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La «imagen dramática» de Richard Feynman

 

 

En los últimos cien años, desde que la radio y la televisión crearan la moderna industria mundial del entretenimiento de masas, ha habido dos superestrellas de la ciencia, Albert Einstein y Stephen Hawking. Otros astros menores, como Carl Sagan, Neil deGrasse Tyson y Richard Dawkins, tienen un nutrido público de seguidores, pero no son de la misma clase que Einstein y Hawking. Sagan, Tyson y Dawkins tienen fans que entienden su mensaje y son entusiastas de la ciencia. Einstein y Hawking tienen fans que no entienden casi nada de su ciencia y que son entusiastas de su personalidad.

En general, el público demuestra tener buen gusto en la elección de sus ídolos. Einstein y Hawking se ganaron su estatus de superestrellas no solo por sus descubrimientos científicos, sino también por sus excepcionales cualidades humanas. Ambos encajaron fácilmente en el papel de icono, y responden a la adoración pública con modestia y buen humor, y también con declaraciones provocadoras calculadas para llamar la atención. Ambos dedicaron incansablemente su vida a la labor de penetrar en los misterios más profundos de la naturaleza, y ambos dedicaron el tiempo que les quedaba a interesarse por las preocupaciones prácticas de la gente común. El público los consideró con razón auténticos héroes, amigos de la humanidad, además de magos de la ciencia.

Dos nuevos libros plantean ahora la cuestión de si Richard Feynman alcanzará la categoría de superestrella. Son obras muy diferentes en cuanto al estilo y la sustancia. Descubrir a Richard Feynman, de Lawrence Krauss, es una narración de la vida de Feynman como científico, e incide ligeramente en sus aventuras personales, muy destacadas en biografías anteriores.[34] Krauss logra explicar en un lenguaje no técnico lo esencial del pensamiento de Feynman. A diferencia de los biógrafos anteriores, introduce al lector en la mente de Feynman y reconstruye la imagen que se formaba de la naturaleza. Es un nuevo tipo de historia científica, y Krauss está bien cualificado para escribirla, al ser un físico experto y un escritor dotado de obras científicas destinadas al público general. Descubrir a Richard Feynman nos muestra su faceta personal menos visible para la mayoría de sus admiradores, la silenciosa y tenaz mente calculadora que trabajaba intensamente día y noche para averiguar cómo se comporta la naturaleza.

El otro libro, Feynman, del escritor Jim Ottaviani y el artista Leland Myrick, es muy diferente.[35] Es una biografía en formato cómic con 266 páginas de imágenes de Feynman y sus legendarias aventuras. En cada imagen, casi todos los bocadillos con los comentarios de Feynman proceden de historias que él y otros habían contado y publicado en libros anteriores. Vemos primero a Feynman como un inquisitivo crío de cinco años aprendiendo de su padre a cuestionar la autoridad y admitir la ignorancia. Le pregunta a su padre en el parque infantil: «¿Por qué [la pelota] se sigue moviendo?». Él le contesta: «Verás, la pelota sigue rodando porque tiene “inercia”. Es como llaman los científicos a lo que hace que la pelota siga rodando, pero solo es un nombre. Nadie sabe de verdad qué significa».

Su padre era un viajante de comercio sin formación científica, pero comprendía la diferencia entre dar un nombre a una cosa y saber cómo funciona. Encendió en su hijo una pasión por saber cómo funcionan las cosas que le duraría toda la vida.

Después de las escenas con su padre, las imágenes muestran a Feynman cambiando gradualmente de papel: joven profesor entusiasta, tamborilero de carnaval, padre cariñoso y esposo devoto, venerado maestro y reformador de la educación, hasta terminar su vida como el arrugado sabio que perdió la batalla contra el cáncer. Ha sido una sorpresa para mí verme retratado en estas páginas como un afortunado joven estudiante que durante cuatro días viaja en coche con Feynman de Cleveland a Albuquerque, compartiendo con él algunos alojamientos inhabituales y entreteniéndose en una memorable y torrencial conversación sin fin.

Uno de los acontecimientos en la vida de Feynman que muestra con mayor claridad sus cualidades humanas fue su reacción a la noticia de que había obtenido el Premio Nobel de 1965. Cuando recibió la llamada telefónica de Estocolmo, hizo comentarios que parecían arrogantes y desagradecidos. Dijo que probablemente rechazaría el premio porque aborrecía las ceremonias formales y, en particular, los rituales pomposos asociados a reyes y reinas. Su padre le había dicho cuando era un niño: «¿Qué son los reyes? Unos tipos vestidos de un modo estrambótico». Hubiera preferido rechazar el premio antes que verse obligado a vestirse de etiqueta y estrechar la mano del rey de Suecia.

Pero al cabo de unos días cambió de opinión y aceptó el premio. Tan pronto como llegó a Suecia, se hizo amigo de los estudiantes suecos que fueron a darle la bienvenida. En el banquete, cuando aceptó oficialmente el premio, improvisó un discurso en el que se disculpó por su rudeza y dio gracias al pueblo sueco con una conmovedora exposición personal de los beneficios que el premio suponían para él.

Feynman quiso conocer a Sin-Itiro Tomonaga, el físico japonés que compartió el Premio Nobel con él. Tomonaga había hecho por su cuenta algunos de los descubrimientos de Feynman cinco años antes, en total aislamiento debido a que Japón estaba en guerra. Compartió con él no solo ideas sobre física, sino también trágicas experiencias personales. En la primavera de 1945, Feynman estuvo cuidando a su amada primera esposa, Arline, en sus últimas semanas de vida hasta el momento en que la vio morir de tuberculosis. Aquella misma primavera, Tomonaga ayudaba a un grupo de sus estudiantes a sobrevivir entre las cenizas de Tokio después de que una tormenta de fuego devastara la ciudad y matara a una cantidad aún mayor de personas que la bomba nuclear lanzada sobre Hiroshima cuatro meses después. Feynman y Tomonaga compartían tres cualidades sobresalientes: la dureza emocional, la integridad intelectual y un robusto sentido del humor.

Para consternación de Feynman, Tomonaga no se presentó en Estocolmo. En el libro de Ottaviani y Myrick aparece Tomonaga explicando lo que sucedió:

 

Aunque envié una carta diciendo que estaría «encantado de acudir», detestaba la idea de tener que hacer acto de presencia en la ceremonia, ya que se celebraba en diciembre y estaba convencido de que el frío sería de lo más severo, y también de que las inevitables formalidades resultarían agotadoras. Después de ser nombrado ganador de un Premio Nobel, mucha gente vino a visitarme, trayéndome licor. Tenía barriles enteros. Un día, el hermano menor de mi padre, a quien le encantaba el whisky, pasó por casa y los dos empezamos a beber alegremente. Bebimos un poco de más, y más adelante, aprovechando la oportunidad de que mi mujer había salido a comprar, me dirigí hacia el baño para llenar la bañera. Allí resbalé y me caí al suelo, rompiéndome seis costillas... Fue un poco de buena suerte en medio de un infeliz accidente.

 

Tras recuperarse de sus lesiones, Tomonaga fue invitado a Inglaterra para recibir otro alto honor que requería un trato formal con la realeza. Aquella vez no había resbalado en la bañera. Así que se presentó en el palacio de Buckingham para estrechar la mano de la reina de Inglaterra. Esta no sabía que no había podido viajar a Estocolmo, e inocentemente le preguntó si había disfrutado de su encuentro con el rey de Suecia. Tomonaga se vio en un aprieto. No se atrevía a confesar que se había emborrachado y roto las costillas, y dijo que había disfrutado mucho de su conversación con el rey. Posteriormente comentó que iba a cargar con una doble culpa para el resto de su vida, primero por emborracharse y luego por contarle una mentira a la reina de Inglaterra.

Veinte años más tarde, cuando Feynman estaba mortalmente enfermo de cáncer, formó parte de la comisión de la NASA que investigaba el desastre del Challenger de 1986. Hizo su trabajo a regañadientes, consciente de que tendría que dedicarle la mayor parte del tiempo y de las fuerzas que le quedaban. Pero lo hizo porque consideraba una obligación encontrar las causas últimas del desastre y hablar claramente al público acerca de los hallazgos. Fue a Washington y halló lo que esperaba encontrarse en el corazón de la tragedia: una jerarquía burocrática con dos grupos de personas, los ingenieros y los gestores, que vivían en mundos separados y no se comunicaban entre ellos. Los ingenieros vivían en el mundo de los hechos técnicos y los gestores, en el de los dogmas políticos.

Pidió a miembros de ambos grupos que le dijeran cuáles eran sus estimaciones acerca del riesgo de que se produjera un fracaso desastroso en cada misión del transbordador espacial. Los ingenieros estimaron el riesgo de desastre en un caso por cada cien misiones, mientras que los administradores lo estimaron en un caso por cada cien mil misiones. La diferencia entre las dos estimaciones, de un factor de mil, nunca fue asumida ni discutida abiertamente. Los gestores dirigían las operaciones y tomaban las decisiones de volar o no volar sobre la base de sus propias estimaciones de riesgo. Pero los hechos técnicos que Feynman puso al descubierto probaban que los gestores estaban equivocados y los ingenieros tenían razón.

Feynman tuvo dos oportunidades de informar al público sobre las causas del desastre, la primera de ellas en relación con los hechos técnicos. Hubo una reunión abierta de la comisión con reporteros de prensa y de televisión allí presentes. Feynman se preparó con un vaso de agua muy fría y una muestra del anillo de goma que sellaba una junta entre segmentos del cohete impulsor de combustible sólido. Sumergió la pieza de goma en el agua fría, luego la extrajo y demostró que se había puesto rígida. El caucho frío no servía de sellador para mantener los gases calientes del cohete lejos de la estructura. Como el lanzamiento del Challenger se llevó a cabo el 28 de enero, con un clima extrañamente frío, la sencilla demostración de Feynman señalaba la rigidez del anillo como probable causa técnica del desastre.

La segunda oportunidad de informar al público tuvo que ver con la cultura de la NASA. Feynman redactó un informe sobre la situación cultural tal como la vio, con una funesta división de la administración de la NASA en dos culturas incomunicadas, la de los ingenieros y la de los gestores. El dogma político de estos últimos, según el cual los riesgos son mil veces menores de lo que los hechos técnicos indican, fue la causa cultural del desastre. El dogma político provenía de una larga historia de declaraciones públicas de líderes políticos que aseguraban que el transbordador era seguro y había que confiar en él. Feynman concluyó su intervención con una famosa declaración: «Para que una tecnología funcione bien, la realidad debe prevalecer sobre las relaciones públicas, porque no se puede engañar a la naturaleza».

Feynman hizo cuanto pudo para que sus conclusiones fuesen incorporadas al informe oficial de la comisión. El presidente de la misma, William Rogers, era un político profesional con una dilatada experiencia de gobierno. Rogers deseaba que el público creyera que el desastre del Challenger fue un accidente muy poco probable del cual la NASA no tenía culpa alguna. Hizo cuanto pudo por excluir del informe la declaración de Feynman. Al final se llegó a un acuerdo. La declaración de Feynman no fue incluida, pero se añadió al final como un apéndice con una nota que decía que era una declaración personal de Feynman que la comisión no aceptaba. El arreglo obró en beneficio de Feynman. Como comentó en aquel momento, el apéndice al final del informe captó la atención del público mucho más de lo que lo habría hecho si hubiera formado parte del informe oficial.

La dramática exposición de la incompetencia de la NASA y las demostraciones con los anillos de caucho hicieron que el público viera en Feynman a un héroe. Aquel acontecimiento fue el comienzo de su ascensión al firmamento de las superestrellas. Antes de su paso por la comisión del Challenger, era muy admirado como científico y personaje pintoresco por los expertos en ciencia. Después sería admirado por un público mucho más amplio como defensor de la honradez y la veracidad en los gobiernos. Todas las personas que combatían el secretismo y la corrupción en algún sector de la administración veían en Feynman a un líder.

En la escena final del cómic, Feynman camina por un sendero de montaña con su amigo Danny Hillis. Este le dice: «Estoy triste porque vas a morir». Feynman responde: «¡Ay! Sí, a veces también me molesta a mí, pero no tanto como crees. Verás, cuando eres tan viejo como yo, te das cuenta de que ya has contado a los demás casi todas las cosas buenas que sabes. ¡Eh! Seguro que puedo enseñarte un camino a casa mejor». Y Hillis se queda solo en la montaña. Estas imágenes captan con notable sensibilidad la esencia del carácter de Feynman. Las viñetas del cómic reflejan bastante bien la vida del Feynman real y hablan con su verdadera voz.

Hace veinte años, mientras recorría en trenes de cercanías los suburbios de Tokio, me sorprendió ver que una gran parte de los pasajeros japoneses estaban leyendo libros, y que una gran parte de esos libros eran cómics. El género de la literatura seria en formato cómic estaba ya muy desarrollado en Japón mucho antes de que apareciera en Occidente. El libro de Ottaviani y Myrick es el mejor ejemplo de este género, que todavía no he visto con el texto en inglés. Algunos lectores occidentales usan comúnmente la palabra japonesa manga con el significado de «literatura seria en cómic». Según me dice uno de mis amigos japoneses, este uso es incorrecto. La palabra manga significa «imagen frívola», y en Japón se utiliza para designar las colecciones de historias triviales en cómic. El vocablo correcto para la literatura seria en cómic es gekiga, que significa «imagen dramática». El libro en imágenes sobre Feynman es un buen ejemplo de gekiga para los lectores occidentales.

 

 

El título del libro de Krauss, Quantum Man, está bien elegido. El tema central del trabajo de Feynman como científico fue explorar una nueva manera de pensar y trabajar con la mecánica cuántica. La obra consigue explicar sin jerga matemática alguna cómo pensaba y trabajaba Feynman, y ello ha sido posible porque visualizaba el mundo con imágenes en vez de ecuaciones. Otros físicos del pasado y del presente describen las leyes de la naturaleza con ecuaciones, que luego resuelven para averiguar lo que sucede. Feynman se saltaba las ecuaciones y escribía las soluciones directamente, usando sus imágenes como guía. Saltarse las ecuaciones fue su mayor contribución a la ciencia. Al hacerlo, creó el lenguaje que la mayoría de los físicos modernos hablan. Y creó, además, un lenguaje que la gente común sin formación matemática puede entender. Usar el lenguaje para hacer cálculos cuantitativos requiere formación, pero las personas legas pueden usarlo para describir en términos cualitativos la manera en que la naturaleza se comporta.

La imagen que Feynman tenía del mundo partía de la idea de que este tiene dos capas, una clásica y otra cuántica. La clásica es la de las cosas ordinarias; la cuántica, la de las cosas extrañas. Nosotros vivimos en la capa clásica. Todas las cosas que podemos ver, tocar y medir, como ladrillos, personas y energías, son clásicas. Las vemos a través de órganos y aparatos clásicos, como los ojos y las cámaras, y las medimos con instrumentos clásicos, como los termómetros y los relojes. Las imágenes que Feynman inventó para describir el mundo son imágenes clásicas de objetos en movimiento en la capa clásica. Cada imagen representa una posible historia de la capa clásica. Pero el mundo real de los átomos y las partículas no es clásico. Unos y otras aparecen en las imágenes de Feynman como objetos clásicos, pero en realidad obedecen a leyes muy diferentes, a las leyes cuánticas que Feynman nos enseñó a describir usando sus imágenes. El mundo de los átomos pertenece a la capa cuántica, que no podemos tocar directamente.

La diferencia principal entre la capa clásica y la capa cuántica es que en la primera tratamos con hechos y en la segunda con probabilidades. En las situaciones en que las leyes clásicas son válidas, podemos predecir el futuro observando el pasado. En cambio, en las situaciones en que las leyes cuánticas son válidas, podemos observar el pasado, pero no podemos predecir el futuro. En la capa cuántica, los eventos son impredecibles. Las imágenes de Feynman solamente nos permiten calcular las probabilidades de que puedan acontecer varios futuros alternativos.

La capa cuántica está relacionada con la clásica de dos maneras. En primer lugar, el estado de la capa cuántica es lo que se llama «una suma de historias», es decir, una combinación de todas las historias posibles de la capa clásica que conduce a ese estado. A cada posible historia clásica se le da una amplitud cuántica. La amplitud cuántica, también conocida como «función de onda», es un número que define la contribución de esa historia clásica a ese estado cuántico. En segundo lugar, la amplitud cuántica se obtiene a partir de la imagen de esta historia clásica siguiendo un sencillo conjunto de reglas. Las reglas son figurativas, traducen la figura directamente a un número. La parte difícil del cálculo es hacer correctamente la suma de historias. El gran logro de Feynman fue demostrar que este concepto de suma-de-historias del mundo cuántico reproduce todos los resultados conocidos de la teoría cuántica y permite una descripción exacta de los procesos cuánticos en situaciones en que las versiones anteriores de la teoría cuántica habían fracasado.

Feynman fue radical en su falta de respeto a la autoridad, pero conservador en su ciencia. Cuando era joven tenía la esperanza de iniciar una revolución en la ciencia, pero la naturaleza dijo que no. La naturaleza le dijo que la selva existente de ideas científicas, con el mundo clásico y el mundo cuántico descritos por leyes muy diferentes, era básicamente correcta. Intentó encontrar nuevas leyes de la naturaleza, pero el resultado de sus esfuerzos fue la consolidación de las leyes existentes en una nueva estructura. Esperaba encontrar discrepancias que probasen que las viejas teorías estaban equivocadas, pero la naturaleza se obstinó en demostrar que eran correctas. Aunque fue poco respetuoso con las viejas celebridades de la ciencia, nunca dejó de ser respetuoso con la naturaleza.

Hacia el final de su vida, su visión conservadora de la ciencia cuántica se quedó anticuada. Los teóricos de moda rechazan su imagen dualista de la naturaleza, con el mundo clásico y el mundo cuántico lado a lado. Creen que solo el mundo cuántico es real, y que el mundo clásico debe ser explicado como una especie de ilusión que crean los procesos cuánticos. No están de acuerdo con la forma en que deberían interpretarse las leyes cuánticas. El problema básico al que se enfrentan es explicar cómo un mundo de probabilidades cuánticas puede generar las ilusiones de certeza clásicas que experimentamos en nuestra vida cotidiana. Sus diversas interpretaciones de la teoría cuántica suscitan especulaciones filosóficas rivales sobre el papel del observador en la descripción de la naturaleza.

Feynman no soportaba tales especulaciones. Decía que la naturaleza nos asegura que tanto el mundo cuántico como el mundo clásico existen y son reales. No entendemos bien cómo encajan uno en otro. Según Feynman, el camino hacia la comprensión no es discutir sobre filosofía, sino continuar explorando los hechos de la naturaleza. En años recientes, una nueva generación de experimentadores ha ido avanzando con gran éxito por el camino de Feynman, arribando a los nuevos mundos de la computación y la criptografía cuánticas.

Krauss nos muestra un científico que fue raramente desinteresado. Su desdén hacia los honores y las recompensas era auténtico. Después de que lo eligieran miembro de la Academia Nacional de Ciencias, renunció a ese honor porque los integrantes de ese organismo pasaban demasiado tiempo debatiendo quién era digno de ser admitido en la próxima elección. A su juicio, la Academia se preocupaba más de su autoglorificación que de prestar un servicio público. Odiaba todas las jerarquías, y no quería que ninguna distinción ni estatus académico superior se interpusiera entre él y sus amigos más jóvenes. Consideraba a la ciencia una empresa colectiva en la que la educación de los jóvenes es tan importante como hacer descubrimientos personales. Puso tanto empeño en su enseñanza como en su pensamiento.

Nunca mostró el más mínimo resentimiento cuando publiqué algunas de sus ideas antes de su fallecimiento. Me dijo que siempre había evitado las disputas sobre la prioridad en la ciencia siguiendo una sencilla regla: «Dar siempre a los malnacidos más crédito que el que merecen». Yo también he seguido esta regla. La encuentro muy eficaz para evitar peleas y hacer amigos. Un generoso intercambio de crédito es la forma más rápida de construir una comunidad científica saludable. Al final, la mayor contribución de Feynman a la ciencia no fue ningún descubrimiento en particular, sino la creación de una nueva forma de pensar que permitía a una multitud de estudiantes y colegas, yo incluido, hacer sus propios descubrimientos.