El hombre de los cohetes
En el verano de 1944, la población de Londres estaba acostumbrada al fuerte zumbido que producía el paso de una bomba voladora, al repentino silencio cuando el motor de la bomba se paraba y esta comenzaba su descenso, y a los segundos de ansiedad esperando la explosión. Las bombas voladoras, también conocidas como V-1, y que no eran sino aviones sin piloto, eran lanzadas desde bases situadas a lo largo de las costas francesa y holandesa. Cuando terminó el verano y nuestros ejércitos expulsaron a los alemanes de Francia, las bombas voladoras dejaron de aparecer. Fueron reemplazadas por un arma mortífera mucho menos perturbadora, el cohete V-2, lanzado desde lugares más distantes, en el oeste de Holanda. El V-2 no nos ponía tan nerviosos como el V-1 con su zumbido. Cuando un V-2 descendía, oíamos primero la explosión, y después el ruido del cohete supersónico descendiendo. Tan pronto como oíamos la detonación, sabíamos que nos había pasado por encima. Las bombas voladoras y los cohetes V-2 causaron unos pocos miles de muertos en Londres, pero apenas interrumpieron nuestras actividades civiles y no tuvieron el menor efecto sobre la guerra, que entonces se concentraba en Francia y Polonia. El efecto de los cohetes era aún menor que el de las bombas voladoras.
En aquel entonces, los cohetes V-2 eran para mí motivo de alegría y asombro. Yo era un científico civil que analizaba las causas de las pérdidas de bombarderos para la Unidad de Bombarderos de la Real Fuerza Aérea. Sabía que el motivo principal de las pérdidas de bombarderos eran los cazas alemanes, y que los alemanes andaban desesperadamente escasos de ellos. De haber tenido cinco veces más cazas, nos habrían impedido volar sobre Alemania, y nos habría sido mucho más difícil invadir su país y poner fin a la guerra. Sabía asimismo que la bomba voladora era un arma sencilla y barata pero que el cohete V-2 era complicado y caro. Cada V-2 costaba a los alemanes en mano de obra cualificada y materiales tanto por lo menos como un avión de combate moderno. Para mí era incomprensible que hubieran optado por utilizar sus recursos limitados en la construcción de cohetes militarmente inútiles en lugar de los aviones que necesitaban con urgencia. Cada vez que oía explotar un V-2, lo contaba como un caza alemán estrellado y diez bombarderos nuestros no derribados. Parecía que en Alemania algún benefactor desconocido estaba desarmando unilateralmente a la fuerza aérea alemana en nuestro provecho. Entonces no tenía idea de quién podía ser ese benefactor. Ahora sabemos su nombre. Era Wernher von Braun.
El libro de Michael J. Neufeld Von Braun. Dreamer of Space, Engineer of War es una biografía meticulosamente escrita y técnicamente precisa.[3] En 1944 Von Braun no trabajaba a propósito para los enemigos de Alemania, sino que era un patriota que cumplía con su deber patrio produciendo cohetes V-2 para el ejército alemán. No era culpa suya que los cohetes V-2 no fueran lo que los alemanes necesitaban en ese momento para defender el país. Fue nuestro benefactor solo por accidente. El propósito de Von Braun desde el momento en que inició sus experimentos con cohetes como un aficionado a la edad de dieciocho años, y hasta el final de su vida, era la realización de un viaje espacial interplanetario.
En 1932 fue reclutado por el ejército alemán para desarrollar cohetes impulsores de misiles militares. El ejército le dio lo que pedía: una financiación constante y libertad para experimentar. Se entregó por entero a la tarea de desarrollar un cohete capaz de volar al espacio, sin preocuparse de si este podría constituir para el ejército un objetivo militar razonable. El resultado de su empeño fue el V-2, el primer misil balístico de largo alcance, capaz de transportar una carga explosiva de una tonelada, pero con una precisión muy escasa y un radio de acción de unos trescientos kilómetros. Cuando el V-2 hizo su primer vuelo en octubre de 1942, el acontecimiento fue un gran paso hacia la realización del sueño de Von Braun: caminar sobre Marte. Debió de ser obvio para los líderes militares y políticos alemanes que, desde el punto de vista militar, aquel artefacto era un juguete tan costoso como inútil.
¿Cómo pudo Hitler dar su aprobación a un programa de choque para producir el V-2 en grandes cantidades? Hitler no era tonto. Como soldado de infantería en la Primera Guerra Mundial, había sobrevivido a algunos bombardeos de artillería pesada. En agosto de 1941, Von Braun le mostró a Hitler en persona sus planes para el V-2, y Hitler reaccionó con objeciones razonables. Le preguntó si había tenido en cuenta el momento de la explosión, ya que un proyectil de artillería normal que cayera a una velocidad supersónica acabaría enterrado en el suelo antes de explotar y sus daños serían escasos. Este era un serio problema, y Von Braun tuvo que admitir que no había pensado en ello. Hitler observó entonces que el V-2 solo era un proyectil de artillería con un alcance más largo de lo habitual, y el ejército necesitaría cientos de miles en lugar de miles para que su utilización fuese eficaz. Von Braun reconoció que aquello era cierto.
Después de su entrevista, Hitler ordenó al ejército planificar la producción de cientos de miles de V-2 al año, pero no debía iniciarse hasta que el pájaro hubiese volado con éxito. Esta decisión parecía inofensiva en aquel momento, pero quedó en manos de los lanzadores de cohetes del ejército. Los jefes militares sabían que la idea de producir cientos de miles de V-2 al año era absurda, pero acataron la orden. Se les permitió gastar tanto como quisieran en el programa, y no se les impuso un calendario. En agosto de 1941, la guerra le iba bien a Alemania. El ejército había cosechado grandes victorias en los dos primeros meses de la campaña de Rusia, Francia había quedado fuera de la guerra y Estados Unidos aún no se había involucrado. Hitler no se imaginaba que al cabo de tres años estaría librando una guerra defensiva por la supervivencia del Reich. Ni se preguntó si el V-2 quizá era un juguete que el Reich no podía permitirse.
En Alemania, como en otros países, el principal factor en la adquisición de armamento era la rivalidad interna. El ejército de tierra quería el V-2 por su rivalidad con la Luftwaffe. La fuerza aérea alemana era líder mundial en armas de alta tecnología; había desarrollado aviones de reacción, cohetes y una serie de misiles dirigidos. El ejército también deseaba tener un proyecto de alta tecnología, y el V-2 era la versión correspondiente de la artillería. Se daba así al ejército la oportunidad de decirle a la fuerza aérea: «Nuestros cohetes son más grandes que los vuestros».
Aunque Hitler era nominalmente un dictador, no tuvo más éxito que los líderes políticos de los países democráticos a la hora de mantener bajo control las rivalidades entre las diferentes armas militares. Podía echar a jefes militares, y lo hizo de vez en cuando, pero no conseguía que hicieran siempre lo que él quería. El alto mando puso en marcha, con la ayuda de Von Braun, un programa de choque para producir el V-2. Se fabricaron en total unos pocos miles de V-2, los suficientes para eclipsar a la fuerza aérea, pero no para ser militarmente útiles. Hitler no podía forzarlos a producir tantos como creía que eran necesarios, ni tampoco obligarlos a detener el programa y transferir sus recursos a la fuerza aérea. El ejército de tierra y la fuerza aérea continuaron funcionando como feudos independientes hasta la muerte de Hitler.
La carrera de Von Braun como constructor de cohetes se dividió en seis períodos, durante los cuales trabajó para seis amos diferentes. De los dieciocho a los veinte años trabajó como aficionado en Berlín con la Verein für Raumschiffahrt (Agrupación para la Navegación Espacial), un grupo privado de entusiastas de los cohetes. Él era el miembro más competente del grupo desde el punto de vista técnico. En los años 1930-1932 construyó y probó con éxito en un pequeño aeródromo cerca de Berlín una serie de cohetes de combustible líquido. Los cohetes son de dos tipos, de combustible sólido y de combustible líquido. Ambos tipos son impulsados por los gases calientes que expulsan cuando se quema el combustible. Los cohetes de combustible sólido son más sencillos y más baratos. La marina británica los utilizó sin éxito cuando atacó Fort McHenry en 1814, como se recuerda en el himno nacional de Estados Unidos. Los cohetes de combustible líquido vuelan más rápido y llegan más lejos, pero son mucho más complejos y difíciles de manejar.
De los veinte a los veintiocho años, Von Braun trabajó como civil para el ejército alemán. El ejército adquirió una gran extensión de tierra en Peenemünde, en la costa báltica de Alemania, donde construyó unas instalaciones para desarrollar y probar cohetes a gran escala. La madre de Von Braun había vivido en las inmediaciones durante su infancia, y consideró aquel lugar como el más apropiado para las actividades de su hijo. Walter Dornberger, un comandante del ejército amigo de Von Braun, era el responsable del programa. Von Braun sirvió bajo su mando como director técnico de las instalaciones de Peenemünde.
De los veintiocho a los treinta y tres años, los de la Segunda Guerra Mundial, Von Braun siguió trabajando como civil en Peenemünde para el ejército alemán, pero legalmente era un oficial de las SS. Esto significaba que estaba sujeto a la disciplina de dicho cuerpo. Vestía el uniforme lo menos posible, y solo en ocasiones formales. Le desagradaban sus colegas de las SS, de los que siempre desconfiaba. Pero cuando, hacia el final de la guerra, se hicieron cargo de la fabricación de los misiles V-2 para el ejército, tuvo que hacer lo que le ordenaban. Durante las últimas semanas de la guerra, cuando fue evacuado con el resto del personal de Peenemünde al sudeste de Alemania, fue escoltado por guardias de las SS para mantenerlo bajo vigilancia.
De los treinta y tres a los cuarenta y ocho años trabajó para el ejército estadounidense en El Paso (Texas) y en Huntsville (Alabama), donde estuvo al frente de un nutrido grupo de expertos alemanes en cohetes. Estos fueron reclutados a toda prisa en 1945 por las fuerzas de ocupación estadounidenses en Alemania para que no cayeran en manos soviéticas y transferidos a Estados Unidos, donde se los empleó en el desarrollo de los misiles Redstone para el ejército. De los cuarenta y ocho a los sesenta años, Von Braun trabajó para la recién creada NASA, primero en Huntsville y más tarde en Washington. La Agencia de Misiles Balísticos del Ejército, radicada en Huntsville, se convirtió en 1960 en el Centro Marshall de Vuelos Espaciales de la NASA, con Von Braun a cargo del desarrollo de los enormes cohetes Saturno, que transportaron de manera segura a veintiún astronautas del Apolo a la Luna y los trajeron de vuelta. De los sesenta años hasta su fallecimiento, a los sesenta y cinco, trabajó para Fairchild Industries en Washington. Lo hizo con el mismo tesón que siempre, supervisando una serie de proyectos técnicos y contribuyendo al desarrollo de nuevos aviones y satélites destinados a misiones militares y civiles.
El libro de Neufeld se centra en el tercer período de la vida de Von Braun, aquellos cinco años de la Segunda Guerra Mundial en los que soñaba con lanzar cohetes al espacio y aceptó un puesto de responsabilidad en las SS. Las SS constituían la organización más criminal del régimen de Hitler, y fueron directamente responsables de la administración de los campos de concentración, en los que millones de prisioneros acabaron asesinados, muertos de inanición o siendo utilizados como mano de obra esclava. Von Braun conocía de primera mano el lado oscuro de las SS. Después de que el complejo de Peenemünde resultara seriamente dañado a consecuencia de un bombardeo de la RAF en 1943, las SS se encargaron de la producción de cohetes V-2, y la principal cadena de producción se trasladó a una fábrica subterránea llamada Mittelwerk, que estaba a salvo de los ataques aéreos. Mittelwerk estaba convenientemente ubicada cerca del campo de concentración de Dora y de la ciudad de Nordhausen, en el centro de Alemania. Los prisioneros de Dora constituían gran parte de la plantilla de Mittelwerk, y guardias de las SS los controlaban. Miles de prisioneros fueron confinados en los túneles, donde trabajaban en condiciones terribles y dormían sobre paja o sobre la roca desnuda. Muchos murieron de hambre o enfermedad, y algunos de ellos fueron ahorcados públicamente por desobediencia o supuestos actos de sabotaje.
El jefe de Mittelwerk era un general de las SS llamado Hans Kammler a quien Von Braun temía y odiaba. Él no era responsable de las operaciones que allí tenían lugar. Solo era un asesor técnico. Pero visitó varias veces Mittelwerk para supervisar el proceso de producción y mejorar la calidad de lo allí fabricado. La realidad de las actividades de Von Braun en Mittelwerk y su pertenencia a las SS la reveló por vez primera un libro, Geheimnis von Huntsville («El secreto de Huntsville»), escrito por Julius Mader y publicado en Berlín Oriental en 1963. Este libro no se tradujo al inglés y atrajo escasa atención en Estados Unidos, donde pasó por mera propaganda comunista. Un libro posterior, Dora, de Jean Michel, originalmente escrito en francés pero publicado en inglés en 1979, refería los mismos hechos y concitó mucha más atención. El libro de Neufeld no contiene nada sustancialmente nuevo, pero añade muchos detalles que el autor descubrió en documentos inéditos de Von Braun, entre otros. Este debió de ser muy consciente de las atrocidades cometidas en los túneles, pero evitó el contacto personal con los prisioneros.
A Von Braun nunca le interesó la ideología nazi. Pertenecía a la vieja nobleza prusiana, que poseía grandes latifundios en Pomerania y Silesia, hoy anexionadas a Polonia, y en Prusia Oriental, hoy anexionada a Rusia. Las tierras de su padre se encontraban en Silesia y las de su madre, en Pomerania. Su linaje desempeñó funciones de gobierno en Prusia durante cientos de años, y en Alemania de 1871 a 1918. Sus miembros fueron en su mayoría administradores bien formados y competentes, concienzudos servidores públicos y esnobs sociales que tenían más cosas en común con sus parientes aristocráticos de otros países europeos que con la gente corriente de Alemania. Despreciaban a la chusma socialista que accedió al poder en 1918 y estableció la República de Weimar.
Despreciaban igualmente a la chusma nazi que destruyó la república en 1933 y dio el poder supremo a Hitler, pero a este lo respetaban como el caudillo que llevó el orden y la prosperidad a Alemania tras el caos y la miseria de los años de Weimar. Hitler era, después de todo, más nacionalista que socialista. No constituía una amenaza para su clase social ni para sus posesiones. La mayoría se pusieron voluntariamente a su servicio porque era el caudillo que Alemania necesitaba, pero despreciaban a los nazis como individuos social e intelectualmente inferiores.
El padre de Wernher era el típico miembro de la nobleza prusiana. Hablaba tres idiomas con fluidez, y su mujer seis. Los tres hijos del matrimonio se criaron en Berlín en un ambiente de riqueza y privilegios. Nacido en 1912, Wernher fue enviado a un internado ubicado en el castillo de Ettersburg, cerca de Weimar, tan caro como intelectualmente exigente. Sus amigos pertenecían a su misma clase social. Ya en aquel colegio estaba obsesionado con los cohetes. Leyó el clásico Die Rakete zu den Planetenräumen («Los cohetes hacia el espacio interplanetario»), que publicó el pionero de los cohetes Hermann Oberth en 1923. A los trece años empezó a estudiar las matemáticas que necesitaba para entender las ecuaciones de Oberth; a los dieciséis se hizo miembro de la Agrupación para la Navegación Espacial, y a los dieciocho, la edad a la que terminó sus estudios de secundaria, era ya tan competente en la teoría y la práctica de la construcción de cohetes que llegó a ser el experimentador jefe de la Agrupación.
Von Braun no dudó en aceptar el puesto de constructor de cohetes militares que el ejército le ofreció en 1932. Hitler aún no se había hecho con el poder, y el ejército era una institución conservadora. Le interesaban más los misiles no tripulados que las naves espaciales tripuladas, pero los mismos cohetes que portaban misiles podían utilizarse para lanzar naves espaciales. Von Braun congenió con los militares constructores de cohetes. Al igual que él, eran apolíticos, trabajaban codo con codo en la resolución de difíciles problemas técnicos y evitaban todo protagonismo. Cuando Hitler fue nombrado canciller en 1933, casi nada cambió para Von Braun. El ejército seguía siendo apolítico, y el presupuesto para los cohetes no dejó de crecer.
El cambio llegó en 1939, cuando Alemania entró en guerra. Los cohetes dejaron entonces de ser juguetes técnicos para convertirse en armas reales, y las SS se propusieron tomar el programa a su cargo. La opción moralmente decisiva que Von Braun hubo de aceptar se le planteó en 1940, cuando el ejército le pidió ingresar como oficial en las SS. No deseaba tener ninguna relación con el cuerpo, por lo que se dirigió a su oficial superior, Dornberger, para que le aconsejara. Este le dijo que solo tenía dos opciones: o aceptaba la propuesta de las SS o nunca más trabajaría en el ejército. El ofrecimiento había sido una decisión tomada al más alto nivel por el gobierno. Von Braun no quiso abandonar el proyecto militar al que había dedicado ocho años de su vida, por lo que dijo sí a las SS.
Uno de sus amigos en el proyecto quedó consternado al verlo aparecer con el uniforme de las SS. Von Braun le dijo con tristeza: «Es geht nicht anders» («No hay más remedio»). Había otra posibilidad por la que Von Braun pudo haberse decidido: abandonar sus sueños espaciales y ofrecerse voluntario para servir a su país como soldado o aviador. Era un piloto experto y le gustaba volar, y habría podido alistarse en la Luftwaffe y servir a su patria derribando bombarderos de la RAF. Pero su antipatía hacia las SS no era lo bastante intensa como para que le pareciera razonable otra opción.
El 21 de febrero de 1944, Von Braun tuvo una oportunidad de redimirse parcialmente cuando se opuso con firmeza al diablo al que había vendido su alma. Inesperadamente lo llamaron para una entrevista en privado con Heinrich Himmler, jefe de las SS y segundo hombre más poderoso de Alemania. Por aquel entonces, el V-2 estaba listo para su utilización contra Inglaterra, pero se pospuso el ataque porque se presentaron algunos problemas técnicos. Himmler le sugirió abandonar el trabajo para el ejército y pasarse a las SS con todo su programa de desarrollo de cohetes. Von Braun revelaría el contenido de la conversación en unas memorias que escribió seis años después.[4] Himmler le dijo: «¿Por qué no se viene con nosotros? Usted sabe que el Führer tiene siempre la puerta abierta para mí, ¿verdad? Yo estaría en condiciones de ayudarle a salvar las dificultades que todavía existen mucho mejor que la torpe maquinaria militar».
Von Braun declinó educadamente la invitación. Según cuenta en esas memorias, se atrevió a comparar el V-2 con «una pequeña flor que necesita luz, suelo fértil y los cuidados de algún jardinero». Le dijo a Himmler que «verter un gran chorro de estiércol líquido en esa pequeña flor para que crezca más rápido podría matarla». Su razón para rehusar la invitación probablemente fue la preocupación por el bienestar de sus amados cohetes más que por el bienestar de los prisioneros de Dora, algo que le infundió coraje para rechazar una invitación de Himmler. Aún más valor necesitó para comparar la ayuda ofrecida por el jefe de las SS con un montón de excrementos.
«Un mes más tarde vino el desquite al más puro estilo de Himmler», cuenta Von Braun en sus memorias. Agentes de la Gestapo llamaron de madrugada a su puerta y se lo llevaron a una celda de una prisión situada en la ciudad báltica de Stettin, actualmente en Polonia. Tras una semana encerrado en la celda, tres oficiales de las SS lo sometieron a interrogatorio y lo acusaron formalmente de sabotear el desarrollo de los cohetes, hacer comentarios derrotistas sobre la guerra y planear una fuga a Inglaterra con todos los planos del V-2. Mientras tanto, Dornberger obtuvo, con la ayuda del ministro de Armamento, Albert Speer, que era amigo personal tanto de Von Braun como de Hitler, un papel firmado en el cuartel general del Führer que ordenaba la puesta en libertad provisional de Von Braun durante tres meses. Von Braun permaneció solo diez días en la cárcel, y no sufrió maltratos físicos. Esos diez días tuvieron un valor enorme cuando llegó a Estados Unidos. Siempre que la gente le preguntaba por su pasado, podía mencionar aquellos días como prueba de que no había sido nazi. Nunca afirmó que se hubiera opuesto activamente al régimen nazi, pero la historia de su encarcelamiento le hizo parecer una víctima de los nazis en lugar de un instrumento de sus crímenes.
La segunda mitad del libro de Neufeld describe la vida de Von Braun en Estados Unidos a partir de 1945. Se adaptó con sorprendente rapidez al estilo de vida estadounidense. En 1946 se convirtió en un cristiano renacido y se unió a la congregación de la pequeña Iglesia del Nazareno en Texas. Durante varios años trabajó pacientemente en la restauración de los cohetes V-2 que el ejército se había traído de Alemania. El ejército no le pudo dar un trabajo más interesante, pues no había dinero para continuar desarrollando cohetes. Von Braun no tardó en comprender que, en Estados Unidos, el dinero estaba controlado por el Congreso, y este estaba controlado por la opinión pública. El dinero era escaso porque a la gente no le interesaban los cohetes. Así que decidió apelar directamente al público.
Lo hizo cada vez que tuvo oportunidad, primero con artículos de revistas y luego con discursos en la radio y la televisión en los que predicaba su evangelio. No solo habló de los cohetes no tripulados para defender el país, sino también de los tripulados para explorar el sistema solar. Solo tardó siete años, desde su llegada a Estados Unidos, en hacerse mundialmente famoso como el principal promotor de los viajes espaciales. En 1952, la revista Collier’s publicó un llamativo artículo con imágenes de naves espaciales aladas en órbita acompañadas de un texto de Von Braun titulado «Crossing the Last Frontier». Al año siguiente se publicó en inglés y en alemán su libro The Mars Project, con una detallada especificación de los pesos y del combustible que un cohete necesitaría para una exploración tripulada de Marte. Conforme su fama crecía, también lo hicieron los presupuestos para el programa de cohetes del ejército en Huntsville.
Hubo dos momentos estelares en la vida de Von Braun en Estados Unidos. En 1958, después de que la Unión Soviética lanzara el Sputnik y el satélite Vanguard de la marina estadounidense se estrellara ignominiosamente contra la plataforma de lanzamiento, el equipo de Von Braun en Huntsville logró poner en órbita el Explorer 1, el primer satélite estadounidense. En 1969 pudo observar a Neil Armstrong y Buzz Aldrin caminando sobre la Luna, llevados allí por sus cohetes, y cumpliendo su sueño de sacar de la guardería a la especie humana. Von Braun era único como organizador de grandes proyectos, capaz de persuadir a primeras figuras de que trabajaran en perfecta armonía y de entender cada detalle de cada aparato.
A partir de 1969 se mantuvo tan ocupado como siempre, pero sus esperanzas de ir a Marte se desvanecieron. Otras cinco misiones Apolo alcanzaron la Luna, y una sola, la del Apolo 13, fue un fracaso épico del que la tripulación consiguió regresar sana y salva. Después de aquello, el público ya no estaba interesado en continuar. Los presupuestos disminuyeron rápidamente y el programa Apolo terminó. Lo único que Von Braun podía hacer para mantener viva la llama de las misiones tripuladas era promover el transbordador espacial, una nave reutilizable que originalmente había sido la parte básica de su Proyecto Marte. Se suponía que el transbordador sería barato y seguro, y que volaría con frecuencia, por ser breves los intervalos entre las misiones. Cuando, tras muchos retrasos, el transbordador finalmente voló, no resultó ser tan barato, ni tan seguro, ni tan rápido. Von Braun tuvo la suerte de no vivir lo suficiente para ver de qué triste manera el transbordador espacial iba a fallar.
Este libro plantea tres cuestiones importantes, una histórica y dos morales. La cuestión histórica es si el gran logro de Von Braun, el hombre que proporcionó los medios para que doce seres humanos pusieran los pies en la Luna, tenía sentido. ¿Fue un gran paso hacia la realización de su sueño de colonizar el universo o un callejón sin salida y de dudosa utilidad? A corto plazo, el programa Apolo fue sin duda un callejón sin salida. Era un programa público dependiente del dinero de los contribuyentes, y se derrumbó tan pronto como estos perdieron interés en él. Cuando, en 1972, Von Braun se despidió de la NASA para trabajar en Fairchild Industries, estaba empezando a apostar por que las aventuras humanas en el espacio recibirían en el futuro más apoyo de inversores privados que de los gobiernos. Moriría de cáncer cinco años después. Ahora, treinta después de su defunción, se observa un vigoroso crecimiento de las aventuras espaciales con financiación privada. Si Von Braun hubiese vivido veinte años más, nos habría hecho entrar antes en la era de las lanzaderas privadas. Incluso podría haber rescatado el transbordador espacial, su hijo hoy huérfano, para hacerlo, como él había previsto, barato y seguro y rápido. A largo plazo, de un modo u otro, la gente volverá a soñar con la colonización del universo y volverá a construir naves espaciales para embarcarse en viajes celestes. Para ello seguirá los pasos de Von Braun.
Las dos cuestiones morales que plantea el libro de Neufeld son si Von Braun podía justificar que vendiera su alma a Himmler y si Estados Unidos podía justificar que proporcionase a Von Braun y a otros miembros del equipo de Peenemünde un santuario y un empleo digno. Algunos de los demás científicos de Peenemünde eran culpables de delitos peores que los que pudieran achacarse a Von Braun. El más notorio era Arthur Rudolph, un amigo íntimo de Von Braun que había sido un nazi entusiasta y servido como jefe de producción en la fábrica Mittelwerk. Rudolph estuvo mucho más directamente implicado en la explotación de los prisioneros y en los abusos cometidos contra ellos. Rudolph vivió en Estados Unidos treinta y nueve años, y disfrutó de una distinguida carrera como ingeniero de cohetes. En 1984 acabaron saliendo a la luz los documentos antes secretos que describían las actividades de Rudolph en Alemania, a consecuencia de lo cual se le amenazó con una demanda contra su derecho a la ciudadanía estadounidense. En lugar de afrontar la demanda, renunció a su ciudadanía y volvió con su esposa a Alemania. Uno de los investigadores del caso Rudolph dijo: «Es una suerte que Von Braun no esté vivo». Von Braun había muerto siete años antes cubierto de honores. Si hubiera estado vivo en 1984 con su fama pública y su influencia política intactas, habría defendido a Rudolph y probablemente ganado el caso.
Neufeld condena a Von Braun por su colaboración con las SS, y condena al gobierno de Estados Unidos por encubrirla. En esto no estoy de acuerdo con el autor del libro. La guerra es una actividad intrínsecamente inmoral. Incluso en la guerra más justa se cometen crímenes y atrocidades, y todo ciudadano que participa en una guerra colabora en cierta medida con criminales. Debo aclarar aquí mi particular interés en este debate. En mi trabajo para el cuartel general de la Unidad de Bombarderos de la RAF, tuve que colaborar con las personas que planearon la destrucción de Dresde en febrero de 1945, una calamidad notoria en la que muchos miles de civiles inocentes murieron abrasados. Si hubiéramos perdido la guerra, los responsables de aquel bombardeo habrían sido condenados como criminales de guerra, y a mí podrían haberme encontrado culpable de colaboración con ellos.
Después de esta declaración personal, permítaseme exponer mi conclusión. En mi opinión, el imperativo moral al final de cada guerra es la reconciliación. Sin reconciliación no puede haber verdadera paz. Reconciliación significa amnistía. Es aceptable ejecutar a los peores criminales de guerra, con o sin un juicio legal, siempre que se haga con rapidez, mientras las pasiones de la guerra todavía estén vivas. Pero después de las ejecuciones no debería proseguir la caza de criminales y colaboradores. Para alcanzar una paz duradera, debemos aprender a vivir con nuestros enemigos y perdonar sus crímenes. Amnistía significa que todos somos iguales ante la ley. La amnistía no es fácil ni justa, pero es una necesidad moral, porque la alternativa es un ciclo interminable de odio y venganza. Sudáfrica nos ha dado un buen ejemplo de la forma en que esto puede hacerse.
Al fin y al cabo, admiro a Von Braun por el uso que hizo de los talentos que Dios le dio para hacer realidad sus visiones, aunque ello lo obligara a sellar un pacto con el diablo. Consiguió que Hitler y Himmler se plegaran a sus fines más que plegarse él a los suyos. Y admiro al ejército estadounidense por haberle dado una segunda oportunidad de realizar sus sueños. Al final, la amnistía que Estados Unidos le concedió hizo mucho más de lo que podría haber hecho un recuento exacto de sus desafueros para redimir su alma y cumplir su destino.
Nota añadida en 2014: Esta reseña provocó un número récord de respuestas, todas ellas elocuentes y cargadas de emotividad, de personas indignadas por mi afectuosa semblanza de Von Braun. He aquí un extracto de una de ellas:
En 1944 era un estudiante de medicina en el Hospital de Londres cuando, una tarde, uno de los primeros V-2 cayó en Petticoat Lane, un concurrido y popular mercado del East End londinense. Hubo cientos de muertos y heridos, y más de doscientos fueron admitidos en el hospital, donde los heridos graves fueron trasladados urgentemente a las salas de operaciones, pero muchos yacieron durante horas en los pasillos y en el sótano esperando asistencia, la mayoría con desagradables laceraciones causadas por cristales rotos. Es una escena que nunca olvidaré.
El papel del profesor Dyson en la planificación de la incursión de la RAF sobre Dresde, una auténtica atrocidad, parece insignificante en comparación con la matanza calculada y la explotación brutal de los internos del campo de trabajos forzados donde se concibió y fabricó el V-2. Von Braun nunca lamentó públicamente el papel que desempeñó en el régimen nazi, de cuyo sadismo y brutalidad seguramente fue bien consciente.
¿No deben la confesión y la contrición preceder a la reconciliación? Amnistía sí, reconciliación quizá, pero no perdón. No hubo necesidad de recompensar a este hombre con la medalla presidencial por los actos con que compensó unos pecados imperdonables.
BERNARD LYTTON
Profesor emérito de la cátedra Donald Guthrie
de Cirugía/Urología
Facultad de Medicina de la Universidad de Yale
Director del Centro Koerner de Eméritos,
Universidad de Yale
New Haven, Connecticut
En respuesta a una carta de Leo Blitz, de Berkeley, cuya madre sobrevivió al campo de concentración de Stutthof, escribí:
Visité el campo de Stutthof cuando estuve en Polonia. No estoy diciendo que Von Braun o cualquier otro sea inocente. Pero creo que se le escapa el aspecto principal. La amnistía no es para los inocentes, sino para los culpables. Necesitamos la amnistía al terminar una guerra porque un gran número de personas de ambos bandos son culpables. La guerra es así. La guerra moderna es un acontecimiento brutal, y cuando yo trabajaba en la Unidad de Bombarderos estaba haciendo lo mismo que Von Braun. Después de aquello, todos necesitamos una amnistía salvo unas pocas excepciones, como su madre.