FRANQUISMO BANAL: ESPAÑA COMO RELATO TELEVISIVO (1966-1975)
José Carlos Rueda Laffond
Universidad Complutense de Madrid
INTRODUCCIÓN
Nationwide fue un programa emitido diariamente entre 1969 y 1983 por el canal británico BBC1. Difundido tras el noticiario de mediodía, servía de contrapunto a la información política. Nationwide era un magazine de asuntos de actualidad donde se entremezclaban entrevistas, crónicas deportivas o reportajes de tono intrascendente. El espacio apostaba por una información de proximidad con secciones regionalizadas («Look East», «Look North», «Points West», «South Today», «Wales Today», «Midlands Today», «Scene Around Six», «Reporting Scotland», «Spotlight South-West» y «London»). Su carácter como propuesta de infoentretenimiento sirvió de modelo para otros formatos que proliferaron en las televisiones europeas a partir de los años ochenta.
Nationwide fue objeto de una investigación académica, desarrollada entre 1975 y 1979 en el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de la Universidad de Birmingham, que dio como resultado dos publicaciones complementarias de Charlotte Brunsdon y David Morley.1 Ambos textos antecedieron a los trabajos de Billig, Enderson, Eley y Suny, Babha, Bonner o Schlesinger, centrados en analizar el papel socializador de los medios gracias a un sentido sutil –pero inequívoco– de lo nacional, con frecuencia a través de contenidos intrascendentes, pero asequibles para la audiencia.2 Una de las conclusiones más relevantes de la investigación de Morley y Brunsdon fue subrayar el carácter de lo nacional como encuadre que podía guiar la comprensión de la audiencia. Nationwide ofrecía un amplio muestrario de formas de idiosincrasia británica, se difundía desde una cadena pública nacional y se dirigía a una comunidad heterogénea de espectadores, que podía entenderse como familia. Sin embargo, ambos investigadores también observaron que el programa era apreciado de distintas formas por los televidentes, y que estos se ubicaban en posiciones variadas –de aceptación, indiferencia o crítica– ante sus contenidos.3
Morley y Brunsdon problematizaron, pues, los automatismos entre intencionalidad del relato televisivo y la práctica social de la recepción. Al tiempo, discutieron otras consideraciones negativas otorgadas tradicionalmente al poder de la televisión. Con frecuencia tanto la reflexión politológica como la cultural han insistido en idea de que el medio sería, por definición, un instrumento narcotizador o alienante.4
El presente capítulo se aproxima al binomio Televisión Española (TVE) e identidad nacional durante el tardofranquismo. Plantea, por tanto, una aproximación histórica, aunque nuestro deseo es sugerir un marco de reflexión más amplio sobre las relaciones entre televisión generalista y discurso nacional. En los últimos años –sobre todo desde 2011, cuando comenzó a sustanciarse la aspiración soberanista en Cataluña como propuesta política de amplio espectro– se han multiplicado las voces acerca de la capacidad de la televisión a la hora de teledirigir el sentimiento nacional. En ocasiones dichas interpretaciones han respondido a un esquema de corte mecanicista, donde se ha planteado una correlación automática y de alcance homogeneizador entre manipulación, diseminación selectiva de valores y determinación de los procesos de recepción.5 En correspondencia con este enfoque, se ha considerado que el canal autonómico público TV3 (Televisió de Catalunya) se habría distinguido por actuar como una maquinaria propagandística volcada en la difusión partidista del proyecto soberanista. Su estrategia habría consistido en invisibilizar los posicionamientos contrarios a esa postura y, en paralelo, en incurrir en escandalosas operaciones de instrumentalización, por ejemplo utilizando a niños.6
Desde medios conservadores se ha llegado a apuntar, por ejemplo, que el discurso televisivo independentista catalán sería equiparable al manejado en el entorno de la izquierda abertzale, y que ambos mostrarían inquietantes similitudes con las técnicas propagandísticas de los totalitarismos de entreguerras. El reportaje de Cristina Ortega «La imposición y perversión del lenguaje» (emitido en el programa Zoom Telemadrid, en la cadena autonómica homónima en mayo de 2013) arrancaba con un encadenado de planos donde se sucedían imágenes de archivo de Stalin, Hitler, de militantes de ETA y de un consejo de gobierno de la Generalitat presidido por Artur Mas.7 Este reportaje se basaba en una concepción conductista sobre los efectos de los medios.8 Es posible detectar en este tipo de enfoques influencias, más o menos matizadas, de inspiración lasswelliana. En síntesis, vendría a decirse que la televisión actúa (junto a algún otro instrumento de socialización, como la escuela) como brazo de agit-prop del poder político, y sus mensajes serían balas mágicas o agujas hipodérmicas que habrían inoculado directamente en la audiencia el virus del nacionalismo radical, alterando así las conductas, actitudes y comportamientos de ese sujeto social paciente.9
¿Cómo podemos medir la manipulación?, ¿y cómo podemos cuantificar los efectos televisivos? ¿La televisión pública es una mera caja de resonancia de discursos políticos construidos desde arriba?, ¿o bien, por el contrario, constituye un reflejo de los discursos sociales, y, por tanto, su esencia es eminentemente especular, dando forma a tendencias de opinión y a formas de cultura nacional presentes en el espacio público? Cabe adelantar que son cuestiones que, desde luego, no van a tener aquí respuesta, porque probablemente esa respuesta no existe según los estrictos términos que acabamos de formular. Pero lo que sí puede ser ilustrativo es explorar ciertas experiencias de pasado. En primer lugar, porque tal vez nos permiten apreciar con cierta distancia las conexiones entre gestión televisiva y mecánicas de intencionalidad nacional. Y, por otro lado, porque dichas experiencias de pasado pueden arrojar luz sobre la relación entre representación televisiva e impregnación de ciertas culturas hegemónicas presentes en el espacio público. Ambas esferas –gestión y representación– no son divergentes. La cuestión que hay que formularse no se refiere tanto a los efectos directos que pueden tener, puntualmente, unos hipotéticos contenidos manipuladores. Por el contrario, nuestro objeto de interés son los usos históricos del medio como proyecto nacionalizador y como encuadre para múltiples expresiones de lo nacional. Dicho de otro modo: más que a la tormenta, nos interesa aproximarnos a la lluvia fina persistente, casi omnipresente.
ESTUDIANDO LA TELEVISIÓN FRANQUISTA
Las relaciones entre televisión y representación nacional han sido objeto de análisis en la bibliografía internacional, particularmente ante contextos definidos por las tensiones identitarias o por el desajuste entre aparato estatal y sentimiento nacional.10 Respecto al caso español, en los últimos años se han multiplicado los estudios interesados por la conexión existente entre las televisiones autonómicas y la representación de claves idiosincrásicas, y, sobre todo, se ha abordado la ficción como contenedor privilegiado de discursos sobre la cultura de lo nacional.11 En cambio, el papel de TVE o de las cadenas privadas comerciales como ámbitos de recreación de marcas nacionales españolas ha sido estudiado en menor grado.12
Este vacío es mayor en lo referido a las investigaciones de corte retrospectivo. Si bien existe una historiografía que ha cartografiado la televisión franquista, no contamos con monografías específicas dedicadas a su carácter como herramienta nacionalizadora o a su posible papel en el contexto de la cultura popular nacional española.13 Cabe justificar dicho vacío desde el punto de vista de que, por definición, TVE se configuró y actuó como un instrumento en el que habría que dar por supuesta la intencionalidad nacionalizadora. Cabría entender por tanto que cualquier esfera televisiva estuvo consustancialmente impregnada de españolidad, haciéndola en cierto modo invisible. No obstante, semejante axioma se complica si nos interrogamos por las pautas singulares de articulación de discursos e imaginarios, por sus cambios y persistencias, o por las conexiones con otros ámbitos institucionales o sociales. Como destacó Vicente Sánchez-Biosca, TVE se insertó en un tejido más vasto y poliédrico (las culturas del tardofranquismo). En tales ejes ocupó una posición definida. Sin embargo, esa trama no era cerrada, y cabe suponer que TVE coparticipó también en dinámicas de permeabilidad con otras manifestaciones derivadas del cine, el teatro, la literatura, la música o el periodismo.14
Sí contamos, en cambio, con una prolongada línea de interpretación centrada en lo que se ha estimado como sesgo manipulador de TVE. Este aspecto conformaría, en algunas valoraciones históricas, un hilo conductor coherente capaz de enlazar la televisión franquista con la democrática, independientemente de la promulgación del Estatuto de radio y televisión de 1980. Se trata de una consideración que resalta la función política de la televisión recalcando el sesgo gubernamental de TVE, dimensión que habría permitido constantes injerencias y utilizaciones interesadas desde el poder. Las raíces de esta apreciación se encuentran en las primeras observaciones críticas sobre la televisión de la dictadura formuladas desde la izquierda a finales de los años sesenta o inicios de los setenta.15 La percepción crítica también fue frecuente en la prensa del PCE o el PSOE, coincidiendo con las campañas del referéndum de 1976 o de las legislativas de 1977.16 Con posterioridad, ha vuelto a plantearse a la hora de enjuiciar los mandatos de algunos directores generales (como José María Calviño, durante la etapa socialista),17 o como consecuencia de la gestión de TVE en los momentos inmediatamente posteriores a los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004.18 Un estudio de conjunto que resalta la continuidad de este uso político de la televisión pública sería el de Enrique Bustamante.19 En él se plantea que la esencia del diseño televisivo franquista se fundamentó en el principio del intervencionismo, aspecto que no se corrigió durante la transición ni en el «sistema competitivo y comercializado» coincidente con los gobiernos de Felipe González, alcanzando finalmente cotas de «dependencia extrema gubernamental» a partir de 1996, con los gobiernos populares. Según el análisis de Bustamante, el modelo de televisiones autonómicas surgido a partir de inicios de los años ochenta se habría caracterizado por reiterar, a pequeña escala, los mismos vicios endémicos que aquejaban a TVE (designación gubernamental de los directores generales; consejos de administración sin competencias reales, definidos por el reparto de cuotas partidistas; o modelo comercial publicitario, prontamente deficitario).
Tal y como se ha indicado antes, el objeto de nuestro trabajo se centra en concretar algunos rasgos estructurales de la televisión y en analizar ciertas representaciones emitidas en la recta final del régimen franquista. Estimaremos que resultan relevantes para valorar la naturaleza del medio como instancia con pretensiones nacionalizadoras, dirigido a (re)producir valores, normas o pautas de significación ubicadas en un encuadre de orden nacional.20 La posición central ocupada por TVE en el entramado mediático gestionado directamente desde el ámbito estatal permite apreciar asuntos como el sentido de lo español dentro del esquema ideológico tardofranquista, o cuáles fueron algunas de sus estrategias de difusión y vulgarización hacia la esfera pública. Debe subrayarse que la televisión vivió un acelerado e intenso proceso de socialización entre 1966 y 1975, pasando de ser un medio hasta cierto punto minoritario y con presencia geográfica limitada a convertirse en un referente colectivo generalista e interclasista con alcance en el conjunto del territorio nacional.
Partiremos de varios supuestos. Como ya se ha indicado antes, en particular de la necesidad de distinguir entre gestión y oferta de contenidos. Si bien TVE presentó un sesgo nítido como medio gubernamental, no constituyó un todo homogéneo, debiéndose diferenciar entre las dimensiones de la política (planificación televisiva, dinámicas de expansión territorial, modelo de explotación económica y administrativa) y la representación (programación). Esta dualidad permite interrogarse por el acoplamiento entre una concepción de lo nacional español de arriba abajo (diseño estatal del servicio) y otra de abajo arriba (polifonía en la recreación de la españolidad).21 TVE fue, ante todo, un medio de entretenimiento, y hacia ese tipo de espacios se orientó la aceptación de la audiencia. Ello supone cuestionar las posibles fórmulas de coerción frente al sentido común o el placer para vehiculizar la (re)construcción identitaria.22 Desde tales coordenadas estimaremos que el discurso nacional televisivo mostró una gradación de propuestas coherentes con la retórica franquista, pero que también lo superaba.
La programación televisiva combinó contenidos tradicionales y expresiones de modernidad, en ocasiones haciendo lo viejo nuevo.23 Alternó, además, producciones propias y material foráneo, básicamente estadounidense. Este aspecto invita a reflexionar sobre las mecánicas de apropiación identitaria.24 Estimaremos que la gestión política de TVE se orientó a fabricar españoles. Pero dicho objetivo no supuso trasladar un unívoco nacionalismo carpetovetónico, ni tampoco excluyó que fuese la españolidad banal y su amplio catálogo de imaginarios los que, en buena medida, fabricaron la televisión.25 Por otro lado, la socialización del medio convivió en el tiempo con la creciente discusión del españolismo franquista. En ese sentido, debe considerarse que la expansión de su consumo fue paralela a la articulación del heterogéneo abanico de proyectos y prácticas nacionalistas que eclosionaron en el ocaso de la dictadura.26
LAS BASES ESTRUCTURALES DE LA TELEVISIÓN NACIONAL FRANQUISTA
TVE comenzó sus emisiones regulares en la tarde del 28 de octubre de 1956. En su discurso inaugural, el ministro de Información y Turismo Gabriel Arias-Salgado destacó dos efemérides que fijaban el nuevo servicio: la festividad de Cristo Rey, celebrada en esa misma jornada, y la de la fundación de Falange, que tendría lugar al día siguiente. Ambas fechas aportaban «los dos principios básicos» sobre los que se construiría la televisión: «la ortodoxia y el rigor desde el punto de vista religioso y moral (y el servicio) a los grandes ideales del Movimiento Nacional». Desde tales frontispicios, TVE nacía con el objeto del «perfeccionamiento individual y colectivo de las familias españolas».27 Sin embargo, y a pesar de la pía retórica del ministro, el desarrollo experimental de TVE fue lento y estuvo plagado de dificultades técnicas, profesionales y econó-micas.28 El parque inicial de receptores apenas sí reunía unos pocos centenares, y la primera señal televisiva únicamente pudo captarse en Madrid.
Madrid se erigió en indiscutible capital televisiva. Concentró la producción de contenidos –primero desde los estudios del Paseo de la Habana, y a partir de 1964 desde Prado del Rey–, y fue núcleo de la red. Esta se vertebró entre 1959 (inauguración del enlace entre Madrid y Barcelona) y 1964 (enlace con Canarias). Entre ambas fechas se fueron multiplicando los enclaves retransmisores para Cataluña, parte de Aragón, la cornisa cantábrica, el litoral levantino, la cuenca del Guadalquivir o zonas de la meseta central. A ello se sumó la conexión con Eurovisión.29 Se trataba de un diseño tentacular que reiteraba las lógicas de estructuración espacial presentes en redes anteriores, como la ferroviaria, la de carreteras (Circuito Nacional de Firmes Especiales) o la radiofónica.
Junto a la centralización territorial, TVE se fundamentó en un principio de rígida centralización política. Amparándose en la Ley de 26 de octubre de 1907, que facultaba al Gobierno a desarrollar en régimen de monopolio los servicios de telecomunicaciones, la Dirección General de Radiodifusión (adscrita a Información y Turismo) se encargó de regular, gestionar y actuar como programador. En este sentido es importante destacar que la televisión no se concibió como empresa, sino como sección departamental integrada orgánicamente en el esquema ministerial. Esa naturaleza no se modificó durante el franquismo. Únicamente en 1973, y por motivos de gestión interna y racionalización administrativa, se matizó al integrarse las emisoras de Radio Nacional y TVE en el Servicio Público Centralizado RTVE, un ente sujeto a la Ley de 1958 sobre Entidades Autónomas del Estado.
Esta peculiar personalidad definió TVE como televisión gubernamental inscrita en los parámetros de control, dirigismo y fiscalización de la dictadura. Tal cariz debe complementarse con otra variable más: su naturaleza comercial. La aportación publicitaria se convirtió en partida fundamental, pasando de alrededor de cuatro millones de pesetas en 1958 a cerca de quinientos en 1963, y a más de cuatro mil en 1972. Más ilustrativo aún es destacar su peso comparativo en la estructura de ingresos: a la altura de 1968 las asignaciones provenientes de los presupuestos del Estado supusieron 336 millones de pesetas, partida que llegó hasta 818 en 1973. Para ambas fechas, la facturación publicitaria alcanzó 2.448 y 4.226 millones, respectivamente.30
La opción de un modelo de financiación comercial privada se ratificó a mediados de los años sesenta. Por Ley de 21 de diciembre de 1965 se suprimió el canon que gravaba la tenencia y disfrute de receptores. En su articulado se argumentó que «la televisión constituye uno de los instrumentos más eficaces para la difusión de la cultura entre las masas», y, por tanto, resultaba socialmente razonable la eliminación del impuesto. No obstante, esta disposición debe ponerse en relación con otros aspectos más amplios que permiten resaltar la trascendencia de 1966 como gozne.
En efecto, en ese momento puede hablarse ya de una dinámica de socialización masiva. Se estimó que más del cincuenta por ciento de la población urbana poseía un receptor, y que cerca de un sesenta veía regularmente la programación.31 Ese nicho urbano fue el segmento socioterritorial determinante en términos de público objetivo. La publicidad jugó un papel estratégico no solo permitiendo la financiación de redes y equipamientos, sino también coadyuvando a abaratar la posesión de televisores. Por su parte, en 1966 se iniciaron las emisiones de la Segunda Cadena en UHF y el centro de producción de Prado del Rey se encontraba a pleno rendimiento. En este contexto se multiplicaron los estudios demoscópicos sobre los gustos de la audiencia.32 Tales sondeos resultaban paradójicos, pues TVE disfrutaba de una situación de monopolio y no existía competencia alguna. Su objetivo era otro: aquilatar con precisión el valor de los tiempos televisivos según preferencias de consumo, para poder graduar los precios de la tarificación publicitaria y facilitar la inflación de spots en horario de prime time.33
La pretensión de rentabilidad comercial se complementó con el objetivo de la rentabilidad político-social. La apuesta por una televisión de entretenimiento y, en menor grado, de carácter informativo y divulgativo fue una decisión política. Paralelamente, el discurso televisivo (y el propio discurso político sobre la televisión) se nucleó en torno a la idea de modernidad. Dicho precepto era plenamente coherente con la retórica populista del tardofranquismo organizada en torno a leitmotiv desarrollistas (paz social, orden autoritario, bienestar material y crecimiento económico). La televisión se consolidó como escaparate privilegiado para dichos preceptos, en clara consonancia con la dinámica de promoción comercial.
El maridaje entre política popular, entretenimiento, consumismo y eficacia económica determinó la representación de los imaginarios nacionales. Complementariamente, tales factores evidenciaron cuál era el perfil de los gestores del medio. Cabe hablar de un personal definido por una impronta política relativamente diluida, una clara intencionalidad técnica y un carácter paradigmático como franquistas administrativos posibilistas, a caballo entre las estructuras de la dictadura y las de la transición. En 1967 formaban parte del organigrama de TVE Adolfo Suárez (director de Programas), Juan José Rosón (director de Coordinación) o Jesús Sancho Rof (jefe del Gabinete de Estudios). Con posterioridad, fueron directores generales en 1969-1973, 1974 y 1975, respectivamente. El director general entre 1964 y 1969 fue Jesús Aparicio Bernal, figura modélica de ese franquismo posibilista. Bernal, un hombre vinculado al Opus Dei, había sido con anterioridad jefe nacional del SEU. A inicios de los años setenta formó parte de las cohortes aperturistas, y en 1977 acabó recalando en las filas de UCD, dedicándose después a la actividad empresarial privada. En todo caso, y a pesar de esa posible ductilidad y adaptabilidad, las élites gestoras de la televisión se implicaron en una lógica de explotación del medio fundamentada en los que han sido considerados como «factores realmente importantes» en cualquier política nacionalizadora: usar TVE como instrumento de poder, educación y cultura.34
POLIFONÍA NACIONAL TELEVISIVA
Lo visible y lo invisible
La representación televisiva de lo nacional se sustanció desde una amplia oferta determinada por la articulación asimétrica entre anomalía y hegemonía. En 1959 se pusieron en marcha los estudios de TVE en la sede barcelonesa de Miramar, que comenzó a operar como centro de producción secundario especializado en espacios de variedades y entretenimiento. A partir de 1964 se inició un tímido proceso de emisiones en lengua catalana con realizaciones puntuales de corte cultural y, con posterioridad, con informativos de proximidad. Esta presencia del catalán fue una anomalía en la televisión franquista, y constató los límites de permisividad de su discurso nacional hegemónico.
Su difusión durante los años sesenta y primeros setenta tuvo un alcance estrictamente regional. Estos espacios se situaron, además, en franjas periféricas de la programación, apenas sí fueron promocionados y adolecieron de pocos recursos. No obstante, su presencia evidenciaba una reivindicación con eco en las élites franquistas locales. Por ejemplo, José María de Muller, presidente de la Diputación de Barcelona, abogó en 1969 por un mayor reflejo del teatro y la lengua catalana en TVE no como expresión de especificidad identitaria, sino «como muestra de la riqueza cultural de toda España».35 Se trataba de una singularidad compatible con el lema de unidad desde la diversidad. Un eslogan que no se materializó, empero, en el conocido episodio del veto a Joan Manuel Serrat a participar en el festival de Eurovisión de 1968, tras anunciar su deseo de interpretar la canción La, la, la con alguna estrofa en catalán.36
Las dimensiones y los límites del discurso hegemónico nacional se pusieron de manifiesto desde los formatos informativos. Su producto modélico fue Telediario, una oferta esencial en la construcción de las rutinas televisivas a partir de la adaptación a la pequeña pantalla del molde del parte radiofónico. Popularmente fue tildado de «BOE en imágenes», y sin duda representó el ejercicio más depurado de control (y autocensura) periodística en TVE. Cabe afirmar que sirvió de emblema para una estrategia connotativa sobre lo nacional de largo alcance. Enric Sopena sugirió en 1968 la «prodigada imagen de una España panegírica y tópica» que destilaba TVE, tras analizar su oferta informativa durante una semana. Destacó la dialéctica establecida entre las referencias a «numerosos paros, manifestaciones estudiantiles y crisis gubernamentales que aquejan a otros países» y la representación de «nuestra patria […] un país equivalente al mejor de los mundos pensados».37 Puede añadirse que esa dualidad se vio reforzada gracias a otras representaciones sobre la normalidad interior, bien desde otros informativos bien desde las retransmisiones taurinas y deportivas.
Parece evidente la trascendencia de estas últimas en la panoplia de recreaciones nacionales (y nacionalizadoras) de TVE. No obstante, el alcance del fútbol y los toros debe medirse desde planos complejos. Uno tiene que ver con la especificidad simbólica privativa encarnada por equipos como el Real Madrid, el Athletic Club de Bilbao o el Fútbol Club Barcelona. Otro, con las formas de sociabilidad que podía suscitar el visionado colectivo de los partidos en bares o cafeterías. Esta fórmula surgió en los primeros tiempos de la televisión como consecuencia del alto precio de los receptores, pero se mantuvo como práctica social a pesar de la universalización del consumo en el hogar vivida desde mediados de los sesenta.
La información de actualidad fue objeto de varios programas de reportajes emitidos desde finales de aquella década. Entre ellos resalta Informe semanal (nacido como Semanal informativo). Su catálogo da cuenta de esa dialéctica entre encuadre de lo nacional y lo foráneo. La clasificación del alrededor de doscientos reportajes difundidos entre el 31 de marzo (primer programa) y el 29 de diciembre de 1973 se desglosaría del siguiente modo: las piezas sobre temática nacional y extranjera prácticamente se repartieron a un cincuenta por ciento. Sin embargo, alrededor de treinta reportajes internacionales fueron sobre cuestiones políticas (Watergate, guerras de Yom Kippur y Vietnam o congreso del SPD), y otro número relevante se dedicó a política retrospectiva (aniversarios de la ONU, del Muro de Berlín o del asesinato de Kennedy). La información política española se redujo, en cambio, a seis reportajes (tres sobre el magnicidio de Carrero Blanco, otro sobre la designación de Arias, otro con entrevistas a varias alcadesas y el último sobre las elecciones por el tercio familiar). El grueso de crónicas dedicadas a actualidad nacional se nutrió de entrevistas a figuras populares del deporte o los espectáculos, y de realizaciones sobre temas como economía y consumo, relaciones domésticas y eventos culturales. Entre ellos cabría mencionar trabajos como «Las amazonas» (sobre un certamen deportivo) o «Jornadas de fontanería» (acerca de unas jornadas sobre saneamiento).
Una dialéctica equiparable entre visibilidad e invisibilidad estuvo presente en los formatos documentales. Entre 1966 y 1975 fueron abundantes los programas que abordaban múltiples planos de lo que cabría denominar como españolidad cultural generalista (historia, rutas geográficas, enclaves turísticos, folclore, gastronomía, costumbres y fiestas populares, hábitos de vida o actividades laborales). Un espacio pionero fue Conozca usted España. Se programó entre 1966 y 1969 con entregas autónomas realizadas por Mario Camus, Jorge Grau o Jesús Fernández Santos. Se trató de una buena muestra de divulgación de amplio espectro, coherente con la orientación dominante en la política ministerial de aquel periodo. En esos años se emitieron también Fiesta (1966-68), La España viva (1968) o Puerta grande (1970). Más allá de sus diferencias, fueron variantes de una representación de lo nacional-provincial (o lo nacional-local) afín al fomento del turismo de masas, la divulgación de lo español desde la Dirección General de Cultura Popular y el uso generalista de la televisión.38
En cambio, durante la primera mitad de los años setenta es perceptible el reforzamiento de enfoques más especializados y minoritarios. Una muestra inicial fue Rito y geografía del cante (Mario Gómez, Pedro Turbica y José María Velázquez Gaztelu, 1971-1973). Ha sido advertido como propuesta enfrentada al imaginario del andalucismo tópico y como soporte para un discurso de corte antropológico e identitario muy diferente al manejado por la retórica popular oficialista.39 Un afán alternativo equiparable –esta vez sobre la pluralidad de la cultura académica– subyacía en La víspera de nuestro tiempo (Jesús Fernández Santos, 1967). Sus episodios volvieron a situarse en una escala provincial o regional, con aproximaciones a la Barcelona modernista, Hemingway, Marañón, García Lorca o el «País Vasco de Pío Baroja».
Otras realizaciones documentales se orientaron a enfatizar los contrastes y conexiones entre pasado y presente, tomando como referencia a determinados colectivos profesionales o culturales (Los españoles, Jesús Fernández Santos, 1970-1971). Las ideas de raíz y continuidad comunitaria también sirvieron de fondo para espacios de corte histórico en los que se reproducía la tensión entre lo mostrable y lo obligadamente eludible. Ciertas temáticas –como la Guerra Civil o el régimen de Franco–fueron excluidas de las reflexiones documentales incluso a pesar de haber estado previstas en la planificación de las series. España siglo XX (Ricardo Fernández de Latorre y Ricardo Blasco, 1970-1973) constituye el prototipo de documental histórico tardofranquista. Preveía un recorrido diacrónico desde el Desastre de 1898 hasta inicios de los años setenta. No obstante, su emisión acabó bruscamente a la altura de 1932. Al parecer, la causa determinante se encontró en el rechazo del propio Franco, molesto con la forma en que se trató el advenimiento de la República.40
Una realización ulterior del mismo estilo fue Tiempos de España (Ricardo Blasco, 1975). En este caso participaron como asesores autores ligados a la historiografía orgánica de la dictadura (Joaquín Arrarás, Ricardo de la Cierva, José Manuel Martínez Bande o Vicente Palacio Atard). El proyecto contemplaba dos bloques: uno, dedicado a los antecedentes del conflicto; y otro previsto para 1976, con motivo del cuadragésimo aniversario de la guerra. El primero se programó entre el verano y el otoño de 1975, coincidiendo con el inicio de la enfermedad terminal de Franco, pero el segundo no llegó a ser difundido. Parte del montaje de la serie fue, sin embargo, reutilizado para una producción posterior de TVE (Memoria de España, Ricardo Blasco, 1983), que contó ya con la asesoría de un grupo de historiadores de perfil democrático, como Manuel Tuñón de Lara, Antonio María Calero o Alfons Cucó.
Entretenimiento, metáforas nacionales y españoladas
Otras dimensiones de españolidad, sin duda más festivas, eran las que destilaba la oferta de variedades y entretenimiento. Resulta obvio apuntar el potencial amplificador de los programas musicales en prime time respecto a la difusión a gran escala de artistas nacionales, en un contexto complementario a las emisiones radiofónicas en frecuencia modulada. En este tipo de espacios convivieron la canción española, los temas foráneos y las adaptaciones patrias del pop o el rock internacionales. De manera adicional, otros programas formularon mecánicas de recreación de la familia nacional mediante estrategias de enorme éxito. La casa de los Martínez (Romano Villalba, desde 1968) combinaba empatía y simbolismo inclusivo, presentando a una imaginaria familia de clase media que invitaba a su hogar a una figura popular para ser entrevistada. Un, dos, tres… responda otra vez (Narciso Ibáñez Serrador, desde 1972) fue, por su parte, el paradigma de concurso-competición. En él varias parejas vinculadas por lazos familiares o de amistad se lanzaban a un viaje excluyente (las pruebas eliminatorias), hasta alcanzar el clímax consumista (el automóvil como premio emblemático).
Un, dos, tres… puede valorarse como metáfora del bienestar colectivo. Los hombres saben, los pueblos marchan (realización de Enrique Martí Maqueda y presentación de Joaquín Soler Serrano, 1969-1970) pretendía vulgarizar, por su parte, la lógica de unidad en la diversidad propia del nacionalismo integracionista franquista. Se trataba de un concurso dirigido a dar a «conocer todo lo español», cuyas fases eliminatorias reflejaban las sucesivas escalas de representatividad socioterritorial exaltadas por el régimen. Primero competían concursantes de modo individual, pero progresivamente podrían contar con la ayuda de familiares (la familia), vecinos (el municipio y la provincia) y, finalmente, de cualquier conciudadano (la nación). Algún otro concurso trasladó leitmotiv queridos por la política social. Clan familiar (realización de José Palau, 1968) nació con el objetivo de cubrir la programación veraniega. Su mecánica era sencilla: en este caso contendían varios grupos coincidentes en ser familias numerosas venidas de distintos puntos de España.
Ya se ha apuntado la relevancia de 1966 en la conformación histórica de una televisión de consumo. En esa coyuntura debe inscribirse la puesta en marcha de una línea de producción de enorme alcance posterior: la encaminada a crear una ficción de «estilo español». Así fue tildada por Aparicio Bernal al anunciar públicamente el objetivo de ampliar el stock de programas filmados mediante la producción propia. De este modo se complementaría el fondo de series o telefilmes importados, corrigiendo «la angustiosa escasez de originales» con la cabida de escritores o realizadores nacionales en «el más popular de los medios de comunicación social para llegar al pueblo español».41 El proyecto inicial se tituló genéricamente Historia de la gente ibérica. En él se incluyó únicamente Diego de Acevedo (una idea de Luis de Sosa con realización de Ricardo Blasco, 1967), aunque también se previó una producción complementaria dedicada a Grandes nombres españoles. Diego de Acevedo evocaba el marco patriótico de la Guerra de la Independencia desde un prisma romántico y de aventuras propio de la tradición del folletín decimonónico. La segunda teleserie fue La familia Colón (Julio Coll, 1967). En este caso se trataba de una comedia familiar compatible con los mitos inclusivos de hispanidad y madre patria. Sus tramas narraban las peripecias de una familia latinoamericana –de nuevo numerosa– que arribaba a España.
La ficción en soporte cinematográfico se multiplicó desde inicios de los años setenta, conformando un segmento específico frente a los dramáticos en estudio. Su expansión debe explicarse en relación con un sistema de producción rentable para TVE. Una hora de material filmado podía exigir, hacia 1975, alrededor de quince días de rodaje.42 Sin embargo, aunque eran productos más caros que las realizaciones en vídeo, permitieron acumular un creciente fondo de series en color. Paralelamente, dieron forma a una primera generación de ficciones de calidad, con actores o realizadores provenientes de la gran pantalla y localizaciones grabadas en exteriores. Calidad significaba, además, legitimación cultural, aspecto que se resolvió mediante la adaptación literaria de autores españoles o internacionales (Narraciones, 1971; Los libros, 1973; Cuentos y leyendas, 1973; El quinto jinete, 1975).
Tales propuestas eran equiparables a las programadas por la ORTF o la BBC. Por el contrario, otras ofertas podrían valorarse en términos de españolada. Miguel Ángel Huerta y Ernesto Pérez Morán han coordinado un estudio sobre esta tipología en su versión cinematográfica.43 Dicha categoría alude a un subgénero de ficción popular comercial. Se trata de un término despectivo, identificado con comedia banal y escapista que, a pesar de su aparente superficia-lidad, puede advertirse como vehículo de valores compatibles con el discurso tardofranquista y con claves sociológicas reaccionarias. Sus rasgos de conjunto se resumirían en varias ideas complementarias: exaltación de la españolidad, si bien refiriendo en ocasiones situaciones de tensión entre lo rural y lo urbano, o entre lo español chauvinista frente a lo foráneo; loa al desarrollo económico y al bienestar material; silencio sobre lo político, incluyendo una mirada benévola ante instituciones como la Iglesia o las fuerzas de orden público, y, finalmente, insistencia en tramas domésticas de proximidad, fundamentadas en patrones masculinos hegemónicos, roles femeninos subalternos y en la dualidad represión y pulsión sexual.
¿Cabe hablar de traslación de la españolada cinematográfica a la peque-ña pantalla? No en un sentido mimético, pero sí en términos de readecuación compatible con los márgenes de representación existentes en TVE. Pueden comentarse, al respecto, varios ejemplos. Historias de Juan Español (guión de Luis Emilio Calvo-Sotelo y realización de Gabriel Ramírez, 1972-1973) era una telecomedia en la que el actor Juanjo Menéndez encarnaba diversas posibilidades de español medio urbano (envidioso, aprensivo, hincha, pluriempleado, perezoso, arribista, machista, cabaretero…). Sus entregas ponían de manifiesto aspectos como el conflicto entre tradición cultural y cambio social, si bien incidiendo en un españolismo que servía de punto de encuentro inclusivo («Juan Español turista»), o en la naturalidad de la desigualdad de género («Juan Español celoso»). Los camioneros (guión de Pedro Gil Paradela y realización de Mario Camus, 1974) trasplantaba las normas de la road movie. Paco, interpretado por Sancho Gracia, es un camionero que viaja en cada capítulo a distintos puntos de la geografía española. De este modo, la serie trasladaba a parámetros de proximidad la dualidad entre escala nacional y particularidad local. Los camioneros presentaba como protagonista a un prototipo propio de la clase trabajadora. Sin embargo, ese perfil sociológico era corregido mediante la insistencia en su universo laboral y de valores. No se trataba de un asalariado, sino de un profesional autónomo deseoso de asegurarse el bienestar material y personal. En esta última esfera, y como subtrama periférica, se situaba su relación con los personajes femeninos.
Finalmente debe mencionarse Crónicas de un pueblo (Antonio Mercero y otros realizadores, 1971-1974). Nació del interés de Carrero Blanco por difundir los preceptos del Fuero de los Españoles. Su relato recreaba las relaciones de vecindad en una imaginaria localidad castellana (Puebla Nueva del Rey Sancho), exaltando la cultura integracionista del consenso, las élites naturales de poder (alcalde/cura/maestro) y el respeto a su autoridad benévola. Desde este punto de vista, Crónicas de un pueblo debe ser considerado como el producto más acabado de vulgarización de la retórica oficial por la ficción televisiva. Pero su presencia no debe obviar otras series caracterizadas por la crítica, más o menos sutil, a la idealización nacional. Sería el caso de Suspiros de España (Jaime de Armiñan, 1974), otra producción basada en estereotipos colectivos, aunque desde una perspectiva esperpéntica interpretable como de denuncia del franquismo sociológico.
CONCLUSIONES: EFECTOS DE LA NACIONALIZACIÓN TELEVISIVA
TVE nació y se desarrolló en los parámetros de la política nacionalizadora franquista. Sus representaciones ofrecieron un amplio palimpsesto sobre lo nacional español, cubriendo una gama que abarcó desde la traslación de eslóganes oficiales hasta una cierta disidencia. Más allá de su diversidad, fueron prácticas emplazadas en correspondencia con un discurso hegemónico de encuadre nacional. Sin embargo, dicho discurso tampoco fue inmutable. En vísperas de la muerte de Franco, diariamente se emitía el Programa regional simultáneo entre las 14 y las 14.30 horas, momento en que desde los centros territoriales de TVE (Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla, Valencia, Santiago, Oviedo y Las Palmas) se difundía un informativo de proximidad. Este producto no dejaba de ser anecdótico en el conjunto de la programación. Pero puede ser apreciado en relación con fenómenos más vastos. Por un lado, reflejaba la expansión técnica y humana de TVE. Por otro, constataba la incipiente asimilación de un nuevo estándar (el noticiario local), que llegó a ser presentado en 1975 como «camino lógico hacia la televisión regional».44 Desde tal perspectiva, este modelo informativo puede explicarse como embrión de una fórmula que acabó de concretarse, gracias a las televisiones autonómicas, entre los años ochenta y noventa.
El Programa regional simultáneo resultaba compatible con el regionalismo de corte administrativo o cultural asimilado por el franquismo. Era un enfoque compatible con el discurso y la práctica regionalista política. Un proyecto que formó parte del programa del primer Gobierno de la monarquía y tuvo presencia en Alianza Popular o en sectores de Unión de Centro Democrático. Sus preceptos eran claros: estimar la región como «hecho natural»; admitir una cierta descentralización por criterios de gestión económica o como derivada del crecimiento de la Administración; considerar las escalas territorial y local como los espacios idóneos para aplicar ciertas medidas de gestión económica, o admitir la posibilidad de «regímenes especiales» para las provincias vascas y catalanas, pero también –por el factor insularidad– en Baleares o Canarias. Fueron argumentos coyunturales, pero que tuvieron cierta presencia en el entorno del compromiso territorial nacido en la transición democrática.
El discurso nacional en la televisión franquista no debe ser valorado, por otra parte, como una mera excepcionalidad española. La historiografía internacional ha llamado la atención acerca del maridaje entre televisión y políticas nacionalizadoras,45 coincidiendo en la idea de que su peso se amplificó según avanzaba el proceso de socialización masiva del medio. En su versión española, esa dinámica adquirió forma entre 1966 y 1975, momento en que ver la televisión y poseer un televisor fueron hábitos universalizados entre las clases medias y generalizados entre las capas populares urbanas.
Sin embargo –tal y como destacaron Morley y Brunsdon–, ello no supone admitir, sin más, la presencia de unos efectos uniformes sobre el conjunto de la esfera pública. De hecho, resulta bastante difícil aquilatar con exactitud tales efectos. Se ha estimado que el franquismo no creó tantos españoles como pretendía y que generó múltiples rechazos, pero también que determinados mecanismos socializadores (el servicio militar, la educación o los medios) fueron determinantes en ese propósito.46 Ante el caso concreto de la televisión debe destacarse, no obstante, la parquedad de fuentes que nos permitan calibrar con exactitud el éxito de dicha nacionalización, por ejemplo entre los televidentes vascos o catalanes. El material demoscópico sobre opiniones o preferencias de los espectadores confeccionado durante el tardofranquismo es incompleto y poco fiable. Incluso sus datos territoriales se clasificaron habitualmente atendiendo al tamaño de los municipios, y no tanto a la ubicación territorial de la audiencia.
Pero sí debe llamarse la atención sobre otro indicador apuntado en las encuestas, tanto oficiales como privadas. En Madrid, Barcelona o Bilbao los ritmos históricos de penetración y consumo del medio fueron similares. En 1965 el porcentaje de tenencia de receptores en las tres ciudades se estimó en un 48, un 55 y un 36%. A la altura de 1969, más del 64% de hogares de estas localidades poseía televisor, frente a la débil densidad de receptores existente en áreas como Extremadura o buena parte de Castilla la Vieja (con tasas menores al 24%). Para 1975, se calculó en un 79% el volumen de población madrileña que veía diariamente la televisión, ítem que en el caso de Barcelona se situaba en el entorno del 70%. Complementariamente, otros datos sugieren posibles reacciones espectatoriales diferenciadas. Por ejemplo, solo un 22% de televidentes barceloneses afirmaron en 1965 que entre sus preferencias se encontrasen los informativos, frente al 38% que sí lo declaró en Madrid, o el 50% en Bilbao.47 Cabe argüir, no obstante, que una cosa es el volumen cuantitativo de consumo y otra el uso cualitativo que el espectador hace de la televisión. Este supuesto conlleva sugerir que ser reacio al nacionalismo franquista no tenía por qué estar necesariamente reñido con el placer o el interés por ver determinados programas en la televisión franquista.
El alcance de esta última consideración supera los estrictos límites de 1975, y puede proyectarse hacia un plano más amplio: el de la relación entre etiqueta política, intencionalidad televisiva y recepción. Al inicio de este trabajo se ha hecho mención a los enfoques de inspiración lasswelliana –mecanicistas, que destacan la conexión directa entre propaganda, manipulación y eficacia–, a la vista de muchos comentarios recientes sobre la estrategia y el discurso nacional en TV3. Hace más de setenta años, coincidiendo todavía con la presencia activa de la propaganda nazi, desde la sociología empirista norteamericana se relativizó el enfoque de la aguja hipodérmica. The People’s Choice fue la primera investigación electoral sistemática realizada en Estados Unidos.48 Abordaba las actitudes políticas de un grupo de votantes matizando, abiertamente, la idea de poder directo de los medios frente a otros «factores intermediarios» que condicionaban el voto. Tales factores abarcaban desde los gustos personales de los votantes a los contactos cara a cara. También incluían la acción de los «líderes de opinión», es decir, de aquellos individuos que, bien en el ámbito familiar o laboral, influían en las actitudes de sus conciudadanos.
En 1948 Paul F. Lazarsfeld y Robert K. Merton publicaron un breve ensayo donde terminaron de dar forma a esta interpretación, reiterando de nuevo la importancia de los líderes de opinión y de los factores intermediarios.49 Y aunque resaltaban la posición central de la radio o el cine en la sociedad estadounidense, los valoraron más como reproductores de valores, o como mecanismos que consolidaban preferencias preexistentes, que como agentes capaces de provocar bruscos cambios de opinión. Finalmente, argüían que la sobreabundancia de ciertas informaciones o discursos no tenía por qué conllevar que el público los interiorizase de modo activo, identificándose con ellos. Lazarsfeld y Merton estimaron, más bien, que podían provocar lo contrario: la indiferencia y la apatía. A ese fenómeno lo denominaron «disfunción narcotizante».
Más allá de las críticas que podamos formular a estos trabajos y a pesar de las muchas décadas transcurridas desde su publicación, a veces tiende a olvidarse este tipo de observaciones sobre la problemática conexión entre medios y espacio público, así como sobre los condicionamientos que afectan al contrato suscrito entre televisión y audiencia. Estos supuestos son esenciales para enfrentarnos a los fenómenos de visibilidad, diversidad, hegemonía o subordinación de marcas identitarias nacionales en los contenidos televisivos. No debe dejarse de lado que la televisión –en cualquier circunstancia histórica– no actúa de forma aislada, sino que se inscribe en un complejo ecosistema mediático y cultural. Tampoco deben obviarse algunos comportamientos que pueden existir entre la audiencia, como el factor refuerzo (la tendencia del espectador a dar por buenos aquellos argumentos, visiones o puntos de vista que coinciden con sus valores o con su percepción sobre el entorno). Estas cuestiones ayudan a relativizar, además, la noción de manipulación como hecho unidireccional y absoluto que va de la pantalla a la retina. Finalmente, la producción y recepción televisiva deben enmarcarse en un contexto no de identidades puras, sino híbridas o mixtas, definidas por la interacción entre esfera pública e instancias de poder, pero también por la interacción existente entre las áreas que componen la sociedad civil. Todo esto es válido ante la televisión franquista o ante la televisión del siglo XXI.
*Trabajo resultado de los proyectos «Televisión y memoria. Estrategias de representación de la Guerra Civil y la Transición» (MICINN, HAR2010-20005) y «Memorias en segundo grado: posmemoria de la Guerra Civil y el franquismo en la España del siglo XXI» (URV, 2013-LINE-01).
1Ch. Brunsdon y D. Morley: Everyday Television-Nationwide, Londres, BFI, 1978, y D. Morley: The Nationwide Audience: Structure and Decoding, Londres, BFI, 1980. Están reunidos en The Nationwide Television Studies, Londres, Routledge, 1999.
2M. Billig: Nacionalisme banal, Catarroja, Afers-Universitat de València, 2006 (edición original de 1995); T. Edensor: National Identity, Popular Culture and Everiday Life, Oxford, Berg, 2002; G. Eley y R. G. Suny: Becoming National. A Reader, Oxford, University Press, 1996; H. K. Bhabha: Nation and Narration, Londres, Routledge, 1990; F. Bonner: Ordinary Television. Analyzing Popular TV, Londres, Sage, 2003.
3D. Morley y Ch. Brundson: The Nationwide…, pp. 93-115 y 266-280.
4Véase, por ejemplo, G. Sartori: Homo videns. La sociedad teledirigida, Madrid, Taurus, 1998; F. Jameson: El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1991, pp. 11-22, o P. Bourdieu: Sobre la televisión, Barcelona, Anagrama, 1996. En su prólogo se alertaba ya acerca de que la televisión «pone en muy serio peligro las diferentes esferas de la producción cultural, […] la vida política y la democracia», sirviendo con frecuencia de soporte para «desvaríos nacionalistas».
5Las muestras son abundantes. Solo a título ilustrativo, «TV3, un canal de propaganda separatista», ABC, 25 de diciembre de 2013. Por su parte, el análisis de David Román «Catalan TV Network Reflects Separatis Fervor», publicado en The Wall Street Journal el 1 de enero de 2014, ha sido extensamente glosado en medios conservadores. Una de las opiniones particulares recogidas en el trabajo de Román indicaba que TV3 «es peor que la televisión soviética». Tal afirmación sirvió de encabezamiento para la glosa publicada, a su vez, en Vozpópuli el 2 de enero de 2014.
6Nos referimos a las críticas suscitadas a raíz de la presencia de adolescentes en la cadena humana del 11 de septiembre de 2013, que fueron entrevistados en un reportaje emitido en el programa Info K del canal de programación infantil y juvenil Super3 de TV3.
7Como respuesta a las reacciones que levantó este programa, el portavoz del Partido Popular de Catalunya, Enric Millo, afirmó que en la Cataluña de 2013 existían «compor-tamientos que son equiparables a (los de) aquella época (la Alemania nazi)», si bien, en un acto de impecable equilibrio, reconoció también que las equiparaciones entre nazismo y soberanismo «pueden ofender» a la ciudadanía.
8Véanse, por ejemplo, las observaciones publicadas en el blog del concejal de Unión Progreso y Democracia (UPyD), Jaime de Berenguer, sobre los «Procesos psicosociales básicos en la Cataluña nacionalista».
9El término laswelliano hace referencia al sociólogo norteamericano Harold D. Lasswell. Fue uno de los padres fundadores de los estudios funcionalistas sobre comunicación de masas (Mass Communication Research). Sus primeros trabajos suelen ser interpretados como vademécum de la óptica más determinista acerca del poder de los medios. No obstante, la obra de Lasswell es muy amplia, y desde los años cuarenta matizó esas primeras observaciones. Aunque también debe recordarse que las valoraciones sobre los efectos fuertes de los medios –y, en concreto, de la televisión–han seguido teniendo un peso significativo en aportaciones sociológicas posteriores, como ocurre en la teoría sobre «la espiral del silencio» de Elisabeth Noelle-Neumann, formulada a mediados de los años setenta.
10Como estudios de caso, los ensayos de E. Castelló y H. O’Donnell (sobre Cataluña y Escocia), A. Loiselle (Quebec), A. Dhoest (Flandes) o S. Mihelj (Serbia y Eslovenia), en E. Castelló, A. Dhoest y H. O’Donnell (eds.): The Nation on Screen. Discouses of the National on Global Television, Newcastle, Cambridge Scholars, 2009. También, desde una perspectiva de conjunto, P. Drummond, R. Paterson y J. Willis (eds.): National Identity and Europe: The Television Revolution, London, BFI, 1993, o M. E. Price: Television, the Public Sphere, and National Identity, Oxford, University Press, 1995.
11E. Castelló: «The production of television fiction and nation building: the Catalan case», European Journal of Communication, 22, 1, 2007, pp. 49-69; Ch. Lacalle: «Ficción televisiva y construcción de identidad cultural. El caso catalán», Opción, 23, 52, 2007, pp. 61-71; E. Castelló: Sèries de ficció i construcció nacional. Imaginant una Catalunya televisiva, Tarragona, URV, 2008, o K. Meso y otros autores: «Ficción televisiva y construcción de la identidad cultural. El caso vasco de Goenkale», Actas del II Congreso Internacional Latina de Comunicación Social, La Laguna, Universidad, 2010.
12A. Peris: «Nación española y ficción televisiva. Imaginarios, memoria y cotidianei-dad», en La nación de los españoles, pp. 393-417; A. Peris: «La nación española en la telerealidad: símbolos, cultura y territorio», en I. Saz y F. Archilés (eds.): Estudios sobre nacionalismo y nación en la España contemporánea, Zaragoza, Prensas Universitarias, 2011, pp. 203-243, o E. Galán y J. C. Rueda: «Televisión, identidad y memoria: representación de la Guerra Civil española en la ficción contemporánea», Observatorio, 7, 2, 2013.
13Como enfoques de conjunto, F. J. Ruiz del Olmo: Orígenes de la televisión en España, Málaga, Universidad, 1997; J. M. Baget: Historia de la televisión en España (1956-1975), Barcelona, Feed-Back, 1993; M. Palacio: Historia de la televisión en España, Barcelona, Gedisa, 2001; J. C. Rueda y M. M. Chicharro: La televisión en España (1956-2006). Política, consumo y cultura televisiva, Madrid, Fragua, 2006, o M. Palacio: La televisión durante la Transición española, Madrid, Cátedra, 2012. Respecto a la memoria sobre la televisión franquista, J. F. Gutiérrez Lozano: La televisión en el recuerdo. La recepción de un mundo en blanco y negro en Andalucía, Málaga, RTVA, 2006.
14V. Sánchez-Biosca: «Las culturas del tardofranquismo», Ayer, 68, 2007, pp. 89-110.
15El estudio más destacado e influyente sería el de M. Vázquez Montalbán: El libro gris de Televisión Española, Madrid, Ediciones 99, 1973.
16La aproximación esencial a esta cuestión es la de J. R. Pérez Ornia.: La televisión y los socialistas. Actividades del PSOE con respecto a TVE durante la transición (1976-1981), Madrid, Universidad Complutense, 1986.
17P. Muñoz.: RTVE, la sombra del escándalo, Madrid, Temas de Hoy, 1990.
18La literatura interpretativa de urgencia sobre este tema se publicó ya en 2004. Es el caso de R. M. Artal: 11-M/14-M: la onda expansiva, Madrid, Espejo de Tinta, 2004, o J. Chalvidant: 11-M. La manipulación, Madrid, Ediciones Juglar, 2004. Como valoración de conjunto, A. Vara y otros autores (eds.): Cobertura informativa del 11-M, Pamplona, Eunsa, 2006.
19E. Bustamente: Historia de la radio y la televisión en España. Una asignatura pendiente de la democracia, Barcelona, Gedisa, 2013.
20El enfoque más destacado para el empleo histórico del término nacionalización es el de G. L. Mosse en La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimiento de masas en Alemania desde las Guerras Napoleónicas al Tercer Reich (Madrid, Marcial Pons, 2006). Como aproximación crítica al concepto, P. Ruiz Torres: «Política social y nacionalización a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX», en I. Saz y F. Archilés (eds.): La nación de los españoles. Discursos y prácticas del nacionalismo español en la edad contemporánea, Valencia, PUV, 2012, pp. 15-18.
21Esta dualidad ha sido analizada por F. Archilés y M. García Carrión: «En la sombra del Estado. Esfera pública nacional y homogenización cultural en la España de la Restauración», Historia Contemporánea, 45, 2013, pp. 483-518.
22S. Hall: Politiche del quotidiano. Culture, identità e senso comune, Milán, Il Saggiatore, 2006.
23Por ejemplo, la programación durante Semana Santa se caracterizaba por la fijación en contenidos religiosos. Sin embargo, TVE acabó ofreciendo una cierta diversificación –siquiera estética o cosmopolita– de aquellos. Así, la parrilla del Jueves y Viernes Santo de 1972 estuvo nutrida por filmes religiosos italianos y estadounidenses (El cáliz de plata, San Francisco de Asís o Sarmiento de una tierra fuerte), certámenes deportivos, obras de teatro (La hidalga limosnera, de Pemán) y por la retransmisión de conciertos y oficios. Ya en el fin de semana se produjo una progresiva normalización de los contenidos: el sábado por la noche se emitió el concurso La gran ocasión, y la tarde del domingo estuvo copada por el contenedor de entretenimiento Siempre es domingo.
24Revisando los enfoques sobre neocolonialismo, M. Buonanno ha enfatizado la variable de la indigenización –o apropiación– de referentes foráneos por la cultura nacional. Dicho proceso sería perceptible en el plano del consumo televisivo (las variadas significaciones que unos mismos contenidos pueden suscitar entre públicos internacionales distintos), la representación (por ejemplo a causa del doblaje o la censura) o la producción (mediante la adaptación de formatos o la coproducción). H. Schiller: Communication and Cultural Domination, Nueva York, International Arts and Science Press, 1976, y M. Buonanno: L´età della televisione. Esperienze e teorie, Roma, Laterza, 2006, pp. 108-130.
25Cf. con J. Moreno Luzón y X. M. Núñez Seixas (eds.): Ser españoles. Imaginarios nacionalistas en el siglo XX, Barcelona, RBA, 2013, o P. Gabriel, J. Pomés y F. Fernández Gómez (eds.): España Res publica. Nacionalización española e identidades en conflicto, Granada, Comares, 2013.
26La bibliografía sobre esta cuestión es muy amplia. Como cartografía esencial, coincidente en su cronología con la televisión, X. M. Núñez Seixas: «Nuevos y viejos nacionalistas: la cuestión territorial en el tardofranquismo, 1959-1975», Ayer, 68, 2007, pp. 59-87.
27«El ministro de Información inauguró oficialmente la televisión en Madrid», ABC, 30 de octubre de 1956, p. 41.
28N. Rodríguez Márquez y J. Martínez Uceda: La televisión: historia y desarrollo (los pioneros de la televisión), Madrid, Mitre-RTVE, 1992, pp. 63-253.
29Gabinete de Estudios de la Dirección General de Radiodifusión y Televisión: Anuario de la RTVE, Madrid, Ministerio de Información y Turismo, 1969, pp. 28-30.
30Ibíd., pp. 317-323; Presidencia del Gobierno: Documentación básica del IV Plan Nacional de Desarrollo, Madrid, Presidencia, 1976, p. 71; RTVE: 1976. Nuestro libro del año, Madrid, RTVE, 1976, p. 35; M. A. Pérez Ruiz: La transición de la publicidad española, Madrid, Fragua, 2003, p. 266.
31Estos datos decrecían de forma notable respecto a la población rural, cayendo a cifras del cinco y el treinta y cinco por ciento, respectivamente. Televisión Española: Encuesta nacional de radio-televisión realizada por el Instituto de la Opinión Pública, Madrid, Imnasa, 1966.
32Instituto de Opinión Pública: Estudio de los medios de comunicación de masas en España. 3.ª parte: análisis de audiencia, Madrid, Imnasa, 1965; Instituto de Opinión Pública y Televisión Española: El público opina sobre televisión. Dos encuestas para TVE, Madrid, Imnasa, 1965, y Encuesta nacional…, 1966.
33En 1966 se acordó que las tarifas aumentarían un diez por ciento al año, a lo que se sumaría un porcentaje variable según creciese el parque de televisores. El incremento en la campaña 1967-1968 fue de un 13,8%, repercutiendo especialmente sobre los spots concentrados en horas de máxima audiencia. M. G. Carbajo: «Los precios de TVE para la próxima temporada», IP, julio de 1966, pp. 16-17; «Doce meses de publicidad en televisión española», IP, mayo de 1968, pp. 91-93.
34Cf. E. Gellner: Naciones y nacionalismo, Madrid, Alianza, 1983, pp. 128 y ss.
35Teleradio, 14-20 de julio de 1969, pp. 12-13.
36En la nota con motivo del veto se insistió en que este no pretendía prohibir la lengua catalana, sino evitar «un sentido político a la participación de Televisión Española» en Eurovisión; «Notas de Televisión Española», Teleradio, 1 de abril de 1968, pp. 14-15.
37E. Sopena: «Los silencios informativos de TVE», La Vanguardia Española, 20 de marzo de 1968, p. 11.
38Entre 1963 y 1966 el crecimiento del sector turístico fue de un 16% anual. Respecto a las estrategias divulgativas desde Cultura Popular, véase Ministerio de Información y Turismo: Cultura popular y espectáculos en España, Madrid, DGCPE, 1972.
39W. Washabaugh: «La invención del cante gitano: la serie Rito y geografía del cante», en G. Steingress y E. Baltanás (eds.): Flamenco y nacionalismo. Aportaciones para una sociología política del flamenco, Sevilla, Signatura, 1998, pp. 59-70.
40L. López Rodó: La larga marcha hacia la Monarquía, Barcelona, Noguer, 1977, p. 436.
41Dirección General de Radiodifusión y Televisión: Programación 1965-66, Madrid, Ministerio de Información y Turismo, 1966, pp. 5-6, y Noticias de televisión. Declaraciones del director general de Radiodifusión y Televisión Don Jesús Aparicio Bernal el 30 de septiembre de 1966, Madrid, TVE, 1967, pp. 2-3.
42J. M. Baget: 18 años de TVE, Barcelona, Diáfora, 1975, p. 53.
43M. A. Huerta Floriano y E. Pérez Morán (eds.): El «cine de barrio» tardofranquista. Reflejo de una sociedad, Madrid, Biblioteca Nueva, 2012.
44«Programa regional simultáneo», Teleradio, 4 de noviembre de 1975, p. 12.
45L. Spigel: Make Room for TV. Television and the Family Ideal in Postwar America, Chicago, University Press, 1992; J. M. Chandler: Television and National Sport. The United States and Britain, University of Illinois, 1988; J. Bourdon: Histoire de la télévision sous de Gaulle, París, Anthropos, 1990.
46X. M. Núñez Seixas: «Nacionalismo español y franquismo, una visión general», en M. Ortiz Heras (coord.): Culturas políticas del nacionalismo español. Del franquismo a la transición, Madrid, Libros de la Catarata, 2009, pp. 33-34.
47R. Cuervo y R. Álvarez (dirs.): Audiencia. Valoración de medios y programación publicitaria, Madrid, s.e, 1965, pp. 141-144; Ministerio de Información y Turismo: La audiencia de la televisión en España, Madrid, Ministerio de Información y Turismo, 1969, p. 5; Fundación Foessa: Estudios sociológicos sobre la situación social de España, 1975, Madrid, Euroamérica, 1976, p. 1047.
48P. F. Lazarsfeld, B. Berelson y H. Gaudet: The People’s Choice: How the Voter Makes up his Mind in a Presidential Campaign, Nueva York, Columbia University Press, 1944.
49P. F. Lazarsfeld y R. K. Merton: «Mass communication. Popular taste, and organized social action», en W. Schramm y otros autores (eds.): The Process and Effects of Mass Communication. Revised Edition, Urbana, Illinois, University of Chicago Press, pp. 554-578, 1971 (edición original de 1948).