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Un gran salto a lo desconocido

 

 

Frank Wilczek es uno de los profesionales más brillantes de la física de partículas. La física de partículas es la ciencia que trata de entender los ladrillos más pequeños con que están construidos la Tierra y el Cielo, igual que la biología trata de entender los seres vivos. La física de partículas va unos doscientos años por detrás de la biología. La biología sistemática comenzó en el siglo XVIII con Carl Linnaeus, que dio nombres latinos a las especies de plantas y animales. Homo sapiens es el nombre que dio a los humanos y Pan troglodytes el que dio a los chimpancés. En el siglo XIX, Darwin creó una teoría biológica unificada que explicaba el origen de las especies. En el siglo XX, Ernest Rutherford sentó las bases de la física de partículas con el descubrimiento de que cada átomo tiene un núcleo que es mucho más pequeño que el propio átomo y que está compuesto de partículas aún más pequeñas. En el siglo XXI, los físicos de partículas esperan a un nuevo Darwin que explique el origen de las partículas.

Es demasiado pronto para decir si Wilczek será el nuevo Darwin. Su libro La ligereza del ser[16] no es el nuevo Origen de las especies. Es más El viaje del Beagle, un sencillo relato del viaje de exploración que hizo Darwin, donde este describe el paisaje y las nuevas criaturas descubiertas, que todavía tienen que ser explicadas. Wilczek es un teórico, no un experimentador. Su fuerte son los saltos de la imaginación en lugar de los pesados aparatos y los no menos pesados cálculos. En 2004 compartió el Premio Nobel de Física por inventar el concepto que él llama «libertad asintótica».

Wilczek escribe al tiempo que piensa, y con una agilidad que solo puede venir de quien es dueño absoluto de su tema. Tomó el título de su libro de Milan Kundera, el escritor checo cuya novela La insoportable levedad del ser tiene una visión más sombría de la ligereza. Para Wilczek, la levedad del ser no solo es soportable, sino incluso estimulante. Esto es lo que dice:

 

El título también tiene algo de broma. Un tema central de este libro es que se ha trascendido el antiguo contraste entre la luz celestial y la materia terrenal. En la física moderna, tan solo existe una cosa, y se parece más a la idea tradicional de la luz que a la tradicional idea de la materia. Por lo tanto, La luminosidad del ser.

 

Wilczek ha llevado a cabo una tarea difícil: describir los problemas centrales de la física de partículas a un público lego en matemáticas, usando pocas ecuaciones y, en general, un lenguaje coloquial. Las palabras de su particular jerga, como «fundamental», «malla» y «credo jesuita»,[17] se explican en un extenso glosario al final del libro. El glosario resulta divertido de leer, lleno de bromas y sorpresas. Las palabras «fundamental», «malla» y «credo jesuita» no se encuentran en otros libros de física, sino que pertenecen a una jerga inventada por Wilczek para expresar su visión personal de la manera en que la naturaleza funciona. «Fundamental» es como las materias y los contenidos básicos que los estudiantes universitarios de física deben aprender. Alude a una teoría sólidamente establecida y confirmada por los experimentos, pero todavía claramente incompleta. Lo es porque describe lo que hace la naturaleza, pero no explica por qué. El glosario señala: «La teoría fundamental tiene defectos estéticos, por lo que esperamos que no sea la última palabra de la naturaleza».

«Malla» es la palabra que emplea Wilczek para la materia que existe en el espacio aparentemente vacío. Según su visión del universo, el espacio vacío no es un vacío monótono. Es un medio muy estructurado y poderoso cuya actividad moldea el mundo. Wilczek dice: «Donde nuestros ojos ven la nada, nuestro cerebro, cuando se pone a reflexionar sobre las revelaciones que aportan los experimentos ajustados hasta el más mínimo detalle, descubre la malla que hace funcionar la realidad física».

«Credo jesuita» no se refiere a una teoría del universo, sino a una forma de abordar la investigación: «Más vale pedir perdón que permiso». Se trata de una máxima de los jesuitas para los santos y pecadores que quieran encontrar la manera correcta de vivir. Si pedimos permiso, lo más probable es que las autoridades nos lo nieguen. Si pedimos perdón, es más probable que digan que sí. Wilczek se crió en una familia católica debidamente respetuosa con los jesuitas. El credo jesuita es particularmente útil para un científico que trate de encontrar la manera correcta de pensar. Para él es preferible saltar a la oscuridad y luego tener que reconocer su error que permanecer con timidez dentro de los límites de lo conocido.

La parte principal del libro de Wilczek, titulada «El origen de la masa», describe la teoría «fundamental», la parte de la física de partículas firmemente basada en las fuerzas débiles y fuertes que observamos en la naturaleza. Los átomos y los núcleos se mantienen unidos por fuerzas que actúan entre todos los pares de partículas que contienen. Cada fuerza actúa entre dos partículas, y su magnitud depende de la distancia entre ellas. Las fuerzas débiles mantienen unidos a los átomos y se debilitan a grandes distancias. Las fuerzas fuertes mantienen unidos los núcleos y se hacen más fuertes a grandes distancias. Grandes distancias significa distancias más grandes que el núcleo de un átomo, y pequeñas distancias significa distancias más pequeñas que un núcleo. La doctrina de la libertad asintótica, que Wilczek descubrió, indica que el comportamiento de estas fuerzas a distancias cortas es el opuesto a su comportamiento a distancias grandes. A distancias grandes, la fuerza fuerte es fuerte y la fuerza débil es débil, pero a distancias cortas ocurre lo contrario: la fuerza débil se vuelve más fuerte y la fuerza fuerte se vuelve más débil.

La doctrina de la libertad asintótica implica —de ahí el nombre— que, a altas energías, las partículas con interacción fuerte se tornan casi libres. Partículas con interacción fuerte son las llamadas «hadrones», del griego hadrós, que significa «denso». Cuanto mayor es la energía de una colisión, menor es la distancia entre las partículas que colisionan. En las colisiones entre hadrones con energía muy alta, las fuerzas fuertes, paradójicamente, se vuelven débiles, y las probabilidades de que haya colisiones se reducen.

Otra consecuencia de la libertad asintótica es que podemos calcular las masas de los hadrones a partir del conocimiento de la intensidad de la fuerza fuerte. Las masas así calculadas coinciden con las masas observadas de partículas conocidas. A esto se refiere Wilczek con el título «El origen de la masa». Las masas de objetos conocidos como los átomos resultan de la peculiar simetría de las fuerzas fuertes. Las teorías modernas de la física de partículas tienen la maravillosa propiedad, que señaló por vez primera el físico estadounidense de origen chino Frank Yang, de que la fuerza de las interacciones de partículas viene dictada por la simetría de la teoría. Como Wilczek encuentra que las masas dependen de la intensidad de las fuerzas, y Yang que la intensidad de las fuerzas la dicta la simetría, el resultado final es hacer de la masa una consecuencia de la sola simetría.

La última parte del libro, titulada «¿Es la belleza verdad?», es breve y especulativa. Describe una gran teoría unificada de la física de partículas que va mucho más allá de lo fundamental, introduciendo toda una colección de hipotéticas partículas que son hermanas de las partículas conocidas y un principio de simetría conocido como «supersimetría», que intercambia cada partícula conocida con su hermana. La palabra «intercambiar» no significa aquí un reemplazo físico de una partícula por otra, sino el intercambio matemático de todo el conjunto de partículas conocidas con el conjunto de sus hipotéticas hermanas. La hipótesis de la supersimetría sostiene que las ecuaciones que describen el universo se mantienen sin cambios cuando todas las partículas conocidas se intercambian con sus hermanas desconocidas. El intercambio es una abstracción matemática, no una acción física.

La gran teoría unificada es una audaz aventura en un mundo desconocido. Es una construcción matemática de una belleza espectacular y sin el apoyo de ninguna prueba experimental. Todo lo que podemos decir con seguridad es que esta teoría puede ser verdadera y puede también comprobarse. Wilczek cree que las leyes básicas de la naturaleza deben ser bellas, y, por lo tanto, es probable que una teoría que sea bella sea también verdadera. Él cree que la gran teoría unificada es verdadera porque es estéticamente atrayente. Señala varios ejemplos famosos de la historia de la física en los que teorías diseñadas para ser bellas resultaron ser verdaderas. Los más conocidos son la ecuación de onda de Dirac para el electrón y la teoría de la relatividad general de Einstein para la gravedad. Si la gran teoría unificada resultase ser verdadera, sería otro ejemplo de belleza iluminando el camino a la verdad.

Al final del libro, un capítulo titulado «Anticipando una nueva Edad de Oro» describe las esperanzas de Wilczek en el futuro de la física de partículas. Piensa que la edad de oro comenzará muy pronto. Sus esperanzas están puestas en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), el mayor y más nuevo acelerador de partículas, construido por el Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN) en Ginebra. El LHC es una máquina espléndida, capaz de acelerar dos haces de partículas en direcciones opuestas alrededor de un tubo de vacío circular con un perímetro de veintisiete kilómetros. Detectores de partículas rodean los haces allí donde colisionan, y así pueden detectar los productos de las colisiones. La energía de cada partícula acelerada más que septuplica la de una partícula en cualquier otro acelerador. Wilczek confía en poder encontrar las hermanas supersimétricas de las partículas conocidas entre los restos de las colisiones en el LHC. Mediante la observación detenida de nuevas partículas e interacciones espera llenar rápidamente los huecos de la gran teoría unificada.

Dicho sea de paso que Wilczek espera que el LHC resuelva uno de los mayores misterios de la astronomía identificando la materia oscura extendida por todo el universo. Sabemos que el universo está lleno de materia oscura, la cual pesa unas cinco veces más que la materia visible que observamos en forma de galaxias y estrellas. Detectamos la materia oscura por su efecto gravitatorio sobre la materia visible, pero no sabemos lo que es esta materia oscura. Si las hermanas supersimétricas de las partículas conocidas existen, podrían ser la materia oscura. Si todo va bien, el LHC matará dos pájaros de un tiro: permitirá observar la creación de la materia oscura en colisiones de partículas y a la vez probará la teoría de la supersimetría. Wilczek cree que todo saldrá bien. Ve el advenimiento de la edad de oro como un momento culminante en la historia de la ciencia:

 

A través de nubes irregulares, allá en la lejanía, parece que vislumbramos un paraíso matemático donde los elementos que construyen la realidad se despojan de sus impurezas. Si compensamos los efectos de las distorsiones de nuestra visión diaria, creamos en nuestra mente una visión de cómo podrían ser en realidad: puros e ideales, simétricos, iguales y perfectos.

 

Como la mayoría de los científicos entregados activamente a la investigación, Wilczek no presta mucha atención a la historia de su ciencia. Él vive en la era de los aceleradores de partículas, y supone que los aceleradores de partículas en general, y el LHC en particular, serán en el futuro la principal fuente de información experimental sobre partículas. Como yo soy más viejo y dejé el campo de la física de partículas hace muchos años, veo este campo con mayor perspectiva. Me resultará útil examinar el pasado con el fin de explicar por qué no estoy de acuerdo con Wilczek sobre el futuro. He aquí un resumen de la historia tal como la recuerdo.

Antes de la Segunda Guerra Mundial no existía la física de partículas. Teníamos la física atómica, la ciencia de los átomos y los electrones, y la física nuclear, o ciencia de los núcleos atómicos. Más allá de estas áreas del conocimiento bien establecidas había una zona poco iluminada de fenómenos peculiares llamados «rayos cósmicos». Los rayos cósmicos eran una fina lluvia de partículas de alta energía y de radiación que llegaba a la Tierra desde el espacio exterior. Llamamos «mesones» a estas partículas de alta energía. Nadie sabía lo que eran, de dónde venían o por qué existían. Parecían llegar más o menos uniformemente de todas las direcciones y a todas horas del día y de la noche, en verano y en invierno. Eran un misterio persistente, y aún no habían entrado en el campo de la ciencia.

La física de partículas nació de forma inesperada en la década de los cuarenta, durante los primeros años de la posguerra, cuando los soldados todavía regresaban a casa de los campos de batalla y de prisioneros. La física de partículas empezó con un equipo improvisado rescatado de la conflagración para explorar un nuevo universo. El nuevo campo era un símbolo de esperanza para una generación golpeada por esta. Demostró que los antiguos enemigos podían colaborar de modo fructífero en la solución de problemas pacíficos, y nos dio la razón a los que soñábamos con una colaboración amistosa capaz de extenderse desde el mundo de la ciencia a los mundos más polémicos del poder y la política.

En 1947, Cecil Powell llevó a cabo un experimento histórico en Bristol. Era un experto en fotografía, y supo preparar placas fotográficas de manera que fuesen sensibles a los rayos cósmicos. En dichas placas pudo ver rastros de rayos cósmicos detenidos en ellas. Cuando un objeto se detiene en un lugar y un tiempo conocidos, no es un vago flujo de sustancias desconocidas. Es un objeto único y concreto. Es accesible para las herramientas de la ciencia. Tras detectar un rayo cósmico en la placa, Powell podía saber dónde se había detenido y ver lo que luego había hecho. Y lo que a menudo hacían los rayos era producir una partícula secundaria que se movía a una velocidad próxima a la de la luz. Cuando empezó a estudiar las partículas secundarias, el misterio de los rayos cósmicos se transformó en la ciencia de la física de partículas.

Powell entrenó a un ejército de examinadores de imágenes para que observaran con microscopios los trazos de los rayos cósmicos detectados en sus placas. Como investigador tenía una habilidad excepcional para motivar a la gente, no para construir aparatos. Sus examinadores trabajaron largas horas en busca de raras agujas en un caótico pajar fotográfico. Hicieron su trabajo en equipo. Un examinador que encontraba algo recibía un merecido reconocimiento, pero también los que trabajaban con la misma dedicación y no encontraban nada. Uno de estos examinadores, Marietta Kurz, descubrió un rayo cósmico que dejó su marca dos veces. Se detuvo en una placa, luego produjo una partícula secundaria que siguió una corta trayectoria hasta detenerse de nuevo, y a continuación produjo una partícula terciaria que se movió más rápidamente y escapó de la placa. Powell llamó a la partícula primaria «mesón pi», y a la secundaria «mesón mu». El pi cambió a mu, y el mu cambió a otra cosa. Este experimento descubrió, poniéndoles además un nombre, las dos primeras especies del zoo de partículas.

Después de Powell, los pioneros de la física de partículas continuaron trabajando con los rayos cósmicos a lo largo de cinco años, durante los cuales encontraron varias especies más de partículas. Una de las partículas que no consiguieron encontrar fue el antiprotón. Según la teoría, cada partícula con carga eléctrica debe tener una antipartícula con la carga opuesta. El protón, que es el núcleo con carga positiva del átomo de hidrógeno y un componente de cualquier otro tipo de átomo, debe tener un gemelo con carga negativa llamado «antiprotón». Los experimentos con rayos cósmicos no pudieron encontrar el antiprotón porque no se lo puede detener en la materia. Cada antiprotón que llega a ella, inmediatamente encuentra un protón y es aniquilado junto con su gemelo. Expertos en rayos cósmicos intentaron en vano cazar el antiprotón. Mientras tanto, los constructores de aceleradores de partículas desarrollaban una serie de nuevas herramientas. Ernest Lawrence, el creador original del ciclotrón, construyó un gran acelerador que llamó Bevatrón. En 1955 dos físicos de Berkeley (California) Emilio Segrè y Owen Chamberlain, utilizaron el nuevo acelerador para producir antiprotones en gran cantidad y detectar su aniquilación. Recibieron el Premio Nobel en 1959 por el descubrimiento del antiprotón.

A partir de 1955, unos pocos físicos de partículas continuaron estudiando los rayos cósmicos y otros tipos de radiación natural con detectores pasivos, pero la nueva herramienta experimental, el acelerador de alta energía, no tardó en tomar el relevo. Los aceleradores de partículas tenían muchas ventajas sobre los detectores pasivos. Los aceleradores controlados por los investigadores detectaban un número cada vez mayor de partículas cuyas energías podían conocerse con precisión. Los experimentos con aceleradores eran más cuantitativos y precisos. Pero también tenían algunas desventajas serias. Eran más caros que los detectores pasivos, requerían equipos de ingenieros para mantenerlos en funcionamiento y producían partículas dentro de un rango limitado de energías.

La naturaleza proporcionaba entre los rayos cósmicos un pequeño número de partículas con energías millones de veces mayores que las que el acelerador más grande podía alcanzar. Si el reparto de esfuerzos entre los aceleradores y los detectores pasivos se hubiera planificado racionalmente, los físicos de partículas habrían mantenido un equilibrio entre los dos tipos de instrumentos, quizá con tres cuartas partes del dinero destinadas a los aceleradores y una cuarta parte a los detectores pasivos. Pero los aceleradores prevalecieron. Había comenzado la era de la física de los aceleradores, y los grandes aceleradores se convirtieron en símbolos de estatus político para los países que competían por el liderazgo científico. A partir de 1955, y durante cuarenta años, Estados Unidos construyó una serie de grandes aceleradores y solo dos detectores pasivos. La Unión Soviética y el CERN siguieron el ejemplo, dedicando casi todos sus esfuerzos a los aceleradores. Mientras tanto, la investigación seria con detectores continuaba en Canadá y Japón, países de alto nivel científico y recursos limitados.

En Estados Unidos, Raymond Davis Jr. fue un pionero solitario que encontró una nueva forma de hacer experimentos con la radiación natural. Demostró que podía detectar la aparición de un solo átomo de argón en un tanque que contenía seiscientas toneladas de un líquido industrial empleado en trabajos de limpieza. Este líquido es barato y puede adquirirse en grandes cantidades. Se compone de un 13 por ciento de carbono y un 87 por ciento de cloro. El argón es un gas con propiedades completamente diferentes de las del cloro. Davis dispuso su tanque lleno de ese líquido de limpieza a un kilómetro y medio bajo tierra, dentro de una cavidad abierta por la compañía minera Homestake en Dakota del Sur para extraer oro, con el fin de evitar los efectos confusos de los rayos cósmicos. Estaba interesado en la observación de la radiación natural proveniente del centro del Sol. Según el modelo estándar de generación de energía nuclear en el Sol, este produce partículas llamadas «neutrinos», que llegan a la Tierra y muy raramente transforman átomos de cloro en átomos de argón. La tasa prevista de aparición de átomos de argón en el tanque de Davis era de tres al mes. Davis sostenía que podía contar con exactitud los átomos de argón. Lo hizo durante muchos años, pero detectaba uno solo cada mes en vez de tres. Esta escasez de átomos de argón se conoció como el «problema de los neutrinos solares».

El problema de los neutrinos solares podía explicarse de tres maneras. O bien el experimento de Davis no estaba bien hecho, o bien el modelo estándar para el Sol estaba equivocado, o bien la teoría estándar para el neutrino era incorrecta. Durante muchos años, la mayoría de los expertos creyeron que el experimento no estaba bien hecho, que Davis se perdía dos tercios de los átomos de argón porque estos se les escapaban a sus contadores. Davis hizo algunas pruebas cuidadosas que convencieron a los expertos de que sus contadores no eran los culpables, lo cual hizo que la mayoría de los expertos pensaran que el modelo del Sol estaba equivocado. Se puso a prueba el modelo del Sol mediante mediciones precisas de las ondas sísmicas que recorren la estrella, y resultó ser correcto. Los expertos tuvieron entonces que admitir que su teoría del neutrino era incorrecta.

Ahora sabemos que hay tres tipos de neutrinos. Solo uno de ellos lo produce el Sol, y en el tanque de Davis solo se detectó este, pero muchos cambian fácilmente de un tipo a otro mientras viajan del Sol a la Tierra. Dos tercios de ellos no son del tipo que puede ser detectado cuando llegan al tanque, lo que explica perfectamente el resultado de Davis. Este descubrimiento fue la primera evidencia de procesos no incluidos en el esquema que Wilczek llama «fundamental». Davis fue galardonado con el Premio Nobel tardíamente, en 2002. Durante años, mientras Davis trabajaba en solitario con su tanque, grandes equipos de físicos e ingenieros hacían incesantes descubrimientos con aceleradores. La era de los aceleradores estaba en su apogeo. La física de partículas tal como hoy la conocemos es en gran medida fruto de los aceleradores.

Esto en cuanto a la historia. Ahora me moveré del pasado al futuro. La expectativa de Wilczek de que el desarrollo del LHC iniciará una edad de oro en la física de partículas es ampliamente compartida por los físicos y ampliamente difundida por la prensa y la televisión. Se induce al público a creer que el LHC es el único camino a la gloria, una creencia que es peligrosa porque promete demasiado. Si sucediera que el LHC defraudara las expectativas, el público podría pensar que la física de partículas ya no es digna de apoyo. La gente tiene que oír alguna noticia mala y alguna noticia buena. La mala es que el LHC puede defraudar, y la buena es que si el LHC defraudase, hay otras maneras de explorar el mundo de las partículas y alcanzar una edad de oro. El fracaso del LHC sería un serio revés, pero no sería el fin de la física de partículas.

Hay dos razones para ser escépticos sobre la importancia del LHC, una de carácter técnico y otra histórica. En el aspecto técnico, el LHC tiene un punto débil que tiene que ver con la naturaleza de las colisiones estudiadas. Estas son colisiones de protones con protones, que tienen la mala costumbre de ser desordenadas. Dos protones que chocan con la energía del LHC se comportan como dos sacos de arena, abriéndose ambos y esparciendo arena en todas las direcciones. Una colisión típica de protón con protón en el LHC produce un polvo de partículas secundarias, y las colisiones se suceden con una frecuencia de millones por segundo. La máquina debe descartar automáticamente la gran mayoría de las colisiones para que la pequeña minoría que podría ser de importancia científica pueda registrarse y analizarse con precisión. Los criterios para descartar eventos deben introducirse en el software que controla el manejo de la información; este señala a los detectores qué colisiones deben ignorar. No es descartable el riesgo de que el LHC descubra solamente las cosas que los programadores del software esperan. Los descubrimientos importantes podrían ser de cosas que nadie espera. Y, de ese modo, los descubrimientos más importantes pueden perderse.

Otra forma de continuar investigando en el campo de la física de partículas es seguir el ejemplo de Davis y construir grandes detectores pasivos para la observación de la radiación natural. Los dos más ambiciosos de los últimos veinte años se construyeron en Canadá y Japón, y ambos han hecho descubrimientos importantes, lo que confirma y completa el trabajo de Davis. En un detector pasivo bien diseñado y situado a gran profundidad, los eventos de cualquier tipo son raros, cada uno se registra detalladamente y, si algo inesperado sucede, ya se verá.

También hay razones históricas para no esperar demasiado del LHC. He hecho un estudio de la historia de los descubrimientos importantes realizados en la física de partículas en los últimos sesenta años. Para evitar juicios personales sobre su importancia, definiré un descubrimiento importante como aquel por el que sus descubridores merecieron un Premio Nobel. Este es un criterio objetivo, y por lo general concuerda con mi juicio subjetivo. En mi opinión, el Comité del Nobel ha cometido muy pocos errores con sus fallos. Entre 1945 y 2008 ha habido dieciséis descubrimientos experimentales importantes.

Cada descubrimiento experimental se encuentra en una de las tres fronteras que separan los territorios de lo conocido y lo desconocido. Se halla en la frontera de la energía cuando abre un nuevo rango de energía de las partículas; en la frontera de la rareza cuando abre un nuevo rango de eventos raros, y en la frontera de la exactitud si abre un nuevo rango de exactitud en las mediciones. Situé cada uno de los dieciséis descubrimientos importantes en una de las tres fronteras. En la mayoría de los casos, estas determinaciones no eran ambiguas. Por ejemplo, dos de los tres descubrimientos que he mencionado antes, el efectuado por Powell de los mesones de doble detención y el realizado por Davis de los neutrinos solares ausentes, se hallan en la frontera de la rareza, mientras que solo uno, el del antiprotón por parte de Segrè y Chamberlain, se encuentra en la frontera de la energía.

Estos son los resultados de mi estudio: cuatro descubrimientos en la frontera de la energía, cuatro en la frontera de la rareza y ocho en la frontera de la exactitud. Solo una cuarta parte de los descubrimientos estuvieron en la frontera de la energía, mientras que la mitad de ellos estuvieron en la de la exactitud. La máxima exactitud fue más útil que la alta energía para hacer descubrimientos importantes. El registro histórico contradice la opinión predominante de que el LHC es la herramienta indispensable para hacer nuevos descubrimientos porque tiene la energía más alta.

La mayoría de los actuales físicos de partículas jóvenes creen en los grandes aceleradores como las herramientas esenciales de su oficio. Como Napoleón, creen que Dios está del lado de los grandes ejércitos. Consideran los detectores pasivos de radiación natural pintorescas reliquias de otro tiempo. Cuando les digo que los detectores pasivos todavía pueden ganar a los aceleradores en el juego de los descubrimientos, piensan que eso es una ilusión de un viejo nostálgico. Admito que soy culpable de pensar movido por mis deseos. Tengo un gran apego sentimental a los detectores pasivos y una aversión a las máquinas cuya construcción cuesta miles de millones de dólares y se halla inevitablemente enredada con la política. Pero en los últimos triunfos de los detectores pasivos y la fecundidad decreciente de los aceleradores veo pruebas de que la naturaleza compartiría mis prejuicios. Dejo en sus manos decidir quién prevalecerá en la carrera para descubrir sus secretos, si los detectores pasivos o el LHC.

Afortunadamente, los detectores pasivos son mucho más baratos que el LHC. Los mejores que existen fueron construidos en Canadá y Japón, países que no podían permitirse el lujo de los aceleradores gigantes. En la carrera por los descubrimientos importantes no siempre se alzan con la victoria la energía más alta y la máquina más cara. La mayoría de las veces, la carrera corona al cerebro más inteligente. Por eso recibió Wilczek el Premio Nobel.

 

 

Nota añadida en 2014: Para ser justo con Wilczek, incluyo su respuesta a esta reseña:

 

Sé que quedaría usted decepcionado si yo estuviese de acuerdo con todo lo que dice, así que voy a adjuntarle la respuesta que le di a alguien que me preguntó al respecto: «Aunque me gustó la reseña de Dyson, algunos puntos me parecieron ajenos a mí. Por ejemplo, no creo que sea razonable comparar la física de partículas actual con la biología previa a Darwin. En la física fundamental tenemos teorías matemáticas muy refinadas, específicas y exitosas con las que los biólogos de hoy casi no pueden ni soñar. En cuanto a “lo activo frente a lo pasivo”, no creo que constituya una disyuntiva excluyente. Planteamientos diferentes requieren métodos de investigación diferentes. Sin entrar en detalles técnicos, he aquí una breve lista de cuestiones abiertas y básicas que hacen más idónea en unos casos a la física sin aceleradores y en otros a la física con aceleradores. Sin aceleradores: la desintegración de protones, los momentos intrínsecos de dipolo eléctrico, signos de aniquilación de materia oscura y la búsqueda del axión o de otra partícula ultraligera. Con aceleradores: el sector de Higgs, la supersimetría, las partículas candidatas a la producción de materia oscura y las sorpresas en las interacciones de alta energía».

 

Con mis mejores deseos,

FRANK W.