«IGUAL QUE FRANCO PERO AL REVÉS»: UNA APROXIMACIÓN SOCIOLÓGICA AL ANTICATALANISMO EN LA ESPAÑA AUTONÓMICA
Vicent Flor
Universitat de València
La acumulación de desconfianza mutua entre Cataluña y España supone un obstáculo de gran magnitud para el funcionamiento eficaz del Estado español como organización.
GERMÀ BEL
Tal vez sea misión histórica de la catalanidad convertirse en el peligro interior español número uno, tanto de la lengua como de las piedras, y contribuir así a reforzar la identidad de la españolidad.
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Cataluña (y lo catalán) es el gran otro en la política interna española actual. A la luz de los datos de que disponemos, lo catalán ha devenido una de las principales alteridades de la identidad nacional española debido a su resistencia (real o percibida) a la asimilación cultural que promueve el Estado español. Los catalanes son percibidos como uno de los grupos étnicos más diferentes de España. Esta distinción (homodistinción y heterodistinción) sería una de las causas principales del anticatalanismo.
El nacionalismo es una ideología política contemporánea que aspira a crear una identidad colectiva, de base territorial, que se imagina como soberana y que afirma la existencia de un pueblo, constituido como sujeto político legitimante. Al respecto, las reivindicaciones últimas de los nacionalismos español y catalán son mutuamente incompatibles, como se está comprobando en los diferentes posicionamientos del proceso independentista de Cataluña.
El anticatalanismo se ha de entender dentro de la pugna entre los nacionalismos españoles y los nacionalismos catalanes1 por la naturaleza ideológica y territorial del Estado, una guerra en la que llevan la ventaja aquellos pero no la victoria completa: la resistencia de estos es vista como una afrenta para la culminación de la nación española (o, atendiendo a la naturaleza perennialista de buena parte del españolismo,2 a la aceptación finisecular de España como nación). Al fin y al cabo la identidad nacional española ha tenido una penetración desigual y Cataluña ha sido uno de los territorios más desafectos a esta propuesta identitaria.3
En este capítulo el análisis se limitará al papel que tiene el anticatalanismo en el españolismo y en la construcción de la España autonómica y no a su posible reverso, el anticastellanismo o antiespañolismo del catalanismo, que sería análogo en cierta manera al anticatalanismo, aunque no simétrico, debido a las diferentes posiciones de poder de un nacionalismo como el español, que controla el Estado, y del nacionalismo catalán, que controla a lo sumo un poder delegado de este, la autonomía de la Generalitat de Catalunya.
LA RIQUEZA CATALANA
Cataluña tiene un importante peso demográfico, económico y cultural en España. El padrón indica que el 1 de enero de 2013 los catalanes representaban el 16% de la población española. Es, con más de siete millones y medio de habitantes, la segunda comunidad autónoma (CA) más poblada, solamente por detrás de Andalucía.
Económicamente aún representa un porcentaje mayor. Su Producto Interior Bruto ascendía en 2012 a 192.535.185 ₠, lo que representaba un 18,9% del total de la riqueza española y en números absolutos el territorio más rico de España, por encima incluso del de Madrid. Su PIB per cápita en el mismo año ascendía a 26.412 ₠, lo que supone 4.121 ₠ por encima de la media estatal y 812 ₠ por encima de la media de la Unión Europea de los (entonces) veintisiete miembros. Sin embargo, su riqueza media está por debajo de la de los vascos (30.043 ₠), madrileños (28.491 ₠) y navarros (28.491 ₠), ciudadanos mejor tratados por las inversiones y las balanzas fiscales del Estado. Por lo que respecta a la renta bruta disponible per cápita (2011) los resultados son similares. Cada catalán disponía de 17.147 ₠, mientras que la media de cada español era de 14.992 ₠. Si la media española fuera 100, la renta catalana media sería, en ambos indicadores y respectivamente, 118,5 y 114,4. Si a lo escrito se le añade que Cataluña es uno de los territorios con mayor número de empresas activas por número de habitantes y que tiene uno de los menores porcentajes de trabajadores públicos porcentuales, se llegará fácilmente a la conclusión de que la economía catalana es una de las más productivas del Estado. Todavía.
Por lo que respecta a la cultura, la vehiculada en catalán representa la segunda más importante del Estado, a mucha diferencia de la tercera y de la cuarta. Por ejemplo, en catalán-valenciano se editaron en 2012 en España el 11,1% del conjunto de libros editados en lenguas propias del estado,4 a mucha distancia de cualquier otra lengua no castellana (en euskera se editó el 1,9% y en gallego el 1,7%). Aunque los libros en catalán representan un porcentaje sensiblemente inferior al número de catalano-hablantes, lo que indicaría una posición subordinada de esta lengua, este porcentaje representaría la mayor alteridad étnica de un mercado mayoritariamente editado en castellano, con un 85,3% del total. Además, con relación a la territorialización del mercado editorial, Barcelona ha sido un centro tradicional fundamental. En 2012, en Cataluña se editó el 26,1% del total de libros, solo por detrás de Madrid (41,5%), y a mucha distancia de la tercera CA (Andalucía, con un 11,1%).
De manera resumida se puede decir que uno de cada seis españoles, (casi) uno de cada cinco euros españoles y uno de cada cuatro libros españoles son catalanes. No es poca cosa. Los catalanes, pues, son muchos españoles, son unos españoles ricos y son unos españoles cultos. Así, se podría apuntar como hipótesis del anticatalanismo que la riqueza de Cataluña y la potencia de la alteridad cultural catalana serían un factor de rechazo en buena parte de los defensores de la construcción de la identidad nacional española.
LA INSOLIDARIDAD CATALANA
El economista Germà Bel5 ha calculado, a partir de las únicas balanzas fiscales publicadas por los diferentes gobiernos españoles, las de 2005, qué ocurriría si hubiese una redistribución progresiva entre CC. AA., es decir, si las CC. AA. más ricas, de acuerdo con sus diferentes niveles de riqueza, fueran solidarias sin romper el principio de ordinalidad, es decir con el supuesto de que esta solidaridad no permitiera que un territorio más pobre avanzara en riqueza a uno más rico, lo cual propiamente no se podría denominar solidaridad.6 Bel descubre que existen CC. AA. más pobres que la media que deberían recibir aún más solidaridad, como Murcia (un 6,7% del PIB), Castilla-La Mancha (3,1%), Andalucía (2,8%) y Canarias (0,9%). En cambio, deberían reducir la solidaridad que reciben Asturias (-10,5%), Castilla y León (-6,0%), Extremadura (-5,4%), Cantabria (-4,6%) y Galicia (-2,3%).
El caso del País Valenciano y de las Islas Baleares, territorios tradicionalmente catalanohablantes, merece un comentario específico. Según Bel, Valencia debería recibir una solidaridad del 2,5% de su PIB. Contrariamente se le detrae un 6,4%, lo que en 2005 suponía 7.827.000.000 ₠, una cantidad muy importante. En total, la financiación le supone una detracción del 8,9% del total de su riqueza. Baleares, con una riqueza media superior a la española, es la CA que más porcentaje de su renta aporta, un 10,8%, un 3,3% más de lo que le correspondería.
Entre las CC. AA. ricas también existen las que aportan más de lo que les corresponde y las que lo hacen menos. La de Madrid en 2005 era la que disponía de más PIB per cápita (26.835 ₠) y alcanzaba el 130% de la riqueza media estatal. Sin embargo, el flujo que aportaba a la solidaridad era de un 5,8% de su PIB, es decir, que porcentualmente aún era menos solidario que el País Valenciano (a pesar de que este contaba con una renta del 91% de la media estatal), y muchísimo menos que Cataluña y las Islas Baleares. De hecho, según los cálculos de Bel, a Madrid le correspondería aportar otro 2% de su PIB, es decir, 3.178 millones de euros más de 2005. Así, a pesar del inmenso beneficio que supone ostentar la capitalidad política (de hecho, ha pasado a ser el segundo territorio más rico per cápita de España), es menos solidaria con el resto de CC. AA. de lo que le correspondería.
No en términos absolutos pero porcentualmente aún hay comunidades más insolidarias que Madrid: sin contar las ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla, la medalla de oro a la insolidaridad la tiene el País Vasco (debería aportar un 6,1% de su PIB de 2005), la de plata Aragón (un 3,9%) y la de bronce Navarra (un 3,85%). Contrariamente, Cataluña, que transfiere un 8,7% de su PIB, lo que supone un 3,6% más de lo que le correspondería (es decir, 6.063 millones de euros de 2005), concentra, como se verá, las percepciones de insolidaridad económica y de trato de favor en el resto de España.
LOS MENOS QUERIDOS EN ESPAÑA
Disponemos de escasos instrumentos demoscópicos para medir la simpatía o antipatía que han generado y generan los catalanes entre el resto de ciudadanos del Estado. Existen algunos datos correspondientes a la transición democrática y a la década de los noventa del siglo pasado que servirán para contextualizar el fenómeno, aunque, sorprendentemente, no contamos con datos recientes con la calidad suficiente. Así, nos fundamentaremos en tres encuestas de opinión, una de OYCOS/ODEC de junio de 1990,7 de 6.600 entrevistas, y otra del CIS de noviembre de 1994, de 3.000 entrevistas,8 que vienen a coincidir en lo fundamental, y se compararán con otro estudio del periodo 1976-1979.9
En la encuesta de OYCOS/ODEC (tabla 1), en una escala 0-100,10 la puntuación más baja la recibieron los catalanes y, en segundo lugar, los vascos, a pesar de que el terrorismo de ETA fue muy activo durante ese periodo.11 De hecho, los catalanes obtuvieron las puntuaciones más bajas entre asturianos (29, la más baja de todas en todos los casos), canarios (40, empatados con los vascos), cántabros (41), manchegos (44), castellano-leoneses (45), madrileños (49), gallegos (52) y navarros (57, empatados con extremeños y canarios), y las segundas más bajas, detrás de los vascos, entre murcianos (37), andaluces (39), aragoneses (47), extremeños (50), valencianos (55) y riojanos (64). Entre vascos también los catalanes son los segundos peor valorados, solo por delante de los madrileños (50). Únicamente una CC. AA., la balear, catalanohablante, no tiene a los catalanes entre los primeros o segundos peor valorados (aun así, los catalanes son los cuartos peor valorados, con un 59, empatados con castellanos y manchegos). En conjunto, en nueve CC. AA. se obtuvo una puntuación por debajo del aprobado.
¿A qué sería debida tan baja consideración? Para los sociólogos Manuel García Ferrando, Eduardo López-Aranguren y Miguel Beltrán la culpa la tienen los nacionalistas periféricos:
Se ha desarrollado, pues, a lo largo de esta primera década de experiencia con la España de las Autonomías, una corriente de distanciamiento hacia los vascos y los catalanes por parte de segmentos amplios de la población del resto de las Comunidades Autónomas. Se trata, evidentemente, de las dos Comunidades Autónomas que más han tratado de ahondar en el hecho diferencial y en las posibilidades de autogobierno que ofrece el actual marco constitucional. Pero no se trata tan solo de esta profundización en la especificidad diferencial lo que parece alejar a muchos españoles de los vascos y de los catalanes, como también las formas políticas adoptadas por los grupos nacionalistas más radicales en ambas Comunidades. El terrorismo, las continuas declaraciones nacionalistas radicales, la «normalización» lingüística del euskera y del catalán, son hechos que son difícilmente asimilables por amplias capas de población, de ahí esa fuerte caída en el grado de simpatía que manifiestan muchos españoles hacia los vascos y los catalanes.12
Tratándose de científicos sociales cabría esperar una interpretación como mínimo más matizada. Sin embargo, para los autores de este estudio publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas son los otros, los nacionalistas radicales, los principales causantes de la desafección. El nacionalismo español, aparentemente banal,13 no aparecería como responsable o corresponsable en ningún caso. Análogamente, ¿responsabilizaríamos a las feministas radicales de ser la principal causa del desarrollo del machismo y de la misoginia? ¿O a los activistas negros o gays radicales del racismo o la homofobia? Lo dudo mucho.
Si se comparan los datos de 1990 respecto a los de 1979,14 el anticatalanismo había crecido en general en todo el Estado. La valoración de los catalanes había experimentado un descenso generalizado e intenso con la única excepción de Baleares (que había mantenido el indicador de 59) y Extremadura (de 49 a 50, aunque en 1979 era la que peor los valoraba). En este sentido hay que reseñar descensos de más de la mitad en Asturias (de 61 a 29), de 20 puntos en Canarias (de 60 a 40), de 16 puntos en Murcia (de 53 a 37) y de 15 puntos en Andalucía (de 54 a 39). La España autonómica parecería que habría desarrollado aún más el anticatalanismo tradicional.
El estudio 2123 sobre identificación territorial y las actitudes y estereotipos que los residentes en las diversas CC. AA. del Estado español mantienen unos hacia otros, así como hacia españoles y europeos del CIS de 199415 (tabla 2), confirma que la peor valoración de los diferentes grupos territoriales del Estado corresponde a los catalanes. En una escala 0-10, los catalanes son los únicos que suspenden (4,8), quedando a un punto de distancia de los siguientes peor valorados (los vascos, con un 5,8). El resto oscila entre el 6,3 de los murcianos y el notable (7,0) de los andaluces. Los que peor valorarían a los catalanes serían los gallegos (4,39) y los andaluces (4,50). Aún más, «los europeos son percibidos sistemáticamente y en todas las C.A. de modo más favorable que los propios catalanes, precisamente unos de los grupos que se sienten más europeos».16 Estos datos confirmarían que los catalanes son los menos queridos del Estado: «cabe destacar que la actitud hacia catalanes es, sistemáticamente, la más baja en todas las C.A. analizadas aquí, incluso entre vascos y valencianos (catalanes y valencianos, por cierto, no parecen mostrar una especial afinidad, en función de los datos)».17
Asimismo Sangrador, respecto a la imagen de los catalanes, destaca que:
aparece una curiosa bipolaridad: una mixtura entre rasgos positivos (trabajadores, emprendedores) con otros claramente negativos, pero no en el sentido de separatismo o independentismo (que también aparecen, aunque no en primer lugar), sino en torno a rasgos psicológicos: tacañería, orgullo, egoísmo, antipatía…Paradójicamente, la imagen obtenida de los catalanes se acerca mucho más a la de los europeos, lo que la aleja de los españoles implícitamente.18
En la misma línea, los catalanes son los que más rechazo presentarían como posibles compañeros de trabajo (49,2%), a mucha distancia de los vascos (33,9%) y más del doble de los terceros más rechazados, los andaluces (19,4%).19 Los que concentran el mayor rechazo hacia los catalanes son los andaluces. Curiosamente, Cataluña sería la segunda CA preferida de no haber nacido (o criado) en la propia CA (con un 14,2%, detrás de Madrid, que contaba con un 16%) y, lo más significativo, donde se viviría mejor (66,4%), a muchí-sima distancia de Madrid (36%) y el País Vasco (18,3%).
Otros datos sorprendentes, atendiendo a que el nacionalismo español es hegemónico y que este proclama la solidaridad entre todos los españoles, con independencia del territorio donde viven,20 indican que existiría una percepción generalizada de que el Gobierno español favorece a algunas CC. AA. Un 67,1% de los encuestados así lo afirmaba, frente a solo un 22,6% que opinaba que se trataba a todas por igual. Aunque hay que tener en cuenta que durante el trabajo de campo había un gobierno español dirigido por el PSOE, con el apoyo parlamentario de los nacionalistas catalanes de Convergència i Unió, lo más llamativo es que la gran mayoría (un 76,7%, en multirrespuesta, con un máximo de tres respuestas) respondía que era Cataluña la más favorecida. A una grandísima distancia estarían Andalucía (36,2%), Madrid (29,1%) y el País Vasco (28%). Al respecto, hasta un 91,3% de los andaluces así lo consideraría, como un 87,1% de castellanos, un 84,4% de madrileños, un 82,1% del resto de CC. AA., un 78,7% de gallegos, un 73,9% de valencianos, un 60,3% de vascos e, incluso, un 41,1% de los propios catalanes. Si exceptuamos a los catalanes, todos los grupos étnicos de España coincidían en este supuesto trato deferencial. A pesar de los datos económicos vistos en el capítulo anterior, la inmensa mayoría de madrileños (favorecidos por la capitalidad política y la política de inversiones radiales),21 e incluso de vascos (el País Vasco goza de un sistema de concierto económico, cosa que permite a los vascos poseer muchos más recursos económicos por habitante que otros territorios con balanza fiscal negativa), consideran que Cataluña es la CA del Estado más favorecida.
EL ANTICATALANISMO, UN PROCESO IDENTITARIO ESPECULAR
Manuel Castells ofrece una definición de identidad que puede ser de utilidad en el estudio del anticatalanismo. Para el sociólogo catalán: «La identidad es la fuente de sentido y experiencia para la gente […] Por identidad, en lo referente a los actores sociales, entiendo el proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido».22
El antropólogo Fredrik Barth, en sus estudios sobre los grupos étnicos, revela que la identificación de los individuos con la etnia a la que pertenecen es de tanta significación que organiza su vida social e incluso la manera de interactuar con los propios y con los otros. Y ello con independencia de que una determinada identidad colectiva pase a ser hegemónica o marginal: «Los grupos étnicos son categorías de adscripción e identificación que son utilizados por los actores mismos y tienen, por tanto, la característica de organizar interacción entre los individuos».23
Las identidades, pues, son el resultado de una construcción social dialógica.24 Estas se conforman mediante un devenir continuado en la esfera social: van haciéndose (reproduciéndose y reinventándose) con un constante proceso dialéctico o dialógico, interactuando en un contexto social determinado y reajustando las propias definiciones con las otras narrativas identitarias competidoras (o complementarias).
En consecuencia, identidad implica diferencia –y a menudo otredad–, diferencia frente a los otros (individuos y grupos). Esta voluntad diferenciacionista, pues, necesariamente se debe concretar en algunos elementos, también denominados marcadores, producto tanto de la autodefinición consensuada o hegemonizada internamente del endogrupo como de las definiciones de los distintos exogrupos, con independencia de que sean contrarias o coincidentes a las dadas por la colectividad propia.25 Para ser nosotros es necesario que haya un ellos. Y nosotros seremos nosotros tanto por cómo nos definimos internamente como por cómo nos definen los otros y lo haremos normalmente mediante aquellos elementos más visibles, que más fácilmente nos identifican (y nos separan de ellos).
Por todo ello, por identidad colectiva aquí se entenderá:
un estado de conciencia compartido o coincidente, un sentimiento más o menos explícito de pertenecer a una categoría específica de gente, a un grupo bien definido o a una communitas de contorno más impreciso pero de una llamada emocional más fuerte. Las identidades son realzadas por un movimiento reflexivo a partir del yo hacia otro (singular), contraponiendo un nosotros a un otro (plural). Así, una identidad colectiva se construye por medio de manipulaciones ideológicas, simbólicas o rituales. Ahora bien, sin duda tales ideologías, sistemas simbólicos y mitos gravitan encima de unas realidades sociológicas, culturales e históricas preexistentes, las cuales en el proceso manipulador tienden a ser más o menos aumentadas, recreadas y reafirmadas según las circunstancias.26
Esta definición resultará de utilidad por tres aspectos: 1) destaca la categoría construccionista, de artefacto cultural, que tiene necesariamente la identidad colectiva; 2) alerta sobre la formulación de esta construcción a partir de elementos de tipo ideológico, simbólico o ritual y 3) reconoce que esta creación cultural identitaria no es el resultado de una invención desde la nada, sino a partir de unas realidades sociales e históricas preexistentes que son reutilizadas o cocinadas.
Dentro de este proceso identitario, los grupos humanos se han estereotipado27 a lo largo de la historia. También durante la modernidad. Los vecinos acostumbran a crear estrategias de diferenciación y el estereotipo y el prejuicio resultan fundamentales para estos objetivos. Los estereotipos presentan dos grandes funciones,28 por una parte marcan fronteras y diferencias hacia los otros y, como consecuencia, refuerzan la identidad colectiva propia, de cada uno de los grupos:
Las actitudes y conductas estereotipadas o prejuiciadas contra «los otros», aquellos que pertenecen a un grupo o categoría distinto del nuestro, desempeñan un papel importante en la afirmación de la identidad grupal […] son manipulados para marcar distancias y fronteras frente a los otros, e indirectamente para afianzar el sentimiento de pertenencia y solidaridad intragrupal. Estos de dos maneras principales: a) negando-desprestigiando a los otros, sobre todo a aquellos grupos que son rivales y competidores directos por cualquier motivo; b) haciendo énfasis en las diferencias que separan al ingroup (el propio grupo) de los outgrups (los otros grupos en el mismo nivel estructural), no importa su carácter o peso específico «objetivo».29
También los catalanes han estereotipado a sus alteridades y han sido víctimas del mismo proceso. Tradicionalmente, la percepción del catalán ha oscilado en un continuo entre dos extremos representados por las figuras del avaricioso y del emprendedor. Así, por una parte, «ya sea en relación al almogávar o al negrero, la imagen secular –tanto la extra como la intrapeninsular– está asociada al egoísmo, a la brutalidad, a la codicia y a la explotación del trabajo o las vidas ajenas», y, por otra, también se edificó «la contraimagen del comerciante honesto y laborioso, del tendero familiar y del empresario afanoso».30 Duarte ha representado estas dos miradas antagónicas en dos clásicos de la literatura castellana, Quevedo y Cervantes, respectivamente. Sin embargo, parecería que el principio quevediano y su, entre otros, «son los catalanes aborto monstruoso de la política» habrían resultado «más fecundo(s)»31 y habrían acabado por devenir hegemónicos. Algunos de estos materiales quevedianos se reformularán con la irrupción de los nacionalismos en la Península Ibérica y se transformarán en el anticatalanismo moderno.
En uno de los primeros estudios sobre los estereotipos de las nacionalidades y regiones de España durante la transición democrática, restringido a las élites culturales, el heteroestereotipo de los catalanes lo conformaban en mayor medida los diez adjetivos siguientes (en orden decreciente): prácticos, ambiciosos, orgullosos, trabajadores, separatistas, emprendedores, inteligentes, tacaños, amantes de su tierra y antipáticos,32 que conformaban un estereotipo sensiblemente diferente al de castellanos, andaluces, vascos y gallegos (los grupos estudiados). Contrariamente, el autoestereotipo estaba construido a partir de los adjetivos siguientes: emprendedores, amantes de su tierra, responsables, hogareños, reflexivos, nobles, educados y honrados.33 Como era de esperar, la percepción colectiva de los propios catalanes era sustancialmente diferente de la que tenían de ellos el resto de ciudadanos del estado. Pero aún más, como destaca Sangrador, «llama también la atención el hecho de que sean sólo los sujetos catalanes quienes perciban una distancia media entre ellos y los demás pueblos superior a las restantes medias, lo que hace que en la estructura resultante aparezcan como muy diferentes a todos los demás grupos».34
El sociólogo valenciano Rafael Ll. Ninyoles atribuyó en su ensayo Madre España de 1979, con una tesis de inspiración gellneriana y, en cualquier caso, discutible, la estereotipación de los catalanes al «distinto ritmo de desarrollo económico y cultural entre Cataluña (Barcelona) y la España central»,35 que habría separado el «modo de ser catalán» del «modelo “normal”» definido según el carácter tradicional español. Así, la industrialización catalana habría generado un demostration effect, que habría sido percibido como una amenaza, como un peligro, ante el que surgiría la respuesta anticatalanista. Todo ello contribuiría a ayudar a entender los estereotipos de los catalanes como industriosos y trabajadores, avaros y codiciosos, inteligentes y astutos, que disfrutarían de una situación privilegiada (económica y política, controlando puestos de poder y decisiones) y, lo que resultaría contradictorio, serían cerrados, incluso clánicos. Como el propio Ninyoles apunta, esta visión está extraordinariamente cercana a la antisemita: catalanes y judíos (por lo menos hasta la creación del Estado de Israel) compartirían su condición de ser grupos minoritarios (en España los primeros, en la mayoría de los estados europeos previos al Holocausto los segundos) y de ser vistos «en ciertos aspectos en una situación de superioridad»:
La ambivalencia a que lleva esta doble situación, sólo puede entenderse si, junto a la desvalorización a que tales grupos quedan sujetos en su condición de «minorías» (el prejuicio negativo) se añade el hecho de ser valoradas como «minorías privilegiadas», con lo que se convierten, a la vez, en punto de referencia positiva para las conductas de las mayorías.36
Sin embargo, los vascos, que deberían haber generado una percepción relativamente similar, han experimentado un heteroestereotipo sustancialmente diferente del catalán. Así, los vascos eran vistos como (en orden también decreciente) fuertes, separatistas, amantes de su tierra, valientes, extremistas, trabajadores, individualistas, brutos, inteligentes y cerrados.37
Lógicamente, el anticatalanismo en sentido estricto se desarrollará como reacción frente al proceso de crecimiento del catalanismo, ideología política que impugnará la construcción del Estado unitario, mononacional y monolingüe español. Esta impugnación, junto con la del vasquismo, será la más importante a la que habrá de enfrentarse el nacionalismo español, que en muchos territorios del Estado prácticamente no tuvo alternativa y que, por tanto, generó relativamente rápido una identidad nacional española hegemónica y plenamente naturalizada.
¿Qué se entiende por anticatalanismo? Aquí se entenderá como una reacción moderna38 contra el catalanismo –sea real o percibido por el otro– y contra la consiguiente negativa catalana y de Cataluña al uniformismo, castellanocéntrico,39 que promueven las estructuras del Estado español, aspecto que ya planteó el historiador Alfons Cucó en 1979 respecto al País Valenciano, aunque se puede generalizar al resto del Estado:
El impulso de una ya relativamente estable tradición anticatalanista (y/o anticatalana) que surge en el País Valenciano –por lo menos en el siglo XX– de una manera prácticamente mecánica, cuando las bases ideológicas, culturales y políticas sobre las que descansan los fundamentos del Estado centralista son de alguna manera amenazadas o, incluso, puestas en discusión.40
En este sentido, también sería una reacción desde el nacionalismo español contra cualquier identidad política que se resiste a asimilarse. De alguna manera el anticatalanismo español es en buena medida parecido a la reacción antivasquista o antinacionalista vasca. El antivasquismo, por lo tanto, también se debe entender como una «cierta complicidad en el castigo de la diferencia, en la penalización de la negativa a dejarse asimilar».41
El sociólogo Salvador Cardús, en el prólogo de un libro de Josep Huguet y Rosa M. Cassà sobre el anticatalanismo, apunta a la contradicción del nacionalismo español por utilizar el anticatalanismo no solo como una estrategia eficaz, sino como una característica capital del discurso de este, cuestión que inventaría a los catalanes (los catalanes más o menos catalanistas, se entiende, y no necesariamente aquellos que responden a la catalanidad regional y asimilada que imagina aceptable el españolismo) como una especie de extranjeros del interior de España, lo cual, paradójicamente, supondría un obstáculo para la asimilación de los catalanes por parte de la identidad nacional española:
El anticatalanismo que fabrican, consumido preferente y ávidamente fuera de Cataluña, es en él mismo un obstáculo a cualquier proceso que quiera integrar nacionalmente a los catalanes en España. Ellos son los primeros que nos inventan como extranjeros y su xenofobia los aporta, parece, a desear una imposible Cataluña sin catalanes, o un improbable país solo con aquellos que hacen bastante gala de autoodio como por ser readmitidos, como conversos a la comunidad nacional española.42
Según Francesc Ferrer existen tres grandes ejes que sustentarían el programa general del anticatalanismo español (o catalanofobia): 1) el uniformismo político; 2) el déficit fiscal (Ferrer lo llama expolio económico y tributario), acompañado de la idea de que la riqueza de Cataluña es debida básicamente al esfuerzo del resto de España, y 3) el asimilacionismo cultural y lingüístico.43 Seguidamente se analizará con algún detalle cada uno de estos tres ejes.
ESPAÑA, UNA (UNINACIONAL)
El nacionalismo español es un proyecto uniformista político que se concreta, si bien con matices distintos según grupos ideológicos y contextos históricos, en la pretensión de asimilar políticamente a, entre otros, los catalanes en un proyecto de nación española unitaria, única, homogeneizadora (se explicite o no), castellanocéntrica y madrileñocéntrica.44 La resistencia catalana a la uniformización sería la causa que generaría una reacción contra el grupo que se niega, los catalanistas, y, mediante una sinécdoque no siempre consciente, el conjunto de los catalanes. Los catalanes, pues, serían odiados por la pretensión (insisto real o percibida, a estos efectos resulta una cuestión menor) de recuperar, continuar y/o incrementar su autogobierno: «En vista de la incapacidad de asimilar a los catalanes, teniendo en cuenta la falta de atractivos de su proyecto, el trato que les dispensaban era la fobia contra el que se resiste».45
Así, el catalán ha sido visto tradicionalmente como un separatista, y según Duarte esta percepción se desarrollará a partir del pensamiento de Valentí Almirall por la negativa del catalanismo a aceptar el unitarismo del Estado español.46 En este sentido, las llamadas Bases de Manresa fueron contestadas de manera contundente y llegaron a ser vistas como incompatibles con la nación española.47 Todo ello, por tanto, anteriormente incluso a que el catalanismo se afirmara explícitamente nacionalista (finales del siglo XIX) y, en consecuencia, muy previamente a que deviniera hegemónicamente soberanista o independentista, que es un proceso muy reciente, y que se puede situar a partir de la respuesta a la Sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 contra el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña aprobado por los parlamentos catalán y español y por la ciudadanía catalana en referéndum. Así, el nacionalismo español permitía una cierta identidad catalana siempre que esta se afirmara como regional, como subordinada: «si no quieren ser provincia el dilema es crudo: “Hermanos o Extranjeros”».48
Esta percepción separatista no hará sino incrementarse ante la hegemonía del catalanismo en Cataluña y su transversalidad ideológica, por lo menos a partir de los estertores de la dictadura franquista, donde logró conformarse como uno los consensos básicos de la sociedad catalana:
A lo largo del último quinquenio de la dictadura, los valores básicos del antifranquismo habían alcanzado en el Principado un altísimo grado de socialización o, si se quiere, de aceptación pasiva, que eclosionó a partir de la muerte de Franco […] Naturalmente, no todos los catalanes se consideraban, por aquellas fechas, nacionalistas; pero gracias al trabajo pedagógico de la oposición democrática, muchísimos –y de todos los orígenes– habían asumido la condición nacional de Cataluña, la demanda del Estatuto, la legitimidad del presidente Tarradellas. […] Este conjunto de actitudes, sentimientos y convicciones configuraban una simbología (los Segadors, el Once de Septiembre, Macià, Companys, la épica de la lucha antifascista del 1936-39, la Generalitat exiliada…) y una cultura política transversales que, en la primavera de 1977, impregnaban casi todos los medios de comunicación catalanes y eran asumidos –cierto que con grados diversos de convicción o de tacticismo– desde Unió Democràtica de Catalunya hasta las diversas ramas de la frondosa extrema izquierda.49
Uno de estos consensos, en mayor o menor medida, que se han ido tejiendo últimamente también ha sido la consideración de Cataluña como nación, pretensión contra la que el españolismo reaccionará de manera contundente. Una España plurinacional no solo es un proyecto contra el que se oponen abiertamente los nacionalistas españoles, sino que incluso es visto también como una destrucción de España, de su España. Así, con motivo del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2005, el entonces secretario general del PP, Ángel Acebes, declaró que aceptar la nación catalana implicaba «el primer paso en el desguace de España».50
El catalanismo, asimismo, ha sido acusado constantemente desde el nacionalismo español de ser una ideología antiliberal, anticosmopolita y antiuniversalista y de defender una identidad catalana cerrada, prácticamente clánica o tribal. Al respecto, el profesor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia Javier Varela escribió en 1996 que:
el señor Pujol no tiene ninguna «idea de España», […] ni siquiera puede decirse que tenga idea del Estado llamado a albergar esa pluralidad lingüística y cultural que nadie discute. El señor Pujol tiene, es evidente, una idea de la comunidad catalana como identidad cerrada, maciza, unánime y sin conflictos. Pero a esa idea teológicopolítica, falaz y peligrosa, nunca podrá prestar su asentimiento un liberal español y europeo.51
Paradójicamente, la construcción de la España de las autonomías, resultado en buena medida de la presión del catalanismo para transformar las tradicionales estructuras centralistas del Estado, ha supuesto lo que Luis Moreno denomina «competencia etnoterritorial», una pugna de los nuevos poderes autonómicos por los recursos económicos y simbólicos, siempre escasos, y por evitar no ser menos que los otros.52 O, como ha apuntado Duarte, «del agravio económico se transitará, en el proceso de conformación del estado de las autonomías, al político».53 Está en juego, en efecto, no ser percibido como inferior, como menos, y particularmente no ser menos que Cataluña, el otro. Los discursos de competencia etnoterritorial se pueden percibir en no pocas CC. AA., hasta el extremo de haber inspirado la modificación legislativa de diversos Estatutos de Autonomía para no alejarse de Cataluña. Particularmente llamativa al respecto ha sido la conocida como «cláusula Camps»,54 la disposición adicional segunda del nuevo Estatuto de Autonomía de la Comunitat Valenciana de 2006, que intenta blindarse políticamente (con independencia del debate jurídico de la aplicabilidad de la reforma, que escapa del alcance del capítulo) ante una hipotética mejora competencial de cualquier otra autonomía y, singularmente, de Cataluña:
1. Cualquier modificación de la legislación del Estado que, con carácter general y en el ámbito nacional, implique una ampliación de las competencias de las Comunidades Autónomas será de aplicación a la Comunitat Valenciana, considerándose ampliadas en esos mismos términos sus competencias. 2. La Comunitat Valenciana velará por que el nivel de autogobierno establecido en el presente Estatuto sea actualizado en términos de igualdad con las demás Comunidades Autónomas. 3. A este efecto, cualquier ampliación de las competencias de las Comunidades Autónomas que no estén asumidas en el presente Estatuto o no le hayan sido atribuidas, transferidas o delegadas a la Comunitat Valenciana con anterioridad obligará, en su caso, a las instituciones de autogobierno legitimadas a promover las correspondientes iniciativas para dicha actualización.
Los catalanes marcan la pauta, para bien (para copiarlos) y para mal (para odiarlos).
VOSOTROS, LOS INSOLIDARIOS
El segundo de los tres principales ejes de la catalanofobia española se centra en la cuestión económica. Si Cataluña es rica, según este discurso, sería debido a la inversión y al esfuerzo que han hecho el resto de españoles en ella (como si no hubieran habido, por ejemplo, obreros de origen catalán), en ningún caso, o solo subsidiariamente, debido a la iniciativa de las élites industriales catalanas o de la sociedad catalana en general. Pero no solo eso: con esta riqueza de todos el catalanismo incrementaría su poder, comprando voluntades y extendiendo sus tentáculos. Un ejemplo ilustrará esta retórica. El entonces catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza (durante un periodo fue de la de Valencia) Antonio Ubieto, en una entrevista en el diario anticatalanista de Valencia Las Provincias, afirmaba que los catalanes, con el dinero que habrían invertido el resto de españoles en Cataluña, harían proselitismo fuera de sus fronteras para apoderarse no solo de la historia de la franja catalanohablante aragonesa sino de unos determinados intereses económicos. Así se refuerza la imagen del catalán como un avaro incontinente que contribuye a crear el anticatalanismo español:
El Omnium Cultural de Barcelona intenta que las gentes de Fraga o de toda Ribagorza se consideren catalanes, están gastando muchos millones de pesetas en este sentido. Becan a gente para que sencillamente digan que son catalanes, se patrocina esto con el dinero que las empresas catalanas detraen de los impuestos para la cosa cultural […] demostré que en Barcelona están falsificando la documentación para intentar convencerlos de que son catalanes […] El problema de Fraga es económico, produce electricidad, la que necesitan los catalanes.55
Asimismo, en el discurso anticatalanista abundan las acusaciones a Cataluña, los catalanes y los catalanistas de haberse apropiado no solo de la riqueza de la mano de obra de la meseta y del sur peninsular sino también de las inversiones económicas y políticas de diferentes gobiernos españoles, incluyendo los de la dictadura de Francisco Franco:
¿No es cierto que Franco se volcó en el País Vasco y Cataluña, favoreciendo, en perjuicio de otras regiones, su desarrollo económico, dotándolas de excelentes comunicaciones viarias y férreas e incluso obligando a las cajas de ahorros de las demás regiones a invertir en Cataluña? Sin olvidar la eficaz contribución a la gobernación del país de ministros catalanes. Gana Pujol; pierde España.56
La retórica anticatalanista a veces se adentra abiertamente en el terreno de la xenofobia, siguiendo una cierta tradición quevediana. Al respecto, se adjunta una cita que describe particularmente el estereotipo anticatalán al presentar el conjunto de Cataluña y de los catalanes como una gente extremadamente tacaña, mediante una deformación grotesca acompañada de un cierto victimismo etnocéntrico muy significativo, además de inexacto (ya que, precisamente, el coste de la vida no es más caro en Sevilla, lugar de publicación, que en Cataluña): «En Cataluña la única palabra que no tiene traducción al castellano es gratis […] Un ejemplo: si en Cataluña existe una gran afición al esquí y a la micología, es porque la nieve y las setas son gratis. Por aquí, por el centro del manifestódromo, las cosas cuestan más».57
Este discurso ha sido asumido y reproducido por diversos regionalismos anticatalanistas, como el regionalismo anticatalanista valenciano o blaverismo.58 Así, «los catalanes» querrían exprimir económicamente el País Valenciano y, para justificar este supuesto expolio, la unidad lingüístico-cultural e incluso política pasaría a ser una estrategia fundamental y previa. Muchas veces, como en otros relatos xenófobos, se aludiría a una mano negra que dificultaría histó-ricamente y en la actualidad el desarrollo de la economía valenciana (de «los intereses valencianos») en beneficio de «sus intereses»:
Todo el ruido que el pancatalanismo está organizando tiene una motivación exclusivamente económica y por ello los catalanes, maestros en cuestiones monetarias, involucran la lengua, la cultura y hasta la historia en cuestiones políticas y económicas para favorecer sin duda sus propios intereses […] Y nos asombra que en ciudades como Alcoy no recuerden que, en tiempos de la II República, la alta burguesía catalana pagaba a agitadores profesionales para ocasionar oleadas de huelgas en las industriales textiles, con el fin de que las empresas se trasladasen a Cataluña, como así hicieron algunas. Y hoy están muy recientes casos como Iberflora, Feria del Mueble, Juguete, Muestras, en las que motivaciones económicas pretendieron trasladarlas a Cataluña con desprecio a los intereses valencianos que ellos dicen ser los suyos, pues todos somos hermanos.59
LOS QUE SE OPONEN A LA HEGEMONÍA DE LA «LENGUA COMÚN»
El tercer y último gran eje del anticatalanismo español es consecuencia de la voluntad asimilacionista de las periferias culturales y lingüísticas del Reino de España por parte del nacionalismo español. Sin embargo, este asimilacionismo comenzará a generar una reacción contraria a finales del siglo XIX con la reivindicación de, como los llamaba la Ley de Registro Civil de 1870, algunos «dialectos del país», que tendrá una acogida muy negativa en el unitarismo:
la lengua, de hecho, solo empezó a entrar en liza de modo protagónico cuando el uso de lenguas distintas del castellano que sobrepasase su cultivo diglósico en géneros literarios menores, como la poesía o el teatro costumbrista, empezó a plantearse por parte de varios escritores catalanes desde la década de 1880. Surgió entonces una polémica con los detractores de cualquier literatura regional que fuese más allá del pintoresquismo folclórico. Si se saltaba al ámbito de la reivindicación de cooficialidad administrativa y educativa, las reacciones de la esfera pública española eran de auténtico estupor. Un parlamentario se refirió a la demanda de cooficialidad del catalán, planteada ya por el Manifiesto a la Reina Regente de 1888, como una extravagancia salida de un manicomio.60
La reacción contraria a la oposición a esta asimilación castellano-española y, en concreto, a la resistencia catalanista al proyecto uniformizador provocará, pues, retóricas apasionadas y, a veces, abiertamente catalanófobas. Estas retóricas presentan a los catalanes, en general, como un pueblo acomplejado, precisamente por la voluntad de permanecer en la identidad diferenciada, de no asumir la identidad general española, de negarse a la asimilación: «Los historiadores catalanes siempre han tenido el complejo de inferioridad de que nunca han sido un reino y no existe un solo documento en el que se hable de que Jaime I hubiese querido crear un reino en Cataluña».61
Por tanto, el anticatalanismo se ha de entender también como una reacción contra los que se oponen al supremacismo lingüístico62 del castellano en la España de las autonomías, o lo que viene a ser lo mismo, la defensa de una ordenación jerárquica con el castellano como hegemónico y el resto de lenguas en posiciones (políticas y sociales) subordinadas, posición a menudo implícita, pero a veces bastante explícita, incluso en candidatos a la presidencia del Gobierno español como José María Aznar, quien en el verano de 1995 declaró que la segunda prioridad de su gobierno, solo por detrás del paro, sería «garantizar la primacía constitucional» del español «en todo el territorio nacional».63 Otro ejemplo de la explicitación supremacista la tendríamos en el llamado «Manifiesto por la lengua común», firmado en 2008 por diversos intelectuales espa-ñolistas como Mario Vargas Llosa, José Antonio Marina, Aurelio Arteta, Félix de Azúa, Albert Boadella, Carlos Castilla del Pino, Luis Alberto de Cuenca, Arcadi Espada, Alberto González Troyano, Antonio Lastra, Carmen Iglesias, Carlos Martínez Gorriarán, José Luis Pardo, Álvaro Pombo, Ramón Rodríguez, José M.ª Ruiz Soroa, Fernando Savater y Fernando Sosa Wagner, en el que se afirmaba que el castellano tenía que ser la «lengua principal de comunicación democrática en este país» y elogiaba la asimetría constitucional, y social, de las diferentes lenguas habladas por los ciudadanos del Estado:
Todas las lenguas oficiales en el Estado son igualmente españolas y merecedoras de protección institucional como patrimonio compartido, pero sólo una de ellas es común a todos, oficial en todo el territorio nacional y por tanto sólo una de ellas –el castellano– goza del deber constitucional de ser conocida y de la presunción consecuente de que todos la conocen. Es decir, hay una asimetría entre las lenguas españolas oficiales, lo cual no implica injusticia de ningún tipo porque en España hay diversas realidades culturales pero sólo una de ellas es universalmente oficial en nuestro Estado democrático. Y contar con una lengua política común es una enorme riqueza para la democracia, aún más si se trata de una lengua de tanto arraigo histórico en todo el país y de tanta vigencia en el mundo entero como el castellano.64
Asimismo, en la construcción del castellano o español estándar se intentará ocultar el etnocentrismo (castellanocentrismo, en concreto) que alberga este proceso con el objetivo de devenir un instrumento cultural hegemónico, proceso llevado a cabo por instituciones del Estado español como la Real Academia Española a través de una inversión ideológica, tal como ha denunciado el lingüista Juan Carlos Moreno:
…el español estándar es una variedad del castellano, y no al revés, como afirma el nacionalismo lingüístico español. […] el discurso lingüístico nacionalista pretende ocultar el castellanocentrismo del español estándar al afirmar que el castellano no es más que un dialecto del español entre otros muchos. Esto no se hace por vergüenza a reconocer el carácter étnico del español, sino para presentar esta lengua como un instrumento de comunicación culturalmente neutral en el que todas las identidades tienen cabida.65
Así, a través de la ocultación de la sinécdoque, el castellano es presentado como español y este es construido como la lengua común de todos los españoles y, aún más, de todos los ciudadanos de países hispanófonos. No solo será común, sino también obligatorio. La Constitución Española de 1978, en su artículo 3.1, así lo explicita: «El castellano es la lengua española oficial del estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». Una excepción europea.66
De hecho, el nacionalismo español no intentará edificar algo demasiado diferente que el francés en Francia o el británico en el Reino Unido, ya que las lenguas nacionales pasarán a ocupar un lugar central con la modernización. Previamente, «el labrador medieval hablaba, pero la persona moderna no puede hablar sin más; hemos de hablar alguna cosa –una lengua–.67 Según Ernest Gellner, la modernidad comporta necesidades de homogeneización cultural y unidad política. A diferencia de la importancia decisiva del parentesco de los hombres y mujeres medievales,
la mejor inversión de un hombre es con diferencia su educación, y ésta es la que realmente le provee de identidad. Diga lo que diga, el hombre moderno no es leal al monarca, tierra o fe algunos, sino a una cultura y, en términos generales, es eunuco. El mameluquismo se ha generalizado. Ningún vínculo importante le liga a ningún grupo de parentesco, y los que pudieran haber entre él y una comunidad más grande, anónima, han desaparecido.68
De tal manera que «la denigración del catalán(ista) ha pasado a ser más grave en la medida que ha procedido a dotar de sentido político moderno a valores, hábitos y sustratos previos. El primero, la constancia en el uso de la lengua nativa».69 Así, la llamada normalización de la lengua catalana será uno de los caballos de batalla principales para el nacionalismo español, ya que suponía un intento de configurar una alternativa a la prácticamente completa hegemonía del castellano como lengua de alta cultura y en los medios de comunicación que promovió el régimen franquista (y también diversos regímenes políticos anteriores). De hecho, ya en 1979 el líder de la derecha española Manuel Fraga declaraba que «en Cataluña, el tema se plantea con menor violencia [que en el País Vasco], pero la lucha cultural es fortísima, y la total catalanización de la enseñanza va a plantear problemas muy serios, como también el no disimulado expansionismo de los supuestos países catalanes».70 Al respecto, han sido muchos y pertinaces los intentos de evitar que el catalán se equiparara al castellano: desde el Manifiesto de los 2.300 de 1981, firmado entre otros por el sociólogo Amando de Miguel o el periodista Federico Jiménez de los Santos, en el que se responsabiliza al incipiente proceso de recuperación del catalán de generar una cierta limpieza étnica,71 pasando por las acusaciones de Acebes durante la campaña contra el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2005 al entonces presidente español José Luis Rodríguez Zapatero de ser, ni más ni menos, que «cómplice de la persecución del castellano», hasta las recientes resoluciones judiciales que impugnan y limitan la inmersión lingüística en catalán en la escuela.
La derecha española, y particularmente AP-PP, ha denunciado constantemente los supuestos abusos en la normalización lingüística del catalán y se ha presentado como defensora de los castellanohablantes de Cataluña, presuntamente discriminados. En el año 1993, en el contexto de un acuerdo de legislatura entre el PSOE y Convergència i Unió, se recrudeció este discurso.72 Más de un analista73 ha coincidido en la importancia al respecto de la portada del diario madrileño ABC del 12 de septiembre de 1993, que incorporaba una gran fotografía del entonces presidente de la Generalitat Jordi Pujol combinada con el siguiente titular: «Igual que Franco pero al revés: persecución del castellano en Cataluña».74 No fue un hecho aislado. El periodista anticatalanista Federico Jiménez Losantos, en un ensayo también publicado en 1993, defendía que:
la política lingüística de los nacionalismos catalán y vasco ha reproducido la que ellos denunciaron y padecieron durante el franquismo, estableciendo un sistema escolar y cultural abiertamente discriminatorio para los castellanohablantes. [En Cataluña] tres millones de personas están sometidas a la operación política y cultural del cambio de lengua, de erradicación de la lengua castellana en la segunda generación, [proceso] comparable en lo cultural a la «limpieza étnica» de los serbios de la antigua Yugoslavia, [perpetrado por] una especie de Ku-Klux-Klan difuso, pero terriblemente duro.75
Aunque la imposición lingüística del castellano ha sido un proceso negado reiteradamente, incluso por el jefe del Estado (en 2001 Juan Carlos I durante el discurso de entrega del Premio Cervantes a Francisco Umbral afirmó que «nunca fue la nuestra lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano: fueron los pueblos más diversos quienes hicieron suyo, por voluntad libérrima, el idioma de Cervantes»), no es de extrañar, con la retórica reiterativa contra la normalización del catalán, reproducida por potentes medios de comunicación, que la victoria electoral del PP el 12 de junio de 1994 en las elecciones al Parlamento Europeo se celebrara por parte de militantes y simpatizantes con un cántico como el de «¡Pujol, enano, habla castellano!», muy significativo de la fobia a la diversidad lingüística española.
Esta fijación contra la política educativa de la inmersión lingüística en catalán contrasta con la desatención que generan, por ejemplo, los derechos de los padres y madres valencianos a una escolarización en valenciano, hecho que ha llevado a Germà Bel a calificar el enfoque de los temas lingüísticos en el sistema educativo español como colonial:
como cualquier sistema colonial, el poder central promueve los intereses de su cultura y lengua, obviando los de los aborígenes de lenguas y culturas diferentes. Recordad: unas decenas de familias en Cataluña merecen la protección que se niega a decenas de miles de familias en la Comunidad Valenciana. La única diferencia: las primeras quieren la escolarización en castellano, y las segundas, en valenciano. ¿Resultados del sistema educativo? ¿Competencias lingüísticas de los alumnos? Estos son discusiones propias de países avanzados. El Gobierno central está más interesado en fomentar el monolingüismo y proteger la hegemonía del castellano por toda España.76
En la edición del 5 de marzo de 2014 El País confirmaba en primera página que el ministro Wert «solo ampara a los padres que quieran el castellano como lengua vehicular. La ley se desentiende de los idiomas cooficiales». En efecto, en el Real Decreto de desarrollo de la última ley de educación española, la LOMCE, un «texto hecho a medida para Cataluña», se desatienden los derechos de los padres indígenas.
¿EL ANTICATALANISMO ESPAÑOL ES TRANSVERSAL?
Se ha visto que el anticatalanismo es un elemento identitario común del conjunto de CC. AA. del Estado español. Ideológicamente, ¿sería igualmente transversal?, ¿lo utilizaría igualmente la izquierda que la derecha? A mi juicio es evidente que la intensidad y la retórica anticatalanista son diferentes en la derecha, más desacomplejada,77 que en la izquierda, más matizada. Sin embargo, los discursos ideológicos nacionalistas españoles, a derecha pero también a izquierda, están impregnados de anticatalanismo. Al fin y al cabo, se ha tendido a «sobrestimar las diferencias y a subestimar los aspectos comunes que comparten».78 Duarte, al respecto, considera que históricamente «la condición del catalán como enemigo interior no sólo atravesaba fronteras regionales sino también barreras ideológicas. El riesgo de ruptura patria aterroriza, casi por igual, a derechas y a izquierdas».79 De hecho, «frente a la perdurabilidad de los desencuentros, los episodios de identificación y empatía fueron, en ambas direcciones, más bien escasos».80 Así, el anticatalanismo no es patrimonio exclusivo del nacionalismo español conservador o reaccionario. También el españolismo progresista, y como muestra un editorial del periódico El País consideraba que, a pesar de pertenecer a la Unión Europea desde 1986, sin la mano de obra barata del sur peninsular «Cataluña no sería hoy lo que es y no tendría ocasión de pagar más impuestos, pero tampoco de vender en el mercado español mucho más de lo que en él compra».81
El País, de hecho, se afirma como un diario nacional español, con todo lo que suele llevar aparejado, es decir, contrario no solo a la plurinacionalidad y el derecho de autodeterminación de los pueblos del Estado (con la excepción, obviamente, del español), sino también al plurilingüismo. Ya en 1995, ante las quejas de un ciudadano valenciano por haberle traducido al español las cartas al director que enviaba, la negativa del defensor del lector se fundamentaba en que aunque «el Libro de estilo no dice nada al respecto, […] la negativa se deduce del principio de que es un diario nacional que se publica en lengua castellana».82 Al fin y al cabo se observa en este y en otros muchos casos «la tendencia del nacionalismo español de cualquier signo a no considerar como plenamente propios, en términos de plena paridad de derechos y deberes con el castellano, a los demás idiomas de España, más allá de un estatus constitucional visto como una concesión suficiente, o, para varios sectores, excesiva».83
Además, ante la propuesta del referéndum de soberanía de Cataluña, muchos articulistas habituales del periódico (además de bastantes otros ad hoc) han salido no solo en defensa de las posiciones unionistas, sino que han denigrado al adversario catalanista con munición de calibre grueso. Así, a modo de ejemplo, un escritor como Javier Cercas ha manifestado que «es posible que en los últimos tiempos estemos viviendo en Cataluña una suerte de totalitarismo soft» (13-IX-2013), un académico como Antonio Muñoz Molina ha calificado a los catalanistas como kitsch (20-IX-2013), Gabriel Tortella ha escrito que habría en Cataluña «una vaga frustración, y unos celos violentos por no ser el centro de España y porque el idioma catalán tenga un relieve insignificante comparado con el castellano» (19-X-2013), Vicente Verdú, contrariamente, ha acusado a los catalanes de tener un intenso complejo de superioridad (14-XII-2013) y César Molina ha ido aún más allá:
Menestrales son la monja Forcades, Carme Forcadell y Oriol Junqueras, todos ellos en la versión casa pairal. En versión pro domo mea, menestrales son Jordi Pujol y Artur Mas, entre muchos otros. El denominador común de la menestralía es la nostalgia de un medioevo idealizado, el gusto por una fuerte regulación de la sociedad y de la actividad económica –de lo que es buena muestra el Estatuto catalán en vigor, con sus 223 artículos y 152 páginas–, la limitación de horizontes y la falta de ambición para proponer un proyecto capaz de integrar a todos los catalanes y, también, a todos los españoles. El modelo de sociedad del independentismo menestral parece inspirado en el pueblo de los hobbits (18-I-2014).
¿ES INEVITABLE EL CHOQUE DE TRENES?
Planteo la pregunta pero cualquier sociólogo desconoce con exactitud la respuesta. No somos adivinos, nosotros, y, por otra parte, todo es posible aunque no todo es igualmente probable. Sin embargo, si jugara a tratar de anticipar el futuro, el choque entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán parece muy probable. Y ello porque la convivencia se antoja muy complicada: España es un estado muy poco acogedor para las demandas históricas del catalanismo. El Estado está trufado por la ideología españolista excluyente y asimiladora de la alteridad cultural y, aún más, nacional.
España no permite acoger la plurinacionalidad porque se imagina hegemónicamente como una única nación. La reivindicación del catalanismo de Cataluña (o, en su caso, los Países Catalanes) como nación no encaja en España. Lo han expresado por activa y por pasiva las principales instituciones del Estado: el parlamento, los diferentes ejecutivos, el judicial (el Tribunal Constitucional ha devenido una fábrica de independentistas catalanes), los medios de comunicación con sede en Madrid (y muchos con sede «en provincias»), los partidos políticos (mayoritarios), la sociedad civil y los intelectuales, no pocos de los cuales son agentes activos del nacionalismo español y contribuyen activamente a este con sus reiterados manifiestos y artículos.
La respuesta al catalanismo no ha sido un acuerdo para la convivencia en un estado cómodo para todos (hay que insistir en que, guste o no, el nacionalismo catalán ha sido, como mínimo desde la restauración de la Generalitat, hegemónico en Cataluña). La respuesta mayoritaria ha sido, contrariamente, la misma de siempre, el anticatalanismo:
la historia de España […] se nos presenta como una sucesión de oportunidades perdidas en el diálogo, entendimiento, articulación…de la identidad catalana –convertida en vector de acción colectiva– en el interior de la común unidad española. Lo que hemos planteado tiene que ver con un interrogante. ¿En qué medida la percepción que se tiene de los catalanes está condicionada por la incapacidad de los catalanistas de explicarse? Sin duda, los que hicieron esfuerzos en esta dirección fueron muchos: Enric Prat de la Riba, Francesc Cambó, Lluís Companys, Josep Tarradellas, Jordi Pujol…Se encontraron, más allá de la pervivencia de un sustrato quevediano, con una serie de problemas.84
Y así, la ecuación sigue abierta, entre una asimilación (cada vez más improbable) y una secesión (con más partidarios que nunca).
*Este capítulo es resultado del proyecto de investigación HAR2011-27392 «De la dictadura nacionalista a la democracia de las autonomías: política, cultura e identidades colectivas», dirigido por Ismael Saz y financiado por el MICINN. Los textos traducidos del catalán son del autor del artículo. Agradezco a Ferran Archilés diversas sugerencias y alguna bibliografía útil para su redacción. También Rafael Company ha aportado mejoras a la redacción.
1Creo que es más exacto utilizar el plural en un caso y en el otro, aunque por economía se utilizará el singular a partir de ahora.
2«El supuesto de una tradición ininterrumpida de nación –contra la idea moderna de nación como se ha entendido el término desde finales del siglo XVIII– juega un papel central en el concepto del presente de la derecha» (S. Balfour: «La derecha política y la idea de nación», en M. Ortiz (ed.): Culturas políticas del nacionalismo español. Del franquismo a la transición, Madrid, Catarata, 2009, p. 60).
3J. Muñoz: La construcción política de la identidad española: ¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático?, Madrid, CIS, 2012, p. 51.
4Sin embargo el Gobierno de España, en sus datos oficiales, separa ambas denominaciones de esta lengua común como dos idiomas diferentes, a pesar del gran consenso de la lingüística en la unidad de esta lengua. Así, correspondería al catalán el 9,6% y al valenciano el 1,5%. De esta manera el porcentaje de catalán aparece como inferior del que realmente es. Las estadísticas no acostumbran a ser neutrales (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte: Panorámica de la edición española de libros 2012. Análisis sectorial del libro, Madrid, Secretaría General Técnica del MECD, 2013, p. 32).
5G. Bel: Anatomia d’un desengany. La Catalunya que és i l’Espanya que no va poder ser, Destino, Barcelona, 2013.
6De hecho, la RAE restringe el concepto de solidaridad a la «adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros».
7Diciembre de 1990 en Andalucía, Cataluña y País Vasco (M. García Ferrando, E. López-Aranguren y M. Beltrán: La conciencia nacional y regional en la España de las autonomías, Madrid, CIS, 1994, p. 8).
8J. L. Sangrador: Identidades, actitudes y estereotipos en la España de las autonomías, Madrid, CIS, 1996.
9M. García Ferrando: Regionalismo y autonomismo en España. 1976-1979, Madrid, CIS, 1982.
10Hay que tener en cuenta que el indicador que elaboraron los sociólogos Manuel García Ferrando, Eduardo López-Aranguren y Miguel Beltrán podía llevar a confusión, ya que la pregunta del cuestionario era imprecisa para medir fobias y filias, atendiendo a que la interrogación medía más bien la interrelación, «cosas que se tienen en común», y determinados territorios como Andalucía, Extremadura, Murcia y Castilla-La Mancha tenían importantes bolsas de inmigración en Cataluña: «Aquí tiene Vd. una tarjeta con un dibujo que llamamos “termómetro de los sentimientos” y que querríamos usar para medir sus sentimientos con respecto a los naturales de las distintas Comunidades Autónomas. Si son para Vd. gente extraña, con la que tienen pocas cosas en común, puntúelo tirando para el 0. Si, por el contrario, son gente con la que Vd. se entiende, y siente que son como buenos vecinos, deles puntos tirando para el 100» (García Ferrando et al., op. cit., p. 201).
11Aunque no es el tema más relevante, para García Ferrando, López-Aranguren y Beltrán los vascos serían los peor valorados del Estado (ibíd., p. 28). Según los datos que adjuntan, los vascos serían peor valorados en siete comunidades autónomas y en otras siete los catalanes (en una comparten ese honor); sin embargo, la media de puntuación (descontada la propia comunidad en cada caso) es aún peor para los catalanes (47,75) que para los vascos (48,81). Solo saldría la media inferior para los vascos si también descontáramos a los navarros, que los puntúan de manera bastante favorable (la media sería para ese caso 47,13).
12García Ferrando et al., op. cit., p. 31.
13M. Billig: Nacionalisme banal, Catarroja-Barcelona, Afers, 2006.
14García Ferrando et al., op. cit., p. 31.
15Desde entonces el CIS no ha encargado, que yo conozca, ningún otro estudio monográfico para que se pueda medir la evolución de las identidades y de los estereotipos.
16J. L. Sangrador: Identidades…, op. cit., p. 71.
17Ibíd., p. 178.
18Ibíd., p. 179.
19Multirrespuesta, con un máximo de tres respuestas.
20Bel, al respecto, afirma que «en España no hay propuestas relevantes, ni incluso entre los más conspicuos defensores de mucha redistribución, para orientar el esfuerzo redistributivo hacia colectivos en situación especialmente precaria en el mundo. […] Más allá de programas muy delimitados de cooperación internacional, la redistribución se lleva a cabo dentro del propio grupo (la polis), que es donde sí tiene la expectativa de reciprocidad. El Estado es el instrumento organizativo a través del cual se procede a organizar la redistribución (entre muchas otras funciones)» (op. cit., p. 109).
21G. Bel: España, capital París. Origen y apoteosis del Estado radial: del Madrid sede cortesana a la capital total, Destino, Barcelona, 2010.
22M. Castells: La era de la información: Economía, sociedad y cultura, vol. II. El poder de la identidad, Madrid, Alianza, 1997, p. 28.
23F. Barth (ed.): Los grupos étnicos y sus fronteras, México DF, FCE, 1976, pp. 10-11.
24A. Ariño y R. Llopis: «La Comunidad Valenciana: un problema de identidad», Simposium Internacional Identidades colectivas en el mundo contemporáneo, Bilbao, 1993, p. 23.
25A. Piqueras: La identidad valenciana. La difícil construcción de una identidad colectiva, Madrid-Valencia, Escuela Libre-IAM, 1996, pp. 273-274.
26A. Barrera-González: «Metodologies en l’estudi del nacionalisme», en Nacionalismes i ciències socials, Barcelona, Mediterrània, 1997, p. 231.
27Para definir los estereotipos se tomará prestada la propuesta de Mackie: «creencias populares sobre los atributos que caracterizan a una categoría social y sobre los que hay un acuerdo sustancial» (en J. L. Sangrador: Estereotipos de las nacionalidades y regiones de España, Madrid, CIS, 1981, p. 26).
28Sangrador enumera hasta cuatro funciones: 1) defensa del yo a través de mecanismos de defensa; 2) justificación de actitudes o conductas hacia el grupo estereotipado; 3) economía cognitiva y predictibilidad de la conducta, y 4) facilitación de la identidad social del individuo y de su identificación e integración grupal (ibíd., pp. 34-47).
29A. Barrera-González: La dialéctica de la identidad en Cataluña. Un estudio de antropología social, Madrid, CIS, 1985, pp. 378-379.
30À. Duarte: «Son los catalanes aborto monstruoso de la política», en X. M. Núñez Seixas y F. Sevillano (eds.): Los enemigos de España. Imagen del otro, conflictos bélicos y disputas nacionales (siglos XVI-XX), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2010, p. 341.
31Ibíd., p. 343.
32J. L. Sangrador: Estereotipos…, op. cit., p. 170.
33Ibíd., p. 175.
34Ibíd., pp. 183-184.
35R. Ll. Ninyoles: Madre España, Valencia, Prometeo, 1979, p. 157.
36Ibíd., p. 160.
37J. L. Sangrador: Estereotipos…, op. cit., p. 172.
38Contrariamente, si el anticatalanismo es entendido como un rechazo a una cierta diferenciación política de los catalanes, se remontaría a la Baja Edad Media y al Renacimiento (A. Simon: «Els orígens històrics de l’anticatalanisme», en L’Espill 24, 2006, p. 43).
39I. Fox: La invención de España. Nacionalismo liberal e identidad nacional, Madrid, Cátedra, 1997, p. 45. Sin embargo, Fox utiliza el concepto castellanofilia, que parece más inexacto.
40A. Cucó: Sobre la ideologia blasquista, València, Tres i Quatre, 1979, p. 62.
41J. Ortiz: «Espanya mira Euskadi. Diagnosi: miopia, astigmatisme i vista cansada», en A. Segura (ed.): Mirades sobre Euskadi. Claus per a facilitar el diàleg, Barcelona, Pòrtic, 2003, p. 279.
42J. Huguet: Cornuts i pagar el beure. El discurs anticatalà a la premsa espanyola, Barcelona, Columna, 1999, p. 13.
43F. Ferrer: Catalanofòbia. El pensament anticatalà a través de la història, Barcelona, Edicions 62, 2000.
44En su perspicaz análisis de la movida madrileña el historiador Ferran Archilés apunta que «el PSOE, como después haría el PP, han convertido Madrid en el eje de un nuevo proyecto centralizador de la vida nacional; las inversiones e infraestructuras así lo avalan. Mucho de lo mismo ha sucedido, a instancias del poder político pero no solo, en el ámbito cultural y, algo de enorme importancia, en el ámbito del poder mediático-televisivo» («Sangre española. La “movida madrileña”y la redefinición de la identidad nacional española», en I. Saz y F. Archilés (eds.): La nación de los españoles. Discursos y prácticas del nacionalismo español en la época contemporánea, Valencia, PUV, 2012, p. 458).
45Ferrer: op. cit., p. 369.
46Duarte: op. cit., p. 351.
47Por ejemplo, el diputado desde 1886 hasta 1923 y varias veces ministro maurista Juan Sánchez Guerra afirmó que «su contenido es de todo punto incompatible no ya con la unidad, sino con la existencia misma de la nación española» (en Fox, op. cit., p. 86).
48Duarte: op. cit., p. 353.
49J. B. Culla: La dreta espanyola a Catalunya (1975-2008), Barcelona, La Campana, 2009, pp. 67-68.
50Ibíd., p. 547.
51En J. Palou: El País, la quinta columna. L’anticatalanisme d’esquerres, Palma, Documenta Balear, 1999, p. 106.
52L. Moreno: La federalización de España: Poder político y territorio, Madrid, Siglo XXI, 1997.
53Duarte: op. cit., p. 355.
54De hecho, el expresidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps explicitó que como presidente su objetivo era posicionarse en contra del Estatuto de Autonomía catalán: «…ese estatuto habla de una nación diferente a la española, que ese estatuto habla de blindaje de competencias y que ese estatuto dice que Cataluña es el estado en Cataluña. Y yo no estoy dispuesto, ni como presidente de la Generalitat Valenciana, (voces) ni como valenciano ni como español […] a permitir que una comunidad autónoma española se salte a la torera la Constitución Española, porque es nuestra [aplausos] obligación, es nuestra obligación» (Diario de Sesiones de las Corts Valencianes, n.º 1219, 14-III-2006, p. 4771).
55Baltasar Bueno: «Me hicieron la vida imposible por defender la verdad sobre los orígenes del Reino de Valencia», 20-II-1983, Las Provincias.
56F. Casanova: La Gaceta, 7-IV-1996, en Huguet: op. cit., p. 212.
57R. Cámara: El Correo de Andalucía, 26-XI-1996, en ibíd., p. 313.
58El blaverismo «afirma una valencianidad que se imagina “igual”(y que, de hecho, reacciona con contundencia cuando se percibe subordinada) a la catalanidad, aunque no es exactamente igual, porque aquella se reclama (cuando menos mayoritariamente) nacional y esta regional. Sin embargo, trata de superar esta contradicción apelando a una pretendida igualdad de ambas identidades, que incluso haría ir al blaverismo, por mimesis con el nacionalismo catalán, más allá del regionalismo, que es el terreno donde ideológicamente se sitúa» (V. Flor: Noves glòries a Espanya. Anticatalanisme i identitat valenciana, Catarroja/ Barcelona, Afers, 2011, pp. 284-285).
59Ch. Díez: El otro idioma valenciano: el castellano, Valencia, Unió Valenciana, 1990, p. 1.
60X. M. Núñez Seixas: «La(s) lengua(s) de la nación», en J. Moreno y X. M. Núñez Seixas (eds.): Ser españoles. Imaginarios nacionalistas en el siglo XX, Barcelona, RBA, 2013, p. 247.
61Entrevista a Antonio Ubieto de Pepe Gozálvez: «En Valencia ha escrito de historia gente que ni sabe ni sabía por dónde se anda», Las Provincias, 29-IX-1984.
62Supremacismo que proviene ya del siglo XIX: «extender el idioma de la nación era visto ante todo como una tarea de civilización del rústico. Existían lenguas regionales y/o dialectos –reinaba gran ambigüedad semántica en este aspecto– que persistirían en un estadio de naturaleza, y que como tales podían ser patrimonio de una diversidad a través de la que se afirmaba la españolidad. Pero al estadio de civilización solo podía pertenecer el castellano» (Núñez Seixas, op. cit., p. 248).
63En Culla, op. cit., p. 334.
64<http://elpais.com/elpais/2008/06/23/actualidad/1214209045_850215.html>. (Última consulta, marzo de 2014).
65J. C. Moreno: «El nacionalismo lingüístico», en C. Taibo (dir.): Nacionalismo español. Esencias, memoria e instituciones, Madrid, Catarata, 2007, pp. 373-374.
66Bel: op. cit., p. 150.
67Billig: op. cit., p. 60
68E. Gellner: Naciones y nacionalismo, Madrid, Alianza, 1988, p. 54.
69Duarte: op. cit., p. 348.
70En Culla: op. cit., p. 115.
71«… en este momento de crisis el conocimiento del catalán puede ser utilizado –y ya lo está siendo– como arma discriminatoria y como forma de orientar el paro hacia otras zonas de España. En efecto, el ambiente de presiones y de malestar creado ha originado ya una fuga considerable no sólo de enseñantes e intelectuales, sino también de trabajadores». Disponible en: <http://es.wikisource.org/wiki/Manifiesto_de_los_2300>. (Última consulta, febrero de 2014).
72En opinión de Balfour, se lanzó «una contraofensiva nacionalista española desde mediados de los años noventa contra lo que se percibía como la hegemonía del discurso de los nacionalismos periféricos» (op. cit., p. 63).
73Por ejemplo, Culla, op. cit., p. 328; Bel, op. cit., p. 126, y Núñez Seixas, op. cit., p. 279.
74Es evidente la falsedad de tal titular. Igual que Franco pero al revés, solo en la cuestión lingüística, hubiera sido en todo caso que el catalán fuera la única lengua oficial en Madrid y que se persiguiera el uso escrito e incluso oral del castellano. Debo este comentario a Rafael Company.
75En Culla, op. cit., p. 328.
76Bel, op. cit., pp. 150-151.
77Sebastian Balfour considera que «detrás de sus esfuerzos de modernizar su discurso en torno a nación e identidad, la derecha ha revelado, de forma contradictoria a veces, continuidades con las corrientes del españolismo» (op. cit., p. 60).
78Muñoz, op. cit., p. 51.
79Duarte, op. cit., p. 356.
80Ibíd., p. 356.
81El País, 12-IX-1993, en Huguet, op. cit., p. 101.
82En Palou, op. cit., p. 200.
83Núñez Seixas, op. cit., p. 274.
84Duarte, op. cit., p. 360.