CAPÍTULO 8

No morir de una enfermedad hepática

 

 

 

 

 

Hay pacientes a los que uno no olvida jamás. El primer día de mi rotación en medicina GI (GI significa gastrointestinal, lo que significa que estaba a punto de enfrentarme a problemas en el aparato digestivo, desde la boca hasta el ano), me presenté y me dijeron que observara al equipo de especialistas en una de las salas de endoscopia, donde los médicos usan un endoscopio para mirar en el interior del tracto GI en todo tipo de procedimientos rutinarios. Esperaba encontrarme con una colonoscopia y ver un pólipo rectal o, quizá, que se tratara de una endoscopia superior y poder ver una úlcera de estómago. Sin embargo, jamás olvidaré lo que vi. Aún me alienta hoy en mi misión de ayudar a las personas a entender la relación ineludible entre estilo de vida y salud (o ausencia de la misma).

Había una paciente, sedada y tendida en una camilla, a la que rodeaba un equipo de médicos que usaban un endoscopio con cámara. Miré el monitor e intenté encontrar puntos de referencia anatómicos, para saber dónde estaba el endoscopio. Definitivamente, estaba en la garganta, pero el esófago estaba cubierto con lo que parecían venas varicosas pulsantes. Estaban por todas partes. Eran como gusanos que intentaran atravesar la fina superficie del esófago. Varias de ellas habían conseguido erosionarla y sangraban a borbotones. Seguí observando, mientras con cada latido del corazón de la paciente brotaba más sangre. Básicamente, estaba muriendo desangrada por una hemorragia de estómago. Los médicos intentaban desesperadamente cauterizar y cerrar todos esos manantiales de sangre roja, pero era inútil. En cuanto cerraban uno, salía otro.

Eran varices esofágicas, venas inflamadas por un exceso de sangre acumulada como consecuencia de un hígado cirrótico. Mientras observaba el avance de la pesadilla, me pregunté cómo habría desarrollado cirrosis esa paciente. ¿Era alcohólica? ¿Había contraído una hepatitis? Recuerdo que pensé en lo destrozada que debía de haberse sentido cuando le comunicaron que tenía una enfermedad hepática en fase terminal. ¿Cómo estaría su familia? Los pitidos de las alarmas de los monitores me sacaron de mi ensimismamiento. Se estaba desangrando.

Los médicos no podían transfundirle sangre más rápidamente de lo que ella la perdía por dentro. La presión sanguínea se desplomó y el corazón se detuvo. El personal médico pasó a la acción con compresiones torácicas, palas de reanimación e inyecciones de adrenalina, pero la perdieron definitivamente en cuestión de minutos.

Me tocaba a mí hablar con la familia. Me explicaron que su cirrosis no había sido consecuencia del consumo excesivo de alcohol ni de haberse pinchado drogas. El hígado se le había cubierto de cicatrices, porque era obesa y había desarrollado un hígado graso. Todo lo que acababa de presenciar hubiera podido evitarse: había sido el resultado directo del estilo de vida elegido. Las personas con sobrepeso pueden sufrir estigmatización social, tener problemas de rodillas y ver cómo aumenta su riesgo de desarrollar alteraciones metabólicas como la diabetes. Pero ella fue la primera persona a la que vi desangrarse hasta morir.

La familia lloró. Yo lloré. Y me jure a mí mismo que haría todo lo que estuviera en mis manos para ayudar a impedir que nada semejante volviera a sucederle a alguien bajo mi responsabilidad.

 

 

Podemos vivir con un solo riñón. Podemos sobrevivir sin bazo y sin vesícula. Incluso podemos apañárnoslas sin estómago. Pero vivir sin el hígado, el órgano interno más grande del cuerpo, es imposible.

¿Qué hace el hígado, exactamente? A este órgano vital se le han atribuido hasta quinientas funciones distintas.[1] La primera y más importante es que ejerce de portero de discoteca y mantiene fuera del organismo a quienes se presentan sin invitación. Sea lo que sea lo que absorbamos por el tracto digestivo, no pasa directamente a todo el organismo. Antes, la sangre procedente de los intestinos pasa por el hígado, que metaboliza los nutrientes y neutraliza las toxinas. Por lo tanto, es fácil entender por qué lo que comemos puede desempeñar y desempeña una función crucial en la salud (y la enfermedad) del hígado.

En Estados Unidos fallecen unas 60.000 personas cada año como consecuencia de una enfermedad hepática y el índice de mortalidad ha aumentado durante cada uno de los últimos cinco años.[2] La incidencia del cáncer hepático ha aumentado en un 4 por ciento anual durante la última década.[3] La disfunción hepática puede ser hereditaria, como la hemocromatosis, una enfermedad por acumulación de hierro. Puede ser consecuencia de infecciones que acaban desembocando en un cáncer hepático o puede ser consecuencia del uso de fármacos (con frecuencia, por sobredosis intencionales o accidentales de paracetamol).[4] Sin embargo, las causas más frecuentes son la bebida y la comida: la enfermedad hepática alcohólica y la enfermedad por hígado graso.

 

 

ENFERMEDAD HEPÁTICA ALCOHÓLICA

 

Según la conocida serie de artículos publicados en el Journal of the American Medical Association, titulada «Actual Causes of Death in the United States» (Causas reales de muerte en Estados Unidos) [énfasis añadido], la primera causa de muerte entre los estadounidenses el año 2000 fue el tabaco, seguido de la dieta y el sedentarismo. ¿El tercer culpable? El alcohol.[5] Aproximadamente la mitad de las muertes como consecuencia del alcohol fueron por causas repentinas, como accidentes de automóvil; la otra mitad fueron muertes más lentas y la primera causa de las mismas fue la enfermedad hepática alcohólica.[6]

El consumo excesivo de alcohol puede provocar la acumulación de grasa en el hígado (lo que se conoce como hígado graso), que puede causar inflamación, aparición de cicatrices fibrosas y, finalmente, insuficiencia hepática. Los CDC definen un consumo excesivo de alcohol como el consumo habitual de más de una bebida al día para mujeres y de más de dos para los hombres. Una bebida se define como 36 cl de cerveza, 23,5 cl de licor de malta, 15 cl de vino o 4,4 cl (un chupito) de alcohol destilado.[7] Aunque, en general, es posible detener el avance de la enfermedad si se deja de beber alcohol, hay veces en que se llega demasiado tarde.[8]

Un consumo excesivo de alcohol puede causar un hígado graso en menos de tres semanas,[9] pero suele tardar entre cuatro y seis semanas en resolverse una vez que se deja de beber.[10] Y, en entre un 5 por ciento y un 15 por ciento de los casos, la enfermedad sigue avanzando y el hígado empieza a desarrollar cicatrices fibrosas a pesar de haber dejado de consumir alcohol.[11]

Del mismo modo, una vez que se da el diagnóstico de hepatitis (inflamación del hígado) inducida por el alcohol, el índice de supervivencia a los tres años puede llegar hasta el 90 por ciento en las personas que dejan de beber tras el diagnóstico.[12] Sin embargo, hasta un 18 por ciento de ellas puede desarrollar cirrosis, o la cicatrización irreparable del hígado.[13]

La mejor estrategia para evitar la enfermedad hepática alcohólica es no pasarse con la bebida, para empezar. Sin embargo, si bebemos en exceso hay que saber que podemos pedir ayuda. Aunque es posible que la mayoría de personas que beben demasiado no sean alcohólicas,[14] cada vez hay más pruebas de que los programas de 12 pasos, como Alcohólicos Anónimos, pueden resultar eficaces para quienes son dependientes del alcohol.[15]

 

 

PERO ¿BEBER CON MODERACIÓN NO ERA BENEFICIOSO?

 

Todo el mundo está de acuerdo en que el consumo excesivo de alcohol, el consumo de alcohol durante el embarazo y el consumo intensivo de alcohol (atracones de alcohol) son una mala idea. Pero ¿y el consumo «moderado»? Sí, quienes beben demasiado alcohol pueden acortar sus vidas, pero los abstemios también.[16] Fumar es malo y fumar mucho es aún peor; sin embargo, esta lógica podría no ser aplicable al consumo de alcohol. De hecho, parece que beber un poco de alcohol podría ejercer un efecto beneficioso sobre la mortalidad por cualquier causa, aunque sólo para quienes, para empezar, no se cuidan demasiado.[17]

Es posible que tengamos la impresión de que el alcohol ejerce un efecto protector sobre la salud cardiovascular, por su efecto anticoagulante,[18] pero en realidad se ha visto que incluso un consumo muy leve (menos de una bebida al día) eleva el riesgo de desarrollar cáncer, tal y como veremos en el capítulo 11. ¿Cómo es posible que algo que aumenta el riesgo de desarrollar cáncer prolongue al mismo tiempo la vida? El cáncer es «sólo» la segunda causa de muerte en los países industrializados. Y, como la enfermedad coronaria es la primera, las personas que beben moderadamente viven más que quienes se abstienen. Sin embargo, es muy posible que este beneficio sea exclusivo de quienes no satisfacen unos mínimos de conductas saludables.[19]

Para determinar quién podría beneficiarse de un consumo moderado de alcohol, los investigadores reclutaron a casi 10.000 hombres y mujeres, a los que siguieron durante diecisiete años tras haber evaluado sus hábitos de estilo de vida y de consumo de alcohol. Publicaron los resultados en un artículo titulado «Who Benefits Most from the Cardioprotective Properties of Alcohol Consumption-Health Freaks or Couch Potatoes?» (¿Quién se beneficia más de los efectos cardioprotectores del consumo de alcohol? ¿Los obsesos por la salud o los que no se levantan del sofá?) ¿Qué era un «obseso por la salud»? Según la definición del estudio, todo el que haga ejercicio durante 30 minutos diarios, no fume y coma al menos una ración de fruta o verdura al día.[20] (¿Qué dice de nuestras dietas estándar que comer una manzana al día nos convierta en «obsesos por la salud»?)

Una o dos bebidas diarias redujo el riesgo de enfermedad cardiovascular para «los que no se levantaban del sofá» y los que tenían un estilo de vida poco saludable. Sin embargo, las personas que practicaban unas mínimas conductas saludables no se beneficiaron en absoluto del consumo de alcohol. Moraleja: la uva, la cebada y las patatas, mejor en su forma no destilada. Y Johnnie Walker no sustituye a los paseos de verdad.*

 

ENFERMEDAD HEPÁTICA NO ALCOHÓLICA

 

La causa más habitual del hígado graso no es el alcohol, sino la enfermedad por hígado graso no alcohólico (EHGNA). Quizá recuerde el exitoso documental Super Size Me, cuyo director, Morgan Spurlock, comió exclusivamente en McDonald’s durante un mes. Predeciblemente, el peso, la tensión arterial y el colesterol de Spurlock se dispararon, al igual que sus enzimas hepáticas. Esto era una señal de que sus células hepáticas estaban muriendo y vertiendo su contenido en el torrente sanguíneo. ¿Cómo perjudicaba la dieta a su hígado? Para ser gráfico: estaba empezando a transformar su hígado en un foie-gras (que significa, literalmente, hígado graso) humano.

Hubo críticos que lo calificaron de excesivamente sensacionalista, pero un equipo de investigadores suecos se lo tomaron suficientemente en serio como para replicar formalmente el estudio de sujeto único de Spurlock. En su estudio, un grupo de hombres y mujeres accedieron a comer comida rápida dos veces al día. Al principio, sus niveles enzimáticos eran normales, pero al cabo de tan sólo una semana de haber adoptado esta dieta los análisis de la función hepática del 75 por ciento de los voluntarios dieron resultados patológicos.[21] Si una dieta no saludable puede dañar el hígado en un espacio de siete días, no debería sorprendernos que la EHGNA se haya convertido insidiosamente en la causa más habitual de enfermedad hepática crónica en Estados Unidos, donde afecta aproximadamente a 70 millones de personas.[22] Eso son uno de cada tres adultos y es muy posible que afecte a casi el 100 por cien de quienes padecen obesidad severa.[23]

Al igual que el hígado graso alcohólico, la EHGNA empieza con una acumulación de depósitos grasos en el hígado que no provoca síntoma alguno. En casos raros, esta acumulación de grasa puede provocar una inflamación y, con los años, la escarificación del hígado, que se vuelve cirrótico y puede derivar en cáncer hepático, insuficiencia hepática e incluso la muerte. Tal y como vi en la sala de endoscopias.[24]

Si la comida rápida es tan efectiva a la hora de instigar la enfermedad es porque la EHGNA se asocia a la ingesta de refrescos y carne. Beber tan sólo un refresco al día parece aumentar en un 45 por ciento las probabilidades de desarrollar un hígado graso.[25] Mientras, la incidencia de la enfermedad por hígado graso entre quienes comen la cantidad de carne equivalente a 14 nuggets de pollo o más al día prácticamente triplica a la de quienes comen 7 o menos. [26]

Aunque se ha descrito la EHGNA como una «historia de grasa y azúcar»,[27] no todas las grasas afectan al hígado de la misma manera. Las personas que sufren de inflamación por hígado graso consumían más grasa animal (y colesterol), pero menos grasa vegetal (y fibra y antioxidantes).[28] Quizás, esto explique por qué la adherencia a la dieta mediterránea, que incluye mucha fruta y verdura, cereales integrales y legumbres, se ha asociado a una menor severidad de la enfermedad por hígado graso, a pesar de que no se trata de una dieta baja en grasa.[29]

LA EHGNA también podría ser consecuencia de un exceso de colesterol.[30] El colesterol dietético que encontramos en los huevos, la carne y los lácteos puede oxidarse y activar una reacción en cadena que acaba con una acumulación de grasa en el hígado.[31] Cuando la concentración de colesterol en las células hepáticas es excesiva, puede cristalizar como si fuera caramelo y provocar una inflamación. Es un proceso parecido al de los cristales de ácido úrico, que causan la gota (tal y como veremos en el capítulo 10).[32] Los glóbulos blancos intentan atrapar a los cristales de colesterol, pero mueren en el intento y derraman sustancias inflamatorias. Y esto podría explicar cómo casos benignos de hígado graso pueden convertirse en una hepatitis grave.[33]

Para explorar la relación entre la dieta y la enfermedad hepática grave, se estudió a 9.000 adultos estadounidenses durante trece años. Los investigadores determinaron que la conclusión más importante podría ser que el consumo de colesterol era un predictor potente para la cirrosis y el cáncer de hígado. Las personas que consumían la cantidad de colesterol que encontramos en dos McMuffins de huevo[34] o más al día presentaban el doble del riesgo de hospitalización o muerte.[35]

Es muy posible que la mejor manera de evitar la EHGNA, la primera causa de enfermedades hepáticas, sea evitar el exceso de calorías, colesterol, grasas saturadas y azúcar.

 

HEPATITIS VÍRICA

 

La hepatitis vírica es otra de las causas habituales de enfermedad hepática y es consecuencia de la infección por uno o más de cinco virus distintos: hepatitis A, B, C, D o E. Tanto el modo de transmisión como la prognosis son distintos para cada uno de ellos. La hepatitis A se transmite fundamentalmente a través de alimentos o agua contaminados con heces. Puede prevenirse con vacunas, evitando el marisco crudo o poco hecho e intentando garantizar que todo el que manipule la comida que vamos a ingerir se lave las manos después de haber cambiado un pañal o de haber ido al lavabo.

Mientras que el virus de la hepatitis A se transmite por los alimentos, el de la hepatitis B se transmite por la sangre y se contagia por vía sexual. Al igual que sucede con la hepatitis A, hay una vacuna efectiva contra la hepatitis B y que debería administrarse a todos los niños. La infección por hepatitis D sólo puede ocurrir en alguien que ya tiene la B, por lo que puede prevenirse previniendo la hepatitis B. Así que vacúnese, no se inyecte drogas por vía intravenosa y practique el sexo seguro.

Por desgracia, de momento carecemos de vacuna para el virus de la hepatitis C, el más temido de los virus hepáticos. La exposición al mismo puede llevar a una infección crónica que, a lo largo de las décadas, puede evolucionar hasta una cirrosis o una insuficiencia hepática. En la actualidad, la hepatitis C es la primera causa de los trasplantes de hígado.[36]

 

 

LA CLORELA Y LA HEPATITIS C

 

La clorela, un alga verde, ha abierto una vía prometedora en el tratamiento de la hepatitis C. Un estudio aleatorizado, doble ciego y controlado por placebo concluyó que dos cucharaditas al día de clorela reforzaban la actividad de las células NK en el organismo de los participantes, lo que podría acabar de forma natural con las células infectadas con el virus de la hepatitis C.[37]

Un estudio clínico sobre pacientes con hepatitis C concluyó que los suplementos de clorela podían aliviar la inflamación hepática, pero se trató de un estudio pequeño y no controlado.[38]

Necesitamos desesperadamente tratamientos alternativos para la hepatitis C, ya que los tratamientos más antiguos y menos caros suelen fracasar debido a los insoportables efectos secundarios, y los fármacos más modernos y tolerables llegan a costar hasta 1.000 dólares por pastilla.[39] La clorela podría resultar útil como tratamiento coadyuvante (adicional) o en los casos en que los pacientes no pudieran tolerar o permitirse un tratamiento antiviral convencional, pero es posible que también entrañe riesgos (véanse pp. 118-119).

 

 

La hepatitis C se transmite por la sangre, normalmente más por haber compartido agujas que por haber recibido una transfusión sanguínea, ahora que se analiza la sangre para comprobar que no esté infectada. Sin embargo, compartir artículos de higiene personal que podrían estar contaminados con trazas de sangre, como cepillos de dientes o cuchillas, también podría suponer un riesgo.[40]

Aunque se informó de un caso en el que una mujer contrajo hepatitis C tras haber compartido un cortafiambre de supermercado con un compañero infectado,[41] el virus no está presente en la carne de forma natural, ya que los seres humanos y los chimpancés parecen ser los únicos animales susceptibles al mismo.

No podemos decir lo mismo del virus de la hepatitis E.

 

 

PREVENIR LA HEPATITIS E MEDIANTE LA DIETA

 

Tal y como explicó uno de los jefes de laboratorio de la División de Hepatitis Vírica de los CDC en un artículo titulado «Much Meat, Much Malady: Changing Perceptions of the Epidemiology of Hepatitis E» (Mucha carne, mucha enfermedad. Cambios en la percepción de la epidemiología de la hepatitis E), el virus de la hepatitis E se considera ahora una enfermedad zoonótica, capaz de pasar de los animales a las personas. Y es posible que los cerdos sean el principal reservorio viral.[42]

El cambio en la concepción de la enfermedad empezó en 2003, cuando investigadores en Japón relacionaron el virus de la hepatitis E (VHE) con el consumo de hígado de cerdo a la plancha. Analizaron hígados de cerdo comercializados en carnicerías japonesas y determinaron que casi el 2 por ciento de los mismos daban positivo para el VHE.[43] En Estados Unidos, la situación era aún peor: el 11 por ciento de los hígados de cerdo comprados en carnicerías estaban contaminados con el VHE.[44]

Resulta alarmante, sí, pero ¿cuánta gente come hígado de cerdo? ¿Sucede lo mismo con la carne de cerdo normal y corriente?

Por desgracia, es posible que la carne de cerdo también contenga el VHE. Los expertos sospechan que gran parte de la población estadounidense se ha visto expuesta al virus, ya que se sabe que la prevalencia de anticuerpos VHE entre los donantes de sangre estadounidenses es muy elevada. La exposición podría ser el resultado del consumo de carne de cerdo contaminada.[45]

¿En los países donde la carne de cerdo es más popular muere más gente como consecuencia de enfermedades hepáticas? Parece que sí. La correlación entre el consumo nacional per cápita de carne de cerdo y las muertes por enfermedad hepática es tan potente como el consumo de alcohol per cápita y las muertes por esa misma causa. Cada chuleta de cerdo consumida per cápita podría representar a escala nacional un incremento del riesgo de muerte por enfermedad hepática equivalente a dos cervezas.[46]

¿Los virus no se desactivan al cocinar la comida? Normalmente sí, pero siempre queda el problema de la contaminación cruzada de manos y de superficies de cocina cuando manipulamos carne cruda. Una vez que la carne está en el horno, la mayoría de los patógenos son destruidos cuando se alcanzan las temperaturas de cocción internas adecuadas. Permítame que insista en adecuadas. Los investigadores del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos sometieron el virus de la hepatitis E a distintas temperaturas y concluyeron que el VHE puede sobrevivir a la temperatura interna que alcanza la carne cocinada al punto.[47] Así que, si come cerdo, invierta en un termómetro de carne y asegúrese de que sigue las técnicas de manipulación adecuadas, como limpiar las superficies de la cocina con una solución de lejía.[48]

Aunque la mayoría de personas que desarrollan hepatitis E se recuperan por completo, puede resultar mortal en el caso de las mujeres embarazadas: el riesgo de muerte durante el tercer trimestre puede alcanzar el 30 por ciento.[49] Si está embarazada, sea especialmente cuidadosa cuando cocine carne de cerdo. Y si en casa hay personas a quienes les gusta que quede rosa en el centro, deberían asegurarse de que se lavan las manos a conciencia después de ir al lavabo.

 

 

SUPLEMENTOS PARA PERDER PESO Y ENFERMEDADES HEPÁTICAS

 

Todos conocemos sistemas de marketing dedicados a distribuir productos que afirman ofrecer toda suerte de beneficios para la salud. Y como este tipo de programas de distribución suelen funcionar a partir de una estructura piramidal multinivel (se gana dinero vendiendo productos, pero también reclutando a otros para las labores comerciales), el boca a boca funciona a gran velocidad, lo que resulta especialmente perturbador cuando las relaciones públicas pasan por delante de la verdad.

Efectivamente, y a pesar de que la mayoría de enfermedades hepáticas son inducidas por medicaciones convencionales, hay suplementos dietéticos que pueden causar lesiones hepáticas aún más graves y que pueden desembocar en índices más elevados de trasplantes de hígado y de muerte por enfermedad hapática.[50] Los distribuidores multinivel de productos que luego se han asociado a reacciones tóxicas (como el zumo de noni[51] y Herbalife[52]) recurren a estudios científicos para sustentar sus afirmaciones. Sin embargo, una revisión de salud pública concluyó que, con frecuencia, estos estudios parecían «haber sido diseñados deliberadamente con fines comerciales» y se presentaban de tal modo que parecían «tener el objetivo de engañar a los consumidores potenciales». Con frecuencia, los investigadores que llevaban a cabo estos estudios no revelaban sus fuentes de financiación, pero si se investiga un poco aparece toda una red de conflictos de interés económicos.[53]

Los estudios sospechosos eran los mismos que luego se citaban para demostrar la seguridad de los productos. Por ejemplo, una empresa de distribución multinivel que vende zumo de mangostino citaba un estudio que ellos mismos habían financiado para demostrar su afirmación de que su producto es «seguro para todos». El estudio consistió en exponer a tan sólo 30 personas a su producto y a 10 a un placebo. Cuando la muestra es tan pequeña, el producto podría, literalmente, matar al 1 o 2 por ciento de sus usuarios y nadie lo sabría.[54]

Un estudio citado por la distribuidora multinivel detrás de un suplemento llamado Metabolife, denunciado por cuestiones de seguridad, administró el producto a 30 personas.[55] Desde entonces, Metabolife ha sido retirado del mercado, tras haber sido relacionado con infartos de miocardio, ictus, ataques epilépticos y muertes.[56] El ácido hidroxicítrico, uno de los ingredientes de productos como Hydroxycut, se estudió sobre 40 personas.[57] A pesar de que no se detectaron efectos adversos graves, la historia acabó igual: Hydroxycut fue retirado del mercado después de que salieran a la luz docenas de casos verificados de daños orgánicos, como insuficiencias hepáticas masivas que requirieron trasplantes o incluso provocaron muertes.[58] Hasta que la industria de los suplementos dietéticos, que mueve miles de millones de dólares, no esté mejor regulada, es mucho mejor que conserve su dinero (y su salud) y opte por la comida de verdad.

 

 

DESAYUNAR PARA PROTEGER EL HÍGADO

 

Se ha visto que hay plantas específicas que protegen el hígado. Por ejemplo, empezar el día con un cuenco de avena y (sorprendentemente) café, podría ayudarnos a proteger la función hepática.

AVENA

 

Aunque múltiples estudios poblacionales han asociado el consumo de cereales integrales con una reducción del riesgo de desarrollar toda una serie de enfermedades crónicas,[59] resulta muy difícil determinar si el consumo de cereales integrales podría ser poco más que un indicador de un estilo de vida más saludable en general. Por ejemplo, las personas que comen cereales integrales, como la avena, el trigo y el arroz integrales, también tienden a hacer más ejercicio físico, fumar menos y comer más fruta, verdura y fibra dietética[60] que quienes prefieren desayunar cereales refinados, por ejemplo. Claro que el primer grupo tiene menos riesgo de caer enfermo. Por suerte, los investigadores pueden controlar estos factores y comparar exclusivamente a no fumadores con no fumadores con una dieta y hábitos de actividad física similares. Una vez controlados estos factores, los cereales integrales parecen conservar su capacidad protectora.[61]

En otras palabras, parece demostrado que la incidencia de enfermedades entre las personas que comen avena es menor, pero eso no es lo mismo que decir que si empezamos a consumir avena, nuestro riesgo disminuirá. Para demostrar una relación de causa y efecto necesitamos comprobarlo mediante un ensayo de intervención: modificar la dieta de los participantes y ver qué sucede. Idealmente, los investigadores asignarían aleatoriamente a los sujetos a uno de dos grupos; uno comería avena y el otro un placebo (una avena falsa, con un aspecto y un sabor parecidos a los de la verdadera). Ni los sujetos ni los investigadores pueden saber quién toma qué hasta el final del estudio. Se trata de un diseño doble ciego sólido, fácil de usar cuando estudiamos medicamentos, ya que sólo es cuestión de administrar una grajea de azúcar con el mismo aspecto que el medicamento en cuestión. Por el contrario, y tal y como ya hemos dicho antes, no es tan fácil preparar comida placebo.

Aun así, en 2013 un grupo de investigadores publicó el primer estudio aleatorizado doble ciego y controlado por placebo sobre la avena y su efecto en hombres y mujeres con sobrepeso.[62] Detectaron que la inflamación del hígado en el grupo que recibió la avena de verdad se redujo de forma significativa, aunque es posible que se debiera a que perdieron mucho más peso que el grupo control (es decir, los que recibieron la falsa avena-placebo). Casi el 90 por ciento de los sujetos tratados con avena perdieron peso, en comparación con la ausencia de pérdida de peso, en promedio, en el grupo de control. Por lo tanto, es posible que los cereales integrales beneficien a la función hepática de forma indirecta.[63] En 2014 se llevó a cabo un estudio que ayudó a confirmar los efectos protectores de los cereales integrales en pacientes con hígado graso no alcohólico, cuyo riesgo de desarrollar una inflamación se redujo. En este estudio, el consumo de cereales refinados se asoció a un aumento del riesgo de desarrollar la enfermedad.[64] Así que olvídese de los cereales industriales y cíñase a los cereales integrales, como la avena, que son verdaderamente maravillosos.

 

 

PREPARE SU PROPIO CÓCTEL DE ARÁNDANOS INTEGRALES

 

Se ha descubierto que las antocianinas, un tipo específico de compuesto vegetal (los pigmentos morados, rojos y azules de plantas como las bayas, las uvas, las ciruelas, la col roja y la cebolla roja) previenen la acumulación de grasa en células hepáticas humanas en estudios in vitro.[65] Se ha publicado un único ensayo clínico (sobre humanos) de confirmación, en el que un preparado de boniato púrpura consiguió reducir la inflamación hepática mejor que un placebo.[66]

A la hora de suprimir el crecimiento de células hepáticas cancerosas humanas en una placa de Petri,[67] los arándanos quedaron por delante del resto de frutas de consumo habitual: manzanas, plátanos, pomelos, limones, naranjas, melocotones, peras, piñas y fresas. Otros estudios han concluido que los arándanos también son efectivos in vitro contra otros tipos de cáncer, como los de cerebro,[68] mama,[69] colon,[70] pulmón,[71] boca,[72] ovarios,[73] próstata[74] y estómago.[75] Lamentablemente, aún no se han llevado a cabo ensayos clínicos que confirmen los efectos del consumo de arándanos en pacientes con cáncer.

Lo que es más, para disgusto de la industria farmacéutica, los científicos no han podido identificar con exactitud los ingredientes activos responsables de los efectos de los arándanos. Los extractos concentrados de elementos individuales no consiguen igualar los efectos anticancerígenos del arándano entero,[76] que, obviamente, no puede patentarse. Por si necesitábamos más pruebas de que casi siempre es mejor optar por alimentos integrales.

Sin embargo, ¿cómo hacerlo con los arándanos, que son muy ácidos?

Las tiendas no nos lo ponen fácil, porque el 95 por ciento de los arándanos se venden en forma de productos procesados, como zumos y salsas.[77] De hecho, para ingerir la misma cantidad de antocianinas que contienen 160 gramos de arándanos frescos o congelados, deberíamos beber 16 tazas de cóctel de zumo de arándanos, comer 1.200 gramos de arándanos deshidratados o meternos entre pecho y espalda 26 latas de salsa de arándanos.[78] El fitonutriente rojo rubí que contienen los arándanos es un antioxidante muy potente, pero el jarabe de maíz rico en fructosa que se añade al cóctel de arándanos actúa como prooxidante, por lo que anula parte de los beneficios de la fruta.[79]

A continuación encontrará una receta muy sencilla para elaborar su propia y sabrosa bebida de arándanos, a la que llamo Zumo Rosa:

 

1 puñado de arándanos frescos o congelados

2 tazas de agua

8 cucharadas de eritritol (un edulcorante de origen natural y bajo en calorías; en la segunda parte encontrará más información sobre el eritritol y otros edulcorantes)

Introducir todos los ingredientes en una batidora y batir a la velocidad máxima. Verter sobre hielo y servir.

 

Esta receta tiene 12 calorías, 25 veces menos que las bebidas de arándanos comerciales y, como mínimo, 8 veces más fitonutrientes.[80]

Si aún quiere más potencia, incluya unas hojas de menta fresca. Aunque se encontrará con una capa de espuma verde, no sólo estará buenísimo, sino que ingerirá simultáneamente bayas y una verdura de hoja verde, dos de los alimentos más saludables sobre la faz de la Tierra. ¡De un trago!

 

 

CAFÉ

 

En 1986, un grupo de investigadores noruegos se topó con algo inesperado. El consumo de alcohol se asociaba a la inflamación hepática (hasta aquí, nada nuevo), pero el de café se asociaba a menos inflamación hepática.[81] Estos resultados se replicaron en estudios posteriores realizados en todo el mundo. En Estados Unidos, se llevó a cabo un estudio sobre personas con un riesgo elevado de enfermedad hepática (por ejemplo, porque tenían sobrepeso o bebían demasiado alcohol). Los que bebían más de dos tazas de café al día presentaron menos de la mitad del riesgo de desarrollar problemas hepáticos crónicos que los que bebían menos de una taza diaria.[82]

¿Y qué sucede si hablamos del cáncer de hígado, una de las complicaciones más temidas de la inflamación hepática crónica? Ahora es la tercera causa de muerte por cáncer, un aumento debido sobre todo al de las infecciones por hepatitis C y al de la enfermedad por hígado graso no alcohólico.[83]

Hay buenas noticias. En 2013, una revisión de los mejores estudios que se han llevado a cabo hasta la fecha concluyó que las personas que bebían más café presentaban la mitad del riesgo de desarrollar cáncer de hígado que las que bebían menos.[84] Un estudio posterior concluyó que consumir cuatro tazas de café o más al día se asociaba a una reducción del 92 por ciento del riesgo de mortalidad por enfermedades hepáticas en el caso de los fumadores.[85] Obviamente, dejar de fumar también habría sido muy útil. Fumar puede multiplicar hasta en diez veces las probabilidades de que un enfermo de hepatitis C muera de cáncer de hígado.[86] Del mismo modo, las personas que consumen mucho alcohol y beben más de cuatro tazas de café al día parecen ver reducido el riesgo de inflamación hepática (aunque no tanto como las personas que reducen la ingesta de alcohol).[87]

El cáncer de hígado es de los más evitables gracias a la vacuna de la hepatitis B, el control de la transmisión de la hepatitis C y la reducción del consumo de alcohol. En principio, estas tres medidas podrían eliminar el 90 por ciento de los casos de cáncer de hígado en todo el mundo. Aún no se ha determinado con claridad si el consumo de café ofrece beneficios adicionales, pero en todo caso serían menores si los comparamos con los que ofrece la prevención.[88]

¿Qué sucede si ya se ha infectado de hepatitis C o si, como sucede en Estados Unidos, fuera ese adulto de cada tres con enfermedad por hígado graso no alcohólico?[89] Hasta hace relativamente poco, no había ensayos clínicos sobre los efectos del café. Sin embargo, en 2013 se publicó un estudio en el que se asignó aleatoriamente a 40 pacientes con hepatitis C crónica a uno de dos grupos: el primero bebió cuatro tazas de café diarias durante un mes mientras que el segundo no bebió café en absoluto. Al cabo de 30 días, los grupos se intercambiaron. Obviamente, dos meses no bastan para detectar cambios en los resultados de cáncer, pero, durante ese tiempo, los investigadores pudieron demostrar que el consumo de café podría reducir el daño en el ADN, aumentar la eliminación de las células infectadas por el virus y ralentizar el proceso de escarificación.[90] Estos resultados podrían ayudar a explicar la aparente capacidad del café para reducir el riesgo de avance de las enfermedades hepáticas.

Un comentario en la revista Gastroenterology titulado «Is It Time to Write a Prescription for Coffee?» (¿Deberíamos empezar a recetar café?) exploró las ventajas y los inconvenientes.[91] Hay quienes insisten en que antes deberíamos identificar el ingrediente activo de los granos de café que ofrece la protección. Al fin y al cabo, se han encontrado más de 1.000 elementos distintos en el café.[92] Aunque es cierto que se necesitan más estudios, mientras, podríamos considerar que una ingesta diaria moderada de café sin azúcar es un complemento razonable a los tratamientos médicos para las personas con un riesgo elevado de sufrir daños hepáticos, como las que tienen un hígado graso.[93] Hay que recordar que el consumo diario de bebidas con cafeína puede generar dependencia y el síndrome de abstinencia de la cafeína puede incluir días de dolor de cabeza ininterrumpido, fatiga, dificultades de concentración y alteraciones del estado de ánimo.[94] Irónicamente, la tendencia del café a generar dependencia podría ser positiva. Si se confirmaran los beneficios sobre la salud del hígado, el consumo diario podría acabar siendo una ventaja.[95]

 

 

Como siempre, la prevención es clave cuando hablamos de enfermedades hepáticas. Todas las enfermedades hepáticas más graves (cáncer de hígado, insuficiencia hepática y cirrosis) pueden empezar con un hígado inflamado. Esa inflamación puede ser consecuencia de una infección o de la acumulación de depósitos grasos. Podemos prevenir los virus hepáticos si adoptamos medidas de sentido común. No se inyecte drogas, vacúnese y practique el sexo seguro. También podemos evitar la acumulación de grasa en el hígado si somos sensatos: evite el consumo excesivo de alcohol, de calorías, de colesterol, de grasas saturadas y de azúcar.