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Ciencia desmandada

 

 

Physics on the Fringe describe trabajos de aficionados, personas rechazadas por el sistema académico y que rechazan las creencias académicas ortodoxas.[28] A menudo son autodidactas e ignorantes de las matemáticas superiores. La matemática es la lengua que hablan los profesionales. Los aficionados ofrecen un conjunto de visiones alternativas. Los mundos que imaginan son concretos en lugar de abstractos, físicos en lugar de matemáticos. Muchos de ellos pertenecen a la Alianza por la Filosofía Natural, una organización informal conocida por sus amigos como la NPA.

El libro de Margaret Wertheim refiere encuentros con filósofos naturales. La autora se interesa por ellos como personajes de una tragedia humana, y lo hace con la seriedad y dignidad que impone una tragedia. El protagonista es Jim Carter, y el tema principal, la historia de su vida y obra. A diferencia de la mayoría de los soñadores filosóficos, Carter es un ingeniero competente, y hace experimentos reales para poner a prueba sus ideas. Dirige un negocio próspero que le concede tiempo libre para perseguir sus sueños. Es un hombre con múltiples talentos y un defecto funesto.

El defecto de Carter es su firme creencia en una teoría del universo basada en un sinfín de jerarquías de circlones. Los circlones son objetos mecánicos de forma circular. La del universo es una historia de sucesivas generaciones de circlones que son fruto de procesos de reproducción y fisión. Verificó el comportamiento de los circlones haciendo experimentos con anillos de humo en su casa. Un anillo de humo es una manifestación visible de un circlón. Construyó un aparato experimental con cubos de basura y láminas de caucho para generar anillos de humo de larga duración en condiciones controladas. El hecho de que los anillos de humo puedan interactuar entre sí y mantener una existencia estable demuestra que los circlones pueden hacer lo mismo. Del mismo modo que la teoría estándar de la física nuclear se verifica mediante experimentos con aceleradores, su teoría, afirma, la verifican sus experimentos con cubos de basura, que cuestan un millón de veces menos. Y como el viejo marinero de Coleridge, cuenta su historia una y otra vez a quienes no se la creen.

El período más dramático de la vida de Carter fue la década de los setenta, cuando se ganaba la vida como submarinista dedicado a la recogida de orejas de mar en las inmediaciones de Isla Catalina. Su primera visión de un circlón fue el anillo perfecto de burbujas de aire que a veces salía de la válvula de su equipo de respiración submarina. En aquel entonces, las orejas de mar eran abundantes y la demanda de ellas, insaciable. En un solo día de buceo podía ganar dinero suficiente para quedarse en casa una semana entera y trabajar en su teoría de los circlones.

El límite práctico para sus ingresos era la dificultad de transportar grandes cantidades de orejas del fondo del mar a tierra. Resolvió este problema inventando un dispositivo que llamó «bolsa de ascensión», una gran bolsa con un compartimento para la carga y otro inflado con aire. Un pequeño tanque de aire comprimido introducido en la bolsa permitía levantar cientos de veces su propio peso. La capacidad de elevación de la bolsa era el peso del agua desplazada por el aire, y el agua pesa mil veces más que el aire. Con la ayuda de su esposa, diseñó una bolsa de ascensión elegante y fácil de usar, con brillantes materiales coloreados para mejorar su visibilidad bajo el agua. Pronto le llegaron pedidos de estas bolsas de ascensión de gente que participaba en operaciones submarinas de todo tipo, desde reflotar barcos hundidos hasta perforar yacimientos de petróleo. La Carter Lift Bag Company le reportó unos beneficios mucho mayores que los que jamás obtuvo pescando orejas de mar.

Hasta que Wertheim le dio la noticia, Carter no sabía que sus experimentos con los anillos de humo se habían llevado a cabo con un aparato similar y para un propósito similar 130 años antes. William Thomson y Peter Tait, un físico y un matemático famosos, habían inventado una teoría de la materia similar a la teoría de los circlones de Carter. Imaginaban que cada átomo era un vórtice en un hipotético fluido conocido como «éter» que se creía que llenaba el espacio todo el tiempo. E imaginaban que los vórtices se anudaban de diversas maneras, lo cual explicaba las diferencias químicas entre los átomos de los distintos elementos. Los vórtices en un fluido perfecto, anudados o no, serían permanentes e indestructibles.

Thomson y Tait utilizaron, como hizo Carter, anillos de humo como imágenes visibles de sus átomos imaginados. Como Carter, no pudieron encontrar ninguna prueba convincente de una conexión entre la imagen y el átomo. Pero, a diferencia de él, eran científicos profesionales eminentes y muy respetados por la comunidad científica internacional. Thomson fue ennoblecido por la reina Victoria y se convirtió en lord Kelvin, nombre luego inmortalizado por la escala Kelvin de temperatura absoluta. Tait creó una teoría matemática de nudos, que en el siglo XX evolucionó hasta constituir una nueva rama de las matemáticas conocida como «topología». Thomson y Tait fueron honrados y respetados, aunque su teoría de los átomos como vórtices cayó en el olvido. Wertheim se pregunta: ¿por qué habría que tratar a Carter de manera diferente?

En mi carrera como científico tuve en dos ocasiones la suerte de ser amigo personal de un famoso disidente. Uno de ellos, sir Arthur Eddington, era un insider como Thomson y Tait. El otro, Immanuel Velikovski, era un outsider como Carter. Ambos fueron figuras trágicas, intelectualmente brillantes y moralmente valientes, pero con el mismo defecto funesto que Carter. Ambos estaban poseídos por fantasías que las personas con sentido común considerarían absurdas. Les dejaba bien claro que no creía en sus fantasías, pero los admiraba como seres humanos y como artistas imaginativos. Y admiraba sobre todo su obstinada negativa a callarse. Con todo el mundo en contra de ellos, permanecieron fieles a sus creencias. No podía fingir estar de acuerdo con ellos, pero podía darles mi apoyo moral.

Eddington fue un gran astrónomo, uno de los últimos gigantes igualmente dotados como observadores y como teóricos. Su gran momento como observador llegó en 1919, cuando dirigió la expedición británica a la isla de Príncipe, junto a la costa occidental de África, para medir la desviación de la luz estelar cerca del Sol durante un eclipse total. El propósito de la medición era poner a prueba la teoría general de la relatividad de Einstein. La medición demostró claramente que Einstein tenía razón y que Newton estaba equivocado. Einstein y Eddington se hicieron inmediatamente famosos. Un año más tarde, Eddington publicó un libro, Espacio, tiempo y gravitación, que explicaba las ideas de Einstein a los lectores de habla inglesa. La obra comienza con una cita del Paraíso perdido de Milton:

 

[... ] Tal vez con el propósito

de que a risa le muevan [a Dios] sus extrañas y erróneas

opiniones [los hombres] el día que, andando el tiempo, lleguen

a modelar el cielo, calcular las estrellas,

manipular la ingente fábrica, construyendo

y destruyendo hipótesis por salvar teorías.[29]

 

Milton había visitado a Galileo en su casa de Florencia cuando se encontraba bajo arresto domiciliario. Escribía poesía en italiano además de en inglés —hablaba la lengua del científico—, y puso a Galileo como ejemplo en su campaña por la libertad de opinión en Inglaterra. Ambos habían presenciado el doloroso parto de la física clásica, como Eddington con Einstein el de la relatividad trescientos años después. El libro de Eddington situaba la relatividad en el lugar que le correspondía como episodio de la historia del pensamiento occidental. Es maravillosamente claro y fácil de leer, y probablemente contribuyera al hecho de que Einstein fuese mejor entendido y más admirado en Gran Bretaña y Estados Unidos que en Alemania.

Siendo estudiante en la Universidad de Cambridge, asistí a las clases de Eddington sobre la relatividad general. Eran tan brillantes como su libro. Dividía su exposición en dos partes, y avisaba escrupulosamente a los estudiantes cuando saltaba de una a otra. La primera parte era la teoría matemática ortodoxa inventada por Einstein y verificada por sus observaciones, y la segunda era un extraño mejunje que él llamaba «teoría fundamental» y que supuestamente explicaba con nuevas ideas todos los misterios de la física de partículas y de la cosmología. Las consecuencias de la teoría eran más adivinadas que calculadas, puesto que carecía de una base firme, tanto física como matemática.

Eddington decía claramente, cada vez que daba rienda suelta a su teoría fundamental en un torrente de especulaciones: «Esto no es generalmente aceptado, y no tienen por qué creerlo». Yo no sabía quiénes eran más dignos de lástima, si los estudiantes desconcertados y preocupados por aprobar el siguiente examen o el viejo profesor consciente de ser una voz que clamaba en el desierto. Dos hechos estaban claros. En primer lugar, Eddington decía cosas absurdas. En segundo lugar, a pesar de lo absurdo de sus ideas, todavía era un gran hombre. Para el pequeño grupo de estudiantes era un privilegio asistir fielmente a sus clases y compartir su pesar. Falleció dos años más tarde.

Cuando me trasladé a Estados Unidos, me hice amigo de Velikovski, que era vecino mío en Princeton. Velikovsky era un judío ruso con un enorme interés por las leyendas judías y la historia antigua. Nació en 1895 en el seno de una familia con estudios superiores, y en 1921 obtuvo la licenciatura en medicina por la Universidad de Moscú. En pleno caos de la Revolución bolchevique, escribió un largo poema en ruso titulado «Treinta días y treinta noches de Diego Pirez en el puente de Sant’Angelo». Se publicó en París en 1935. Diego Pirez fue un místico judío portugués del siglo XVI que llegó a Roma y se sentó en el puente próximo al Vaticano rodeado de mendigos y ladrones a los que contaba sus visiones apocalípticas. La Inquisición lo condenó a muerte, el Papa lo indultó y, posteriormente, el emperador Carlos V lo mandó a la hoguera por hereje.

Velikovski escapó de Rusia y se estableció en Palestina con su mujer y sus hijas. Me describió las alegrías de ejercer la medicina en las laderas del monte Carmelo situadas por encima de Haifa, donde, montado en un asno, iba a visitar a los pacientes en sus casas. Fundó y dirigió una revista, Scripta Universitatis atque Bibliothecae Hierosolymitanarum, que fue la publicación oficial de la Universidad Hebrea antes de ser creada esa universidad. Su trabajo para Scripta desempeñó un papel importante en la fundación de la Universidad Hebrea. Pero no tenía ningún deseo de unirse a la universidad. Necesitaba una total independencia para cumplir sus sueños. En 1939, tras dieciséis años en Palestina, se trasladó a Estados Unidos, donde no tenía licencia para ejercer la medicina. Para sobrevivir tuvo que convertir sus sueños en libros.

Once años más tarde, Macmillan publicó Worlds in Collision, que fue un best seller. Como Diego Pirez, Velikovski contaba sus sueños al público en un lenguaje que pudiera entender. Se trataba de historias mitológicas de acontecimientos catastróficos relatados por muchas culturas, especialmente en el antiguo Egipto y en Israel. Estas catástrofes se mezclaban con una extraña historia de colisiones planetarias. Venus y Marte se habrían salido de sus órbitas y colisionaron con la Tierra hace unos miles de años. Se recurrió a las fuerzas electromagnéticas para contrarrestar los efectos normales de la gravedad. Los acontecimientos humanos y cósmicos quedaban unidos en una narración fluida. Velikovski escribía como un profeta del Antiguo Testamento; hablaba de lluvia de fuego y azufre, en un estilo que resultaba familiar a los estadounidenses educados con la Biblia del rey Jacobo. Siguieron otros best sellers: Ages in Chaos en 1952, Earth in Upheaval en 1955 y Oedipus and Akhnaton en 1960. Velikovski se hizo famoso como escritor y orador.

En 1977 Velikovski me pidió que escribiera una nota publicitaria para su nuevo libro, Peoples of the Sea. Lo que escribí fueron unas palabras dirigidas a él personalmente:

 

En primer lugar, como científico, discrepo profundamente de muchas de las tesis de sus libros. En segundo lugar, como amigo, discrepo aún más profundamente de los científicos que han intentado silenciar su voz. Para mí, no es usted la reencarnación de Copérnico o Galileo. Usted es un profeta en la tradición de William Blake, un hombre vilipendiado y ridiculizado por sus contemporáneos, pero ahora reconocido como uno de los más grandes poetas ingleses. Hace ciento setenta años, Blake escribió: «La pregunta en Inglaterra no es si un hombre tiene talento y genio, sino si es pasivo y cortés y un asno virtuoso y obediente ante las opiniones del noble sobre el arte y la ciencia. Si lo es, es un buen hombre. Si no lo es, debe morir de hambre». Como ve, usted está en buena compañía. Blake, un bufón para sus enemigos y una vergüenza para sus amigos, veía la Tierra y el Cielo con más claridad que cualquiera de ellos. Sus visiones poéticas eran tan grandes y estaban tan profundamente enraizadas en la experiencia humana como las suyas. Estoy orgulloso de contarme entre sus amigos.

 

Añadí una instrucción muy clara: «Esta nota se imprimirá entera o no se imprimirá». La respuesta de Velikovski no se hizo esperar. Decía así: «¿Qué le parecería si le dijera que es usted la reencarnación de Jules Verne?». Quería que lo honraran como científico, no como poeta. Mi nota no fue incluida, y Peoples of the Sea fue un best seller sin mi ayuda. Seguimos siendo amigos, y aquel mismo año me dio una copia de su poema sobre Diego Pirez, que atesoro como la expresión más auténtica de su espíritu. Espero que un día sea adecuadamente traducido al inglés.

¿Por qué honro tanto la memoria de Eddington y Velikovski, y por qué Wertheim recuerda a Thomson y a Carter? Los honramos porque la ciencia es solo una pequeña parte de la capacidad humana. Aumentamos nuestro conocimiento sobre el lugar que ocupamos en el universo no solo con la ciencia, sino también con la historia, el arte y la literatura. La ciencia es una interacción creativa de la observación con la imaginación. La «física desmandada» es lo que tenemos cuando la imaginación pierde el contacto con la observación. La imaginación por sí sola puede ampliar nuestra visión cuando la observación falla. Las mitologías de Carter y Velikovski no llegan a ser ciencia, pero son obras de arte dotadas de una gran imaginación. Como Blake nos dijo hace mucho tiempo: «Nunca sabremos lo que es suficiente si no sabemos lo que es más que suficiente».

Wertheim termina su libro con una descripción de dos congresos a los que asistió. El primero de ellos tuvo lugar en 2003 en el Instituto Kavli de Física Teórica de Santa Bárbara, y el segundo en 2010 en la Universidad del Estado de California en Long Beach. Ambos tenían que versar sobre temas de física. El tema del congreso de Santa Bárbara era «la cosmología de las cuerdas». Allí se dieron cita los principales profesionales expertos en la parte más de moda de la física teórica, y presidió el congreso David Gross, galardonado con el Premio Nobel en 2004. Cada experto describió su visión personal del cosmos, que podía ser de un solo universo o de una multiplicidad de ellos. Las distintas visiones eran incompatibles entre sí, y ningún dato observacional podía probar si eran correctas o erróneas.

El congreso de Long Beach lo organizó la Alianza por la Filosofía Natural (NPA), creada por los aficionados marginales. El encuentro se parecía a un congreso profesional, con presentaciones de PowerPoint seguidas de vigorosas sesiones de preguntas y respuestas. Allí estuvo Carter, que presentó su visión del universo entre otros 120 participantes. Es probable que Wertheim fuera la única persona que asistió a los dos congresos. Es una de las pocas personas que se sienten a gusto en ambos mundos. Es una escritora de ciencia profesional con una licenciatura en física, y ha trabado amistad con muchos físicos, tanto insiders como outsiders. Al final de su libro plantea la cuestión central del mismo: ¿por qué debemos prestar más atención a un conjunto de autoproclamados expertos que a otros?

Por lo que se refiere a la ciencia en general, la respuesta a la pregunta de Wertheim es clara. Hay buenas razones para prestar más atención a los científicos expertos que a los aficionados, siempre y cuando la ciencia se base en los experimentos. Solo los expertos bien preparados pueden hacer experimentos con el cuidado y la precisión que estos requieren. Los expertos experimentados no son infalibles, pero son menos falibles que los aficionados. Los experimentos dan a las creencias ortodoxas una base sólida. Hay una base experimental para las disciplinas establecidas de la física, la química y la biología. Pero algunas partes de la física son menos seguras que otras debido a que los expertos en física se dividen en experimentadores y teóricos.

En la mayor parte del territorio de la física, teóricos y experimentadores están comprometidos en una empresa común, y las teorías son rigurosamente contrastadas mediante experimentos. Los teóricos escuchan la voz de la naturaleza, que habla a través de las herramientas experimentales. Esto ha sido así entre los grandes teóricos de principios del siglo XX, como Einstein, Heisenberg y Schrödinger, cuyas teorías revolucionarias de la relatividad y de la mecánica cuántica fueron contrastadas en experimentos precisos que demostraron su concordancia con los hechos de la naturaleza. Las nuevas abstracciones matemáticas se ajustaban a los hechos, mientras que los viejos modelos mecánicos no lo hacían.

La cosmología de las cuerdas es diferente. La cosmología de las cuerdas es una parte de la física teórica que se ha separado de los experimentos. Los cosmólogos de las cuerdas son libres de imaginar universos y multiversos guiados solo por la intuición y el juicio estético. Sus creaciones deben ser lógicamente consistentes y matemáticamente elegantes, pero no tienen restricciones. De ahí que a Wertheim le pareciera el congreso sobre cosmología de las cuerdas tan desconcertante como el congreso no oficial de la NPA. Insiders y outsiders parecían seguir las mismas reglas. Ambos grupos contaban historias de mundos imaginarios, y ninguno contaba con una manera segura de decidir quién tenía razón. Si el título de Física al margen alude a los filósofos naturales, este mismo título también podría aludir a los cosmólogos de las cuerdas.

Los márgenes de la física no son límites claros con la verdad a un lado y la fantasía al otro. Toda la ciencia es incierta y susceptible de revisión. La gloria de la ciencia es imaginar más de lo que podemos probar. Su periferia es el territorio inexplorado donde la verdad y la fantasía aún no se han disociado. Hermann Weyl, que fue uno de los principales arquitectos de las revoluciones relativista y cuántica, me dijo en una ocasión: «Siempre trato de combinar la verdad con la belleza, pero cuando tengo que elegir entre una y otra, suelo elegir la belleza». Nuestros cosmólogos de las cuerdas siguen el ejemplo de Weyl y hacen la misma elección.

 

 

Nota añadida en 2014: la hija mayor de Velikovski, Shulamit Kogan, que vive con su marido en Israel, y la hija menor, Ruth Sharon, que vive en Princeton, fueron sumamente leales a su padre. Ruth se hizo cargo del archivo Velikovski hasta 2005, cuando lo cedió a la Biblioteca de la Universidad de Princeton. Y publicó una biografía, Aba, the Glory and the Torment. The Life of Dr. Immanuel Velikovsky (Paradigma, 2010).