Nuestra sociedad cae en más adicciones año tras año. Para resolver este aplastante problema social no han bastado la alta tecnología médica, las campañas públicas contra la droga y una industria multimillonaria de rehabilitación. Por cada tendencia alentadora parece producirse un descorazonante retroceso. La proporción general de fumadores ha declinado en un quince por ciento con respecto a su punto máximo, alcanzado en 1960, pero más de cincuenta millones de norteamericanos continúan fumando y hay grupos selectos, sobre todo las adolescentes y los hombres de clase trabajadora, que lo hacen batiendo todas las marcas. Como lógico resultado, en la década de 1980 se duplicaron los casos de cáncer de pulmón entre las mujeres. Se calcula que el setenta por ciento de los que empiezan a fumar en la adolescencia continuarán haciéndolo durante cuarenta años.
En la década de 1980 el consumo de alcohol pasó de las bebidas blancas a la cerveza y el vino, pero el alcoholismo en sí se ha extendido hasta edades terriblemente tiernas; muchas escuelas dedicadas al ciclo básico secundario han tenido que realizar campañas contra el alcohol. Los programas de tratamientos de adictos al alcohol y las drogas hacen enormes esfuerzos por mantener a sus participantes libres de la adicción, pero rara vez triunfan. Las drogas duras han proliferado de manera alarmante, y su relación con el crimen violento alcanza un máximo histórico. También en esto participan los más jóvenes: la venta de crack —cocaína sintética fumable— entre criaturas en edad escolar es la última e inquietante moda.
La esencia de la curación cuántica es que la memoria de la perfección no se pierde; sólo queda oculta. Si observamos a un adicto al alcohol, el tabaco o las drogas, es evidente que sufre una grave pérdida de equilibrio; los mensajes claros y saludables del cuerpo mecánico cuántico están sumamente distorsionados o no existen. ¿Qué puede hacer el Ayurveda para mejorar esta situación? En primer término, explicamos las adicciones de modo distinto: como una distorsión de la inteligencia que existe en un plano muy profundo del adicto.
En vez de discutir si la adicción es física o mental, adquirida o heredada, señalamos que en el plano cuántico todas estas influencias se fusionan. Lo que el Ayurveda llama smriti, “memoria”, controla todas las opciones que elegimos como organismos biológicos. A fin de que una célula cambie, debe consultar el diseño que tiene dentro de sí, donde están acumulados todos sus recuerdos, funciones y tendencias. Si este diseño está distorsionado, el resultado será una célula distorsionada.
A mediados de la década de 1970 me tocó atender a un joven negro llamado Walter. Se había criado en los barrios humildes del sur de Boston, casi siempre en las calles. A los dieciséis años abandonó la escuela y se enroló en el ejército el día en que cumplió los dieciocho. Lo enviaron a Vietnam, donde participó en el combate activo. Emergió sin haber sido herido, pero cuando volvió a la patria, dos años después, era adicto a la heroína, que muchos soldados habían consumido para soportar menos traumáticamente la guerra. Sin embargo, a diferencia de la mayoría, Walter no tenía un buen motivo para abandonar el hábito una vez de regreso. Por fin lo atrapó la policía y por orden de los tribunales ingresó como paciente en el hospital para veteranos de la zona.
En un comienzo, el principal objetivo de los médicos fue simplemente desintoxicar a Walter. Normalmente en adelante habría recibido poca atención adicional. Pero mientras se estaba recuperando comencé a visitarlo como médico de la institución. Para mí era evidente que Walter constituía un caso fuera de lo común. Pese a lo desesperado de la situación, conservaba la esperanza y estaba valerosamente dispuesto a luchar contra su hábito. En tratamiento, progresó rápidamente; un año después de su desintoxicación tenía ya un empleo seguro y hablaba con entusiasmo de sus planes y sus sueños para el futuro.
Ese futuro nunca se materializó. Un día se le estropeó el automóvil y Walter se vio obligado a tomar el metro para ir al trabajo, lo que no hacía desde varios meses atrás. Tomó un tren a Dorchester, una línea anticuada, de equipos chirriantes y decrépitos. Le molestaba mucho el ruido, pero no lograba ignorarlo. Era un caluroso día de verano y el ventilador no funcionaba. A los pocos minutos de verse encerrado en ese vagón sofocante, estar en el tren le resultó insoportable. Poco rato después se sintió muy agitado. Al bajar su estado era completamente irracional. Nada de cuanto Walter hizo pudo calmar su agitación. Al día siguiente, cuando lo llevaron al hospital, estaba más aferrado a la heroína que antes. Y esta vez no tenía voluntad de recuperarse.
Mis notas decían: “¿Qué le ha pasado a este hombre? No basta una explicación química para el incidente del tren. No puedo dejar de recordarlo con su traje de rayas finas, lleno de fe y ataviado para una vida nueva, y luego teniendo que subir al tren en donde viajaba cuando era un adicto en problemas. En algún traicionero giro de la memoria volvió el pasado y, con él, su ansia de droga. Del mismo modo que la medicina apenas comienza a desentrañar, la memoria de una célula es capaz de sobrevivir a la célula misma”.
Si esto es verdad, para deshacerse de la adicción, es preciso cambiar el diseño impreso en la memoria. No basta con retirar las toxinas físicas de las células, asesorar al adicto o tratar de enseñarle diferentes modelos de conducta. Vale la pena dar estos pasos por lo que valgan, pero la adicción está en último término arraigada en la memoria, y de allí es de donde debemos arrancarla.
En su estado actual, los programas típicos para tratar a los adictos emplean tácticas muy desafiantes que hacen hincapié en la necesidad de una constante vigilancia para cuidarse del posible retorno del hábito todopoderoso. “Tienes al mono sobre los hombros”, se dice al adicto, “y allí estará el resto de tu vida”. La justificación de esta insistencia es que los adictos compulsivos no se curarán jamás mientras no se conviertan en abstemios compulsivos.
En el Ayurveda nuestro acento cae en lo exactamente opuesto. La piedra basal de nuestro programa es que el adicto abandonará automáticamente su hábito cuando se le ofrezca una fuente mayor de goce. Nosotros sostenemos que la causa de la adicción es una búsqueda de satisfacción. El alcohol, los cigarrillos y las drogas provocan daños indecibles, pero quienes los consumen obtienen de ellos algún tipo de placer o, por lo menos, un alivio con respecto a las grandes tensiones que de otro modo experimentarían. Los adictos conservan el hábito por falta de una salida. Los ataques de culpabilidad, vergüenza y remordimiento no ayudan demasiado.
Pero, al exponer las mentes a una fuente mayor de satisfacción, la tendencia natural sería alejarse de la adicción, pues la satisfacción superior es más atractiva. Hace casi veinte años que existe respaldo para este nuevo enfoque. Remontándonos a los primeros años de la década de 1970, los estudios efectuados en los Estados Unidos y Europa han demostrado reiteradas veces que, cuando se enseña a los adictos a meditar, el nivel de ansiedad decrece, arrastrando consigo el consumo de alcohol, cigarrillos y otras drogas. Si se toma la adicción en una etapa temprana, una gran parte de los sujetos dejará por completo de consumir sustancias perniciosas. Este punto es muy importante, pues es en la primera etapa cuando es posible lograr la mayor cantidad de curaciones.
Al retirar las distracciones del estrés, la meditación renueva el recuerdo que el sistema nervioso tiene del equilibrio. La meditación repetida, día tras día, estimula reiteradamente la memoria hasta que, con el tiempo, las células vuelven a un estado normal, cambiando sus receptores anormales por un modelo más normal. Una vez que se reparan los senderos de la inteligencia, las células seleccionan automáticamente las señales saludables del cuerpo, así como antes aceptaban automáticamente las distorsionadas. El círculo quebrado por la adicción ha sido reparado.
Los diversos estudios sobre la meditación y la adicción han llevado a los siguientes descubrimientos:
• En 1972, el fisiólogo Robert Keith Wallace y sus colaboradores investigaron el uso de todo tipo de drogas en 1.860 meditadores, principalmente estudiantes universitarios. Después de comenzar a meditar, la cantidad de consumidores de drogas descendió significativamente en todas las categorías —marihuana, narcóticos, barbitúricos, alucinógenos y anfetaminas—. Cuanto más tiempo practicaban la meditación, menor era la dependencia de los estudiantes con respecto a las drogas; al cabo de veintiún meses la mayoría había dejado por completo de consumirlas. Un doce por ciento todavía usaba “muy rara vez” marihuana; las otras categorías variaban entre uno y cuatro por ciento.
• Un estudio sobre la marihuana efectuado en 1974 comparó a meditadores con no meditadores; se descubrió que después de meditar entre uno y tres meses más o menos la mitad de los practicantes había disminuido o abandonado por completo el consumo de la droga; en cambio, menos de la sexta parte de los no meditadores habían dejado de consumir marihuana o reducido su uso. Estos resultados mejoraban enormemente según se continuara con la meditación. Entre los meditadores con dos años de práctica, el noventa y dos por ciento disminuía el consumo de marihuana; un setenta y siete por ciento la abandonó por completo. Un estudio similar obtuvo los mismos resultados con el alcohol.
• En un estudio realizado en escuelas secundarias y universidades —Katz, 1974—, se interrogó a ciento cincuenta meditadores y ciento diez controles sobre sus antecedentes de droga; se descubrieron significativas disminuciones en el consumo de marihuana, vino, cerveza y licores fuertes entre los meditadores, mientras que entre los no meditadores no se producían reducciones.
Todos estos descubrimientos se basaban en personas que no habían participado en ningún programa de rehabilitación. Nadie les pidió que dejaran la adicción, nadie vigiló sus progresos ni los recompensó por abstenerse. Lo más importante es que ninguno fue seleccionado por tener alguna motivación para abstenerse; por el contrario, en un ambiente estudiantil la presión viene en dirección opuesta: de los compañeros que consumen alcohol, cigarrillos y drogas. El menor consumo detectado sugiere que simplemente con reducir el estrés y la ansiedad y elevar el nivel de satisfacción interior se puede motivar a los adictos para que abandonen sus hábitos.
En ciertas instituciones se produce una prueba más estricta de este principio. Varios estudios se han centrado en el empleo de la meditación entre reclusos, que tienen poca o ninguna motivación para abandonar sus adicciones. En 1978, un panorama general de cinco estudios de ese tipo descubrió resultados tan significativos que se justificaba poner la meditación en las cárceles como importante tratamiento de la drogadicción. En 1972, un estudio realizado en Alemania observó a setenta y seis drogadictos que se inscribieron en un programa de rehabilitación. Tras meditar durante doce meses se descubrieron disminuciones en el consumo de drogas de toda clase, incluyendo heroína, barbitúricos y anfetaminas, que figuran entre las adicciones más difíciles de abandonar.
Por su propia naturaleza, los estudios estadísticos tienden a ser impersonales. Me gusta volver a las anécdotas individuals, tales como la que me contó un veterano consejero en Nueva York. Había estado tratando a una adolescente que bebía desde antes de los doce años; a los quince era ya una alcohólica grave, y demostró ser muy resistente a todas las técnicas convencionales de rehabilitación. Por fin, al cabo de meses enteros de frustración, su consejero tuvo que declararse derrotado. Al retirarla de su programa se le ocurrió comentar: “¿Por qué no pruebas con la meditación?” Ella demostró algún interés, pero el consejero no pudo seguir el caso.
Algunos años después en un centro de compras reparó en una madre joven y atractiva. Sorprendido, cayó en la cuenta de que era la misma muchacha, pero ahora se la veía feliz, hasta radiante, llevando de la mano a su hijita de dos años. El se acercó para felicitarla, preguntándole: “¿Qué te ha ocurrido?”
Supo entonces que ella había comenzado a practicar la meditación poco después de abandonar su programa de rehabilitación; a los pocos meses dejó de beber por cuenta propia. Ella atribuía a la meditación, que continuaba practicando, el haberla rescatado de su profunda adicción y, probablemente, el salvarle la vida. Desde entonces el consejero ha incorporado la meditación a su trabajo, iniciando a muchos otros adictos por el mismo camino.
Todo esto indica que hay un mecanismo autocorrector dentro del adicto, que puede ser activado simplemente permitiendo a la mente establecer contacto con él. También se puede ver funcionar este mecanismo en relación con los doshas. Las personas que fuman o beben en exceso, o aquellas que consumen drogas, se han condicionado apartándose del natural deseo de equilibrio que existe en el cuerpo. En un principio la capacidad de dominar los impulsos puede estar bastante intacta; en esa etapa, los adictos creen que aún pueden controlar el hábito.
Luego sigue un período que puede durar meses o años en el que los tres doshas se agravan de manera crónica. Cada adicción tiene su propio perfil de síntomas, pero entre los adictos crónicos siempre se descubre que Pitta está fuertemente agravado, lo cual da origen a estados de violencia irracional, piel enrojecida, sudor y sed anormales, y diversos trastornos digestivos, entre otras cosas.
El dosha Vata parece especialmente crucial, pues su desequilibrio es causante de la conducta impulsiva. Cuando Vata está muy agravado cualquier impulso de beber, fumar un cigarrillo o tomar una droga debe ser obedecido. A medida que el dominio del impulso se va deteriorando, se acumula una enorme cantidad de culpa, pues la persona adicta se identifica con su falta de control. Al no saber que no hace sino seguir las órdenes de Vata —como lo hacemos todos, aunque de maneras más saludables—, la persona adicta sólo ve que sus decisiones de abandonar el hábito fracasan miserablemente.
En esencia, el dosha Vata es adicto en sí. Las etapas de esta adicción se parecen a las de cualquier deterioro del sistema nervioso central. Por eso, para el ojo no adiestrado, parece básicamente igual un temblor de manos debido a la falta de sueño que el originado por el mal de Parkinson, una enfermedad mental o el alcoholismo. En general, Vata pasa por las siguientes etapas de decadencia:
Desequilibrio leve: inquietud, pensamientos dispersos, aumento de preocupaciones, sobresaltos fáciles, pérdida de memoria y concentración, ausencia de frescura interior.
Desequilibrio moderado: insomnio, pérdida de la coordinación física, temblor en las manos, ansiedad, nerviosismo, pérdida de apetito, pensamientos inconexos, pasajeras sensaciones de debilidad física y vacuidad.
Desequilibrio grave: insomnio crónico, percepción anormal —las cosas parecen distantes e irreales—, movimientos incontrolables de la cabeza y las manos, falta de apetito, apatía, pérdida general de todos los deseos, ilusiones y alucinaciones.
En el extremo final de una adicción al alcohol o las drogas, Vata suele estar tan descontrolado que los síntomas son casi imposibles de distinguir de los de una enfermedad mental. Un alcohólico terminal en las garras del delirium tremens y un esquizofrénico son dos ejemplos de Vata llevado a su límite máximo.
Las etapas primeras e intermedias de la adicción son las más tratables, pues se puede guiar el cuerpo para que se equilibre solo. La trampa de todas las adicciones es que el hábito en sí y el abandono del hábito causan los mismos síntomas de inquietud. Esto es perfectamente lógico si se estudia el dosha Vata, que ha sido enseñado a aceptar la presencia de la droga. En cuanto se retiran la nicotina o el alcohol, Vata trata de sacudirse el mal adiestramiento para volver a la normalidad. Sin embargo, cuando se encamina nuevamente hacia el equilibrio, que requiere desprenderse del exceso de Vata acumulado, el cuerpo está más Vata que nunca; de ahí los temblores, el insomnio y la ansiedad que acompañan la privación.
Cuando el sistema nervioso está químicamente desequilibrado, Vata no tiene ningún ancla, ningún ritmo diario normal de actividad y descanso con el cual estabilizar los cientos de ritmos corporales que deben ser coordinados en una persona saludable. La meditación regular proporciona la estabilidad del descanso profundo, alternado con actividad. Por eso las personas que están en las primeras etapas de la adicción al tabaco y a la droga descubren que pueden abandonar el hábito sin esfuerzo alguno.
En el caso del fumador, mimar al cuerpo para que abandone el hábito es mucho más lógico que obligarlo a eso. Hay quienes logran hacerlo “cortando de cuajo”, pero la súbita privación de nicotina precipita muchísima tensión. Se cuenta que Sigmund Freud fumó veinte cigarros al día durante muchos años, hasta que, como consecuencia, empezó a sufrir palpitaciones cardíacas. Por consejo de su médico trató de abandonar el tabaco, pero en cuanto lo hizo las palpitaciones volvieron con potencia duplicada, llevándolo de nuevo a fumar. Freud dijo a su biógrafo que tratar de no fumar era “una tortura que ningún poder humano podía soportar”.
En el Ayurveda aconsejamos a los fumadores que continúen enviando señales al cuerpo mecánico cuántico indicándoles que quieren dejar el hábito. Estas señales pueden ser de diversas clases. Una manera es dejar los cigarrillos un día a la vez; si no todos, la mayoría de los que tienen éxito lo consiguen después de suspender el hábito temporalmente doce veces o más. Con la meditación se envía un mensaje más poderoso al cuerpo mecánico cuántico. Aunque se sea un gran fumador, quizás esto sea todo lo que se necesite. Un estudio retrospectivo, basado en cinco mil meditadores, demostró que sólo el uno por ciento de los hombres y el cuatro por ciento de las mujeres fumaban, aunque antes de practicar la meditación un alto treinta y cuatro por ciento afirmaba fumar por lo menos de vez en cuando.
Hay maneras adicionales mediante las cuales podemos ayudar. Cuando los pacientes acuden a las clínicas de Ayurveda para preguntar cómo pueden dejar de fumar lo menos penosamente que sea posible, he aquí lo que les decimos. Antes que nada se establecen tres reglas básicas:
1. No trate de abandonar el tabaco; una terca determinación no sirve más que para preparar el fracaso. La nicotina es adictiva, así como la costumbre de alargar la mano hacia un cigarrillo. Para acabar con estos hábitos es preciso readiestrarse tan inconscientemente como se comenzó.
2. Lleve cigarrillos consigo; la estrategia de tirarlos parece lógica, pero sólo conduce a frenéticas salidas en busca de otro paquete y al bochorno de mendigarlos a amigos y conocidos.
3. Tome nota de las claves automáticas que lo llevan a encender un cigarrillo y disóciese de ellas.
El tercer punto es la clave y requiere explicación. Todos los fumadores encienden automáticamente al hacer algo que sirve de señal. Para algunos, esa señal es atender el teléfono; para otros, encender el televisor, iniciar una conversación o terminar de comer. Probablemente usted conoce sus propias señales; de lo contrario, tómese un día para observarlas. Esos actos son las señales dirigidas a Vata, que lo hace actuar por impulso. Uno no se da cuenta de que está encendiendo un cigarrillo, porque en realidad la mente ha quedado en blanco en ese momento. Vata se ha hecho cargo.
Es preciso apagar este piloto automático. El modo de lograrlo es asombrosamente simple: fume a conciencia y prestando atención al acto de fumar. El mejor método, que ha ayudado a muchos de nuestros pacientes a abandonar el hábito en poco tiempo, es el siguiente:
• Cuando se sorprenda con el encendedor, deténgase un segundo y pregúntese si de verdad desea ese cigarrillo.
• Si es así, salga y siéntese tranquilamente a solas. Fume ese cigarrillo sin distracciones.
• Mientras lo hace, preste atención a su cuerpo. Sienta el humo en sus pulmones, perciba todas las sensaciones de la boca, la nariz, la garganta, el estómago o cualquier otra parte.
• Tome una hoja de papel o una pequeña agenda y anote inmediatamente qué sintió mientras fumaba. Lleve un registro de cada cigarrillo fumado, consciente o automáticamente, y de lo que experimentó con él.
No se preocupe por llevar la cuenta de cuánto está fumando: sólo de registrar cada cigarrillo, aun si, al terminar esa conversación telefónica, no recuerda cómo aparecieron esas tres colillas en su cenicero. Si sigue fielmente este procedimiento se convertirá en un fumador consciente, en vez de ser una máquina de fumar. Hemos descubierto que muchos pacientes reducen su consumo diario de dos paquetes a cuatro o cinco cigarrillos; esto refleja cuánto quieren realmente fumar. Reducir el consumo es casi tan importante como cortarlo por completo: prepara el camino para abandonarlo definitivamente y también disminuye el riesgo directo para la salud.
Muchos adictos han preferido convivir con ese problema por mucho que los atormentara, antes que revelarlo a extraños. Esto es totalmente comprensible y creo que debería ser respetado, siempre que se tomen medidas productivas para abandonar el hábito. Un curso completo de tratamiento doméstico debería incluir:
• Aprender a meditar
• Desintoxicar el organismo, ya sea en casa o con atención médica
• Seguir una dieta adecuada al tipo físico —comenzando con alimentos aplacadores de Vata hasta que desaparezcan las señales de desequilibrio de ese dosha
• Ejercicios ayurvédicos regulares
• Masajes diarios con aceite (abhyanga) para asentar el Vata perturbado
Para empezar, recomiendo al lector que aprenda a meditar y luego visite a un médico del Ayurveda, que le hará un examen físico completo y diagnosticará sus desequilibrios. Cuéntele con franqueza y sinceridad que desea abandonar el vicio. Él le indicará cómo desintoxicar su cuerpo y equilibrar sus doshas mediante una dieta y una rutina diaria. En un principio es aconsejable que lo visite una vez por semana, pues el período inicial es el más tensiógeno para el cuerpo. Pero esto constituye esencialmente una autocuración. Nadie lo obliga a seguir el programa; no hay confrontación ni presiones de ningún tipo.
No olvide a la vez darse todas las mañanas un abhyanga en todo el cuerpo; por la noche, un masaje más breve con movimientos lentos y suaves en la cabeza, los hombros y los pies. Y recuerde que para abandonar cualquier hábito la regla es la regularidad. Cuanto más regular sea en todo lo que hace durante el día, mejor y más pronto llevará nuevamente a Vata hacia la normalidad. No debe tratar de equilibrarlo por la fuerza, pues eso es imposible; conviene calmarlo suavemente y con halagos. El período dedicado a reequilibrar el cuerpo debería ser el más suave de la vida.
Además hay otros tratamientos suplementarios:
Escuchar música Gandharva es muy tranquilizante para el sistema nervioso mientras purificamos el cuerpo. Se recomienda una sesión de quince minutos por la mañana, seguida de otra sesión por la noche, antes de acostarse. Perfumar el cuarto con los aromas apropiados para aplacar a los doshas también ayuda a relajarse a la hora de dormir. El empleo del amrit kalash como suplemento de la alimentación empieza a reparar la conexión mente-cuerpo desde las células y fortalece los tejidos dañados por las drogas.
Creemos que ningún tratamiento contra la adicción tiene éxito a largo plazo si no existen compasión y comprensión. Si usted decide pedir asesoramiento, busque esas cualidades en un psicólogo, un pastor, un médico o, simplemente, un buen amigo. Uno de los grandes inconvenientes de la rehabilitación convenciónal es que la observación constante representa una permanente tensión. El mono no se desprende de nuestros hombros. Nosotros, en cambio, pensamos que los adictos deben aprender a confiar en sí mismos y sentirse cómodos con su estilo de vida. Cualquier aumento del miedo y la ansiedad es totalmente improductivo, aun cuando se suponga que esa tensión ayuda a terminar con el hábito. Nuestro enfoque de no intervención se basa en la idea de que se puede confiar en la naturaleza. El cuerpo del adicto volverá al equilibrio si se trata correctamente.
Si usted sufre una grave adicción al alcohol o las drogas, tal vez piense que ha arruinado toda su vida; casi todos los adictos han hecho sufrir a la familia y a sí mismos. Es vital comprender que esa negatividad no es usted. Es resultado del ama físico y mental acumulado con el correr del tiempo. Usted debe adoptar hacia ella la misma actitud que con la suciedad que le mancha la piel: lavarla y olvidarse de ella. Si otros quieren recordarle lo destructivo que ha sido en el pasado, tome la crítica con tanta tranquilidad como pueda. Lo pasado, pasado. No se puede volver atrás y no conviene recordarlo.
Es muy importante que usted se relacione, hasta donde sea posible, con gente saludable y normal. Tendrá que decidir si se inscribe o no en una rehabilitación de grupo —muchos adictos consideran que es parte importante del regreso a la vida normal—, pero haga todo lo posible por hallar un consejero optimista y compasivo. Por su propio bien evite a todo el que tenga una actitud agresiva o fanática con respecto a las adicciones.
Finalmente es normal sufrir recaídas durante la recuperación. Usted se sentirá desilusionado, desde luego, pero trate de comprender que no se trata de un fracaso personal. El cuerpo necesita tiempo para normalizarse. Si experimenta la necesidad de beber otra copa, otro cigarrillo, otra píldora, son los doshas habituados los que lo inducen a eso. Los doshas son poderosos, pero usted tiene mucha más fuerza que ellos. Su ser esencial no ha sido tocado por la adicción. Permanece feliz, libre, por encima de todas las dificultades y en paz. Una vez que comience a tocar ese verdadero ser suyo, todo se resolverá. Tenga paciencia y déjese emerger en libertad.
El éxito logrado no se cuenta por los días que usted pase sin recaídas. Antes bien, debe buscar señales de autoaceptación: felicidad, momentos de alegría y placer; recuperación del apetito y del gusto por la comida; mejor dormir y sueños más tranquilos; falta de malos sabores en la boca y olores en la piel; menos sudoración; mayor fuerza y resistencia físicas, y funcionamiento orgánico regular —digestión, respiración, coordinación motriz, etcétera—.
Todo esto llegará con el tiempo. El gran júbilo de higienizarse es que al cuerpo le encanta estar así. No me gusta la palabra “rehabilitación”. Lo que usted está haciendo es lavarse por dentro y por fuera. Es un proceso natural que dará mayores resultados cuanto más se prolongue. Las recaídas pasajeras son poco más que obstáculos sin importancia, siempre que usted esté dispuesto a levantarse e intentarlo otra vez. Lo espera una vida sana y bella, que se acerca con cada paso que usted da.