8

Mentiras y manipulaciones

Bien entrada la mañana del 27 de febrero de 2007, un terrorista suicida llegó a la base aérea de Bagram en un Toyota Corolla.1Maniobró para dejar atrás a la policía afgana en el primer punto de control, avanzó 400 metros por la carretera hacia la puerta principal y se acercó al segundo punto de control, ocupado por soldados estadounidenses. Entre charcos de barro y una maraña de transeúntes y coches parados, activó el cinturón de explosivos.

La explosión se cobró la vida de veinte obreros afganos que ese día habían ido a la base a buscar trabajo. Además, la onda expansiva mató a dos estadounidenses y un surcoreano de la coalición militar internacional: el soldado de primera clase del Ejército de EE. UU. Daniel Zizumbo, un joven de veintisiete años de Chicago amante de las piruletas; el sargento primero Yoon Jang-Ho, el primer soldado surcoreano en morir en un conflicto extranjero desde Vietnam; y Geraldine Marquez, una contratista americana de Lockheed Martin que acababa de cumplir treinta y un años.

Quien salió sin un rasguño fue un invitado de lujo de Bagram que había estado intentando pasar desapercibido: el vicepresidente Dick Cheney.

Cheney había llegado a la zona de guerra el día anterior, en un viaje sorpresa a la región. Llegó en el Air Force Two desde Islamabad y solo tenía previsto pasar unas horas en Afganistán para reunirse con Hamid Karzai. Sin embargo, el mal tiempo le impidió llegar a Kabul y pernoctó en Bagram, a unos 50 kilómetros de la capital. La propia base era un símbolo de la presencia cada vez mayor de su administración en Afganistán: desde 2001, se había ido haciendo cada más grande hasta convertirse en una gran instalación con 9.000 efectivos, contratistas y otros trabajadores.

Pasadas unas horas del atentado, los talibanes citaron a los periodistas para reivindicar el ataque y decir que el objetivo había sido Cheney. Los mandos militares estadounidenses se rieron y acusaron a los insurgentes de difundir falsedades como parte de una campaña de guerra psicológica. Decían que el vicepresidente estaba a un kilómetro y medio, al otro extremo de la base, y que no había corrido peligro en ningún momento. Además, subrayaron que los talibanes no podrían haber planificado un ataque contra Cheney con tan poca antelación, porque su visita no se había anunciado y sus planes habían cambiado a última hora. El coronel del Ejército de Tierra Tom Collins, portavoz de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN, dijo a los periodistas que «la afirmación talibana de que habían ido a por el vicepresidente era absurda».2

Pero eran los oficiales militares estadounidenses quienes estaban ocultando la verdad.

En una entrevista de historia oral con el Ejército, el entonces capitán Shawn Dalrymple, un comandante de compañía con la 82.ª División Aerotransportada y responsable de seguridad en Bagram, dijo que se había filtrado que Cheney estaba allí.3El terrorista, añadió, había visto un convoy de vehículos salir por la puerta principal y se había inmolado porque pensó que Cheney iría de pasajero.

El atacante no iba del todo desencaminado.4Según Dalrymple, que había trabajado con el Servicio Secreto para planificar los movimientos de Cheney, en teoría el vicepresidente tenía que salir hacia Kabul en otro convoy al cabo de unos treinta minutos:5«Los insurgentes lo sabían. Estaba en todas las noticias, por más que se intentó mantener en secreto. Vieron un convoy salir por la puerta con un SUV blindado y pensaron que era él... Eso abrió los ojos a mucha gente. Se vio que Bagram no era un lugar seguro. Era un objetivo directo de los insurgentes».6

Pese a sus declaraciones públicas, los militares habían temido tanto un posible ataque talibán a Cheney durante el traslado a Kabul que habían maquinado una estratagema.7Su plan era salir de Bagram por una puerta que apenas se usaba. Los miembros del séquito con el que viajaría Cheney circularían como señuelos en los SUV normalmente reservados para altos dignatarios.8Cheney iría con Dalrymple en un pesado vehículo militar equipado con ametralladora: «Nadie se esperaría que viajara en el furgón armado».9

El plan se desechó tras el ataque suicida. Líderes militares decidieron que era demasiado peligroso viajar por carretera. Esperaron a que escampara y luego fueron por aire a Kabul a reunirse con Karzai. Cheney se fue finalmente de Afganistán esa tarde. Lo hizo en un avión militar C-17, sin mayores incidentes.

Pero el episodio supuso una escalada del conflicto en dos aspectos. Al atacar al vicepresidente en la protegidísima base de Bagram, los talibanes demostraron ser capaces de infligir ataques de alto nivel y con muchas bajas lejos de los bastiones insurgentes del sur y el este.

Y al mentir con lo cerca que habían estado los insurgentes de herir a Cheney, las fuerzas armadas ahondaron aún más en su estrategia de engañar al pueblo sobre muchas facetas de la guerra, desde cuestiones específicas hasta la situación general. Lo que empezó como una divulgación selectiva e interesada de información se consolidó y desembocó en tergiversaciones espontáneas y, al final, en mentiras sin paliativos.

Para Estados Unidos y sus aliados afganos y de la OTAN, el año anterior había sido terrible en todos los sentidos. Durante 2006, el número de atentados suicidas se había casi quintuplicado y el número de bombas camineras se había duplicado en comparación con 2005. Los refugios transfronterizos talibanes en Pakistán echaban leña al fuego y Washington podía hacer poca cosa para resolverlo. Antes de llegar a Bagram, Cheney se reunió con el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, para animarle a tomar medidas. El dictador no ofreció ninguna ayuda y dijo que su gobierno ya había «hecho el máximo».

A la vez, Estados Unidos sumaba un fracaso tras otro en Irak, una guerra mucho mayor a la que ya habían quedado atados 150.000 efectivos del Ejército, que sextuplicaban los que había desplegados en Afganistán. En enero de 2007, Bush anunció que enviaría 21.500 soldados más a Irak y pidió al Congreso que aprobara una partida de emergencia de 94.000 millones de dólares para la campaña. Viendo lo calamitosa que era la situación en Irak, la administración Bush deseó evitar por todos los medios que también pareciera estar perdiendo en Afganistán.

En consecuencia, con el inicio del nuevo año, los comandantes estadounidenses en Afganistán irradiaron nuevos niveles de optimismo. Sus declaraciones públicas fueron tan gratuitas e infundadas que bien podrían considerarse una campaña de desinformación.

El 9 de enero de 2007, el general de división del Ejército de Tierra Robert Durbin, el comandante a cargo de formar las fuerzas de seguridad afganas, dijo a los periodistas que se estaban imponiendo. Y añadió que el ejército y la policía locales seguían «progresando día tras día».

Unas semanas después, el general de división del Ejército de Tierra Benjamin Freakley, comandante de la 10.ª División de Montaña, valoró la situación con más benignidad todavía. Durante una rueda de prensa del 27 de enero, dijo que estaban ganando. Pese al aumento de ataques del año anterior, declaró que las fuerzas estadounidenses y afganas habían hecho «muchos avances» y estaban «derrotando una y otra vez a los talibanes y los terroristas» que se oponían a esta nación. En cuanto a los insurgentes, Freakley dijo que los rebeldes no habían «logrado ninguno de sus objetivos» y se estaban quedando «sin tiempo». Del incremento del número de ataques suicidas, dijo que era señal de la «desesperación» talibana.

Karl Eikenberry, entonces un general de tres estrellas que estaba cumpliendo el segundo período de servicio en Afganistán, visitó Berlín al cabo de tres días. Estaba intentando cosechar apoyos en Europa para las fuerzas de la OTAN. Como comandante militar de EE. UU., dijo que en 2007 los aliados iban «bien encaminados para lograr el triunfo» y sugirió que los talibanes estaban entrando en pánico: «Nuestra valoración es que se están dando cuenta de que el tiempo corre en contra de sus intereses».

El rebosante optimismo de los generales contrastaba con un año de valoraciones de inteligencia que advertían del fortalecimiento de la insurgencia. La cantinela sobre la presunta desesperación talibana contradecía los informes que señalaban que los guerrilleros creían que el viento soplaba y el tiempo corría inexorablemente a su favor.

En febrero de 2006, Ronald Neumann, embajador de Estados Unidos en Afganistán, envió a los líderes de Washington un cable diplomático clasificado. En él decía que un confiado líder talibán había avisado de lo siguiente: «Tenéis todos los relojes, pero nosotros tenemos todo el tiempo».10

En una entrevista de Lessons Learned, un miembro no identificado de la administración Bush confesó que el aluvión de ataques suicidas y bombas camineras, dos tácticas de insurgencia importadas desde Irak, hizo que los dignatarios estadounidenses en Afganistán temieran11una posible ofensiva del Tet12en Kandahar: «El clímax llegó a finales de 2005 o principios de 2006, cuando por fin nos dimos cuenta de que había una insurgencia que podía frustrar nuestro empeño. Al término de 2005, todo estaba cogiendo un cariz negativo».13

Neumann llegó a Kabul como embajador en julio de 2005. Era hijo de otro exembajador en el país y en 1967 había pasado un agradable verano allí como recién casado. Había viajado por todo el territorio, acampando y montando a caballo y yak.14Eran tiempos de paz. Regresó treinta y ocho años más tarde, cuando Afganistán llevaba un cuarto de siglo en guerra constante. Enseguida avisó a sus superiores en Washington de que, obviamente, la violencia estaba a punto de recrudecerse aún más.

En una entrevista diplomática de historia oral, Neumann dijo: «En otoño de 2005, el general Eikenberry y yo avisamos de que íbamos a ver un incremento desbocado de la insurgencia al año siguiente, en 2006, y que iba a ser mucho más sangrienta y grave».15A pesar de su funesta previsión, Washington se resistió a enviar más tropas y recursos. Neumann dijo que había pedido seiscientos millones de dólares en ayuda económica adicional para el gobierno afgano, pero la administración Bush solo aprobó 43: «Nunca me dijeron que no nos podían dar el dinero porque se necesitaba para Irak. Pero esa era la verdad».16

Al principio, muchos dirigentes de Washington no quisieron creer que los talibanes pudieran entrañar un riesgo considerable. Incluso algunos líderes militares movilizados minusvaloraban a los talibanes y pensaban que podían controlar fracciones de territorio rural, pero no eran una amenaza para el gobierno en Kabul. En una entrevista de historia oral con el Ejército, el general de brigada Bernard Champoux, subcomandante de una fuerza operativa de EE. UU. entre 2004 y 2005, dijo: «Creíamos que la capacidad talibán estaba muy mermada».17

Paul Toolan, un capitán de Fuerzas Especiales que estuvo en la provincia de Helmand en 2005, dijo que muchos líderes se equivocaban al ver la guerra como una misión de paz y reconstrucción. Intentaba explicar a todo el que le escuchara que los combates se habían intensificado y que los talibanes habían afianzado su potencia de fuego: «Si la pifiamos, esos tíos nos van a tener aquí atados durante muchos años».18

Pero la administración Bush silenció los avisos internos y, en público, edulcoró el avance de la guerra. En una entrevista de diciembre de 2005 con el presentador de la CNN Larry King, Rumsfeld dijo que las cosas iban tan bien que el Pentágono retiraría pronto entre 2.000 y 3.000 efectivos estadounidenses, cerca de un 10 % de las fuerzas que había en Afganistán: «Es fruto directo del progreso que se está haciendo en el país».19

Sin embargo, dos meses más tarde Rumsfeld y otros líderes de Washington recibieron otra advertencia clasificada de su embajador en Kabul. En un pesimista cable del 21 de febrero de 2006, Neumann predijo que la violencia iba a «aumentar a lo largo de los meses siguientes»20y que iba a haber más atentados suicidas en Kabul y otras ciudades importantes. Lo achacó a las bases talibanas en Pakistán y advirtió que, si no se abordaba la cuestión, podría «terminar reapareciendo la misma amenaza estratégica para Estados Unidos que había dado pie a [...] la intervención» hacía más de cuatro años. En otras palabras, otro 11S.

En el despacho, Neumann expresó su miedo a que se desvaneciera el apoyo popular si no se cumplían las expectativas.21En su entrevista diplomática de historia oral, dijo: «Para mí, era importante preparar al público americano para que no se sorprendiera y lo viera todo como un fracaso».22

Pero la administración Bush no fue sincera con la gente. En una visita presidencial a Afganistán poco después de que el embajador enviara el cable, Bush no mencionó el aumento de la violencia ni el resurgimiento talibán. En vez de eso, celebró los progresos: se había creado una democracia y una prensa libre, había escuelas para las niñas y la clase emprendedora era cada vez mayor. En la rueda de prensa del 1 de marzo, Bush le dijo a Karzai: «Estamos impresionados con el progreso que está haciendo su país».

Dos semanas más tarde, en una teleconferencia con el cuerpo de prensa del Pentágono, el general de división Freakley negó desde la base aérea de Bagram que los talibanes y Al Qaeda se estuvieran haciendo fuertes. Según el general, los picos de violencia se debían al clima más cálido y a que sus fuerzas estaban pasando al ataque. El comandante de la 10.ª División de Montaña afirmó: «Estamos haciendo recular al enemigo. Si veis un incremento en la violencia durante las próximas semanas o los próximos meses, seguramente sea por las operaciones ofensivas que están llevando a cabo el Ejército Nacional Afgano, la Policía Nacional Afgana y las fuerzas de la coalición», añadiendo: «Les aseguro que el progreso en Afganistán es constante y que se ve claramente».

En otra conferencia de prensa del Pentágono en mayo, el general de división Durbin presentó un informe muy optimista sobre el estado de las fuerzas de seguridad afganas. Dijo que habían «logrado poner palos en las ruedas y destruir» a sus enemigos y que el Ejército afgano había hecho «grandes» progresos en el reclutamiento.

El general de dos estrellas acabó con una guinda: elogió a las fuerzas de seguridad afganas e invitó a los periodistas a ir al país y comprobarlo en persona. «Creo que, si lo hacen, se quedarán tan impresionados como yo con su progreso.»

Ese mismo mayo, alguien acabaría yendo a comprobarlo en persona. El ex general del Ejército de Tierra Barry McCaffrey, un héroe de la primera guerra del Golfo y antiguo director de la Oficina para el Control de las Drogas con Clinton, llevaba una década retirado, pero los mandos militares le pidieron que visitara Afganistán y Pakistán y presentara un análisis independiente. La misión no se divulgó.

McCaffrey entrevistó a unos cincuenta altos dignatarios en el transcurso de una semana. En su informe de nueve páginas, alabó a los comandantes estadounidenses y destacó varios éxitos, pero no endulzó su veredicto: los talibanes estaban lejísimos de desaparecer y la guerra se estaba «encarnizando».23Decía de los talibanes que eran luchadores bien entrenados, «muy agresivos y dotados de tácticas inteligentes».24Además, poseían «un armamento excelente». Los insurgentes no iban a entrar en pánico ni a dejarse vencer por la sensación de urgencia; pronto iban «a adoptar una estrategia basada en “la espera”».

En cambio, McCaffrey decía que el Ejército afgano tenía «recursos terriblemente insuficientes» y que sus soldados tenían poca munición y armas de peor calidad que los talibanes. De la policía afgana, decía sin rodeos que era deplorable: «Su condición es desastrosa: mal equipados, corruptos, incompetentes, mal liderados y entrenados, afectados por el consumo de sustancias».25Incluso en el mejor de los casos, McCaffrey predecía que las fuerzas de seguridad afganas tardarían otros catorce años, hasta 2020, en poder operar sin ayuda estadounidense.

El informe fue ascendiendo por la cadena de mando hasta llegar a Rumsfeld y el Estado Mayor Conjunto. Avisaba de lo siguiente: «Nos vamos a encontrar sorpresas muy desagradables en los próximos veinticuatro meses. Los líderes nacionales afganos están todos aterrorizados de que vayamos a salir de puntillas del país en los años venideros. Creen que dejaremos el mochuelo a la OTAN y que todo volverá a sumirse en el caos».26

Por si las conclusiones de McCaffrey no dieran lo bastante que pensar, Rumsfeld recibiría pronto otro duro baño de realidad. El 17 de agosto de 2006, Marin Strmecki, su fiel consejero civil, entregó un informe clasificado de cuarenta páginas titulado «Afghanistan at a Crossroads» («La encrucijada de Afganistán»). Strmecki hizo otra visita a la zona de guerra después de McCaffrey para indagar en la situación real y llegó a muchas de las mismas conclusiones. Pero sembró aún más dudas sobre la fiabilidad y viabilidad de los aliados de Washington en Kabul.

Según Strmecki, el gobierno afgano era corrupto, torpe y había dejado un vacío de poder en muchas zonas del país que los talibanes podían explotar. Repitiendo un comentario que había oído en diversas ocasiones durante su visita, Strmecki añadió: «No es que el enemigo sea poderosísimo, sino que el gobierno afgano es muy débil».27

Entretanto, la Embajada de EE. UU. en Kabul fue testigo de una nueva oleada de pesimismo interno. Neumann, el embajador, envió otro sombrío cable clasificado a Washington el 29 de agosto, que empezaba con la declaración: «No estamos venciendo en Afganistán».28

Dos semanas después de la advertencia del embajador, Eikenberry dio una entrevista en ABC News por el quinto aniversario del 11S y ofreció otra versión masticada para el consumo del público: «Estamos ganando, pero también diré que no hemos ganado aún».29Al preguntarle si Estados Unidos podía perder, Eikenberry dijo: «Perder no es una opción en Afganistán».

Ese otoño, quienes redactaban los discursos de Rumsfeld aceleraron en su campaña de manipulación con una nueva hoja informativa titulada «Afghanistan: Five Years Later»30(«Afganistán: cinco años después»). Rebosante de optimismo, el texto destacaba más de cincuenta sucesos y guarismos prometedores, desde el número de mujeres afganas a las que se había formado en «una mejor crianza de las aves de corral» (más de 19.000) a «la velocidad media en la mayoría de las carreteras» (que había subido un 300 %): «Cinco años después, hay un pilón de buenas noticias. Aunque se ha puesto de moda en ciertos círculos tildar de olvidada la guerra de Afganistán, o decir que Estados Unidos ha perdido de vista sus objetivos, los hechos desmienten esos mitos».31

Para Rumsfeld, era brillante. En un copo de nieve del 16 de octubre, dijo: «El documento es magistral. ¿Cómo lo usamos? ¿Lo convertimos en un artículo? ¿Una columna de opinión? ¿Un folleto? ¿Una conferencia de prensa? ¿Todo lo anterior? Creo que debería llegar a mucha gente».32Mandó una copia a la Casa Blanca y sus subordinados enviaron una versión a los periodistas y la subieron al sitio web del Pentágono.

Si los líderes en el Pentágono o los generales en Kabul y Bagram hubieran escuchado a sus soldados sobre el terreno, habrían oído un mensaje muy distinto. El sargento primero John Bickford, un soldado de veintiséis años de Lake Placid (Nueva York), pasó buena parte de 2006 en la provincia de Paktika, en el este de Afganistán. Estaba apostado con otros soldados de la 10.ª División de Montaña en la base de apoyo de fuego de artillería Tillman, bautizada en honor a Pat Tillman, el jugador de la NFL que se alistó en el Ejército después del 11S y murió por fuego amigo al cabo de dos años. La aislada base estaba situada unos 65 kilómetros al norte de Shkin, en una escarpada lengüeta de territorio afgano que penetra en Pakistán. Se encontraba a un kilómetro y medio de la frontera, entre dos rutas enemigas de infiltración desde Waziristán del Norte.

Bickford dijo que los combates eran «casi diez veces peores»33que durante su primer período de servicio al este de Afganistán, hacía tres años. En verano de 2006, su unidad llegó a entrar en lid con los insurgentes hasta cuatro o cinco veces a la semana. El enemigo congregó a doscientos combatientes para intentar desbordar los puestos de vigilancia estadounidenses.

En una entrevista de historia oral con el Ejército, dijo lo siguiente: «Decíamos que habíamos derrotado a los talibanes, pero estuvieron siempre en Pakistán reagrupándose y maquinando. Y ahora han vuelto más fuertes que nunca. Siempre que atacaban o tendían una emboscada, estaban bien organizados y sabían lo que hacían».34

En agosto de 2006, Bickford estaba liderando una patrulla en un Humvee blindado cuando unos insurgentes les tendieron una emboscada con lanzacohetes. Uno de los proyectiles se cargó una parte del blindado del vehículo. Luego, otro obús impactó en el mismo sitio y penetró en el Humvee. La metralla le destrozó a Bickford el muslo, la pantorrilla, el tobillo y el pie derecho. El convoy repelió el ataque, pero sus días como soldado de infantería habían terminado.

Bickford pasó tres meses en una silla de ruedas y en muletas, recuperándose en el Centro Médico Militar Walter Reed de Washington. Todavía convaleciente, reflexionó sobre lo que Afganistán le deparaba a Estados Unidos: «Son muy inteligentes. Son el enemigo, pero merecen un gran respeto y nunca, nunca, nunca deberíamos subestimarlos».35

No obstante, transcurridos cinco años desde el inicio de la guerra, las fuerzas armadas seguían sin comprender a su enemigo ni qué les impulsaba a luchar.

Según Paul Toolan, el capitán de Fuerzas Especiales que estuvo destinado en la provincia de Helmand, muchas veces las tropas no entendían quién les disparaba ni por qué. En una zona, podían ser narcotraficantes que estaban protegiendo sus tierras. En otra, podían ser «fundamentalistas que estaban en contra del gobierno y tenían un único propósito».36Y en otro lugar, podía ser una milicia hostil que seguía las instrucciones de un representante local corrupto. «Esa es una gran pregunta en Afganistán: contra quién estás luchando y si estás luchando con quien toca»

Algunos ataques eran producto de rencillas que existían desde hacía generaciones o siglos. El mayor Darryl Schroeder, un oficial de operaciones psicológicas de Redding (California), fue asesor de la policía afgana en 2006. Según dijo, sus fuerzas podían circular por todo Kandahar sin que las atacaran. Pero sí atacaban a las tropas británicas que iban detrás siguiendo su misma ruta.

En una entrevista de historia oral con el Ejército, Schroeder explicó: «Cuando les preguntábamos a los afganos por qué, decían: “Porque los británicos mataron a mi abuelo y a mi bisabuelo”. Luchan por tantas razones diferentes...».37

 

 

Pero incluso cuando les explicaban los motivos, los americanos no comprendían qué fuerzas había detrás de la insurgencia. Esta incapacidad fue su principal cortapisa durante los años de guerra incesante.

Cuando el general de brigada James Terry, subcomandante de la 10.ª División de Montaña, llegó a Afganistán en 2006, pensó que su procedencia le ayudaría a comprender las complejidades del Afganistán rural. Originario de las montañas del norte de Georgia, contaba a la gente que su bisabuela era cheroqui, que uno de sus abuelos era granjero y el otro, contrabandista.38Él había crecido durante los agitados años sesenta y setenta. Lester Maddox, un demagogo populista, era gobernador de Georgia y George Wallace, otro desaforado racista, gobernaba el estado de Alabama. En una entrevista de historia oral con el Ejército, Terry dijo: «En teoría, yo debería saber más o menos cómo funcionaban los clanes, las tribus, el tráfico ilegal de sustancias y la corrupción».39

Pero para Terry, el enemigo era un enigma. Un día, se reunió con un general afgano y le pidió que le iluminara: «Le dije: “A ver, cuénteme cosas de los talibanes”. Él me miró y con la ayuda del intérprete me dijo: “¿De qué talibanes habla?”. Le dije que de los talibanes».40

«Me respondió que había de tres tipos: “¿De cuáles quiere oír hablar?”. Le contesté que de los tres, que quería saber qué eran.»41

El general afgano explicó a su aliado que un perfil de talibán era el del «terrorista radical». Otro grupo solo miraba por sí mismo. El resto eran «los pobres y los ignorantes, que simplemente caen bajo la influencia de los otros dos grupos». Según el general afgano: «Para conseguir algo de verdad, debes separar a los dos grupos de los pobres y los ignorantes. Entonces habrá estabilidad y prosperidad en Afganistán».

Era una explicación demasiado simplificada, pero Terry pensó que hasta entonces no había oído nada más sensato. «Un tipo bastante perspicaz», dijo.