PREFACIO

En una reunión social, la mera mención de la Biblia despierta a menudo una cierta medida de ansiedad. Un debate serio sobre la Biblia puede acarrear abierto menosprecio. Por consiguiente, es muy refrescante encontrar esta evaluación atrayente e informada del profundo impacto de la Biblia sobre el mundo moderno.

El libro que dio forma al mundo, de Vishal Mangalwadi, trae a la mente el clásico de principios del siglo XIX, La democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Las valiosísimas ideas de un visitante francés observador en Estados Unidos son ahora «lectura obligatoria» para casi todos los universitarios de Estados Unidos.

De una manera similar, el erudito de la India, autor y conferenciante mundial, Vishal Mangalwadi, ofrece en estas páginas una evaluación fresca y amplia del impacto de la Biblia en la cultura occidental. El libro que dio forma al mundo contiene la investigación cuidadosa y las observaciones de un «extraño» viendo la cultura occidental desde dentro. Lo que Mangalwadi descubre sorprenderá a muchos. Su libro relata la asombrosa influencia de la Biblia en el desarrollo de la sociedad occidental moderna. Muestra por qué una seria reevaluación de la pertinencia de la Biblia en el discurso público y la educación contemporáneos a todo nivel, público y privado, secular y religioso, es una necesidad urgente y debería ser un deseo acuciante.

Una cultura casi ni puede empezar, mucho menos sostener, cualquier esfuerzo serio intergeneracional para comprender, interpretar y responder a los enigmas de la vida y el universo a menos que tenga una cosmovisión razonablemente exhaustiva. En El cierre de la mente moderna, Allan Bloom, profesor judío conservador, reconoce que fue la Biblia la que dio los ímpetus esenciales, y sostuvo, el esfuerzo intelectual occidental por examinar todas las ideas importantes, ya fueran verdaderas o falsas. Bloom escribió:

En Estados Unidos, la Biblia era, en la práctica, la única cultura común, que unía al sencillo y al sofisticado, a ricos y a pobres, a jóvenes y a viejos; y, al ser el modelo de una visión del orden de todas las cosas, así como también la clave para el resto del arte occidental, cuyas mayores obras fueron de alguna manera respuestas a la Biblia, proporcionó el acceso a la importancia de los libros. Con su gradual e inevitable desaparición, la misma idea de tal libro total está desapareciendo. Y padres y madres han perdido la idea de que la más alta aspiración que pudieran tener para sus hijos es que sean sabios, como los sacerdotes, profetas o filósofos son sabios. La competencia especializada y el éxito es todo lo que pueden imaginarse. Al contrario de lo que comúnmente se piensa, sin el libro, incluso la idea del todo se pierde.1

Mangalwadi subraya que fue la cultura occidental la que dio a luz a la universidad, en su esfuerzo decidido y apasionado de buscar la verdad. Siguiendo las pisadas de las grandes universidades de Bolonia, París, Oxford y Cambridge, la primera institución de educación superior en Estados Unidos, Harvard, fue fundada sobre el lema Veritas, la verdad. En el curso del siglo pasado, sin embargo, se ha despojado al lema de todo significado. «Pensadores de vanguardia» de dentro de la academia han logrado convencer a muchos de que la «verdad» como tal es principalmente una función del convencionalismo social. El clima reinante de pesimismo en cuanto a nuestra capacidad de conocer verdaderamente algo significativo fue articulado con gran intensidad por el finado Richard Rorty, indiscutiblemente el más influyente de los pensadores estadounidenses de los últimos cuarenta años.

En What’s the Use of Truth? (¿Para qué sirve la verdad?), Rorty argumenta que no hay ninguna posición privilegiada, ningún tipo de autoridad, que pueda proporcionar un punto de partida racionalmente justificable desde el cual uno pueda conocer el mundo «real». La palabra verdad, insiste, no tiene significado significativo. Las distinciones tradicionales entre lo verdadero y lo falso se deben abandonar. En su lugar, podemos pensar y hablar solo en términos de telarañas lingüísticas que exhiben mayor o menor grado de «lisura» y homogeneidad. Para Rorty, toda aseveración de la verdad es solo provisional—en su misma esencia, una forma de ilusión— porque el idioma mismo es meramente producto de la sociedad humana. Nuestras palabras no se refieren a nada, excepto en la medida en que interpretan nuestra experiencia. En consecuencia, Rorty rechaza cualquier esfuerzo por interpretar la realidad como significativa mediante algún medio que no sea abrazarla como una realidad social humana en el constructo lingüístico, y de referencia propia.

Esta misma argumentación, sin embargo, también privó a Rorty de una base racional para respaldar su defensa, o la de cualquier otro, de cualquier estructura social o concepto de la realidad, por convincente o deseable que fuese. En realidad, los que son coherentes al adoptar esa idea ni siquiera pueden investigar las condiciones históricas que establecieron las estructuras sociales que desean. En El futuro de la religión, Rorty reconoció esta incapacidad intelectual profunda, admitiendo: «Puede ser simplemente un accidente histórico que la cristiandad estuviera allí donde fue reinventada la democracia al servicio de la sociedad de las masas, o tal vez esa reinvención haya sucedido dentro de una sociedad cristiana. Pero es inútil especular al respecto» (énfasis añadido).2

Predeciblemente, la obra de Rorty, y la de sus colegas del mundo académico, ha conducido a un abandono global de cualquier aspiración por buscar la verdad, el conocimiento y la racionalidad como se entendían en el largo transcurso de la civilización occidental. La cultura intelectual que Rorty representa no solo denigra los textos clásicos que produjeron el mundo moderno de justicia, libertad y oportunidad económica, sino que también niega toda responsabilidad de presentarles a los estudiantes las ideas fundamentales que con mayor certeza contradicen la ideología filosófica reinante. Al hacerlo así, el tan valorado «mercado libre de las ideas» ha quedado material y lamentablemente en peligro. Porque, si no hay verdad que descubrir—si toda la verdad es meramente función de constructos sociales—, la razón misma no tiene autoridad genuina y, en su lugar, la moda académica y el mercadeo determinan lo que una cultura cree. Más espeluznante todavía, existe el riesgo real de que la coacción abierta pueda reemplazar a la autoridad que el mundo moderno atribuyó en un tiempo a la verdad. Las preguntas respecto a la naturaleza de la realidad, el significado de la vida, del honor, de la virtud, de la sabiduría y del amor se entienden como nada más que curiosas reliquias de un pensamiento anticuado.

C. S. Lewis, que no fue extraño a los dictados de la moda académica, le atribuye a su colega Owen Barfield la liberación de lo que Barfield llama «esnobismo cronológico», es decir:

La aceptación acrítica del clima intelectual común de nuestra propia época y el dar por sentado que todo lo que ha quedado obsoleto queda por esa razón desacreditado. Uno debe preguntarse por qué quedó obsoleto. ¿Fue alguna vez refutado (y si fue así, por quién, dónde y hasta qué punto lo fue concluyentemente) o murió si más como todas las modas? Si es lo último, esto no nos dice nada en cuanto a su verdad o falsedad... Nuestra propia época es también «un período» y ciertamente tiene, como todos los períodos, sus propias ilusiones.3

¿Dónde nos deja eso, individual y culturalmente? Si optamos por seguir la pista de Rorty y la moda del día, nuestro único recurso es unirnos a Cándido en el cultivo de «nuestro huerto». Nada es «significativo », salvo en función de que satisfaga nuestras necesidades y deseos individuales. Al abandonar la verdad, abandonamos el único medio viable de potenciar comunidad real; i.e., mediante la humilde, y sí, «antigua», búsqueda común de lo Bueno, lo Verdadero y lo Hermoso.

Está claro que nuestra «edad irónica» necesita desesperadamente un espejo más fiable con el que recuperar y evaluar nuestro pasado casi olvidado. Necesitamos re-visualizar una esperanza común y universal para la sociedad humana. Necesitamos aprender de nuevo de las fuentes que en un tiempo tan profundamente cautivaron nuestra imaginación, ordenaron nuestra razón e informaron nuestras voluntades. Fue de estas fuentes y mediante ellas como Occidente realizó la transformación de la vida de individuos, familias y comunidades enteras que dio forma al mundo moderno como lo conocemos. Dado el creciente caos intelectual y espiritual de nuestro tiempo, me impacta la extrema importancia de rastrear las huellas de esas características únicas de Occidente que ayudaron a promover estos cambios fértiles.

La inmensa contribución de Vishal Mangalwadi en las páginas que siguen puede parecer antiintuitivo. Si es así, se debe precisamente a que su ardua investigación establece el hecho de que la Biblia y su cosmovisión, al contrario de la opinión que prevalece hoy, se combina para servir como la más poderosa fuente única en el surgimiento de la civilización occidental.

Allí donde Bloom lamenta el cierre de la mente estadounidense, Mangalwadi introduce un optimismo refrescante. Él comienza estudiando la Biblia en serio en una universidad de la India, solo después de descubrir que la filosofía occidental ha perdido toda esperanza de hallar la verdad; en cuanto a intención y propósito, ha llegado a estar «esencialmente en bancarrota». La Biblia despertó su interés en la historia del mundo moderno. Su estudio de la historia mundial, a su vez, dio a luz a una esperanza renovada que resuena por todas las páginas de este libro extraordinario.

Mangalwadi es un intelectual de Oriente. Posee un conocimiento personal de la amplia variedad de pensamientos y culturas orientales, y también se ha beneficiado en gran medida de su extensa exposición a las tradiciones e instituciones intelectuales y espirituales de Occidente. Este acceso al pensamiento tanto de Oriente como de Occidente le ha permitido una perspectiva única para la mente y el corazón de la cultura occidental. Le permite hablar a la crisis de nuestro tiempo con claridad incisiva y valentía profética.

Estas páginas nos presentan a los más pobres de los pobres de la India rural, así como también a los pensadores más influyentes de la civilización occidental. Por todas partes, Mangalwadi demuestra que la cosmovisión bíblica se presenta como la fuente crucial e inequívoca de la visión única del pensamiento, los valores y las instituciones occidentales. Hablando de cuestiones que surgieron en los escritos de Rorty, documenta que la Biblia, entendida como la revelación de Dios para la humanidad, proporcionó la base para una sociedad humana, que se confiesa imperfecta, pero que aun así es asombrosa. Fue, sobre todo, una civilización en la que se entendía que la verdad era algo real, donde la búsqueda colectiva de la virtud forjaba la conducta de las personas, y donde la obra redentora de Dios en la persona de Jesucristo daba una respuesta redentora radical e históricamente verificable al abismo del egoísmo, corrupción y pecado humanos.

Entretejiendo cuidadosos análisis con relatos cautivadores, Mangalwadi ofrece a sus lectores encuentros concretos con la amplia variedad de la virtud y la corrupción humanas, y da un toque de atención a Occidente para que no olvide, para que recuerde la única fuente de su misma vida y vuelva a ella. En la tradición de Ezequiel, este «atalaya sobre el muro» del siglo XXI ha hablado. Que sus palabras echen raíces y promuevan una renovación, muy necesitada, del entendimiento y el espíritu estadounidense.

J. STANLEY MATTSON, DR. EN FIL.
REDLANDS, CALIFORNIA
1 ENERO DEL 2010

Stanley Mattson, fundador y presidente de la C. S. Lewis Foundation, Redlands, California, obtuvo su título en Historia Intelectual Estadounidense en la University of North Carolina–Chapel Hill en 1970. Antiguo miembro del profesorado de Gordon College, director de la Master’s School of W. Simsbury, Connecticut, y director de relaciones corporativas y fundacionales de la University of Redlands, el doctor Mattson fundó la C. S. Lewis Foundation en 1986. Desde entonces ha servido como director de sus programas en Oxford y Cambridge, Inglaterra. La fundación está dedicada actualmente a establecer el C. S. Lewis College como un Great Books College cristiano, con una facultad de artes visuales y escénicas, justo al norte del área de Five College en el oeste de Massachusetts. (Para mayor información, visite el sitio web de la C. S. Lewis Foundation en www.cslewis.org.)