CAPÍTULO 9

No morir de un cáncer en la sangre

 

 

 

 

 

Missy, una niña de once años de edad, tenía leucemia. Estaba en remisión, en parte gracias a las bolsas amarillas de quimioterapia que colgaban del portasueros intravenoso que hacía rodar por los pasillos del hospital. Missy fue una de mis primeras pacientes en mi rotación de pediatría durante mis estudios de medicina en el Eastern Maine Medical Center de Bangor, el hogar de Stephen King, de las señales que avisan del cruce de alces y de los carteles que anuncian helado de langosta.

Durante ese periodo, iba ataviado como Patch Adams, desde las orejitas de conejo de peluche hasta los muelles multicolores que arrastraba con los pies. De todos los botones de mi bata de médico colgaban muñequitos de peluche, cuyas patas llenaban todos los ojales. Missy dibujó una sonrisa en mi hipopótamo de peluche y bautizó como «Elvis» al gallo que colgaba de mi estetoscopio.

Le encantaba regalarme dibujos y los firmaba todos con mayúsculas: DE MISSY. En esos dibujos, aún aparecía con una melena castaña y rizada. Sin embargo, en realidad ahora estaba completamente calva. Se negaba a llevar peluca, con lo que su sonrisa parecía aún mayor.

Yo le pintaba las uñas de rosa claro y ella me las pintaba de un bonito marrón liloso.

Recuerdo la mañana después de que me hiciera la manicura. Mi residente me llamó aparte después de las rondas. «Tus uñas molestan a los demás», me dijo.

«¿Perdona?», pregunté.

«Los médicos se están quejando. Es una profesión conservadora», me contestó.

Intenté explicarle que no me las había pintado yo, molesto por tener que dar explicaciones. El residente sabía que lo había hecho Missy, pero no pareció importarle mucho. «Las emociones tampoco tienen cabida en la medicina.»

Luego, el director del departamento también tuvo una charla conmigo. Varios de los médicos habían expresado su preocupación en relación conmigo, porque era «demasiado entusiasta», «demasiado expresivo» o «demasiado sensible».

Mi mujer dijo que, probablemente, tenían envidia.

Al día siguiente, cabizbajo, fui a la habitación de Missy.

«Lo siento, pero los médicos me han obligado a desmaquillarme las uñas», le expliqué.

Le mostré las manos, para que las inspeccionara, y exclamó con gran indignación: «¡Pues si tú no puedes, yo tampoco pienso pintármelas!». Así que la ayudé a quitarse el esmalte de uñas, sorprendido y alentado por la solidaridad de esa niña de once años. (A la que acto seguido dejé que me pintase las uñas de los pies.)

Recuerdo con claridad la última nota que escribí en la historia clínica de Missy. En el hospital, las notas sobre la evolución del paciente siguen un formato Observaciones objetivas, Evaluación y Plan de tratamiento. Escribí: «Evaluación. Niña de 11 años que finaliza última ronda de quimioterapia de mantenimiento. Plan de tratamiento: Disney World».

 

 

La leucemia infantil es una de las pocas historias de éxito en nuestra guerra contra el cáncer, con índices de supervivencia a los diez años que pueden llegar hasta el 90 por ciento.[1] Y, sin embargo, sigue afectando a más niños que cualquier otro tipo de cáncer, y las probabilidades de que se diagnostique a un adulto, para quienes los tratamientos actuales son mucho menos efectivos, es 10 veces mayor.[2]

¿Podemos hacer algo para prevenir el cáncer en la sangre?

A veces decimos que el cáncer en la sangre es como un tumor líquido, ya que las células cancerígenas suelen circular por el organismo en lugar de concentrarse en una masa sólida. Este tipo de cáncer suele aparecer sin ser detectado en la médula ósea, el tejido esponjoso en el interior de los huesos que produce los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas. Cuando estamos sanos, los glóbulos rojos transportan oxígeno a todo el cuerpo, los glóbulos blancos combaten las infecciones y las plaquetas participan en la coagulación de la sangre. La mayoría de los distintos tipos de cáncer en la sangre consisten en mutaciones de los glóbulos blancos.

Hay tres tipos de cáncer en la sangre: leucemia, linfoma y mieloma. La leucemia (de la raíz griega leukos, o «blanco» y haima, o «sangre») es una enfermedad en la que la médula ósea produce febrilmente glóbulos blancos anormales. A diferencia de los normales, estos impostores no pueden combatir las infecciones y, además, interfieren con la capacidad de la médula ósea para producir glóbulos rojos y blancos, porque se agolpan sobre los sanos y reducen su número hasta el punto de que pueden generar anemia, infecciones y, al final, la muerte. Según la Sociedad Americana Contra el Cáncer, cada año se diagnostica leucemia a 52.000 estadounidenses, y 24.000 mueren como consecuencia de la misma.[3]

El linfoma es un cáncer de los linfocitos de la sangre, que son unos tipos especializados de glóbulos blancos. Se multiplican rápidamente y pueden acumularse en los nódulos linfáticos, unos pequeños órganos del sistema inmunitario que están repartidos por todo el cuerpo, por ejemplo en las axilas, el cuello y las ingles. Los nódulos linfáticos ayudan a filtrar la sangre. Al igual que la leucemia, el linfoma puede desbancar a las células sanas e interferir con la capacidad de combatir las infecciones. Es posible que haya oído hablar del linfoma no Hodgkin. El linfoma de Hodgkin puede atacar a adultos jóvenes, pero es una forma rara y normalmente tratable de linfoma. Tal y como indica su nombre, el linfoma no Hodgkin (LNH) incluye al resto de tipos de linfoma, que se cuentan por docenas. Son más frecuentes, pueden ser más difíciles de tratar y el riesgo de desarrollarlos aumenta con la edad. La Sociedad Americana Contra el Cáncer estima que, cada año, hay 70.000 casos nuevos de LNH, y unas 19.000 muertes como consecuencia del mismo.[4]

Finalmente, el mieloma es un cáncer de las células plasmáticas, que son glóbulos blancos que producen anticuerpos, las proteínas que se unen a los invasores y a las células infectadas para neutralizarlas o marcarlas para su destrucción. Las células plasmáticas cancerosas pueden desplazar a las células sanas de la médula ósea y producir anticuerpos anómalos que pueden obstruir los riñones. Cerca de un 90 por ciento de los enfermos de mieloma tienen masas de células cancerosas creciendo en varios huesos del cuerpo, de ahí que el término habitual de esta enfermedad sea mieloma múltiple. Cada año, se diagnostica mieloma múltiple a 24.000 personas, y 11.000 mueren como consecuencia del mismo.[5]

La mayoría de personas con mieloma múltiple fallecen a los pocos años tras el diagnóstico. Aunque se puede tratar, se la considera una enfermedad incurable. Por eso, la prevención es vital. Afortunadamente, cambios en la alimentación podrían ayudarnos a reducir el riesgo de desarrollar cáncer en la sangre.

 

 

ALIMENTOS ASOCIADOS A UN MENOR RIESGO DE DESARROLLAR CÁNCER EN LA SANGRE

 

Tras seguir a más de 60.000 personas durante más de doce años, investigadores de la Universidad de Oxford concluyeron que las que seguían dietas basadas en alimentos de origen vegetal tenían menos probabilidades de desarrollar cualquier tipo de cáncer. Y, al parecer, estas dietas ofrecían la mayor protección ante el cáncer en la sangre. La incidencia de la leucemia, el linfoma y el mieloma múltiple entre los que seguían una dieta vegetariana es casi la mitad de la que se detecta entre quienes comen carne.[6] ¿Por qué existe esta relación entre las dietas más centradas en alimentos de origen vegetal y la gran reducción en el riesgo de contraer un cáncer en la sangre? El British Journal of Cancer concluyó que «hace falta más investigación para entender los mecanismos que lo explican».[7] Mientras aclaran los motivos, ¿por qué no salir con ventaja y añadir a nuestros platos más alimentos saludables de origen vegetal?

 

 

LA VERDURA Y EL CÁNCER

 

La clave para prevenir y tratar el cáncer es evitar que las células tumorales se multipliquen descontroladamente al tiempo que promovemos que las células sanas se reproduzcan con normalidad. La quimioterapia y la radiación pueden ser muy eficaces a la hora de acabar con las células tumorales, pero las células sanas pueden quedar atrapadas en el fuego cruzado. Sin embargo, hay compuestos vegetales que podrían ser más selectivos.

Por ejemplo, el sulforafano, uno de los elementos más activos de las verduras crucíferas, mata células humanas con leucemia en una placa de Petri, pero apenas afecta al crecimiento de las células normales.[8] Tal y como ya hemos explicado, el brócoli, la coliflor y las berzas son verduras crucíferas, pero esta familia incluye muchas más, como la col, el berro, la col china, el colirrábano, el nabicol, los nabos, la rúcula, los rábanos (inclusive los picantes), el wasabi y todos los tipos de col.

Por interesante que pueda resultar que verter gotas de compuestos de col sobre células cancerosas las afecte en un laboratorio, lo verdaderamente importante es saber si las personas con cáncer en la sangre que comen mucha verdura pueden vivir más que las que no. Investigadores de Yale siguieron durante unos ocho años a más de 500 mujeres diagnosticadas con linfoma no Hodgkin. Las que empezaron a comer tres o cuatro raciones de verduras al día presentaron una tasa de supervivencia un 42 por ciento mejor que las que no. Las verduras que ofrecían mayor protección parecieron ser las de hoja verde, como la lechuga y las verduras cocidas, y los cítricos.[9] De todos modos, no quedó claro si el mejor índice de supervivencia se debió a que las verduras contribuyeron a mantener el cáncer a raya o a que mejoraron la tolerancia de las pacientes a la quimioterapia y a la radiación que recibían. El editorial que acompañó al artículo en Leukemia & Lymphoma sugería que «el diagnóstico de linfoma puede ser un momento importante y “de aprendizaje” para mejorar la dieta...».[10] Personalmente, le aconsejaría que no espere a que le diagnostiquen un cáncer para poner en orden su alimentación.

El Estudio sobre la Salud de la Mujer de Iowa, que ha seguido a más de 35.000 mujeres durante décadas, concluyó que aumentar el consumo de brócoli y de otras verduras crucíferas se asociaba a una reducción del riesgo de desarrollar linfoma no Hodgkin.[11] Del mismo modo, un estudio de la Clínica Mayo descubrió que quienes comían unas cinco raciones o más de verduras de hoja verde a la semana tenían aproximadamente la mitad de probabilidades de desarrollar linfoma en comparación con los que comían menos de una ración semanal.[12]

Es posible que parte de la protección que ofrecen las plantas se deba a las propiedades antioxidantes de las frutas y las verduras. Una mayor ingesta de antioxidantes dietéticos se asocia a un riesgo de linfoma significativamente reducido. Fíjese en que he dicho dietético, no en forma de suplementos. Al parecer, los suplementos de antioxidantes no funcionan.[13] Por ejemplo, obtener mucha vitamina C mediante la dieta se asocia a una reducción del riesgo de padecer linfoma, pero tomar incluso cantidades mayores en forma de comprimidos no pareció ayudar en absoluto. Se llegó a la misma conclusión respecto a antioxidantes carotenoides como el betacaroteno.[14] Al parecer, las pastillas no tienen los mismos efectos anticancerígenos que las verduras.

Si hablamos de otros tipos de cáncer, como los del aparato digestivo, los suplementos de antioxidantes incluso podrían empeorar la situación. Combinaciones de antioxidantes como vitamina A, vitamina E y betacaroteno en comprimidos se asociaron a un mayor riesgo de muerte entre quienes los tomaban.[15] Los suplementos contienen únicamente unos pocos antioxidantes elegidos, mientras que el organismo necesita cientos de ellos trabajando sinérgicamente para crear una red que ayude al cuerpo a eliminar los radicales libres. Es muy posible que dosis elevadas de un antioxidante concreto alteren este equilibrio tan delicado y limiten la capacidad del cuerpo para combatir el cáncer.[16]

Es posible que, cuando compra suplementos de antioxidantes, esté gastando dinero para acortar su vida. Refuerce su economía y su salud comprando el artículo genuino: comida.

 

 

BAYAS DE ASAÍ Y LEUCEMIA

 

En 2008, las bayas de asaí se hicieron famosas cuando el doctor Mehmet Oz habló sobre ellas en el programa de Oprah Winfrey y desencadenó una locura de suplementos, polvos, batidos y otros productos de dudosa eficacia que llevaban bayas de asaí en la etiqueta, pero no necesariamente en el interior.[17] Incluso grandes multinacionales se subieron al tren del asaí, como Anheuser-Busch con su 180 Blue «con la energía del asaí» o Coca-Cola, con su Bossa Nova. Se trata de una práctica demasiado habitual en el mercado de las «superfrutas» y superbebidas, donde ni siquiera la cuarta parte de los productos comercializados contienen los ingredientes de que presumen sus etiquetas.[18],[19] En el mejor de los casos, cabe desconfiar de los beneficios que ofrecen estos productos; por el contrario, disponemos de algunas investigaciones preliminares sobre las bayas de asaí de verdad, que pueden adquirirse en forma de pulpa congelada sin edulcorar.

El primer estudio publicado en la literatura médica acerca de los efectos del asaí sobre el tejido humano se llevó a cabo sobre células humanas con leucemia. Los investigadores vertieron un extracto de bayas de asaí sobre células con leucemia procedentes de una paciente de treinta y seis años de edad. La operación pareció activar reacciones autodestructivas en hasta el 86 por ciento de las células.[20] Además, espolvorear bayas de asaí liofilizadas sobre macrófagos (del griego makros y phagein, que significa «gran devorador»), unas células del sistema inmunitario, en una placa de Petri, pareció ayudar a las células a rodear y devorar a hasta un 40 por ciento más microbios de lo habitual.[21]

Aunque en el estudio sobre leucemia se usó extracto de asaí en las concentraciones que cabría esperar en sangre tras haber comido las bayas, aún no se han llevado a cabo estudios sobre pacientes con cáncer (sólo en células con cáncer en una probeta), por lo que hay que seguir investigando. De hecho, los únicos ensayos clínicos sobre las bayas de asaí publicados hasta la fecha fueron dos pequeños estudios, financiados por la industria, que mostraron un beneficio modesto en el caso de los pacientes con osteoartritis[22] y en algunos parámetros metabólicos en personas obesas.[23]

En términos de la cantidad de antioxidantes que consigue por su dinero, las bayas de asaí quedan en muy buen lugar, por delante de otras superestrellas como las nueces, las manzanas y los arándanos. Sin embargo, el bronce para el mejor trato es para el clavo; la plata, para la canela; y el oro para la verdura con más antioxidantes (según la base de datos de alimentos comunes del Departamento de Agricultura estadounidense) es para la col lombarda.[24] Claro está que el batido de bayas de asaí probablemente sabe mucho mejor.

 

 

LA CURCUMINA Y EL MIELOMA MÚLTIPLE

 

El mieloma múltiple es uno de los cánceres más temidos. Es prácticamente incurable, incluso con tratamientos médicos agresivos. A medida que las células con mieloma invaden la médula ósea, cada vez quedan menos glóbulos blancos sanos, lo que aumenta la susceptibilidad ante infecciones. El descenso de los glóbulos rojos puede provocar anemia y el de las plaquetas puede desembocar en hemorragias severas. La mayoría de personas sobreviven menos de cinco años tras el diagnóstico.[25]

El mieloma múltiple no surge de la nada. Casi siempre viene precedido de un estado precanceroso conocido como gammapatía monoclonal de significado incierto, o GMSI.[26] Cuando los científicos descubrieron la GMSI, el nombre resultó muy adecuado porque, entonces, se desconocía el significado de encontrar niveles elevados de anticuerpos anómalos en el organismo de un paciente. Ahora sabemos que es un precursor del mieloma múltiple, y aproximadamente un 3 por ciento de las personas caucásicas mayores de cincuenta años la tienen,[27] mientras que la incidencia entre los afroamericanos podría ser del doble.[28]

La GMSI es asintomática. Es posible que uno no sepa que la tiene a no ser que el médico la detecte, por casualidad, en un análisis de sangre rutinario. La probabilidad de que la GMSI evolucione a mieloma es de aproximadamente un 1 por ciento anual, lo que significa que es posible que muchas de las personas con GMSI mueran por otras causas antes de que lleguen a desarrollar un mieloma.[29] Sin embargo, dado que el mieloma múltiple equivale a una sentencia de muerte, los científicos buscan desesperadamente el modo de detener la GMSI.

Dada la seguridad y la eficacia de la curcumina (un compuesto presente en la cúrcuma) contra otros tipos de células cancerosas, investigadores de la Universidad de Texas reunieron células de mieloma múltiple y las depositaron en una placa de Petri. Sin intervención, se cuadriplicaron en cuestión de días. Así de rápido se extiende este cáncer. Sin embargo, cuando se añadió un poco de curcumina al caldo en que se bañaban, el desarrollo de las células de mieloma, o bien se ralentizó, o bien se detuvo por completo.[30]

Tal y como hemos visto, detener el cáncer en un laboratorio es una cosa, pero hacerlo en personas es otra muy distinta. En 2009, un estudio piloto concluyó que la mitad (cinco de diez) de los sujetos con GMSI que presentaban niveles de anticuerpos anómalos particularmente elevados respondieron positivamente a los suplementos de curcumina. Ninguno (cero de nueve) de quienes recibieron un placebo experimentaron un descenso equiparable en los niveles de anticuerpos.[31] Alentados por este éxito, los científicos llevaron a cabo un estudio aleatorizado, doble ciego y controlado por placebo y obtuvieron resultados igualmente esperanzadores, tanto en pacientes con GMSI como en los que presentaban un mieloma múltiple «latente», una fase inicial de la enfermedad.[32] Este resultado sugiere que una humilde especia que podemos comprar en la tienda de la esquina podría ser capaz de ralentizar o incluso detener este cáncer terrible en un porcentaje de los pacientes, aunque no sabremos más hasta que no se lleven a cabo más estudios que determinen si estos cambios esperanzadores en los biomarcadores en sangre se traducen en cambios reales en los resultados para los pacientes. Mientras, no le hará daño especiar un poco su dieta.

 

 

¿LOS VIRUS ANIMALES TIENEN ALGO QUE VER CON EL CÁNCER EN LA SANGRE EN HUMANOS?

 

Podría ser que el motivo por el que el índice de cáncer en la sangre es mucho menor entre las personas que adoptan dietas basadas en alimentos de origen vegetal[33] tenga que ver con los alimentos que eligen comer y/o evitar. Para desentrañar el papel que distintos tipos de productos animales podrían desempeñar en la miríada de tipos de cáncer en la sangre existentes, necesitaríamos llevar a cabo un estudio de grandísimas proporciones. Suerte del Estudio EPIC (un nombre muy adecuado), el Estudio Prospectivo Europeo sobre Cáncer y Nutrición, que hizo precisamente eso. Tal y como vimos en el capítulo 4, los investigadores reclutaron a más de 400.000 hombres y mujeres de diez países y los siguieron durante nueve años. Si recuerda, el consumo habitual de pollo se asoció a un aumento del riesgo de sufrir cáncer de páncreas. Se llegó a resultados similares en relación con el cáncer en la sangre. De todos los productos estudiados (inclusive los menos consumidos, como la casquería y los despojos), el pollo se asoció al mayor riesgo de desarrollar un linfoma no Hodgkin, cualquier estadio de linfoma folicular y linfomas de células B, como la leucemia linfocítica crónica de células B (inclusive la leucemia linfocítica de células pequeñas y la leucemia prolinfocítica).[34] El Estudio EPIC concluyó que el riesgo aumentaba entre un 56 por ciento y un 280 por ciento por cada 50 gramos de pollo consumidos al día. Para que se haga una idea, una pechuga de pollo deshuesada puede pesar hasta 384 gramos.[35]

¿Por qué la ingesta de cantidades tan relativamente pequeñas de pollo entraña un riesgo tan elevado de desarrollar linfoma y leucemia? Los investigadores sugirieron que el resultado podía, o bien ser una casualidad, o bien ser consecuencia de los fármacos, como los antibióticos, que suelen administrarse a la aves de corral para promover su crecimiento. O podría ser que tuviera que ver con las dioxinas que encontramos en alguna carne de ave y que se han asociado al linfoma.[36]

Sin embargo, los productos lácteos también contienen dioxinas, y el consumo de leche no se ha asociado al LNH. Los investigadores supusieron, entonces, que la explicación podría estar en los virus cancerígenos de las aves de corral, ya que comer la carne muy hecha, en lugar de poco hecha (y, por lo tanto, con los virus desactivados), se asociaba a un menor riesgo de LNH.[37] Esta sugerencia coincide con los resultados del Estudio NIH-AARP (véase p. 100), que halló una relación entre comer pollo al punto y un tipo de linfoma y un riesgo menor para otro tipo de cáncer relacionado con una mayor exposición al cancerígeno MeIQx, que se halla en la carne cocinada.[38]

¿Cómo es posible que más exposición a un cancerígeno se asocie a menos cáncer? El MeIQx es una de las aminas heterocíclicas que aparecen cuando se cocina carne a temperaturas elevadas, como cuando se asa en el horno o a la brasa o se fríe.[39] Si, en el caso del cáncer en la sangre, una de las causas es un virus que se encuentra en las aves de corral, cuanto más se cocine la carne, más probable es que el virus se destruya. Los virus cancerígenos que hay en la carne de ave (como el herpesvirus aviar, que provoca la enfermedad de Marek, varios retrovirus como el de la reticuloendoteliosis, el de la leucosis aviar, que se encuentra en la carne de pollo, y el de la enfermedad linfoproliferativa, que se encuentra en la de pavo) podrían explicar el aumento de la incidencia de cáncer en la sangre en ganaderos,[40] trabajadores de mataderos de aves[41] y carniceros.[42] Los virus pueden provocar cáncer directamente, mediante la inserción de un gen activador del cáncer en el ADN de su huésped.[43]

Los virus animales pueden infectar a las personas que manipulan carne con desagradables enfermedades dermatológicas, como la dermatitis pustulosa contagiosa.[44] Existe incluso una enfermedad médica definida y a la que comúnmente se conoce como «verrugas de carnicero», que afecta a las manos de quienes manipulan carne cruda, inclusive el pollo y el pescado.[45] Incluso las esposas de los carniceros parecen tener más riesgo de desarrollar cáncer cervical, un cáncer definitivamente asociado a la exposición al virus del papiloma (el que causa las verrugas).[46]

Se ha visto que quienes trabajan en mataderos de pollos presentan una incidencia más elevada de cáncer de boca, cavidades nasales, garganta, esófago, recto, hígado y sangre. Si hablamos de salud pública, la preocupación es que los virus cancerígenos presentes en la carne de ave y en los productos derivados de la misma puedan transmitirse a la población general que manipula o consume pollo que no se ha cocinado lo suficiente.[47] Estos resultados se replicaron hace poco en la investigación más amplia hasta la fecha sobre este tema, en la que se estudió a más de 20.000 trabajadores de mataderos y plantas de procesamiento de carne de pollo. El estudio confirmó las conclusiones de los tres otros estudios con que se contaba hasta entonces: los trabajadores de estas instalaciones tienen un riesgo mayor de morir de ciertos tipos de cáncer, inclusive los de sangre.[48]

Por fin, los investigadores están empezando a conectar los puntos. Los elevados niveles de anticuerpos para el virus de la leucosis/sarcoma aviar[49] y el de la reticuloendoteliosis vírica[50] que se han encontrado hace poco en quienes trabajan con aves de corral demuestra la exposición humana a estos virus aviares cancerígenos. Incluso los trabajadores de la cadena, que sólo tocan el producto acabado y no entran nunca en contacto con las aves vivas, presentaban niveles elevados de anticuerpos en sangre.[51] Los investigadores concluyeron que, más allá de la seguridad laboral, la posible amenaza para la seguridad pública «no es desdeñable».[52]

Podemos seguir el rastro de la incidencia del cáncer en la sangre hasta las granjas. Un análisis de más de 100.000 certificados de defunción concluyó que quienes habían crecido en una granja cuidando de animales parecían tener una probabilidad significativamente más elevada de desarrollar un cáncer en la sangre más adelante, mientras que esto no sucedía en quienes habían crecido en granjas dedicadas exclusivamente a la agricultura. Lo peor era haber crecido en una granja de aves de corral, que se asociaba al triple de probabilidades de desarrollar un cáncer en la sangre.[53]

La exposición a vacas y cerdos también se ha asociado al linfoma no Hodgkin.[54] Un estudio que un equipo de investigadores de la Universidad de California llevó a cabo en 2003 reveló que casi tres cuartas partes de los sujetos humanos dieron positivo para la exposición al virus de la leucemia bovina, probablemente como consecuencia del consumo de carne y de productos lácteos.[55] Aproximadamente el 85 por ciento de las cabezas de ganado destinadas a la producción de lácteos en Estados Unidos han dado positivo en el virus (y el porcentaje es del 100 por cien cuando hablamos de operaciones a escala industrial).[56]

Sin embargo, que estemos expuestos a un virus que provoca cáncer en las vacas no significa necesariamente que podamos infectarnos. En 2014, investigadores financiados parcialmente por el Programa de Investigación del Cáncer de Mama en el Ejército Estadounidense publicaron un informe sorprendente en una publicación de los CDC. Explicaron que se había hallado ADN del virus de la leucemia bovina en el tejido de mamas humanas, tanto normales como cancerosas, con lo que demostraron que las personas también pueden infectarse con este virus que causa cáncer en animales.[57] Sin embargo, hasta ahora no se ha determinado la función que los virus aviares y de otros animales de granja pueden desempeñar en la aparición de cáncer en humanos.

¿Y qué pasa con el virus de la leucemia felina? Por suerte, la convivencia con animales se asocia a índices menores de linfoma, lo que, en mi caso, supone un gran alivio, dada la cantidad de animales con los que he convivido. Y cuanto más larga haya sido la convivencia con gatos o perros, menor el riesgo de linfoma. En un estudio, las personas que habían tenido mascotas durante veinte años o más fueron las que presentaron el riesgo más bajo de desarrollar linfoma. Los investigadores sospechan que se debe a que convivir con mascotas tiene un efecto beneficioso sobre el sistema inmunitario.[58]

 

 

Dos estudios de la Universidad de Harvard sugieren que el consumo de refrescos light podría aumentar el riesgo de sufrir linfoma no Hodgkin y mieloma múltiple,[59] pero la relación se detectó únicamente en varones y no pudo confirmarse en otros dos grandes estudios sobre refrescos edulcorados con aspartamo.[60],[61] De todos modos, si, además de efectuar los cambios dietéticos que hemos mencionado, elimina los refrescos, seguro que sale ganando.

Las dietas basadas en productos de origen vegetal se asocian a una reducción de casi el 50 por ciento del riesgo de desarrollar un cáncer en la sangre, una protección que probablemente se deba tanto a la evitación de alimentos asociados a tumores líquidos, como la carne de ave, como al consumo adicional de fruta y verdura. Es muy posible que las verduras sean especialmente útiles contra el linfoma no Hodgkin y que la cúrcuma lo sea ante el mieloma múltiple. Desconocemos el papel que los virus que promueven tumores en animales de granja desempeñan en el desarrollo de cánceres humanos, pero dada la posible magnitud de la exposición de la población, investigarlo debería ser una prioridad.