Perelman, la lógica informal y la historicidad de la razón (2006)

Introducción

En un artículo póstumo, Perelman hace una observación interesante: “es debido a la importancia de la audiencia que se vincula la teoría de la argumentación con la retórica más que delinearla como una lógica informal; tal y como hacen los jóvenes lógicos contemporáneos que tienen un interés en la argumentación, y para los cuales, sin embargo, la palabra “retórica” mantiene un aspecto peyorativo” (1989, p. 247).48 La identidad de esos “jóvenes lógicos” (esto debe haberse escrito a principios de la década de 1980) debe permanecer en el anonimato. Lo que debería importarnos es la elección tomada y las razones que la sustentan. Dos puntos emergen: que la lógica informal es jugada sin darle valor a la audiencia y que los lógicos mantienen un desdén hacia la retórica al considerar la relación de Perelman con la lógica informal. Quiero comenzar investigando estas dos ideas para determinar el grado en el que las acusaciones tienen mérito, particularmente sobre el período de las últimas dos décadas de desarrollo de la lógica informal. Estas dos cuestiones son bastante diferentes. Podría ser que en el desarrollo de la lógica informal una apreciación de la audiencia haya emergido realmente, mientras que la retórica se vea de forma negativa per se a causa de su asociación continua con estrategias de explotación en el uso de trucos erísticos que doblegan a una audiencia al deseo del argumentador en formas engañosas más que a través de la fuerza de buenas razones. Cualquiera sea el caso, creo que el trabajo de Perelman comparte muchos temas importantes con los proyectos de la lógica informal, de modo que ambas tienen puntos valiosos para aportarse entre sí. Además, el valor de las premisas de trabajo de Perelman descansa en estas dos áreas de preocupación: el tratamiento positivo de la retórica en la argumentación y el rol central de las audiencias con su importante sentido histórico de la racionalidad.

La reacción de la retórica

El grado en el que la palabra “retórica” ha tenido una asociación peyorativa para los lógicos informales es poco claro. En este sentido, Perelman resulta menos que útil aquí, pues falla en la elaboración de esta consideración al no proveer los nombres con los que asocia tal actitud. Aunque la retórica y la filosofía han perdido hace mucho las conexiones que tenían para Aristóteles y aquellos que lo siguieron, no podemos inferir simplemente de esto que la retórica se ha visto recelosa simplemente porque ha sido juzgada como irrelevante para las metas de búsqueda de la verdad de los filósofos.

Es posible que Perelman tuviese en mente consideraciones como la formulada por Copi (1982, p. 88), quien habla de la retórica como algo “por supuesto, […] completamente inútil en resolver una cuestión de hecho”, y la afirmación más perjudicial de su Informal Logic: “en las campañas políticas actuales casi cualquier truco retórico se juega para hacer que la peor causa parezca la mejor” (Copi, 1986, p. 97). Pero en otras partes de su texto estándar, Copi habla positivamente sobre la retórica, y el último libro que parece asociarla con los trucos de la erística no apareció sino hasta después de la muerte de Perelman. Más alarmante era el entonces popular texto de lógica informal de John Nolt, que identifica específicamente a la retórica como “preocupada por influenciar las creencias de la gente sin buscar la verdad” (1984, p. 278). Nuevamente, quizás estaba en cuestión el trabajo de los lógicos informales “estándares” como Johnson y Blair, con quienes Perelman estuvo familiarizado.49 Haciendo una lectura superficial a la primera edición de Logical Self-Defense (1977) un retórico puede verse atraído por una sección titulada “Eliminar la Retórica” (p. 107), que ofrece consejos acerca de cómo extraer el argumento desde la retórica y diluir la fuerza persuasiva de algunas caracterizaciones que se construyen en el lenguaje.50 Estos “vistazos” selectivos pueden bien capturar la apreciación general de la retórica (o su falta) en los últimos años de la década de 1970 y principios de 1980 (cuando Perelman hizo su juicio). Pero también parece razonable sugerir que esta actitud estuvo fundamentada más en ignorancia que en la mala intención. Es decir, los lógicos informales, formados filosóficamente, fueron probablemente poco conscientes de que la retórica podría ser algo más que el sentido peyorativo que se le atribuía. Una exposición posterior al trabajo de los retóricos y estudiosos del discurso comunicativo –a medida que los intereses de muchos lógicos informales fueron coincidiendo con los de aquella comunidad–, ha llevado a una apreciación más precisa de los sentidos más amplios que la “retórica” puede tener, incluyendo un sentido positivo. Por ende, los trabajos posteriores de los lógicos informales han tendido a reflejar esta mayor consciencia y sensibilidad.51 Un caso a señalar es el texto de Johnson y Blair, que en su tercera edición (1993) asevera: “En nuestra opinión, la retórica como disciplina tiene importantes conocimientos sobre argumentación que los lógicos necesitan abrazar […]. En nuestra experiencia, los lógicos tienden a subestimar la importancia de la audiencia y el contexto para la comprensión y evaluación de la argumentación” (pp. 142-43). Este correctivo posee el mérito de abordar también la segunda preocupación en la afirmación de Perelman.

Es difícil, entonces, mostrar el sentido peyorativo de la retórica promovido en el trabajo de los lógicos informales serios. Si algo hay aquí es una tendencia hacia el descuido más que hacia el rechazo. Constatada la sospecha general de la retórica en los medios de comunicación, este parece ser un prejuicio ampliamente compartido. Se ve en los rechazos cotidianos frente a posiciones retóricas. Nos parece más pertinente, sin embargo, que pueda entrar sigilosamente el tenor de algo de las críticas movilizadas en contra de la Nueva Retórica52 (discutido abajo) que identifica en el foco sobre la audiencia un relativismo extremo que sugiere, si es que no alienta, a la explotación; una meta tradicionalmente asociada con el sentido peyorativo del término. Pero tal licencia hacia la explotación nunca fue una visión tolerada por Perelman. Por ello argumentaré que solo una lectura desequilibrada de la Nueva Retórica podría encontrar apoyo serio para ese punto.

Toda la carrera académica de Perelman está fundamentada en y caracterizada por un interés duradero en la justicia, y ese interés satura su trabajo sobre argumentación. Aunque no sea formulado explícitamente, es justo interpretar la argumentación retórica que él desarrolla como una oposición hacia todos los movimientos de explotación de audiencias, y también como una herramienta que pretende facilitar el desarrollo de una sociedad más justa. Presentada con justicia, la argumentación anima la libertad humana (1969, p. 514), germinando esa esfera en la que la elección razonable puede ejercitarse. Y hace esto porque la racionalidad de la actividad misma se predica bajo la existencia de una comunidad de mentes.

Cualquier comunidad requiere un rango de aspectos comunes del lenguaje y de intereses que los vinculan. Pero entrar en la argumentación con otros también confiere valores sobre ellos, reconocerlos como valiosos al persuadir y adscribir importancia a su argumento (1969, p. 16).53 Establecer comunión con una audiencia (en el sentido retórico) implica entender sus posiciones, ver las cosas desde su perspectiva y compartir esa perspectiva en algún punto. Además, esta actitud anula “alguna preocupación por el interlocutor” y requiere que el argumentador “esté interesado en su estado mental” (p. 16).

Perelman y Olbrechts-Tyteca ilustran la naturaleza de esta preocupación con afirmaciones que pesan sobre el uso del ad baculum. El uso de la fuerza contrasta con el uso del argumento razonado, que apela al juicio libre de la otra persona o personas, que no son vistas como objetos. “Recurrir a la argumentación asume el establecimiento de una comunidad de mentes que, mientras dura, excluye el uso de la violencia” (p. 55). Uno incluso es exhortado a emplear las propias creencias en la persuasión solo en la medida en que el interlocutor esté dispuesto a aceptarlas. Claramente, tal consejo va en contra de la retórica en un sentido peyorativo, donde cualquier medio puede usarse para persuadir a una audiencia.54

Aún así, la amenaza del sentido peyorativo acecha siempre en las sombras de la Nueva Retórica, a veces extralimitando las discusiones cuando ésta se identifica y aborda. Esto es particularmente evidente en alguna de las secciones finales, donde los autores son intensamente conscientes de objeciones que se le pueden hacer a su proyecto. Muchas de las estrategias de la argumentación y de los esquemas que ellos describen deben rechazarse como artilugios, medios artificiales para el fin de la persuasión, dado que esconden las intenciones del argumentador detrás de una variedad de dispositivos: “El argumento que es destinado a otros y que es elocuente en todas sus formas, siempre ha estado sujeto a descalificación y es constantemente expuesto […] Es suficiente para calificar lo que ha sido dicho como “retórica” para robarle su efectividad” (p. 450). La carga del “dispositivo” surge como un cargo de “falacia”, al menos en tanto mella la efectividad de la argumentación. Pero a diferencia de una falacia, un dispositivo retórico es, en efecto, el vehículo de la persuasión y necesita ser preservado. Los dispositivos más efectivos son aquellos que pasan desapercibidos, que parecen naturales. Y esta naturalidad se alcanza por una variedad de significados, tales como hacer coincidir el dispositivo con lo que, en la posible estimación del oyente, es apropiado para el objeto del discurso (p. 453). Para que tal útil como tal medio puedan aliviar la preocupación sobre los dispositivos, la estrategia más adecuada puede ser la de alentar el asentimiento de la audiencia en la argumentación misma, de modo que la audiencia comparta algo de lo que se desarrolla. Perelman y Olbrechts-Tyteca dan a entender que dicho movimiento es deseable en su apelación a Pascal: “…las personas se persuaden mejor generalmente por las razones que ellos mismos han descubierto, que por aquellas que han surgido en las mentes de otros” (citado en Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1969, p. 453). Es más probable que el reconocimiento de primera mano de algo resulte más persuasivo que el conocimiento de segunda mano relacionado con esto, porque la persona “ve” el punto e invierte la idea. La auto-persuasión, en tanto es explícitamente alentada aquí, indica además el sentido no explotativo de la retórica que gobierna este procedimiento.

A la luz de la explicación dada, podemos quizás apreciar por qué Perelman estaría tan alarmado por cualquier dejo percibido de una actitud peyorativa hacia la retórica en el trabajo de lógicos con ideas afines. No es tanto que tal actitud esté equivocada como que esta desalienta una apreciación seria de la retórica en contextos lógicos. Fue mucho mejor adoptar el tipo de perspectiva que anima, el modo de argumentación retórica abogado por Perelman (y Olbrechts-Tyteca). Este es un modelo que valora la audiencia y presenta la argumentación a la audiencia como cooperación en una comunidad compartida de mutua consideración y estima.

Audiencia

La atención a la audiencia en la Nueva Retórica y el énfasis en la adhesión indican una diferencia clave de las aproximaciones de la lógica informal. La argumentación, para Perelman y Olbrechts-Tyteca, involucra el intento de causar la adhesión en las mentes de una audiencia, entendida como aquellos a quienes la argumentación está destinada (1969, p. 7). Por lo tanto, el sentido de lo que ellos presentan está destinado a la construcción de argumentos, a cómo reunir los argumentos a fin de ganar audiencias para un punto de vista. La lógica informal, por otra parte, expresa ampliamente un interés en los productos de la argumentación (los argumentos) y el grado en el que ellos pueden considerarse fuertes o contundentes (Johnson & Blair, 2000; Freeman, 2005; Finocchiaro, 2005).55 Al mismo tiempo, ambos conjuntos de teóricos avanzan un modelo completo de argumentación que involucra tanto la producción o invención de argumentos como los criterios para evaluar su fuerza. Para ese fin los nuevos retóricos deben proveer algunos comentarios sobre la evaluación y los criterios de fuerza a emplearse; y los lógicos informales deben abordar la invención de los argumentos. La evaluación de los nuevos retóricos, si va en contra de la adhesión amplia misma, debe involucrar más que determinar si la adhesión se ha alcanzado; tal como el consejo dado por los lógicos informales sobre la construcción de los argumentos deben involucrar más que evitar falacias.

Un teórico estrechamente alineado con los lógicos informales que ha abordado la cuestión de audiencia en un modo crítico es Trudy Govier (1999, capítulo 11). De hecho, su discusión es un desafío implícito para el trabajo de Perelman, ya que juzga que el tipo de audiencia para gran parte de la argumentación se produce (particularmente en los medios masivos) como una una audiencia no-interactiva, cuyas creencias e intenciones no pueden conocerse. Desde su perspectiva de análisis, los lógicos informales han asumido implícitamente una importancia para la audiencia en varios sentidos. La premisa de la aceptabilidad, por ejemplo, involucra la evaluación de si las premisas de un argumento son aceptables para alguien (1999, p. 185).56 Esto está bien para lo que ella denomina “evaluación directa”, cuando la audiencia es la persona que es abordada directamente por el argumento. Incluso los argumentos históricos (ella usa el caso del argumento de Hume en contra de los milagros) puede evaluarse cuando tomamos el punto de vista razonable de que tal argumento tiene el tipo de relevancia amplia tal que puede tratarse como dirigida hacia nosotros. Puedo decidir transformarme en la audiencia para un argumento, entonces este me interpela. Pero si miramos a los argumentos indirectamente, entonces estamos asumiendo una perspectiva distinta a la nuestra cuando preguntamos si otras personas podrían haber sido persuadidas por ellos. Es aquí que su preocupación por la audiencia no-interactiva viene a ser central. Por audiencia no-interactiva entiende a una “no interpretativa y heterogénea cuyas visiones son desconocidas e impredecibles” (p. 188). Cualquiera que construya argumentos para los medios masivos de comunicación, por ejemplo, o destine sus argumentos a no especialistas, confronta a tal o cual audiencia no interpretativa. Esa parece ser la antítesis de la audiencia presentada en la retórica de Perelman. Al momento de la construcción, el argumentador conoce poco sobre la audiencia y no puede interactuar con ella. Incluso ni un dispositivo como el auditorio universal puede ayudarnos aquí, ya que la audiencia no interactiva comparte solo su imprecisión, no su estatus como un estándar de razonabilidad.

Después de considerar tales puntos, Govier concluye que no es útil apelar a la audiencia para resolver asuntos como la aceptabilidad, de modo que recurre a otros criterios más estándares de lógica informal como si las premisas fueran de conocimiento común, o conocidas a priori, o defendidas en otro lado, o un testimonio confiable o autorizado (p. 199). En general, estos son criterios que usa para asegurar la aceptabilidad en su propio manual de lógica informal (1997, y subsecuentes ediciones). Por ende, este no es el caso en el que la audiencia ha sido ignorada en la lógica informal, sino dada la fuerza y la autoridad de la crítica de Govier, parece haber tenido poco apetito para adoptarla como una consideración central ya sea en la evaluación o la construcción, particularmente cuando los criterios que ella ha identificado pueden preferirse.

Sin lugar a dudas, la audiencia no interactiva, como Govier la presenta, es un desafío serio para aquellos que desean argumentar a favor de la centralidad de la audiencia. La abordaré más adelante. Pero lo que podría impactarnos es la alternativa que ella propone. Resulta obvio que su criterio evite recurrir a una audiencia. Está dado por hecho, si algo es conocible a priori podría calificar, si no tenemos preocupaciones sobre quién está produciendo el conocimiento. Pero otros criterios como “conocimiento común” y “apelaciones a testimonios” nos retrotraen justo a la arena interactiva. No sabemos, por ejemplo, lo que la gente conoce en común, pero podemos evaluar qué ideas y creencias son actuales en determinados contextos. Sobre estos términos podemos evaluar lo que la gente en esos contextos aceptaría. Aquí hablamos sobre el ambiente de una audiencia que está siendo abordada, un ambiente que compartimos si nos encontramos destinados por el argumento. Al juzgar la aceptabilidad, juzgamos cuán bien el argumentador ha capturado ese contexto. Asimismo, si aceptamos que la apelación al testimonio de alguien o la palabra de una autoridad depende en muchos (o quizás la mayoría) de los casos de rasgos contextuales que rodean esa apelación, algunas afirmaciones parecen extrañas en determinados contextos, y una audiencia se justificaría en desafiar el testimonio del afirmante. Mucho depende de lo que cuente como normal en ese contexto o comunidad. Por lo tanto, no resulta de ninguna forma claro que Govier haya provisto al lógico informal una balsa en el océano de la no-interactividad, dejando de lado la seguridad de una costa. Dondequiera que giremos, una audiencia puede estar esperando, si nuestra empresa es la construcción o evaluación.

A pesar de la diferencia de énfasis, el modo de ganar adhesión para Perelman y Olbrechts-Tyteca integra estrategias de argumentación que pueden superponerse a alguno de los materiales que encontramos en un texto de lógica informal. Además, otros aspectos de su explicación contribuyen con conocimientos útiles para el proyecto general de la lógica informal, especialmente si prometen una solución para el problema de la audiencia que permanece abierto después del tratamiento de Govier.

El punto de partida de la argumentación, para Perelman y Olbrechts-Tyteca, involucra las premisas básicas entendidas como tipos de acuerdo. Por eso hablan de hechos, que son tipos de acuerdos que no implican ningún refuerzo posterior (1969, p. 67), y verdades, que se relacionan con los sistemas de relevancia amplia. Estos acuerdos primarios, o puntos de partida, pueden sugerir ciertos loci (o topoi) que pueden emplearse para encontrar a una audiencia donde “vive” y mueve a sus miembros hacia una posición que el argumentador desea considerarlos. Loci de cantidad, por ejemplo, pueden contener acuerdos generales sobre ideas, tal como aquel que afirma que más educación es mejor que menos. El argumentador puede asumir esto y no tener que proveer argumentación a su favor. Tales presuposiciones pueden justificarse en términos de lo que Perelman y Olbrechts-Tyteca describen como una inercia general en una sociedad. Inercia en argumentación (como su principio paralelo en física) se relaciona con el fondo de ideas y principios establecidos que no necesitan discutirse de nuevo cada vez porque no hay el más mínimo acuerdo social en su favor (pp. 105-06).57 Ya sea motivado por hábito o deseo de coherencia, asumimos que lo que ha sido adoptado continuará en el futuro, a menos que algún caso convincente para el cambio pueda justificarse a través de argumentación (como ocurre cuando rompemos los límites de la tradición que constituye el cuerpo de los acuerdos por los que viven las personas). Esto es, entonces, cambio y no inercia que necesita justificación. Pero en todas estas instancias, las elecciones se hacen en relación con la audiencia pretendida. El argumentador no trabaja en un vacío, sino en contra del trasfondo de un conjunto conocido de creencias y entendimientos que son compartidos con la audiencia. Los argumentos que se desarrollan pueden emerger como productos caracterizados por premisas y afirmaciones, pero ellos han sido elaborados in situ, es decir, en la interacción entre argumentador y audiencia. La “presencia” de la audiencia ha afectado la naturaleza del argumento –ha establecido sus límites, condicionando sus premisas e incluso el esquema que ha sido adoptado–. Si existe un concepto paralelo para esto en la lógica informal es el de “saber popular”. De hecho, sobre los términos que acabamos de explicar puede apreciarse además cómo la preferencia por esta idea de determinar la aceptabilidad, no ha escapado del terreno de la audiencia puesto que siempre debemos preguntar el conocimiento de quién está en consideración en cualquier argumento de “saber popular”. Incluso el argumentador que aborda sus puntos en los medios masivos entiende el rango amplio de actitudes y conocimientos que comprende el remanso de inercia en cualquier momento particular. Extrayendo de su propia experiencia, Govier nota cómo las voces inesperadas en su audiencia masiva luego se manifiestan en modos que muestran que sus argumentos han sido recibidos de formas en las que nunca podría haber anticipado. Pero esto no mella el valor de la argumentación en sí misma; solo habla de su naturaleza dialógica y de los discursos en desarrollo que esta puede engendrar.

Vemos las contribuciones hechas por la audiencia enfatizadas en el tratamiento de Perelman y Olbrechts-Tyteca a un tipo de argumento considerado falaz por muchos, como también ubicuo en los textos de lógica informal, a saber, el argumento ad hominem. Pero el tratamiento que le es dado no resulta tan familiar. Perelman y Olbrechts-Tyteca han hecho previamente una distinción clave entre una audiencia particular y un auditorio universal enraizado en él que representa el poder de la razón en esa audiencia.58 Los argumentos ad hominem, con sus bases en la opinión, se dirigen a audiencias particulares porque no tendrán peso para el auditorio universal (p. 111). Las premisas de tales argumentos “fijan el marco teórico dentro del que el argumento se desarrolla: es por esa razón que vinculamos el examen de esta pregunta con los acuerdos particulares para ciertas argumentaciones” (p. 111). Esto sirve para enfatizar cómo realmente la argumentación hacia una audiencia-específica está en lo que podemos pensar como “nivel fundamental”. Cada argumento se dirige a la persona o personas involucradas, dada su naturaleza ad hominem. En contraste, el sentido en el que esta etiqueta se ha usado más ampliamente se identifica como el ad personam, es decir, como el intento por descalificar a alguien a través de un ataque personal. Mientras a tales estrategias no se les brinda el tipo de tratamiento complejo que vemos ahora desarrollado en los escritos de lógica informal,59 su relación con el concepto de ad hominem más general merece reforzar un rasgo de los argumentos “ad”, y que es el hecho de ser apreciados con frecuencia creciente. Esto porque son dependientes del contexto y, por lo tanto, los elementos persuasivos del contexto no descansan en sus relaciones internas entre partes sino externamente en relación con los rasgos del contexto.

Esto comienza a mostrar cómo la retórica no solo ingresa sino que también fundamenta la aproximación de Perelman y Olbrechts-Tyteca a la argumentación. La petición de principio se caracteriza en un modo similar en un tratamiento que aborda lo que ha sido un problema en la tradición lógica –la aparente validez de un argumento falaz–. La Nueva Retórica no trata la petición de principios en un sentido formal, es decir, como una técnica de demostración sino como un problema de adhesión. Por ende, “no es un error de lógica, sino de retórica” (p. 112). Esto supone que un interlocutor ya ha dado adhesión a la proposición que el argumentador está intentando hacerle aceptar. Solo dentro del marco teórico de una argumentación que esté enraizada en una preocupación por la audiencia (y no en una demostración) pueden evaluarse tales instancias de petición de principios, porque solo en tales contextos no sopesamos qué proposiciones acepta realmente una audiencia y cuáles podrían razonablemente llevarse hacia la aceptación. Resulta fructífero evaluar la relación de las proposiciones aisladamente de las mentes que se proponen para sostenerlas.

En general, otras “etiquetas” que podrían interesar al lógico informal surgen en la Nueva Retórica en relación con preocupaciones similares. La aproximación de Perelman y Olbrechts-Tyteca a la construcción de la argumentación en términos de técnicas, algunas que, como el argumento de despilfarro (p. 279),60 se basan en la estructura de la realidad y otras que, como el argumento por analogía (p. 372),61 establecen la estructura de la realidad. En cada caso, la técnica se emplea en relación con la audiencia pretendida y las estrategias apropiadas para ganar la adhesión de esa audiencia en un modo razonable. De la misma manera, ellos han presentado previamente las técnicas que denominan como argumentos cuasi-lógicos. Estos argumentos adquieren su eficacia de su parecido con patrones formales del argumento. De modo que “incompatibilidad” recuerda a “contradicción” (pp. 195-97) y el ridículo pide prestada su persuasividad de la recuctio (p. 205). Pero en cada caso la apelación es para las circunstancias subyacentes más que para un sistema formal. Las proposiciones se tornan incompatibles, por ejemplo, “como resultado de una cierta determinación de nociones con respecto a circunstancias particulares” (p. 201); y lo ridículo surge en contraste con opiniones que se aceptan (p. 206). Mientras no podemos sugerir un paralelo entre los argumentos cuasi-lógicos y los patrones de argumentos informales, ya que los últimos no derivan su fuerza de cualquier relación cercana con la lógica formal, ellos sí comparten una agenda común que consiste en lidiar con el razonamiento fuera de sistemas formales, de ser en sus respectivos modos lógicas de argumentación (donde esta se establece en contraste con la demostración). Entre la larga variedad de técnicas avanzadas por Perelman y Olbrechts-Tyteca, las elecciones que gobiernan la construcción del contenido y las técnicas a emplearse surgen siempre en relación con la audiencia, cuya adhesión está en cuestión.62

Evaluación

Donde hay más espacio para la superposición entre la aproximación de Perelman y la lógica informal es en el interés común en la evaluación. Mientras la mayoría de la Nueva Retórica parece destinada a la construcción, el modelo no puede presentarse como un modelo completo de argumentación sin algún sentido de cómo los argumentos deben evaluarse. Por supuesto, la respuesta fácil a esto es hacer eco de las propias puntualizaciones de Perelman y Olbrechts-Tyteca a lo largo de las secciones de apertura del libro: la argumentación está destinada a la adhesión de una audiencia, y por lo tanto la medición obvia de ese éxito radica en ver que tal adhesión se garantiza. Por ende, vemos reacciones críticas al modo que restringe esta noción de solidez a su condición. Una reacción común es la siguiente:

Perelman y Olbrechts-Tyteca ofrecen un concepto retórico de racionalidad en el que la solidez de la argumentación se equipara con el grado en el que la argumentación es adecuada para aquellos a quienes se destina. Esto significa que la solidez del argumento está, según este criterio, siempre relacionada con la audiencia (Van Eemeren et al., 1996).

Esta asunción de que la Nueva Retórica reduce la solidez a la efectividad está parcialmente alentada por el modo en el que Perelman y Olbrechts-Tyteca presentan sus ideas. El modo en el que ellos consideran, por ejemplo, la distinción entre persuadir y convencer, que ha dividido tradicionalmente a los retóricos y a los filósofos, puede crear confusión. Ellos hablan extensamente sobre el modo en el que algunos están preocupados por el valor de acción de la persuasión, al mismo tiempo que por aquellos preocupados por el carácter racional del valor de adhesión del convencer (1969, p. 27). Pero como también explican, esta distinción en sí misma se ha malentendido. Si bien un silogismo puede inducir convicción, pero no persuasión, esto se debe solo a que se considera aislado de su contexto, como producto. Es por esta razón que los autores rechazan explícitamente adoptar una división tajante entre las dos, pues están interesados en “la diferencia entre convicción y persuasión como esta es experimentada por el oyente” (p. 29) y juzgan que esta siempre será imprecisa. El oyente, mientras es persuadido, se “imagina transferido a otras audiencias” (p. 29) el argumento presentado, y así lo considera tanto a nivel de lo personal como a nivel de lo general. Por lo tanto, la convicción refuerza la persuasión y no puede distinguirse claramente de ella. Esto comienza a sugerir modos en torno a la acusación de que la efectividad es todo y lo único en cuestión. Sin embargo, no nos relata la historia completa, ni tampoco dispersa el espectro de relativismo que a menudo se asocia con ella (Van Eemeren & Grootendorst, 1995). Un relativismo extremo, realmente, que ve los criterios de lo razonable no como relativos a las comunidades sino a argumentadores individuales.63

No podemos ignorar el énfasis sobre la adhesión en partes previas de la Nueva Retórica que alimentan esta lectura. Pero tampoco debemos ignorar lo que podría verse como el clímax del libro con su retorno a la discusión al momento cuando los argumentos son fuertes y cuando son débiles. En términos del tono general de la crítica, podríamos esperar que la respuesta esté en sintonía con una audiencia cuando la vemos actuar de un modo que indica adhesión a la afirmación. Así, el argumento es fuerte porque es exitoso. Y cuando no vemos adhesión, el argumento es débil. Perelman y Olbrechts-Tyteca, en efecto, dicen algunas cosas que señalan esta dirección. La fuerza de los argumentos se conectará con la adhesión del oyente a las premisas (p. 461). Pero esto es adhesión al punto de partida de un argumento, no su término en acción. La fuerza del argumento descansa parcialmente en la dificultad que hay al refutarlo. Por lo tanto, mientras la fuerza de los argumentos varía con la audiencia, esta fuerza está en relación con los tipos de argumentos que se eligen por diferentes audiencias. Ellas notan, por ejemplo, que Aristóteles recomienda el argumento por el ejemplo para la oratoria deliberativa y Whately aconseja argumentos causales para provocar efectos cuando se destina a ciertas audiencias. El intento aquí es focalizar los argumentos usados y los criterios de fuerza asociados con ellos y en particular su refutación. Por eso elevan la que debería ser una pregunta fundamental para los lógicos informales que leen la Nueva Retórica: “¿Es un argumento fuerte un argumento efectivo que gana la adhesión de la audiencia, o es un argumento válido el que debería ganarla?” (p. 463). Al igual que muchas distinciones que Perelman y Olbrehchts-Tyteca evocan, esta no puede ser absoluta. Lo que contaría como lo normal (descriptivo) y la norma (lo prescriptivo) solo puede definirse a través de “una audiencia cuyas reacciones proveen mediciones de normalidad y cuya adhesión sea el fundamento de estándares de valor” (p. 463). Esto equivale a preguntar ¿de dónde surgen nuestros estándares de razonabilidad, en relación con qué audiencias? Para abordar estos tipos de preguntas y responder a las suyas propias en relación con la fuerza, Perelman y Olbrechts-Tyteca invocan una discusión previa de la regla de justicia.

El éxito es una cosa, y ciertamente el argumentador retórico lo persigue. Pero él también quiere triunfar sobre fundamentos racionales, y para tal efecto su argumento debe cumplir una condición rigurosa que permitirá probarlo. La regla de justicia es la primera introducida de nuevo en la sección de argumentos cuasi-lógicos. Allí, la regla de justicia requiere “dar tratamiento idéntico a los seres o situaciones del mismo tipo. La razonabilidad de esta regla y el poder que esta se reconoce como habiendo derivado del principio de inercia, a partir del que se origina en particular la importancia que se da a lo precedente” (pp. 218-19). Como vimos arriba, las ideas y los principios establecidos no necesitan discutirse de nuevo cada vez porque existe una fuerza inercial del acuerdo social a su favor. Para Perelman en particular, esta idea subyace a la validez legal de los procedimientos legales. En estos términos, la regla de justicia nos permite pasar de casos previos a casos futuros (p. 219).

En el cierre del libro (lo que Crosswhite llama su “centro de gravedad” [2000, p. 7]) esta regla es traída nuevamente a colación para abordar la discusión de la validez. Después de todo, ¿qué es lo que provee un criterio de validez?64 Usualmente, es alguna teoría del conocimiento que involucra técnicas que han sido efectivas en varios campos del aprendizaje y que pueden transferirse a otros. Esto ha dado surgimiento al choque entre las metodologías de diferentes campos y a la búsqueda de la unidad de la ciencia fundamentada en el criterio de la auto-evidencia. Pero cuando la auto-evidencia no es un criterio de validez esta desacredita toda la argumentación que puede ser efectiva pero no provee prueba “real”. Dejando esto de lado (ya que el proyecto completo de Perelman y Olbrechts-Tyteca ha resistido este tipo de pensamiento), no puede haber dudas de que una distinción se hace entre argumentos débiles y fuertes:

Nuestra hipótesis es que esta fuerza se aprecia por aplicación de la regla de justicia: esa que fue capaz de convencer en una situación específica que parecerá ser convincente en una situación similar o análoga. La comparación de situaciones estará sujeta al estudio constante y al refinamiento en cada disciplina particular (p. 464).

Podríamos preguntar razonablemente: ¿cómo funcionaría esto?, ¿cómo se reconocerían las normas de razonabilidad que garantizan validez a través de la regla de justicia? Una respuesta adecuada se sugiere mediante el tratamiento de la Pista Falsa, que los autores entienden en términos familiares a los lógicos informales como un problema de salto de un tema de discusión a otro que se considera irrelevante (p. 484). Si hubiese acuerdo en lo que atañe a la irrelevancia de las diversiones, este dispositivo caracterizaría a los argumentos débiles:

Pero casi nunca lo hay. La acusación de diversión y la acusación de falacia se asemejan en que ambas asumen que la introducción del argumento irrelevante o falaz fue deliberada. Ahora la acusación puede sostenerse solo en casos donde hay un alejamiento sustancial de lo que es usual. Es en efecto teóricamente posible negar que tales partes de un discurso como el exordium y la peroratio tienen algún valor argumentativo, y tratarlos como diversiones. Es la aplicación de la regla de justicia la que permite arribar a una opinión sobre este asunto (p. 485).

La respuesta sugerida aquí es que miremos casos similares, establecidos para determinar lo que debería contar como relevante en este caso. Si hay un conjunto de precedentes o una presunción a favor de tratar el exordium y la peroratio como partes del argumento, entonces en ellas no hay desviación. Las condiciones de las Pistas Falsas causadas para mantener en el caso y enmarcar el asunto elevan exactamente este tipo de pregunta y sirven como un ejemplo de criterios razonables que trascienden casos particulares y determinan la validez por medio de lo que es generalmente aceptado.

Más particularmente, existen implicaciones aquí para la autoridad de las Pistas Falsas mismas como un conjunto de condiciones.65 La Pista Falsa es un patrón o tipología regularizada de argumento. Pero ¿de dónde provienen sus condiciones? Decir que podemos detectarlas ya en las consideraciones de Aristóteles sobre las desviaciones (Topicos, 111b31-112a11) no es una respuesta. ¿A partir de dónde Aristóteles obtiene su comprensión para lidiar con ella? Después de todo, algunas falacias han caído en el olvido en el transcurso de la tradición, y mediante otras permitimos tanto versiones razonables como irrazonables de argumentos.

La regla de justicia apunta al patrón mismo como si hubiese sido derivado de casos que lo definen. Esto es parte del entendimiento de una comunidad fundamentado en lo que cuenta como condiciones de razonabilidad. Este saber común desafía el extremo relativismo identificado previamente. Los argumentadores pertenecen a comunidades de razonadores, comunidades que ellos tienen en común con sus audiencias. En este sentido, comparten los patrones comunes de lo que es razonable. Puesto de forma simple, la regla de justicia provee un límite a la mera aceptación. Las audiencias no son libres de aceptar lo que quieran sino que operan en un campo de razonamiento que entrega juicios establecidos y patrones sobre los que debe ser juzgado lo razonable. Lo que aceptemos tiene que encajar con lo que ha sido aceptado en otras instancias similares. Esto es lo que da coherencia a nuestros juicios y sentido a nuestra pertenencia a una comunidad de razonadores. Podemos desafiar los estándares heredados, argumentar que ellos no transmiten nuestro caso, argumentar que se han aplicado mal, pero no podemos ignorarlos. Los argumentadores aprecian esto; tales estándares son parte del ambiente cognitivo de las audiencias con las que interactúan, en un nivel en el que todos interactuamos.

Otra de las secciones finales de la Nueva Retórica explora el concepto de disociación (este, como el de asociación, se ha introducido previamente). La estrategia de la disociación involucra asumir un concepto establecido y dividirlo a lo largo de líneas particulares, con uno de los elementos separados promovido como teniendo un valor por sobre su contraparte más tradicional.66 Una incompatibilidad en el modo en el que un concepto aparece da surgimiento a un quiebre entre la unidad original de elementos dentro de un concepto único. Un ejemplo contemporáneo se sugiere en el modo en que “clonar” se separa en variedades terapéuticas y reproductivas, con valor ligado a la primera. Perelman y Olbrechts-Tyteca sugieren que esta estrategia es característica de la forma cómo emergen nuevos conceptos en la historia de la filosofía, y ellos proveen una riqueza de ejemplos para ilustrar su propuesta (1969, pp. 415-38). Una vez que esta estrategia ha sido introducida y se ha entendido, el lector es capaz de mirar atrás al terreno de la Nueva Retórica y el trabajo amplio del trabajo de Perelman en general y apreciarlo como una serie de disociaciones, más claramente de la “razón” misma. En otros lados (1963, p. 158), Perelman contrasta su razón histórica (con la regla de justicia como su constituyente principal) con una razón eterna (principios de identidad y no contradicción). Pienso que podemos asignar estos lugares con las respectivas columnas de argumentación y demostración. Lo que hace a una razón “histórica” más permanente es que esta exhibe lo que podríamos denominar una “historicidad”. Esto nos permite concebir la razón no como histórica y fija, sino como algo que surge en la historia y se mueve y cambia a lo largo de ella, como el patrón de la “Pista Falsa”. Crosswhite captura algo de lo que está en juego aquí cuando escribe: “La medida de razonar no es algún estándar lógico eterno situado en la naturaleza esencial de las cosas constantemente presentes” (1996, p. 36). La medida del razonar es siempre una audiencia en historia, extrayendo audiencias en tiempos y locaciones contiguas, pero capaz de cambiar y modificar sus estándares como la experiencia y la argumentación presentada para estar garantizada. “La historicidad de la razón”, escribe Perelman, “es algo íntimamente conectado con ella que se transforma en parte de una tradición” (1963, p. 157). El poder de la inercia es una fuerza que estabiliza nuestro razonamiento y que resiste el espectro del extremo relativismo. Aunque la razón permanece histórica, sugeriré, no obstante, la existencia de una cuasi-tradición, abierta a justificaciones para cambiar estándares. Un gráfico ilustrativo de esto son los estándares emergentes de la lógica informal, tanto para la evaluación del argumento como para los criterios que permiten identificar y evaluar las falacias.

El comparativo adecuado para la historicidad de la razón es aquel de la ciencia. Al menos desde Kuhn (1962) hemos notificado los modos en los que tanto la ciencia, como la razón, es histórica, y se refleja en los logros colectivos del grupo. Kuhn reconoce el grupo (hay que reconocer, “el grupo profesional competente únicamente”) como el árbitro exclusivo de los logros (1962, p. 168). Pero, más importante es que los estándares descansan solamente dentro de esta comunidad, nunca fuera de ella. La inercia exhibida por la ciencia normal y los cambios de acusaciones en la ciencia extraordinaria ambos exhiben progresos.67 El paralelo es obligatorio.

Cuando construimos argumentos destinados a una audiencia generalizada, y cuando evaluamos lo mismo, parece plausible que confrontemos la vaga e irresponsable anonimidad que Govier imagina como su audiencia no interactiva. Siempre existe algo hacia lo cual dirigimos nuestras ideas, incluso si es solo la primera parte y un espejo expandido de nosotros mismos. En la interacción en curso, la audiencia toma forma y el diálogo se hace más significativo. Pero cuando evaluamos la razonabilidad de las respuestas efectivas y esperadas de esa audiencia, las evaluamos de acuerdo con estándares que están vivos en esa audiencia y compartidos entre argumentador y audiencia. Podemos caer en los criterios de “audiencia independiente” como conocimiento común, testimonio, etc. Pero aquellas medidas de lo que es razonable solo funcionan si se comparan con las audiencias a las que conciernen. Porque, según lo sugerido por Perelman, aquellos criterios que no caen completamente hechos en la caja de herramientas de los lógicos: funcionan porque se comparten y han pasado de audiencia en audiencia.

Conclusión

Cada tratamiento sistemático de la argumentación tiene dos ramas, una preocupada de la invención de argumentos y la otra de la evaluación de su validez

Cicerón (Topicos, II6)

Resumiendo, hay mucho en cualquier mezcla de las dos aproximaciones. Después de todo, me pregunto qué quiso decir Perelman por lógica informal en la aclaración realizada en su último trabajo. Dada la distinción general que él y Olbrechts-Tyteca propusieron entre demostración con sus verdades autoevidentes que obligan asentimiento de todas las mentes racionales, que rehuyen la necesidad de argumentar, y la argumentación misma, esa esfera que elude la certidumbre y concierne a lo creíble, plausible, probable, parece no controversial que Perelman asumiera la lógica informal como la lógica de tal argumentación. Y mientras el proyecto de Perelman, como se estableció en la Nueva Retórica, no comparte todas las metas de los lógicos informales –como las teorías del argumento– ellos no pueden sino estar interesados en asuntos comunes e ideales. Esto viene al foro en la cuestión de la evaluación, sobre la que un útil intercambio entre las dos aproximaciones a la argumentación podría seguirse. En particular, la claridad de los esquemas y los criterios más detallados de evaluación que han emergido en la lógica informal ayudaría a atar las ideas flojas de la Nueva Retorica; mientras la gran sensibilidad de la última para la importancia de la audiencia promete enriquecer el trabajo de la lógica informal.68