La cuestión del calentamiento global
Comenzaré esta reseña con una introducción que describe las mediciones que transformaron el calentamiento global de una vaga especulación teórica en una ciencia observacional precisa.
Hay un famoso gráfico que muestra la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y sus variaciones mes tras mes y año tras año (véase más adelante). El gráfico nos da una prueba sólida y precisa de los efectos de la actividad humana sobre nuestro entorno global, y se lo conoce como el «gráfico de Keeling» porque resume el trabajo de investigación de Charles David Keeling, un profesor de la Institución Scripps de Oceanografía de La Jolla (California). Keeling midió la proporción de dióxido de carbono en la atmósfera durante cuarenta y siete años, de 1958 a 2005. Él mismo diseñó y construyó instrumentos que permitían hacer las mediciones de la forma más exacta posible. Comenzó realizándolas cerca de la cumbre del volcán inactivo Mauna Loa, situado en la gran isla de Hawái.
Eligió aquel lugar para instalar su observatorio porque el aire estaba lejos de todo continente y no se hallaba contaminado por la actividad humana y la vegetación. Las mediciones han continuado tras la muerte de Keeling, y muestran un aumento ininterrumpido de la cantidad de dióxido de carbono durante más de cincuenta años. En el gráfico vemos dos aspectos notorios y llamativos. Por un lado, un incremento constante del dióxido de carbono con el paso del tiempo que comienza con 315 partes por millón en 1958 y alcanza las 385 partes por millón en 2008. Por otro, un serpenteo regular que indica un ciclo anual de aumento y disminución de los niveles de dióxido de carbono. El incremento máximo se produce todos los años en la primavera del hemisferio norte, y el mínimo en el otoño de este mismo hemisferio. La diferencia entre los niveles máximo y mínimo de cada año es de seis partes por millón.
Laboratorio de Seguimiento y Diagnóstico del Clima de la NOAA
Keeling era un observador meticuloso. La exactitud de sus mediciones nunca se ha puesto en entredicho, y muchos otros observadores han confirmado sus resultados. En los años setenta amplió sus observaciones de Mauna Loa, cuya latitud es de 20 grados norte, a otras ocho estaciones situadas a diversas latitudes, desde el Polo Sur, a 90 grados sur, hasta Point Barrow, en la costa ártica de Alaska, cuya latitud es de 71 grados norte. En cada una de estas latitudes observó el mismo incremento continuo en los niveles de dióxido de carbono, pero las diferencias anuales variaban considerablemente con la latitud. El serpenteo era más acusado en Point Barrow, donde la diferencia entre los niveles máximo y mínimo era de quince partes por millón. En Kerguelen, una isla del Pacífico situada a 29 grados de latitud sur, el serpenteo desaparecía. En el Polo Sur, la diferencia entre los niveles máximo y mínimo era de dos partes por millón durante la primavera del hemisferio sur.
La única explicación verosímil del serpenteo anual y sus variaciones en función de la latitud es el crecimiento y decrecimiento estacionales de la vegetación a lo largo de un año, especialmente de los bosques de hoja caduca en latitudes templadas del Norte y del Sur. La asimetría del serpenteo entre Norte y Sur la causa el hecho de que el hemisferio norte contiene la mayor porción de tierra firme y de bosques de hoja caduca. El serpenteo nos ofrece una medida directa de la cantidad de dióxido de carbono atmosférico absorbida cada verano en el Norte y en el Sur por la vegetación en crecimiento, y su retorno invernal a la atmósfera con la muerte y descomposición de esa vegetación.
La cantidad es grande, como se puede apreciar directamente en las mediciones hechas en Point Barrow. Allí, el serpenteo muestra que el crecimiento neto de la vegetación en el verano del hemisferio norte absorbe todos los años un 4 por ciento del total de dióxido de carbono presente en la atmósfera en las latitudes altas. La absorción total tiene que ser mayor que el crecimiento neto, porque la vegetación continúa respirando durante el verano, y el crecimiento neto es igual a la absorción total menos la respiración. Los bosques tropicales de las latitudes bajas también absorben y respiran gran cantidad de dióxido de carbono, que no varía mucho con la estación y no contribuye mucho al serpenteo anual.
Cuando reunimos los datos de los serpenteos y de la distribución de la vegetación en la Tierra, resulta que, todos los años, la vegetación absorbe alrededor del 8 por ciento del dióxido de carbono de la atmósfera y luego regresa a ella. Esto significa que la vida media de una molécula de dióxido de carbono atmosférico, antes de ser capturada por la vegetación y posteriormente liberada, es de unos doce años. El hecho de que el intercambio de carbono entre la atmósfera y la vegetación sea rápido tiene una importancia capital para predecir el futuro a largo plazo del calentamiento global, como quedará claro en lo que sigue. Ninguno de los libros aquí reseñados lo menciona.
William Nordhaus es economista de profesión, y su libro A Question of Balance. Weighing the Options on Global Warming Policies describe el problema del calentamiento global tal como lo ve un economista.[11] No se refiere al estudio científico del mismo o a alguna detallada estimación de los daños que pueda ocasionar. Da por sentado que los datos científicos y los posibles daños ya se han especificado, y compara la eficacia de las distintas políticas en la asignación de recursos económicos para hacer frente al problema. Sus conclusiones son en gran medida independientes de los datos científicos. Calcula los desembolsos necesarios y el balance de costes y beneficios. Todo lo calcula sirviéndose de un único modelo computacional que él llama DICE, acrónimo de Dynamic Integrated model of Climate and the Economy.
Cada operación con el DICE introduce los datos de una política concreta para estimar los desembolsos año tras año. Los recursos asignados se destinan a subvencionar costosas tecnologías —por ejemplo, el secuestro subterráneo del dióxido de carbono que producen las centrales térmicas— que reduzcan las emisiones de dióxido de carbono o a establecer un impuesto sobre las actividades que produzcan esas emisiones. La parte de modelo climático del DICE calcula el efecto de la disminución de las emisiones en términos de reducción de los daños. Los resultados obtenidos con el DICE especifican las ganancias y las pérdidas que experimentará la economía mundial año tras año. Cada operación comienza en el año 2005 y termina en 2105 o en 2205, y da una idea de los efectos de una política particular durante los próximos cien o doscientos años.
La unidad práctica aquí utilizada para los recursos económicos es un billón de dólares ajustados a la inflación. Un dólar ajustado a la inflación es un dinero que, en cualquier momento del futuro, tendrá el mismo valor que un dólar en 2005. En lo sucesivo, la palabra «dólares» significará siempre dólares ajustados a la inflación, con un valor que no varía con el paso del tiempo. La diferencia en cuanto a los resultados entre una política y otra es, por regla general, de varios billones de dólares, cifra comparable al coste de la guerra de Irak. Se trata de una partida con elevadas apuestas.
El libro de Nordhaus no es para cualquier lector. Abundan en él los gráficos y las tablas numéricas, con alguna que otra ecuación para mostrar cómo están relacionados los números. Los gráficos y las tablas muestran cómo reaccionaría la economía mundial a las distintas opciones. Para entender estos gráficos y tablas, los lectores deben estar familiarizados con los informes financieros y el interés compuesto, pero no necesitan ser expertos en teoría económica. Cualquiera que sepa lo suficiente de matemáticas para utilizar un talonario de cheques o hacer una declaración de la renta podrá entender esos números.
En atención a los que no conozcan bien las matemáticas o no tengan ningún interés por los datos numéricos, Nordhaus ha incluido al principio un capítulo titulado «Summary for the Concerned Citizen». Este primer capítulo es un resumen admirablemente claro de los resultados y las consecuencias prácticas, concebido para ser leído por los atareados políticos, y por la gente común que quizá los vote, en sus despachos y oficinas. Nordhaus cree que lo más importante de cualquier política que se plantee hacer frente al cambio climático debería ser la imposición del «precio del carbono» más eficiente, que define como «el precio de mercado o impuesto que deberán pagar quienes, por utilizar combustibles fósiles, generen emisiones de CO2». Esto es lo que escribe:
Es fácil saber si alguien se propone abordar en serio el problema del calentamiento global escuchando lo que dice sobre el precio del carbono. Supongamos que una figura pública habla elocuentemente de los peligros del calentamiento global y propone que la nación reaccione con urgencia para frenar el cambio climático. Supongamos que esa persona propone regular la eficiencia en el uso del combustible por los automóviles, o exigir el uso de bombillas de bajo consumo, o subvencionar el etanol, o apoyar la investigación en energía solar, pero en ninguna parte vemos que proponga aumentar el precio del carbono. Concluiríamos que la propuesta no es muy seria y no reconoce el mensaje central de la economía sobre el modo de frenar el cambio climático. En una primera aproximación, el aumento del precio del carbono es un paso necesario y suficiente para hacer frente al calentamiento global. El resto es, en el mejor de los casos, mera retórica, que puede resultar perjudicial por implantar medidas económicamente ineficientes.
Si mucha gente leyese este capítulo, el conocimiento público del calentamiento global y de las posibles medidas contra él mejoraría considerablemente.
Nordhaus examina cinco políticas distintas contra el calentamiento global valiéndose de numerosas operaciones realizadas con el programa informático DICE para cada una de ellas. La primera es la de «seguir como de costumbre», sin restricción de las emisiones de dióxido de carbono, en cuyo caso estima los daños al medio ambiente en unos 23 billones de dólares de hoy en el año 2100. La segunda es la «política óptima», que Nordhaus juzga la más rentable, consistente en aplicar un impuesto mundial sobre las emisiones de dióxido de carbono, siempre ajustado anualmente para que, según los cálculos del DICE, dé por resultado el máximo beneficio económico total. La tercera es la del Protocolo de Kioto, vigente desde 2005 y con 175 países participantes, que consiste en imponer límites solamente a las emisiones de los países económicamente desarrollados. Nordhaus pone a prueba varias versiones del Protocolo de Kioto, con o sin la participación de Estados Unidos.
La cuarta es una política con propuestas que califica de «ambiciosas», con dos versiones que Nordhaus llama «Stern» y «Gore». «Stern» es la política preconizada por sir Nicholas Stern en El Informe Stern, un análisis económico de la política contra el calentamiento global auspiciada por el gobierno británico.[12] «Stern» impone límites draconianos a las emisiones, similares a los de Kioto pero mucho más drásticos. «Gore» es la política defendida por Al Gore, con emisiones reducidas también de un modo drástico pero gradual, de modo que alcancen el 90 por ciento de los niveles actuales antes del año 2050. La quinta y última es la que Nordhaus distingue como una política con «apoyo de bajo coste», basada en una hipotética tecnología de bajo coste para reducir el nivel de dióxido de carbono atmosférico o para producir energía sin emisiones de dióxido de carbono en el supuesto de que se disponga de esta tecnología en algún momento determinado del futuro. Según Nordhaus, esta tecnología podría incluir «la energía solar de bajo coste, la energía geotérmica y algo de ingeniería climática no intrusiva o de ingeniería genética, como crear árboles devoradores de carbono».
Como a cada política sometida al DICE se le permite extenderse a lo largo de cien o doscientos años, su eficacia económica debe medirla la suma total de ganancias y pérdidas durante todo ese tiempo. La cuestión más fundamental que ha de encarar quien conciba una determinada política es, entonces, la de comparar las ganancias y pérdidas de hoy con las ganancias y pérdidas de dentro de cien años. Por eso eligió Nordhaus como título «Una cuestión de equilibrio». Si podemos ahorrar M dólares en daños causados por el cambio climático en el año 2110 gastando un dólar en la reducción de las emisiones en cien años antes, ¿cuánto tendría que ser M para que el gasto merezca la pena? O, como dirían los economistas, ¿cuánto disminuirían las futuras pérdidas ocasionadas por el cambio climático, o qué cantidad cabría «descontar» del dinero invertido en reducir hoy esas emisiones?
La respuesta convencional que darían los economistas a esta pregunta sería que M debe ser mayor que el rendimiento esperado en 2110 si el dólar de 2010 se invirtiera en la economía mundial durante cien años a un tipo medio de interés compuesto. Por ejemplo, el valor de un dólar invertido a un tipo de interés medio del 4 por ciento por un período de cien años sería cincuenta y cuatro dólares; este sería el valor futuro de un dólar dentro de cien años. Por lo tanto, por cada dólar gastado hoy en una estrategia particular para combatir el calentamiento global, la inversión debe reducir el daño ocasionado por el calentamiento en una cantidad superior a cincuenta y cuatro dólares en cien años para acumular un beneficio económico positivo para la sociedad. Si una estrategia consistente en fijar un impuesto sobre las emisiones de dióxido de carbono se traduce en un retorno de solo cuarenta y cuatro dólares por dólar invertido, los beneficios de adoptar esa estrategia serán superados por los costes de pagar por ella. Pero si la estrategia produce un retorno de sesenta y cuatro dólares por dólar invertido, las ventajas son claras. La pregunta es, pues, en qué medida las diferentes estrategias contra el calentamiento global logran producir beneficios a largo plazo que superen los costes actuales. Porque el conjunto de ganancias y pérdidas en el transcurso del tiempo debe calcularse descontando considerablemente el futuro a muy largo plazo.
La elección de la tasa de descuento de cara al futuro es la decisión más importante para cualquiera que haga planes a largo plazo. La tasa de este descuento es la supuesta pérdida porcentual anual en el valor actual de un dólar futuro conforme se avanza en el tiempo. El programa DICE permite elegir arbitrariamente la tasa de descuento, pero Nordhaus muestra los resultados solo para una tasa de descuento del 4 por ciento. Se acoge aquí a la sabiduría convencional de los economistas. El 4 por ciento es una cifra conservadora basada en un promedio de la experiencia pasada de tiempos buenos y malos. Nordhaus basa su juicio en el supuesto de que los próximos cien años traerán a la economía mundial una mezcla de estancamiento y prosperidad, con un crecimiento medio global similar a la tasa que hemos experimentado durante el siglo XX. Se descuentan los costes futuros porque el mundo futuro será más rico y más capaz de permitírselos. Y se descuentan los beneficios futuros porque serán una fracción decreciente de la riqueza futura.
Cuando los costes y los beneficios futuros son descontados a una tasa del 4 por ciento anual, los costes y beneficios totales de una política climática durante todo el tiempo futuro son limitados. Los costes y beneficios pasados más de cien años difieren poco del total calculado. Nordhaus toma por tanto el total de beneficios menos costes a lo largo del futuro como una medida del valor neto de una política. Utiliza esta única cifra, calculada con el modelo DICE de la economía mundial, como un factor válido para comparar una política con otra. Representar el valor de una política con una sola cifra es una simplificación excesiva del mundo real, pero ayuda a centrar nuestra atención en las diferencias más importantes entre políticas.
He aquí los valores netos de las diferentes políticas según los cálculos del modelo DICE. Los valores están calculados como diferencias respecto del «seguir como de costumbre», es decir, sin ningún tipo de control de las emisiones. Un valor positivo significa que una política es mejor que la de «seguir como de costumbre», con una reducción de los daños que ocasiona el cambio climático que supera el coste de los controles. Un valor negativo significa que una política es peor que la de «seguir como de costumbre», con unos costes superiores a la reducción de los daños. La unidad de valor es un billón de dólares, y los valores se van especificando hasta el siguiente billón. El valor neto del programa óptimo —un impuesto mundial al dióxido de carbono aumentado gradualmente con el paso del tiempo— es +3, es decir, un beneficio de unos 3 billones de dólares. El valor del Protocolo de Kioto es +1 con la participación de Estados Unidos y 0 sin su participación. La política «Stern» tiene un valor de –15, la política «Gore», de –21, y la política con «apoyo de bajo coste», de +17.
¿Qué significan estas cifras? Un billón de dólares es una unidad difícil de visualizar. Es más fácil pensar en 3.000 dólares por cada hombre, mujer y niño de la población estadounidense. Es comparable al producto interior bruto anual de la India o de Brasil. Una ganancia o una pérdida de 1 billón de dólares supondría una perturbación apreciable, pero no insoportable, de la economía mundial. Una ganancia o una pérdida de 10 billones de dólares constituiría una seria perturbación de consecuencias impredecibles.
La principal conclusión del análisis de Nordhaus es que las ambiciosas propuestas de Stern y Gore son desastrosamente caras; el «apoyo de bajo coste» sería sumamente ventajoso si pudiera lograrse, y las demás políticas, incluidas la de «seguir como de costumbre» y la de Kioto, son solo moderadamente peores que la política óptima. La consecuencia práctica para una política contra el calentamiento global es que debemos alcanzar los siguientes objetivos por este orden de prioridad: 1) evitar las propuestas ambiciosas; 2) desarrollar la ciencia y la tecnología para tener un apoyo de bajo coste; 3) negociar un tratado internacional que esté lo más cerca posible de la política óptima en caso de que el apoyo de bajo coste falle, y 4) evitar un tratado internacional que haga permanente la política del Protocolo de Kioto. Estos objetivos son válidos por razones económicas, con independencia de los aspectos científicos del calentamiento global.
Hay una diferencia fundamental entre la filosofía de Nordhaus y la de Stern. El capítulo 9 del libro de Nordhaus explica esta diferencia, y también explica por qué Stern aboga por una política que Nordhaus considera desastrosa. Stern rechaza la idea de descontar los costes y beneficios futuros cuando se comparan con los costes y beneficios actuales. Nordhaus, siguiendo la práctica habitual de los economistas y los ejecutivos de las empresas, considera estos descuentos necesarios para llegar a cualquier equilibrio razonable entre presente y futuro. En opinión de Stern, estos descuentos no son éticos porque discriminan entre la generación actual y las generaciones futuras. Es decir, Stern cree que los descuentos imponen cargas excesivas a las generaciones futuras. En opinión de Nordhaus, los descuentos son justos porque un dólar ahorrado por la generación actual se convierte en cincuenta y cuatro dólares que podrán gastar nuestros descendientes dentro de cien años.
La consecuencia práctica de la política de Stern sería ralentizar hoy el crecimiento económico de China con el fin de reducir los daños del cambio climático cien años después. Varias generaciones de ciudadanos chinos se empobrecerían solo para hacer ligeramente más ricos a sus descendientes. Según Nordhaus, la ralentización del crecimiento resultará finalmente mucho más costosa para China que los propios daños del cambio climático. Sobre la muy discutida posibilidad de los efectos catastróficos, antes de que termine el siglo, de la subida del nivel del mar, solo dice que «es poco probable que el cambio climático sea catastrófico a corto plazo, pero tiene un potencial de daños graves a largo plazo». El gobierno chino rechaza firmemente la filosofía de Stern, mientras que el gobierno británico la abraza con entusiasmo. El Informe Stern, según Nordhaus, «adopta la ventajosa perspectiva del presuntuoso planificador social del mundo, quizá tratando de avivar los últimos rescoldos del Imperio británico».
La principal deficiencia del libro de Nordhaus es que no se abordan los detalles del «apoyo de bajo coste» que podrían impulsar una política climática mucho más rentable que la política óptima defendida por él. Evita este tema porque es un economista, no un científico. No desea cuestionar los dictámenes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), un grupo de cientos de científicos oficialmente nombrados por Naciones Unidas para prestar asesoramiento científico a los gobiernos. El IPCC considera establecida la ciencia del cambio climático, y no cree en los apoyos de bajo coste. Respecto a los posibles candidatos a una tecnología de sustitución de bajo coste, que menciona en el párrafo citado más arriba —por ejemplo, «la energía solar de bajo coste»—, Nordhaus tiene poco que decir. Solo afirma que «tal tecnología no existe en la actualidad, y solo podemos especular sobre ella». La política del «apoyo de bajo coste» figura en sus tablas como una posibilidad abstracta, sin detalles. En ninguna parte la destaca como una solución práctica al problema del cambio climático.
En este punto vuelvo al gráfico de Keeling, que demuestra el fuerte acoplamiento entre la atmósfera y las plantas. Los serpenteos del gráfico nos muestran que cada molécula de dióxido de carbono de la atmósfera se incorpora a una planta en el plazo de unos doce años. Por lo tanto, si podemos controlar lo que hacen las plantas con el carbono, el destino de este en la atmósfera está en nuestras manos. A esto se refiere Nordhaus cuando menciona la «ingeniería genética» para «crear árboles devoradores de carbono» como apoyo de bajo coste frente al calentamiento global. La ciencia y la tecnología que pudieran emplearse en la ingeniería genética no están aún maduras para su uso a gran escala. No entendemos lo suficiente el lenguaje del genoma como para leerlo y escribirlo con fluidez. Pero la ciencia avanza con rapidez, y la tecnología de lectura y escritura de genomas avanza aún más rápidamente. Considero probable que dentro de veinte años dispongamos de la ingeniería genética necesaria para poder crear «árboles devoradores de carbono», y casi seguro que así será dentro de cincuenta años.
Los árboles devoradores de carbono podrían convertir la mayor parte del dióxido de carbono que absorban de la atmósfera en alguna forma químicamente estable que luego entierren. O podrían convertir el dióxido de carbono en combustibles líquidos y otros compuestos químicos útiles. La biotecnología es enormemente poderosa, capaz de enterrar o transformar cualquier molécula de dióxido de carbono que esté a su alcance. Los serpenteos de Keeling demuestran que gran parte del dióxido de carbono atmosférico está a disposición de la biotecnología cada década. Si una cuarta parte de los bosques del mundo fuesen replantados con variedades de una misma especie de árboles devoradores de carbono, las masas boscosas serían preservadas como recursos ecológicos y como hábitats para la fauna, y el dióxido de carbono atmosférico se reduciría a la mitad en una cincuentena de años.
Es probable que la biotecnología domine nuestras vidas y nuestras actividades económicas durante la segunda mitad del siglo XXI, del mismo modo que la tecnología informática dominó nuestras vidas y nuestra economía durante la segunda mitad del siglo XX. La biotecnología podría ser un gran igualador, distribuyendo riqueza por el mundo siempre que haya tierra, aire, agua y luz solar. Esto nada tiene que ver con los esfuerzos descaminados que ahora se están haciendo para reducir las emisiones de dióxido de carbono cultivando maíz para transformarlo en un combustible como el etanol. El programa del etanol no puede reducir las emisiones, y además perjudica a la gente pobre de todo el mundo al aumentar el precio de los alimentos. Cuando hayamos dominado la biotecnología, las reglas del juego climático experimentarán un cambio radical. En una economía mundial basada en la biotecnología, es probable que el uso de algún apoyo de bajo coste y ambientalmente benigno que reduzca las emisiones de dióxido de carbono sea una realidad.
Global Warming. Looking Beyond Kyoto recoge una conferencia celebrada en 2005 en el Centro Yale para el Estudio de la Globalización.[13] Editó el libro Ernesto Zedillo, director del Centro Yale, que fue presidente de México de 1994 a 2000 y presidió la conferencia. La obra consta de una introducción de Zedillo y catorce capítulos con las intervenciones de quienes participaron en la conferencia. Entre ellos Nordhaus, que contribuyó con una ponencia titulada «Economic Analyses of the Kyoto Protocol. Is There Life After Kyoto?», en la que hace una crítica más dura del Protocolo de Kioto que la que encontramos en su libro.
El libro de Zedillo cubre un abanico mucho más amplio de temas y opiniones que el de Nordhaus, y está dirigido a un círculo más amplio de lectores. Incluye la ponencia titulada «Is the Global Warming Alarm Founded on Fact?», de Richard Lindzen, un profesor de ciencias de la atmósfera del MIT, en la que responde a esa pregunta con un rotundo no. Lindzen no niega la existencia del calentamiento global, pero considera que las predicciones de sus efectos nocivos han sido muy exageradas.
Las observaciones reales indican que la sensibilidad del clima real es mucho menor que la que encontramos en modelos informatizados, cuya sensibilidad depende de procesos que han sido claramente tergiversados.
La respuesta a Lindzen se halla en el capítulo siguiente, «Anthropogenic Climate Change. Revisiting the Facts», que fue la aportación de Stefan Rahmstorf, profesor de física de los océanos de la Universidad de Potsdam (Alemania). Rahmstorf resume en una frase su opinión sobre los argumentos de Lindzen: «Todo esto parece no tener contacto alguno con el mundo de la ciencia del clima que yo conozco, y, para ser franco, es sencillamente ridículo». Estos dos capítulos dan al lector una imagen penosa de la ciencia del clima. Rahmstorf representa a la mayoría de los científicos que creen fervientemente que el calentamiento global es un grave peligro, mientras que Lindzen representa a la pequeña minoría de los escépticos. El suyo es un diálogo de sordos. La mayoría responde a la minoría con indisimulado desprecio.
En la historia de la ciencia a menudo ha sucedido que la mayoría estaba equivocada y se negaba a escuchar a una minoría que más tarde resultó estar en lo cierto. Puede, o no, que aquí suceda lo mismo. La gran virtud del análisis económico de Nordhaus es su validez, ya sea correcta o incorrecta la opinión mayoritaria. La política óptima de Nordhaus tiene en cuenta ambas posibilidades. Zedillo resume en su introducción los argumentos de cada ponente. Mantiene la neutralidad exigible al presidente de una conferencia, y concede el mismo espacio a Lindzen y a Rahmstorf. Solo un breve comentario entre paréntesis delata su opinión personal: «El cambio climático puede que no sea el problema más acuciante del mundo (y estoy convencido de que no lo es), pero podría llegar a demostrarse que es el desafío más complejo a que el mundo se ha enfrentado jamás».
Los últimos cinco capítulos del libro de Zedillo son de autores procedentes de cinco de los países más afectados por las políticas adoptadas para hacer frente al calentamiento global: Rusia, Gran Bretaña, Canadá, India y China. Cada uno de estos cinco autores recibió el encargo de prestar asesoramiento técnico a un gobierno, y cada uno nos resume la política adoptada por ese gobierno. Howard Dalton, portavoz del gobierno británico, es el más dogmático. Su último párrafo comienza así:
El Reino Unido tiene el firme convencimiento de que el cambio climático constituye una importante amenaza para el medio ambiente y la sociedad humana, de que es necesaria una acción urgente en todo el mundo para evitar esa amenaza, y de que el mundo desarrollado tiene que mostrar liderazgo en la lucha contra el cambio climático.
El Reino Unido ha tomado su decisión, y considera que algunas de las personas que están en desacuerdo con la política de su gobierno deben ser ignoradas. Este tono dogmático es también el adoptado por la Royal Society, el equivalente británico de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. La Royal Society ha publicado recientemente un panfleto dirigido al gran público y titulado «Climate Change Controversies. A Simple Guide». En él se dice:
No tenemos la intención de proporcionar respuestas exhaustivas a todos los argumentos polémicos que han presentado quienes tratan de distorsionar y desacreditar la ciencia del cambio climático negando la gravedad de las potenciales consecuencias del calentamiento global.
En otras palabras: quien no esté de acuerdo con la opinión mayoritaria sobre el calentamiento global es un enemigo de la ciencia. Los autores del panfleto parecen haber olvidado el viejo lema de la Royal Society, «Nullius in verba», que significa que «nadie tiene la última palabra».
Ninguno de los libros que he visto sobre la ciencia y la economía del calentamiento global, incluidos los dos reseñados, aborda la cuestión principal. La cuestión principal es religiosa, no científica. Existe en todo el mundo una religión secular, el llamado «ecologismo», que sostiene que somos los custodios de la Tierra, que llenar el planeta de los productos de desecho de nuestro lujoso tren de vida es un pecado, y que la rectitud consiste en vivir del modo más frugal posible. La ética del ecologismo se les enseña a los niños en las guarderías, y a los jóvenes en los institutos y las universidades de todo el mundo.
El ecologismo ha sustituido al socialismo como religión secular básica. Y la ética del ecologismo es en lo fundamental sana. Los científicos y economistas pueden estar de acuerdo con los monjes budistas y los activistas cristianos en que la destrucción despiadada de los hábitats naturales es mala, y en que la cuidadosa conservación de las aves y las mariposas es buena. La comunidad mundial de los ecologistas —la mayoría de los cuales no son científicos— mantiene alta en este terreno la tensión moral, y está guiando a las sociedades humanas hacia un futuro esperanzador. El ecologismo como religión de esperanza y el respeto por la naturaleza están aquí para quedarse. Es una religión que todos podemos compartir, creamos o no que el calentamiento global es perjudicial.
Por desgracia, algunos miembros del movimiento ecologista también han aceptado como un artículo de fe la creencia de que el calentamiento global es la mayor amenaza para la ecología de nuestro planeta. Esta es una de las razones de que los debates sobre el calentamiento global sean tan acerbos y apasionados. Gran parte del público ha llegado a creer que cualquier persona que se muestre escéptica sobre los peligros del calentamiento global es un enemigo del medio ambiente. Los escépticos tienen ahora que asumir la difícil tarea de convencer al público de que la verdad es lo contrario. Muchos de los escépticos son apasionados ecologistas. Y están horrorizados de ver que la obsesión con el calentamiento global distrae la atención pública de lo que ellos consideran los peligros más graves e inmediatos para el planeta, incluidos los problemas del armamento nuclear, la degradación ambiental y la injusticia social. Resulten finalmente correctos o incorrectos, sus argumentos en estos temas merecen ser escuchados.
Nota añadida en 2014: Esta reseña provocó un aluvión de cartas y respuestas, demasiadas para resumirlas aquí. El intercambio epistolar más interesante lo tuve con lord May, que es uno de los científicos más influyentes del Reino Unido; fue el principal asesor científico del gobierno británico (1995-2000) y el presidente de la Royal Society (2000-2005). He aquí algunos extractos de su carta y mi respuesta:
Lord May: El ensayo comienza con una exposición clara y elegante, como es su costumbre, de la absorción anual de dióxido de carbono por las plantas y su posterior reemisión a través de la respiración y la descomposición. Esto lleva a Dyson a la conclusión de que «la vida media de una molécula de dióxido de carbono atmosférico [...] es de unos doce años». Dyson insiste acertadamente en que tal escala temporal es fundamental en las discusiones sobre el calentamiento global. Por desgracia, las estimaciones del «tiempo de residencia» característico de una molécula de dióxido de carbono en la atmósfera implican una compleja mezcla de factores, lo que lleva a la conclusión de que, si bien casi la mitad de las moléculas de dióxido de carbono recién agregadas permanecen solo uno o dos decenios, una tercera parte más o menos lo hacen durante un siglo o más, y una quinta parte nada menos que durante un milenio. [...] Esta es la razón de que generalmente se estime que el tiempo de permanencia de estas moléculas es de un siglo.
Resaltar esta diferencia entre doce y cien años no es mera pedantería. Un argumento importante a favor de la necesidad de adoptar hoy medidas urgentes, a pesar de que algunas consecuencias no poco importantes del calentamiento global pueden ir algunas décadas por delante, es que las moléculas de dióxido de carbono que ahora estamos emitiendo a la atmósfera van a continuar en ella sin dejar de espesar durante mucho tiempo el manto de gases de efecto invernadero.
Dyson: Entre lord May y yo hay varias discrepancias que podemos debatir de forma amigable. Pero uno de nuestros desacuerdos es una cuestión de aritmética y no de opinión. Él dice que el tiempo de residencia de una molécula de dióxido de carbono en la atmósfera es de alrededor de un siglo, y yo que es de unos doce años.
Esta discrepancia es fácil de resolver. Estamos hablando de tiempos de residencia con significados diferentes. Yo hablo de residencia sin reemplazo. Mi tiempo de residencia es aquel que una molécula de dióxido de carbono permanece en la atmósfera antes de ser absorbida por una planta, mientras que él habla de residencia con reemplazo. Su tiempo de permanencia es el tiempo promedio que una molécula de dióxido de carbono y sus reemplazos permanecen en la atmósfera cuando, como suele suceder, una molécula absorbida es reemplazada por otra molécula emitida por otra planta. [...] En mi reseña consideraba el uso de plantas devoradoras de carbono para secuestrar dióxido de carbono de la atmósfera. [...] Como me estaba refiriendo al efecto de las plantas devoradoras de carbono, mi breve tiempo de residencia sin reemplazo es correcto, y su largo tiempo de residencia con reemplazo es, en esa situación, incorrecto.