EL NACIONALISMO REGIONALIZADO Y LA REGIÓN FRANQUISTA: DOGMA UNIVERSAL, PARTICULARISMO ESPIRITUAL, ERUDICIÓN FOLKLÓRICA (1939-1959)
Andrea Geniola
CEFID-UAB
La tesis que aquí se defiende y desde la cual se construye nuestra propuesta de análisis es que el nacionalismo de los franquistas tuvo también una dimensión regional y que, asimismo, esta no se limitaba al simple contraste reactivo ante la amenaza rojoseparatista y el (siempre relativo) desafío planteado por los nacionalismos vasco y catalán a la idea de España como nación, sino que descansaba en un paradigma propio, que podemos a su vez calificar de regionalista. El concepto de nacionalismo que utilizamos es científicoanalítico, no político-ideológico. Pues el nacionalismo es la defensa de una determinada identidad nacional, con toda la carga de invención/imaginación retroalimentada que eso supone. Bajo este prisma, la defensa de la existencia e integridad de un Estado-nación, con el soporte de instituciones y el amparo de la legalidad, es oficial-nacionalismo, mientras que el nacionalismo que defiende los derechos nacionales de las naciones sin Estado, con independencia de una proyección autonomista o independentista, es nacionalismo periférico. Por lo que concierne al tema que aquí nos ocupa directamente, el regionalismo debe entenderse en relación estrecha con el oficial-nacionalismo, como complemento de este, donde la región es complemento de la nación, y sin que eso suponga de manera mecánica la defensa de un programa descentralizador ni una reivindicación autonomista. Más en concreto, el nacionalismo regionalizado aparece como una forma específica de oficial-nacionalismo, declinación de este según las regiones, provincias, territorios, etc.1
Ante un panorama de estudios que dedicaba espacio preferente a los nacionalismos periféricos vasco y catalán e introducía las demás regiones solo al hilo de la difusión de la reivindicación autonomista en el tardofranquismo, el fenómeno del regionalismo franquista quedaba comprensiblemente ignorado.2 Efectivamente, ante una consideración de las identidades subestatales como simples víctimas de represión y/o depositarias de formas de resistencia anti-franquista, se va abriendo hueco una perspectiva complementaria: el papel que jugaron esas culturas dentro del discurso franquista y la función instrumental que pudieron tener para la articulación del oficial-nacionalismo.3 En esto, el español en absoluto representa un caso aislado de movilización y/o uso nacional de la región en un contexto dictatorial.4 En líneas generales, hoy se puede formular la hipótesis de que en zonas donde apenas se había desarrollado un nacionalismo periférico, el nacionalismo regionalizado franquista ayudó a definir y reelaborar imágenes, símbolos y mitos que fueron después reinterpretados, con significados opuestos y como soporte a la reivindicación autonomista.5 Desarrollando esta hipótesis, situamos el centro de atención de este ensayo precisamente en el lugar de la región en el discurso oficial-nacionalista del franquismo y la contribución de este al proceso de reproducción de tres imaginarios regionales concretos, el castellano, el aragonés y el asturiano. Esta elección no es casual, sino determinada por la necesidad de investigar la dimensión regional del franquismo, aislándolo lo más posible de aquellas dinámicas reactivas generadas por la presencia del nacionalismo periférico.6
Por lo que a la cronología atañe, hemos considerado que el periodo 1939-1959 mantiene unas características propias, aunque con diferencias internas entre primer franquismo e institucionalización.7 Dentro de las tensiones que este proceso supone, se sitúa la batalla político-cultural entre falangistas auténticos y nacionalcatólicos, acompañada también por un debate sobre la nación y la región.8 Para los primeros subyacía el problema de España en términos de nacionalización revolucionaria, sin abandonar los planteamientos de origen orteguiano y el esencialismo castellano; para los segundos, una España sin problema, resuelto por victoria militar, debía entregarse a sus regiones más prósperas y dinámicas.9 Ahora bien, la victoria de los segundos no supuso ningún cambio en la política regional del régimen que, como veremos, al margen de toda elucubración intelectual e interés erudito, no pasaría de su dimensión folklorizante, sin reconocimiento político ni cultural efectivo. Aunque la región fue elemento de debate, no fue objeto de acción política en sentido estricto, circunstancia que nos ofrece más elementos de coincidencia, entre falangistas y nacionalcatólicos, que diferencias. Pues se trata de elementos que entran (todos) de manera dialéctica, a veces desordenada, en la conformación del regionalismo franquista.
El relato belicista insurgente durante la Guerra Civil se había alimentado de un discurso donde la sana provincia reespañoliza Madrid, Castilla se ofrece como eje de la reconquista de España y la identidad regional se plantea como poso de las esencias patrias contra la modernidad, aunque con una muy inestable tolerancia hacia las lenguas nativas.10 A esto sustituye en la posguerra una aparentemente contradictoria renacionalización, alrededor de los valores tradicionales y los recursos etno-culturales castellano-céntricos.11 Aparentemente contradictoria porque, cuando hablamos de regionalismo, no debemos pensar en instancias inmediatas de reconocimientos políticos de la región, sino en la declinación del paradigma del banal nationalism en su dimensión subnacional, esto es, regional.12 Pues las regiones siguen estando en el debate político-cultural, exactamente como se listaron en la división provincial de 1833 que las abolía de facto, hasta pervivir en la enseñanza e investigación.13 Buena muestra de esta peculiaridad fue también la colección Las Tierras de España de la Editora Nacional.14
LA REGIÓN PATRIA EN LA CONFLUENCIA DE LOS CAUDALES FALANGISTA Y TRADICIONALISTA
A la hora de plasmar los contornos del regionalismo permitido por el régimen, intervienen algunos elementos concretos de la cosmovisión nacionalista del franquismo: el universalismo falangista, la tradición carlista, la filología nacionalista pidalina o el irredentismo panhispánico. Los dos primeros, con diferente proyección y continuidad, se mantendrán activos durante todo el periplo de la dictadura; el tercero estaría sobradamente compartido con (casi) toda visión oficial-nacionalista, y por lo que al cuarto atañe, estrechamente relacionado con las pretensiones imperiales falangistas, estará sujeto a los cambios del escenario internacional, hasta desaparecer y convertirse en curiosa anécdota. El universalismo falangista descansaba en la reproducción del paradigma joseantoniano de la unidad de destino en lo universal contra el dulce resonar de la gaita y la lira y de la proyección universal del castellano contra unas lenguas vernáculas cuya normativización se rechazaba rotundamente.15 El papel de dogma ideológico que las formulaciones joseantonianas alcanzan en la cosmovisión del régimen hace que también su concepto de nación se convierta en paradigma institucionalizado. Es más, se convierte incluso en puerta de entrada por aquellos que, desde anteriores planteamientos regionalistas, quisieran (o debieran) volver a hacer hincapié en la superioridad de la Patria Grande frente a la pequeña, y en la unidad de destino en lo universal frente al nacionalismo romántico. Es el caso de Francisco Alcayde Vilar, catedrático de la Universidad de Valencia, y de la (re)modulación de su valencianismo hacia una más asumible valentincultura.16 Este dedica la apertura del curso académico de 1939 al concepto de nación en la obra del Ausente:
Los nacionalismos más peligrosos por lo disgregadores son los que han entendido la nación de esta manera. «Como se acepte que la nación está determinada por lo espontáneo, los nacionalismos particularistas ganan una posición inexpugnable. No cabe duda que lo espontáneo les da la razón». Así, es tan fácil de sentir el patriotismo local. Así, se encienden tan pronto los pueblos en el frenesí jubiloso de sus cantos, de sus fiestas, de su tierra. […] Lo que nos rodea físicamente, lo que nos conmueve, lo que nos hace vibrar de emoción, nuestra lengua, nuestras costumbres típicas, nuestra música, cantos y bailes, nuestra cocina característica, nuestros mares, ríos, montañas, nuestro clima y nuestro cielo. Nada de esto, ni tampoco la tradición, constituye la nación para José Antonio.17
Este planteamiento es desde luego una muy buena muestra de oficial-nacio-nalismo, precisamente por su declararse antinacionalista. Frente al nacionalismo de pequeñas miras, de andar por casa, determinado por el reducido entorno humano, étnico o lingüístico, habría el nacionalismo misional, que proyecta a todos los españoles en la universalidad y hacia el imperio.18 En algunos casos, como el de Cordero Torres, este discurso imperial se alimenta de una exaltación particularista y reivindicación territorial hacia fuera del Estado.19 Dentro del catálogo de reivindicaciones territoriales de la primera mitad de los años cuarenta, aparecían curiosas pero significativas reivindicaciones, al lado del clásico de Gibraltar, de la dichosa isla del Perejil y de las aspiraciones coloniales sobre el África hispánica. En su Aspectos de la misión universal de España (1944), salta a la vista la reivindicación de los territorios vascos y catalanes continentales e incluso unas miras de hegemonía cultural sobre el Midi y Cerdeña.20 Es decir, que Iparrade y la Catalunya Nord serían españolas precisamente por ser profundamente vasca y catalana, adquiriendo sentido universal solo si devueltas al destino español. Estos planteamientos van desapareciendo a medida que el régimen necesita estabilizarse e incorporarse al nuevo escenario de bloques de la Guerra Fría. De ahí que en El africanismo en la cultura hispánica contemporánea (1949) solo quedarán referencias a Gibraltar, el Sáhara, el Ifni y poca cosa más.
Al margen del que fue el recorrido real, con sus conflictos y heridas, de la integración del tradicionalismo dentro del partido único, podemos rastrear indicios de una asunción, aunque simbólica, de este dentro del discurso oficial franquista, como es el caso de Víctor Pradera. En 1943, el falangista e historiador oficial del régimen, Maximiano García Venero, saca en la colección Breviarios de la Vida Española, de la Editora Nacional, el breve opúsculo Víctor Pradera: Guerrillero de la Unidad, resaltando su valor nacional, contra los nacionalismos vasco y catalán, más allá de las pertenencias ideológicas: «Pradera coincidía con millones de españoles no tradicionalistas, pero que sí eran amantes de la Unidad nacional».21
En 1945, el Instituto de Estudios Políticos (IEP) edita la Obra Completa del tradicionalista navarro, prologada por el propio Franco. Este hace hincapié en su tradicionalismo como precursor de la doctrina joseantoniana, el discurso imperial y la unidad de destino.22
… las regiones españolas tuvieron uno y solo espíritu nacional, que era el espíritu español y no era más que fragmentos de la nación española, por eso se llamaron regiones. […] Se llamaban Reinos y regiones naturalmente; se llamaban Reinos por su forma política, y regiones en el orden social. […] en las regiones existen monumentos regionales que tienen espíritu nacional y que deben conservarse, y el Estado que en representación de la Nación derribe esos monumentos establecidos en las regiones que tienen espíritu nacional, o deje, por incuria, que se derrumben otros, comete un crimen de lesa Patria.23
De ahí que podamos aventurar que las coordenadas de la concepción nacional y regional del régimen se asientan en la síntesis entre unidad de destino joseantoniana y Estado Nuevo praderiano, pasando por la exaltación de Castilla, más propia de los falangistas, y la reivindicación de la riqueza regional, de origen tradicionalista y devoción nacionalcatólica.24 Las mismas declaraciones de Franco contribuyen a situarnos en este panorama.
España se organiza en un amplio concepto totalitario, por medio de instituciones nacionales que aseguran su totalidad, su unidad y su continuidad. El carácter de cada región será respetado, pero sin perjuicio para la unidad nacional, que la queremos absoluta, con una sola lengua, el castellano, y una sola personalidad, la española.25
Castilla sería España porque la primera reenvía a la imagen imperial de la segunda, cuya naturaleza histórica es fundamentalmente unitaria, católica e imperial.26 Esta dimensión se proyecta como compatible con la exaltación de la región según parámetros de servicio a la patria y dimensión espiritual, nunca política ni cultural.
A Galicia le corresponde un puesto de honor porque fue la región que ha dado más hombres. […] Esa España sencilla y tradicional que guardó nuestros tesoros espirituales, sin contaminarse de las democracias ni del liberalismo; la España hidalga, la de los brazos fuertes, la España de los hijos guapos, la España de las divisiones gallegas, la España que no se tuerce, la España recta, la España gallega. […] yo os traigo aquí el homenaje de todas las provincias, pues aquí hubo una nueva Covadonga [etc.].27
El universalismo imperial de molde falangista, el tradicionalismo antimoderno y ultramontano de corte carlista y todas sus consecuencias antinacionalistas/románticas y anticentralistas/estatales, serían una contribución limitada, sin todo el patrimonio anterior del nation-building español y sus aspectos filológico-lingüísticos. El peso del castellano, su uso político, es algo consustancial al discurso y práctica del nacionalismo español.28 En este recorrido la figura de Menéndez Pidal se convierte en algo irrenunciable, así como todo el patrimonio de la RAE.29 Su interpretación de la evolución del castellano en español insiste en la inevitabilidad darwiniana de una supuesta supremacía formal sobre las lenguas nativas de la península, sin la cual el relato nacional español quedaría amputado; sin la unidad lingüística no habría unidad política.30 La obsesión por la unidad interna del español y la unidad idiomática de la nación tienen como corolario una interpretación que tiende a interpretar las demás lenguas como restos arqueológicos, hablas anormativas y afluentes débiles del río grande español.31 Las obras de Menéndez Pidal son objeto de sucesivas reediciones durante el franquismo, hasta generar una verdadera escuela de discípulos entre lingüistas y filólogos oficiales, como es el caso de Rafael Lapesa y su Historia de la lengua española (1942).32
Por la senda imperial de la «unidad de destino en lo universal», encontramos, además de la inevitable referencia joseantoniana, figuras como Ernesto Giménez Caballero o Antonio Tovar. Ambos compatibilizan el dogma falangista con una cierta atención por la integración de las culturales regionales en el paradigma universal-imperial. Giménez Caballero es curiosa consecuencia de las formulaciones imperiales del think tank camboniano, de los artefactos culturales de Eugenio d’Ors y de las ideas orteguianas.33 Todo esto visible en transparencia en su Amor a Cataluña (1942). Los planteamientos de su obra fundacional, Genio de España (1932), se popularizan en los años cuarenta a través de España nuestra. El libro de las juventudes españolas (1943) y otras obras editadas por la Vicesecretaría de Educación Popular. Consignas en puro estilo catecismo, ilustraciones humanizantes, la patria e identificación entre orografía ibérica y fronteras nacionales hacen de colofón a la identificación imperial entre Castilla y España, entre la España más auténtica y aquellas que se alzaron el 18 de julio.34 Pues una España, constituida por su madre Castilla y unas regiones que se universalizaron haciéndose ellas también España, se desarrolla sobre la centralidad del castellano como lengua española, como un río grande que acoge a los pequeños afluentes de las lenguas nativas, según parámetros pidalinos.35 Al lado de esta producción, una serie de breves panfletos dedicados a la incorporación espiritual de las regiones en la unidad de destino y Lengua y literatura de la hispanidad (1944), una síntesis vulgarizada de los planteamientos del nacionalismo filológicolingüístico de Menéndez Pidal. En la serie de panfletos regionales, en Afirmaciones sobre Asturias (1945) encontramos una aplicación concreta del paradigma de la unidad de destino a un territorio con cierta diferencialidad regional, fuera de Cataluña y la España Foral.36 Revisando los trozos entrañables y salvados de la patria se plantea su activación y asignación a todos y cada uno de ellos una misión específica en el combate.37 Atendida la ausencia de cualquier tipo de reconocimiento políticoinstitucional, la codificación falangista del hecho regional se presenta como algo espiritual, con claras intenciones antiseparatistas y antimarxistas, donde la tradición regional juega el papel de dique contra la conflictividad social y política. Aquí la huella del uso falangista de la región histórica, más allá de la simple provincia administrativa: «Asturias –la Asturias esencial– jamás fué revolucionaria. Sino ¡tradicionalista!, ¡conservadora! ».38
Asimismo, Giménez Caballero lleva un intento de resemantización del patrimonio propio de la erudición local, hasta disminuir principios y planteamientos que, hijos de la ilustración local, significan la base del imaginario identitario asturiano: ante los ensayos románticos que exaltaban la pluralidad de Asturias se plantea la unidad existencial de destino del imperial Principado.39 En el trasfondo, el temor típicamente joseantoniano de que lo romántico pudiera representar la base de partida de una construcción identitaria de tipo nacionalista y la obsesión de sacar a Asturias de su larga tradición de luchas obreras, mineras y sociales. Asturias se caracterizaría así como algo parte de la España montañera, de raíz continental y europea, contrapuesta pero en proceso histórico de unificación con la España oriental y mediterránea. Sin embargo, el actor principal, el motor fundamental del camino español hacia la gloria imperial, sigue siendo la Castilla celtibérica.40 Exaltaciones, semantizaciones, manipulaciones y evidentes contradicciones entre pequeña patria y Patria Grande tienen, sin embargo, un fin último, irrevocable y superior.
Me importaba mucho con estas afirmaciones sobre Asturias, invalidar y derrotar a las huestes secesionistas y románticas que han querido hacer de lo cántabro un trincherón hostil y desarraigado frente al genio de España. […] Asturias fue siempre un sacro depósito de energía peninsular. Un condensador dinámico de historia patria.41
La segunda parte del panfleto parece estar dirigida a evitar que el propio ímpetu culturalista de las celebraciones jovellanistas sobrepasara los límites de lo aceptable, semantizando así la figura ilustrada de Jovellanos en sentido falangista. Hecho un tanto curioso y tarea bastante complicada, al ser el polígrafo gijonés un típico representante de una intelectualidad iluminista que se va encariñando con las glorias locales.42
Otro doctrinario falangista, Tovar, pudo compatibilizar una doctrina castellano-céntrica con su actividad como miembro de Euskaltzaindia, reconocido vascólogo y hasta por momentos impulsor del euskara batua.43 Esta, que hasta hace poco se podía considerar como una contradicción, vislumbra por el contrario el lugar que según la cultura política falangista debían ocupar las regiones y las lenguas de España: un lugar muy estrecho, lastrado de miedos y ambigüedades, donde la lengua vernácula, por ejemplo, jugaba un papel muy limitado y anormativo.44 El Imperio de España (1936) de Tovar encarna perfectamente los paradigmas del Imperio, una suerte de Commonwealth de pueblos hispánicos bajo la consigna de la unidad de destino, con continuadas referencias al Genio de España de Giménez Caballero: «Cataluña y Vasconia, y Galicia, darán su voz también en el Imperio. Y, entonces, lenguas, costumbres, historias encontrarán su libertad justa bajo el signo –flechas y yugo–del Imperio».45
Aún más representativa de esta cosmovisión es la lectura tovariana de Menéndez Pelayo: la inicial disponibilidad de este para con la diversidad cultural tradicional de España estaría, primero, anclada en una época donde el problema del separatismo no existía en su dimensión política; segundo, él mismo se iría percatando de que empezaba a haber problemas y que hacía falta concretar y delimitar los contornos de la cuestión.46 Una vez más, la degeneración del regionalismo literario en separatismo dependería de la ausencia de un proyecto político imperial y universal de la hispanidad que solo el falangismo pudiera ofrecer. En la misión, en el destino irrevocable, estaría la respuesta a toda política antinacional. Las regiones, todas, encontrarían su sentido histórico contribuyendo a la gloria imperial española.47 Dicho de otra manera, toda reivindicación particular se vaciaría de sentido ante el éxito de la patria común y universal. Una suerte de apuesta por la nacionalización contra la falta de proyecto ilusionante.
A la idea falangista de integración de la pluralidad cultural en la Commonwealth imperial, los nacionalcatólicos contraponen la restauración y la regionalización.48 A saber, dentro de la oferta cultural y lectura historicista de la Generación de 1948 hubo un perfil y una sensibilidad regionales muy integrados, cuyas formulaciones serán visibles en la rúbrica «Carta de las Regiones» en Arbor (1950-1957).49 Conformada por una noticia de vario sabor cultural dedicada periódicamente a una de las regiones o provincias de España, la carta, más que anticentralista, era en realidad anticastellano-céntrica, haciendo hincapié en la diversidad y complejidad de los pueblos de España y en la necesidad de integrarlos a cada uno con sus virtudes representativas en la identidad nacional. En la batalla cultural alrededor del problema de España, Calvo Serer dedica a la cuestión regional un espacio mucho más amplio que sus contrincantes, ya cuantitativa ya cualitativamente.50 Por ejemplo, en la batalla alrededor de la correcta interpretación del pensamiento de Menéndez Pelayo, cobra relevancia su idea sobre la función nacional de las regiones españolas.51 Es también el caso de los ensayos agrupados en Estudios sobre Menéndez Pelayo (1956), donde Pedro Sainz Rodríguez afirma que todas las ideas sobre patria y región del Maestro estarían relacionadas entre sí de manera totalmente coherente, caracterizadas por un «amor entrañable a la tierra que le vio nacer», Cantabria, y un amor igual de grande por la patria grande, España. Pues región y nación no estarían en oposición sino en línea de convergencia bajo una jerarquía muy definida, mientras que su admiración por la lengua y cultura catalanas radica en la curiosidad y erudición filológico-literaria: «Menéndez y Pelayo no creía posible la oposición entre la región y la patria. Creía que España, para volver a ser grande, necesitaba dar expansión de nuevo a la vida espiritual de la región. Pensaba él que el federalismo de las regiones es la forma de gobierno natural en España».52
Un federalismo de conceptualización tradicionalista y en absoluto moderna. En los Estudios sobre el restauracionista montañés, Calvo Serer reproduciría otra vez su artículo de 1949 en Arbor.53 El regionalismo de los nacionalcatólicos es, exactamente, como lo fue el de los tradicionalistas, una fuente irrenunciable de autenticidad y tradición, como crítica, refugio y reequilibro ante las contradicciones de la modernidad.
… en los momentos en que la técnica empuja hacia la deshumanización, uno de los grandes medios para luchar contra ésta es la defensa y la ayuda de cuanto defiende a la persona, y en este sentido el regionalismo cobra de nuevo todo su valor político y cultural, máxime cuando la presión de las realidades económicas, de la interdependencia de las regiones, pone de antemano a cubierto contra cualquier desviación de los regionalismos legítimos.54
Contra las interpretaciones falangistas, consideradas revolucionarias y excesivamente preocupadas por la «lucha contra la proletarización material», se afirma la necesidad de combatir la «proletarización del espíritu y mantener y reavivar las tradiciones regionales».55Ante antirregionalismo y castellanismo imperial falangista, el restauracionismo nacionalcatólico plantea una monarquía tradicional y descentralizada, federalista. Es decir, ni más ni menos que una reedición/actualización del Ancien Régime. No fue ninguna casualidad, pues, la recuperación a posteriori de todo el patrimonio del tradicionalismo de principios de siglo. La editorial Rialp dedica un tomo de su colección Biblioteca de Pensamiento Actual a una muy centrada selección de textos de Vázquez de Mella. En Regionalismo y Monarquía (1957) se vuele a recuperar una propuesta de tipo arcaico, de soberanías compartidas, de cuerpos sociales de tipo preliberal y pre-Estado-nacional: la familia, el municipio, la región, la nación, etc. Ni la nación, ni la región, ni el municipio tradicionalistas están constituidos por ciudadanos, sino por cabezas de familia y corporaciones. La región se entiende como una corporación más, en absoluto como sujeto político.56 Con el viejo carlista asturiano se recupera todo lo anterior, como Antonio Aparisi y Guijarro, y todo lo posterior, de Víctor Pradera a Francisco Elias de Tejada.
Si para los falangistas el Estado lo es todo, para los nacionalcatólicos este es una herramienta de defensa de la tradición y sus instrumentos son, esencialmente y en línea de principio, contrarios y antitéticos a este objetivo. La región no se percibe como demarcación política concreta, sino como entidad donde los poderes se reproducen y legitiman según los parámetros del Ancien Régime; no es demarcación subestatal, sino entidad que actúa allá donde el Estado no debe actuar. La región tradicionalista se convierte en un factor de resistencia contra el Estado liberal y su exclusividad en las atribuciones, competencias y políticas. Se trata, en resumidas cuentas, de la defensa del orden preliberal, pre-revolucionario. Decir que «El gobierno de las regiones lo concibe Vázquez de Mella como llevado por Juntas Regionales, que intervendrían en toda suerte de servicios públicos …»,57 no equivale a plantear una larga autonomía, sino que tiene el sentido de quitarle al Estado las prerrogativas que la revolución liberal-burguesa le había entregado, incluida la potestad de devolverlas a poderes subestatales. Al fin y al cabo, «La enemiga mayor de Vázquez de Mella es contra la división absurda y artificial en provincias»58 copiada de la francesa, marcada por el sello centralista, pero sobre todo el moderno Estado nacional, laico y burgués. Ahora bien, por cuanto pudieran llegar a adquirir los nacionalcatólicos, por cuanto pudieran reclamar la continuidad con un tradicionalismo más o menos ultramontano, ni instaurarían esas regiones regidas por sí mismas, ni derogarían las provincias, ni en absoluto rebajarían los poderes del Estado español.
Siguiendo la polémica regionalista dentro del problema de España, nos encontramos otra pista interesante, que nos lleva al más auténtico heredero del tradicionalismo español durante el franquismo, Francisco Elías de Tejada.59 Su Las Españas. Formación histórica, tradiciones regionales (1948) merecería la atención de Arbor, con una entusiasta reseña de Florentino Pérez Embid, quien destaca el «valor nacional de la tradición» y sitúa a las regiones como «ingredientes fundamentales de la nación española».60 El suyo es un interés muy concreto y específico, funcional en la polémica con los falangistas.61 El libro de Elías de Tejada se nos presenta como una topografía de las regiones históricas, cuyo antecedente más inmediato es una monografía sobre la tradición gallega.62 No sería descabellado pensar que todo representante de las élites locales con alguna pretensión regionalista debió de tener este libro en las manos. Toda reflexión regionalista se incorpora en una dimensión nacional general: «A mi ver la nación es un segmento de la tradición, un eslabón de la cadena del alma de un pueblo. La nación es una hora; la tradición, un siglo. Aquélla, lo pasajero; ésta, lo permanente. Una tradición está formada por el conjunto de todos los momentos nacionales de un pueblo».63
Es casi consecuencia inevitable y mecánica de este presupuesto que el Estado-nación moderno se configure como un accidente, un momento en la historia de una nación que a su vez es parte de una tradición concreta. Pues la región, antes que parte de la nación o del Estado, sería una tradición concreta, un segmento muy profundo e inseparable de una tradición más amplia.
La tradición española en que consiste España está integrada por el conjunto de las tradiciones de cada uno de los pueblos componentes. En la Península comprende las tradiciones particulares de Castilla, Galicia, Portugal, las truncadas Euskalerria y Cataluña, Andalucía, Aragón y otras más o menos perceptibles; en América, la de todos los pueblos que hay desde el río Bravo al Cabo de Hornos; en Oceanía, la de Filipinas.64
Con todo, tanto las líneas de integración del discurso regional tradicionalista en el franquismo oficial, como su posible aprovechamiento por este, nos entregan un panorama que, al margen de su posible uso en la polémica sobre el problema de España, parece más bien de confluencia dialéctica que de diferenciación sustancial con respecto a los paradigmas falangistas; y más aún si consideramos que todo este patrimonio quedó sin tener consecuencias políticas. A esta interpretación apuntan las muestras de regionalismo bien entendido procedentes de las estructuras nacionales y locales del régimen. Es el caso de eso que podemos definir como la más coherentemente falangista codificación de lo regional: la labor folclórica de la Sección Femenina de Falange (SF) y concretamente de su sección de Coros y Danzas (CyD).65 De entre las facetas de la entidad dirigida de manera vitalicia por la hermana del Ausente, Pilar Primo de Rivera, tenemos la actividad de la sección de CyD. Esta desempeña un importante papel de propaganda a través del folclore. En 1941, 5.668 mujeres se repartían en 284 coros y 27 grupos de baile, y los concursos nacionales para estimular la recopilación de danzas y canciones, activos desde el año siguiente, se convertirían en momento de la recuperación de tradiciones y formas folclóricas.66 Asimismo, la auxiliar de prensa y propaganda de SF, la nazi alemana Clarita Stauffer, organiza la Cátedra Ambulante «Francisco Franco».67 En los programas que la cátedra realizaba para ensalzar a la mujer sumisa y fomentar el adoctrinamiento del joven afecto figuraba, al lado de la religión, la doctrina joseantoniana, la educación física y doméstica y el canto regional.68 La labor de CyD se enmarca perfectamente en el papel regional dentro de la unidad de destino. Constituida oficialmente en 1942, esta división se fundamentaba en un curioso planteamiento de erradicación de las formas folclóricas de su entorno, incluso de su traducción al castellano en algunos casos: conseguir que los cantos y danzas locales se difundieran en otras regiones, que de folclore regional pasaran a ser componentes de un único folclore nacional, susceptible de substituir la conciencia de la diferencialidad por una de unidad integradora.69
El boletín del Ministerio de Información y Turismo, en 1953, hace hincapié en la actividad desempeñada por CyD, destacando la «labor de investigación» y la participación en concursos internacionales de folclore.70 El cometido más importante que la SF se asignaba con CyD fue el de ofrecer una «fachada alegre, festiva y popular del pueblo español», sirviendo a menudo de manera institucional a embellecer las grandes iniciativas públicas y de masas del régimen: inauguraciones de obras, visitas de Franco o festividades locales y nacionales. Así las cosas, la cultura difundida desde la sección se asentaría como un imprescindible elemento decorativo.71 Desde la crónica de una de las efemérides de la ritualidad franquista, entre discursos del dictador, reproducciones de la fraseología joseantoniana y paradas de la Legión, vienen las representaciones de CyD, como dulces intermedios.
Aparecen en el campo camaradas de la Sección Femenina ataviadas con trajes típicos, las cuales se colocan alrededor del tablado. El motivo folklórico lo dieron en Medina los bailes populares ejecutados con singular maestría y estilo por las mujeres de todas las regiones españolas. Las de Málaga, vestidas con trajes de tonos suaves, rosas y azules, de maravilloso contraste con el suelo, bailaron una pieza alegre, movida y de juego. Galicia, al son de la clásica gaita. Vasconia, con melodía de chistu y tamboril; la dulzaina amenizando las danzas castellanas. Sevilla, representada por la gracia de la sevillana; la alta región aragonesa, con sus famosas jotas. Cataluña, las sardanas. Valencia, Extremadura, Murcia, todas las regiones, aportaron para la belleza del acto el regalo regional e sus típicos movimientos.72
De la lista de cantos para los actos: Galicia, «Alalás» y «Muñeira»; Vasconia, «Era feliz niña» y «Adiós de Iparraguirre»; las dos Castillas y León, jotas y seguidillas manchegas; Asturias, «Giraldilla y danza de pandera» y «Tres hojitas, madre»; jotas de Aragón; «Pastoreta» y «Romance del Mayorazgo de Cataluña; una «Canción-Danza», al parecer una charanga de Valencia. Aquí, en una intervención pública de Pilar Primo de Rivera, el tipo de proyecto que la SF quería llevar adelante, en pleno espíritu joseantoniano:
La Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, por medio de su servicio de Cultura, abriga la intención de dar toda la importancia que tiene a la enseñanza de la música y, en particular, de nuestro maravilloso «folklore» español y cantos religiosos. […] Queremos –dice [Pilar Primo de Rivera, nda.]– por medio de la música unir las regiones de España. Queremos lograr la compenetración del pueblo español, la armonía entre las provincias, la unidad entre los hombres de España por medio del ritmo, de la música, del arte. Cuando Zaragoza baile sevillanas y Sevilla cante jotas, se habrá hecho un gran paso hacia la unidad de la Patria.73
Por una parte, numerosas agrupaciones folclóricas tuvieron su origen en esta sección, por otra, hubo un mundo folclórico autónomo o no integrado, además de muy diversificado según regiones y provincias. Su concepto de cultura, aplicado al rescate folclórico, supuso un ataque profundo y serio a dos elementos consustanciales a las manifestaciones populares: la participación y la espontaneidad. Los bailes y canciones casi perdidos no se enseñaban a los habitantes de los pueblos de procedencia, sino que eran celosamente transmitidos a los grupos de la institución, otorgándoles la calidad de «sacros depositarios de la tradición popular».74 De manera que la SF no contribuiría a la codificación de las manifestaciones folclóricas y no siempre a su conservación, sino a su resemantización, convirtiéndolas en cáscaras visuales, vaciadas de contenido, desarraigadas de su sentido comunitario, para un mercado del folclore nacional.
El vitalismo local y regional es un hecho del alma. Desconocerlo es diluir el aliciente de la colaboración entre los conciudadanos o los corregionales en la ordenación de su futuro. Folclores, costumbres, tipismo, son ingredientes epidérmicos pero no menos importantes. Son los que fisonómicamente pueden hacer atractiva y simpática la variedad, cuyo objetivo es la verdadera unidad.75
Pero la SF fue mucho más allá. Desde 1957 llegaría a implantar en todas las provincias sus concursos de CyD, coincidiendo con festejos locales y fiestas patronales, como momento de recuperación del folclore y cohesión interclasista, incluso en lugares donde formas de expresión y ritualidad comunitaria tuvo literalmente que inventarlas.76
Si la labor de CyD descansaba en la banalización folclórica de las culturas regionales, la dimensión de la erudición tocaría otros ámbitos, específicamente implantados desde las instituciones culturales del régimen. El grueso de esas estructuras responde al diseño de incorporación erudita de las historias y formas culturales (variamente) locales en la cultura patria de alta voladura, planteado desde el CSIC, fundado en 1939 bajo el modelo del CNRS francés y bajo el control de los nacionalcatólicos. De su Sección de Tradiciones Populares dependía la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares (RDTP). He aquí su conceptualización del hecho folclórico y su diferenciación de las actividades definidas como cultivadas, en palabras de su director:
El hecho folklórico ha de ser anónimo, colectivo, contrapuesto a la invención personal. No sólo no es folklórica la obra literaria o manual de la ciencia y del arte culto de determinado autor, sino que la misma obra manual u oral del artista más popular carece, por este carácter, de su condición folklórica, que sólo puede lograrla cuando esta invención, en su propagación anónima, se ha hecho patrimonio común del vulgo. Una cualidad fundamental del folklore es la tradición, y por eso deja a un lado conocimientos y quehaceres populares que no sean tradicionales.77
La RDTP reúne ensayos sobre dialectología, literatura, religión, música, canto y baile, costumbres familiares y sociales, fiestas, juegos, mundo agrícola, construcciones, indumentarias e incluso secciones sobre medicina popular y vida sobrenatural. Sin embargo, el interés por el estudio del lenguaje popular no llega a poner de relieve la existencia de hablas nativas, sino solamente hace hincapié en la vigencia de usos lingüísticos, vocabularios locales, etc. Por lo demás, el estudio y la recopilación de las tradiciones populares tendrían un sentido de contribución a la identificación y cohesión nacional del pueblo español.
La historia del pensamiento español no se podría hacer sin el estudio de sus filósofos y literatos, pero tampoco una filosofía del pueblo español sería perfecta sin el estudio del saber popular, y en especial de su literatura (refranes, canciones, etc.), que refleja su alma con más fidelidad que las producciones del pensador erudito, de materiales en gran parte exóticos.78
Otra muestra de proyección erudita de lo regional fue la singular iniciativa de fomento de los estudios pirenaicos, desde 1942, a través de la Estación de Estudios Pirenaicos (EEP) con sede en Jaca. Esta organiza en 1943, por ejemplo, un Concurso Lexicográfico de los Valles Pirenaicos: «…teniendo en cuenta la importancia del léxico pirenaico en vías de desaparecer a causa de la influencia de la Ciudad sobre las regiones más alejadas del Pirineo, desea salvar de la desaparición segura el tesoro de la lengua y cultura popular».79
Convertida desde 1948 en Instituto de Estudios Pirenaicos (IEPIR), bajo la atenta mirada del ministro de Educación, fundador del CSIC y su presidente hasta 1951, José Ibáñez Martín: «El Pirineo, con su asombrosa variedad de aspectos, ha sido abierto a la administración nacional y extranjera, y ha servido de marco gigantesco de las enseñanzas universitarias».80
No debe sorprender la elección del Pirineo como objeto de estudio unitario. Esos sectores que, desde planteamientos variamente nacionalcatólicos, restauracionistas y tradicionalistas, predicaban cierta participación y visibilidad de la región y de las sensibilidades e historias que no fueran directa y preferentemente castellanas (y viejo-castellanas más en concreto), habían aislado en el Pirineo una forma peculiar de tradición dinástico-sucesoria, una acusada diferencialidad ligada de manera muy estrecha a un mundo rural y tradicional, con costumbres, hablas vernáculas e idiosincrasias propias, aunque muy distintas entre ellas. De la misma manera, aunque bajo otras coordenadas, el discurso franquista de la primera mitad de los años cuarenta había imaginado así la españolidad de todo el Pirineo.
Pues aunque el CSIC fuera una estructura en manos de los nacionalcatólicos, no cabe duda de que sus delegaciones locales fueron un lugar de encuentro entre sensibilidades diferentes. Falangistas auténticos como Tovar encuentran el espacio para participar en sus actividades, como con ocasión del Primer Congreso Internacional del Pirineo (1952), con un ensayo sobre el substrato idiomático y mitológico vasco a lo largo y ancho de la cordillera.81 Además de la entidad pirenaica, otras sensibilidades eruditas desarrollaban su labor en entidades provinciales, algunas ya existentes, otras de reciente creación, otras fruto de un proceso de refundación de otras preexistentes. Sobre esta base, la España franquista pondría manos a la obra de la articulación de los estudios locales, a través de un patronato específico adscrito al CSIC, el Patronato «José María Quadrado» (1947).82 Representativas de este espíritu, y de su transversalidad, las palabras de José Luis de Arrese, presidente del patronato.
… no podemos ser tan estúpidos de creer que para lograr la unidad de España tenemos que dedicar todas las mañanas nuestros mejores ataques al aurrescu o a los zorzicos, a la sardana o a la muñeira. Esto no es lo separatista: esto es lo folklórico, y precisamente lo folklórico afirma la unidad de España con más firmeza que cualquier otra cosa, porque nos recuerda mejor con su contraste y variedad que España es una unidad de destino y no una unidad racial.83
Al año de actividad del patronato, Ibáñez Martín valora entusiásticamente la labor efectuada:
Los pueblos, como España, de cultura antigua y militante historia, no han encerrado el florecer de su civilización en ámbitos estrechos y exclusivos; más bien han derramado la vitalidad de sus empresas por los rincones todos del suelo patrio. Las tierras españolas guardan, junto al testimonio del heroísmo, los monumentos del arte; pero sobre todo pervive, en muchos de sus lugares, un heredado y operante afán de cultura, que mantiene el estudio de los archivos provinciales; recoge los cantos y romances de la región y contribuye a forjar, en capítulos locales y monográficos, la historia entera de nuestra Nación.84
Y así, volviendo reiteradamente sobre este patrón, en numerosas intervenciones y artículos ya citados en otros ensayos.85 Estas instituciones de estudios locales se estructurarán a nivel provincial, actuando en la doble calidad de dependientes de los servicios culturales de las diputaciones y delegaciones locales del CSIC. El patronato se iría concretizando como una estructura de enlace y paraguas institucional a niveles burocrático y nacional, inicialmente con cometidos de financiación y cierta uniformización. Sin embargo, hubo provincias con instituciones más activas, ricas y prestigiosas que otras. Lo mismo hubo provincias sin delegación del patronato como instituciones que se fueron poco a poco excediendo de sus funciones provinciales para adquirir un más o menos reconocido papel regional. Una circunstancia que muestra, por sí sola, la primacía de las dinámicas locales sobre las directrices centrales. Donde había una buena tradición de erudición local, sólidos antecedentes en las Comisiones de Monumentos Históricos y una Diputación interesada y sensible al estudio de historias, costumbres, usos, lenguas e instituciones locales (incluso de irradiación regional), habría estables y fructuosas experiencias, notables conexiones con el mundo universitario y una muy activa vida cultural local. Sea como fuera, sobre unas bases de gran variedad, se inserta el trabajo nacional de las instituciones de estudios locales, no ya como peligro separatista sino como recurso de unidad nacional. Así lo interpreta Ibáñez Martín en los informes relativos a 1949 y 1950.86
LA ARTICULACIÓN DEL RELATO: CASTILLA, ARAGÓN Y ASTURIAS
Descendiendo a las expresiones concretas de regionalismo franquista, podemos apreciar aún más el alcance de la síntesis y coincidencia dialéctica de puntos de vista falangista, tradicionalista, nacionalcatólico y declinaciones intermedias. Paradigmático, en este sentido, es el caso de las celebraciones del Milenario de Castilla, organizadas en diversas localidades de la provincia de Burgos (Covarrubias, Oña, Burgos) entre agosto y octubre de 1943, festejadas por todo lo alto: emisión de sendos sellos conmemorativos con los escudos de las provincias viejo-castellanas y los símbolos de Fernán González, presencia del ministro Ibáñez Martín, asistencia de la hija del dictador Carmen Franco en calidad de reina de las celebraciones, implicación directa de la Vicesecretaría de Educación Popular y difusión masiva en los medios comunicativos (Radio Nacional de España, NO-DO). El Milenario sería pieza destacada del proceso de apropiación del pasado, a través de la movilización de la historia local en sentido patrio, al servicio de la construcción colectiva, y si se quiere de la nacionalización del régimen franquista, pero también de la apuesta de las élites falangistas burgalesas por nuevo renacimiento local, restableciendo un espejismo de la añorada y efímera capitalidad.87 Esta dinámica se vio acompañada de una rica presencia en la prensa diaria del régimen y sus publicaciones de alta cultura, con artículos de Tovar, Giménez Caballero, etc., el enaltecimiento del genio de Castilla, su papel histórico y su paisaje militar y absoluto.88
Definir a este castellanismo imperial como regionalismo es, sin embargo, algo complejo y, tal vez, pueda resultar hasta polémico. ¿Puede definirse como regionalismo, la exaltación continuada de una región concreta en cuanto creadora de la patria común? En la peculiar conformación que el discurso regionalista adquiere en la cosmovisión falangista, en principio, sí. Pues se trataría de un regionalismo imperial, discriminatorio, retórico en cuanto a la función de las demás regiones que no fueran Castilla, y Castilla la Vieja en particular.
La España pretérita la hizo Castilla. La lengua de Castilla, la mentalidad, las costumbres de Castilla. El arte y las manifestaciones del espíritu castellanos se impusieron en toda la península. Hubo un tiempo en que Camoens componía églogas en castellano y a la poesía castellana le dió leyes el catalán [Juan] Boscán [Almogávar]. […] Inútil será el milenario, conmemorando glorias pasadas y sin esperanzas de nuevas. La misión integradora y unificadora de Castilla tiene bien donde ejercerse en esta España en que están recientes los estigmas de la disgregación, en este mundo hispánico que se hunde sin esperanza, al menos en lo que podemos saber, en la mediatización y el coloniaje.89
La intervención erudita del Cronista de Burgos y presidente de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Burgos, Eloy García de Quevedo, es un especial condensado de provincialismo burgalés, orgullo viejocastellano, afirmación oficial-nacionalista y fidelidad al régimen.
Burgos, callado y vigilante, en 1918 al pretender crearse la mancomunidad catalana, y en 1932, cuando se quiere desgarrar la Patria con el Estatuto catalán, fiel al «prima voce» de su blasón, defiende sin temor a nada ni a nadie, la gloriosa unidad de España. Y después, por azares de la fortuna, o porque la ley de la Historia lo quiere, la capital, digna, serena y modesta de España, desde 1936 a 1939. Y ahora, en 1943, alza la voz para recordar a las gentes españolas las glorias milenarias de la Castilla independiente.90
Las intenciones de la celebración en absoluto se quedan cortas en cuanto a exaltación castellana: «…la glorificación de esta nuestra Castilla, tierra sin odios ni prejuicios, que a todas las comarcas hispanas ama, que nada pidió nunca, y que lo ha dado todo, el idioma lo primero, a España entera».91
La procesión cívico-religiosa acaba ante el Arco de Fernán González, con una alocución del alcalde de Burgos, Aurelio Gómez Escolar.
La realidad de Castilla, esa realidad que ha permanecido a través de todos los azares españoles sin posibilidad de escamoteos, se nos ofrece con esta autenticidad de mil años, gracias al impulso de la fundación. En aquel amanecer estaba entero este futuro, que ha hecho de Castilla una a modo de reserva moral española.92
Pues la misión y aportación de Castilla a la Patria Grande no solamente es haber hecho España, sino anteponer esa construcción y unidad a su propio interés particular. Curiosamente, el mismo paradigma del sacrificio castellanista que iban desarrollando, desde el exilio antifranquista, los Carretero:93 «Aprendamos, pues, esta lección con un milenario de ejemplaridad en torno a la que ha girado, en sus horas mejores, la vida de nuestra España. Pensemos en la seria y auténtica presencia de esta Castilla en la empresa total española, a la que dotó de razones aglutinantes y de vocación unificadora».94
No faltaría la contribución erudita de Menéndez Pidal, maestro de muchos de los ponentes, centrada en la figura del héroe de Castilla, Fernán González; una conferencia summa y síntesis de todos los elementos innovadores y universales de Castilla: lengua, espíritu imperial, visión de Estado, etc.: «En suma, la Castilla primitiva en su lenguaje, lo mismo que en la política y la guerra, lo mismo que en el derecho, se adelantaba a cumplir una evolución que estaba destinada a triunfar».95
Ahora bien, el filólogo gallego se deja llevar por necesidad de situar el caso español como ejemplo idealtípico, acometiendo así alguna pequeña triquiñuela, como los frecuentes parecidos entre francés/langue d’oil y español/castellano o Francia del Norte y Castilla.96 Algo que entra desde luego en conflicto con los dogmas y pasiones falangistas por la historia antigua y los frecuentes parecidos entre Roma/Imperio y Castilla/España/Imperio.97 Pues el objetivo de la exaltación de Castilla bien valía alguna nota intelectualmente desconforme para con la retórica oficial.
Tampoco faltaría la contribución de Arrese, en este mismo sentido, aunque con más directa proyección política, en la actualidad y la perspectiva de la exaltación del caudillaje como solución ante los momentos de crisis, con relativo parecido entre el conde de Castilla y Franco.98 Una proyección más directamente política tocó al ministro de Educación Ibáñez Martín, en un discurso celebrado con motivo de los Juegos Florales organizados dentro de las iniciativas del Milenario, donde expone el paradigma de Castilla como madre de España y centinela de la cristiandad europea contra el islam, a Burgos como su centro y capital, donde destaca el genio político unificador de Fernán González, y el apasionante proceso del castellano de dialecto a lengua común.99 Y eso, como si se tratara de algo casi sobrenatural e inevitable: de habla popular a lengua nacional, y de ahí a lengua del imperio. Un relato que podríamos definir como directa y llanamente pidalino, de darwinismo lingüístico.
Cuando un dialecto se impone como lengua común en un amplio grupo social, la lingüística demuestra que es siempre, por una poderosa razón de índole religiosa, política, económica o literaria. […] Castilla, la eterna Castilla, nos dio un idioma que llegó a ser ya para siempre en nosotros el sello inconfundible de su grandeza y de su espíritu.100
A esto hay que añadir el significado que alcanzan en 1936 las provincias viejo-castellanas y el Burgos capital de la España nacional, al servicio de la retórica de la victoria en la Cruzada y la reconstrucción de la historia de España en sentido finalista, donde la realización de la misión histórica del país ibérico se daría con el régimen entonces instaurado. La actualización y renovación de ese patrimonio, en función de la actualidad, no podía ser otra cosa que la exaltación de Castilla y su papel en la Cruzada Nacional contra la amenaza rojo-separatista, y el ensalzamiento de Franco como nuevo Fernán González:
Por ella la Patria entera recoge hoy el ejemplo de esa Castilla alumbrada hace mil años, y pone en el Caudillo la fe ciega que iluminó a Fernán González cuando, en trance gemelo del presente, sentía en su alma el feliz estremecimiento de servir un destino privilegiado ofreciendo a Dios el quehacer total de su pueblo. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!101
Como puede apreciarse, aunque fuera Castilla una especialidad del discurso imperial falangista, en su exaltación intervienen elementos procedentes de otros paradigmas discursivos. Muchos de estos elementos, y otros más, están activos y son reconocibles en el caso de Aragón, donde se conjuran todas las posibles codificaciones de la dimensión regional del franquismo: la región turística pirenaica, el musée vivant de hablas y culturas de la montaña, la reivindicación de la codificación del derecho privativo de la antigua Corona, la movilización erudita de las provincias hermanas, la exaltación de la pequeña patria dentro de la Grande, etc. El caso de cierto aragonesismo oficial (o permitido) ofrece una buena muestra de nacionalismo regionalizado articulado desde las estructuras oficiales del franquismo regional-provinciano. El desenlace de la Guerra Civil había truncado las corrientes democrático-autonomistas en Aragón, entregando a los sectores más conservadores de la burguesía local el cultivo y defensa de la identidad regional, de manera que los ideólogos del franquismo encontraron un campo libre para el despliegue propagandístico de la dictadura.102 Lo permitido, aunque a veces alentado, no pasaba de la ritualización de manifestaciones burdamente folclóricas, infraliteratura baturra, entusiasmos culinarios o devociones nacionalcatólicas.103 Sin embargo, el campo de intervención del discurso franquista, en una región tan identificable como Aragón, alcanzaba incluso momentos de pretensión académica, bien integrados en el relato nacional. Ese fue el caso de la Semana Augustea organizada en 1940 en el marco de las celebraciones del Bimilenario del Emperador romano Augusto.104 Otro ejemplo fueron en 1958 los festejos por el 150 aniversario de los Sitios de Zaragoza, con iniciativas de tono erudito y lúdico-literario, como el II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y los Juegos Florales. Lejos de ser un evento académico, el congreso, organizado por la local institución del Patronato «Quadrado», la Institución Fernando el Católico (IFC),105 presenta un relato de la guerra napoleónica marcado por los dogmas y mitos del nacionalismo español, significando la confluencia en Zaragoza de esa España hecha a través de sus provincias y representada por sus eruditos, archiveros y catedráticos de instituto, dispuestos a aportar todo un repertorio de héroes locales a la exuberancia patriótica de la efeméride, y concretamente la confluencia de las pequeñas Españas, ahora fundidas en el relato mítico de la Guerra de la Independencia y reflejando la esencia inmutable de lo español representada en las particularidades de la periferia.106
En el epicentro de casi todas las expresiones de exaltación regional durante el franquismo, sobre todo de las que tuvieron cierta pretensión intelectual, el IFC se convierte desde 1950 en una de las instituciones más influyentes de la región, parte importante de un proyecto de establecimiento de una cultura de corte fascista, antes, y en un espacio de sociabilidad para la élite intelectual falangista en general después.107 Pues fue en la conmemoración de las diversas efemérides cuando la institución se implicó de lleno en la gestión del pasado regional, rescatando las figuras y eventos históricos susceptibles de integrarse en el metarrelato del oficial-nacionalismo franquista, y presentando estos como la aportación genuinamente aragonesa a la forja de la nación.108 Una de estas fue la conmemoración del Quinto Centenario de los Reyes Católicos (1951-1952), en la que Ibáñez Martín, aragonés, nos deja otro preclaro ejercicio de uso nacional y partidista de la memoria dinástica regional.
Es, efectivamente, profunda la semejanza de los días que en aquella última parte del siglo XV antecedieron a la grandeza lograda por los Reyes Católicos con los días que en España precedieron a nuestro Alzamiento Nacional y lo justificaron haciéndolo necesario y urgente. Hubieron los Reyes Católicos de emplear puño de hierro contra la bandería, contra el sentido antinacional, contra el desmán, que hacía peligrosos los caminos españoles, contra la codicia de los logreros y mercaderes. Frente a un espíritu de dispersión afirmaron un espíritu de unidad. Vencer al enemigo interno era la premisa para vencer después al enemigo exterior. […] Desde 1936 –alba de Imperio, como entonces–, Franco y la Patria piden a todos que, por nuestros nuevos comunes provechos –que son los de entonces: Dios y España–, dejemos cuanto es pequeño, particular y desordenado, porque sólo con esta premisa, que nuestro Movimiento empezó a restablecer a precio de sangre, se está logrando, con frutos de abrumadora realidad, y bajo la gloriosa capitanía de Franco, la difícil pero segura conquista de la grandeza de España.109
Este paradigma de encaje, y al mismo tiempo de uso, de lo local en función nacional sería una constante en la relación entre nación y región en el Aragón del franquismo, cuyo panorama se completa con otras instituciones y un sinfín de publicaciones. En 1944 la IFC crea una asamblea de notables y profesionistas, aragoneses de sauce, residentes fuera de la pequeña patria, el Colegio de Aragón, que será presencia irrenunciable en seminarios, jornadas y festejos.110 Completan el panorama las instituciones de las demás diputaciones de la región, el Instituto de Estudios Turolenses (IET, 1948) y el Instituto de Estudios Oscenses (IEOS, 1949), y la singular experiencia regional del ya citado IEPIR en Jaca. A través de la actividad de sus secciones y las publicaciones de sus más prolíficos miembros nos podemos hacer una idea muy clara de una de las expresiones más definidas de regionalismo franquista. Nos centraremos aquí de manera preferente en el tratamiento y proyección que de la región ofrecen el IEPIR, la IFC y el IEOS. Algo que nos permite observar la laminación de proyecciones identitarias que concurren a formular el discurso regionalista aragonés afecto al régimen y la manipulación de los recursos a su alcance.
Si el ámbito progresivamente reconocido a la IFC se extiende a todo Aragón, el IEOS y el IEPIR se dedican a fomentar un nivel aún más reducido de particularismo. Si Zaragoza representa el corazón político y acervo histórico del antiguo reino, es en el Alto Aragón donde se acumulan sus más preciadas reliquias. Un territorio que sobrepasa los mismos límites de la región pero mantiene su centro en el Pirineo aragonés, con sus fablas, sus costumbres auténticas y sus paisajes incontaminados al servicio del mercado turístico nacional. Uno de los promotores de este interés es Pedro Arnal Cavero; oscense y miembro de la IFC, admirador de Costa y adherido al bando franquista desde la sublevación militar, dedica sus artículos en el Heraldo de Aragón a recopilar anotaciones de carácter moralista y etnográfico.111 En Aragón en alto (1942) recopila numerosos fragmentos en aragonés somontano, generalmente descripciones costumbristas o paisajísticas, preocupándose de su adecuado blindaje ideológico.
Aragón en alto… y España in excelsis. Así es y así sea, en sentido recto y en sentido figurado, en realidad y en simbolismo. Altas sus cumbres, y altos sus montes, y altos sus ríos, y altos sus pueblos, y altos y recios sus hombres… Y más alta todavía su historia, y más altas sus virtudes, y más altos sus valores espirituales, y más altos sus merecimientos, y más alta la reciedumbre de su carácter indomable […] Este libro quiere decir, con orgullo, parte del tesoro inmaterial que tiene el Alto Aragón, y también declara que espera, en justicia, trato mejor sin gran reiteración en el pedir, que mal se aviene al mendigar con la psicología aragonesa. Y es que Aragón quiere dar, porque puede, honra y provecho a España, en cantidad y en calidad insospechadas.112
El erudito del IEOS, Ricardo del Arco, sentencia en sus Notas de folk-lore altoaragonesas (1943) que en Aragón se estaba haciendo poco, a pesar de las grandes oportunidades de estudio y abundancia de posibilidades. Sin embargo, una vez más, lo que realmente cuenta es el contenido y sentido político-cultural en su conjunto.
Sin duda, la raza aragonesa se conserva aquí [en el Alto Aragón, nda.] más pura: ello se debe a que el Alto Aragón ha permanecido en un mayor aislamiento, y a que el musulmanismo [sic] no echó aquí hondas raíces, como lo comprueban la historia y el arte. El estudio de su cultura popular es menester no baladí, sino de alto linaje, porque se trata de la entraña de Aragón, de tanta significación en el conjunto español; de aquello que se esconde bajo el ropaje de lo circunstancial.113
Pues la vivienda, el traje, las danzas y fiestas votivas, pasando por la fabla utilizada en cantos y pastoradas, son expresiones de un inestimable poso de tradición nacional. Como sentenciaría Miguel Dolç unos años más tarde en la revista oficial del IEOS:
Es indudable, por otro lado, que la zona más íntegra y más genuina del antiguo reino reside en el Alto Aragón y, en particular, en los serenos rincones pirenaicos. Gracias a su aislamiento, los posos de la tradición persisten casi inmóviles, pero sanos, en el Aragón septentrional: el habla, las costumbres, las danzas, las leyendas, los romances surgen, como si vivieran en la infancia, mojados con el primer rocío de los albores humanos.114
Como se puede notar, el concepto de Aragón que maneja el IEOS es muy restringido, identificado con el más sereno y puro de sus montañas, lejos de la contaminación urbana y moderna.115 Una de las expresiones más auténticas de ese tesoro, al mismo tiempo regional y nacional, sería lo que queda del romance aragonés, superviviente en los valles pirenaicos del norte bajo el nombre ni neutro ni científico de fabla. Aunque con unas dimensiones muy reducidas, y pobladas por filólogos extranjeros, el dato relevante de conjunto es la cola-boración regional entre entidades provinciales. El interés por el Alto Aragón se reparte entre las dos entidades citadas y la Sección de Folklore de la IFC y sus revistas Costumbres y Tradiciones y Archivo de Filología Aragonesa. Pues durante los años cuarenta se vive un notable desarrollo del interés por el folclore, la cultura popular y los dialectos pirenaicos.116 En septiembre de 1950 se celebra en Donostia, organizado por el IEPIR, el Primer Congreso Internacional de Estudios Pirenaicos, con la concurrencia de filólogos extranjeros y eruditos locales, que coinciden en el valor arqueológico del aragonés como vestigio y huella prerromana e ibérica en la sucesiva romanización.117 Un ejemplo bastante típico de interés erudito, aséptico en el uso del nombre aragonés en lugar de fabla y sin ninguna intención o fines de valorización del idioma, dentro de una línea que podemos asimilar a los estudios pidalinos, cuyo objetivo solía ser el de estudiar fablas, bables y dialectos en aras de una mejor comprensión de la historia y desarrollo de la lengua española. Desde Ramón y Cajal y Joaquín Costa, hasta Arnal Cavero, Tomás Buesa Oliver y Antonio Durán Gudiol, es decir, en la tradición anterior y cultivo presente del aragonés, este no es otra cosa que un dialecto, una curiosa reliquia y un desafío para las mentes superiores de una casta de eruditos.118 En fin, con las muchas distinciones que pueden alegarse (número de hablantes, prestigio literario, historia y antecedentes), el paradigma encontrado atrás por el asturiano/bable puede asumirse por el aragonés/fabla y el interés que suscita en las capas cultas del régimen, pura curiosidad cultural.119
Sobre esta base de movilización del medio cultural alrededor de lo que es privativo de Aragón, viene el desarrollo de una cada día más compleja y articulada oferta y reivindicación regional aragonesa. La IFC empieza a editar en 1955 una revista oficial, junto a los numerosos boletines de sección. La estre-cha relación de funcionalidad de la historia y valores locales para con la justificación y legitimación política del régimen viene a darse de manera ejemplar en las páginas de Zaragoza. En su primer número, Antonio Zubiri expresa las coordenadas de eso que parece un programa político-cultural en toda regla:120 «… que son algo así como la pequeña historia de una provincia que fué centro de un Reino glorioso en la gran Historia de la unidad de destino de España».121
De ahí que la IFC se vaya relanzando como herramienta al servicio de toda la región:
… plenamente inserta en el momento preciso de su tiempo, en el que se imponía la reconstrucción y propulsión de la cultura española, aquejada de antiguos males, y con ello, avivándose el conocimiento de lo aragonés desde un plano universal, desde todo lo alto, como en los mejores instantes, de Aragón, cuando fué faro luminoso de la espiritualidad mediterránea.122
De entre otros ejemplos de cuidadoso trabajo de suministro de recursos, la reivindicación de los fueros de Aragón bajo el patronato de San Jorge.123 Una contribución que no se limita al ámbito de la simple erudición y que logra tener una cierta y reconocida visibilidad pública, a través de iniciativas fuera de la academia. Mucho antes de la institucionalización del Día de la Provincia, a saber, activo desde aproximadamente 1962 en algunas provincias, las instituciones zaragozanas dan comienzo en 1956 a dos importantes efemérides, y lo hacen con contenidos sorprendentes: «Como actos, conmemoraciones, centrales de la Institución en este semestre figuran los Días de Aragón y de San Jorge».124
El Día de Aragón de entonces se celebra el 19 de marzo, ese año en el pueblo ilerdense de Cervera, caracterizándose como una «magnífica jornada de hermandad catalano-aragonesa».125 Es decir, como una celebración de las glorias de la Corona de Aragón en todos sus dominios peninsulares.
Otro caso paradigmático de uso nacional y franquista de la región, en este caso de alcance uniprovincial, es el de Asturias y la institución de cultura de la Diputación de Oviedo, afiliada al Patronato, el Instituto de Estudios Asturianos (IDEA). Su nacimiento se formaliza en 1946, en la senda de las celebraciones jovellanistas, aprovechando las propiedades y estructuras del antiguo Centro de Estudios Asturianos (CEA), por iniciativa de Sabino Álvarez Gendín.126 Su propósito fue entroncar los antecedentes de la erudición asturiana con una lectura que, a posteriori, insertaba el cultivo de lo regional-provincial declinándolo según la estricta liturgia franquista.
Las cosas de Asturias: Folk-lore poético y musical, los monumentos prehistóricos, arqueológicos y epigráficos, la diplomática o documental histórico, su idiosincrasia geográfica y sobre todo su bable, merecieron de tiempos pretéritos no solo el cultivo poético, […], sino el estudio de profesionales y aficionados, cuya recordación traigo como antecedente del Instituto.127
Sobre estas premisas, el IDEA acaba representando un ejemplo casi idealtípico de particularismo regional-provincial franquista, al imprimir un fuerte filtro a los estudios, interpretando los materiales culturales diferenciales de Asturias como particularidades de una imaginada cultura española.128 La exaltación de lo local se fue sustanciando en la recuperación/activación del covadonguismo, bien como visión del papel del Reino de Asturias en función nacional española, bien como celebración de los valores de sangre de una supuesta raza astur, en cuanto esencia de una españolidad incontaminada.129 Una vez más lo regional (y provincial), y su dimensión identitaria, se presenta como apoyo de la tradición, poso de valores ancestrales incontaminados por las contradicciones de la modernidad, y entre ellas la revolución social y el nacionalismo separatista. Además, la inversión que se hizo desde la Diputación para suportar al IDEA fue bastante respetable.130
El IDEA es sin ningún género de duda muestra de la que fue plena integración dentro del régimen de la visión de la región como algo espiritual e impolítico, mientras que las contradicciones o tensiones en la coalición de derechas que fue el franquismo asturiano no parece que fueron esenciales al respecto. Algo que no hace más que indicar que, en primer lugar, fue más lo que unió a esos grupos que lo que los separaba y, en segundo lugar, que la identidad de intereses y de prácticas de los distintos integrantes del IDEA fue relevante.131 Sobre esta base nacional se inserta la atención hacia la cultura regional-provincial, hacia lo que es privativo de Asturias, parte de su patrimonio único más particular y que solo tendría sentido si incorporado en la grande misión universal de España: la historia regional, la lengua y folclore. El tema histórico representa, con creces, el mayor activo del IDEA, tanto como volumen de artículos en su boletín como en concepto de publicaciones separadas y libros editados por la entidad. Se reseñan así las glorias del Reino de Asturias y la Reconquista, la resistencia contra Roma y la llegada de la ilustración en figuras como Jove-llanos, el patriotismo asturiano durante la Guerra de la Independencia y last but not least la justificación en sentido franquista de todo episodio y personaje local. De manera que, frente a la presencia relevante de experiencias y figuras progresistas o revolucionarias, los estudios del IDEA acababan eliminándolos de la historia regional. El discurso historicista de la entidad se sustancia en un sentimiento que ya no consiste en un simple localismo, sino en un chauvinismo, no solo porque Asturias haya estado presente en la historia de España, sino porque esta presencia había sido una realidad que abundaba en una determinada manera de entender la patria hispana, funcional a la justificación histórica del alzamiento nacional.132
Sin embargo, es por el tratamiento de cuestiones como la lengua y el folclore por lo que el IDEA nos ofrece los ejemplos cualitativamente más interesantes. Se ha interpretado que el interés del franquismo asturiano por el dialecto local procede de la convicción de su falta de potencial identitario peligroso para la nación española.133 Efectivamente, el Catecismo patriótico español (1937) de Menéndez-Reigada ni hacía referencia al asturiano siquiera como dialecto español. En realidad lo que el franquismo mostraba hacia el asturiano expresaba más bien un tanto de despreocupación positiva, una falta de intervención ante una realidad ya ampliamente degradada, que iba acentuando su conversión en dialecto del castellano, y que no representaba nada más que una curiosidad etnográfico-folclórica.134 Según una sugerente interpretación, el régimen franquista mantuvo en vida el asturiano, a través de una calculada permisividad, pero como un cuerpo casi muerto, en coma irreversible, que ya no podía encarnar ningún deseo pecaminoso ni representar peligro alguno para la nación española.135 El asturiano, reducido a elemento folclorizante y objeto de estudio de algunos eruditos, ya no podía representar ninguna amenaza al dominio del castellano y a la jerarquización de los recursos culturales. En los intersticios de este juego de encajes, el asturiano tuvo el papel de dialecto o conjunto de hablas nativas y Asturias, su historia imaginada y su identidad conservada, la significación de región histórica, antiguo reino que encuentra su misión universal en ser parte de la grande empresa nacional española, y nada más. Por otra parte, el interés por la filología y literatura en asturiano estuvo muy por debajo del volumen de trabajos que la entidad produjo o editó sobre el castellano: veintiséis contra treintaitrés. La lengua de comunicación, estudio y recopilación sobre la lengua nativa era el castellano. Ante la alta costura de las publicaciones de filología y literatura castellana, sobre las glorias asturianas de la literatura en la lengua universal, el espacio dedicado a la lengua regional fue muy delimitado metodológica e ideológicamente. El primer número de Bidea, editado en 1947, ofrece una buena muestra de las líneas de interés de los estudios asturianos: dos ensayos sobre la figura de Jovellanos, el poema en bable de Constantino Cabal, Ye pequeñina y galana, una poesía festiva en bable de Antonio Oliveros, Si non juera la vesita, y la presentación del primero de una larga teoría de obras sobre los diferentes bables, El bable de Cabranes de L. R. Castellano.136 En el segundo número, de ese mismo año, Álvarez Gendín fue fijando las bases de la intervención cultural en tema lingüístico.
Es típico vehículo del alma asturiana el bable; este bable cuya fonética y semántica guarda tanto acompasamiento como la fonética y la semántica medieval, y cuando no a veces también con su morfología, y por eso, a la jota aspirada o gutural la representamos como sonaba y se decía en el siglo XIII como y griega, […]; este bable tan flexible para sintetizar en un verbo, y a veces onomatopé-yico, todo un circunloquio verbal según lo requiere el castellano, el español moderno.137
La lengua nativa se presenta así como símbolo y orgullo de la tierrina, objeto de culto e idealización.
Pues bien, para evitar, no que el lenguaje no evolucionare [sic] a tenor de las necesidades de cada momento y de los descubrimientos de cada hora, sino que olvidáramos el hablar popular de nuestros mayores, era notorio que si no se constituía algún organismo que recogiese las reliquias dialectales y las conservase en estudios sobre el romance y la filología, recopilando los escritos de nuestros poetas hablistas, o redactando un diccionario en bable, todo se perdería en el insondable mar de la literatura moderna, que la imprenta, sobre todo la prensa periódica, y hoy la radio, hace inundar la región, hasta penetrar en los más apartados intersticios rurales.138
Es patente la proyección del bable como algo que se habría de proteger del ataque de la modernidad, sin embrago, las herramientas de esta salvación serían la recopilación y cierta ordenación erudita de lo popular, y el objetivo final en absoluto sería su dignificación literaria y formal ni su consideración como lengua propia y normativa. Bajo este prisma, la consideración de la necesidad de volver las manos a la obra planteada por Jovellanos y otros que,
… se propusieron la formación de un diccionario del dialecto asturiano llegando a publicarse el plan de esta obra que quedó solo en proyecto, […]. El Instituto de Estudios Asturianos nace no en vía estrecha, sino encarrilado en amplio camino de una provincia no solo rica en estudios folklóricos, dialectales y genealógicos […], sino geológicos y mineros, como los de Jovellanos, [etc.].139
La formación de un diccionario, la recopilación del vocabulario local, etc., pueden representar un paso necesario por la normativización de cualquier idioma, sin embargo en el planteamiento del IDEA no habría nada más que eso: recopilación sin normativización y exaltación sin oficialización.
Al margen de libros, ensayos y conferencias, el IDEA solía organizar también varios tipos de concursos: en 1948 y 1958, tuvieron lugar sendas ediciones del Concurso de Cuentos Regionales, en 1951 un concurso de poesía lírica en castellano y bable, y en 1956 otro sobre la figura de Menéndez Pelayo. A saber, en 1947 se había organizado también una Fiesta del Bable.140 Para completar el abanico de temas y puntos de vista que esta iba socializando, como el interés por el celtismo y la institución tradicional del conceyu. Dos líneas que solían ir emparejadas a cierto discurso tradicionalista y carlista.
Más allá de la funcionalidad casi mecánica, donde el asturiano se percibe y vive esencialmente como parte de un mundo ajeno al complot rojo-separatista y masónico, encariñarse con la lengua vernácula y los placeres del entrañable dialecto tiene otra perspectiva más profunda e ideológica. Para poderla observar hay que hacer nuevamente referencia a Menéndez Pidal. Pues, la entidad le elige miembro honorario en 1947, de entre sus primeras actuaciones, mientras en 1962 vuelve a editar sus dos históricos trabajos filológicos sobre el asturiano.141
Los postulados lingüísticos del IDEA, y de todo el particularismo franquista de Asturias, eran los generales que mandaban en toda España. Siguiendo los postulados pidalinos, el leonés (o astur-leonés o asturiano según los gustos), el aragonés, el navarro y el castellano serían todos dialectos del español. Este punto de vista ideológico, antes que científico, tiene la funcionalidad de exaltar la lengua universal como algo superior que se ha construido de manera compartida entre los españoles, por confluencia y unificación de dialectos y bajo leyes naturales casi darwinianas. La recopilación, el estudio y el cultivo de una lengua nativa, pues, se hacen a través de la lente superior de una lengua universal y, al mismo tiempo, como instrumento para mejor conocer la segunda desde las bases de la primera. La operación ideológico-cultural del maestro de la filología nacional española, como ya hemos adelantado en apartados ante-riores, viene a constituir la paradoja de rebajar a simple conjunto de hablas el asturiano dentro del antiguo dialecto leonés y, al mismo tiempo, de diferenciar de manera clara el dominio del leonés de sus vecinos gallego y castellano.
Aunque de esa forma muy limitada, la actividad del IDEA tuvo como consecuencia de longue durée, no se sabe si consciente, una identificación entre Asturias y su habla, aunque fuera al plural. Tal vez fuera una paradoja, como a menudo en la historia de las identidades (y no solo), pero esa declaración de unitariedad de facto, que hacía que el bable se fuera identificando cada vez más con Asturias, mucho más allá de las fronteras lingüísticas reales, llevaba dentro la imaginación de una diferenciación interna casi infinita. Con lo cual, una de las características principales de la política lingüística del IDEA fue precisamente declinar la denominación de bable al plural.142 De ahí que el común denominador de las obras sobre el asturiano fuera el paradigma, repetido al infinito de el bable de…, de una comarca, de un valle, de un conceyu, de un pueblo, occidental, oriental, central, pero siempre de Asturias. Ante la existencia de rasgos comunes, que diferencian el asturiano de las demás lenguas vecinas, la teoría de los bables hace hincapié en las diferencias internas para plantear la inviabilidad de una koiné asturiana.143 Cabe decir que, el propio uso de bable no deja de tener un cariz despectivo, reseñando sus posibles significados y etimologías: habla confusa y balbuciente, balbucir, evolución de habla o fabla del latín fabula, babel de confusión e incluso procedentes de onomatopeyas como bla-bla-bla; mientras que el plural bables tiene un parecido ideológico con otro plural, el francés patois, y la negación de cualquiera unidad idiomática interna o independencia morfológica. A saber, si la invención del término bable fue a cargo de Jovellanos, la de su declinación al plural parece proceder del propio Menéndez Pidal.
MÁS ALLÁ DE UNAS CONCLUSIONES…
No cabe duda de que la perspectiva que adoptamos a la hora de plantear una investigación acaba condicionando profundamente el momento interpretativo. Eso quiere decir que, a menudo, las conclusiones tienen más de retórica consuetudinaria que de rigor científico. Pues lo que hemos planteado como enfoque en las líneas introductorias y desarrollado, creemos que de manera coherente, tal vez necesite ahora un mayor nivel de problematización. Asimismo, el campo de los estudios sobre nacionalismo regionalizado y, en concreto, sobre el regionalismo franquista tiene muchísimo camino por recorrer. Hoy conocemos, o por lo menos algunos lo interpretamos así, el franquismo como un paradigma oficial-nacionalista, un nacionalismo banal, dotado de una dimensión regional y discurso regionalista. Este se articula como relato de soporte particularista al paradigma universalista. Ahora bien, hasta la fecha solo hemos aislado, aunque con buen nivel de precisión, el objeto de investigación, hemos verificado su existencia y funcionalidad, sin embargo, todavía no hemos entrado en la profundidad del asunto. Cada región, cada relato regionalista, necesitaría un estudio cuantitativo, por ejemplo en la prensa local o en el día a día de la educación, en su desarrollo concreto, que de manera inevitable nos podría hacer perder de vista la dimensión global del todo. Pero solo de este modo daríamos con la articulación concreta y la mecánica histórica de los paradigmas que hemos aislado como discurso, uso y relato y, si a caso, poder cuantificar el alcance del regionalismo en la nacionalización franquista.
Una segunda cuestión que, a nuestro entender, queda todavía por precisar es el papel real, concreto, de la región en la pugna entre falangistas y nacionalcatólicos que caracteriza la cronología tratada. Al parecer, la victoria de los nacional-católicos en la pugna por el poder y la hegemonía cultural no conlleva ningún cambio en la política regional del régimen. Esto abre camino a diferentes hipótesis todavía por explorar: en primer lugar, si el recurso al argumento regional no fue nada más que baza instrumental de una polémica, sin ninguna consecuencia, una vez ganada la batalla; en segundo lugar, si el dogma funcional-centralista, por una parte, y el miedo al separatismo, por la otra, pudieron incluso con las mejores intenciones y auténticas preocupaciones regionalistas, y, en tercer lugar, si no fuera nuestro punto de vista actual, tan contaminado hasta la fecha por la confusión conceptual entre nacionalismo (regionalizado) y nacionalismo (periférico), a impedir una lectura más profunda del regionalismo franquista. Pues, si así fuera, si pudiéramos interpretar todo lo que hemos aquí reseñado, como algo coherente con la proyección de la región como elemento funcional a la nación, no relevaríamos ninguna incoherencia ni contradicción. Más en concreto la región franquista era lo que era, no aquello que nosotros podemos imaginar o la oposición franquista reivindicar: un paradigma espiritual, un espacio para la erudición elitista, un lugar para disfrutar del folclore. Al fin y al cabo, como se ha subrayado, el contenido del paradigma identitario franquista era lo que era, donde el pueblo y lo popular fueron substituidos por la tradición y lo tradicional.144
Una tercera cuestión atañe al papel que se le asigna a cada región, en su cometido de afluente chico pero valioso del río grande de la patria. Una respuesta inmediata, diríamos gráfica, se puede ofrecer al hilo de las páginas aquí escritas. Esbozar una suerte de genealogía franquista de las regiones españolas choca de entrada con la cuestión de Castilla, primus inter pares para unos y fundadora de España para otros. Es más, choca con todo el patrimonio del nacionalismo español y todas sus tendencias. Circunstancia que, de paso, dificulta sobremanera la articulación de un regionalismo castellano, al necesitar un arriesgado replanteamiento del papel imperial de Castilla. Y sin embargo cada región aporta algo, incluso en los planteamientos más castellano-céntricos: Asturias, el reducto más auténtico de la cristiandad española, de sus tradiciones intactas; Aragón, la solera de una prestigiosa corona y cultura de Estado; ambas conservan auténticos tesoros culturales en sus hablas entrañables pero condenadas a la desaparición. Cada región aporta también sus hijos a la patria, y cada uno de ellos mantiene a menudo una postura regional-particularista menos conocida, integrada en otra nacional-universalista, o bien combina una visión global con una particular: Calvo Serer en Valencia, Ibáñez Martín en Aragón, Tovar ante lo vasco, etc.
Por último, dejamos el asunto más polémico entre todos, porque afecta directamente a las fidelidades e identidades que el historiador del presente pueda tener de facto, su lugar en el mundo, su punto de vista, como producto de relaciones históricamente determinadas y a menudo invisibles. Pues sería el caso preguntarse cuánta parte de todo lo que hemos reseñado es peculiar del franquismo y no lo sería también, por lo menos en sus líneas generales, del otro oficial-nacionalismo, el de la oposición. El castellano-centrismo, el papel particular y/o nacionalizador de la pequeña patria, la jerarquización entre nación y región, el eje central de la justificación de la nación articulada desde el Estado, al margen de los recursos argumentales que se utilicen, y unas cuantas cosas más, no pueden achacarse solamente al franquismo. Asimismo, como se ha podido sobradamente observar, el paradigma del particularismo es plenamente parte del oficial-nacionalismo, por la vía del nacionalismo regionalizado.
Todo esto habría que retenerlo con atención cuando nos desplacemos a la época inmediatamente sucesiva, a los siguientes tres lustros, significados por la introducción de elementos y problemáticas nuevas que contribuyen a dibujar algunos de los contornos de la crisis final del régimen: las necesidades del regionalismo funcional, la renovación y resurrección de los nacionalismos periféricos y el cambio semántico sufrido por aquellos mismos productos culturales que aquí hemos observado.145
*La investigación en que se basa este ensayo se enmarca en el proyecto de investigación HAR2009-07825 y representa una extracto de algunas partes de nuestra tesis doctoral en curso de redacción por la Universitat Autònoma de Barcelona. Unas primeras bases incipientes de este ensayo, en A. Geniola: «Erudición y particularismo. Sobre la oferta “regionalista” del franquismo», en A. Cabana Iglesia, D. Lanero Taboas, V. M. Santadrian Arias (eds.): VII Encuentro de Investigadores sobre el Franquismo, Santiago, Fundación 10 de Marzo-Departamento de Historia Contemporánea e de América/Universidade de Santiago de Compostela, 2011, pp. 163-175.
1F. Archilés: «Hacer región es hacer patria. La región en el imaginario de la nación española de la Restauración», Ayer, 64, 2006, pp. 121-147; S. Cavazza: «El culto de la pequeña patria en Italia, entre centralización y nacionalismo. De la época liberal al fascismo», Ayer, 64, 2006, pp. 95-119; A.-M. Thiesse: Ils apprenaient la France. L’exaltation des régions dans le discours patriotique, Paris, MSH, 1997; A.-M. Thiesse: «Centralismo estatal y nacionalismo regionalizado. Las paradojas del caso francés», Ayer, 64, 2006, pp. 33-64. El dosier del número 64 de la revista Ayer, a cargo de Xosé Manoel Núñez Seixas, representa una cata lo suficiente representativa de esos estudios.
2Esta circunstancia es producto, desde luego, de la mayor importancia y visibilidad de estos fenómenos respecto al regionalismo franquista. Una muestra representativa en dos obras de absoluta referencia en la materia: J. L. de la Granja, J. G. Beramendi y P. Anguera: La España de los nacionalismos y las autonomías, Madrid, Síntesis, 2003, pp. 165-191; X. M. Núñez Seixas: Los nacionalismos en la España contemporánea (siglos XIX y XX), Barcelona, Hipòtesi, 1999, pp. 116-125.
3X. M. Núñez Seixas: «De gaitas y liras: Sobre discursos y prácticas de la pluralidad territorial en el fascismo español (1930-1950)», en M. A. Ruiz-Carnicer (ed.): Falange. Las culturas políticas del fascismo en la España de Franco (1936-1975), Zaragoza, IFC, 2013, p. 289.
4S. Cavazza: Le piccole patrie. Feste popolari tra regione e nazione durante il fascismo, Bolonia, Il Mulino, 1997; C. Faure: Le projet culturel de Vichy, Lyon/París, Presse Universitaire de Lyon/CNRS, 1989; X. M. Núñez Seixas y M. Umbach: «Hijacked Heimats: national appropriations of local identities in Germany and Spain, 1930-1945», European Review of History/Revue Européenne d’Histoire, vol. 15, n.º 3, 2008, pp. 295-316.
5X. M. Núñez Seixas: «De gaitas y liras…», op. cit., p. 292.
6Acometimos un primer acercamiento al regionalismo franquista ante las culturas vasca y catalana dentro del proceso de nation-building español en A. Geniola: «Provincia y Región en la España Foral y Asimilada. Particularismo franquista, erudición elitista y regionalismo oficial-nacionalista: Euskal Herria y Països Catalans durante el franquismo (Apuntes de investigación)», en Á. Barrio Alonso, J. de Hoyos Puente y R. Saavedra Arias (eds.): Nuevos horizontes del pasado. Culturas políticas, identidades y formas de representación, Santander, Publican, 2011. Sobre el galleguismo durante el franquismo, véase X. M. Núñez Seixas: «Galeguismo e cultura durante o primeiro franquismo (1939-1960): unha interpretación (I)», A Trabe de Ouro, 19, tomo III, 1994, pp. 99-117; X. M. Núñez Seixas: «Galeguismo e cultura durante o primeiro franquismo (1939-1960): unha interpretación (e II)», A Trabe de Ouro, 20, tomo III, 1994, pp. 85-103.
7C. Molinero y P. Ysàs: La anatomía del franquismo. De la supervivencia a la agonía, 1945-1977, Barcelona, Crítica, 2008, pp. 9-39; E. Moradiellos: La España de Franco (1939-1975): Política y sociedad, Madrid, Síntesis, 2003, pp. 69-80 y 103-113.
8I. Saz Campos: España contra España, Madrid, Marcial Pons, 2003.
9I. Saz Campos: Fascismo y franquismo, Valencia, PUV, 2004, p. 275.
10X. M. Núñez Seixas: «La España regional en armas y el nacionalismo de guerra franquista (1936-1939)», Ayer, 64, 2006, pp. 201-231; X. M. Núñez Seixas: ¡Fuera el invasor!, Madrid, Marcial Pons, 2006, pp. 271-320.
11X. M. Núñez Seixas: Los nacionalismos…, op. cit., p. 117.
12Sobre este concepto y su aplicación concreta, véase el ya clásico ensayo de Billig, del que es disponible una traducción al catalán en M. Billig: Nacionalisme banal, Catarroja, Afers, 2006.
13J. García Álvarez: Provincias, regiones y comunidades autónomas. La formación del mapa político de España, Madrid, Temas del Senado, 2002, pp. 244-248, 293-305 y 369-390. Las regiones históricas mencionadas son: Andalucía, Aragón, Asturias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Extremadura, Galicia, León, Murcia, Navarra, Valencia, Vasconia, Baleares y Canarias.
14V. García-Martí: Galicia, la esquina verde, Madrid, Editora Nacional-Las Tierras de España, 1954; M. García Venero: Cataluña, síntesis de una región, Madrid, Editora Nacional-Las Tierras de España, 1954; M. Iribarren: Navarra. Ensayo de biografía, Madrid, Editora Nacional-Las Tierras de España, 1956; Á. Villarta: Asturias. Cumbre, valle, mar, Madrid, Editora Nacional-Las Tierras de España, 1957; G. Sabater: Mallorca, ayer y hoy, Madrid, Editora Nacional-Las Tierras de España, 1961; M. García Venero: Canarias (Biografía de la región atlántica), Madrid, Editora Nacional-Las Tierras de España, 1962; L. A. de Vega: Nosotros los vascos, Madrid, Editora Nacional-Las Tierras de España, 1962.
15X. M. Núñez Seixas: «De gaitas y liras…», op. cit., pp. 289-316; X. M. Núñez Seixas: «La(s) lengua(s) de la nación», en J. Moreno Luzón y X. M. Núñez Seixas (eds.): Ser españoles. Imaginarios nacionalistas en el siglo XX, Barcelona, RBA, 2013, pp. 261-267.
16X. Sierra Labrado: «Francesc Alcayde Vilar, valentinicultor», Afers, 55, 2006, pp. 586-590.
17F. Alcayde Vilar: «El Concepto de Nación según José Antonio», Anales de la Universidad de Valencia, vol. 16, cuaderno 121, año XVI (1939-1940), pp. 11 y 12.
18Ibíd.
19José María Cordero Torres, futuro letrado del Consejo de Estado y magistrado del Tribunal Supremo, luego conocido por su incombustible dedicación al retorno del Peñón al hogar patrio.
20J. M. Cordero Torres: Aspectos de la misión universal de España, Madrid, Ediciones de la Vicesecretaría de Educación Popular, 1944, p. 18.
21M. García Venero: Víctor Pradera: Guerrillero de la unidad, Madrid, Editora Nacional, 1943, p. 11.
22F. Franco Bahamonde: «Prólogo», en V. Pradera: Obra Completa: 2 Tomos, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1945, tomo I.
23V. Pradera: «Fuerismo, regionalismo, separatismo», en V. Pradera: Obra Completa, 2 Tomos, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, tomo I, 1945, p. 369.
24Elementos de esa síntesis o comunión, desde luego no exenta de tensiones y vaivenes jerárquicos, se pueden también encontrar en el calendario de festejos y efemérides del régimen. Véase Z. Box: España, año cero. La construcción simbólica del franquismo, Madrid, Alianza, 2010, pp. 119-196; Á. Cenarro: «Los días de la “Nueva España”: entre la “revolución nacional” y el peso de la tradición», Ayer, 51, 2003, pp. 115-134; P. Rujula: «Conmemorar la muerte, recordar la historia. La Fiesta de los Mártires de la Tradición», Ayer, 51, 2003, pp. 67-85. Aunque cabe recordar que pudo tratarse a menudo de una suerte de vampirismo simbólico, dentro de unas relaciones también tensas al hilo de la unificación forzada: J. Canal: El carlismo: Dos siglos de contrarrevolución en España, Madrid, Alianza, 2000, pp. 342-370; J. Canal: «Fiestas, calendarios e identidad carlista en España: la festividad de los mártires de la tradición», en M. Ridolfi (ed.): Rituali civil. Storie nazionali e memorie pubbliche dell’Europa contemporanea, Roma, Gangemi, 2006, pp. 141-151.
25F. Franco Bahamonde: «Declaraciones al enviado especial del periódico brasileño “Jornal do Brazil”, enero de 1938», en F. Franco Bahamonde: Palabras del Caudillo, Madrid, Editora Nacional, 1943, p. 411.
26M.-A. Barrachina: Propagande et culture dans l’Espagne franquiste (1939-1945), Grenoble, Ellug, 1998, pp. 139 y 144.
27F. Franco Bahamonde: «Discursos pronunciados con motivo de su viaje a Galicia, La Coruña, 22 de junio de 1939», en F. Franco Bahamonde: Palabras del Caudillo…, op. cit., p. 135.
28X. M. Núñez Seixas: «Sul nazionalismo spagnolo e la questione linguistica (1900-1975)», Nazioni e Regioni, n. 1, 2013, pp. 35-57.
29S. Senz: «Una, grande y (esencialmente) uniforme. La RAE en la conformación y expansión de la “lengua común”», en S. Senz y M. Alberte (eds.): El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las academias de la lengua española. 2 vols., Barcelona, Melusina, 2011, vol. II, pp. 9-302. Destituido como director de la Real Academia Española en 1939, Menéndez Pidal es reintegrado en el cargo en 1947.
30Sobre el nacionalismo lingüístico y su aplicación al caso español: J. C. Moreno Cabrera: «El nacionalismo lingüístico español», en C. Taibo (dir.): El Nacionalismo español. Esencias, memoria e instituciones, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2007, pp. 351-376; J. C. Moreno Cabrera: «“Unifica, limpia y fija”. La RAE y los mitos del nacionalismo lingüístico español», en S. Senz y M. Alberte (eds.): El dardo en la Academia…, op. cit., vol. I, pp. 157-314.
31P. García Isasti: La España metafísica. Lectura crítica del pensamiento de Ramón Menéndez Pidal (1891-1936), Bilbao, Euskaltzaindia, 2004, pp. 313-411.
32De entre las obras editadas entonces: R. Menéndez Pidal: El idioma español en sus primeros tiempos, Madrid, Espasa-Calpe, 1942; R. Menéndez Pidal: Castilla, la tradición, el idioma, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1945; R. Menéndez Pidal: El Imperio Hispánico y los Cinco Reinos, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1950.
33G. Álvarez Chillida: «Ernesto Giménez Caballero: unidad nacional y política de masas en un intelectual fascista», Historia y Política, 24, 2010, pp. 265-291; E. Ucelay-Da Cal: El imperialismo catalán, Barcelona, Edhasa, 2003.
34E. Giménez Caballero: España nuestra. El libro de las juventudes españolas, Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1943, pp. 32 y 33.
35Ibíd., pp. 116-117.
36De entre las demás publicaciones de esta clase, E. Giménez Caballero: Nuestro Madrid, Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1944; E. Giménez Caballero: Amor a Andalucía, Madrid, Editora Nacional, 1944.
37E. Giménez Caballero: Afirmaciones sobre Asturias, Oviedo, Diputación Provincial de Asturias, 1945, p. 7. El pequeño opúsculo era parte integrante de otro en preparación, dedicado a Cantabria y sus montañas, editado con motivo del bicentenario de Jovellanos. El uso de Diputación Provincial de Asturias, en lugar de Oviedo, no es un error nuestro sino lo que aparece efectivamente en la publicación. Algo singular si consideramos que el nombre de Asturias no tuvo ningún valor de oficialidad durante todo el franquismo.
38Ibíd., p. 16.
39Ibíd., p. 8.
40Ibíd., p. 22.
41Ibíd., p. 22.
42Giménez Caballero vuelve sobre el asunto también en la Revista de Estudios Políticos. Véase E. Giménez Caballero: «El centenario de Jovellanos. Su mensaje a Ernesto», Revista de Estudios Políticos, 9, 1944.
43Es una muestra de su actividad como vascólogo, la publicación en honor de Resurrección María de Azkue: L. Michelena, J. Caro Baroja y A. Tovar: Don Resurreción María de Azkue: lexicógrafo, folklorista y gramático, Bilbao, Junta de Cultura de Vizcaya, 1966. El planteamiento a favor de una normativización del euskera se explica con el alcance todavía erudito y alejado de los hablantes que el asunto mantenía entonces. Existe una biografía de Antonio Tovar que, a pesar de ser manifiestamente hagiográfica, puede ofrecer pistas interesantes en este sentido: J. A. Álvaro Ocariz: Antonio Tovar. El filólogo que encontró el idioma de la paz, Logroño, Siníndice, 2012.
44X. M. Núñez Seixas: «De gaitas y liras…», op. cit., pp. 289-316; X. M. Núñez Seixas: «La(s) lengua(s) de la nación…», op. cit., pp. 261-273.
45A. Tovar: El Imperio de España, Madrid, Ediciones Afrodisio Aguado, 1941 (1936), p. 16.
46M. Menéndez Pidal: La conciencia española (Prólogo y selección de Antonio Tovar), Madrid, EPESA, 1948, pp. XLVII-XLVIII y 332.
47I. Saz Campos: España contra España…, op. cit., pp. 250-265.
48Ibíd., p. 396.
49S. Prades Plaza: «Escribir la historia para definir la nación. La historia de España en Arbor, 1944-1956», Ayer, 66, 2007, pp. 177-200.
50Calvo Serer era entonces director de la revista Arbor y de la colección Biblioteca de Pensamiento Actual y fue a su manera un regionalista valenciano. Véase S. Prades Plaza: «Rafael Calvo Serer. La connexió valenciana de l’Opus Dei», en G. Muñoz (ed.): Els reaccionaris valencians. La tradició amagada, Valencia, Afers, 2010, pp. 131-159.
51R. Calvo Serer: «España, sin problema», Arbor, 45-46, 1949, p. 169.
52P. Sainz Rodríguez: «Los conceptos de patria y de región, según Menéndez y Pelayo», en AA. VV.: Estudios sobre Menéndez Pelayo, Madrid, Editora Nacional, 1956, p. 310.
53R. Calvo Serer: «España, sin problema», Arbor, 45-46, 1949, p. 170. El mismo texto en R. Calvo Serer: «España, sin problema», en R. Calvo Serer: España, sin problema, Madrid, Rialp, 1952 (1949), pp. 127-159; R. Calvo Serer: «La concepción española de Menéndez Pelayo», en AA. VV.: Estudios sobre Menéndez Pelayo, Madrid, Editora Nacional, 1956, pp. 415-435.
54Ibíd.
55Ibíd., p. 171.
56S. Galindo Herrero: «Estudio preliminar», en J. Vázquez de Mella: Regionalismo y monarquía. Selección y estudio preliminar de Santiago Galindo Herrero, Madrid, Rialp, 1957, p. 29.
57Ibíd., p. 35.
58Ibíd., p. 34.
59Este funda en 1958 las Ediciones Montejurra, con la intención de reactivar una cierta autonomía del tradicionalismo como discurso proprio, estando desde los años sesenta en el centro de otras tantas actividades en este sentido, como el Centro de Estudios Históricos y Políticos «General Zumalacárregui», J. Canal: El carlismo…, op. cit., pp. 364-370.
60F. Pérez Embid: «Sobre lo castellano y España», Arbor, 35, 1948, pp. 263-264. Ahora bien, Pérez Embid omite las declaraciones que el autor nos deja en la Introducción de la obra. Elías de Tejada afirma su total admiración por Ortega y Gasset, a quien cita repetidas veces, aunque más por cuestiones formales que de contenido. Una circunstancia posiblemente incómoda.
61Ibíd., p. 276.
62F. Elías de Tejada: La tradición gallega, Laracha, Xuntanza, 1944. Por otra parte, entusiásticamente prologado por el antiguo galleguista Ramón Otero Pedrayo.
63F. Elías de Tejada: Las Españas. Fromación histórica, tradiciones regionales, Madrid, Marsal, 1948, p. 48.
64Ibíd., p. 51.
65B. Martínez del Fresno: «Mujeres, tierra y nación. Las danzas de la Sección Femenina en el mapa político de la España franquista (1939-1952)», en P. Ramos López (ed.): Discursos y prácticas musicales nacionalistas (1900-1970), Logroño, Universidad de La Rioja, 2012, pp. 229-254.
66M. T. Gallego Méndez: Mujer, Falange y franquismo, Madrid, Taurus, 1983, pp. 78-91.
67M. Cordovila Pinto: «La Cátedra Ambulante “Francisco Franco”», en A. Cabana Iglesia, D. Lanero Taboas y V. M. Santidrian Arias (eds.): VII Encuentro de Investigadores sobre el Franquismo, Santiago, Fundación 10 de marzo, Departamento de Historia Contemporánea e de América/Universidade de Santiago de Compostela, 2011.
68Sección Femenina de FET y de las JONS: Labor realizada en 1949, Madrid, 1950.
69M.-A. Barrachina: Propagande et culture…, op. cit., pp. 213-216.
70«Alcance y acción de la Sección Femenina», Documenta, 398, 22 de mayo de 1953, pp. 1-8.
71G. di Febo: «La política de la Secció Femenina de la Falange», L’Avenç, 14, marzo de 1979, pp. 56-60.
72C. Stauffer: Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista de las JONS, Madrid, sin fecha, p. 142. El texto contiene también abundante documentación fotográfica de actividades, actos y festejos con trajes folclóricos.
73Ibíd., p. 160.
74R. Sánchez López: Mujer española, una sombra de destino en lo universal. Trayectoria histórica de Sección Femenina de Falange (1934-1977), Murcia, Universidad de Murcia, 1990, p. 78.
75Desafortunadamente el documento aparece sin fechar: «Jefatura Provincial del Movimiento de Huesca, Comisión 2.ª. Difusión Doctrinal del Movimiento. Ponencia 2.ª. Difusión interior, AHP-HU, Sección Femenina, M-2½», citado en S. Marías Cadenas: Por España y por el campo. La Sección Femenina en el medio rural oscense (1939-1977), Huesca, Instituto de Estudio Altoaragoneses-Diputación de Huesca, 2011, p. 209.
76S. Marías Cadenas: Por España y por el campo…, op. cit., pp. 219-220.
77V. García de Diego: «Tradición popular o folklore», en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, tomo I, cuadernos 1.° y 2.°, 1944, p. 5.
78Ibíd., p. 26.
79«Convocatoria del Concurso Lexicográfico de los Valles Pirenaicos», Ilerda I, fasc. II, octubre-diciembre de 1943, p. 471. El concurso está dotado de cinco premios de 1.000 pesetas cada uno sobre sendos diccionarios dialectales: de un valle del País Vasco, del Bal d’Echo (Valle de Hecho), del Val d’Aran (Valle de Aran) y del Vall d’Àneu (Valle de Aneo). Es decir, la intención de catalogar el aranés, una variedad de catalán ilerdense, una modalidad concreta de fabla aragonesa y una cualquiera de euskera.
80J. Ibáñez Martín: «Orden de 10 de octubre de 1942 creando la Estación de Estudios Pirenaicos», en Estación de Estudios Pirenaicos: Primera reunión del Patronato de la Estación de Estudios Pirenaicos, Madrid, CSIC, 1943, p. 5.
81A. Tovar: Los Pirineos y las lenguas prelatinas de España. Separata del Primer Congreso Internacional del Pirineo, Zaragoza, Instituto de Estudios Pirenaicos/CSIC, 1952.
82M. Á. Marín Gelabert: «Estado, historiografía e institucionalización local: una primera aproximación al Patronato Quadrado», Mayurqa, 24, 1997-1998, pp. 133-154; M. Á. Marín Gelabert: «“Por los infinitos roncones de la Patria…”. La articulación de la historiografía local en los años cincuenta y sesenta», en P. Rujula y I. Peiro (coords.): La historia local en la España contemporánea, Barcelona, L’Avenç, 1999, pp. 91-155.
83J. L. Arrese: «Discurso a los vascos en el aniversario de la Liberación de Bilbao, 19 de junio de 1943», en J. L. Arrese: Escritos y discursos, Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1943, p. 202.
84J. Ibáñez Martín: Labor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: Año VII, Madrid, CSIC, 1948, pp. 20-21 y 22.
85A. Geniola: «Provincia y Región en la España Foral y Asimilada…», op. cit., p. 5.
86J. Ibáñez Martín: Labor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: Año IX, Madrid, CSIC, 1949, p. 12; J. Ibáñez Martín: Labor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: Año X, Madrid, CSIC, 1950, p. 18.
87G. Alares López: «La conmemoración del Milenario de Castilla en 1943. Historia y espectáculo en la España franquista», Jerónimo Zurita, 86, 2011, pp. 149-180.
88Nos referimos en concreto a E. Giménez Caballero: «Genio de Castilla», Revista del Instituto de Estudios Políticos, 25-26, 1946; E. Giménez Caballero: «Paisaje militar de Castilla, en “Arriba”, 4 de septiembre de 1943». Citados en G. Alares López: «La conmemoración del Milenario…», op. cit., pp. 149-180.
89A. Tovar: «Desde el Milenario de Castilla», La Vanguardia Española, 31 de agosto de 1943, p. 6.
90E. García de Quevedo: «Burgos y el Milenario», Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Burgos, 84-85, Año XXII, 3.er-4.º trimestre de 1943, p. 214.
91Ibíd.
92A. Gómez Escolar: «Alocución del Alcalde», Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Burgos, 84-85, Año XXII, 3.er-4.º trimestre de 1943, p. 215.
93A. Geniola: «El hilo enredado de las nacionalidades. Las Españas de Anselmo Carretero entre el exilio y la Transición», en Á. Barrio Alonso, J. de Hoyos Puente y R. Saavedra Arias (eds.): Nuevos horizontes del pasado…, op. cit.
94A. Gómez Escolar: «Alocución del Alcalde…», op. cit., p. 216.
95R. Menéndez Pidal: «Carácter originario de Castilla», Revista de Estudios Políticos, 14, marzo-abril de 1944, p. 401. El texto originario en R. Menéndez Pidal: «La Castilla de Fernán González», Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Burgos, 84-85, Año XXII, 3.er-4.º trimestre de 1943, pp. 237-254. Editado también en R. Menéndez Pidal: «Carácter originario de castilla», en R. Menéndez Pidal: Castilla, la tradición, el idioma, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1945, pp. 9-39.
96Ibíd., pp. 402-403.
97P. C. Boyd: Historia Patria. Política, historia e identidad nacional en España: 1875-1975, Barcelona, Pomares, 2000 (1997), pp. 206-236; A. Duplá: «Falange e historia», en F. Wulff Alsonso y M. Álvarez Martí-Aguilar (eds.): Antigüedad y franquismo (1936-1975), Málaga, CEDAMA, 2003, pp. 75-94.
98J. L. Arrese: «Discurso pronunciado en Burgos con motivo del Milenario de Castilla, 8 de septiembre de 1943», en J. L. Arrese: Escritos y discursos, Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1943, pp. 213-214.
99Ibíd., pp. 229-230.
100Ibíd., pp. 230 y 231.
101Ibíd., p. 236. Cabe decir que esta suerte de franquización a posteriori de figuras his-tóricas del pasado no afectó solamente al conde de Castilla sino también a otros personajes nacionales de perfil regional (o regionales de perfil nacional), como es el caso de Jaume I en Valencia, junto a todo el proceso de reactivación de entidades como Lo Rat Penat o el Centro de Cultura Valenciana.
102S. Brinkmann: «Entre nación y nacionalidad. Las señas de la identidad aragonesa en el siglo XX», Iberoamericana, 13, 2004, p. 105.
103E. Fernández Clemente: «El nacionalismo en el Aragón contemporáneo», en VV. AA.: Nation et nationalités en Espagne, París, Fondation Signer-Polignac, 1985, p. 342.
104A. Duplá: «Falange e historia…», op. cit., p. 83.
105La institución se funda en 1943, para afiliarse el año siguiente al Patronato «Quadrado».
106G. Alares López: «De caudillos, mártires y patriotas. El mito de los Sitios en la Zaragoza contemporánea (1958-2008)», en P. Rujula y J. Canal (eds.): Guerra de ideas. Política y cultura en la España de la Guerra de la Independencia, Zaragoza/Madrid, IFC/Marcial Pons, 2011, p. 386.
107G. Alares López: «La génesis de un proyecto cultural fascista en la Zaragoza de posguerra: la Institución “Fernando el Católico”», en I. Peiró Martin y G. Vicente Guerrero (eds.): Estudios históricos sobre la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, IFC, 2010, p. 376.
108Ibíd., p. 380.
109J. Ibáñez Martín: «Los Reyes Católicos y la Unidad Nacional, Zaragoza (22/4/1951)», citado en C. Royo Villanova: El regionalismo aragonés (1707-1978), Zaragoza, Guara, 1978, pp. 132 y 133.
110G. Alares López: Severino Aznar Embid y el Colegio de Aragón (1945-1959), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2013, pp. 7-18.
111G. Alares López: Diccionario biográfico de los consejeros de la Institución «Fer-nando el Católico» (1943-1984). Una aproximación a las elites políticas y culturales de la Zaragoza franquista, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2008, pp. 94-96.
112P. Arnal Cavero: Aragón en alto. La Montaña, el Somontano, la Tierra Baja, Zaragoza, Heraldo de Aragón, 1942, p. 8.
113R. Arco y Garay: Notas de folk-lore altoaragoneses, Madrid, CSIC/Biblioteca de Tradiciones Populares, 1943, p. 7.
114M. Dolç: «La cultura tradicional», Argensola, 2, 1950, p. 162.
115M. C. Fontana Calvo: Instituto de Estudios Altoaragoneses. Cincuenta años de historia (1949-1999), Huesca, Instituto de Estudios Altoaragoneses-Diputación de Huesca, 2004, pp. 28-29.
116G. Alares López: «La génesis de un proyecto…», op. cit., p. 379.
117A. Kuhn: El aragonés, idioma pirenaico, Zaragoza, CSIC/Instituto de Estudios Pirenaicos, 1950, p. 19.
118F. Nagore Laín: Os territorios lingüisticos en Aragón, Zaragoza, Rolde de Estudios Aragoneses-Gobierno de Aragón, 2001, pp. 25-41.
119Otro ejemplo reseñable en este sentido es el de M. Álvar: «Estudios sobre el dialecto aragonés en la Edad Media», Pirineos-Revista del Instituto de Estudios Pirenaicos, 43-46, enero-diciembre de 1957, pp. 191-211.
120Donde, como en Navarra, el cargo de presidente de la Diputación no tocaba al gobernador civil, era el presidente de la Diputación, no el vicepresidente, quien desempeñaba el papel institucional de presidente de las entidades provinciales afiliadas al Patronato «Qua-drado». Pues Antonio Zubiri fue presidente de la IFC durante toda su trayectoria al frente de la Diputación de Zaragoza, de 1954 a 1970.
121A. Zubiri: «Editorial», Zaragoza, 1, 1955, p. 12.
122«Clave y servicio de la Institución “Fernando el Católico”», Zaragoza, 1, 1955, pp. 49-50.
123J. Galindo Antón: «San Jorge, los Fueros y Catalayud», Zaragoza, 3, 1956, pp. 37-41.
124«Claves y servicio de la Institución “Fernando el Católico”», Zaragoza, 3, 1956, p. 146. No hay que confundir ese Día de Aragón con el Día de San Jorge, hoy asimilados en una misma efeméride, el 23 de abril. Cabe decir que al Día de Aragón se le pierde la pista en los años siguientes. Lo que hace pensar que la celebración de 1956 fue algo puntual.
125Ibíd., p. 147.
126Este era un antiguo regionalista, miembro de la CEDA local en los años treinta y conocido autor de Regionalismo. Estudio general. El problema de Asturias (1932). Ahora plenamente integrado en el régimen y rector de la Universidad de Oviedo, este personaje se hizo notar como depurador y gestor de expedientes sobre profesorado y medio intelectual de Asturias durante toda la posguerra. Sobre esta base fue elegido como responsable del proyecto, por ser quien aunaba fidelidad al régimen, «recia ejecutoria regional» e «indiscutible asturianismo». J. Uría: Cultura oficial e ideología en la Asturias franquista: el IDEA, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1984, pp. 38 y 63.
127S. Álvarez Gendín: «El movimiento cultural de Asturias, como antecedentes del Instituto de Estudios Asturianos», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 2, diciembre de 1947, p. 3.
128P. San Martín Antuña: La nación (im)posible. Reflexiones sobre la ideología nacionalista asturiana, Uviéu, Trabe, 2006, pp. 64-73. En un primer momento se estuvo barajando la posibilidad de intitular el IDEA a Jovellanos.
129Sobre el paradigma del covadonguismo, C. P. Boyd: «Covadonga y el regionalismo asturiano», Ayer, 64, 2006, pp. 149-178.
130J. Uría: Cultura oficial e ideología…, op. cit., p. 68. La entidad recibió anualmente y hasta 1975 la segunda partida presupuestaria en el campo de la cultura después de la delegación provincial del Movimiento.
131Ibíd., p. 183.
132Ibíd., pp. 176-177.
133V. Burgos: Conceyu Bable: venti años, Uviéu, Trabe, 1995, pp. 37-38.
134J. Uría: Cultura oficial e ideología…, op. cit., p. 150.
135P. San Martín Antuña: «La resurrección del otru. Una reflexión (lacaniana) sobre’l Particularismu Llingüísticu Franquista», Lletres Asturianes, 76, enero de 2001, pp. 94-95.
136Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 1, 1947.
137S. Álvarez Gendín: «El movimiento cultural de Asturias, como antecedentes del Instituto de Estudios Asturianos», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 2, diciembre de 1947, p. 4.
138Ibíd., pp. 5 y 13.
139Ibíd.
140V. Burgos: Conceyu Bable…, op. cit., p. 31.
141Se trata de los ensayos Notas acerca del bable de Lena y El dialecto leonés, en R. Menéndez Pidal: El dialecto leonés, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1962. Por la edición, que marca la adscripción del IDEA a los planteamientos pidalinos, C. Bobes: «Prólogo», en R. Menéndez Pidal: El dialecto leonés, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1962 pp. 1-12; C. Bobes: «Apéndices», en R. Menéndez Pidal: El dialecto leonés, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1962, pp. 155-174.
142P. San Martín Antuña: La nación (im)posible…, op. cit., pp. 255-269.
143X. Viejo Fernández: La formación histórica de la lengua asturiana, Uviéu, Trabe, 2005, pp. 34-37.
144X. M. Núñez Seixas: «De gaitas y liras…», op. cit., p. 301.
145C. Garrido López: «El regionalismo “funcional” del régimen de Franco», Revista de Estudios Políticos, 115, enero-marzo de 2002, pp. 111-127; X. M. Núñez Seixas: «Nuevos y viejos nacionalistas: la cuestión territorial en el tardofranquismo, 1959-1975», Ayer, 68, 2007, pp. 59-87; X. M. Núñez Seixas: «El nacionalismo español regionalizado y la reinvención de identidades territoriales, 1960-1977», Historia del Presente, 13, 2009, pp. 55-70; C. Santacana: El franquisme i els catalans. Els informes del Consejo Nacional del Movimiento (1962-1971), Catarroja, Afers, 2000.