Notas al pie

Prólogo

1 Desarrollo esto a partir de las ideas que expuse en el artículo “Para una retórica evolucionada: a propósito de tópico, apoyo y verosimilitud”, publicado en 2004 en la revista española Logo: Revista de Retórica y Teoría de la Comunicación.

La razonabilidad y los límites de la persuasión (1993)

1 Para una discusión de las diferentes perspectivas, véase Wenzel (1987).

2 En este capítulo, no me extenderé sobre los problemas específicos de la definición de “propaganda”. Para una buena discusión de este asunto, véase Marlin (1989). Marlin mismo adopta una definición no neutral.

3 Este caso se examina con mayor detalle en Good Reasoning Matters, p. 65-66.

4 Las afirmaciones más sucintas de la teoría pueden encontrarse en Van Eemeren & Grootendorst (1988; 1992).

5 Ya que puedo enunciar falsedades sin ninguna intención de engañar, creyendo que esas falsedades son ciertas: y en la misma forma, puedo creer que las afirmaciones son falsas y enunciarlas sin intención de engañar (aunque sin hacerlo).

6 Este engaño es más profundo y más primordial que el engaño secundario transmitido en la comunicación o el argumento. Por esta razón, propongo una prohibición absoluta en contra de tal propaganda. No me convence el punto de Marlin (1989: 62), de que una instancia de propaganda puede justificarse en un caso en el que la persona manipulada llegue luego a aprobar la manipulación después de haber sido informada de todos los hechos. En breve, tal como una justificación post factum, crea una “zona gris” ética entre el tiempo de la comunicación y la aprobación subsecuente.

7 Estos modelos se discuten en detalle en F. van Eemeren, R. Grootendorst y T. Kruiger (1987).

8 Ha sido señalado (en la discusión por Marlin) que la propaganda en efecto puede promover el pensamiento autónomo como en el caso de inculcar ideas feministas en alguien que se beneficiará al adoptar tales ideas. Efectivamente, esto es posible. Pero aquí es una cuestión de no permitir ningún medio para alcanzar un fin valioso, o preferir algunos medios sobre otros, y, en la instancia más escéptica, de cuestionar el valor de cualquier medio alcanzado a través de la propaganda.

9 La traducción usada es la de George Kennedy: Aristotle, On Rhetoric: A Theory of Civil Discourse. (Oxford: Oxford University Press, 1991, p. 121). En español la encontramos en Aristóteles, Retórica, Gredos, 1378a.

10 Como Theodore Buckley traduce eunoia en su traducción de 1869: Aristotle’s Treatise on Rhetoric (London: Henry G. Bohn). En español la encontramos en Aristóteles, Retórica, Gredos, 1381b.

11 No todo el tiempo, a la manera de un santo; pero al menos tener una preocupación activa por ellas tales como evitar el daño deliberado.

12 Una versión previa de este artículo fue presentada en la conferencia “La propaganda y la ética de la retórica”, en Carleton University en octubre de 1992. El artículo se ha beneficiado de varios comentarios útiles surgidos en la discusión que tuvo lugar en aquella ocasión, de los cuales estoy muy agradecido.

Bajtín y la retórica del argumento (1999)

13 J. Anthony Blair (1998) lamenta la proliferación de términos que parecen emplearse sin discriminación ni distinción: “diálogo”, “dialógico”, “dialéctica”, “dialécticas”, y “dialécticos”. Blair está preocupado de que no se realicen posteriores clarificaciones entre los varios significados de estos términos.

14 Donde un interlocutor real no está presente, “se presupone uno en la persona como representación norma, por decirlo así, del grupo social al que pertenece el hablante” (Todorov, 1984, p. 43). No quiero sobreestimar este tipo de problemas que pueden surgir con tal estándar “objetivo” proyectado, y esto formará parte de las discusiones de las audiencias.

15 En esto, Bajtín invoca una visión muy tradicional de retórica, quizás teñida por lecturas aristotélicas y platónicas de los sofistas, que desde entonces ha sido desafiada. Pero, al menos, identifica esto como “la forma más básica de retórica” (1986, p. 152) y permite que haya formas superiores.

16 En un contexto ligeramente diferente, Jonathan Potter (1996, pp. 151-58) brinda varios ejemplos de la ciencia y los reportes mediáticos de casos donde las descripciones se construyen de modo que presentan hechos o evidencias como si tuviesen destinación propia. El experimentador o reportero, con sus perspectivas decisiones, desaparece detrás de un discurso que tiene una apariencia de ser neutral y objetivo. Como lo he mostrado aquí, la aproximación de Potter puede fácilmente transferirse a la presentación común de argumentos.

17 En un sentido, hablar sobre un argumentador puede ser extraño cuando reconocemos la mutualidad involucrada, y el modo en el que el iniciador se transforma en el que responde cuando sus enunciados se forman por aquellos que ellos anticipan y a los cuales responden. Pero aquí emplearé el entendimiento convencional cuando me refiero al iniciador del discurso, o promovedor del mismo o a la posición primaria en la disputa, como el “argumentador”, de modo de distinguir este rol de aquel de la audiencia que detallaré a continuación.

18 Algunas críticas de que el auditorio universal es un concepto demasiado ideal o hipotético (Ray, 1978; Ede, 1989) de derivan del siguiente pasaje: “La argumentación dirigida a una audiencia universal debe convencer al lector de que las razones aducidas son de carácter obligatorio, de que ellas son auto-evidentes, y plantean una validez absoluta y eterna, con independencia de las contingencias locales o históricas” (Perelman & Olbrechts-Tyteca, 1969, p. 32). Poniéndolo en simple, la visión expresada aquí no es la visión de Perelman. Lo que él está subrayando es la concepción tradicional de una audiencia universal a la que los filósofos han apelado largamente. Es contra esta concepción, y más en general la concepción de certeza en filosofía que esta caracteriza, que la nueva retórica de Perelman está reaccionando. Su razón para rechazar la concepción tradicional es simple: “vincula la importancia con la objetividad previamente garantizada y no la adhesión de una audiencia, rechaza toda la retórica que no esté basada en el conocimiento de la verdad” (Perelman, 1989, p. 244). En otra parte, él llama a esta visión una “concepción supraindividual y ahistórica de la razon” (1967, p. 82). Por lo tanto, debemos reconocer al menos dos nociones de “audiencia universal”. Aquella empleada en la tradición que se rechaza; y la modificación propuesta por Perelman.

19 Una discusión más detallada sobre el auditorio universal de Perelman y la comunidad de interlocutores-modelos de Blair y Johnson puede encontrarse en mi texto de 1999.

Sofismas y falacias (1995)

20 Gagarin (2001) propone una teoría bastante compleja aquí. Él insiste en que Antifón subscribe a una teoría de correspondencia de la verdad (1973), pero que hay mucho más que una realidad, y por ende muchas más que una verdad. Cada hablante propone un logos diferente que corresponde con una visión distinta de los hechos.

21 Rhetoric 1400a23: Ton hêttô logon kreittô poiein tout’ estin’.

Contextos y argumento (1999)

1 El ad misericordiam, por ejemplo, es una forma de argumento patético legítimo caracterizada por la lástima (Brinton, 1988a, p. 79).

2 Alan Brinton (1985:245) distingue entre ethos con una epsilon, y la forma extendida de ethos con una eta. La primera carga el sentido de “costumbre” o “hábito”; la segunda, que es aquella que nos interesa aquí, significa “carácter”.

3 De hecho, Douglas Walton parece tener la idea aristotélica de Brinton en mente cuando refiere al argumento a partir del ethos en una entrada del The Oxford Companion to Philosophy: “avanza una proposición como siendo más plausible sobre la base de que esta fue afirmada por una persona con buen carácter” (1995c, p. 49)

4 Debería cualificar esto notando cómo John Locke entiende el ad verecundiam en su Ensayo sobre el entendimiento humano, 1690. Ahí se introduce como sigue: “consiste en recibir las opiniones de aquellos hombres que, por su aprendizaje, por su eminencia, por su poder o por alguna otra causa, han adquirido una reputación y la han asentado con autoridad ante los demás” (Libro 4, capítulo 17, secc. 19-22). Esta definición amplia, con referencias a la “eminencia” y a la “estima común” tiene obvias vinculaciones con el ethos, tal y como fue empleada por Aristóteles. Explicaciones subsecuentes, sin embargo, han intentado limitar el ad verecundiam a casos de experticia específica.

5 La discusión de Brinton debe recomendarse por el modo en el que él desarrolla los rasgos del argumento etótico a partir de las páginas de la Ética Nicomaquea.

6 La noción de “PPC” refiere al modelo clásico y estándar que entiende a la argumentación como un producto compuesto por la relación Premisas-Conclusión, “PP” es la sigla del plural de Premisas y “C” la de Conclusión. Fue Harald Wohlrapp en 1990 quien denominará al modelo clásico mediante estas siglas. [Nota del editor]

7 Sin embargo, en un proyecto común de 1993 con Frans van Eemeren, Rob Grootendorst y Sally Jackson, Scott Jacobs adopta una explicación basada en los actos de habla con la que se aproxima a la argumentación. Este proyecto continúa las asunciones de van Eemeren y Grootendorst (1984): “Tener un argumento es un tipo de actividad verbal compuesta de actos de habla, mientras hacer un argumento es la ejecución de un tipo particular de acto de habla. El hacer un argumento es un acto de habla complejo compuesto de actos de habla individuales (de afirmación)” (van Eemeren, Grootendorst, Jackson, y Jacobs, 1993, p. 4). En una interesante nota a pie de página se nos alerta de la publicación de Jacobs (1989): “Para un entendimiento bastante diferente de la relación entre actos de habla y argumento” (17).

8 Por lo tanto, su atracción obvia para los pragma-dialécticos.

9 Ciertamente, también existe un elemento en el trabajo de J. L. Austin de la exclusión de lo que no encaja en los casos serios, centrales de un acto de habla, como se trae a colación en la crítica de Jacques Derrida del texto de Austin (1982). Esto, sin embargo, solo es una de las “aperturas” del estudio de los actos de habla que el texto de Austin permite. Ocurre que es aquella apertura que sigue Searle. Pero hay una amplia indicación en los escritos de Austin (incluyendo How to Do Things with Words) que no es necesariamente el camino que él hubiese tomado si hubiese vivido para continuar su trabajo. Para una discusión más detallada de estas indicaciones en Austin y las diferencias entre los actos de habla concretos y abstractos, véase Tindale (1986).

10 La lógica interna que apoya a un argumento es una consideración en evaluación en la medida en que esto ha de ser reconocido por el auditorio universal para ese argumento.

11 Dejo entre paréntesis aquí la cuestión de si acaso esta objeción tradicional es una descripción adecuada de la actividad de los sofistas.

12 En efecto, es más apropiado, puesto que los detalles del comentario no parecen corresponder con la idea de dos partes, ambas proponiendo una tesis para consideración de la otra.

Desarrollando el auditorio universal (2004)

13 En este artículo, emplearé la noción de Perelman y Olbrechts-Tyteca de audiencia universal como el modelo básico que estoy explicando; mi intención es avanzar más allá de esa primera idea. Por lo tanto, mis observaciones no serán siempre agradables a la ortodoxia perelmaniana, como espero la discusión deje claro.

14 Como observan Gross y Dearin (2003, p. 134), Perelman y Olbrechst-Tyteca tienden a prestar poca atención al rol de la emoción en la argumentación.

15 Artículo académico inédito, preparado para un simposio sobre actos de argumentación en la Universidad de Trent, en el mes de noviembre.

16 Lecturas negativas como las de Ray (1978), Ede (1989) y Van Eemeren y Grootendorst (1995) se han abordado en otros lugares (Tindale, 1999, pp. 87-89; Crosswhite, 1995).

17 Esta apelación a la justicia concuerda con la noción de justicia que permea el trabajo temprano de Perelman: “un principio de acción de acuerdo con el que los seres de una y la misma categoría esencial deben tratarse de la misma forma” (1963, p. 16).

18 Por ello, Crosswhite evita las trampas de aquellos que intentan fundamentar concepciones de razonabilidad en concepciones de audiencias ideales (entre estos intentos él incluye aquellos de Habermas y Rawls), ya que la argumentación dirigida a tales audiencias es abstracta y formal (p. 150).

19 Los argumentos cuasi lógicos ganan su poder para convencer de su similitud con el razonamiento formal de la lógica y las matemáticas (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1969, p. 193).

20 Debo la formulación de esta crítica a J. Anthony Blair en un artículo presentado en la conferencia anual de la National Communication Association, Seattle, 2000.

21 Para una discusión de las falacias de proceso en una argumentación retórica, véase mis escritos (1999a, pp. 157-181) y (2003).

La alusión textual como argumentación retórica: Gorgias, Platón e Isócrates (2007)

22 Se han presentado algunas disputas entre los estudiosos sobre si el Palamedes (y Helen) son auténticos, o las imitaciones del estilo de escritura de Gorgias por sus admiradores (véase Consigny [2001, pp. 4-5]), pero el consenso actual está a favor de la autenticidad.

23 Por ejemplo, 21, 85, 145, 154, 179.

Modos de ser razonable: Perelman y los filósofos (2010)

24 Como David Hume escribió de su Tratado (Hume, “Mi propia vida”, 1955, p. 4).

25 Usaré cursiva cuando me refiera al texto de 1958/1968, y no las usaré cuando me refiera al proyecto general de ese nombre.

26 Aquí estoy principalmente interesado en la recepción por parte de los filósofos ingleses y norteamericanos. Pero no debemos olvidar el grado de conocimiento de Perelman por los filósofos continentales, visto ampliamente en tales casos como su contribución a la Festchrift para los setenta años de Gadamer (Bubner, 1970) y el interés de Ricœur en el auditorio universal.

27 De hecho, algunos comentaristas ven a Frege como un candidato para el título de “padre” de la filosofía del lenguaje ordinario (Chapman, 2005, p. 34); aunque esto debe establecerse contra los esfuerzos de Frege por producir un lenguaje formal de puros pensamientos (véase Frege, 1979, p. 252).

28 Mucha de esta discusión del Grupo de Oxford se extrae de la biografía de Paul Grice escrita por Siobhan Chapman (2005). Otro hilo de interés en la filosofía del lenguaje ordinario sería rastreado en Cambridge y el grupo alrededor de Wittgenstein (véase Hanfling, 2000).

29 Que él admite es difícil de categorizar y ha sido bordada en diferentes formas por varios filósofos dentro del grupo (1989, p. 171).

30 Un notorio y divertido error.

31 Lo encontramos, por ejemplo, en el texto “progenitor” de La Nueva Retórica (112-14) así como en las discusiones popularizadas del The Real of Rhetoric (22-24) y el texto al que Mackie está refiriéndose: “La nueva Retórica” (1971). Nótese, sin embargo, que no todas las versiones de los artículos que poseen este título incluyen discusiones del petition principia; Perelman (1963) siendo ejemplo de ello.

32 Esto sin respaldar completamente el concepto, vale decir, las limitaciones de lo que él ha discutido en otros lugares (Hart, 1961, p. 155), donde da crédito a Perelman con una de las mejores expresiones modernas de la idea de justicia. Aún así, podríamos imaginar alguna influencia del trabajo de Perelman entre la escritura del proyecto que resultó en (1961) y la representación de las ideas de Perelman en (1963).

33 Mi intención aquí no es dar un tratamiento completo del constructivo compromiso de Johnstone con las ideas de Perelman (que requeriría mucho más espacio que el disponible), sino solo extraer algunos de sus rasgos más salientes, aquellas que tendrán relevancia para la discusión en la Parte III.

34 Y ha explorado en (1959).

35 Como veremos en la Parte III, este es un problema más interesante que lo que se ha concedido ser, ya que involucra dos sentidos de validez en juego en las audiencias. Por supuesto, al abocar por una argumentación lógica, Perelman nunca sugirió que el principio de razonamiento demostrativo cesaría de ser operativo.

36 Según las actas de la conferencia (Cahiers de Royaumont: La Philosophie Analytique, 1962), los artículos presentados por Leslie Beck, Jean Wahl, J.O. Urmson, B. Williams, Gilbert Ryle, Peter Strawson, W.V. Quine, L. Apostel, E.W. Beth, J.L. Austin y R.M. Hare. Otros asistentes tomaron parte en las discusiones, y este grupo incluyó a Perelman, tanto como a Ayer, Nowell-Smith y Maurice Merleau-Ponty.

37 Para una discusión más completa del proceso de disociación en la que el término Tipo II se deriva del término Tipo I véase Perelman y Olbrechts-Tyteca (1969, 416ff.) y Perelman (1982, pp. 126-37).

38 “Solo puede haber adhesión a esta idea de excluir individuos de la comunidad humana si el número y el valor intelectual de aquellos prohibidos no son tan altos como para hacer tal procedimiento ridículo” (La Nueva Retórica, 33).

39 Para una interpretación más completa del auditorio universal como concepto usado por Perelman véase mis textos de 2006 y 2004, Capítulo 6.

40 En todos los modelos de argumentación, el estatus básico de las premisas y lo que las justifica como básicas es un problema significativo. Para una discusión de este asunto en la lógica informal, por ejemplo, véase Freeman (2005).

41 Goodwin observa un problema esencial en la explicación de Perelman: él quiere mostrar una relación entre adhesión y convicción que caracterizará al discurso filosófico, pero, sugiere Goodwin, los filósofos no parecen apuntar a convicciones en nadie. Sospecho que esto es en efecto el tipo de disonancia que ha evitado que los filósofos generalmente adopten las ideas de Perelman. Pero el problema no descansa en la explicación, como intento mostrar más abajo, sino en su comprensión.

42 “Por ende cada argumento exhibe etapas, marcadas por los acuerdos que deberían alcanzarse” (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1969, p. 110).

43 Por ende, no acuerdo con la afirmación de Goodwin de que las convicciones son reducibles a la adhesión fuerte (1995, p. 223). Por otra parte, su visión de que la explicación de Perelman carece de la riqueza que discriminaría entre los tratamientos que involucran diferentes niveles de adhesión continúa siendo un problema a abordarse en otro lado.

44 Este es un problema filosófico en la explicación de Perelman, pero no uno que podamos continuar aquí. Las intenciones de un agente están ocultas de la visión pública, de modo que sugerir, por ejemplo, que la audiencia para un argumentador es aquella que el argumentador piense para influir es claramente problemático. Una solución posible descansa en el grado en el que la audiencia viene a jugar un rol a la hora de decidir lo que un argumentador planifica o piensa (Perelman, 1982, 90).

45 Consideremos, por ejemplo, los obstáculos y sacrificios que las personas debe hacer en algunas partes del mundo, personas que han sido persuadidas de que ellos deberían salir y votar.

46 También nos podría condenar el pesimismo en la introducción de este artículo, puesto que solo sobre la medida de la efectividad, la Nueva Retórica todavía no ha persuadido a su audiencia principal.

47 Este artículo es una revisión de la presentación efectuada en la conferencia “Promesa de la razón” en la University of Oregon, en mayo de 2008. Una versión previa fue leída por los miembros de Centre for Research in Reasoning, Argumentation and Rhetoric (CRRAR) de la University of Windsor. Estoy agradecido con los miembros de ambas audiencias por la discusión de ideas y las sugerencias de mejoras. La versión actual se ha beneficiado de los comentarios de James Crosswhite y de un revisor anónimo de la revista. Les agradezco a ambos.

Perelman, la lógica informal y la historicidad de la razón (2006)

48 Perelman y Olbrechts-Tyteca ofrecen la misma explicación para elegir llamar a su aproximación retórica antes que dialéctica (1969, p. 5; p. 54).

49 Perelman fue invitado a unirse al comité editorial de Informal Logic, pero declinó la oferta a causa de lo que él consideró ser un foco puramente pedagógico, quizás basando su juicio en el previo Informal Logic Newsletter.

50 Mientras que en las Actas del First International Symposium on Informal Logic, Johnson y Blair identifican la Nueva Retórica como una de solo tres monografías de significado para la lógica informal, aun así el programa establecido ahí distingue lógica informal y retórica como disciplinas separadas cuyas relaciones son poco claras (1980, p. 26).

51 Véase, por ejemplo, el artículo de Groarke (2007) en la Stanford Encyclopedia of Philosophy.

52 Esta es la frase que usaré para referir a la perspectiva o explicación que asociamos con Perelman. Cuando se hace referencia explícita al trabajo central que él coescribió con Olbrechts-Tyteca, entonces el título puede ser consignado en cursiva.

53 Tampoco toda argumentación destinada a la adhesión involucra persuasión. Algunas técnicas, como la Ilustración (1969, p. 357), se designan para fortalecer una adhesión que ya está presente.

54 Tampoco debería verse la construcción de una audiencia universal (para cada uno en particular) como si contrariase esta preocupación por los interlocutores reales. En una discusión que incluye consideración del auditorio universal de Perelman y Olbrechts-Tyteca, Ricoeur (2000, p. 118) observa que la universalidad en juego no parecería ser el monólogo interno a menudo asociado con el universal kantiano, sino la conexión dialógica con una audiencia fundada en otros.

55 Para tomar observaciones de este selectivo grupo: Johnson & Blair (2000) sugieren que los practicantes principales de la lógica informal, como Trudy Govier, Douglas Walton, y ellos mismos, ven su mandato como “el estudio de las normas del argumento” y construyen una definición de la lógica informal que encaja en las prácticas de todos aquellos que ellos han identificado: “la lógica informal designa la rama de la lógica cuya tarea es desarrollar estándares no formales, criterios, procedimientos de análisis, interpretación, evaluación, crítica y construcción de argumentación en el discurso cotidiano” (2000, p. 94). Freeman identifica los intereses de la lógica informal con “los asuntos de la evaluación argumentativa”, específicamente si las premisas se justifican y la conclusión está entonces justificada por las premisas (2005, p. x). Finalmente, Finocchiaro provee la definición más comprensiva al presentar a la lógica informal como la teoría del razonamiento (2005, p. 22) y luego la teoría del argumento (p. 93). Por esto a su vez él quiere significar “el intento de formular, probar, clarificar y sistematizar conceptos y principios para la interpretación, la evaluación, y la práctica sólida del razonamiento” (p. 22). Mientras la construcción no está ausente de las perspectivas de lógicos informales, la preocupación ha sido antes que nada el desarrollo de estándares de evaluación. Pero como excepciones a esto debemos notar a Vorobej (2006, pp. 4-5), Pinto (2001, p. 119), y Govier (1999, p. 185).

56 Además, el juicio de que las premisas son relevantes para la conclusión que ellas apoyan asume que la conexión puede reconocerse, y si un conjunto de premisas cumple un requisito de suficiencia puede depender del contexto en el que está siendo abordada.

57 Una excelente discusión de inercia en la Nueva Retórica es la provista por James Crosswhite (2000).

58 He abordado la noción de audiencia universal e intentado desarrollar la explicación de Perelman y Olbrechts-Tyteca en varios lugares: véase Tindale, 1999, capítulos 3 y 4; 2004, capitulo 6, y mi libro de 2015.

59 Véase Walton (1988).

60 Considerada la estrategia de argumento popularizada por George W. Bush: “Hemos invertido enormes recursos de dinero y vidas en la reconstrucción de Iraq. Rendirnos ahora sería una tremenda perdida de estos compromisos. Por ende, debemos seguir el curso de acción y terminar el trabajo”.

61 Su análisis involucra una relación de estructuras (A es para B como C es para D) pertenecientes a diferentes esferas, junto con las líneas de lo que Aristóteles provee en De Anima: el alma es para el cuerpo [A es para B] como la vista es para el ojo [C para D]. Nadie espera que la vista sobreviva a la muerte del ojo. Y así (A es para B como C es para D) –nadie espera que el alma sobreviva a la muerte del cuerpo.

62 Como un modelo retórico de argumentación, el de Perelman promueve la triada aristotélica de logos, ethos y pathos. En el espacio limitado disponible aquí, y en relación con esta relevancia particular, he focalizado el logos. Pero la Nueva Retórica también brinda una amplia atención a las preguntas de ethos, particularmente su preocupación de prestigio del argumentador y la pregunta por la relación entre acción y persona (1969, p. 303). Es un asunto más debatido si se presenta la atención esperada al pathos. Gross y Dearin (1003) critican esta como una omisión seria. Pero podríamos ver algunas preguntas de pathos surgidas indirectamente en, por ejemplo, la técnica de apelar a los símbolos. La imagen de un desnutrido que sufre VIH en África es una apelación patética a causa de lo que esa imagen representa como símbolo.

63 Van Eemeren y Groostendorst acusan que la validez variará de caso en caso dependiendo del criterio empleado por la audiencia: “Esto significa que el estándar de razonabilidad es extremadamente relativo” (1995, p. 124). Sobre esta lectura, puede haber tantas definiciones de razonabilidad como audiencias y, si se cambia la atención a el auditorio universal construida por los argumentadores, habrá tantas definiciones de razonabilidad como número de argumentadores.

64 Nada de lo que ellos dicen aquí sugiere que ellos quieran decir validez asociada con demostraciones formales. Lo que ellos tienen en mente parece más cercano al tipo de validez inductiva abogada por C. L. Hamblin (1970, p. 225; p. 245ff).

65 Y aquí, por supuesto, los lógicos informales proveen un bienvenido avance sobre tales pensamientos con varios tratamientos considerados de criterios para este y otros tipos de argumentos.

66 El concepto de disociación ha sido extensamente explorado y desarrollado en el trabajo de Van Rees (2002, 2005).

67 Como Kuhn también lo señala (pp. 171-72), marcar la ausencia de la “verdad” de esta explicación, el hecho de que progresamos desde un punto primitivo no significa que nos movemos hacia una meta. Asimismo, ninguna explicación teológica de la razón se asume aquí. Estoy agradecido con James Crosswhite por traer la relevancia de la historia de Kuhn a mi atención.

68 Una versión de este artículo fue discutida por los miembros del CRRAR en la University of Windsor. Estoy agradecido con todos aquellos involucrados en su discusión y particularmete con Ralph Johnson y David Godden por sus comentarios detallados. También estoy agradecido por los comentarios de James Crosswhite y otro árbitro anónimo.

Maniobra constreñida: la retórica como empresa racional (2006)

1 Se nota, por ejemplo, que para algunos teóricos modernos “la norma retórica de efectividad está en contradicción con la concepción de razonabilidad que descansa en el corazón de la dialéctica” (Van Eemeren & Houtlosser, 2000a, p. 3).

2 Van Eemeren y Houtlosser (200b, p. 141n) advierten en contra de tratar la adaptación a la audiencia como el predominante o incluso característico de la retórica. Esta es una preocupación apropiada, si la aplicación retórica a la argumentación se reduce solo a la audiencia. Pero yo tomo la audiencia como la consideración predominante por razones que se explicarán.

3 Algunos lógicos informales en efecto parecen reconocer esta relación. Pinto (2001, p. 119), por ejemplo, considera el cambio de foco de los argumentos como productos de los argumentos como procesos.

4 Para van Eemeren & Grootendorst, la audiencia no es solo este conjunto de aquellos a quienes el hablante desea influir, sino que coincide con el antagonista en una discusión crítica (1999a, p. 166, nota 82).

5 Mi pensamiento sobre esto fue motivado e influido por la discusión de James Crosswhite sobre la audiencia como un modo en el que los seres humanos son (1996, p. 139).

6 Foss y Griffin también identifican la retórica descrita como “conversión” y “consejo” (1995, p. 2).

7 Pienso que esto se sostiene incluso cuando, como es el caso con la pragma-dialéctica, los roles de argumentador y audiencia (como antagonista) cambian alternativamente, con cada parte contribuyendo movimientos estratégicos. El sentido de cooperación que quiero enfatizar todavía parece, a lo sumo, disminuida. Pero estoy agradecido con Jan Albert van Laar por llamar mi atención en relación con la importancia de esta distinción.

8 Hay que reconocer, este fundamento común será más fuerte o más débil dependiendo de las audiencias. Mientras la argumentación intercultural está en juego, tenemos mayores desafíos. Pero lo común todavía debe existir, sobre estos términos, para que la argumentación sea posible.

9 Es decir, en la tradición aristotélica previa.

10 Y con esto, Van Eemeren y Houtlosser están de acuerdo (1999c, p. 483), aunque no en los mismos términos.

11 Nótese que he caído en la tendencia de la literatura a tratar “razonable” y “racional” como sinónimos, y no retuve la oposición entre argumentación y demostración que Perelman adopta para estos términos; una oposición que aparece más tarde también adoptada por Toulmin (2001, p. 2).

12 El título del capítulo relevante en el estudio de Perelman de Gross y Dearin (2003), “Las figuras del argumento”, sugieren una tesis similar a la que estoy defendiendo aquí. Pero con las concepciones de ironía y metáfora, su discusión y ejemplos se destinan en efecto solo “para demostrar que penetración de las figuras es un componente de los argumentos” (130).

13 No incluyo la insistencia de Perelman y Olbrechts-Tyteca de que para ser argumentativa una figura debe en efecto provocar un cambio de perspectiva en una audiencia. Algunas figuras surgen en situaciones que las muestran como claramente argumentativas en su intento, independientemente de si ellas resultan efectivas (Tindale, 2004, p. 75).

14 Para una discusión completa sobre esta y otras figuras como argumentos véase Tindale (2004, capítulo 3).

15 En sus comentarios, el profesor Schulz acertadamente identifica el desafío aquí como uno que atañe a la relación entre las afirmaciones cognitivas particulares y el estándar provisto por el auditorio universal. El señala que si una opinión debe sostenerse en un modo racional, entonces las condiciones relacionadas con ambas deben cumplirse. Sobre esto pienso que podríamos estar de acuerdo. Donde diferimos es con respecto al grado de relatividad que gobierna las reglas de racionalidad teórica.

16 Tampoco estoy hacienda una afirmación sobre la “naturaleza real” de la retórica, cualquiera que esta sea, que Schiappa (2003, p. 37) parece asumir como un rasgo de disociación. Estoy presentando esto como un modo viable de entender el envolvimiento retórico en las estructuras que involucran y caracterizan la argumentación.

17 Una versión previa de este artículo fue leída en Ámsterdam en el congreso de Agnes van Ress sobre Maniobra Estratégica, en octubre de 2006; y por los miembros del Centre for Research in Reasoning, Argumentation and Rhetoric (CRRAR) en Windsor, Ontario. Estoy agradecido con la audiencia de la conferencia y los miembros del CRRAR por sus pertinentes comentarios y discusiones. En particular, me gustaría agradecer a mi comentador en Ámsterdam, Peter Schulz, por su crítica constructiva, y a Jan Albert van Laar por sus útiles comentarios en la versión escrita.

Las creencias colaterales y el efecto Rashomon (2010)

18 Basada en el cuento “En un bosque” de Ryunosuke Akutagawa, que consiste en varias explicaciones del asesinato de un samurái.

19 Tenemos tres niveles de versiones para considerar. Entre las ruinas del templo, tres hombres discuten el juicio y las diferentes explicaciones dadas allí. Uno de los tres no estuvo presente entonces y sirve como audiencia, y otro es el leñador, que da su propia explicación aquí. En el juicio del bandido, las explicaciones de los tres participantes –bandido, esposa y samurái– se dan. Y en la escena original del evento en conflicto, las cuatro versiones se representan.

20 Los fragmentos del Antifón se encuentran en Diels y Kranz (1952). Las traducciones de Antifón se modifican de aquellas en la edición inglesa de Sprague (1972).

21 Esta es la posición de Aristóteles, postulada en referencia de un caso formulado de igual modo (Rhet. 2.24.).

22 Que hay una historia de Plutarco sobre Pericles discutiendo tal caso con Protágoras sugiere que este puede haber sido un caso establecido sobre el que los discursos escribieron para los propósitos de pedagogía (DK 80 A10).

23 Un contra argumento justo a lo que estoy proponiendo aquí es la observación de que otros discursos de Antifón también apelan a y emplean una noción más convencional de “verdad”. En el caso real de The Murder of Herodes, por ejemplo, existe una insistencia sobre “la verdad de lo que ocurrió” que contrasta con las remarcas en las Tetralogies y en On Truth. Pero como Michael Gagarin reconoce en sus notas del discurso (Antifón, 1998, p. 51, nota 4) “uno debe recordar que en un ejercicio hipotético, Antifón haría afirmaciones francas que resultarían inapropiadas en un caso real”. En efecto, la distinción entre su propia posición filosófica y lo que sería conveniente escribir para un cliente que se presenta ante un juez real explicarían estas afirmaciones en conflicto sobre la “verdad”.

24 Para una discusión de las relaciones entre Protágoras y Antifón, véase Caizzi (1999).

25 Efectivamente, entre los argumentos que apoyan la tesis de que el Antifón de los discursos, incluyendo las Tetralogias, es el mismo Antifón que aquel de On Truth es esta consistencia de actitud hacia las cortes y los discursos mismos.

26 En otra parte (2010), he presentado los argumentos a favor de por qué debemos asumir este retrato como un intento de una representación seria de las visiones de Protágoras.

27 Vemos, por ejemplo, en un caso como el de los príncipes siameses relatado por Hume, la falla para comunicar a causa de la audiencia de ambiente cognitivo mutuo. Cuando el embajador holandés afirma que el agua se ha puesto tan dura en su tierra que los elefantes pueden caminar sobre ella, el príncipe rechaza creer su testimonio porque este excede completamente los límites de su experiencia.

28 Las adscripciones de re atribuyen creencias sobre una cosa (o res); las adscripciones de dicto atribuyen una creencia en un dicho (o dictum).

29 Este es el grado en el que Brandom adopta un sentido de interpretación a pesar de la observación de Wittgenstein de que nuestro dominio de nivel inferior de las propiedades lingüísticas no consiste solamente en la capacidad para interpretar (Brandom, 1994, p. 509).

Fuera del espacio de las razones: argumentación, agentes y personas (2011)

30 John McDowell (1995, 2002) también está preocupado por el espacio de las razones referido, o en relación con, el conocimiento, y expresamente con la idea de Sellars de que el conocimiento es un cierto tipo de posición en ese espacio. Él juzga que la literatura reciente ha deformado el espacio de las razones al retirarlo del mundo externo (1995, p. 877). Él toma un aparente acuerdo con Brandom (1995) basado en su perspectiva social (McDowell, 2002, p. 104), no obstante que Brandom culpa a McDowell por “individualizar” el espacio de las razones, y por lo tanto pasar por alto los modos importantes en los que se comparte ese espacio (Brandom, 1995, p. 904). El debate entre McDowell y Brandom (y sobre sus respectivas lecturas de Sellars) continúa (véase McDowell, 2005; Brandom, 2005). Mi foco en este artículo está sobre preguntas de personas y agenciamientos, y por lo tanto no con la exploración del espacio de las razones.

31 En efecto, la sapiencia, como Brandom la entiende, debe distinguirse de la mera sensibilidad o consciencia disfrutada por los animales (superiores) (Véase Stekeler-Weithofer, 2007).

32 Esta es, por supuesto, solo una ruta que el análisis filosófico podría haber tomado, pero es aquella que, siguiendo a Brandom, creo confirmada por el trabajo en la teoría de la argumentación, por lo tanto la que se sigue en esta explicación. Las explicaciones alternativas pueden encontrarse, por ejemplo, en Derek Parfit (1987), quien niega que la “persona” sea una noción fundamental y rechaza los criterios puramente físicos y meramente psicológicos de la identidad personal a través del tiempo, y Robert Spaemann (2007), quien insiste por el contrario en que el concepto “persona” es fundamental y no confía en ningún criterio específico.

33 Esta es una pregunta compleja y controversial que no necesita demorarnos en la discusión actual. Es suficiente decir que una distinción puede hacerse entre un ser humano, quien a pesar de que puede estar afligido por varias enfermedades irreversibles con formas de demencia que eliminan la presencia de los criterios clave asociados con personas, todavía puede mantener consciencia de su ambiente, y una capacidad para el lenguaje y la interacción social y así sucesivamente. Un individuo que ha perdido estas capacidades en un estado de coma caracterizado por muerte cerebral no puede observarse como un ser humano en el sentido recién descrito, pero es todavía un organismo humano.

34 Incluso aunque nos movamos constantemente entre audiencias a medida que cambian nuestras lealtades y nuestros intereses, nunca perdemos la perspectiva de “audiencia” como un modo fundamental en el que recibimos el mundo. Los discursos, argumentos, y afirmaciones se dirigen a nosotros o llegamos a ellos y los reconocemos por lo que son. ¿Cómo hacemos esto? En parte, la respuesta sugerida por nuestra experiencia es que crecemos haciendo esto y hemos aprendido las prácticas involucradas desde una edad temprana. Parte de cómo aprendemos a interactuar con el mundo es respondiendo, y tales respuestas presuponen una comprensión de ser destinadas de modos relevantes, y comprender de qué se trata estar “en audiencia”.

35 Esto no significa que no haya razones privadas o relativas al agente. Como ella reconoce luego (Korsgaard, 2009) ver todas las razones como públicas conduciría a la conclusión de que ninguna es privada y por lo tanto, efectivamente, el individuo desaparece. Para enfrentar esto, ella permite que haya un sentido en el que algunas razones están relacionadas con el agente (más que ser neutrales). Así, por ejemplo, mi deseo de que alguien a quien amo sea feliz significa que su felicidad es algo que es una razón pública: alguien debería hacer feliz a esa persona. Pero también quiero ser esa persona, aquella que la haga feliz. Esta es una razón relacionada con el agente o una razón privada (Korsgaard, 2009, p. 211).

36 Revisiones de este artículo se han beneficiado de las sugerencias de Marcelo Dascal y varios revisores anónimos, a todos ellos les expreso mi gratitud.

El argumento y el concepto de presencia (2013)

37 El uso de Quintiliano de “traer-ante-los-ojos” se anticipa en De Memoria de Aristóteles, donde se nos dice que es “imposible incluso pensar sin una imagen mental”, y que “el hombre que está pensando... pone una magnitud finita ante sus ojos [tithetai pro ommatôn], aunque no la piensa como tal” (450a). Una comprensión similar de “ante-los-ojos” parece operativa en la Poetics, donde el poeta es alentado a “mantener la escena delante de sus ojos [pro ommatôn tithemenon]” cuando construye tramas y diálogos (1455a). O’Gorman (2005, p. 24) sugiere que estos usos recuerdan a la práctica retórica descrita en la Rhetoric. Pero si es así, la semejanza es débil. En ambos De Memoria y la Poetics, el individuo trae la imagen delante de sus ojos a través del acto de la imaginación. La tarea, muy diferente, del orador, es alcanzar esto en la otra persona a través del uso de las palabras.

38 Hume está interesado en distinguir realidades de ficciones, pero este es el sentido que denota tal distinción que es de interés aquí.

39 Esta comprensión de la relación persuasión/convicción puede verse como complementaria de este proyecto. Establecer convicciones que compartimos con otros no garantiza que seamos persuadidos por aquello de lo que estamos convencidos. Como se anotó previamente, tomo persuasión como un estado activo que traduce convicción en acción.