Posibilidades ilimitadas
Desde que la gente empezó a preguntarse por el destino humano, siempre ha habido profetas de la esperanza y profetas de la fatalidad. Hace mucho tiempo, en Mesopotamia, según relata el libro del Génesis, Abraham cayó rostro en tierra y Dios le habló así:
He aquí mi pacto contigo: serás padre de una multitud de pueblos. [...] Te haré fecundo sin medida, sacando pueblos de ti, y reyes nacerán de ti. Mantendré mi pacto contigo y con tu descendencia en futuras generaciones como pacto perpetuo.
Abraham fue el primer profeta de la esperanza en la tradición occidental. Estableció el modelo de nuestra cultura. Fue un viajero, y se trasladó a un nuevo país con el fin de tomar posesión de él para sus descendientes. Un poco más tarde, otros profetas de la esperanza, Gautama Buda y Lao Tse, iniciaron otras tradiciones en otros lugares. Mientras tanto, al oeste, Jeremías, el profeta de la destrucción, alzaba la voz en Jerusalén contra Abraham:
Me vino la palabra del Señor: No te cases, no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor a los hijos e hijas nacidos en este lugar, a las madres que los parieron y a los padres que los engendraron en esta tierra: Morirán de muerte cruel, no serán llorados ni sepultados, serán como estiércol sobre el campo, acabarán a espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra.
Otros profetas de la fatalidad anunciaron en otras tradiciones la ira de los dioses y la impotencia de los seres humanos. El diálogo entre Abraham y Jeremías continúa en la actualidad. Sigue siendo uno de los temas principales de nuestra historia. Entonces, ¿qué hay ahora de nuevo?
Algo que es nuevo es la ciencia moderna. La ciencia no ha desplazado a la religión como la forma en que la mayoría de la gente se acerca a los problemas de nuestro destino, pero nos permite a todos ver estos problemas de una forma nueva. Francis Bacon, el gran profeta de la ciencia moderna en la tradición británica, no proclamó la palabra del Señor, sino que habló con su propia voz, más modesta: «Si empezamos con certezas, acabaremos con dudas, pero si empezamos con dudas y las llevamos con paciencia, es posible que acabemos con certezas».
Bacon escribió a principios del siglo XVII, cuando las guerras religiosas asolaban Europa; cuando los Padres Peregrinos construían, llenos de esperanzas abrahámicas, un nuevo mundo en América; cuando los teólogos puritanos, llenos de fatalistas visiones jeremíacas, sermoneaban con el fuego del infierno y la condenación. Bacon ofrecía una tercera alternativa a las certezas del Cielo y del Infierno: la de la investigación paciente. Nos pidió hacernos preguntas, en lugar de lanzar respuestas, para obtener pruebas en lugar de juzgar sin más, para escuchar la voz de la naturaleza en lugar de la voz de la sabiduría antigua. Bacon predijo con exactitud el desarrollo de la ciencia moderna. En los siglos que siguieron, esta transformó el problema del destino humano. El destino ya no era una suerte inalterable, irreversiblemente buena o mala. El destino se convirtió en un experimento continuo en el que somos libres para aprender de nuestros errores.
En el mundo moderno de vida y muerte al que todos pertenecemos, un problema crucial de nuestro destino es el tamaño de las poblaciones humanas. Parece un problema sencillo. ¿Cuántas personas debería haber? ¿Cuántos hijos deberíamos tener? Pero la ciencia moderna ha modificado dos veces la naturaleza del problema. En el siglo XVIII, la ciencia dio origen a revoluciones industriales y médicas que provocaron un rápido crecimiento de la población, y en el siglo XX dio origen a revoluciones sociales que provocaron un descenso igualmente rápido de las tasas de natalidad.
Era fácil de entender, como Robert Malthus señaló en su famoso Ensayo sobre el principio de la población de 1798, que la nueva tecnología había ocasionado un crecimiento de la población que podría a su vez causar un aumento desproporcionado de la miseria humana. Es más difícil de entender, en el mundo de hoy, que las tasas de natalidad descendieran rápidamente en muchas partes del mundo sin dejar de ser altas en otras. Parece que las tasas de natalidad cayeron fuertemente por diferentes razones en los distintos lugares: en China, debido a las leyes draconianas que impuso su gobierno; en Europa y América, porque gran parte de las mujeres recibieron educación y se volvieron económicamente independientes. Mientras tanto, las tasas de natalidad se mantienen altas en África y en partes de Asia, donde las sociedades están dominadas por varones y las mujeres son en su mayoría analfabetas.
Tres hechos se distinguen claramente en la historia de los últimos tres siglos. En primer lugar, se halla en curso un gran experimento de exploración de las diversas maneras de tratar el problema de la población; en segundo lugar, ninguna autoridad central está al frente, y, en tercer lugar, el resultado del experimento aún suscita dudas. Muchos tipos de desastres producto del estallido demográfico o del colapso de la población son todavía posibles. Pero los resultados del experimento son hasta el momento alentadores. Los desastres predichos por Malthus no se produjeron. Las poblaciones de varias partes del mundo con diferentes tradiciones políticas y éticas fueron controladas con éxito por diferentes métodos. En general, parece cierto que, en cualquier sociedad, el aumento de la riqueza, la comunicación y la educación produce una rápida caída de las tasas de natalidad. Se trata de una conclusión experimental sujeta a la crítica y la corrección. No nos dice que el problema de la población haya sido finalmente resuelto. Nos indica que la solución del problema todavía está en nuestras manos, y debemos abordarlo con la experimentación continua y la corrección de los errores.
Si miramos al futuro lejano, el principal problema de nuestro destino no será el tamaño de las poblaciones, sino su calidad. ¿Seguiremos siendo una sola especie unida por lazos de familia y el parentesco o evolucionaremos hacia muchas especies diversas, como lo hicieron nuestros ancestros vertebrados en el pasado? Las dos alternativas suponen pérdidas y ganancias. Si seguimos siendo una sola especie, perderemos grandes oportunidades para explorar nuevas maneras de vivir y de pensar. Perderemos la capacidad histórica de evolución biológica para probar nuevas experiencias y crear nuevos diseños de cuerpo y mente. Si nos diversificamos, perderemos la hermandad de los seres humanos. Perderemos las lealtades y tradiciones compartidas que nos hicieron ser lo que somos. Al separarnos en especies extrañas, abriremos un sinfín de posibilidades de futuros conflictos y antagonismos irreconciliables.
Tal vez estos peligros puedan reducirse si la diversificación de la naturaleza humana se combinase con una expansión de nuestro hábitat de un planeta a una multitud de comunidades extendidas por el universo. Quienes opten por quedarse en este planeta deberán seguir siendo hermanos, mientras que los que opten por experimentar con nuevas posibilidades creativas deberán irse lo suficientemente lejos como para que el fracaso de sus experimentos no ponga en peligro a los que se quedaron en casa. La inmensidad del universo nos permite soñar con un futuro infinito para la humanidad, con los cuerpos y las mentes propagándose por el espacio y aumentando en calidad hasta un extremo que no podemos ni imaginar. Por eso ha titulado David Deutsch su libro El comienzo del infinito.[27] El subtítulo, «Explicaciones que transforman el mundo», contiene el mensaje central de la obra. Dice que nuestro destino es ser explicadores del mundo que nos rodea, y que explicar es la clave de su dominio.
Deutsch tiene un mensaje importante. Escribe de manera clara y piensa con sabiduría. Su libro podría ayudarnos a conducir el mundo hacia formas mejores de abordar sus problemas, y se dirige a los ciudadanos inquietos, no solo a los filósofos. Espero que muchos ciudadanos inquietos se tomen en serio su mensaje. Desafortunadamente, Deutsch es un filósofo con afición a los argumentos filosóficos abstrusos. Afortunadamente, emplea su lenguaje sencillo y expone su abstruso filosofar en capítulos separados. El lector común debe saltarse los técnicos y prestar atención a los demás. Los difíciles capítulos 11 y 12, «El multiverso» y «Una historia de la mala filosofía escrita por un físico», deberían haber sido publicados como un libro aparte, pues se dirigen a un público diferente. Tienen poca relación con los extraordinariamente lúcidos capítulos 10 y 13, «Un sueño de Sócrates» y «Opciones», que se encuentran inmediatamente antes y después de los arriba mencionados. Los capítulos difíciles son para los lectores que compartan su visión de la naturaleza y del propósito de la filosofía.
La filosofía puede considerarse una rama de la ciencia o una rama de la literatura. Para Deutsch, es un conjunto de explicaciones y argumentos que son correctos o erróneos. Para mí, es una colección de historias. Para Deutsch, el único filósofo que merece respeto incondicional es Karl Popper, porque solo él se hizo las preguntas correctas y les dio las respuestas correctas. Para mí, los grandes filósofos son los que, como Platón y Bertrand Russell, fueron buenos escritores. En uno de sus momentos más relajados, Russell expresó una visión de la filosofía similar a la mía: «La ciencia es sentido común organizado; la filosofía es desatino organizado». En mi opinión, Deutsch se presenta como un verdadero filósofo cuando olvida sus argumentos técnicos y cuenta historias sugestivas.
Deutsch resume el destino humano en dos aserciones lapidarias, pues parece que estén grabadas en piedra: «es inevitable que tengamos problemas» y «los problemas tienen solución». Su capítulo titulado «La chispa» introduce estas aserciones y explica su significado. Se aplican a todos los aspectos de la actividad humana: a la ética, el derecho, la religión, el arte y la ciencia. En todos los ámbitos, desde la matemática y la lógica puras hasta la guerra y la paz, no hay soluciones finales ni imposibilidades finales. Deutsch identifica la chispa de la intuición que nos dio una visión clara de nuestro futuro infinito con el inicio de la Ilustración británica en el siglo XVII. Y hace una clara distinción entre la Ilustración británica y la continental que nació al mismo tiempo en Francia.
Ambas ilustraciones comenzaron con la idea de que los problemas son solubles. Ambas contaron con las mentes más brillantes de la época para la solución de problemas prácticos. Ambas divergieron debido a que muchos pensadores de la Ilustración continental creyeron que los problemas podían ser finalmente resueltos por revoluciones utópicas, mientras que los británicos creían que los problemas eran inevitables. Según Deutsch, Bacon cambió el mundo cuando amplió sus miras y alcanzó a ver y prever un infinito proceso de solución de problemas guiado por éxitos y fracasos impredecibles. La versión que Deutsch ofrece de la historia es limitada. Es una historia whig que describe el destino humano como el triunfo de las ideas e instituciones británicas. Una historia parroquial.
Mucho antes de Bacon hubo en China pensadores con una visión histórica de largo alcance que iba por un camino diferente, y en Grecia Sócrates nos enseñó a buscar la sabiduría haciendo preguntas en lugar de partir de respuestas. Muchas otras culturas convergieron en la conclusión de que los seres humanos tienen elección. Si queremos, podemos tener esa chispa y transformar el universo de una maquinaria sin propósito en una comunidad creativa de seres vivos que continuamente se plantean nuevas preguntas y se esfuerzan por encontrar nuevas respuestas.
Volviendo a los problemas actuales, en el capítulo «Opciones» Deutsch habla de política y economía. Dos cuestiones han dominado el estudio de la economía política en el pasado: cómo debemos elegir a nuestros gobernantes y hasta qué punto puede ser desigual la distribución de la riqueza entre ricos y pobres. En los últimos debates sobre la elección de los gobernantes, la gente por lo general se ha hecho la pregunta equivocada. Se preguntaba cuáles son los mejores gobernantes. Suponía que si esta pregunta recibiese una respuesta ello permitiría gobernar a los mejores gobernantes, y el problema del buen gobierno estaría resuelto.
Pero la historia nos enseña desde hace mucho tiempo que esta pregunta es errónea. No hay tales gobernantes mejores, porque el poder corrompe y las circunstancias cambian. Los gobernantes a menudo comienzan bien y luego cometen errores estúpidos. La guerra civil inglesa entre el rey Carlos I y su Parlamento demostró claramente que el concepto del mejor gobernante es una ilusión. El rey, gobernante por derecho divino, abusó de manera flagrante de su poder, y los líderes parlamentarios se rebelaron contra él. El Parlamento ganó la guerra, el rey fue decapitado y se nombró a Oliver Cromwell para que gobernase en su lugar. Cuando Cromwell falleció, el Parlamento decidió alentar el regreso del hijo del rey asesinado.
Escarmentado por la derrota y el exilio, el nuevo rey gobernó con más tacto y sabiduría que su padre y que Cromwell. En aquel siglo, el gran debate entre monarquía y república alcanzó cotas intelectuales extraordinariamente altas. Los dos poetas más grandes en lengua inglesa se comprometieron profundamente; William Shakespeare estuvo del lado de los monarcas Isabel y Jacobo, y John Milton del lado de Cromwell. Los dramas históricos y las tragedias de Shakespeare reflejaban comportamientos de reyes y reinas. Los Areopagitica de Milton reflejaban el comportamiento de los altos funcionarios que trataban de gobernar nuestras mentes.
La pregunta correcta no era «¿cuáles son los mejores gobernantes?», sino «¿cómo nos aseguramos de que los gobernantes puedan ser reemplazados pacíficamente cuando gobiernan mal?». Los sistemas de gobierno democráticos están diseñados para responder a esta última pregunta. Las elecciones se celebran no para elegir a los mejores gobernantes, sino para darnos una oportunidad de deshacernos de los peores sin derramamiento de sangre. La monarquía constitucional es otra solución para el mismo problema. La actual reina de Inglaterra no tiene poder para gobernar el país, pero sí para disolver el Parlamento e impedir que cualquier político actúe de manera flagrantemente inconstitucional. El problema perenne del gobierno no es elegir a los mejores gobernantes, sino hacer a los malos gobernantes responsables de sus fallos.
El reparto de la riqueza entre ricos y pobres es un problema similar al del reparto del poder político, y su historia es también análoga. El gran debate sobre este tema ha sido entre los ideales de la ética y los de la economía. La justicia social demanda la igualdad, mientras que la recompensa justa por la labor empresarial productiva demanda desigualdad. Los defensores de ambos bandos del debate han tendido a adoptar posiciones extremas. Se han fundado muchas comunidades utópicas para poner en práctica los principios igualitarios, pero pocas han durado más de una generación. Los hijos tienen una lamentable tendencia a rebelarse contra los sueños de sus padres. Al mismo tiempo, los defensores del capitalismo extremo de libre mercado predican el evangelio de la codicia. La glorifican como la fuerza motriz generadora de nuevas industrias que acabarán enriqueciendo a todo el mundo. Desafortunadamente, en muchas partes del mundo donde impera el capitalismo de libre mercado, los ricos se enriquecen cada vez más y los pobres se empobrecen cada vez más.
El pensador utópico dominante en el gran debate sobre el poder económico fue Karl Marx, que veía en blanco y negro el mundo del siglo XIX. Negro era el capitalismo, la sociedad existente de ricos propietarios de fábricas y trabajadores oprimidos, con el poder concentrado en manos de los propietarios. Blanco era el comunismo, la futura sociedad de trabajadores que se harían con el poder y serían dueños de los medios de producción. El comunismo lograría la justicia social para los trabajadores después de enviar a los antiguos propietarios al basurero de la historia. Marx fue un profeta de la esperanza que describía sus sueños del futuro con un lenguaje digno de su precursor hebreo Isaías. «Mirad», escribió Isaías,
voy a crear un Cielo nuevo y una Tierra nueva: de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. [...] El lobo y el cordero pastarán juntos, el león comerá paja con el buey, y la serpiente comerá polvo. No harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo, dijo el Señor.
Cuando hoy consideramos las visiones de Marx, vemos que gran parte de lo que escribió sobre el capitalismo era verdad y casi todo lo que escribió sobre el comunismo era falso. Mientras examinaba los hechos a su alrededor, estaba sobre suelo firme. Pero en cuanto pasaba de los hechos al dogma, su imaginación lo extraviaba en grado superlativo.
Gracias a la magia de la moderna búsqueda de datos y de las comunicaciones rápidas, recibí de un primo que vive en Australia una copia del certificado de matrimonio de mis bisabuelos Jeremiah y Mary Dyson, casados en 1857 en la iglesia parroquial de Halifax, en el norte industrial de Inglaterra, la región donde el amigo de Marx, Friedrich Engels, había escrito su clásica denuncia del capitalismo, La situación de la clase obrera en Inglaterra. Mary no firmó con su nombre; puso una X en el certificado. Más tarde, la situación de la clase obrera de Halifax mejoraría poco a poco sin la ayuda de una revolución comunista. Recibió educación, alcanzó una prosperidad modesta y pudo buscar libremente mejores oportunidades. El hijo de Mary llegó a ser un experto constructor de máquinas y su nieto, un músico profesional, y su bisnieto es hoy un científico.
El evangelio de Marx es un ejemplo clásico de mala filosofía tal como la define Deutsch. Los malos filósofos tratan de mejorar la condición humana diciéndoles a los hombres cómo deben comportarse. Se engañan imaginando que el mundo va a bailar a su son. Los buenos filósofos continúan observando cómo se comporta el mundo y tratan de explicar lo que observan. Los buenos filósofos mejoran la condición humana haciéndose preguntas y corrigiendo errores. El método de la buena filosofía es explicar y entender cómo se comporta el mundo, no prescribir nada a nadie.
La mejora más importante de la condición humana en el último medio siglo ha sido la transformación económica de China. Si esta transformación continúa durante otro medio siglo e incluye a la India, más de la mitad de la población del mundo será rica. Se abrirá el camino hacia nuevas e impredecibles transformaciones. China posee una larga tradición, que se extiende por miles de años, de gobierno central organizador de experimentos sociales a gran escala. Unos fracasaron y otros fueron un éxito. La tradición china anima a asumir grandes riesgos y a ser capaz de recuperarse de calamidades. Es de esperar que dicha tradición siga siendo diferente de la nuestra y que los chinos se atrevan a crear nuevas empresas que nuestras normas occidentales, más tímidas, prohíben. Es una lástima que Deutsch no mencione a China en su libro. Ignora la mitad de nuestro patrimonio. Si hubiera incluido al país asiático en su visión del futuro, su argumento a favor de una expansión infinita de las posibilidades humanas se habría fortalecido.
De los dieciocho capítulos de la obra, el que más recomiendo es el titulado «Un sueño de Sócrates», un desenfadado ejercicio de ficción filosófica. Sócrates acude al oráculo de Delfos para preguntar quién es el hombre más sabio del mundo. El oráculo, que habla en nombre del dios Apolo, le responde: «No hay nadie más sabio que Sócrates». Dormido en su alojamiento la noche siguiente, Sócrates recibe la visita de Hermes, el mensajero de los dioses. Los dos entablan un diálogo con bromas y paradojas en el que Hermes le explica a Sócrates las principales ideas que Deutsch propugna en su libro. La más importante de las que Hermes le detalla es que la sabiduría se logra haciendo preguntas, es decir, siguiendo el método que ahora llamamos «socrático». Luego, a Sócrates lo despiertan bruscamente el joven Platón y un puñado de otros amigos que han entrado en su aposento, y Hermes desaparece. Sócrates intenta explicarle a Platón lo que ha aprendido. Este garabatea a toda prisa las palabras de Sócrates con un estilete sobre una tablilla, pero no las entiende y confunde el mensaje.
Nota añadida en 2014: David Deutsch vuelve a aparecer en el capítulo 17 como personaje de un libro del filósofo Jim Holt. El Deutsch del capítulo 17 es un especulador más dogmático, y yo lo critico con más dureza. Allí sostengo que la filosofía perdió su garra cuando los filósofos se trasladaron del ágora pública de Atenas a los claustros de los colleges de Oxford.