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Cómo disipar las ilusiones

 

 

En 1955, cuando contaba veintiún años, Daniel Kahneman era teniente de las Fuerzas de Defensa de Israel. Se le encomendó la misión de crear un nuevo sistema de entrevistas para todo el ejército. La finalidad era evaluar a cada recluta llamado a filas y colocarlo en el sitio más adecuado de la maquinaria de guerra. Se suponía que los entrevistadores podrían así predecir que los reclutas prestarían un buen servicio en la infantería, en la artillería, en el cuerpo de tanques o en otras ramas del ejército. El viejo sistema de entrevistas era informal antes de que llegara Kahneman. Los entrevistadores charlaban con el recluta durante quince minutos y luego tomaban una decisión basándose en la conversación. El sistema había fracasado estrepitosamente. Cuando, unos meses después, se comparaba el rendimiento real del recluta con el previsto por los entrevistadores, la correlación entre ambos era nula.

Kahneman tenía una licenciatura en psicología y había leído Clinical vs. Statistical Prediction. A Theoretical Analysis and a Review of the Evidence, de Paul Meehl, publicado solo un año antes. Meehl era un psicólogo norteamericano que había estudiado los éxitos y fracasos de las predicciones en muchos entornos diferentes. Había encontrado pruebas abrumadoras de una conclusión inquietante: las predicciones basadas en simples datos estadísticos eran por regla general más exactas que las predicciones basadas en opiniones de expertos.

Un famoso ejemplo que confirma la conclusión de Meehl es el sistema de puntuación de Apgar, inventado por la anestesista Virginia Apgar en 1953 para guiar el tratamiento que necesiten los recién nacidos. El sistema de puntuación de Apgar es una simple fórmula basada en cinco signos vitales que pueden medirse con rapidez: el pulso, la respiración, los reflejos, el tono muscular y el color. Es un sistema mejor que el que suelen usar los médicos para decidir si el recién nacido necesita asistencia inmediata. Ahora se utiliza en todas partes y salva la vida de miles de criaturas. Otro ejemplo famoso de predicción estadística es la fórmula de Dawes para determinar la duración del matrimonio. La fórmula es «la frecuencia con que se hace el amor menos la frecuencia con que se discute». Robyn Dawes era un psicólogo que más tarde trabajaría con Kahneman. Su fórmula es mejor que la que suelen usar los consejeros matrimoniales para predecir si un matrimonio durará.

Después de leer el libro de Meehl, Kahneman sabía cómo mejorar el sistema de entrevistas del ejército israelí. Su nuevo sistema no permitía a los entrevistadores el lujo de la conversación libre sobre cualquier cosa. Los obligó a emplear una lista estándar de preguntas sobre hechos relativos a la vida y el trabajo de cada recluta. Las respuestas se convertían luego en puntuaciones, y estas se insertaban en fórmulas que medían la aptitud del recluta para los distintos puestos dentro del ejército. Cuando las predicciones del nuevo sistema fueron comparadas con los rendimientos unos meses más tarde, los resultados demostraron que el nuevo sistema era mucho mejor que el antiguo. Las estadísticas y la simple aritmética nos dicen más sobre nosotros mismos que la intuición de los expertos.

Al reflexionar cincuenta años después sobre su experiencia en el ejército israelí, Kahneman señala en Pensar rápido, pensar despacio[36] que en aquellos días no era infrecuente cargar a los jóvenes con grandes responsabilidades. El país existía desde hacía solo siete años. «Todas las instituciones se hallaban en construcción —dice Kahneman—, y alguien tenía que construirlas.» Tuvo la suerte de que le dieran aquella oportunidad de participar en la construcción de un país y al mismo tiempo sondear intelectualmente la naturaleza humana. Advirtió que el fracaso del viejo sistema de entrevistas era un caso especial de un fenómeno general que llamó «la ilusión de validez». «Había descubierto mi primera ilusión cognitiva», dice.

Las ilusiones cognitivas son el tema principal de su libro. Una ilusión cognitiva es una creencia falsa que intuitivamente aceptamos como verdadera. La ilusión de validez es una creencia falsa en la fiabilidad de nuestro juicio. Los entrevistadores creían sinceramente que podían predecir el rendimiento de los reclutas después de hablar con ellos durante quince minutos. Incluso después de que los entrevistadores vieran la prueba estadística de que su creencia era una ilusión, no podían dejar de creer. Kahneman confiesa que él mismo experimenta todavía la ilusión de validez después de cincuenta años de prevenir a otras personas contra de ella. No puede escapar a la ilusión de que sus propios juicios intuitivos son dignos de confianza.

Un acontecimiento de mi propio pasado es curiosamente similar a la experiencia de Kahneman en el ejército israelí. Yo era estadístico antes de convertirme en científico. A la edad de veinte años estaba haciendo análisis estadísticos de las operaciones de la Unidad de Bombarderos británica en la Segunda Guerra Mundial. La unidad tenía entonces siete años, como el Estado de Israel en 1955. Todas sus instituciones se hallaban en construcción. La componían seis grupos de bombarderos que iban camino de la autonomía operativa. El vicemariscal del Aire sir Ralph Cochrane era el comandante del Grupo 5, el más independiente y eficaz de todos. Nuestros bombarderos sufrían por entonces grandes pérdidas causadas principalmente por los cazas nocturnos alemanes.

Cochrane decía que los bombarderos eran demasiado lentos, y la razón de que lo fuesen era que llevaban pesadas torretas que aumentaban su resistencia aerodinámica y rebajaban su techo operativo. Como los bombarderos volaban de noche, normalmente estaban pintados de negro. Personaje extravagante donde los hubiera, Cochrane declaró que le gustaría coger un bombardero Lancaster, arrancarle las torretas y todo el peso muerto asociado, dejar a los dos artilleros en tierra y pintarlo todo de blanco. Luego lo haría volar sobre Alemania tan alto y tan rápido que nadie podría derribarlo. Nuestro comandante en jefe no aprobó esta sugerencia, y el Lancaster blanco nunca voló.

La razón por la que nuestro comandante en jefe no estaba dispuesto a suprimir torretas, ni siquiera sobre una base experimental, era que estaba cegado por la ilusión de validez. Esto ocurría diez años antes de que Kahneman la descubriera y le diera ese nombre, pero la ilusión de validez ya estaba ejerciendo su funesta labor. En la Unidad de Bombarderos todos compartíamos esta ilusión. Imaginábamos a los tripulantes de todos los aparatos como un equipo muy unido de siete hombres, con los artilleros desempeñando un papel esencial al defender a sus compañeros de los ataques de los cazas, mientras el piloto hacía verdaderas acrobacias para defenderlos del fuego antiaéreo. Una parte esencial de la ilusión era la creencia de que el equipo aprendía por experiencia. A medida que se volvieran más hábiles y actuaran más unidos, sus posibilidades de supervivencia mejorarían.

Cuando, en la primavera de 1944, recababa datos, la probabilidad de que una tripulación llegara a realizar treinta operaciones era de aproximadamente el 25 por ciento. La ilusión de que la experiencia los ayudaría a sobrevivir era esencial para su moral. Al fin y al cabo, podían ver en cada escuadrón a unos cuantos equipos de veteranos respetados y experimentados que habían concluido su tanda de misiones y se ofrecían voluntarios para una segunda. A todos les resultaba obvio que los veteranos sobrevivían porque eran más hábiles. Nadie quería creer que el motivo fuera que tenían suerte.

Cuando Cochrane hizo su sugerencia de volar en el Lancaster blanco, mi trabajo consistía en examinar las estadísticas de pérdidas de bombarderos. Efectué un cuidadoso análisis de la correlación entre la experiencia de las tripulaciones y su tasa de pérdidas, subdividiendo los datos en muchos pequeños paquetes con el fin de eliminar los efectos del clima y la orografía. Mis resultados fueron tan concluyentes como los de Kahneman. La experiencia no tenía ningún efecto en la tasa de pérdidas. Por lo que pude ver, que una tripulación sobreviviera o muriera era una simple cuestión de azar. Su creencia en que la experiencia salvaba vidas era una ilusión.

La demostración de que la experiencia no tenía ningún efecto sobre las pérdidas habría supuesto un firme respaldo a la idea de Cochrane de arrancar las torretas. Pero nada de eso sucedió. Como más tarde descubriría Kahneman, la ilusión de validez no desaparece simplemente porque los hechos demuestren que es falsa. Todo el mundo en la Unidad de Bombarderos, desde el comandante en jefe hasta las tripulaciones, siguió creyendo en la ilusión. Los tripulantes siguieron muriendo, tuvieran o no experiencia, hasta que Alemania fue invadida y la guerra terminó.

Otro de los temas del libro de Kahneman, anunciado en el título mismo, es la existencia en el cerebro de dos sistemas independientes para la organización del conocimiento. Kahneman los llama Sistema 1 y Sistema 2. El Sistema 1 es asombrosamente rápido, y nos permite reconocer rostros y entender el habla en una fracción de segundo. Tuvo que haber evolucionado a partir de los pequeños y primitivos cerebros que permitieron a nuestros ágiles antepasados mamíferos sobrevivir en un mundo de grandes depredadores reptiles. La supervivencia en la selva requiere un cerebro que tome decisiones rápidas basadas en información limitada. «Intuición» es el nombre que damos a los juicios basados en el rápida acción del Sistema 1, que juzga y actúa sin esperar a que nuestro conocimiento consciente nos ponga al corriente. El hecho más notable del Sistema 1 es que tiene acceso inmediato a un vasto almacén de recuerdos que utiliza como base para sus juicios. Los recuerdos más accesibles son los asociados a las emociones fuertes, al miedo, al dolor y al odio. Los juicios resultantes son a menudo erróneos, pero en el mundo de la selva es más seguro estar equivocado rápidamente que tener razón lentamente.

El Sistema 2 es el lento proceso de formación de juicios basados en el pensamiento consciente y el análisis crítico de los datos. Evalúa las acciones del Sistema 1. Nos da la oportunidad de corregir errores y revisar opiniones. Probablemente se desarrollara más recientemente que el Sistema 1, después de que nuestros ancestros primates se volvieran arborícolas y tuvieran más tiempo libre para pensar. A un mono en un árbol no le preocupan tanto los depredadores cuanto la adquisición y defensa de un territorio. El Sistema 2 permite a un grupo familiar hacer planes y coordinar actividades. Cuando nos convertimos en humanos, el Sistema 2 nos permitió crear el arte y la cultura.

Se nos plantea entonces la siguiente cuestión: ¿por qué no abandonamos el Sistema 1, tan propenso a cometer errores, y dejamos que el Sistema 2, más digno de confianza, gobierne nuestras vidas? Kahneman ofrece una sencilla respuesta a esta pregunta: el Sistema 2 es perezoso; activarlo requiere un esfuerzo mental, y el esfuerzo mental es costoso en tiempo y en calorías. Mediciones precisas de la química sanguínea demuestran que el consumo de glucosa aumenta cuando el Sistema 2 está activo. Pensar es una tarea difícil, y nuestra vida cotidiana está organizada para economizar pensamiento. Muchas de nuestras herramientas intelectuales, como las matemáticas, la retórica y la lógica, son sustitutos convenientes del pensamiento. Mientras estamos inmersos en los usos rutinarios del cálculo, el lenguaje y la escritura, no estamos pensando, y el Sistema 1 manda. Solo hacemos el esfuerzo mental necesario para activar el Sistema 2 después de haber agotado todas las posibles alternativas.

El Sistema 1 es mucho más vulnerable a las ilusiones, pero el Sistema 2 no es inmune a ellas. Kahneman usa la expresión «sesgo de disponibilidad» aplicada a los juicios sesgados que se basan en una memoria a la que se puede acceder rápidamente. En este caso no se espera para examinar una muestra más amplia de recuerdos menos contundentes. Un claro ejemplo de sesgo de disponibilidad lo ofrece el hecho de que los tiburones salvan vidas de bañistas. Un análisis cuidadoso de las muertes en el océano cerca de San Diego muestra que, por término medio, la muerte de cada bañista atacado por un tiburón salva la vida de otros diez. Cada vez que un bañista fallece, el número de muertes por ahogamiento desciende por unos años, y después vuelve al nivel normal. Este efecto se debe a que las informaciones sobre muertes por el ataque de un tiburón se recuerdan con mayor intensidad que las informaciones sobre muertes por ahogamiento. El Sistema 1 se halla fuertemente sesgado, y automáticamente presta más atención a los tiburones que a las fuertes corrientes, que se forman con más frecuencia y que pueden ser igual de letales. En este caso es posible que el Sistema 2 comparta el mismo sesgo. Los recuerdos de los ataques de tiburones están más ligados a emociones fuertes, por lo que están a disposición de ambos sistemas de forma más inmediata.

Kahneman es un psicólogo que obtuvo el Premio Nobel de Economía. Su gran logro fue convertir la psicología en una ciencia cuantitativa. Hizo de nuestros procesos mentales mediciones precisas y cálculos exactos, y estudió detenidamente cómo usamos los dólares y los centavos. Al volver cuantitativa la psicología, logró comprender la economía de una forma nueva y más penetrante. Gran parte de su libro está dedicado a las historias que ilustran las diversas ilusiones a las que personas supuestamente racionales sucumben. Cada historia describe un experimento en el que se examina el comportamiento de estudiantes o ciudadanos a los que se ofrecen opciones en condiciones controladas. Los sujetos toman decisiones que se pueden medir y registrar con precisión. La mayoría de las decisiones son de tipo numérico, se trate de pagos en dinero o cálculos probabilísticos. Las historias demuestran hasta qué punto nuestro comportamiento difiere del que se esperaría del mítico «actor racional» que obedece las reglas de la economía clásica.

Un ejemplo típico de los experimentos de Kahneman es el de la taza de café, diseñado para medir una modalidad de sesgo que él llama «efecto de dotación». El efecto de dotación es nuestra tendencia a valorar más un objeto cuando lo poseemos que cuando es otro el que lo posee. Las tazas de café son elegantes además de útiles para que los sujetos que las posean establezcan un vínculo personal con ellas. En una versión sencilla del experimento hay dos grupos de sujetos, unos vendedores y otros compradores, escogidos al azar entre una serie de estudiantes. A cada vendedor se le da una taza y se le invita a venderla a un comprador. A los compradores no se les da nada y se les invita a usar su dinero para comprarle una taza a un vendedor. Los precios medios fijados en un experimento típico fueron de 7,12 dólares por parte de los vendedores y 2,87 dólares por parte de los compradores. Como la diferencia de precios era tan grande, se vendieron pocas tazas.

El experimento demolía de un modo convincente el dogma central de la economía clásica, según el cual en un mercado libre compradores y vendedores estarán de acuerdo en un precio que ambas partes considerarán justo. El dogma es cierto en el caso de los operadores profesionales de los mercados bursátiles, pero no lo es en el de los compradores y vendedores no profesionales debido al efecto de dotación. No hay entre ellos negociación rentable para ambas partes porque la mayoría de las personas no piensan como esos operadores.

Nuestra incapacidad para pensar como los operadores tiene importantes consecuencias prácticas, para bien y para mal. La principal consecuencia del efecto de dotación es que da estabilidad a nuestras vidas e instituciones. La estabilidad es buena cuando una sociedad es pacífica y próspera, pero es mala cuando una sociedad es pobre y está oprimida. El efecto de dotación es bueno en la ciudad alemana de Munich. Una vez alquilé allí por un año una casa situada a pocos kilómetros del centro. Al otro lado de la calle donde vivíamos había una granja con cultivos de patatas, cerdos y ovejas. Los niños del lugar, incluidos los nuestros, iban a esos campos de noche, hacían pequeñas fogatas en el suelo y asaban patatas. En una economía de libre mercado, la granja habría sido vendida a un promotor inmobiliario y convertida en una urbanización. El campesino y el promotor habrían hecho ambos un buen negocio. Pero en Munich la gente no pensaba como los operadores. En el campo no existía un mercado libre. La ciudad valoraba la granja como espacio abierto al público, lo que permitía a los habitantes de la ciudad caminar sobre la hierba hasta el centro, y a nuestros hijos asar patatas por la noche. El efecto de dotación permitía a la granja sobrevivir.

En las sociedades agrarias pobres, como Irlanda en el siglo XIX o gran parte de África en la actualidad, el efecto de dotación es malo porque perpetúa la pobreza. Al terrateniente de Irlanda y al cacique de aldea africano, las posesiones le confieren categoría social y poder político. Ellos no piensan como los operadores porque la categoría social y el poder político son más valiosos que el dinero. No piensan en negociar su posición superior para ganar dinero ni aun estando muy endeudados. El efecto de dotación mantiene a los campesinos en la pobreza y obliga a emigrar a los que piensan como los operadores.

Al final de su libro, Kahneman se plantea esta pregunta: ¿qué beneficio práctico podemos obtener de la comprensión de nuestros procesos mentales irracionales? Sabemos que nuestros juicios están fuertemente sesgados por ilusiones heredadas, lo cual nos ayudó a sobrevivir en una selva infestada de serpientes, pero no tienen nada que ver con la lógica. También sabemos que, aun siendo conscientes de nuestros sesgos e ilusiones, estos no desaparecen. ¿De qué nos sirve saber que nos engañamos si ello no disipa nuestras ilusiones?

Kahneman responde a esta pregunta diciendo que espera transformar nuestro comportamiento cambiando nuestro vocabulario. Si los nombres que inventó para los diversos sesgos e ilusiones comunes —«ilusión de validez», «sesgo de disponibilidad», «efecto de dotación» y otros que, por falta de espacio, no puedo describir aquí— llegan a ser parte de nuestro vocabulario cotidiano, espera ver cómo las ilusiones pierden su poder para engañarnos. Si usamos estas expresiones todos los días para criticar los juicios erróneos de nuestros amigos y confesar los nuestros, tal vez vayamos aprendiendo a vencer nuestras ilusiones. Tal vez nuestros hijos y nietos crezcan utilizando el nuevo vocabulario y corrijan automáticamente sus sesgos congénitos a la hora de emitir juicios. Si este milagro llega a producirse, las generaciones futuras estarán en deuda con Kahneman por haberles facilitado una visión más clara.

Algo notoriamente ausente en el libro de Kahneman es el nombre de Sigmund Freud. En treinta y dos páginas de notas finales no hay una sola referencia a sus escritos. Sin duda esta omisión no es casual. Freud fue una figura dominante en el campo de la psicología en la primera mitad del siglo XX, y un tirano derrocado en la segunda mitad de la centuria. En el artículo sobre Freud de la Wikipedia encontramos citas del inmunólogo y Premio Nobel Peter Medawar —el psicoanálisis es «el timo intelectual más formidable del siglo XX»— y de Frederick Crews:

 

Poco a poco vamos aprendiendo que Freud ha sido la figura más sobrevalorada de toda la historia de la ciencia y la medicina, una figura que causó un daño inmenso al propagar falsas etiologías, diagnósticos erróneos y líneas de investigación infructuosas.

 

En estas citas, las emociones están a flor de piel. Freud es hoy odiado con tanta pasión como una vez fue venerado. Kahneman comparte, evidentemente, el rechazo hoy dominante hacia Freud y su legado.

Freud escribió dos libros, Psicopatología de la vida cotidiana en 1901 y El yo y el ello en 1923, que casi se adelantan a dos de los temas principales de la obra de Kahneman. El libro sobre la psicopatología describe los muchos errores en juicios y acciones derivados de sesgos emocionales que actúan por debajo del nivel de la conciencia. Estos «deslices freudianos» son ejemplos del sesgo de disponibilidad que crean recuerdos asociados a emociones fuertes. El yo y el ello describe dos niveles de la mente que son similares a los sistemas 2 y 1 de Kahneman, siendo el ego generalmente consciente y racional, y el ello generalmente inconsciente e irracional.

Hay diferencias enormes entre Freud y Kahneman, como se puede esperar de pensadores separados por un siglo. La más profunda es que Freud es un literato, mientras que Kahneman es un científico. La gran aportación de este último fue hacer de la psicología una ciencia experimental con resultados experimentales que pueden repetirse y verificarse. Freud, en mi opinión, hizo de la psicología una rama de la literatura, con historias y mitos que apelan al corazón más que a la mente. El dogma central de la psicología freudiana era el complejo de Edipo, una historia tomada de la mitología griega y representada en las tragedias de Sófocles. Freud sostenía que en su práctica clínica había identificado las emociones que los niños sienten en relación con sus padres, y las redujo a lo que llamó «complejo de Edipo». Sus críticos rechazaron semejante pretensión. Freud se convirtió para sus admiradores en un profeta de sabiduría espiritual y psicológica, y para sus detractores en un médico charlatán que pretendía curar enfermedades imaginarias. La psicología de Kahneman toma una dirección diametralmente opuesta; no pretende curar enfermedades, sino solo disipar ilusiones.

Es comprensible que a Kahneman no le sirva de nada Freud, pero también es lamentable. Las ideas de ambos son más complementarias que opuestas. Cualquier persona que se proponga entender a fondo la naturaleza humana tiene mucho que aprender de ambos. El alcance de la psicología de Kahneman se halla necesariamente limitado por su método, que es el estudio de procesos mentales que pueden observarse y medirse en condiciones experimentales rigurosamente controladas. Siguiendo este método, revolucionó la psicología. Descubrió procesos mentales que pueden describirse con precisión y demostrarse con certeza. Y descartó las fantasías poéticas de Freud.

Pero, junto con las fantasías poéticas, descartó otras muchas cosas valiosas. Como las emociones y las obsesiones fuertes no pueden controlarse experimentalmente, el método que ideó Kahneman no permite estudiarlas. La parte de la personalidad humana que el método de Kahneman puede abordar es la no violenta, al estar interesado este solamente en las decisiones que tomamos en la vida cotidiana, los artificiales juegos de salón, las pequeñas apuestas. Las manifestaciones violentas y pasionales de la naturaleza humana en torno a la vida, la muerte, el amor, el odio, el sufrimiento y el sexo no pueden controlarse experimentalmente, y no están al alcance de Kahneman. La violencia y la pasión son el territorio de Freud; puede penetrar más profundamente en ellas que Kahneman porque la literatura cala más hondo que la ciencia en la naturaleza y el destino humanos.

William James es otro gran psicólogo cuyo nombre no se menciona en el libro de Kahneman. James era contemporáneo de Freud, y publicó su obra clásica, Las variedades de la experiencia religiosa. Un estudio de la naturaleza humana, en 1902. La religión es otra extensa parcela del comportamiento humano que Kahneman prefirió ignorar. Como el complejo de Edipo, la religión no tiene cabida en el estudio experimental. En vez de realizar experimentos, James escuchaba a personas que describían sus experiencias. Estudiaba las mentes de sus testigos desde dentro, no desde fuera. Encontró el carácter religioso dividido en dos tipos que llamó el de los «nacidos» y el de los «renacidos», anticipándose así a la división que hace Kahneman de nuestras mentes en los sistemas 1 y 2. Como James se orientaba para sus pruebas a la literatura más que a la ciencia, los dos testigos principales que examinó fueron Walt Whitman, como representante de los nacidos, y Lev Tolstói, como representante de los renacidos.

Freud y James eran artistas, no científicos. Es normal que los artistas que en vida alcanzan la celebridad se eclipsen y queden anticuados después de su muerte. Cincuenta o cien años más tarde pueden disfrutar de un renacer de su reputación, y entonces pueden ser admitidos en las filas de aquellos a los que se les reconoce una grandeza permanente. Los admiradores de Freud y James puede esperar que llegue el tiempo en que ambos figuren al lado de Kahneman formando un trío de grandes exploradores de la psique humana, Freud y James como exploradores de nuestras emociones más profundas, y Kahneman como el explorador de nuestros procesos cognitivos más rutinarios. Pero aún no ha llegado ese momento. Mientras tanto, debemos estar agradecidos a Kahneman por darnos en este libro una visión más amena del lado práctico de nuestra personalidad.

 

 

Nota añadida en 2014: Kahneman respondió a la reseña con una carta al editor:

 

La generosa reseña de Freeman Dyson [...] exagera enormemente mi papel en la historia de la psicología científica. Mi disciplina es ciertamente mucho más científica de lo que lo era cuando William James y Sigmund Freud escribían sus obras maestras, pero la transformación estaba en marcha mucho antes de que yo naciera. La ciencia de la psicología se desarrolló en varias etapas a lo largo del siglo XX, desde las escuelas de la psicología de la Gestalt y del conductismo, sobre las que aprendí como estudiante de posgrado alrededor de 1960, y a las que siguió la revolución cognitiva, que fue transformando el panorama intelectual cuando Amos Tverski y yo iniciamos nuestra colaboración a finales de la década, hasta el desarrollo de la neurociencia y el estudio de los procesos asociativos y emocionales que atraen a muchos de los mejores estudiantes de posgrado de hoy en día.

Tverski y yo fuimos partícipes de la revolución cognitiva, a la que inicialmente aportamos la idea de que los errores significativos del juicio intuitivo pueden surgir del mecanismo de la cognición más que de los deseos u otras distorsiones emocionales. También tuvimos un atisbo de lo que más tarde iba a ser la idea de los dos sistemas. Nuestro primer artículo conjunto, que documentaba errores que cometían los investigadores en decisiones basadas en estadísticas, distinguía de manera informal el juicio intuitivo del cálculo meditado. El estudio detallado de los contrastes entre los procesos automáticos y los procesos controlados comenzó algunos años más tarde en un laboratorio de Indiana, y muchos psicólogos han perfeccionado y ampliado esta distinción en el transcurso de las décadas siguientes. En mi reciente intento de describir las interacciones entre el pensamiento intuitivo rápido y el deliberativo, me inspiré tanto en los trabajos de estos predecesores como en los últimos avances en el estudio de la memoria asociativa.

Los científicos llevan a cabo su labor sobre todo en silos disciplinares, y es raro que la investigación en un campo influya en los trabajos efectuados en otras disciplinas. Mi investigación con Tverski cruzó algunos de estos límites, en gran parte debido a nuestro uso de demostraciones que eran accesibles a todo el mundo; involucrábamos a los lectores en problemas sencillos en los que podían observar errores de sus propias intuiciones. Nuestro trabajo se volvió así más visible para las personas ajenas a nuestra disciplina que muchos otros avances en la investigación psicológica, pero es mejor verlo como una contribución a la floreciente empresa colectiva de la moderna psicología experimental.

 

 

La carta no responde a mi sugerencia de que la psicología vive a ambos lados de la frontera entre la ciencia y la literatura, y combina las percepciones emocionales de Freud y James con los descubrimientos experimentales de Tverski Kahneman. Como decía en la reseña, aún no ha llegado el momento de la reconciliación.