Bajtín y la retórica del argumento (1999)

El concepto de “argumento” en la tradición

Mijaíl Bajtín anticipó tantas tendencias y desarrollos por los que atravesó el siglo XX, desde la teoría literaria hasta la lingüística y la filosofía, que no debería ser una sorpresa si su trabajo guarda una promesa para algunos de los temas centrales en la teoría de la argumentación e, incluso, si anticipa algunas de sus ideas actuales.

La insatisfacción con una noción tradicional de “argumento” como el producto de una premisa y su conclusión, particularmente como se presenta en la lógica formal deductiva, se ha hecho evidente desde hace tiempo. Y esta insatisfacción ha dado nacimiento a una rica y variada literatura y a muchos modelos promisorios, tales como el modelo pragmadialéctico de Eemeren y Grootendorst (1984, 1992), el pragmatismo centrado en el diálogo de Douglas Walton (1996), y la argumentación orientada a metas de Michael Gilbert (1997).

Hagamos un breve recuento del tipo de cambio involucrado: en la visión tradicional captada por la lógica clásica y las teorías basadas en ella, como la lógica modal o la teoría de conjunto, un buen argumento es uno que sea válido, y la validez es una cuestión de forma. Una proposición es una consecuencia lógica de otra si, y solo si, conjuntamente ellas forman un patrón válido. Los argumentos válidos no pueden tener premisas verdaderas y una conclusión falsa. Pero el foco aquí no es un conjunto de proposiciones y sus relaciones internas. El criterio de valor se encuentra (o no) dentro del conjunto, y la validez puede probarse libre de cualquier contexto donde el argumento haya surgido. El lógico informal Ralph Johnson (1987) sostiene que, para muchos, la lógica informal se convirtió en un sinónimo de lógica formal, deductiva. Esto implica una reconceptualización de la lógica como un cuerpo de verdades necesarias, que ha estado involucrado en su historia, pero solo como una parte de ella. Una tradición rica de interés en el argumento como persuasión racional, localizable en las propias discusiones de Aristóteles, se dejó a la vera del camino.

Los usos del argumento (2007 [1958]), de Stephen Toulmin, es un precursor del tipo de crítica que Johnson desarrolla. Y el trabajo de Toulmin es introductorio por sus detalles sobre la amplia divergencia entre los métodos de los lógicos (formales) profesionales y aquellos de los argumentadores cotidianos. Mientras puede ser que los lógicos formales nunca hayan reclamado la argumentación cotidiana para sus dominios, Toulmin los acusa de todos modos (2007 [1958]) de avanzar un modelo de argumento que ellos esperan que otros tipos de argumentación emulen. A diferencia de esta aproximación, Toulmin mismo identifica un rango diverso de argumentos específicos a varios campos, que no pueden evaluarse mediante el mismo procedimiento y por apelación a los mismos estándares. Se presta al contexto, entonces, mucha más atención. Pero el interés primario todavía está en el conjunto de proposiciones que constituyen el argumento.

El giro dialógico en los estudios sobre argumentación

Entre las tendencias recientes en la teoría de la argumentación se encuentra un interés en el “diálogo” o “dialéctica”,13 ya que se ha comenzado a prestar atención a la naturaleza bipartita o de asunción de turnos de la argumentación. La focalización en el “diálogo” de Douglas Walton (1996, pp. 40-1), en su explicación pragmática, significa que el diálogo provee el contexto que determinará el argumento para decirnos cómo está usándose el conjunto de inferencias o proposiciones en su núcleo. Y Ralph Johnson (1996, p. 264) se ha centrado en una postura dialéctica que está relacionada con una dimensión ilativa subyacente, que es la relación premisa-conclusión de la estructura del argumento. Sin embargo, incluso con estos sentidos, es posible que la argumentación enfocada en el diálogo o dialéctica involucre no más que un intercambio de posiciones distanciadas y monológicas (quizás a través de la toma de turnos, quizás en un conjunto), donde cada lado presenta su argumento para la aceptación o rechazo (Shotter, 1997). Donde ocurre tal cosa, el impulso actual en pos de una perspectiva más genuinamente interactiva o “implicado” podría perderse. La preocupación aquí fue anticipada acertadamente por Bajtín (1986) en su propio juicio sobre la dialéctica: “En el diálogo se hacen desaparecer las voces (separación entre las voces), se eliminan las entonaciones (emocionales y personales), de las palabras vivas y de las réplicas se extraen nociones y juicios abstractos, todo se introduce en una sola conciencia abstracta, y el resultado es la dialéctica” (1999, p. 369-370). El sentido aquí es que el valor del diálogo se ha perdido; se ha despersonalizado, reemplazado por conceptos estáticos y artificiales, y por eso se ha aislado de su sentido esencial de “otredad”. Estas ideas, entre otras, caracterizarán las concepciones bajtinianas de “argumento” y “argumentación”, concepciones que en cierto sentido nos hacen señas hacia un punto distante en el camino por el que gran parte de la investigación actual sobre argumentación está viajando. No obstante, antes de que podamos comprometernos enteramente con estas ideas, necesito preparar el terreno discutiendo algunas de las ideas básicas de Bajtín que resultan relevantes para esta empresa.

El enunciado versus la proposición

Cuando pensamos en el argumento como un producto con premisas y conclusión, nos detenemos en los enunciados o proposiciones involucradas. La tradición que ampara a este modelo concibe la proposición lógica en el caso de la sentencia bien formada como la unidad lingüística básica. Pero para Bajtín, estas oraciones son impersonales, ellas no nos dicen nada sobre las relaciones entre hablantes o argumentadores. Como las herramientas de los lógicos, ellas comunican sus propias relaciones, las relaciones de afirmaciones entre sí tal como ellas se establecen en una página. En contraste con esto, y por razones que se clarificarán, Bajtín propone el enunciado como el acto lingüístico básico, donde las enunciaciones emitidas adquieren su significado únicamente en un diálogo. En primer lugar, los enunciados nos proveen límites entre diferentes hablantes. La oración no puede hacer esto: “Los límites de una oración como unidad de la lengua jamás se determinan por el cambio de los sujetos discursivos” (Bajtín, 1999 p. 262). En segundo lugar, la oración no se “relaciona inmediatamente y por sí misma con el contexto de la realidad extraverbal (situación, ambiente, prehistoria) y con los enunciados de otros ambientes” (Bajtín, 1999 p. 263), y es bastante distinto al enunciado en estos aspectos. En tercer lugar, y lo más importante, la oración “no posee una plenitud del sentido ni una capacidad de determinar directamente la postura de respuesta del otro hablante, es decir, no provoca una respuesta. (1999, p. 263). Este último punto capta un rasgo clave del enunciado: está marcado por “su orientación hacia alguien, su propiedad de estar destinado” (1999 p.285). Por lo tanto, está dirigido a una respuesta, acomodada en su propia estructura. Un enunciado, entonces, tiene esencialmente tanto un autor como un destinatario, no puede existir aisladamente.14

Además, el enunciado surge dentro del contexto de una situación particular. O, para ponerlo en términos de Bajtín, la situación es un elemento constitutivo del enunciado. Como señala Todorov (1984), la existencia de un elemento no verbal para un enunciado que corresponde a un contexto se sabía antes de Bajtín. La diferencia de nota es que Bajtín no lo trató como algo externo al enunciado, sino integrado al mismo. Lo extraverbal no influencia al enunciado desde afuera. “Al contrario, la situación ingresa en el enunciado como un elemento constitutivo necesario de su estructura semántica” (Todorov, 1984, p. 41).

Entendido así, “enunciado” puede ayudarnos a apreciar cómo Bajtín emplea el término “dialogismo” y su concepción de “palabra”. Michael Holquist (1990) indica que normalmente “diálogo” sugiere dos personas en una conversación, “pero lo que otorga al diálogo su lugar central en el dialogismo es precisamente el tipo de relación que manifiestan las conversaciones, las condiciones que deben cumplirse si cualquier intercambio entre diferentes hablantes ocurre” (p. 40). Bajtín mismo se maravilló del modo en el que la lingüística y la filosofía del lenguaje han valorado una noción artificial y precondicionada de la palabra, que se ha sacado del contexto y se ha tomado como norma. Por contraste, “la palabra nace en el interior del diálogo como su réplica viva, se forma en interacción dialógica con la palabra ajena en el interior del objeto.” (1989, p. 97). En esta dinámica, la concepción de palabra encuentra su significado. Bajtín continúa:

Pero con eso no se agota la dialogización interna de la palabra. Ésta, no solo se encuentra en el objeto con la palabra ajena. Toda palabra está orientada hacia una respuesta y no puede evitar la influencia profunda de la palabra-réplica prevista. La palabra viva, que pertenece al lenguaje hablado, está orientada directamente hacia la futura palabra-respuesta: provoca su respuesta, la anticipa y se construye orientada a ella. (1989, p. 97).

La comprensión recíproca constituye fuerza esencial que interviene en la formación de la palabra; es siempre activa, y la percibe como soporte enriquecedor. La filosofía de la palabra y la lingüística solo entienden de la comprensión pasiva de la palabra, especialmente en el plano del lenguaje común; es decir, la comprensión de la significación neutral del enunciado y no de su sentido actual. (1989, p. 98)

Esto aclara, o amplía, la noción esencial de destinación mencionada previamente. La palabra se dirige hacia una respuesta, “la anticipa y se construye orientada a ella” (p. 98). En contraste con este modelo rico y vibrante, Bajtín sitúa al monologismo. Desde el punto de vista de la retórica tradicional del argumento (1986, p. 150), podemos apreciar esto como el intento por determinar de antemano la respuesta de una audiencia cerrando el debate y concluyendo una discusión posterior. Bajtín, entonces, asienta la victoria (vista en la retórica monológica) en contra de la comprensión mutua (dialogismo).15 Como se ha descrito previamente, el concepto tradicional de argumento encaja ciertamente en el molde monológico.

El argumento

Ahora vuelvo al eje de mi discusión: ¿qué concepción de “argumento” podemos derivar de las ideas de Bajtín? Shotter (1997) vuelve a las visiones de Bajtín para una comprensión de la comunicación dialógica y del argumento dentro de comunidades reales. Quiero ampliar esto y buscar una noción implícita de argumentación, una que realmente capte la naturaleza interactiva del diálogo. Dada la riqueza de sus ideas, perseguiré esto a través de discusiones separadas de “argumento”, “argumentador” y “audiencia”, ya que Bajtín ofrece sugerencias relevantes para cada una de estas nociones.

La argumentación como un género discursivo

La primera cuestión es determinar si un argumento califica como lo que Bajtín denomina un “género discursivo”. Mi opinión es que sí lo hace. Un “género discursivo”, como lo definió Bajtín (1999, p. 248) es una esfera de comunicación que tiene sus tipos propios de enunciados relativamente estables. Asumo como no controversial que la argumentación encaja en esta descripción. Luego, en el mismo trabajo, Bajtín escribe: “Aprendemos a plasmar nuestro discurso en formas genéricas, y al oír el discurso ajeno, adivinamos su género desde las primeras palabras” (1999, p. 268). Ciertamente, la argumentación con sus locuciones particulares que expresan afirmaciones y razones encaja bien aquí. Bajtín mismo incluye una amplia variedad de discursos como géneros discursivos, más allá de los géneros literarios frecuentemente estudiados: “Las breves réplicas en un diálogo cotidiano […], como un relato (relación) cotidiano, tanto una carta (en todas sus diferentes formas) como una orden militar, breve y estandarizada; así mismo, allí entrarían un decreto extenso y detallado, el repertorio bastante variado de los oficios burocráticos” (1999, p. 248) así como las afirmaciones científicas. Los tipos de enunciados específicos para los argumentadores, e identificables como partes de los argumentos tales como “adivinamos su género desde sus primeras palabras”, dado los tipos de consideraciones contextuales mencionadas previamente, delinean con claridad la esfera “argumentación”.

Argumento dialógico

Un modelo tradicional de argumento, concebido en términos de conjuntos de afirmaciones relacionadas, transmite las asunciones monológicas que Bajtín desafía. Primeramente, ellas son impersonales. Cuando se presentan para evaluación en el típico análisis lógico, los argumentos sobre este entendimiento podrían ser pensados mejor como unos simples argumentos-productos, más que como argumentos. Ellos aparecen aquí como residuos de argumentos, como remanentes visibles. Pero incluso este modo de hablar los hace sonar como si el argumento fuese acabado, decidido. Bajtín observaría tal “argumento” como un desacoplamiento del flujo del argumentar mismo, incompleto e inadecuado para aprender algo sobre el proceso real involucrado.

Un concepto de argumento concebido junto con las líneas bajtinianas no aislará el discurso de la realidad ni lo tratará como una serie de afirmaciones (premisas y conclusiones) desconectadas del argumentador y de la audiencia/respondiente. En esto, Bajtín no diferiría de algunas propuestas recientes hechas por los teóricos de la argumentación (cf. Gilbert, 1997). Sin embargo, Bajtín pone énfasis nuevamente en la naturaleza única o la originalidad del significado que una oración tiene dentro de un enunciado (ese rico concepto discutido arriba) hasta el punto de insistir en que la repetición de una oración la convierte en una nueva parte del enunciado (1986, p. 109). Una oración cambia su significado (o añade otro) en el curso de un enunciado. En efecto, Bajtín excluye específicamente las relaciones lógicas, como las negaciones o deducciones, de aquellas relaciones que son dialógicas (Todorov, 1984, p. 61). Las relaciones dialógicas son “profundamente específicas” (citado en Todorov, p. 61), las relaciones lógicas no. Esto establece un modelo bajtiniano de argumento bastante más allá de los límites de la lógica formal tradicional y deductiva, un punto que no puede enfatizarse con demasiada fuerza. Esto no equivale a decir que los lógicos solo presentan un concepto estático de argumento. De hecho, alguna forma de destinación se atribuye con frecuencia al conjunto de afirmaciones involucradas. Los lógicos tradicionales, e incluso los teóricos de la argumentación más contemporáneos en sus perspectivas, hablarían, quizás sin querer, sobre cómo “el argumento muestra…”, “las premisas apoyan…”, “la evidencia garantiza… (o habla por sí misma)”, o “la conclusión reclama…” ¿Cómo el argumento, la premisa, la evidencia o la conclusión hacen tanto? Porque con el argumentador y la audiencia, los comunicadores desestimados y el contexto ignorado, no se deja nada ni nadie para explicar la actividad en el centro de la argumentación.16

El argumentador

Por el contrario, en el modelo bajtiniano, el argumentador es co-agente y componente esencial del “argumento”. En este punto, tenemos nuevamente una concepción más rica, ahora del argumentador.17 Tradicionalmente, el argumentador es distinto del argumento, capaz de distanciarse de cualquier involucramiento integral. Esta es la perspectiva monológica, aquella que “niega la existencia misma de otras conciencias con iguales derechos e iguales responsabilidades”, y aquella que es “sorda a la respuesta de los otros, que no la espera y no reconoce en ella ninguna fuerza decisiva” (Bajtín, 1984, pp. 291-93). Esto es consistente con aquella meta de persuasión que desea el “triunfo total y la eliminación del contrincante” (1999, pp. 372-373). Sin embargo, para la perspectiva bajtiniana, con su énfasis en la destinación del diálogo, tal separación no es ni adecuada ni posible. El argumentador como el “autor” de una posición en un argumento, o discurso, depende del interlocutor para la dirección y los detalles de los enunciados involucrados. De hecho, el argumentador como tal existe solo en relación con el otro involucrado y, por lo tanto, solo en relación con el argumento.

Esto señala otro rasgo interesante de la explicación que posteriormente lo distingue. Como hemos visto, en los modelos tradicionales de argumento encontramos conversaciones sobre el modo en el que el argumentador/argumento intenta persuadir a la audiencia. El movimiento de cambios esperados es centrífugo. El cambio tiene lugar en la audiencia. Se omite el modo en el que el acto de comprometerse en un argumento puede cambiar al argumentador mismo. Una de las asunciones dejadas de lado con el modelo monológico es el autoconocimiento del autor de un discurso, quien forma completamente sus ideas antes de que estas sean comunicadas, y posee control y autoridad sobre sus significados.

La persona en el argumento

El concepto de “persona” ha recibido poca atención de parte de los teóricos de la argumentación. Una excepción es el estudio reciente de Douglas Walton (1998) sobre el ad hominem en el que él considera qué noción de “persona” subyace en la estrategia del ataque personal en la argumentación. Walton ofrece la siguiente definición: “persona en este sentido significa un participante en un argumento que es capaz de argumentar en una secuencia coherente y consistente de razonamiento y quien posee compromisos y obligaciones con otras personas en virtud de un rol que la persona tiene en esas relaciones” (p. 105). La conexión entre relación interpersonal y argumento es una contribución bienvenida y sugiere una dirección fructífera para futuras investigaciones. Pero esto no insinúa qué rol pueden jugar la argumentación y el discurso en el desarrollo de las personas en el sentido que lo hace Bajtín. “Persona”, para Bajtín, “es un evento dialógico, inacabado, único” (Holquist, 1990, p. 162). La persona bajtiniana vive en el límite entre sí y el otro, un producto de la interacción. Como tal, “una persona no tiene un territorio interior soberano” (Bajtín, 1984, p. 284), ningún control autoritativo sobre un significado concebido de antemano y de forma aislada de un contexto. Más bien, situada en el límite, la introspección implica mirar “a los ojos de otro o con los ojos de otro” (p. 284). Esto es, aprendemos a vernos como los otros lo hacen y llegamos a existir por nosotros mismos como resultado de ese entendimiento. Shotter (1992) lo formula con precisión: “no existen relaciones preformadas, ordenadas ni constantes entre pensamientos y palabras sino solo aquellas que nosotros ‘desarrollamos’ o ‘formamos’ cuando intentamos expresarlas a otros de algún modo” (p. 13). Aquí Shotter expresa la idea según la cual llegamos a descubrir lo que queremos decir a medida que nos escuchamos, junto con otros, y no antes de hacerlo con ellos. Esta es una idea que Merleau-Ponty (1993 [1962], p. 195n; p. 213) sugiere al distinguir un discurso de segundo orden (parole parlé), una “palabra hablada” que nos brinda la ilusión de una vida interior y que nos conduce a creer en un pensamiento que existe por sí mismo antes de que sea expresado, y una palabra “primitiva” o “autentica” (parole parlante) que no traduce el pensamiento anterior sino que desarrolla el pensamiento y es el fenómeno real de discurso en sí mismo.

Este aprendizaje sobre nosotros mismos, a partir de lo que decimos en el diálogo con otros, tiene implicaciones instructivas para la noción de argumentador. Como argumentador, debo considerar mi audiencia a fin de orientar mi discurso hacia ella. Y cuando considero mi audiencia, considero cómo “yo” me presento ante ellos, me miro a mí mismo a través de sus ojos. Busco que mis creencias y actitudes estén implicadas por el enunciado entre nosotros, que es el producto de nuestro discurso, y del cual nosotros somos producto. A su vez, esas creencias y actitudes llegan a entenderse y a cambiar a la luz del intercambio argumentativo. El argumento es la ocasión de cambio no solo en la audiencia sino también, y quizás sobre todo, en el argumentador. Al articular mi posición por la audiencia, también la articulo por mí mismo. En consecuencia, hemos sugerido aquí un modelo de argumento que rehúye a las metáforas de guerra, foco de numerosas críticas (Cohen, 1995; Berrill, 1996), y adopta las virtudes del entendimiento y el acuerdo.

La audiencia: la otra voz del argumento

Don H. Bialostosky (1995), al comparar las ideas de Bajtín con el trabajo de Michael Billig (1987), hace la interesante afirmación que las dos posiciones son similares en “no delinear el contexto del discurso en relación con la audiencia de ese discurso sino [en dar] precedencia a las ‘contra-opiniones’ que el discurso debe responder” (p. 90). Aunque existe algo de correcto en esta aseveración, parece que se pierde de vista el modo en el que el destinatario (segunda parte o audiencia) es un constituyente del enunciado involucrado, y parece no haber distinción (para Bajtín) entre la audiencia y las “contra-opiniones” a las que un discurso debe responder. Al igual que el argumentador, el destinatario/audiencia se personaliza en el argumento y contribuye respuestas específicas reales y anticipadas a una situación única. El trabajo de Bajtín captura esta responsividad. Pero esta es más que la acomodación de una respuesta, la anticipación de objeciones a la propia posición. Aquí, nuevamente, la “destinación” capta el modo en el que un argumento está siempre destinado a alguien, y por lo tanto necesita incluir un entendimiento de ese otro (audiencia/respondiente) en su estructura u organización. En consecuencia, el argumento, mientras tiene en el argumentador a su autor principal, puede decirse en este nivel que está co-producido por el destinatario. Para Bajtín, recordemos, “toda palabra está orientada hacia una respuesta y no puede evitar la influencia profunda de la palabra-réplica prevista. La palabra viva, que pertenece al lenguaje hablado, está orientada directamente hacia la futura palabra-respuesta: provoca su respuesta, la anticipa y se construye orientada a ella. (1989, p. 97) Podemos imaginar aquí a dos personas en un diálogo, anticipando y respondiendo en un modo que hace de sus argumentos un discurso común, y en un modo que descarta el aislamiento de las posiciones, hablando de un lado a otro a través de un abismo.

Lo que puede cuestionarse es el tipo de audiencia involucrada. Bajtín parece reconocer dos sentidos de audiencia: una inmediata y personalizada, la otra más abstracta. Al sugerir tal distinción, Bajtín parecería anticipar algunas de las ideas centrales de uno de los teóricos de la argumentación contemporáneos más influyentes de la agenda actual: Chaïm Perelman. Al mirar el tratamiento de la audiencia que hace Perelman, podemos a su vez echar luces sobre cómo Bajtín aborda esta cuestión.

El auditorio universal de Perelman

Hay un número de audiencias reconocido en los textos de Perelman (Perelman & Olbrechts-Tyteca, 1969, p. 30). Pero él hace una importante distinción entre la audiencia particular a la que uno se dirige y el auditorio universal que de alguna manera reside dentro, o está enmarcada por, o participa en, esa audiencia particular. La relación entre las dos audiencias ha ocasionado un debate considerable y muchas críticas se han levantado contra ella.18

Brevemente, debemos entender lo siguiente: el auditorio universal de Perelman no es una abstracción sino una comunidad populosa. Se deriva de su creador, condicionado por su medio (Perelman 1989, p. 248). El auditorio universal es una audiencia concreta que cambia con el tiempo y la concepción que el hablante tiene de ella (Perelman & Olbrechts-Tyteca, 1969, p. 491). Está lejos de ser un concepto trascendental nacido de un racionalismo (Ray, 1978). Pero, aunque el auditorio universal desafiará, la prueba de universalidad continúa –esta trasciende un medio o una época dada–.

Pese a ser una construcción hipotética, el modelo de Perelman no es, en esta lectura, un modelo ideal. Lo que esto nos permite hacer es mantener nuestro foco en la audiencia inmediata con sus afirmaciones cognitivas particulares, al mismo tiempo que reconocemos un estándar de razonabilidad que debería envolver a esa audiencia y que debería reconocer cualquier recurso requerido por el auditorio universal. De este modo podemos entonces reconocer la reiterada insistencia de Perelman acerca de que la fuerza de un argumento es una función de la audiencia, y de que al evaluar los argumentos debemos observar primero, y principalmente, a la audiencia.

En la superficie, el auditorio universal de Perelman se asemeja a otros modelos “objetivos” de audiencia. Un modelo notablemente similar, por ejemplo, es la comunidad de interlocutores-modelos de Blair y Johnson (1987). Los miembros de este modelo teórico poseen el conocimiento y la formación requeridos, son reflexivos y buenos discernidores, son abiertos, desprejuiciados y están dispuestos a modificar sus creencias, y, al conocer qué buscan, son dialécticamente astutos. Sin embargo, un rasgo significativo de este modelo es que funciona hasta el punto de que el evaluador que la usa se aproxima a sus características. Por lo tanto, un evaluador debe primero decidir cómo una audiencia desprejuiciada y abierta juzgaría una premisa particular. Para tal efecto, el evaluador necesita construir la comunidad ideal apropiada y efectuar el juicio de modo tal que una comunidad como esa no levante cuestionamientos al respecto. Y esto se ve como independiente de (aunque en algunos casos relacionado con) la audiencia específica a la que se dirige la premisa. Para Blair y Johnson (1987, p. 55), el propósito de la argumentación es ahora persuadir a la comunidad de interlocutores ideales para que acepten una afirmación. Si yo soy capaz de considerar a esta comunidad como un argumentador, entonces cuando escribo por y para esta comunidad ideal, existe una nítida posibilidad de que pierda contacto con la audiencia que se encuentra delante de mí.19

A pesar de que existen muchas similitudes entre la comunidad de interlocutores-modelos de Blair y Johnson y el auditorio universal de Perelman, resulta más instructiva la diferencia clave que hay entre ellas. Esto aparece en el fundamento común de que existen las audiencias particulares y universales. El auditorio universal, tal y como la concibió Perelman, no es un modelo de competencia ideal introducido dentro de la situación argumentativa desde afuera. Se desarrolla a partir de la audiencia particular y, por ende, está esencialmente conectada a ella.

Uno puede apreciar a partir de esta discusión sobre el auditorio universal por qué los críticos podrían acusar a Perelman de casarse con un relativismo. Como Van Eemeren y Grootendorst (1995) lo explican, Perelman reduce la solidez de la argumentación a las determinaciones de la audiencia: “Esto significa que el estándar de la razonabilidad es extremadamente relativo. En última instancia, podría haber solo tantas definiciones de razonabilidad como audiencias” (p. 124). Introducir el auditorio universal como el principio de razonabilidad para mitigar este problema solo desplaza la fuente de preocupación al argumentador. Puesto que el auditorio universal es un constructo de quien argumenta, ahora habrá tantas definiciones de razonabilidad como argumentadores. Regresaremos a este “problema” más adelante.

Bajtín y la posición “objetiva”

En modos que recuerdan al tratamiento de las audiencias de Perelman, Bajtín (1986) añade a quien habla y a quien responde (primera y segunda parte, respectivamente), una tercera consideración: “Cada diálogo se efectúa de modo que si existiera un fondo de comprensión-respuesta de un tercero que presencie el diálogo en forma invisible y que esté por encima de todos los participantes del diálogo” (1999. p. 319). Esta tercera parte tiene una posición dialógica especial (porque, por supuesto, puede existir un ilimitado número de participantes en un diálogo, de modo que no es simplemente un tercer miembro). Así explica Bajtín este rol:

Pero además del destinatario (del segundo), el autor del enunciado supone la existencia de un destinatario superior (el tercero), cuya comprensión de respuesta absolutamente justa se prevé o bien en un espacio metafísico, o bien en un tiempo históricamente lejano. (El destinatario para una escapatoria). En diferentes épocas y en varias cosmovisiones, este destinatario superior y su comprensión de respuesta idealmente certera adquieren diversas expresiones ideológicas (Dios, verdad absoluta, juicio de la conciencia humana desapasionada, pueblo, juicio de la historia, ciencia, etcétera). (1999, pp. 318-319).

Las respuestas “justas” o “verdaderas” sugieren que tenemos aquí un estándar objetivo similar al auditorio universal de Perelman; es un participante activo y concebido con varios grados de conciencia por el autor del enunciado. Alternativamente, podemos juzgar que esto luce muy parecido al modelo más tradicional de audiencia universal al que Perelman se opone. Aun así, al mismo tiempo, una confianza en tal modelo tradicional parece inconsistente con lo que hemos comprendido del proyecto de Bajtín. Bajtín (1986) usa la analogía de “la inclusión del experimentador al sistema experimental […] o del observador al mundo observable en la microfísica…” (1999, p. 318), para enfatizar que no existen posiciones fuera (que es el modo en el que Perelman entendió el auditorio universal tradicional). Asimismo, no podemos esperar que el destinatario superior se ubique fuera del enunciado, no afectado por él. En la medida en que el destinatario superior represente el entendimiento de respuesta, y ese entendimiento no pueda provenir del exterior, entonces el destinatario superior es interno al enunciado. Más aún, este destinatario superior está “supuesto” por el autor del enunciado, está controlado por los autores tal y como el argumentador de Perelman “crea” el auditorio universal hipotética. Lo que resulta menos claro es si la tercera parte, o el destinatario superior, se relaciona con la segunda parte que responde de modo intrincado a la manera en que el auditorio universal de Perelman se vincula con la audiencia particular. Pero aquí, nuevamente, una consideración de Bajtín es instructiva: “El tercero señalado no es en absoluto algo místico o metafísico (aunque dentro de una cosmovisión determinada puede tener tal expresión), sino que se trata de un momento constitutivo del enunciado completo que se pone de manifiesto en un análisis más profundo del enunciado mencionado” (1999, p. 319). Al igual que la primera y segunda parte (y otros rasgos discutidos previamente), la tercera parte es un rasgo constitutivo del enunciado. Como supone el autor, esta parte necesita ser entendida en alguna relación esencial con la segunda parte a quien está dirigiéndose y quien, como hemos visto, es co-autor del enunciado en sí mismo.

Más adelante, Bajtín hace dos importantes calificaciones que aclaran las ideas involucradas. En las notas de 1970-71, Bajtín introduce un sentido más restrictivo para la tercera parte. Por lo tanto, se refiere a ella como una posición abstracta identificada con la postura objetiva del “conocimiento científico” (1999, p. 366). Esta perspectiva de la tercera parte se justifica solo cuando la “individualidad integral e irrepetible de la persona no se requiere” (p. 144). Hay, después de todo, generalidad en la existencia y, en nuestro contexto, a menudo estas se tornarán el sujeto de, o se sumergirán en, argumentación. Pero la experiencia vital de la vida no conoce generalidades, y aquí “mi palabra” y la “palabra de otros” son irreductiblemente personales (p. 144). Tomadas conjuntamente con las consideraciones previas, podemos ver aquí una distinción como esta entre lo particular y lo universal de Perelman. Esto también explica el sentido de “audiencia” que ha sido comprendido por Bialostosky.

En segundo lugar, en “Hacia una metodología de las ciencias humanas”, Bajtín critica la noción de un “oyente ideal”, sobre el cual escribe:

Se trata de una formación abstracta e ideal. Se le opone a un autor igualmente abstracto e ideal. En realidad, en tal estado de las cosas, el oyente ideal viene a ser un reflejo especular del autor, su doble. No puede aportar nada suyo, nada nuevo en una obra comprendida de manera ideal, ni en la idea del autor idealmente completa. Se ubica en el mismo tiempo y espacio que el autor mismo, o más exactamente, está, igual que el autor, fuera del tiempo y del espacio (así como cualquiera formación abstracta e ideal), por lo tanto no puede ser otro (o ajeno) para el autor, no puede tener ningún excedente determinado por la otredad. Entre el otro y el oyente semejante no puede tener lugar ninguna interacción, ningunas relaciones activas y dramáticas, porque no son voces sino conceptos abstractos idénticos a sí mismos recíprocamente. En este caso solo son posibles abstracciones mecanicistas, matematizantes, vacías, tautológicas (1999, pp. 387-388).

Si pensamos que esto contradice de algún modo las observaciones previas sobre el destinatario superior, podríamos notar cuán impotente es esta entidad: no es otra voz, sino que representa la extensión pura del autor. Como tal, ejecuta una función muy similar a la comunidad de interlocutores ideales de Blair y Johnson, una comunidad que refleja al autor. El mismo tipo de distinción que hemos considerado importante entre ese modelo y lo que Perelman ha propuesto, surge ahora entre este oyente ideal y lo que Bajtín ha propuesto previamente en las observaciones acerca del destinatario superior. Este último contribuye porque es un constituyente del enunciado esencial y no meramente un reflejo del autor/argumentador. Las críticas de Bajtín al oyente ideal, entonces, son de tal tenor que Perelman, en su contexto, la hubiera compartido con gusto.

En otro punto, entender el destinatario superior/audiencia universal dentro del proyecto de Bajtín puede permitirnos dirigir la preocupación sobre un aparente relativismo en el modelo de Perelman. Como recordamos, la preocupación es que tenemos un extremo relativismo trabajando aquí, donde habrá tantas audiencias universales como argumentadores. Lo que pierde de vista esta crítica es algo que el modelo de Bajtín, tal como lo he propuesto, deja en claro, y es que en un sentido muy real el “argumentador” solo existirá para nosotros en relación con un “argumento” (entendido ahora en estos términos dialógicos). Y este argumento es un evento único que involucra hablantes particulares y sus situaciones y el auditorio universal relevantes para ellos. Esto no es una cuestión de que cada argumentador decida su audiencia universal de algún modo arbitrario, de modo tal que existan tantas audiencias universales como argumentadores. Es una cuestión del contexto argumentativo que dictamina al argumentador cómo puede concebirse el auditorio universal, y el debatiente/audiencia particular que juega un rol de co-autoría en esa decisión. Más apropiadamente, entonces, habrá tantas audiencias universales como argumentos; tantos argumentadores como argumentos; tantas audiencias, y así sucesivamente.

Reflexiones finales sobre un modelo bajtiniano: la centralidad del contexto

Quizás la característica más importante del modelo bajtiniano de argumentación que hemos descubierto aquí es que se trata de un modelo dependiente del contexto, el cual incluye a los agentes particulares concernidos. Nuevamente, esto no parece a primera vista remarcable, pero la noción de destinación implica un elemento muy original en la discusión. Aquí, encontramos la argumentación siendo predicada sobre la respuesta. “Esta” es un sitio de la respuesta. Y ella indica la importancia que debe tener para el argumento la escucha reflexiva. En segundo lugar, dirige una discusión del lenguaje o palabras en términos de voces personalizadas en ella en un modo que un modelo tradicional de argumento no haría. El foco en el enunciado más que en la oración significa que un concepto asociado de argumento no puede entenderse en términos de reglas mecánicas porque las relaciones entre enunciados son demasiado ricas y variadas. Pero esto, a su vez, afecta el cambio de forma para las exigencias de la argumentación cotidiana que intentos recientes han intentado captar.

Acuerdo o desacuerdo

También es un modelo de argumento que parecería buscar el acuerdo, aunque sobre este punto hay algunos desacuerdos entre los comentaristas que debemos abordar aquí. Según Todorov (1998, p. 7), para Bajtín “la meta de una comunicación humana no debería ser ni la sumisión silente ni la cacofonía caótica, sino la lucha por un estado infinitamente más difícil: ‘el acuerdo’”. La palabra usada aquí significa, en principio, “co-autoría”, reminiscente del “discurso bivocal” sobre el que Bajtín también escribe (1989, p. 141). Existe una apropiación intuitiva en relación con esta sugerencia, dada la naturaleza indefinida del enunciado y los permisos que deben hacerse por parte del argumentador y de quien responde.

Pero, al mismo tiempo, no todos los comentaristas interpretan a Bajtín de este modo. Algunos señalan el sentido social de la lucha más que el acuerdo (Hirschkop, 1986, pp. 73-79). Otros, como Shotter (1992) hacen hincapié en el modo en el que los hablantes en un discurso siempre ocupan diferentes “posiciones” y “nunca puede comprender completamente al otro; ellos quedan solo parcialmente satisfechos con las respuestas de los demás” (p. 12). Nuevamente, podría ser que en lugar de esto, el proyecto central de Bajtín sea un rechazo de la monotonía mental que afecta al discurso monológico y la monotonía está muy claramente asociada con el acuerdo.

Por supuesto, una consideración detallada de estos puntos de vista indicará que no tenemos que excluirlos, y mientras un acuerdo se origina en la monotonía de mentes y la perspectiva es antitética al proyecto de Bajtín, el tipo de acuerdo considerado por Todorov no lo es. Un acuerdo, que se alcanza a través de argumentación dialógica no equivale a una identidad entre posiciones, no implica un ganador y un perdedor que renuncia a su posición. Más bien, al sostener la misma posición, el acuerdo enfatiza un entendimiento de la posición involucrada. Como lo reconoce Todorov (1984, p. 22), entender es un tipo de respuesta, es aquella para la que tanto el argumentador como quien responde mueven hacia el enunciado. En este sentido, el entendimiento es dialógico, y puede verse como una meta de la argumentación dentro de la perspectiva que se extrapola de las afirmaciones de Bajtín.

Conclusión

Entre las notas finales de Bajtín, encontramos la negación de una última palabra: el contexto dialógico no tiene límites y cada significado da origen a otros (1999, p.392). El argumento, como el diálogo, está en curso. Las conversaciones y las disputas pueden parecer haber terminado, pero siempre reaparecen como nuevas o apenas modificadas, construyendo lo que ha sido desarrollado o establecido. Lo que espero aquí es haber establecido el valor de añadir la retórica del proyecto integral de Bajtín a las discusiones actuales sobre argumentación, y, en este proceso, espero haber mostrado que existe una concepción vital legítima de la argumentación viva en el trabajo de Bajtín.