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La búsqueda del verdadero sentido

de pertenencia

Un verdadero sentido de pertenencia

No sé que habrá exactamente en esta combinación de palabras, pero sí sé que cuando las digo en voz alta me suenan bien. Suena como algo que todos ansiamos y necesitamos en nuestras vidas. Queremos formar parte de algo, pero necesitamos que sea algo real, no condicional ni ficticio ni sometido a una discusión constante. Nos hace falta un verdadero sentimiento de pertenencia, pero ¿en qué consiste exactamente?

En 2010, en Los dones de la imperfección, definí el sentido de pertenencia así:

El sentido de pertenencia es el innato deseo humano de formar parte de algo más grande que nosotros. Como este anhelo es tan primario, con frecuencia intentamos adquirirlo encajando con nuestro entorno y buscando la aprobación, que no solo son vacuos sucedáneos del sentimiento de pertenencia, sino que muchas veces constituyen una barrera para alcanzarlo. Dado que el verdadero sentido de pertenencia solo se produce cuando mostramos nuestro yo auténtico e imperfecto ante el mundo, nuestro sentimiento de pertenencia nunca puede ser mayor que nuestro nivel de auto-aceptación.[1]

Esta definición ha resistido la prueba del tiempo y la aparición de nuevos datos en la investigación, pero es incompleta. El verdadero sentido de pertenencia entraña mucho más. Ser nosotros mismos implica a veces tener el valor de sostenernos solos, completamente solos. Incluso mientras escribía esto, todavía consideraba que el sentido de pertenencia requería algo exterior a nosotros: algo que obteníamos, sí, al mostrarnos de un modo real, pero que exigía una experiencia en la que siempre estaban implicadas otras personas. Pero a medida que profundicé en la idea de verdadera pertenencia, vi claro que no es algo que logremos o alcancemos con los demás; es algo que llevamos en nuestro corazón. Cuando pertenecemos plenamente a nosotros mismos y creemos plenamente en nosotros mismos, hemos alcanzado el verdadero sentido de pertenencia.

Pertenecer a nosotros mismos significa ser llamados a sostenernos solos, a aventurarnos en las tierras salvajes de la inseguridad, la vulnerabilidad y las críticas. Lo cual, en un mundo que más bien parece un campo de batalla político e ideológico, es extraordinariamente duro. Damos la impresión de haber olvidado que, incluso cuando estamos completamente solos, seguimos conectados unos con otros por algo más grande que la adscripción a un grupo, una tendencia política o una ideología; seguimos conectados a través del amor y del espíritu humano. Por muy separados que estemos por lo que creemos y pensamos, formamos parte de la misma historia espiritual.

Definición del verdadero sentido
de pertenencia

Soy una investigadora de teoría fundamentada cualitativa. El objetivo de la teoría fundamentada es desarrollar teorías basadas en las experiencias de la gente, y no tanto demostrar o refutar teorías preexistentes. En la teoría fundamentada los investigadores intentan comprender lo que llamamos «la principal preocupación» de los participantes en el estudio. Respecto al sentido de pertenencia, yo preguntaba: ¿Qué trata de conseguir la gente? ¿Qué le preocupa?

La respuesta era de una sorprendente complejidad. La gente quiere formar parte de algo —sentir una conexión real con los demás—, pero no a costa de su autenticidad, de su libertad o su fuerza. Los participantes decían sentirse rodeados, además, de una cultura del «nosotros contra ellos» que crea sentimientos de desconexión espiritual. Cuando yo intentaba profundizar en lo que querían decir con «espiritualmente desconectados», describían una sensación cada vez menor de humanidad compartida. Una y otra vez, los participantes del estudio decían estar preocupados porque lo único que nos une a todos hoy en día es el miedo y el desdén generalizado, no la humanidad común, la confianza mutua, el respeto o el amor. También decían sentir más temor a discrepar o a debatir con amigos, colegas y familiares, por la falta de urbanidad y de tolerancia.

Reacios a elegir entre la lealtad a un grupo y la lealtad a sí mismos, pero desprovistos de esa conexión espiritual más profunda con una humanidad compartida, decían ser ahora mucho más conscientes de la presión para «encajar» y adaptarse. La conexión con una humanidad más amplia proporciona más libertad a la gente para expresar su individualidad sin temor a poner en peligro su sentimiento de pertenencia. Es el espíritu (que hoy parece faltar) con el que se dice: «Sí, somos diferentes en muchos sentidos, pero por debajo de todo eso estamos profundamente conectados».

Mientras estaba tratando de definir la principal preocupación en lo relativo al sentido de pertenencia, volví a Los dones de la imperfección para examinar la definición de espiritualidad que había emergido de los datos de mi investigación de 2010:

La espiritualidad es reconocer y celebrar que estamos todos inextricablemente conectados por un poder más grande que nosotros, y que nuestra conexión con ese poder y entre nosotros mismos se basa en el amor y en la compasión.[2]

Estuve leyendo la expresión «inextricablemente conectados» una y otra vez. Hemos roto ese vínculo. Y en el próximo capítulo os mostraré cómo y por qué lo rompimos. El resto del libro habla de cómo podemos tratar de repararlo, de cómo podemos volver a encontrarnos unos con otros.

A la principal preocupación de los participantes en la investigación actual la llamé «verdadero sentido de pertenencia». Y, a la vista de la definición de antes y de los datos del estudio, no cabía duda de que la lucha de la gente que busca un verdadero sentido de pertenencia es en gran parte espiritual. No se trata en modo alguno de una lucha religiosa en torno a dogmas y cultos, sino de un esfuerzo arduo y sincero para mantenernos conectados con lo que nos une como seres humanos mientras nos movemos por un mundo cada vez más cínico y conflictivo.

Siguiendo el camino de la teoría fundamentada, centré la investigación en estas preguntas:

1. ¿Cuál es proceso, la práctica o la actitud que tienen en común las mujeres y los hombres que han desarrollado un verdadero sentido de pertenencia?

2. ¿Qué se necesita para llegar a un lugar en nuestra vida donde pertenecemos a todas partes y a ninguna, donde el sentido de pertenencia está en nuestro corazón y no es una recompensa por «ser perfeccionistas, por complacer, demostrar y fingir», ni tampoco algo que los demás puedan secuestrar o arrebatarnos?

3. Si estamos dispuestos a aventurarnos en tierras salvajes —sostenernos solos en toda nuestra integridad—, ¿seguimos necesitando ese sentimiento de pertenencia que proviene de una comunidad? 4. ¿El ambiente actual de creciente conflictividad afecta a nuestra búsqueda de un verdadero sentido de pertenencia? Y en caso afirmativo, ¿de qué maneras?

Lo que surgió de las respuestas a estas preguntas fueron los cuatro elementos del verdadero sentido de pertenencia. Estos elementos se encuentran en la realidad del mundo en el que vivimos hoy en día. Las teorías que emergen de esta metodología se basan en la forma de relacionarnos con el mundo en nuestra vida cotidiana; no son hipotéticas. Lo cual significa que no se puede desarrollar una teoría sobre el verdadero sentido de pertenencia sin analizar cómo este mundo cada vez más polarizado modela nuestras vidas y nuestras experiencias de conexión y de auténtica pertenencia. Yo no pretendía escribir un libro sobre el sentido de pertenencia con un trasfondo de caos político e ideológico. Pero eso no lo decido yo. Mi trabajo es reflejar con veracidad los datos recogidos.

Al echar un vistazo a los cuatro elementos, veréis que cada uno implica una práctica diaria y parece una paradoja. Los cuatro van a suponernos un reto:

1. La gente es difícil de odiar vista de cerca. Acércate.

2. Responde con la verdad a las patrañas. Con urbanidad.

3. Cógete de las manos. Con desconocidos.

4. Espalda fuerte. Piel blanda. Corazón indómito.

Territorio salvaje

Cuando surgió de los datos del estudio una imagen más clara del verdadero sentido de pertenencia, y comprendí por qué a veces debemos afirmarnos en nuestras decisiones y creencias, pese al temor a la crítica y al rechazo, la primera imagen que me vino a la cabeza fue la de las tierras salvajes. Teólogos, escritores, poetas y músicos han utilizado las tierras salvajes como metáfora para representar todo lo que va desde un vasto y peligroso entorno donde te ves obligado a superar duras pruebas, hasta un refugio de naturaleza y belleza donde buscar un espacio para la contemplación. En cualquier caso, todas las metáforas de las tierras salvajes tienen en común las ideas de soledad, de vulnerabilidad y de búsqueda, que puede ser emocional, espiritual o física.

Pertenecer ante todo a ti mismo, tan plenamente como para estar dispuesto a sostenerte solo, es estar en una tierra salvaje: en un lugar indómito e imprevisible de soledad y de búsqueda. Es un lugar tan peligroso como espectacular, tan buscado como temido. La tierra salvaje a menudo puede parecer intempestiva porque no podemos dominarla, ni controlar lo que piense la gente sobre nuestra decisión de aventurarnos o no en esa inmensidad. Pero resulta ser una tierra donde es posible experimentar un auténtico sentido de pertenencia: la tierra más feroz y sagrada que pisarás jamás.

El valor especial que hay que tener para experimentar un auténtico sentido de pertenencia no solo tiene que ver con enfrentarse a las tierras salvajes, sino con convertirse en las tierras salvajes. Consiste en echar abajo los muros, en salir de nuestros búnkeres ideológicos, en afrontar la vida desde el corazón indómito y no desde las viejas heridas.

No podemos esperar encontrarnos un camino bien trillado a través de esas tierras baldías. Aunque yo pueda transmitir lo que he aprendido de los participantes del estudio que practican el verdadero sentido de pertenencia en sus vidas, todos tenemos que hallar nuestro propio camino en ese territorio salvaje. Y, si sois como yo, algunas partes de ese territorio no os van a gustar.

Tendremos que estar —voluntariamente— con personas distintas de nosotros. Tendremos que inscribirnos, reunirnos y tomar asiento alrededor de la mesa. Tendremos que aprender a escuchar, a mantener duras conversaciones, a buscar la alegría y compartir el dolor, a ser más curiosos que defensivos, sin dejar de buscar siempre momentos de solidaridad.

Un verdadero sentido de pertenencia no es pasivo. No es el sentimiento que procede simplemente de unirse a un grupo. No es encajar, ni fingir ni traicionarse por comodidad. Es una práctica que requiere que seamos vulnerables, que nos sintamos incómodos y aprendamos a estar con los demás sin sacrificar lo que somos. Queremos alcanzar un auténtico sentido de pertenencia, pero hace falta un valor tremendo para aventurarse a sabiendas en situaciones difíciles.

Los siete pilares de la confianza

Uno no se adentra en tierras salvajes sin prepararse. Para sostenerse solo en un entorno hipercrítico o mantener la unidad en medio de la diferencia hace falta una herramienta que está por encima de todas las demás: confianza. Para enfrentarnos a las tierras salvajes y convertirnos en las tierras salvajes debemos aprender a confiar en nosotros mismos y a confiar en los demás.

La definición de confianza que mejor se adecúa a los datos de mi investigación la formuló Charles Feltman. Feltman dice que la confianza consiste en «arriesgarse a hacer vulnerable algo que valoras exponiéndolo a la acción de otra persona» y afirma que la desconfianza consiste en decidir que «lo que es importante para mí corre peligro frente a tal persona en una situación concreta (o en cualquier situación)».[3]

Dado que nos cuesta mucho meternos en la cabeza y en el corazón un concepto tan grande como el de la confianza, y dado que las conversaciones habituales sobre la cuestión «no confío en ti» raramente son productivas, me dediqué a indagar para entender mejor de qué estamos hablando cuando hablamos de confianza.

De los datos de la investigación surgieron siete componentes de la confianza que son útiles para confiar tanto en los demás como en nosotros mismos.[4]

Suelo repasar esos siete pilares como si fueran una lista de instrumentos para adentrarse en tierras salvajes. Y me encanta hacerlo porque me recuerda que confiar en mí misma y en los demás es un proceso que me hace vulnerable y que requiere valor. Aunque ya expuse este hallazgo por primera vez en Más fuerte que nunca, no me sorprendió ver que la confianza volvía a surgir en las entrevistas sobre el sentido de pertenencia.

Confiar en los demás

Límites. Tú respetas mis límites y, cuando no estás seguro de lo que es correcto y lo que no, me lo preguntas. Estás dispuesto a decir «no» si es necesario.

Fiabilidad. Haces lo que dices que vas a hacer. Esto implica ser consciente de tus capacidades y limitaciones, para no excederte en tus promesas, ser capaz de cumplir con tus compromisos y hallar el equilibrio entre prioridades contrarias.

Responsabilidad. Reconoces tus errores, te disculpas y te enmiendas.

Discreción. No transmites información o experiencias que no te corresponde transmitir a ti. Debo saber que mis confidencias están a salvo y que tú no me transmites información de otras personas que debería ser confidencial.

Integridad. Prefieres el valor a la comodidad. Prefieres lo correcto a lo divertido, lo fácil o lo rápido. Y prefieres poner en práctica tus valores, no solo proclamarlos.

No juzgar. Yo puedo pedir lo que necesito y tú puedes pedir lo que necesitas. Ambos podemos hablar de cómo nos sentimos sin juzgarnos.

Generosidad. Aplicas la interpretación más generosa posible a las intenciones, las palabras y los actos de los demás.

Autoconfianza

No se me ocurre nada más importante en una tierra salvaje que la autoconfianza. El miedo puede hacer que nos extraviemos, pero la arrogancia es todavía más peligrosa. Si releéis la lista cambiando los pronombres, veréis que los siete pilares de la confianza también funcionan como un poderoso instrumento para evaluar nuestro nivel de autoconfianza.

Límites. ¿He respetado mis propios límites? ¿He dejado claro lo que está bien y lo que no?

Fiabilidad. ¿He sido fiable? ¿He hecho lo que dije que haría?

Responsabilidad. ¿He asumido mis errores y rendido cuentas?

Discreción. ¿He respetado las confidencias y transmitido de forma apropiada lo que sé?

Integridad. ¿He actuado según mi propia integridad?

No juzgar. ¿He pedido lo que necesitaba? ¿No me he juzgado por necesitar ayuda?

Generosidad. ¿He sido generoso conmigo mismo?

La búsqueda y la paradoja

Como digo a menudo, soy una cartógrafa experta, pero al viajar puedo perderme y tropezarme como todo el mundo. Todos debemos encontrar nuestro propio camino; lo cual significa que, aunque estemos usando el mismo mapa, tu camino puede ser distinto del mío. Joseph Campbell escribió: «Si ves cómo se extiende tu camino en lontananza, paso a paso, ya sabes que ese no es tu camino. Tu propio camino lo haces con cada paso que das. Por eso es tu camino».[5]

La búsqueda del verdadero sentido de pertenencia empieza con esta definición que elaboré a partir de los datos de la investigación. Servirá como piedra de toque mientras seguimos avanzando juntos:

El verdadero sentido de pertenencia es la práctica espiritual que consiste en creer en ti mismo y en pertenecer a ti mismo tan profundamente que puedes compartir tu yo más auténtico con el mundo y descubrir lo que hay de sagrado tanto en formar parte de algo como en sostenerse solo en un territorio salvaje. La verdadera pertenencia no requiere que cambies lo que eres; requiere que seas lo que eres.

Lo único que sabemos con certeza es que en esta búsqueda necesitaremos aprender a gestionar la tensión de las muchas paradojas que se presentarán por el camino, entre ellas la importancia de estar con y estar solo. En muchos sentidos, la etimología de la palabra «paradoja» da en el centro de la diana de lo que significa escapar de nuestros búnkeres ideológicos, sostenernos por nuestra propia cuenta y aventurarnos en territorio salvaje. En el griego original, paradoja es la unión de dos palabras: para (contrario a) y dokein (opinión). En latín, paradoxum significa «absurdo en apariencia, pero verdadero en realidad». La verdadera pertenencia no es algo que consigas en el exterior; es lo que llevas en tu corazón. Es descubrir lo que hay de sagrado en formar parte de algo y en aventurarse solo en las tierras salvajes. Cuando llegamos a ese lugar, incluso aunque sea momentáneamente, pertenecemos a todas partes y a ninguna. Parece absurdo, pero es verdad.

Carl Jung sostenía que la paradoja constituye uno de nuestros bienes espirituales más valiosos y un gran testimonio de la verdad. Me parece que tiene sentido que nos veamos llamados a combatir esta crisis espiritual de desconexión con uno de nuestros bienes espirituales más preciados. Dar testimonio de la verdad casi nunca es fácil, especialmente cuando estás solo en territorio en salvaje.

Pero como nos dice Maya Angelou: «El precio es elevado. La recompensa, enorme».[6]