) Así que descubrí cosas que creen más personas incluso, tales como que tenemos alguna idea de cómo educar. Hay grandes escuelas de métodos de lectura y métodos para aprender matemáticas, y todo eso, pero, si ustedes se fijan, verán que los niveles de lectura siguen bajando —o apenas suben—, pese al hecho de que continuamente utilizamos a estas mismas personas para mejorar los métodos. Hay un remedio de brujo que no funciona. Debería estudiarse, ¿cómo saben ellos que su método debería funcionar? Otro ejemplo es la forma de tratar a los criminales. Obviamente no hemos hecho ningún progreso —mucha teoría, pero ningún progreso— para disminuir el número de crímenes con el método que utilizamos para tratar a los criminales

Pese a todo se dice que estas cosas son científicas. Las estudiamos. Y pienso que las personas normales con ideas de sentido común están intimidadas por esta pseudociencia. Una profesora que tiene alguna buena idea de cómo enseñar a leer a sus hijos se ve obligada por el sistema escolar a hacerlo de otra forma, o es incluso engañada por el sistema escolar que le hace pensar que su método no es necesariamente bueno. O una madre de hijos malos, después de imponerles una u otra disciplina, se siente culpable para el resto de su vida porque no hizo «lo correcto» según los expertos.

Por eso deberíamos examinar realmente las teorías que no funcionan, y la ciencia que no es ciencia.

Traté de encontrar un principio para descubrir más cosas de este tipo, y di con el sistema siguiente. Cada vez que se encuentren en una conversación en una fiesta en la que no se sintieran incómodos si la anfitriona llegara y dijera: «¿Por qué están ustedes hablando del trabajo?», o su mujer llegara y dijera: «¿Por qué estás coqueteando otra vez?», entonces pueden ustedes estar seguros de que están hablando de algo de lo que nadie sabe nada.

Utilizando este método descubrí algunos otros temas que había olvidado, entre ellos la eficacia de diversas formas de psicoterapia. Así que empecé a investigar en la biblioteca, y otros sitios, y tengo tanto que contarles que no puedo decírselo todo. Tendré que limitarme a unas pocas cosas. Me centraré en las cosas en las que creen más personas. Quizá el año que viene dé una serie de charlas sobre todos estos temas. Necesitaré mucho tiempo.

Creo que los estudios sobre educación y psicología que he mencionado son ejemplos de lo que me gustaría llamar ciencia tipo «cultos cargo». En los Mares del Sur hay un pueblo que practica los «cultos cargo». Durante la guerra veían aterrizar aviones con montones de mercancías, y ahora quieren que ocurra lo mismo. Así que se las han arreglado para construir cosas como pistas de aterrizaje, hacer hogueras a los lados de la pista, construir una cabaña de madera para que se siente un hombre dentro, con dos piezas de madera en su cabeza como si fueran auriculares y varas de bambú que sobresalen como antenas —él es el controlador— y esperan que aterricen los aviones. Lo están haciendo todo bien. La forma es perfecta. Todo parece exactamente como era antes. Pero no funciona. No aterriza ningún avión. Por eso llamo a estas cosas ciencia tipo «cultos cargo», porque ellos siguen todos los preceptos y formas aparentes de la investigación científica, pero les falta algo esencial, porque los aviones no aterrizan.

Ahora me corresponde a mí, por supuesto, decirles lo que les falta. Pero sería igual de difícil explicar a los isleños de los Mares del Sur cómo tienen que disponer las cosas para obtener alguna riqueza con su sistema. No es algo sencillo como decirles cómo mejorar la forma de los auriculares. Pero noto que hay un aspecto que está ausente en general en la ciencia tipo «cultos cargo». Se trata de la idea que todos esperamos que ustedes hayan aprendido al estudiar ciencia en la escuela; nunca decimos explícitamente cuál es ésta, sino que simplemente esperamos que ustedes la capten en todos los ejemplos de investigación científica. Es interesante, por consiguiente, exponerla ahora y hablar de ella explícitamente. Es una especie de integridad científica, un principio de pensamiento científico que corresponde a un tipo de honestidad absoluta, a la mayor transparencia posible. Por ejemplo, si ustedes están haciendo un experimento, deberían informar de todo lo que piensan que podría invalidarlo y no sólo de lo que piensan que está bien; hablar de otras causas que pudieran explicar sus resultados; y de cosas que ustedes piensen que han eliminado mediante otro experimento, y de cómo funcionaron, y asegurar que otros colegas puedan decir que han sido eliminadas.

Hay que dar los detalles que pudieran arrojar dudas sobre su interpretación, si ustedes los conocen. Si saben que algo es completamente erróneo, o posiblemente erróneo, deben explicarlo del mejor modo posible. Si construyen una teoría, por ejemplo, y la anuncian, o la hacen pública, entonces también deben señalar todos los hechos que no concuerdan con ella, tanto como los que concuerdan con ella. Hay también un problema más sutil. Cuando ustedes hayan reunido un montón de ideas para construir una teoría elaborada, deben asegurarse que las cosas que encajan en ella no son sólo las cosas que les dieron la idea para la teoría, sino que la teoría acabada explica otras cosas además de aquéllas.

En resumen, la idea es tratar de dar toda la información que sirva a los demás para juzgar el valor de su contribución, y no sólo la información que lleva a juzgar en una u otra dirección concreta.

La forma más fácil de explicar esta idea consiste en contrastarla, por ejemplo, con la publicidad. Ayer por la noche oí que el aceite Wesson no empapa la comida. Bien, eso es verdad. No es deshonesto, pero de lo que estoy hablando no es sólo de no ser deshonesto; se trata de una cuestión de integridad científica, que es otro nivel. Lo que debería añadirse a esa frase publicitaria es que ningún aceite empapa la comida, si se utiliza a cierta temperatura. Si se utilizaran a otra temperatura, todos lo harían, incluido el aceite Wesson. Así que es la implicación que se ha transmitido, y no el hecho, lo que es verdad, y la diferencia es lo que tenemos que tratar.

Hemos aprendido de la experiencia que la verdad se impondrá. Otros experimentadores repetirán su experimento y descubrirán si ustedes estaban equivocados o acertados. Los fenómenos de la naturaleza estarán de acuerdo o en desacuerdo con su teoría. Y aunque ustedes puedan alcanzar cierta fama y excitación momentánea, no se ganarán una buena reputación como científicos si no han tratado de ser muy cuidadosos en este tipo de trabajo. Y es este tipo de integridad, este tipo de cuidado para no engañarse, lo que está casi completamente ausente en buena parte de la investigación de la ciencia tipo «cultos cargo».

Buena parte de su dificultad es, por supuesto, la dificultad del tema y la inaplicabilidad del método científico al tema. De todas formas, habría que comentar que ésta no es la única dificultad. El problema es por qué los aviones no aterrizan; pero no aterrizan.

La experiencia nos ha enseñado mucho acerca de cómo manejar algunas de las formas de engañarnos. Un ejemplo. Millikan midió la carga de un electrón en un experimento con gotas de aceite que caían y obtuvo una respuesta que ahora sabemos que no era completamente correcta. Se desviaba un poco porque él utilizaba un valor incorrecto para la viscosidad del aire. Es interesante examinar la historia de las medidas de la carga del electrón después de Millikan. Si ustedes las representan en función del tiempo, encuentran que una es un poco mayor que la de Millikan, y la siguiente es un poco mayor que la anterior, y la siguiente un poco mayor aún, aunque finalmente se estabilizan en un número que es más alto.

¿Por qué no descubrieron en seguida que el nuevo número era más alto? Es algo —esta historia— de lo que los científicos están avergonzados, porque es evidente que la gente hacía cosas como ésta: cuando descubrían un número que estaba muy por encima del de Millikan, pensaban que algo debía estar mal, y buscaban y encontraban una razón por la que algo debería estar mal. Cuando obtenían un número más próximo al valor de Millikan, ya no buscaban con tanto interés. Y así eliminaban los números que estaban demasiado lejos, y hacían otras cosas parecidas. Ahora hemos sabido estos trucos, y ahora no tenemos este tipo de enfermedad.

Pero esta larga historia de aprender a no engañarnos —de tener una integridad científica absoluta— es, lamento decirlo, algo que no hemos incluido específicamente en ninguna asignatura concreta que yo conozca. Simplemente esperamos que ustedes la hayan captado por ósmosis.

El primer principio es que ustedes no deben engañarse, y ustedes son las personas más fáciles de engañar. Así que tienen que tener mucho cuidado con eso. Una vez que ustedes no se engañen a sí mismos, es fácil no engañar a otros científicos. Después de eso sólo tienen que ser honestos de un modo convencional.

Me gustaría añadir algo que no es esencial para el científico, aunque es algo que yo creo, y es que ustedes no deberían engañar al profano cuando están hablando como científicos. No trato de decirles lo que tienen que hacer cuando engañan a su mujer, o engañan a su novia, o a quien sea, cuando ustedes no tratan de ser científicos sino que sólo tratan de ser seres humanos corrientes. Dejaremos esos problemas para ustedes y para sus rabinos. Yo estoy hablando de un tipo extra y específico de integridad que no sólo es no mentir, sino hacer lo imposible por demostrar que quizá estén equivocados: eso es lo que deberían hacer cuando actúan como científicos. Y ésta es nuestra responsabilidad como científicos, por supuesto para con otros científicos, y yo pienso que también para con los profanos.

Por ejemplo, me quedé un poco sorprendido cuando estaba hablando con un amigo que iba a hablar por la radio. Él trabaja en cosmología y astronomía, y se preguntaba cómo iba a explicar cuáles eran las aplicaciones de su trabajo. «Bien —dije yo—, no hay ninguna.» Y él dijo: «Sí, pero entonces no obtendremos más apoyo para este tipo de investigación». Pienso que esto es deshonesto. Si ustedes se están representando a sí mismos como científicos, entonces deberían explicar al profano lo que están haciendo; y si no quieren apoyarle en estas circunstancias, ésa es su decisión.

Un ejemplo de este principio es éste: si ustedes están dispuestos a poner a prueba una teoría, o si quieren explicar alguna idea, deberían siempre decidir publicarla cualquiera que fuese el resultado. Si sólo publicamos resultados de un cierto tipo, podemos hacer que el argumento parezca bueno. Debemos publicar ambos tipos de resultados. Por ejemplo —tomemos otra vez la publicidad—, supongamos que ciertos cigarrillos tienen alguna propiedad especial, como puede ser un bajo contenido en nicotina. La compañía difunde ampliamente que esto significa que es bueno para ustedes; pero ellos no dicen, por ejemplo, que hay una proporción diferente de alquitrán, o que sucede alguna otra cosa con el cigarrillo. En otras palabras, la probabilidad de publicación depende de la respuesta. Eso no debería hacerse.

Yo afirmo que esto es también importante cuando se trata de dar algún tipo de asesoramiento. Supongamos que un senador les pide consejo acerca de si en este estado debería hacerse una perforación, y ustedes deciden que sería mejor hacerla en otro estado. Si ustedes no publican tal resultado, creo que no están dando un consejo científico. Están siendo utilizados. Si su respuesta resulta ir en la dirección del gobierno o de los políticos, ellos pueden utilizarla como un argumento a su favor; si resulta contraria, ellos no la harán pública. Eso no es dar consejo científico.

Otros errores son más característicos de una ciencia pobre. Cuando yo estaba en Cornell solía hablar con la gente del departamento de psicología. Una de las estudiantes me dijo que quería hacer un experimento que era algo parecido a esto: no lo recuerdo en detalle, pero otros habían descubierto que en determinadas circunstancias X, las ratas hacían algo A. Ella tenía curiosidad por saber si, cuando las circunstancias cambiaban a Y, las ratas seguirían haciendo A. Así que su propuesta era hacer el experimento en las circunstancias Y y ver si seguían haciendo A.

Yo le expliqué que primero era necesario repetir en su laboratorio el experimento de los otros —hacerlo en las circunstancias X para ver si ella también podía obtener el resultado A— y luego cambiar a Y y ver si A cambiaba. Entonces sabría si las diferencias en los resultados se debían a circunstancias que ella podía controlar.

Ella estaba encantada con esta nueva idea, y fue a decírselo a su profesor. Y la respuesta de éste fue: «No, tú no puedes hacer eso porque ese experimento ya se ha hecho y estarías perdiendo el tiempo». Eso se había hecho en 1935 o así, y entonces parece que la política general era tratar de no repetir experimentos en psicología, y cambiar sólo las condiciones para ver lo que sucede.

Actualmente hay cierto peligro de que suceda lo mismo, incluso en el famoso campo de la física. Me quedé sorprendido al oír hablar de un experimento realizado en el gran acelerador del National Accelerator Laboratory, en el que una persona utilizaba deuterio. Para comparar los resultados obtenidos con hidrógeno pesado con lo que podría suceder con hidrógeno ligero, él tuvo que utilizar datos de un experimento hecho por otro investigador y realizado en un aparato diferente. Cuando le preguntaron por qué, dijo que no podría conseguir tiempo dentro del programa para hacer el experimento con hidrógeno ligero en su propio aparato, pues hay muy poco tiempo disponible en estas instalaciones tan costosas y no iba a obtener ningún resultado nuevo. De este modo, quienes gestionan los programas en NAL están tan ansiosos de nuevos resultados, y conseguir así más dinero para mantener la cosa en marcha con fines mediáticos, que están destruyendo, posiblemente, el valor de los propios experimentos, que es el objetivo principal. Suele ser difícil para esos investigadores completar su trabajo tal como exige su integridad científica.

No obstante, no todos los experimentos en psicología son de este tipo. Por ejemplo, ha habido muchos experimentos con ratas corriendo por todo tipo de laberintos, y cosas similares, con resultados poco claros. Pero en 1937 un hombre llamado Young hizo uno muy interesante. Tenía un pasillo largo con puertas en un lado por donde entraban las ratas, y puertas en el otro lado donde estaba la comida. Él quería ver si podía adiestrar a las ratas para que entraran en la tercera puerta independientemente del lugar donde él las colocase inicialmente. Las ratas iban inmediatamente a la puerta donde había estado la comida la vez anterior.

La pregunta era: puesto que el pasillo estaba tan bien construido y era tan uniforme, ¿cómo sabían las ratas que ésta era la misma puerta que antes? Obviamente había algo en la puerta que la hacía diferente de las otras puertas. Así que pintó las puertas con mucho cuidado, haciendo que las texturas de las puertas fueran exactamente iguales. Pero las ratas todavía podían distinguir. Entonces él pensó que quizá las ratas estaban oliendo la comida, así que utilizó sustancias químicas para cambiar el olor en cada prueba. Aún podían distinguir. Luego se dio cuenta de que las ratas podrían distinguir viendo las luces y la disposición del laboratorio, como cualquier persona con sentido común. Así que cubrió el pasillo, pero las ratas seguían distinguiendo.

Finalmente descubrió que las ratas podían distinguir por el sonido que hacía el suelo cuando la rata corría por él. Y sólo pudo determinarlo al cubrir el pasillo de arena. Así que examinó una tras otra todas las claves posibles y finalmente pudo engañar a las ratas para que aprendieran a entrar en la tercera puerta. Si él relajaba cualquiera de estas condiciones, las ratas eran capaces de distinguir.

Ahora, desde el punto de vista científico, este experimento merece un 10. Éste es el experimento que hace razonables los experimentos con ratas que corren, porque descubre las claves que están utilizando realmente las ratas, y no las que uno piensa que están utilizando. Y ése es el experimento que dice exactamente qué condiciones hay que establecer para ser cuidadoso y controlar todo en este experimento con ratas.

Indagué en la historia posterior de esta investigación. El siguiente experimento, y el que siguió a éste, nunca mencionaban al señor Young. Nunca utilizaban ninguno de sus criterios de poner arena en el pasillo o tener mucho cuidado. Sólo ponían ratas a correr al mismo viejo estilo de antes, y no prestaban atención a los grandes descubrimientos del señor Young ni se citaban sus artículos porque no descubrió nada acerca de las ratas. De hecho, él descubrió todas las cosas que hay que hacer para descubrir algo sobre las ratas. Pero no prestar atención a experimentos como éste es una característica de la ciencia tipo «cultos cargo».

Otro ejemplo son los experimentos ESP del señor Rhine[1] y otras personas. Conforme diversas personas han ido expresando sus críticas —y ellos mismos han hecho críticas de sus propios experimentos— ellos mejoran las técnicas de modo que los efectos son cada vez menores, y menores, y menores, hasta que poco a poco desaparecen. Todos los parapsicólogos están buscando un experimento que pueda repetirse estadísticamente, que se pueda hacer otra vez y obtener el mismo resultado, de forma regular. Ellos ponen a correr a un millón de ratas —no, esta vez son personas—, hacen un montón de cosas y obtienen cierto efecto estadístico. La próxima vez que lo intentan ya no lo obtienen. Y ahora aparece un hombre que dice que es una exigencia irrelevante esperar un experimento repetible. ¿Es esto ciencia?

Este hombre habla también de una nueva institución, en una charla en la que se estaba despidiendo como director del Instituto de Parapsicología. Y, al decir a la gente qué cosas había que hacer a continuación, afirma que una de las cosas que tienen que hacer es asegurarse de que sólo adiestren a estudiantes que hayan demostrado su capacidad para obtener resultados EPS en una medida aceptable, y no gastar su tiempo en aquellos estudiantes ambiciosos e interesados que sólo obtienen resultados por azar. Es muy peligroso tener una política semejante en la enseñanza: enseñar a los estudiantes cómo obtener ciertos resultados, en lugar de cómo hacer un experimento con integridad científica.

Así que yo les deseo —no tengo más tiempo, así que sólo tengo un deseo para ustedes— que la buena suerte les lleve a alguna parte donde sean libres para mantener el tipo de integridad que he descrito, y donde no se vean forzados a perder la integridad por una necesidad de mantener su posición en la organización, o de apoyo financiero, o algo similar. Quizá ustedes tengan esa libertad. Puedo darles también un último consejo: no digan nunca que van a dar una charla a menos que sepan claramente de qué van a hablar y más o menos qué es lo que van a decir.