Prólogo9
Hoy yo quiero contar dos leyendas locales muy graciosas a las espirituales lectoras de Vita Sarda. Ahora las leyendas están de moda, y en la renaciente floridez de los estudios populares, sobre que todos, pensadores, escritores, poetas, ponen sus miradas, casi como sobre un fresco litoral para alcanzar, después de tantas oscuras tormentas literarias, la leyenda tiene el primer lugar, sin parecerlo. La leyenda es aristocrática, es artística, es vulgar y popular al mismo tiempo; despierta el mismo interés en el espíritu refinado de la señora culta y en la fantasía rudamente poética de la pueblerina; en el alma soñadora del artista y en la percepción inescrupulosa del científico. La leyenda llama la atención del poeta y del historiador, que la escamonda para encontrar en su tronco las huellas de generaciones inhumadas, la índole de las generaciones vivientes y el germen de aquella de las generaciones futuras.
Puede despertar el mismo frémito en los círculos alegres de los salones elegantes, en las sumidas almas de los pastores reunidos alrededor del triste hogar – en los niños y en los grandes –, y puede, finalmente, proporcionar los materiales para un volumen serio, ducto, científico, y para un volumen de amena lectura, espumoso, elegantemente inútil.
He estudiado en otras partes, aunque rápidamente, el carácter de la leyenda sarda, que, fuera de los ciclos de leyendas sarcásticas, dirigidas a meter en sátira a un determinado personaje o una determinada aldea, tiene el perfil serio y melancólico de las tradiciones meridionales.
Diré aquí de pasada que Cerdeña, tierra de por sí leyendaria y misteriosa, está llena de leyendas. Cada iglesia rural, cada ruina de castillo o claustro, cada aldea, cada cussorgia (un tramo de región que tiene un determinado nombre), cada cueva, cada acantilado, cada montaña, cada landa tiene su leyenda. Algunas leyendas se cruzan y se confunden con los cuentos de la abuela, – y una de estas es la primera de las dos que hoy tengo el placer de contaros, – con el hecho verosímil se mezcla el fantástico, con lejanas reminiscencias de las leyendas nórdicas, de las sagas, de los cuentos flamencos o alemanes, – pero la mejor parte tiene una explicación toda local, que determina claramente su carácter.
Son personajes históricos que se mezclan con los diablos, con las hadas, con las brujas y las janas; son los gigantes, que el pueblo sardo cree que habitasen en los nuraghes10, son los Sarracinos, los Pisanos, los Genoveses, los Españoles, los Jueces, los Obispos que en cada tiempo, – después de la dominación romana, de que solo los Sardos, a pesar de quedarse profundamente latines, en los usos, en las costumbres y en su habla, casi no se acuerdan de ellos, – hicieron el bien y el mal a la isla. Son los Doria y los Malaspina, son jueces de Torres, los virreyes aragoneses, los frailes, las mujeres fatales florecidas en el Edad media, son las correrías y las aventuras de los piratas sarracinos, en los últimos siglos antes del mil, son artistas ignotos, quizás del trecientos y del cuatrocientos, que no son recordados tampoco en las escasas crónicas sardas, y damas misteriosas y santos y guerreros, y de vez en cuando el mismo Jesús o la misa Virgen.
Además, muchas de las leyendas sardas tienen un verdadero valor histórico, especialmente aquellas de ciertas iglesias y de algunas montañas. Sin la sombra de fantasías, sin adornos, sin personajes sobrenaturales, formarían, si bien acogidas y bien estudiadas, unos elementos, diré además unos documentos vivos, útiles para la historia sarda.
9 Este prologo y las leyendas “Los tres hermanos” y “Monte Bardia” se publicaron en Vita Sarda, III, 10 de diciembre de 1893
10 Nota del traductor: son construcciones en piedra con forma troncocónica presentes en todo el territorio de Cerdeña y pertenecientes a la antigua civilización nurágica que poblaba la isla.