—Muy bien, ahora dime dónde está España —pidió Violet a Jeremy, que giraba indeciso el globo terráqueo. Después de varios segundos de dudas, el niño señaló un lugar.
—¿Aquí? —preguntó dudoso.
—No, cariño, eso es Italia. ¿Recuerdas que te dije que tenía forma de bota?
El pequeño formó un mohín de pesar mezclado con aburrimiento. ¿Por qué no podían ir al parque? Ya estaba cansado de estar en casa.
Violet suspiró. Esa mañana estaba resultando complicada. El tiempo se había presentado muy desapacible y amenazaba lluvia. Beth, temerosa de que su hijo enfermase, le había prohibido salir, lo que les obligaba a permanecer en el interior; ardua tarea para un niño de seis años que rebosaba vitalidad y a ella le exigía idear nuevas formas de entretenerle para que no molestase a su madre, que estaba descansando tras el desayuno.
Violet no compartía ese excesivo celo materno, que a su entender no beneficiaba a los niños. Estos, de naturaleza vivaz, necesitaban realizar actividades al aire libre para crecer sanos y felices.
—Señorita Kingsley, un lacayo de los señores Winslow ha traído esta carta para usted. Dice que espera respuesta —comunicó Mary, que acababa de entrar en la sala de juegos donde Violet se encontraba.
La doncella se acercó con una pequeña bandeja de plata sobre la que reposaba un sobre lacrado. Violet lo abrió y extrajo la hoja de papel que la contenía. Antes de ver el nombre de la persona que la firmaba dedujo quién era. El adorno floral en las esquinas y el suave aroma a lavanda que desprendía le indicaban que era Cecily quien la enviaba. Ignoró la pequeña decepción que le supuso ese descubrimiento. ¿Acaso esperaba que fuese de él?
Querida Violet.
Me complacería contar con tu compañía en la reunión literaria que ha organizado la señora Middleton para mañana por la tarde en su residencia, y a la que asistirá como disertadora lady Franklin, esposa del famoso explorador sir John Franklin. Imagino que nos relatará sus viajes y experiencias vividas en Tierra de Van Diemen[3], donde residió durante varios años junto a su marido cuando le nombraron gobernador de dichos territorios, y también sobre la expedición que este emprendió hacia el Polo Norte hace años y de la que no se han vuelto a tener noticias. Confío en que resultará muy interesante y he pensado que te agradaría asistir.
En caso de que aceptes, pasaré a recogerte a las tres de la tarde.
Recibe un abrazo de tu amiga, Cecily Winslow
A Violet le entusiasmó la idea. Estaba al tanto de la desaparición del famoso explorador, junto con los ciento veintiocho marinos que formaban las tripulaciones de los dos barcos de la armada que habían partido trece años antes para explorar el Ártico y encontrar una ruta navegable hacia el océano Pacífico.
La prensa llevaba años haciéndose eco de los incansables intentos de lady Franklin por descubrir qué había ocurrido con la expedición. La dama no dejaba de presionar al Almirantazgo, por todos los medios que tenía a su alcance, para que continuase la búsqueda de los desaparecidos. Por su parte, había financiado varias partidas y ofrecido una recompensa a quien aportase alguna información que condujese a dar con su paradero.
—Quédate con Jeremy, por favor —indicó a Mary, y se dirigió a su habitación para escribir una respuesta.
Querida Cecily.
Te agradezco la invitación y la acepto encantada.
Estaré preparada para la hora que has mencionado.
Saludos cordiales.
Violet Kingsley
Entregó la misiva al lacayo que esperaba en el vestíbulo y regresó a la salita de juegos, un cuarto junto a la habitación de Jeremy. Cuando entró, su prima estaba allí.
—Mary dice que un sirviente de los Winslow te ha traído una carta —comentó Beth con expectación. La noche anterior, Violet había sido muy parca en explicaciones sobre la visita al Palacio de Westminster en compañía de sir Gerald; con todo, le pareció detectar un brillo inconfundible en su mirada cuando se refería a él, lo que le hacía pensar que había sido placentera y que comenzaba a superar la aversión que le suscitó en un principio.
—Cecily Winslow me ha invitado a una reunión mañana por la tarde —le informó Violet.
—¿En su casa?
—No. En casa de la señora Middleton. Se trata de una sesión literaria. Acudirá una viajera de gran prestigio. Si te interesa, le preguntaré a Cecily si puedes acompañarnos —sugirió. Imaginaba que la respuesta iba a ser negativa.
—No, gracias; acabaría quedándome dormida. Me aburren esas reuniones en las que se pasa todo el tiempo escuchando hablar a alguien. Si hubiera música y se pudiera bailar… —respondió con desagrado, tal y como Violet esperaba.
—En ese caso no sería una sesión literaria, Beth, se trataría de un baile, y esos debes eludirlos, según te recomendó el doctor. Tanta actividad y el trasnochar no es bueno para tu estado. No debes repetir el esfuerzo de la otra noche —le recordó.
Su prima se había empeñado en permanecer hasta bien entrada la madrugada con la probable intención de que alguno de los oficiales presentes se interesase por ella. Como la temporada social en la ciudad estaba en sus inicios, los bailes y reuniones de todo tipo eran escasos, así como las oportunidades, y esa debía aprovecharla al máximo. Violet le agradecía el interés que mostraba por encontrarle esposo y los esfuerzo que le suponía, pero ya no sabía cómo hacerle comprender que no era necesario.
—¿Os acompañará sir Gerald? —interrogó Beth con aparente desinterés.
Violet, que recogía los juguetes esparcidos por el suelo, sonrió con disimulo. Esperaba esa pregunta.
—No lo creo. Me comentó ayer que tenía que ausentarse de la ciudad por unos días. Aunque, de haber estado, evitaría el compromiso al saber que su hermana iba acompañada. Me da la impresión de que no es amante de ese tipo de reuniones. —A pesar de que había mejorado su apreciación tras la visita al Parlamento, en la que se mostró como un caballero de rectos principios, trato agradable y poseedor de una amplia cultura, no quería decir que esta hubiese cambiado por completo. Tenía que convencerla de que no era el libertino indolente que en un principio pensó.
—Te equivocas en la desfavorable opinión que tienes de sir Gerald, que no se ajusta a la realidad. Deberías hablar con George. Lo conoce muy bien y lo tiene en gran estima —sugirió Beth. Estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviese en su mano para que Violet se interesase por él. Su intuición le decía que sir Gerald ya lo estaba. La forma de mirarla durante la cena le recordaba a la de su marido cuando la cortejaba.
Violet pensó que era hora de preguntar a George; no por sir Gerald, sino por el teniente Falkner. Antes de marcharse quería averiguar cuál había sido el motivo de aquella deserción. Fuese cual fuese la respuesta, estaba convencida de que ayudaría a Cecily. No había nada peor que la incertidumbre, y su amiga necesitaba saber la verdad para comenzar a olvidarle y continuar con su vida.
[3] Actual isla de Tasmania, uno de los estados que constituyen la Mancomunidad de Australia.