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Cuando ciencia y poesía eran amigas

 

 

La edad de los prodigios fue el período de sesenta años, entre 1770 y 1830, comúnmente llamado «época romántica». Se la define más claramente como la era de la poesía. Como todos los escolares ingleses de mi generación aprendieron, la época romántica tuvo al principio tres grandes poetas, Blake, Wordsworth y Coleridge, y al final otros tres aún mayores, Shelley, Keats y Byron. Su estilo literario era marcadamente diferente del de la época clásica precedente (Dryden y Pope) y del de la posterior época victoriana (Tennyson y Browning). Contemplando la naturaleza, Blake tuvo esta visión de lo salvaje:

 

Tigre, Tigre, que ardes fiero

en los bosques de la noche:

¿qué mano u ojo inmortal

ciñó tu cruel simetría?[18]

 

Y Byron esta visión de la oscuridad:

 

El brillante sol habíase extinguido y las estrellas

vagaban a oscuras en el espacio eterno,

sin luz y sin sendero y la helada tierra

oscilaba ciega y ennegrecida en el aire sin luna [...].[19]

 

Durante el mismo período hubo grandes poetas románticos en otros países, como Goethe y Schiller en Alemania, y Pushkin en Rusia, pero en su libro La edad de los prodigios Richard Holmes escribe solamente sobre el ámbito inglés.[20]

Holmes es bien conocido como biógrafo. Ha publicado semblanzas de Coleridge, Shelley y otros héroes literarios. Pero este libro se refiere principalmente a los científicos en lugar de a los poetas. Las figuras centrales de la historia son el botánico Joseph Banks, los químicos Humphry Davy y Michael Faraday, los astrónomos William Herschel, su hermana Caroline y su hijo John, los médicos Erasmus Darwin y William Lawrence, y los exploradores James Cook y Mungo Park. Los científicos de aquella época eran tan románticos como los poetas. Los descubrimientos científicos eran inesperados, y tan embriagadores como los poemas. Muchos de los poetas estaban profundamente interesados en la ciencia y muchos de los científicos, en la poesía.

Los científicos y los poetas pertenecían a una única cultura, y eran en muchos casos amigos personales. Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin y artífice de muchas de las ideas de su nieto, publicó sus especulaciones acerca de la evolución en un poema que ocupaba un libro, The Botanic Garden, en 1791. Davy escribió poesía durante toda su vida, y publicó muchas de sus composiciones. Era amigo íntimo de Coleridge, y Shelley era amigo íntimo de Lawrence. La prodigalidad ilimitada de la naturaleza inspiraba a científicos y poetas los mismos sentimientos de asombro. La edad de los prodigios es, en sus mejores pasajes, una historia popular; estimulante, de ágil lectura y bien documentada. El subtítulo inglés, «Cómo la generación romántica descubrió la belleza y el horror de la ciencia», describe exactamente lo que sucedió.

Holmes presenta el drama en diez escenas, cada una dominada por uno o dos de los personajes principales. La primera la protagoniza Joseph Banks, que navegó con el capitán James Cook en la nave Endeavour. Era el primer viaje de Cook alrededor del mundo. Una de las finalidades de la expedición era observar el tránsito de Venus por delante del disco solar el 3 de junio de 1769 desde la isla de Tahití, en el Pacífico Sur. El seguimiento del tránsito desde el hemisferio sur, combinado con observaciones similares hechas desde Europa, proporcionaría a los astrónomos un conocimiento más preciso de la distancia de la Tierra al Sol. Banks era oficialmente el principal botánico de la expedición, pero pronto se interesó más por los habitantes humanos de la isla que por las plantas. El barco permaneció tres meses en Tahití, y él pasó la mayor parte del tiempo, noches incluidas, en tierra. Por las noches no observaba las plantas.

Banks, un joven rico acostumbrado a los privilegios aristocráticos de Inglaterra, pronto trabó amistad con Oborea, la reina de Tahití, que escogió a una de sus sirvientas personales, Otheothea, para que cuidase de él. Con la ayuda de esta y de otros buenos amigos, adquirió cierta fluidez en el idioma tahitiano y un buen conocimiento de las costumbres de la isla. Su diario incluye un vocabulario tahitiano y descripciones detalladas de la gente que pudo conocer. Cuando llegó el momento de preparar los instrumentos astronómicos y observar el tránsito de Venus, tuvo problemas para explicar a sus amigos tahitianos lo que estaba sucediendo. «Les mostramos el planeta delante del Sol, y les hicimos entender que habíamos venido con el propósito de verlo.»

Durante los largos meses en el mar después de abandonar Tahití, Banks reformuló las anotaciones de su diario para transformarlas en una narración formal, «On the Manners and Customs of the South Sea Islands», uno de los documentos fundacionales de la ciencia de la antropología. En un ensayo menos formal, escrito a su regreso a Inglaterra, leemos:

 

En la isla de Otaheite, donde el amor es la principal ocupación, la ocupación favorita o, por mejor decir, casi el único lujo de los habitantes, los cuerpos y las almas de las mujeres están modelados con la máxima perfección para este dulce arte.

 

El Tahití que describe era verdaderamente un paraíso terrenal, no arruinado aún por la codicia y las enfermedades europeas, veinte años antes de la visita de William Bligh y los amotinados del Bounty y sesenta y seis antes de la visita de Charles Darwin en el Beagle.

Después de explorar los Mares del Sur, Cook bordeó la costa oriental de Australia y desembarcó en la bahía de Botany. Banks no logró establecer contacto social con los aborígenes australianos, y volvió a su ocupación de botánico, llevando de vuelta a Inglaterra un tesoro de plantas exóticas, muchas de las cuales llevan hoy su nombre. Al llegar, se encontró con que él y el capitán Cook eran héroes públicos. Fue invitado por el rey Jorge III, que por entonces era joven, no tenía aún las facultades mentales perturbadas y compartía su pasión por la botánica. Fue amigo del rey durante toda su vida, y este apoyó activamente la creación del Jardín Botánico Nacional de Kew.

En 1778, Banks fue nombrado presidente de la Royal Society, puesto que conservó durante cuarenta y dos años. Presidió oficialmente la ciencia británica más de la mitad del tiempo que duró la edad de los prodigios. Lo hizo con mano suave, y no intentó convertir la Royal Society en una organización profesional, como las academias de ciencias de París y Berlín. Creía que la ciencia estaba mejor en manos de aficionados como él. Si hacía falta apoyo financiero para personas sin medios privados, lo proporcionaban los mecenas de la aristocracia.

Uno de los personajes a los que Banks buscó este apoyo fue William Herschel, el mayor astrónomo de la época. Herschel nació en Hannover, y a la edad de diecisiete años fue reclutado para luchar por su ciudad en la guerra de los Siete Años contra los franceses. Después de sobrevivir a una batalla que perdieron los suyos, escapó a Inglaterra para comenzar una nueva vida como músico profesional. Llegó como un refugiado, sin un penique, pero se hizo rápidamente un sitio en el mundo musical inglés. Cerca ya de la treintena se le nombró director de la orquesta de la Sala de Bombas de Bath, un balneario donde se reunían personas adineradas para tomar las aguas y escuchar conciertos. Permaneció en Bath durante dieciséis años, organizando durante el día la vida musical de la ciudad y observando el cielo por la noche. Como astrónomo era un puro aficionado no remunerado y autodidacta.

Al principio, cuando comenzó a observar los cuerpos celestes, Herschel creía que estaban habitados por seres inteligentes. Las formaciones redondas que veía en la Luna eran para él las ciudades que habían construido. Durante toda su vida no dejó de publicar sus febriles especulaciones, muchas de las cuales resultaron más tarde ciertas. Como observador contaba con dos grandes ventajas. En primer lugar, se construía él mismo sus instrumentos, y con sus manos de músico hizo espejos exquisitamente pulidos que le proporcionaban unas imágenes más nítidas que las de cualquiera de los telescopios entonces existentes. En segundo lugar, se trajo de Hannover a su hermana menor, Caroline, para que fuera su ayudante, y esta acabó siendo una observadora experta, con muchos descubrimientos independientes en su haber. Su vida de aficionado terminó en 1781, cuando, con la ayuda de Caroline, descubrió el planeta Urano.

Tan pronto como Banks se enteró del descubrimiento, invitó a Herschel a una cena, lo presentó al rey y lo preparó todo para que fuese nombrado astrónomo personal del monarca con un sueldo de 200 libras al año, posteriormente complementado con 50 libras anuales para Caroline. La carrera musical de Herschel había terminado, y pasó el resto de su vida como un astrónomo profesional. Obtuvo fondos reales para construir telescopios más grandes, y se embarcó en un estudio sistemático de cada estrella y nebulosa del cielo, ampliando sus búsquedas a objetos más débiles y distantes que nadie había visto.

Herschel suponía que, cuando observaba objetos remotos, no solo estaba dirigiendo la mirada al espacio profundo, sino también al tiempo profundo. Identificó correctamente muchos de los objetos nebulosos como galaxias externas similares a nuestra Vía Láctea, y calculó que los veía tal como eran hacía al menos dos millones de años. Demostró que el universo no solo era inmensamente grande, sino también inmensamente viejo. Publicó artículos que se alejaban de la vieja visión aristotélica de los cielos como un dominio estático de perpetua paz y armonía para preconizar una visión moderna del universo como un sistema dinámico en evolución. Escribió acerca de «una disolución gradual de la Vía Láctea» que proporcionaba «una especie de cronómetro que podría utilizarse para medir el tiempo de su existencia pasada y futura». Esta idea de un cronómetro galáctico significó el comienzo de la nueva ciencia de la cosmología.

Como el relato de Holmes sugiere, los científicos más importantes de la época romántica, como Banks y Herschel, comenzaron como aficionados brillantes, no convencionales, crédulos y aventureros. Se aventuraron en el terreno de la ciencia o la literatura en busca de ideas que a menudo eran absurdas. Solo se convirtieron en profesionales sobrios después de haber alcanzado el éxito. Otro ejemplo fue Humphry Davy, que empezó como médico y trabajó, como parte de su formación, de asistente en la Institución Neumática de Bristol. La Institución Neumática era una clínica donde los pacientes eran tratados de toda clase de dolencias con inhalaciones de gases. Entre los gases usados estaba el óxido nitroso. Davy experimentó con él y probó sus efectos en sí mismo y en sus amigos, entre ellos Coleridge. Después de una de aquellas sesiones, escribió:

 

He sentido un mayor grado de placer respirando óxido nitroso que el que jamás he experimentado probando cualquier otra cosa; una sensación tan exquisitamente placentera que me dije que había nacido para beneficiar al mundo con mi gran talento.

 

Davy era tan popular en Bristol que a la edad de veintitrés años se le ofreció un puesto de profesor ayudante de química en la Royal Institution de Londres. La Royal Institution era una entidad recién fundada que ofrecía «cursos regulares con lecciones filosóficas y experimentos» al público elegante de Londres. Para la preparación de demostraciones experimentales que asombraran y educaran al público, el profesor disponía de un laboratorio donde también podía llevar a cabo investigaciones originales.

Davy pronto reorientó sus actividades de investigación de la fisiología a la química. Fue el primer electroquímico, pues usó una gran batería eléctrica para descomponer compuestos químicos, y descubrió los elementos sodio y potasio. Más tarde inventó la lámpara de seguridad Davy, que permitió a los mineros del carbón trabajar en el interior de las minas sin exponerse a las explosiones de metano. La lámpara lo hizo aún más famoso. Coleridge lo invitó a trasladarse al norte para establecer un laboratorio químico en la Región de los Lagos, donde Coleridge y Wordsworth vivían. Coleridge le escribió: «Voy a atacar la química como un tiburón». Davy, sabiamente, se quedó en Londres, donde sucedió a Banks como presidente de la Royal Society y mandamás de la ciencia británica. Byron le dedicó un par de versos en su poema Don Juan:

 

Esta es una era de nuevas invenciones,

indiscutiblemente para matar cuerpos y salvar almas,

y todo ello propagado con la mejor intención.

La linterna de Sir Humphrey Davy,

con que se extrae el carbón del modo que él explica,

los viajes a Tombuctú y a los Polos,

son maneras de beneficiar a la humanidad tan seguras

como sin duda los disparos de Waterloo.[21]

 

La cuestión que Byron se planteaba, la de si los avances científicos y las nuevas invenciones benefician en verdad a la humanidad, halló una dramática respuesta negativa en Victor Frankenstein, una de las creaciones más duraderas de la era de los prodigios. Mary Shelley, esposa del poeta, contaba diecinueve años en 1817, cuando escribió su novela Frankenstein o el moderno Prometeo. Ese mismo año, su marido iba con frecuencia a visitar al médico William Lawrence, como paciente y como amigo íntimo. Lawrence escribió un libro que se hizo popular, Lectures on the Natural History of Man, un estudio científico de la anatomía y la fisiología humanas basado en los últimos descubrimientos de los cirujanos en las salas de disección. Lawrence atacó ferozmente la doctrina del vitalismo entonces de moda. Según los vitalistas, existe una fuerza vital que anima a los seres vivos y los hace fundamentalmente diferentes de la materia muerta. Lawrence era materialista y no creía en ninguna fuerza vital. Holmes se detiene en la cuestión de si la idea de Mary para su novela surgió de la batalla intelectual entre los vitalistas y los materialistas o de los intentos reales que efectuaban los notorios charlatanes Giovanni Aldini en Inglaterra y Johann Ritter en Alemania de hacer revivir animales muertos mediante corrientes eléctricas. Aldini intentó en una ocasión devolver a la vida el cadáver de un asesino en público.

La novela relata cómo Frankenstein crea silenciosamente su monstruo a la luz de las velas con los delicados instrumentos de disección de un cirujano, y describe al monstruo, capaz de hablar, como un filósofo que lamenta su soledad en un conmovedor lenguaje poético. Seis años después, la novela fue adaptada al teatro bajo el título Presunción, o el destino de Frankenstein, cuya representación fue un gran éxito en Londres, Bristol, París y Nueva York. La obra daba la vuelta al drama intelectual de Mary Shelley. Se transformó en una combinación de historia de terror y humor negro, y esa es la forma que ha conservado desde entonces en el teatro y en el cine. En los escenarios, el monstruo era creado sometiendo carne muerta a las chispas de una enorme máquina eléctrica, y la criatura aparecía como una caricatura torpe y deforme de un ser humano, epítome de la maldad brutal. Luego vino la sorpresa. Mary fue a ver la obra y le encantó. Esto fue lo que escribió en una carta a un amigo:

 

¡Y fíjate! ¡Me sentí famosa! [...] El señor Cooke interpretó admirablemente el papel del «blanco» [...] todo lo que hizo estaba bien imaginado y ejecutado [...] parece producir una excitación que deja sin aliento al público [...] en las primeras actuaciones, ¡todas las damas se desmayaron y se produjo un alboroto!

 

Llamaba al monstruo el «blanco» porque en el programa del teatro su nombre se había dejado en blanco. Mary fue seducida por la magia del mundo del espectáculo en 1823, igual que los escritores jóvenes de hoy se dejan seducir por la magia de la industria del espectáculo.

En 1831, Mary Shelley escribió un prólogo para una nueva edición de la novela. En él leemos sus recuerdos de la génesis de su obra maestra catorce años antes:

 

Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, este cobraba vida y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía de ser terrible, dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo.

 

Sus recuerdos estaban más cerca de la obra de teatro que de la novela. En la concepción original de Mary, el monstruo era un personaje capaz de la felicidad y el amor desinteresado que se volvió hacia el mal solo cuando Frankenstein se negó a crearle una pareja femenina para amarla y apreciarla. Pero en el escenario era desde el principio un ser malvado, un perfecto monstruo. La ciencia no era ahí éticamente ambigua, sino una verdadera maldición.

La edad de los prodigios tocó a su fin, según Holmes, en 1831, con la primera reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia (BAAS) en York. En aquel momento los tres gigantes, Banks, Herschel y Davy, ya eran mayores y estaban débiles, y poco después fallecieron. Los tres jóvenes líderes que tomaron el relevo fueron el matemático Charles Babbage, el astrónomo John Herschel y el físico David Brewster. Babbage dirigió el ataque contra el antiguo régimen en 1830 con la obra Reflections on the Decline of Science in England. Acusó a los dignatarios de la Royal Society de Londres de ser una pandilla de esnobs ociosos e incompetentes sin contacto con la ciencia y la industria del mundo moderno. Los científicos profesionales de Francia y Alemania iban dejando muy atrás a los aficionados ingleses. Inglaterra necesitaba una nueva organización de científicos radicada en las ciudades industrialmente florecientes del norte en lugar de en Londres, y dirigida por profesionales activos en lugar de por señoritos aficionados. La BAAS organizó, siguiendo las directrices de Babbage, reuniones anuales en varias ciudades provinciales, nunca en Londres. El número de miembros creció rápidamente. En la tercera reunión, celebrada en Cambridge en 1833, se utilizó por primera vez la palabra «científico», en lugar de «filósofo natural», para dejar bien clara la ruptura con el pasado. Victoria aún no era reina, pero la era victoriana había empezado.

La historia de Holmes sobre la edad de los prodigios suscita una cuestión intrigante sobre la época actual. ¿Es posible que estemos entrando en una nueva época romántica, que se extendería a lo largo de la primera mitad del siglo XXI, con los multimillonarios de la industria tecnológica de hoy en día desempeñando un papel similar al de los aristócratas ilustrados del siglo XVIII? Es demasiado pronto para responder a esta pregunta, pero no para empezar a examinar los hechos. Los factores indicativos de una nueva edad de los prodigios en la cultura de la ciencia serían una vuelta atrás de las organizaciones a las personas, de los profesionales a los aficionados y de los programas de investigación a las obras de arte.

Si la nueva época romántica es una realidad, se centrará en la biología y los ordenadores, igual que la anterior lo hizo en la química y la poesía. Los candidatos a liderar la época romántica moderna son los magos de la biología Kary Mullis, Dean Kamen y Craig Venter, y los magos de la informática Larry Page, Sergey Brin y Charles Simonyi. Venter es el empresario que le enseñó al mundo cómo leer genomas con rapidez; Mullis es el surfista que le enseñó al mundo cómo multiplicar genomas con rapidez, y Kamen es el ingeniero médico que le enseñó al mundo cómo hacer manos artificiales que de verdad funcionen.

Cada logro de nuestros pioneros modernos resuena con ecos del pasado. Venter navegó alrededor del mundo en su yate recogiendo genomas de microbios del océano y secuenciándolos sistemáticamente, igual que Banks navegó alrededor del mundo recolectando plantas. Mullis inventó la reacción en cadena de la polimerasa, que permite a los biólogos multiplicar en unas pocas horas una sola molécula de ADN en una cubeta de moléculas idénticas, y después pasó la mayor parte del tiempo practicando el surf en las playas de California, como Davy, que inventó la lámpara de los mineros y después se dedicó en buena medida a la pesca con mosca en los ríos de Escocia.

Kamen crea vínculos entre los cerebros humanos vivos y los dedos mecánicos, como Victor Frankenstein, que cosió cerebros y manos muertos y los hizo revivir. Page y Brin construyeron el gigantesco motor de búsqueda de Google, que llega hasta los límites mismos del conocimiento humano, igual que William Herschel, que construyó su gigantesco telescopio de doce metros para llegar hasta los confines del universo. Simonyi fue el principal arquitecto de sistemas de software para Microsoft, y más tarde voló dos veces como cosmonauta en la Estación Espacial Internacional, igual que los intrépidos aeronautas Pierre Blanchard y John Jeffries, que en 1785 hicieron el primer viaje en globo de Inglaterra a Francia.

Hay diferencias obvias entre los tiempos modernos y la edad de los prodigios. Ahora tenemos un ejército permanente de muchos miles de científicos profesionales, mientras que antes había solo un puñado. Ahora la ciencia se ha convertido en una actividad profesional organizada con grandes presupuestos y abultadas nóminas, mientras que antes la ciencia era una mezcla de aficiones privadas y entretenimientos públicos. A pesar de estas diferencias, existen muchas similitudes. Holmes señala que, en 1812, empezaron a venderse en Piccadilly «equipos químicos portátiles» a un precio de entre seis y veinte guineas. Estos equipos contenían materiales para los químicos aficionados serios.

Su existencia demuestra que los enjambres de damas y caballeros a la última que asistían a las conferencias públicas de Davy en la Royal Institution, o bien hacían ellos mismos experimentos químicos en sus casas, o bien alentaban a sus hijos a llevarlos a cabo. El año pasado recibí como regalo de Navidad un «equipo portátil del genoma», un CD que contenía una gran cantidad de información acerca de mi genoma. Mis hijos y nietos, y sus cónyuges, recibieron también sus CD. Comparando nuestros genomas, podemos cuantificar lo que cada nieto ha heredado de cada abuelo.

Los CD nos indican en qué lugares nuestro ADN personal difiere del genoma humano estándar por una sola letra del código genético. No incluyen otras diferencias más complejas, como las ausencias o repeticiones de una cadena de letras. Estos CD los prepara y vende una compañía llamada 23andMe, porque veintitrés es el número de cromosomas de una célula germinal humana. La empresa la fundó Anne Wojcicki, la esposa de Brin.

El lenguaje del genoma sigue sin ser descifrado, como la escritura lineal B después de ser descubierta en tablillas de arcilla de la antigua Creta. Durante cincuenta años, los arqueólogos y lingüistas profesionales no lograron descifrar la escritura lineal B. El aficionado Michael Ventris tuvo éxito donde los expertos fracasaron, y demostró que la lineal B es una forma prehomérica del griego. Desde luego, yo no soy un Ventris. No puedo descifrar mi genoma, o extraer de él alguna información útil sobre mi anatomía y mi fisiología. Pero considero que es un motivo de celebración el que la información genética personal se distribuya hoy ampliamente y a un precio que el ciudadano común puede permitirse pagar. En poco tiempo, los genomas humanos completos también estarán a disposición de mucha gente. Entonces veremos si serán los expertos profesionales los que ganarán la carrera por entender la sutil arquitectura del genoma o si será algún nuevo Ventris quien los derrote en su propio campo.

Un paso importante hacia la comprensión del genoma es el reciente trabajo de David Haussler y sus colegas de la Universidad de California en Santa Cruz, publicado en la edición en línea de Nature.[22] Haussler es un profesional de la informática que se pasó a la biología. Nunca ha diseccionado el cadáver de un ratón o de un ser humano. Su herramienta experimental es un ordenador corriente que él y sus alumnos utilizan para hacer comparaciones precisas de genomas de diferentes especies. Descubrieron un pequeño parche de ADN en el genoma de vertebrados que se ha conservado al completo en los genomas de los pollos, los ratones, las ratas y los chimpancés, pero que se ha modificado considerablemente en los seres humanos. El parche se llama HAR1, abreviatura de human accelerated region 1. Apenas evolucionó en trescientos millones de años desde el ancestro común de los pollos y los ratones hasta el ancestro común de los chimpancés y los humanos, y luego evolucionó rápidamente, en seis millones de años, desde el ancestro común de los chimpancés y humanos hasta los humanos modernos.

Durante los últimos seis millones de años se produjeron dieciocho cambios en este parche de la línea germinal humana. Alguna importante reorganización tuvo que haber ocurrido en el programa de desarrollo que este parche ayuda a regular. También se conoce otro hecho crucial del HAR1: es activo en el desarrollo del córtex cerebral del embrión durante el segundo trimestre de embarazo de la madre, que es cuando se organiza la estructura detallada del cerebro. El equipo de Haussler encontró otro parche similar de ADN en el genoma de los vertebrados, que llama HAR2. Este parche es activo en el desarrollo de la muñeca del embrión humano. El cerebro y la mano son los dos órganos que más nos diferencian a los humanos de nuestros primos vertebrados.

El descubrimiento de HAR1 y HAR2 puede ser un acontecimiento de importancia capital, comparable al descubrimiento del núcleo atómico por Ernest Rutherford en 1909 o al de la doble hélice en el núcleo de la célula por Francis Crick y James Watson en 1953. Puede abrir la puerta a una nueva ciencia, el estudio de la naturaleza humana a escala molecular. Esta nueva ciencia cambiaría profundamente las posibles aplicaciones de los conocimientos biológicos para hacer el bien o el mal. Podría darnos la clave para controlar la evolución de nuestra propia especie.

Hay una característica de la vieja edad de los prodigios visiblemente ausente en la nueva: la poesía. La forma de arte dominante en muchas culturas humanas de Homero a Byron ya no predomina. Ningún poeta moderno tiene la talla de Coleridge o Shelley. La poesía ha sido en parte reemplazada en la cultura popular por el arte gráfico. En 2008 participé en un «Festival de las Matemáticas» organizado en Roma por Piergiorgio Odifreddi, un emprendedor y matemático en sintonía con la era moderna. Odifreddi tomó prestado el mayor auditorio de Roma, una construcción de los Juegos Olímpicos de 1960, y durante tres días llenó todo su aforo de jóvenes adictos a las matemáticas. ¿Cómo lo consiguió? Mezclando las matemáticas con el arte. Los genios que lo presidieron fueron el artista Maurits Escher y el matemático Benoît Mandelbrot, con sus seguidores presentando nuevas obras de arte creadas por humanos y ordenadores. Allí estaba John Nash disfrutando de la adulación de que era objeto por parte de los estudiantes desde que la película Una mente maravillosa lo convirtió en una estrella internacional. También actuó un malabarista que resultó ser un profesor de matemáticas. De pie sobre el escenario, hacía malabarismos con cinco bolas al tiempo que demostraba elegantes teoremas sobre la combinatoria de los juegos malabares. Sus teoremas explicaban por qué los malabaristas serios siempre utilizan un número impar de bolas, por lo general cinco o siete en lugar de cuatro o seis.

Si la ciencia dominante en la nueva edad de los prodigios es la biología, la forma de arte dominante debería ser el diseño de genomas para crear nuevas variedades de animales y plantas. Esta forma de arte, que utiliza la nueva biotecnología de forma creativa para mejorar las técnicas ancestrales de los criadores de animales y plantas, todavía pugna por eclosionar. Tiene que enfrentarse a las barreras culturales, además de las dificultades técnicas, el mito de Frankenstein y la realidad de los defectos y deformidades genéticos.

Si este sueño se hace realidad y la nueva forma de arte emerge triunfante, una nueva generación de artistas capaz de escribir genomas con tanta fluidez como Blake y Byron escribían versos, podría crear una gran cantidad de flores, frutos, árboles y pájaros nuevos que enriquecerían la ecología de nuestro planeta. Estos artistas serían en su mayoría aficionados, pero en estrecho contacto con la ciencia, igual que los poetas de la anterior edad de los prodigios. La nueva edad de los prodigios unirá a empresarios ricos como Venter y Kamen y profesionales académicos como Haussler, y creará una comunidad mundial de jardineros, agricultores y ganaderos que trabajarán codo con codo para hacer que el planeta se muestre más bello, fértil y hospitalario, lo mismo para los colibríes que para los humanos.

 

 

Nota añadida en 2014: Desde que escribí esta reseña, varias empresas privadas han puesto en órbita satélites y logrado competir con los programas gubernamentales. Elon Musk, el multimillonario fundador de la compañía SpaceX, lidera esta nueva oleada de pioneros aficionados del espacio. Su sueño es crear una nueva industria espacial y abrir los cielos a los exploradores y colonos privados. Mantienen buenas relaciones con los científicos e ingenieros espaciales profesionales, que comparten su visión.