Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido.
1 CORINTIOS 13:12
Muchas veces, he visto gente en la televisión que dicen haber tenido experiencias cercanas a la muerte (ECM). Confieso que me fascinaron sus relatos, pero debo admitir que soy escéptico. En realidad, muy escéptico. Antes y después de que hablaran siempre pensé: Probablemente fue algo en su cerebro. O quizá había algo en su banco de memoria que volvieron a experimentar. No dudé nunca de su sinceridad. Ellos querían creer en lo que decían.
He visto muchos programas en vivo y leí sobre víctimas que murieron y fueron resucitadas de forma heroica. Sus relatos a menudo me parecieron demasiado ensayados y tan similares que perturban, como si una persona copiara la historia de la última. Un individuo que afirmó haber estado muerto durante más de veinticuatro horas escribió un libro y dijo que había hablado con Adán y Eva. Algunas de las cosas que supuestamente le dijo esa primera pareja de humanos no tienen nada que ver con lo que está escrito en la Biblia.
A pesar de mi escepticismo, el cual siento todavía hoy en torno a muchos de esos testimonios, jamás cuestioné mi propia muerte. En realidad, fue algo tan poderoso, tan transformador, que no pude hablar con nadie hasta que David Gentiles logró sacarme la información casi con un tirabuzón dos años después del accidente.
He visto las investigaciones en torno a las ECM y pensé en ellas con frecuencia a lo largo de los años.
En diciembre de 2001, el Lancet, publicado por la Sociedad Médica Británica, informó los resultados de su investigación en torno a las ECM. La mayoría de los científicos y expertos médicos habían descartado estos sucesos dramáticos como deseos o desvaríos de la mente a causa de la falta de oxígeno.
Este estudio científico realizado en los Países Bajos es uno de los primeros. En lugar de entrevistar a quienes informaban haber pasado por una ECM, siguieron a cientos de pacientes que habían sido resucitados después de sufrir una muerte clínica... es decir, después que sus corazones habían dejado de latir. Esperaban que este método les brindara relatos más exactos al documentar las experiencias mientras sucedieron, en lugar de fundamentarlas en recuerdos mucho tiempo después de la resucitación.
Los resultados fueron que un dieciocho por ciento de los pacientes en el estudio hablaba de recuerdos del momento en que habían estado clínicamente muertos. Entre un ocho y un doce por ciento informaban las experiencias ECM comúnmente aceptadas, como ver luces brillantes, pasar por un túnel, y hasta cruzar al cielo y hablar con parientes o amigos fallecidos. Los investigadores llegaron a la conclusión de que las experiencias cercanas a la muerte o ECM son meramente «algo que todos quisiéramos creer con desesperación que es verdad».[3]
Por otra parte, otros investigadores llegaron a conclusiones basadas en un estudio de trescientas cuarenta y cuatro personas (de entre veintiséis y noventa y dos años) que habían sido resucitadas. La mayoría fue entrevistada dentro de los cinco días posteriores a la experiencia. Los investigadores volvieron a contactarlos dos años más tarde, y luego de nuevo a los ocho años de esto.
Ellos descubrieron que las experiencias no se correlacionaban con ninguno de los parámetros de medición psicológica, fisiológica o clínica... es decir, que las experiencias no tenían relación con los procesos del cerebro que está muriendo. La mayoría de los pacientes tenía una excelente capacidad de recordar los sucesos, lo cual según los investigadores da por tierra con la idea de que los recuerdos eran falsos.
Lo que más me importa es que quienes pasaron por tales experiencias informan de cambios marcados en su personalidad. Ellos perdieron el miedo a la muerte. Se hicieron más compasivos, generosos, amorosos.
El estudio en realidad no mostró nada en cuanto a que las ECM sean verdaderas. Como ha sido el caso antes de que se realizaran estos estudios, un grupo creía que las ECM son solo estados psicológicos de alguien que está muriendo, mientras que el otro grupo sostenía que la evidencia respalda la validez de las ECM, sugiriendo que los científicos revisen las teorías que descartan las experiencias extracorporales.
No tengo la intención de tratar de encontrarle la solución a este debate. Solo puedo contar lo que me pasó a mí. No importa lo que me digan o no los investigadores, yo sé que fui al cielo.
He dedicado una inmensa cantidad de tiempo a pensar por qué sucedió, en lugar de concentrarme en qué pasó. He llegado a una sola conclusión: Antes de morir en un accidente automovilístico era escéptico en cuanto a las ECM. Simplemente, no veía cómo alguien podía morir, ir al cielo, y volver para contarlo. Jamás dudé de la muerte, de la realidad del cielo, o de la vida después de la muerte. Pero sí dudaba de las descripciones de los relatos de las ECM. Estas historias me parecían muy ensayadas, todas muy similares. Entonces morí, fui al cielo y volví. Solo puedo contar lo que me pasó a mí. Ni por un instante se me ha ocurrido creer que fue una mera visión, un caso de cables cruzados en el cerebro, o el resultado de cosas que oí antes. Sé que el cielo es real. Estuve allí y volví.
Así que todo se resume a esto: Hasta que un simple mortal muera durante un período de tiempo considerable y luego vuelva a vivir con una evidencia irrefutable de que hay vida después de la muerte, las ECM seguirán siendo una cuestión de fe, o al menos, conjeturas. Pero, como dice uno de mis amigos: «¿Qué hay de nuevo?»
Compartí mis experiencias una vez con una congregación grande en la que se encontraban los padres de mi esposa, Eldon y Ethel Pentecost. Ellos me han respaldado siempre e hicieron grandes sacrificios durante mi accidente y la larga recuperación.
Después del servicio, fuimos a su casa. En un momento en que Eldon y yo estábamos a solas, me dijo:
—Me enojé la primera vez que compartiste la historia de tu viaje al cielo.
Yo no tenía idea de que hubiera sentido enojo.
—Terminaste diciendo que nunca deseaste volver a la tierra.
Asentí, sin saber hacia dónde se dirigía la conversación.
—No entendí entonces. Pero hoy sí puedo entenderlo. Cuando te oigo hablar de la belleza del cielo comprendo un poco más por qué estarías dispuesto a separarte de mi hija y mis nietos durante un tiempo. Pues sabes, de veras, que volverán a unirse.
—Sin duda alguna —dije.
La revelación de Eldon me tomó con la guardia baja. Claro que tenía razón. Tuve el privilegio de bautizar a mis hijos y de ver bautizada a mi esposa también. Sabía que la fe de ellos era sincera. Por fe, sabía que serían residentes del cielo algún día. Y separarme de ellos jamás cruzó por mi mente mientras estuve en el cielo. Los que están en el cielo sencillamente no están conscientes de quiénes no están allí. Pero sí saben quién vendrá.
Y todavía hoy puedo decir con sinceridad que desearía haberme quedado en el cielo, pero sé que mi momento no era ese. Si hubiera sabido que me esperaban dos semanas en la UCI, un año en el hospital, y treinta y cuatro operaciones al dejar el cielo, seguro habría estado todavía más desesperanzado desde el principio. Sin embargo, no estaba en mí la decisión, y volví con el sonido de una voz que oraba, de botas que pisaban el vidrio hecho añicos, y de las Mandíbulas de la Vida que abrían los hierros apretados de mi auto destruido.
Hay una pregunta que sigue ocupando mi mente: ¿Por qué? Y tiene varias versiones:
¿Por qué morí en el accidente de auto?
¿Por qué tuve ese singular privilegio de ir al cielo?
¿Por qué se me permitió un vistazo del cielo para luego hacerme volver?
¿Por qué casi muero en el hospital?
¿Por qué permitió Dios que viviera en constante dolor desde el 18 de enero de 1989?
La respuesta es corta: No lo sé.
Y sin embargo, ese por qué sigue siendo el cuestionamiento humano más consumado. Por naturaleza, somos curiosos. Queremos saber.
Después de todos estos años todavía no me resulta fácil contar lo sucedido. Varias veces intenté escribirlo y no pude. Por eso le pedí a mi amigo Cec Murphey que me ayudara con este libro... si dependiera de mí jamás lo habría escrito. El trauma emocional de revivir todos los sucesos es demasiado para mí. Solo contando con alguien más que lo escribiera me ha sido posible pasar por esto.
Todavía no sé por qué pasan estas cosas.
Pero sí sé que Dios está conmigo en los momentos más oscuros de mi vida.
Además de preguntar por qué hay otras preguntas. Creo que es más importante que piense en ellas.
¿Quiso Dios que conociera el dolor real para que pudiera entender el dolor de mi prójimo?
¿Qué es lo que Dios quiso que aprendiera de todas mis experiencias, de mi muerte y de mi larga recuperación?
¿De qué manera pueden mis experiencias beneficiar más a mi prójimo?
Después de tantos años, todavía no encuentro respuesta tampoco para la mayoría de estas preguntas. Aprendí varias cosas y veo que Dios sigue teniendo razones para mantenerme con vida en esta tierra. Quizá nunca llegue a conocer sus razones, y por cierto él no tiene la obligación de explicármelas.
Aunque no tengo respuestas a muchas de mis preguntas, tengo paz. Sé que estoy donde Dios quiere que esté. Sé que estoy haciendo el trabajo que Dios me encargó.
Encuentro consuelo en una historia registrada en el Evangelio de Juan. Un hombre que había nacido ciego conoce a Jesús y es sanado. Entonces corre por ahí, alabando a Dios, pero su sanidad es algo que molesta a los líderes religiosos que han estado intentando apartar a la gente de Jesús.
Interrogan al hombre que era ciego buscando obligarlo a admitir que Jesús es un pecador (es decir, un fraude).
El hombre dice con sabiduría: «Si es pecador, no lo sé ... Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo» (Juan 9:25). De la misma manera algunos quizá no crean en mi relato. Podrán pensar que fue el cumplimiento de algo que deseé y que se concretó en el momento de un trauma severo. No tengo que defender mi experiencia.
Sé lo que me pasó. Para quienes tenemos fe en la realidad del cielo no hace falta evidencia. Sé lo que viví.
Creo que Dios me permitió vislumbrar lo que será la eternidad en el cielo.
También creo que parte de la razón por la que sigo vivo, como ya dije, es que la gente oró. Dick Onerecker oró para que volviera a la vida... y sin daño cerebral. David Gentiles y otros oraron para que Dios no me llevara al cielo justo entonces.
Estoy aquí. Estoy vivo, y es porque los propósitos de Dios todavía no se han cumplido en mi vida. Cuando Dios haya terminado conmigo, volveré al lugar que añoro. Ya tengo hecha mi reserva en el cielo y volveré algún día para quedarme para siempre.
Es mi oración que pueda verlo allí también.