El castillo de Galtellì

Una noche del pasado mes de diciembre me quedé más de dos horas escuchando con atención a una mujer de Orosei que me contaba las leyendas del castillo de Galtellì6.

Su acento era tan sincero y su convicción tan arraigada que a menudo yo la fijaba con un brinco indefinible, preguntándome si, por si acaso, estas historias tan raras con base sobrenatural, que corren por el pueblo de casa en casa, tuviesen un fundamento, y algo de verdad.

El castillo de Galtellì – la Civitas Galtellina, en otros tiempos tan floreciente y poblada, ahora en cambio decaída a una pobre aldea – está completamente destruido; solo se quedan unas ruinas negras y desoladoras, que dominan la triste aldea, mudas y severas en el paisaje misterioso.

La leyenda rodea aquellas apenadas ruinas con un círculo mágico de creencias extrañas, entre ellas la principal es que el último Barón, es decir el espíritu suyo, vigile de día y de noche sobre los escombros del castillo, a guardia de sus tesoros escondidos.

De día es invisible, pero de noche, tanto con la calma como con la tormenta, quién se atreve a visitar las ruinas ve al Barón pasear lentamente, justo allí alrededor, vagando por los zarzales y las piedras, o por las negras murallas, recordando los días fastuosos de su existencia. Todavía es joven, muy triste en la vara, vestido como en el medioevo, con la espada fijada al costado y el cuello rodeado de una ligera lechuguilla. ¿Cuál fue la causa que lo condenó a vagar siempre así, durante siglos, entre las ruinas de su castillo superbo, que un tiempo era un lugar de encuentro de alegría y de esplendorosa potencia? No se sabe; quizás fue excomulgado por el papa, quizás una maldición particular. Además de él se cree que otros espíritus, aun en forma humana, existentes en el castillo, anden por habitaciones subterráneas, pero que nunca salgan de allí.

Es la familia del último Barón: la mujer, la hija, el género y un sobrinito, nacido, este último, en modo muy extraño que os contaré más adelante.

Igual que en Castel Doria se cuenta que aquí también hay un conducto subterráneo, pero este lleve mucho más lejos, hasta los castillos del sur de la isla, ¡hasta incluso a Cagliari, cruzando grandes cadenas de montes, ríos y llanuras!...

El espíritu del Barón es dócil y generoso. Nunca hizo daño a nadie, aún más, a menudo ayudó a algunos pobres vivientes.

Una vez a un pobre campesino de la aldea, mientras volvía del campo con un haz de leña en los hombros, le sobrevino la noche durante el camino, y se paró un momento a los pies del castillo arruinado.

La noche era muy fría, pero la luna resplandecía vivaz, y el campesino pudo distinguir a un señor que paseaba por las alturas cercanas. Curioso y valiente el campesino subió un poco más arriba y miró a este extraño señor que se permitía de pasear tranquilamente en ese lugar tan frío.

El señor entonces se dio cuenta de él y se paró. Era rubio y suave en el rostro, con dos grandes ojos vítreos y empañados, sumergidos en el dolor de una eterna tristeza. «Quién eres?», preguntó dulcemente al transeúnte. Oída la respuesta, miró fijo el haz de leña que el campesino había dejado en el sendero, y dijo «Mi hija y mi mujer tienen mucho frío, ¡mucho! ¿Quieres darme tu leña?...».

«¿Y por qué no?», exclamó el otro conquistado por los bellos modales del misterioso señor. Y transportó el haz en las ruinas, y no quiso aceptar la pequeña recompensa que el señor quería darle.

Pero poco tiempo después todo el mundo en la aldea vio una cosa sorprendente. El pobre campesino compraba tierras, casas, pastos y gastaba como un rico. En poco tiempo se convirtió en el más acomodado del pueblo, y para librarse de la fama de ladrón o qué, tuvo que revelar la verdad. Después de la primera noche había vuelto muchas veces al castillo y había abastecido de leña, durante todo el invierno, a los habitantes invisibles y espirituales de aquellas ruinas. ¡En cambio el Barón le había donado muchos y muchos bolsos llenos de oro!...

Luego, la leyenda o la tradición, del sobrino del Barón, que parece ser muy reciente, es esta.

Una noche una mujer de la aldea oyó golpear su puerta, y abriendo vio a un caballero vestido magníficamente, que dijo: «¡De prisa, venga usted conmigo! ¡Se necesita de usted!».

Ella, que era muy pobre y que tenía muy pocas ocasiones de tener fortuna, no se hizo de rogar. Se puso su única túnica y siguió al caballero, que andaba rápidamente, sin hacer el más mínimo ruido, delante de ella. Cruzaron la aldea y salieron al campo. La mujer, inquieta, preguntó:

«Pero ¿por dónde me lleva, mi señor?».

«¡Venga usted y no tenga miedo de nada!», respondió él. Su voz era tan amable y suave que la mujer se tranquilizó y continuó siguiéndole en silencio. El caballero la condujo a las ruinas del castillo y cogiéndola por mano la acompañó por las salas subterráneas de que ella muchas veces había oído hablar.

Esas salas era todo un resplandor de lujo y magnificencia. Cubiertas de tapices y de cortinajes de brocado, amuebladas como tiene que ser amueblado el Paraíso, estaban iluminadas por candelabros de oro y de perlas preciosas. En una de estas había una cama riquísima, y encima estaba tumbada una joven dama muy pálida y bella, atormentada por crueles sufrimientos. Otra dama, más vieja, bella y suave ella también, la asistía, y un joven caballero iba desesperadamente de un cabo a otro de la sala.

Más tarde, la mujer presentaba, poniendo entre tiras y puntillas, a un bebé muy hermoso, diciendo a la dama mayor:

«¡Aquí está un precioso don, mi señora!...».

Pero la dama, besando al niño, sonrió tristemente y respondió:

«¡Pero no es de tu mundo, querida mujer!...».

Tras terminar cada cosa, el caballero viejo volvió a coger la mano de la mujer, la llevó fuera y la acompañó hasta su casa. Una vez que se quedó sola se sorprendió de cómo no había sido recompensada por aquella gente extraña, pero al día siguiente, abriendo la puerta, encontró en el umbral un bolso grande lleno de monedas de oro.

«Por eso», terminó la mujer que me chutó las leyendas del castillo de Galtellì, «¡por eso ahora los descendientes de aquella mujer son unos entre los más ricos del pueblo!».

6 Castillo Rocoso