La victoria de hoy en el Sarre nos conmueve a todos.1 Amann y yo hemos enviado un telegrama conjunto al Führer: después de todas las tribulaciones, tenemos aquí un éxito verdaderamente grande para él, así como la prueba de que la idea de «Alemania» también empieza a ser una vivencia mítica para nuestros antiguos enemigos.
El obispo de Gloucester me ha hecho llegar una obra suya, acompañada de una carta. Desde hace algún tiempo mantenemos contacto por correspondencia. El reverendo Hodson le ha hablado de Núremberg y también le ha contado que no soy ese sanguinario comehombres del que se habla en los piadosos círculos eclesiásticos. El obispo me ha escrito con mucho afecto, pero me ha expresado cierta preocupación por el futuro del pensamiento cristiano, a lo que le he respondido que quienes combaten a Alemania como prelados y pactan con ligas marxistas ateas no pueden pretender que se les ame. Por otra parte, existe la libertad de culto, que el estado no puede violar en beneficio de las confesiones dominantes. En su siguiente carta, el obispo se mostraba a favor de la libertad de culto, pero se reconocía inquieto por los discursos de instrucción contra el cristianismo. En fin, estamos ante la antigua posición del clero: ¡el estado debe ofrecer protección a las antiguas confesiones, pero no a otros discursos! Y a eso lo llaman «libertad de culto». Pasará todavía algún tiempo hasta que se acostumbren a la igualdad de derechos, pero acabarán haciéndolo.
Hace un par de días el barón de R.[opp] estuvo otra vez por aquí. Totalmente confidencial: solo para mí y el Führer. S.[u] M.[ajestad] el rey de Inglaterra ha trasladado a su asesor político su enorme sorpresa ante lo mal informado que estaba el Reino Unido acerca de la verdadera situación en la zona del Sarre. Incluso la «prensa seria» falló en sus pronósticos. Este disgusto ha provocado una gran agitación. El asesor correspondiente se ha dirigido al Ministerio de Aviación alemán —que siempre ha proporcionado información cierta (a través de mí)—2 y ha solicitado que se le faciliten datos más pormenorizados acerca de la situación de Alemania. El comandante Winterbotham ha llamado a de R. para solicitarle que viaje a Londres. R. se reunirá con el asesor del rey en un club y le proporcionará la información necesaria acerca de todo el movimiento. Se fue ayer.
Lecca ha vuelto de Bucarest. Ha habido un pequeño cambio: Avarescu se ha acercado a los liberales y se ha retirado de la combinación planeada.3 Con todo, el propósito del rey Carlos, básicamente, se mantiene. Gran congreso de Goga, es su momento. G.[oga] ha estado en Roma, donde ha recibido un sinfín de alabanzas. Roma está tanteando todos los frentes, en lugar de concentrarse solo en el Mediterráneo.
En la visita al ministro plenipotenciario de Perú, su homólogo rumano, Comnen, me ha informado de que, en relación con la revisión húngara, Göring le declaró al rey Carlos, y después también a él mismo, lo siguiente: nosotros (los alemanes) ya hemos combatido lo suficiente por otros pueblos, así que Al.[emania] ni siquiera se plantea brindar su apoyo a Hungría frente a Rumanía.4 A la pregunta de si aquella era únicamente su opinión personal, Göring habría respondido: es la opinión del Führer. Y parece que dos días más tarde G. sostuvo la misma idea ante el ministro plenipotenciario de Yugoslavia. Encantado, Comnen informó a Bucarest de lo sucedido, viajó hasta allí y transmitió a Neurath una declaración de Titulescu, según la cual Rumanía anhela mejorar progresivamente sus relaciones con Al.5 Acto seguido, Comnen expresó su satisfacción por las palabras de Göring, tras lo cual Neurath levantó la mano: pero ¡las cosas no son así! Es seguro que Alemania no va a declarar la guerra debido a Hungría. «Sin embargo, también somos revisionistas y apoyaremos moralmente a los húngaros en sus esfuerzos por realizar una revisión.»
Entonces, C.[omnen] preguntó: ¿acaso hay en Al. dos o incluso más políticas exteriores? Se puso muy nervioso y me rogó encarecidamente que no contase aquel incidente a nadie, a lo que yo le respondí que tendría que informar al Führer y le expliqué nuestro punto de vista: siempre hemos combatido el criterio francés de la unión de los frentes de los «vencedores» y los «vencidos». Por eso, para nosotros no hay ningún frente de los revisionistas en sí, sino que se debe examinar individualmente cada caso. Es seguro que hay algunos dictados de 1919 que se han de revisar, otros tratados que se deberán abordar más adelante, pero también muchos elementos que durante mucho tiempo será imposible anular.
El bueno de Comnen tenía la impresión de haber hablado demasiado y temió que el Min. de Ext. se llegase a enterar de algo. Se secó el sudor de la frente y volvió a pedir discreción.
Sin embargo, también en este caso el Min. del Ext. se ha mostrado imperturbable.
Al día siguiente, apareció el enviado de Comnen, el conde de Caragea,6 llegado desde Bucarest. Habló de una nueva alianza entre Avarescu y los liberales, como símbolo de una nueva «agrupación de partidos», y también expuso su deseo de lograr un acercamiento con respecto a Alemania.
He tenido dos largas conversaciones con el Führer, que se muestra muy escéptico ante todas las promesas de cambios de calado en la vida de los partidos de Rumanía. Sin embargo, se sentiría muy satisfecho si yo viajase para entrevistarme con el rey Carlos y comprobase que está decidido a cambiar el rumbo. Así pues, he enviado inmediatamente a Lecca a Bucarest, con la orden de no volver a invitar a Goga a visitarme en tanto en cuanto no se me permita hablar largo y tendido con el rey —a ser posible, en Sinaia—. Aunque eso solo sería útil si el rey tuviese el firme propósito de convencer a Titulescu de que debe cambiar de dirección.
Ayer, el Führer expuso pormenorizadamente su visión de la situación, que se corresponde, punto por punto, con la que yo mismo había trasladado dos días antes a v. Scarada,7 el amigo de Gömbös[,], asegurándole entonces que se trataba de nuestra opinión: no es posible «revisar» en diez o veinte años una catástrofe de las proporciones de la de 1918. Los imperios se pueden destruir con apenas unos golpes, pero se necesitan decenios y siglos para levantarlos de nuevo. Los húngaros son unos ingenuos si creen que lo que deben hacer es lamentarse aquí y allá. Tienen que reconocer que: 1. Italia no los necesita para librar una guerra italiana, sino que más bien están interesados en poner a Hungría contra Yugoslavia, en su propio beneficio; Roma no permitirá que una Hungría fuerte ocupe el lugar de Yugoslavia en el Adriático. En el mejor de los casos, Hungría recibirá las regiones alemanas de Yugoslavia, algo que, vista la política de los húngaros frente a las minorías, no nos interesa en absoluto. Sin embargo, en paralelo, dado que Hungría interviene en el sur, podría volver a verse cercenada en otros puntos. Por eso, lo primero es conseguir el equilibro con respecto a Yugoslavia. Y después, con respecto a Rumanía. No obstante, los alemanes deben dejar claro a ambos países que a ellos tampoco les interesa que exista un eterno foco de disturbios en Hungría y que solo podrán sentirse satisfechos cuando los intereses húngaros se orienten hacia una tercera parte, puesto que un millón de sus nacionales viven directamente en la actual frontera húngara.
Además, Rusia constituye hoy una gigantesca potencia militar. Rumanía debe centrar su atención en hacerse con un bastión lo más sólido posible en el este, es decir, debe recurrir a Al.[emania]-Polonia. La política germ.[ano]-polaca no concluirá en diez años, sino que será un proyecto duradero. El hecho de que Polonia tenga la intención de extenderse por el este más adelante no nos interesa.
Propongo que se aplacen las negociaciones comerciales con Rumanía hasta que haya hablado con el rey Carlos, para evitar regalar un éxito al señor Titulescu. Rumanía se encuentra en una situación límite y tiene que buscarse nuevos amigos. El Führer está de acuerdo.
He informado por escrito al Führer acerca del caso Comnen-Göring-Neurath. Hitler está convencido de que Comnen ha mentido. Si fuese así, lo adecuado sería echar de Berlín, de una vez por todas, a ese representante de Titulescu.
También he informado sobre Inglaterra: en su último viaje a Londres, Obermüller estuvo acompañado por dos caballeros de nuestro Ministerio de Aviación. Visitó las fábricas Bristol y se reunió con lord Londonderry y con el mariscal del Aire Mitchell, que le mostró las instalaciones aéreas del Reino Unido. Era la primera vez que un alemán entraba en ellas. Los contactos en este caso se han establecido a través de la APA.
Por lo demás, Ropp ha vuelto de Londres, adonde había viajado junto con el duque de Kent,8 a quien secretamente se le conoce como el «asesor del rey». Presentación en un baile y, después, conversación en privado hasta las tres de la madrugada. El hijo del rey volvió a insistir en el malestar de S.[u] M.[ajestad] por la información de la que disponía Inglaterra acerca de Alemania. Aseguró que se habían contentado con conocer el rearme alemán, pero lo cierto es que también es importante conocer en profundidad la mentalidad de los líderes, saber si son agresivos o si desean avanzar por la vía de una política organizada. ¿Cómo es Hitler? ¿Y Hess? ¿Y Rosenberg? R.[opp] le transmitió todo lo que había conocido durante años y años. Se ha informado al Führer de ello.
Larga conversación con sir Cunningham, con los mismos problemas.9 Escribe un informe a Simon e informa, en calidad de padrino de bodas del duque de Kent, a la familia real.10
Ahora queremos invitar a Lloyd George y dar pasos en la esfera privada.
Lecca me ha llamado por teléfono desde Bucarest. Todo va bien. Llegará mañana y en los próximos días se reunirá con el rey Carlos.
Esta tarde, intervención sobre «El primer Reich de los alemanes». Se transmitirá por todas las emisoras para una audiencia de cinco millones de jóvenes.
El domingo estuve en Düsseldorf, en la «Jornada de la técnica». Por primera vez, discutí el contenido de los estúpidos «estudios» que critican mi obra. Cuando el alcalde me dio la bienvenida diciendo que «para nosotros el nombre R.[osenberg] es sinónimo de programa»[,] resonó un entusiasta aplauso. Lo nuestro acabará imponiéndose.
El viernes [8 de febrero] volví a reunirme con el Führer y le hice entrega del acta relativa al ambiente en Inglaterra (ver el documento [que no se incluye en el original.]). El Führer, que ha recuperado su tono enérgico, me explicó pormenorizadamente lo que Poncet y Phipps le habían contado sobre el asunto del comunicado de Londres.12 Aseguró que Alemania ha renunciado a atacar Lorena y Alsacia y que mantendrá su zona desmilitarizada.13 ¡Cómo va a derramar ahora su sangre por las fronteras polaco-rusas! ¡No piensa hacerlo! ¡En absoluto! En todo caso, si hubiera que derramar sangre alemana, se haría en otro lugar...
Por lo demás, ahora se nos habla con mucho más respeto. Göring le ha dicho al mariscal de aviación inglés: nuestra flota aérea no es grande, pero sí buena. Por cada bomba que caiga sobre Al., podremos responder lanzando otra en territorio ajeno.
Por otra parte, nuestra nueva ametralladora es una maravilla. ¡La artillería pesada es muy superior a las demás! Le aseguré al Führer que Al. nunca olvidará lo que él ha hecho.
Hoy el partido celebra el decimoquinto aniversario de la proclamación de su programa. La verdad es que, después del evento comercial que se ha organizado en Halle y del homenaje a Chopin de Dresde, estoy hecho polvo. Y tengo las encías inflamadas. Por eso quiero evitar salir. En cualquier caso, el recuerdo del 24 de febrero de 1920 está más vivo en mi corazón que nunca. Hasta hoy no nos hemos dado cuenta del milagro que supone, en la práctica, que se haya desmoronado un sistema antiguo y que en solo dos años haya nacido, a partir de un estado completamente desarmado, un Reich que inspira respeto y al que hoy en día nadie podría atacar sin correr un grave riesgo. Es lo que se puso de manifiesto en la última asamblea de jefes de las regiones administrativas y del Reich, en la que Milch destacó todas las particularidades de la joven aviación alemana y Göring, en la clausura, confirmó con orgullo que, exceptuando a Rusia (cuya situación no es del todo transparente), de aquí al otoño Alemania será el país con la flota aérea más importante del mundo. En este día sentimos plenamente que nuestro país está renaciendo y que, con él, empieza a resurgir, a partir del estado, el honor alemán.
La lucha en torno a una concepción del mundo parece adoptar formas cada vez más definidas. El infame cardenal Faulhaber ha hablado en Múnich y ha lanzado ataques llenos de veneno contra mi obra, entre otras. Dado que el Führer todavía no se ha atrevido a atacar, hay quien quiere desacreditar a sus colaboradores más peligrosos.14 Pero ese hombre tendrá su respuesta. En virtud de las nuevas leyes, podría presentar una acusación contra él y mandarlo a prisión;15 pero como Faulhaber ha adoptado en buena medida un formato político, desde el punto de vista de la propia política no sería oportuno hacerlo. Es mejor crear una atmósfera en la que, llegado el caso, el pueblo les dé de lado, a él y a los de su calaña.
Pero todavía no ha llegado el momento. Antes al contrario, la falta de objetivos concretos en «nuestro» Ministerio del Interior es una traba para cualquier plan de contención frente a la influencia de Roma. Esa inseguridad interna, de la que sacan tanto provecho los altos funcionarios del antiguo sistema, pasa por encima del partido y alienta a los obispos a continuar con su sabotaje. «Casualmente», el «príncipe heredero» Rupprecht estuvo presente en el último discurso de Faulhaber.16 Un par de personas lo acogieron con vítores. Sin embargo, un miembro de las Juventudes Hitlerianas que gritó «Heil Hitler» recibió una paliza. ¡Y eso, justo enfrente de la Jefatura de Policía de Múnich!
Como es lógico, Alemania no puede combatir en todos los frentes al mismo tiempo. La lucha contra el judaísmo era necesaria. Cuando el Reich se haya consolidado en su política de poder, la difamación judía irá perdiendo fuerza poco a poco. Ahora, Roma está poniendo todo su empeño porque se ha convencido de que se halla en medio de su combate más difícil de los últimos dos mil años. Por eso, hay que impedir cualquier descuido oficial. Sin embargo, en lo que a mí respecta, estoy dispuesto a librar una batalla «no oficial» e ir abandonando progresivamente la corrección que he mantenido hasta ahora. Recientemente, el abad Schachtleitner17 me ha escrito para decirme que se alegra de que yo no utilice mi posición pública para difundir mi Mito en la Schulungsbrief del partido.18 (Es algo que le había explicado en Núremberg y que, en cualquier caso, es cierto.) Eso sí, hace un par de días me enteré de que este mismo caballero ha enviado un escrito a Baden en el que asegura que no es necesario sentir remordimientos, ¡porque pronto destituirán a Rosenberg! Muy sincero, este viejo.
En fin, ¡ahora empezarán a sorprenderse! Hace unos días hablé con Schirach.19 Dice que ha llegado el momento de que las JH respondan a las provocaciones de Roma. Adelante, le respondí, pero con cuidado. El jefe de las JH no debe permitir que se hable de un modo general contra Roma. Se trata simplemente de seleccionar de forma consecuente los ataques actuales de jesuitas y obispos, y refutarlos como corresponde. Es lo que van a hacer en los próximos meses las Juventudes.
El N. S. M. [revista Nationalsozialistische Monatshefte] ha recibido el encargo de abrir el debate en la sección «Kritik d.[er] Zeit», a partir de ciertas citas de las efemérides de Roma.
La Schulungsbrief cuenta ya con una tirada de un millón cien mil ejemplares. En este año, la concepción del mundo que defiende Roma será objeto de un ataque sistemático, desde la misma Prehistoria. Voy a añadir artículos actuales sobre su actividad. Además, anunciaré a lo grande El mito.
Pero antes de dar la réplica, quiero hablar con el Führer. Dado que soy su representante, cualquier folleto que escriba, aun cuando solo sea a título «personal», provocará un revuelo. Ha der ser el Führer quien decida si ha llegado el momento de preparar la artillería pesada para un posterior ataque oficial del estado. De todas formas, es algo que el Führer tenía previsto hacer ya desde 1919. En la penúltima asamblea de jefes de las regiones administrativas y del Reich, nos preparó a todos, en una sesión confidencial, para lo que se avecinaba. Ordenó a los jefes de las regiones administrativas que examinaran a sus colaboradores para estar seguros de que, el día en que se adopte una decisión, ninguno de ellos se posicionará a favor de la iglesia, sino que todos20 se pondrán del lado del movimiento. En referencia al conflicto eclesiástico, añadió: «Cualquier21 confesión es tan mala como las demás».
También los «protestantes» han vuelto a difundir media docena de panfletos contra mí. Muy dignos en la forma, pero muy uniformes en el contenido. Y aburridos. Ya no protestan contra Roma. En lugar de ello, descubren sus «credos comunes». Dan ganas de preguntarles por qué, entonces, no vuelven a Roma, a ese gran establo de corderos del que un día cometieron el error de escaparse para acabar fuera, a la fría intemperie.
Hace unos días, Lecca me llamó por teléfono desde Bucarest: el director general (o sea, el rey) se mantiene firme, pero considera que es importante que en mi visita estén presentes determinadas personas relevantes y también otras de fuera del país. La competencia del sur (es decir, Italia) trabaja con ahínco. Sin embargo, me extraña que todavía no esté allí. Es evidente que el coraje del rey no es tan grande. Pero está luchando por su propia existencia: el mariscal Avarescu ha lanzado un llamamiento contra él. Le quedan Goga y Jorga.22 Más bien poca cosa. La pregunta es: ¿qué hace el ejército? En caso de que yo vaya por allí, le despejaré las dudas sobre las dos opciones que tiene ante sí: o alejarse de París y Praga —y recibir entonces la ayuda alemana— o mantenerse en su tradicional estado —y nosotros pondremos trabas a cualquier asistencia económica—. Y, en la situación económica en la que se encuentra actualmente Rumanía, eso supondría un golpe muy duro.
Lecca ha vuelto. Ha hablado en dos ocasiones con el rey, que dice sentirse muy satisfecho ante la expectativa de mi futura visita. A lo largo de este mes expulsará a su Titulescu, creará un ministerio con Goga y Vajda23 y tomará un nuevo rumbo, tal y como se le había propuesto. L.[ecca] cree que Carlos es plenamente consciente de que está luchando por su existencia, pero el mariscal Avarescu se ha aliado con los liberales contra el monarca. El pueblo se muestra claramente a favor de orientarse hacia Alemania. Sin embargo, Carlos solicita que mi visita se produzca después de que se haya formado el gobierno, por razones de política interior: no quiere dar lugar a que se diga que el cambio es consecuencia de mi visita. Por eso, tal visita no será «privada», sino oficial. Un comisario especial del rey me recibirá en la frontera polaco-rumana.
Como aún quedan dos semanas, le he pedido a Lecca que vuelva a Bucarest (donde podrá hacer al rey las primeras sugerencias en torno a la cuestión de Hungría) y que, más adelante, viaje a Belgrado, si es posible como enviado del monarca, con el fin de ganarse al príncipe Pablo24 para esta causa. Evidentemente, resulta irreal pensar que de aquí a finales de marzo se habrá avanzado lo suficiente como para disolver la Pequeña Entente,25 pero espero que, al menos, se haya tomado la dirección adecuada, por el interés, vital para todos, de lograr una pacificación real de toda el área del Danubio, que vuelve a estar en alerta debido a las intrigas de los checos.
Por lo demás, el rey ha vuelto a lanzar una petición urgente para que no se cierre ningún acuerdo comercial con el actual gobierno ni se envíe ninguna comisión a Bucarest hasta que el nuevo ejecutivo no haya tomado el mando. Volveré a conversar en privado con Schacht para que no surjan problemas en este sentido.26
Los últimos tiempos han vuelto a estar marcados por un ritmo frenético. Primero, tres días de celebraciones inolvidables en el Sarre; inauguración de dos exposiciones de arte de la C.[omunidad] C.[ultural] Nac.[acionalsocialista]; recepción diplomática; discurso en el Ministerio de la Reichswehr; discurso en la reunión de trabajo del Departamento del Reich para el Fomento de la Literatura Alemana; entierro en Bayreuth del jefe de región administrativa Schemm, fallecido en trágicas circunstancias;27 varias visitas al Führer, que por fin ha dejado caer a un elemento tan perjudicial, enfermo y maligno como Hanfstaengl.28 Desde luego, hace tiempo que lo califica como una de las personas «más cobardes y avaras que conozco», pero a día de hoy todavía no lo ha expulsado oficialmente. De todas formas, pronto lo hará. Como también expulsará a H.[ermann] Esser, un «colaborador» de 1924 que en la actualidad, al igual que antaño, no conoce límites.29
La lucha en torno al Libro Blanco inglés30 ha provocado grandes tensiones. Además, la tajante cancelación de la visita del ministro de Exteriores británico ha caído en Londres como una bomba. El día en que empezaba a sufrir de ronquera, me reuní a mediodía con el Führer, que se encontraba de excelente humor. Aquel rechazo le había supuesto un alivio inmediato: había vuelto a ganar algo de tiempo. Los gobernantes ingleses tendrán que acostumbrarse a negociar con nosotros en pie de igualdad. La sola expresión «igualdad moral» constituye un insulto. Hitler asegura que luchará por recuperar, centímetro a centímetro, la posición que le corresponde a Alemania. Es probable que los conservadores ingleses pongan el grito en el cielo, pero habrá que mantenerse serenos durante catorce días y esperar a que la tormenta amaine. La oposición británica acribillará al gobierno, las peticiones de información sobre el caso se sucederán durante todo el mes de abril, en mayo Inglaterra estará ocupada con la celebración del aniversario del reinado y después vendrán las vacaciones de verano. Para cuando se confirme que no se puede alcanzar ningún acuerdo, ya estaremos a las puertas del invierno. ¡Pasado un año, sin embargo, nadie más se atreverá a atacarnos! En estos dos años tenemos que lograrlo. Si hubiésemos empezado el rearme en 1936,31 habría sido demasiado tarde.
En el Ministerio de Asuntos Exteriores, el ambiente está enrarecido. Bülow se encuentra «de vacaciones», pero no volverá, debido al artículo 175; otros dos caballeros tampoco regresarán; Ribbentrop pone todo su empeño en ocupar su lugar.32 No es posible adoptar decisiones claras sobre cuestiones urgentes (Memel, Polonia). ¡La situación es desesperante!
Antes de ayer vino Ropp. Está furioso con su Min. de Ext. Dijo que su Foreign Office y una pequeña camarilla de la Oficina de Guerra echan a perder una y otra vez cualquier intento sensato de conseguir un acercamiento entre Al. e Ingl. ¿Qué hacer? Le comenté que aquí se prefiere Baldwin a Simon. Sin embargo, es poco probable que se produzcan cambios en el marco de las negociaciones oficiales en curso.
Hoy R. ha vuelto: información del ministro británico de Aviación. ¡Simon ha preguntado al Ministerio alemán de Av.[iación] si tiene una opinión firme sobre el mejor modo posible de llevar las negociaciones en Berlín! Evidentemente, después del duro golpe que supuso el Libro Blanco, en el Foreign Office ya no confían plenamente en su propio análisis de la mentalidad alemana actual.
R.[opp] ha pedido la máxima discreción. Podemos comunicar de forma anónima nuestros deseos comunes a través del Ministerio de Aviación alemán, que ha ganado importancia, así como establecer las líneas de las negociaciones en aras de los objetivos germano-británicos, decidir el orden en el que se abordarán los temas, tal vez incluso excluir de antemano un pacto del Este, etc.
Trataré de ver al Führer en Múnich, porque es posible que estemos ante un factor decisivo. A continuación, reunión con Schaub.33 Después, he recibido una llamada de Brückner, que volverá a telefonear a las ocho.
Hoy, tras una conversación con Br.[ückner], he enviado una carta al Führer con la solicitud del Ministerio de Aviación británico. Como observaba ayer mismo R.[opp], el ensalzado lord Allan de Hentwood34 ha escrito [un] par de buenos artículos, pero, según sus informaciones, cuando ha hablado personalmente con MacDonald no le ha contado nada bueno para nosotros...
Todas las visitas británicas son positivas en sí mismas, pero no garantizan que ganemos poder frente a Simon, Vansittart y Hailsham. En este punto, solo se puede contar con el Ministerio de Aviación. De todas formas, todo gira en torno a Phillip Sassoon...35
El padre Butzow36 ha venido dos veces a verme: quiere frenar a los antiguos y actuar así en mi favor. Aún dudo. A veces golpear demasiado pronto es peligroso. Todavía no resulta factible soltar a las JH. Presentaremos una posición general para proponer, frente a las tesis de esos protestantes que en la actualidad están resultando ser tan antiprotestantes, una autoridad basada en la palabra.
Leibbrandt acaba de volver de Prusia Oriental, para donde ha estado analizando el «trabajo del Este» de la B. d. O. [Bund deutscher Osten].37 Sin una orientación clara cada vez que se intenta hacer «política internacional». Aún persiste el «espíritu de Tauragė»38 y no se tiene ni la más mínima idea de qué está pasando hoy en el Este.
Todos nosotros aún nos sentimos conmovidos por los sucesos de los últimos días. El Führer ha declarado la soberanía de Al.[emania].39 Lo ha decidido de repente. Como nos explicó en la noche del 16 de marzo, se ha pasado diez días sin pegar ojo, barajando todas las opciones posibles. Después, nos informó de la reacción de los embajadores ante su comunicado. El italiano palideció (debido a la ira; siempre ha sido un enemigo nuestro); el francés se mostró consternado, pero anunció que es probable que su gobierno presente una protesta, a lo que el Führer respondió: «Tomo nota de ello». «En todo caso —siguió diciéndonos— cada vez se nos respeta más. Yo, que tengo mucha experiencia, lo noto en el comportamiento de los embajadores. Al final, Poncet me hizo una reverencia enorme.» Ante aquel anuncio, el inglés señaló: «Pero ¡nosotros queríamos seguir negociando sobre este tema!». Sin embargo, se recuperó pronto y preguntó por el asunto de la aviación y las flotas. El Führer le respondió que se mantendrían las propuestas no vinculantes que se han hecho a Inglaterra (es decir, paridad en la aviación, 35 % de la flota). Phipps: «Está bien. ¿Y cuánto suponen 36 divisiones, aproximadamente?». El Führer: «Rusia cuenta con 100 divisiones; Polonia, con 30; Francia, con 41; nosotros, pues, con 36». Phipps respondió que la idea le satisfacía. Yo dije: «Si los franceses tuvieran agallas, en París estarían zumbando ahora mismo los bombarderos». El Führer: «Creo que saldremos bien de esta».
Entonces vimos una película en el salón del Führer. Pero volvimos a hablar una y otra vez de que había llegado el gran momento. El Führer recordó que el 16 de marzo de 1813 el rey prusiano publicó el llamamiento «A mi pueblo», dirigido contra Napoleón. (Fue el día 17, la jornada en la que se rinde homenaje a los caídos.)