DAVID BOWIE: LA VIDA EN LA TIERRA

Ken Scrudato | Julio de 2003, Soma (Estados Unidos)

“No fui allí para desperdiciar la oportunidad hablando sobre sonidos de guitarra y productores”, admite Ken Scrudato en este artículo de la norteamericana Soma. Dado que la misma revista se describe a sí misma como “la voz influyente y la visión de las artes de vanguardia independientes, la moda, la cultura y el diseño”, no debería ser una sorpresa tan grande que Scrudato y Bowie entablaran una conversación que se internase profundamente en temas como el nihilismo, el existencialismo, la recontextualización e, incluso, el fin del mundo.

La música tiene también un lugar, sin embargo. Se menciona un nuevo álbum, Reality, y Scrudato incluso se las arregla para que Bowie le explique la razón por la que Outside (cuyo título en realidad estaba precedido por un “1.”) no pudo derivar en la trilogía para la que había sido concebido.

Recuerda Scrudato, “Me dijo: ‘Voy a hacerte escuchar música nueva y me encantaría que me dijeras qué te parece’. Lo único que yo pensaba era: ‘¿Qué diré si en realidad no me gusta?’. Me senté en una silla frente a él, pero se deslizó rápidamente hacia el sillón donde estaba antes y me pidió que me sentara justo a su lado. Extraño, el artista que tan subrepticiamente había cultivado una imagen de gélida indiferencia, resultaba ser una de las personas más gentiles y espontáneas que haya entrevistado nunca”.

“Me impactó en particular que reconociera que la cultura había llegado a un punto en el cual ya nada nuevo sería posible, especialmente porque en buena medida él había sido responsable de su evolución moderna”.

¿Sabes cómo sé que este es el fin del mundo, Lenny? 

Porque todo fue hecho. Todo estilo de música, todo estilo

 de gobierno, todo estilo de corte de pelo. ¿Cómo vamos

 a vivir mil años más, por el amor de Dios?

MAX PELTIER, Strange Days (1)

Casi nos las arreglamos para engañarnos a nosotros mismos, ¿verdad?, con tanto parloteo solemne sobre un arte y una cultura contemporánea innovadora. Pero si en realidad le preguntaras a alguien cuál fue la última vez que el arte, la música, el cine, o lo que fuera, alteró de veras su percepción del mundo, indudablemente te daría respuestas insípidas… si hace un buen día. Y aquel que piense que Radiohead o David Lynch cambiaron el mundo, bien podrían hallar una máquina del tiempo que los transportara a las primeras filas del estreno de La consagración de la primavera de Stravinsky, o les acercara una silla dadaísta junto a Hugo Ball en el Café Voltaire de Zúrich, en 1916… y descubriría lo que es de verdad subvertir el statu quo. O quizás uno simplemente podría arrojarle una copia de Ziggy Stardust y fingir que no pasaron 31 años.

Lo siento. Se supone que esto es sobre David Bowie. Y será fatigoso el inevitable juicio final del hombre que en la práctica ya no cae en la tierra ni vende el mundo. ¿Es un héroe porque se atrevió a llevarnos a Marte cuando los astronautas reales apenas habían puesto un pie sobre la luna y profanó, diezmó y desmanteló la segunda de las realidades humanas más atemorizantes: la identidad sexual? ¿O hay que acusarlo por ir demasiado lejos, demasiado rápido, dejando a todo el mundo, incluyéndose a sí mismo, sin nada más que hacer?

Bueno, en realidad es algo incierto que el primero fuera el genuino y el segundo algo que probablemente no tuvo deseos de obstruir. “Soy responsable de iniciar toda una nueva escuela de pretensión”, describió brillantemente una vez. No es broma. Bowie lo decía en serio.

Por desgracia, sin embargo, no hay modo de que un juego con la culpa vaya a poner un alto a la bestia horrorosa del posmodernismo mientras nos lleva en espiral hacia una nostalgia sin remedio por esa cultura que en algún momento cambió nuestra percepción del mundo. No, la bestia también se burla de nosotros con agonías semejantes como Lilith Fair. (2) Bastardos. No es extraño que hoy en día las drogas de preferencia sean el Prozac, el Paxil y el Zoloft. De hecho, ¿de qué otra forma podrían sonar bien tonterías así de inocuas?

Lo que más impacta de David Bowie, en su Edición para Muchachos del Siglo Veintiuno, es su total dignidad. Él mismo admite que ya no está haciendo algo que no haya hecho antes; por consiguiente, ya no puede estar en el lista de los charlatanes. Y si es cierto que, como dijo Camus, “el arte no tolera la razón”, Bowie aún es un artista consumado, cualquiera sea el contexto.

Como Herr Bowie sigue en lo mismo, se me concede el peculiar privilegio de refugiarme con él en una sala de los estudios Looking Glass. Allí me hizo escuchar su próximo álbum, Reality, previsto para septiembre. ¡Me cortejó! Qué bizarro. (También, más tarde, se disculpó por tener el pelo tan mal ese día. ¡¡¡¿Por tener el pelo mal?!!! Debe ser una broma, David). No tan sorprendente es que no se haya empecinado en convencerme sobre su continua relevancia. Pude enterarme ya desde la primera canción, una feroz aplanadora de pospunk y rock espacial, que sonaba como si hubiera sido accidentalmente dejada fuera de Lodger. (“Así que este no será un álbum lleno de baladas”, señalé astutamente). A esa le sigue una marcha fúnebre, obsesiva y teutona, y luego, una espeluznante versión de “Pablo Picasso” de Jonathan Richman, y unas cuantas canciones más, estrepitosas y futuristas. Un material poderoso e impredecible. Y sí, relevante.

Pero yo no estaba allí para desperdiciar la oportunidad hablando sobre sonidos de guitarra y productores. Que las revistas de música se ocupen de cosas semejantes. (Ok, en este álbum volvió a trabajar con Tony Visconti). Lo que quería preguntarle era esto: David, en este consternado y decepcionante mundo posmoderno, ¿por qué diablos sigues haciendo esto?

Sigues despistando musicalmente. ¿Te despistas también a ti mismo?

Estoy muy contento de que suene acorde a mi intención, que era hacer un álbum que reflejara el hecho de estar aquí, en Nueva York. Desde hace diez años que vengo y me voy de Nueva York… ¡soy neoyorquino! Iman y yo vivimos aquí ocho años de esos diez. A excepción de una breve temporada en Los Ángeles…

Oh, siento haber dicho eso.

…y es que sigo sin entenderla. No la entiendo, de veras no la entiendo. Hicimos el esfuerzo concreto de volver aquí nuevamente (ríe). Porque la echo de menos cuando no estoy aquí. Sabes, he vivido aquí más tiempo que en cualquier otra ciudad. Es de veras extraño.

Vuelves a lo tuyo en un momento en el que hay una exploración activa del artificio y la pretensión. Y sin reparos exploras tus pretensiones cuando otros pensarían que no es la forma apropiada de conducirse a uno mismo como artista.

Sí, absolutamente, claro.

Te escapaste de esos personajes que tenían la capacidad de hablar por ti…

Matizaría eso, pero sí.

¿Podrías haber estado sobre un escenario ante veinte mil personas en algún punto de tu vida y decir lo que querías decir sin ellos…?

Bueno, siempre les hice decir lo que yo quería.

Pero ¿podrías haberlo dicho sin algo que lo canalizara?

¿Sin un personaje? Sí. En serio dejé de concebirlos, para mi propio bien de todos modos. Pasé por un período tan traumático a fines de los setenta que de verdad me cambió el rumbo. No compuse de esa manera narrativa últimamente. Supongo que había algo de eso en Outside. En ese álbum éramos Brian [Eno] y yo saliéndonos por una tangente extraña. Queríamos establecer una suerte de manifiesto sobre lo que fue el principio de los noventa. Creo que es bastante acertado.

Es uno de mis álbumes favoritos.

Gracias, muchas gracias. Debo decir que al núcleo de mis fanáticos, los que en serio conocen mis álbumes, les gustó mucho. Tenía toda una multitud de personajes, y de haber tenido un período de atención y motivación, habría sido bonito continuarlo de forma más plena. Grabamos una cantidad enorme de material, y existía en serio la idea de hacer una continuación, una parte dos y una parte tres. El segundo título era Contamination y, vaya, ese sí era preciso. Y habría sido bonito llevarlo adelante de alguna forma, como una especie de trilogía teatral. Pero simplemente no tengo paciencia para eso. Brian sí la tendría.

Ese es su trabajo, ser paciente con un genio.

Bueno, él también es un genio.

La cultura, tal como la conocemos, como capaz de afectar al mundo más allá de un impacto directo y emocional, pues… eso, esencialmente, ha terminado…

Sí, de eso se trata el pensamiento posmoderno. El fin de la cultura llegó. Creo que en realidad la intención de lo que dicen va más allá de que estaremos repitiendo de forma diferente todo lo que se hizo antes. No estoy tan seguro de que la cultura misma haya terminado, pero es cierto que ya no se producirá nada nuevo.

Pero Internet no ha terminado.

En lo que a mí respecta, sí (lanza una carcajada). ¿Intentaste comprar algo en línea últimamente?

Sí, pero es solo un problema con las tarjetas de crédito. Si vieras algunas cosas que se desataron… tiene un marcado matiz de subversión. Le dio una voz a gente que nunca, jamás, tuvo la posibilidad de tener veinte, cincuenta, mil personas, oyendo lo que tienen para decir.

Sí, sí, ¡absolutamente! Pero en cierto modo en Internet todo sigue estando tan oculto como siempre. Debe de haber un millón de bandas en Internet ahora, ¿pero con cuántas te vas a encontrar?

Cierto.

No sé, creo que la parte más preocupante es que hay demasiado que uno puede encontrar en Internet. No creo que la gente le saque provecho de forma apropiada.

La gente tiene miedo de ciertas informaciones.

Sí. Por ejemplo, yo soy un gran traficante de un sitio que se llama Truth-Out.com, el cual creo que es una colección fantástica de ensayos y artículos sobre política y problemáticas mundiales. De veras es un fabuloso depósito de información, de lo que se escribe en la prensa alternativa o en la prensa del resto del mundo, algo que aquí nunca ve la luz del día. Sé que muy poca gente lo lee y creo que es una pena.

Volviendo a tu música, por la forma en que las cosas están evolucionando, claramente ahora haces música solo por el placer de hacerla. Debes, sin embargo, tener algún sentido de recontextualización sobre lo que haces. Porque en el 77 existía la idea de que la música podía cambiar el mundo y ya ninguna banda de rock tiene ese privilegio… el privilegio de cambiar el mundo. Entonces, ¿te resulta desalentador ahora?

Ehhh. Quizás somos muchos los que estamos lidiando con este reciente vocabulario pluralista, esta vida steineriana, ¿sabes? [George Steiner, autor de En el castillo de Barba Azul: aproximación a un nuevo concepto de cultura, aparecido en 1971]. Pero creo que el mundo se enganchó a eso muy deprisa, y que ahora todo el mundo es absolutamente consciente del tipo de vocabulario que estábamos barajando en aquel momento, que a uno ahora le parece superfluo. Yo aún disfruto de lo que hago, pero no me parece que sea terriblemente necesario… para nada. Y no estoy haciendo algo que sea tan diferente de lo que hacía entonces. Lo hago por…

Por amor a ello.

Sí, sí, absolutamente.

Bueno, pero cuando observas incluso el arte conceptual contemporáneo, es difícil no sentir una sensación de futilidad, ¿verdad?

¡Sí! ¡Claro! Pero yo más bien convertiría esa futilidad en… bueno, creo que se vuelve fútil cuando le das crédito a la idea de que estamos evolucionando, o que supuestamente estamos evolucionando. Parece fútil si piensas que hay un sistema que debería estar apoyándolo. Un sistema religioso o una de las filosofías de la civilización, algo que debiera apoyar y decir que esto nos conducirá a tal o cual cosa. Pero si puedes aceptar (y este es un gran salto) que vivimos en un caos absoluto, ya no parece tan fútil. Parece fútil solo si crees en esta estructura bárbara que inventamos y llamamos “Dios” y eso. Es como si dijeras: “No me digas que todo el sistema se está derrumbando, no hay nada aquí que se derrumbe”. Todas estas estructuras se crearon a sí mismas solo para sobrevivir, es todo. Nosotros tenemos un código moral porque, por sobre todas las cosas, nos ayuda a sobrevivir. No nos fue legado de la nada.

Bueno, hay una cuestión…

Lo sé. Algo he oído acerca de la cuestión (ríe).

…de que la humanidad tiene a Dios para sentirse esperanzada. Que damos fe a cambio de esperanza.

Lo sé. Es una especie de tragedia y, probablemente, sea un impedimento, en realidad. Me parece que lo que atravesamos ahora mismo, lo que la gente está empezando a sentir, es que estamos en un momento de transición. Estamos dejando todas esas viejas estructuras detrás, nos guste o no. Están derrumbándose. Y existe una decadencia moral. De esta forma el mundo está evolucionando, de esa forma está cambiando.

Me pregunto a veces si estamos destinados a destruir el mundo y pienso que no poseemos la habilidad para impedirlo.

No creo que estemos destinados a eso. No creo en absoluto que vayamos a destruirlo. No soy tan pesimista. Solo pienso que estamos en una transición en la que nos convertiremos en una humanidad que acepte el caos como premisa básica. Que acepte que existimos de esa manera. Y creo que estamos a mitad de camino entre las estructuras y la teoría del caos en este momento. Es evidente que evoluciona hacia eso.

Pero no estoy seguro de que la tierra pueda resistirlo. Acaso, de hecho, no sobreviva a nuestro progreso.

¡Oh, vaya! (ríe).

¡Pero tú y yo ya no estaremos aquí!

Bueno, no voy a contarle eso a mi hija. Voy a contarle que va a tener una gran vida y que este es un mundo fascinante y que debería abrirse a todo tipo de experiencias… con cuidado. Ves, TENGO que hacer eso. Es muy importante para mí esforzarme en desarrollar una actitud positiva. Porque este mundo ya no es para mí, y soy profundamente consciente de ello. No puedo ser así de egoísta. Y es muy, muy fácil para mí vacilar hacia el costado más deprimente, nihilista y oscuro de la vida. En mi caso, siempre fue demasiado fácil hacerlo y ahora simplemente ya no lo necesito. Aparece en lo que compongo porque es el único espacio en el que me permito funcionar de esa determinada manera.

Es allí donde lo resuelves.

Sí. Y es como el viejo proverbio que usa Brian: “En el arte puedes estrellar tu avión y simplemente alejarte de allí”, algo que, desde luego, no puedes hacer en la vida real. Presentas una imagen más oscura de ti para que se vea, pero luego la rechazas, todo dentro del proceso de escritura. Hay algunas canciones [en el nuevo álbum] con las que yo no estoy de acuerdo. Pero es cierto que las compuse. Salieron así.

Es como si estuvieras dialogando contigo mismo.

Y creo que eso es lo que queda para mí en la música. Antes pensaba que tenía algo que decir. Y tuve que haber tenido algo que decir. ¡Era joven! (ríe). Lo sabía todo por entonces. Ahora encuentro que las cosas están dirigidas a mí. Y que eso es lo que HAGO. ¿En qué me concentraría si no pudiera hacer lo que hago? Si no hubiera podido escribir canciones y cantarlas, no habría importado lo que hiciera. De veras siento eso. Que TENÍA que hacer esto.

Eso es muy existencialista, y es algo que siempre he observado en tu obra. Hay gente que tiende a concentrarse en el nihilismo de tu obra…

Pero es más existencialista que nihilista.

Con frecuencia te vi adherir a la idea de que la posibilidad es solo tuya.

Siempre me sentí afín a escritores como Camus aunque la gente viera en él algo muy negativo. ¡Y yo no! Para mí era muy importante lo que él tenía para decir.

Dicen que no hay una naturaleza humana real, que la naturaleza humana es simplemente una montaña de todo lo que hicimos.

Sí. ¡Una montaña del estilo! (ríe). Estamos a favor del estilo. El estilo es nuestra elección de cómo deseamos ser representados. Y eso nos hará quienes somos. Es algo muy peculiar. Y está tanto en una mesa como en la filosofía, en todo lo que haces y tocas. Tomas la decisión del estilo en todo.

Pero volviendo a tu período de explorar diferentes niveles de pretensión, la gente solía verte como alguien que tenía miedo del mundo. Y en lugar de eso, yo te veía como alguien que no tenía miedo de ir tan lejos dentro de ti mismo como fuera posible para descubrir esas decisiones.

Pensaba que era muy valiente, sí. En aquel momento no me daba cuenta de cuán profundo estaba metido en ello. Pero en una rápida retrospectiva pensaría ahora, mierda, en realidad me estaba tirando a la pileta. Aunque lo estaba haciendo a mi manera. Las únicas personas con las que me encontraba eran extrañas de todos modos, Iggy y todos ellos. No había demasiados chicos buenos a mi alrededor.

Así que emprendes una gira enorme con este disco.

Sí. Y va a ser muy dura, porque no he hecho una gira larga en mucho, mucho tiempo. Y esta gira, que arranca en septiembre, va a ser de veras enorme. El lujo que me doy en esta situación es que podré llevarme a mi esposa y a mi bebé conmigo. Cuando sea posible, cuando pueda dejarlas en una casa en Europa y volar aquí y allá, lo cual es bastante factible en Europa porque nada queda demasiado lejos.

¿Cómo te las arreglas para todo esto? ¿Cómo puedes seguir haciéndolo?

No estoy seguro de cuánto me queda, ¿sabes? Pero hacer música está aún por encima de todo. De verdad que disfruto mucho; me encanta componer y me encanta crear. Y creo que todos tenemos el deseo de que algo nos ponga en marcha y pueda nutrirnos con un enamoramiento por la vida. Se hace cada vez más difícil conectar con una sensación de ese tipo, creo, ¿pero qué otra cosa podría hacer más que lo que hago?

1. Max Peltier es un personaje de la película norteamericana Strange Days (Días extraños), de 1995, dirigida por Kathryn Bigelow.

2. Lilith Fair fue un festival de música que recorría varias ciudades. Organizado por Sarah Mclachlan, brindaba al público una gama de cantantes femeninas poco conocidas o desconocidas, su duración fue desde 1997 hasta 1999.