La portada del libro Bento’s Sketchbook (2011), de John Berger, presenta una pregunta manuscrita: ¿Cómo comienza el impulso de dibujar algo? De hecho, podemos preguntar, ¿cómo comienza el impulso por algo? ¿Qué motiva la elección hecha al expresar las cosas de un modo más que de otro, al adoptar una estrategia sobre otras posibilidades? En este artículo, estoy interesado en un impulso originante similar: el impulso de argumentar y, por supuesto, la decisión que sigue, conduciendo en última instancia al argumento mismo. Un impulso es un deseo o urgencia, usualmente repentino. Pero a pesar de cualquier premura, los impulsos no surgen de ninguna parte: están relacionados con estados pasados, surgen a partir de ellos. En física, el impulso cambia la velocidad de un objeto. En nuestros términos, el impulso es el catalizador de un argumento e inicia su movimiento. Un argumento es algo que se hace presente, algo que se extrae de un ambiente específico en un modo específico, a fin de tener el mayor impacto sobre aquellos que buscan ser persuadidos.
El concepto de presencia tiene una larga historia en la teoría retórica, y necesitamos considerar algunas referidas a la argumentación. Al presentar un argumento, un argumentador lucha por mover a una audiencia desde un estado pasivo de convicción a uno activo de persuasión. Podemos estar convencidos de muchas cosas por las cuales permanecemos no persuadidos. Muchas personas, por ejemplo, creen que la mitigación de la hambruna es una cosa positiva y que quienes sufren esta condición deberían ser ayudados. La pregunta no es de dónde proviene esta creencia, el punto solo que es algo de lo que las personas están convencidas. Pero estar convencido no se traduce en acción. Muchas personas no están personalmente persuadidas para ayudar en la mitigación de la hambruna contribuyendo con su dinero o tiempo. Traer a colación esta disposición previa que caracteriza a la convicción debe ser afectado de un modo particular y traducido en persuasión.
La presencia llama la atención sobre los modos en que los argumentadores interactúan con quienes abordan, explícitamente considerándolos a ellos y a sus ambientes cognitivos y organizando sus discursos para promover los tipos correctos de conexiones. La presencia es un concepto –quizás el concepto– que mejor expresa la naturaleza dialógica, interactiva y cooperativa de la argumentación retórica.
Tradicionalmente, “presencia” se ha entendido como traer determinados elementos a la mente, usando varias técnicas para lograrlo. Una expresión contemporánea de esta preocupación es provista por Perelman y Olbrechts-Tyteca, quienes escriben “por el mismo hecho de elegir determinados elementos y presentarlos a la audiencia, su importancia y pertinencia para la discusión se implican. En efecto, tal elección otorga a estos elementos una presencia, que es un factor esencial en la argumentación aunque descuidado en las concepciones racionalistas de razonamiento” (New Rhetoric, p. 116). Un argumentador puede elegir enfatizar elementos dentro de un ambiente cognitivo, subrayando su naturaleza, o asociándolos con otros elementos (como a través de analogía). Un hablante hace presente “solo por magia verbal” lo que está ausente, o hace más presente lo que está allí, extrayéndolo hacia la conciencia donde puede ser aislado (pp. 117-18). De este modo, el argumentador influencia el modo en que una audiencia percibe, concibe y recuerda ideas, imágenes y topoi (véase Karon, 1976; Long, 1983, p. 110). Como veremos más adelante, la audiencia no es un compañero pasivo en esto. Pero el punto de impulso sigue estando del lado del argumentador.
Antes de que cualquier acto de argumentación tenga lugar, las premisas básicas usadas “deberían resaltar contra la masa indiferenciable de elementos de acuerdos disponibles” (p. 142). En términos de este estudio, las elecciones se hacen a la luz de los ambientes cognitivos que buscan ser modificados. Perelman afirma: “la [presencia] es esencial no solo en toda argumentación destinada a una acción inmediata sino también en aquella que aspire a dar a la mente cierta orientación, a hacer que determinados esquemas de interpretación prevalezcan, a insertar elementos de acuerdo en un marco teórico que les dará significado y les conferirá el rango que merecen”. Esto habla del rango de modificaciones que la presencia afecta: orientar la mente para ver en determinados modos, alentar las interpretaciones de ideas y añadir a marcos teóricos previamente estructurados así como enfatizar o reasignar valores.
Aristóteles nos brinda una de las primeras explicaciones de presencia en la Retórica en la discusión de lo que él llama traer-ante-los-ojos. En esta discusión sobre urbanidad, la facilidad es característica del lenguaje de la vida urbana, o del vivir en contextos profundamente sociales; Aristóteles sugiere que esto se alcanza “por las palabras traídas-ante-los-ojos, puesto que las cosas deberían verse como hechas más que como por hacerse. Deberíamos por lo tanto apuntar a tres cosas: metáfora, antítesis y energeia” (3.10.6). En capítulos previos discute metáfora y antítesis, pero no nitidez. Ahora bien, en la sección que sigue a este pasaje (la sección más larga en la Retórica), Aristóteles procede a brindar una serie de ejemplos en los que las metáforas podrían verse como “saltando a la vista”. Por ejemplo, “Grecia pronunció un llanto” es una metáfora que salta a la vista [3.10.7 1411a32-33]. Aunque no está claro cómo se vinculan metáfora y nitidez, la meta de Aristóteles en el capítulo 10 es rápida y fácil de leer: la metáfora, por ejemplo, “crea entendimiento y conocimiento [gnõsin]” en la audiencia. Por lo tanto, el efecto de “saltar a la vista” debe contribuir a esta meta de modo decisivo.
Al comienzo del siguiente capítulo, estas cuestiones se clarifican un poco: “llamo saltar a la vista a que <las expresiones> sean signos [semanei] de cosas en acto” (3.11.2). El sentido se fortalece con ejemplos adicionales de Homero, quien con frecuencia usa energeia al hacer animadas a las cosas inanimadas por medio de la metáfora. Su fama se alcanza creando el acto/actividad [energeia] en tales casos (3.11.3). Puesto que Homero “hace todo movido y vivo” y la energeia es movimiento [kinesis] (3.11.4). Esto es tan claro como la explicación brinda: energeia es el movimiento de traer las cosas a la vida, de animarlas, no en realidad sino en la mente de la audiencia. Esto crea inmediatez y vida conceptual.
Lo que no crea es vida visual. En sus notas de traducción, George Kennedy insiste (2007, p. 117) en que energeia debería distinguirse de enargeia, que significa “claridad” o “peculiaridad”. Esto podría resultarnos extraño porque viene, a pesar de la prevalencia, de la imaginería visual a lo largo de la Retórica. La posterior asociación de Quintiliano de “saltar a la vista” con energeia alienta esta fusión: “Me estoy quejando de que un hombre fue asesinado. ¿Acaso no debo traer ante mis ojos todas las circunstancias en las que es razonable imaginar que esto haya ocurrido en tal conexión? ¿Acaso no debería ver aparecer al asesino súbitamente en este lugar escondido, la víctima temblando, llorando por ayuda, rogando misericordia, o dándose a la fuga? ¿Acaso no debo ver la estocada final y el cuerpo atacado cayendo?” (Quintiliano, Institutio Oratoria 6.2.31-2).
Existe una gran diferencia entre estar en trabajo y vida visual, y las dos etimologías son distintas. Pero uno podría pensar que Aristóteles también tuvo en mente los sentidos atribuidos a enargeia. Ese “saltar a la vista” debería involucrar que algún tipo de phantasia se sugiere por su naturaleza perceptual. La audiencia ve algo, ya sea una palabra o una imagen, y aprende de esto. Por ende, tenemos un efecto cognitivo que surge de una causa perceptiva. En el caso de Quintiliano de enargeia el sujeto trae esto por sí mismo. En el contexto de la Rhetoric, energeia es uno de los medios de persuasión que un hablante emplea para mover a una audiencia. Pero enargeia también viene a tener un sentido intersubjetivo más amplio, donde una audiencia toma la descripción de un hablante y crea “para sí mismos las imágenes que el hablante describe” (Kochin, 2009, p. 392).37
Las consideraciones modernas de la presencia deberían acomodar tanto ideas visuales como conceptuales asociadas con energeia, la animación de ideas, y enargeia, la vida visual. En su examen del arte de la traducción, Umberto Eco (2003) atribuye importancia a la hypotyposis, como el efecto retórico por el que las palabras tienen éxito en hacer visual una escena. Desafortunadamente, Eco observa que los retóricos que han escrito sobre ella proveen solo definiciones circulares y no explican su significado. Por eso sugiere mencionar, describir, enumerar, amontonar eventos (pp. 104-105). Consideremos, sin embrago, cómo Barack Obama alcanza presencia en su discurso en el que anuncia su candidatura para la nominación democrática por la presidencia de los Estados Unidos, ya sea que queramos clasificar su movimiento como energeia, enargeia o hypotyposis. Nótese la descripción que él mismo hace:
Pero la vida de un alto, desgarbado abogado de Springfield, artífice de su propio éxito, nos dice que un futuro diferente es posible.
Nos dice que hay poder en las palabras.
Nos dice que hay poder en la convicción.
Que debajo de todas las diferencias de raza y religión, fe y posición, somos una sola persona.
Nos dice que hay poder en la esperanza.
De este modo, parado en los escalones del parlamento de Springfield, Illinois, donde Lincoln lanzó su campaña, Obama hace más que invocar la memoria de Lincoln: lo convoca, lo trae al podio y superpone su ausencia sobre la propia presencia de Obama. O, en nuestros términos, traduce esa ausencia en una presencia. Y hace esto a través de las palabras, por el conocimiento de su audiencia y modificando su ambiente cognitivo, tomando algo que ya estaba allí y creando algo nuevo –una asociación entre él y Lincoln–.
Aristóteles y Perelman presentan la presencia en modos que coinciden con el ejemplo de Obama. Este último inserta elementos dentro de un marco común de modo de darles significado, pero también para reorientar la percepción de ese marco y brindarle un nuevo significado. La fuerza persuasiva surge de las conexiones hechas, sean lógicas o psicológicas. Esta fuerza acompaña a un sentimiento que provoca asentimiento. Como insiste David Hume, “una idea a la que se asiente es sentida de un modo diferente que una idea ficticia” (Tratado, Libro I, Parte 3, Sección 7). Sentimiento que intenta explicar “llamándolo una fuerza, viveza, solidez, firmeza, fijeza superior”.
Algo de esto aparece en la noción de “razones sentidas” de Harvey Siegel (1997). En una discusión de pedagogía y ficción, y en particular de cómo las lecciones se enseñan a través de Los hermanos Karamázov de Dostoievski, Siegel nota que las razones a veces tienen una calidad visceral, impactándonos como personas que sentimos. “Sentimos la fuerza de las razones en algunas circunstancias en modos completamente diferentes cuando sentimos la fuerza de (lo que son proporcionalmente) las mismas razones en otras circunstancias” (Siegel, 1997, pp. 48-49). La ficción ilustra la fuerza que las razones tienen para mover a las personas, especialmente cuando los personajes se caracterizan como personas que son ellas mismas conmovidas. Lo que Siegel parece tener en mente, entonces, es una relación empática entre personaje y lector en la que el último siente la experiencia que el personaje describe. Pero él presenta la idea de razones sentidas primariamente desde la perspectiva de la persona que las comunica. “Las razones sentidas no son un tipo diferente de razón; ellas son más bien un tipo particular de presentación de las razones” (p. 52). Por ende, en el contexto pedagógico que le interesa a Siegel, las razones sentidas son un dispositivo pedagógico.
Volviendo al contexto de la argumentación (y la educación ciertamente cae dentro de este dominio amplio), nuestro interés está puesto en la recepción de las razones y en cómo la audiencia las siente. Estamos interesados en los modos en los que las audiencias se mueven para formar disposiciones y creencias y se mueven para actuar. Sentir la fuerza de algunas razones más que otras sugieren una relación más allá de la meramente cognitiva. Una buena razón no solo es lógica. Sentir ideas en la mente les da más importancia e influencia sobre las acciones. Por lo menos, podríamos advertir este sentimiento, siguiendo a Aristóteles, cuando la experiencia de las ideas es actualizada en la mente y son convertidas desde el potencial que existe o ha sido preparado en ella.38 Algunas ideas tienen mayor poder o fuerza: se sienten más fuerte. Alcanzar presencia de las propias ideas en ese nivel es la meta del argumentador real.
La presencia se alcanza a través de las elecciones hechas. Como el dibujo de Berger, el impulso comienza en algún lado y se realiza en un rango de elecciones primarias. El argumentador debe decidir qué decir y cómo decirlo. Quizás estas cosas puedan decidirse en un vacío, sin ningún sentido de aquellos a quienes se aborda, pero no si tiene éxito o se optimiza.
Demasiado a menudo en la teoría de la argumentación la discusión comienza con un argumento existente, y debe considerarse cómo esto debería evaluarse y si es “bueno”. Pero la discusión de elecciones nos empuja más temprano en el proceso argumentativo, a las decisiones que se hacen y las que no se hacen y los factores que influyen en tales decisiones. Preguntar por los orígenes de los argumentos no es solo preguntar qué los provoca, qué trasfondos les dan surgimiento para el debate o la controversia. Es preguntar qué procesos y posibilidades de pensamiento ocurren al argumentador que conduce al argumento producido. Siguiendo los hilos de elecciones hechas y no hechas, aprendemos algo sobre la audiencia prevista. También aprendemos sobre la construcción del argumento en un modo que es diferente de la simple copia de esquemas.
Además, los argumentos tienen una dirección, es decir, hay diferentes puntos en un intercambio en los que se hacen elecciones adicionales. Un argumento como un discurso o texto tiene una determinada agencialidad, infundida por el pensamiento de los participantes. Stephen Toulmin describe los argumentos como organismos (Toulmin, 2007/1958, p. 129). Con esto quiere decir significar, ante todo, sus estructuras. Pero la idea se hace eco de otras más profundas y más ricas presentes en Aristóteles donde, como una tragedia (Poética, 7), un argumento es un ser viviente con dirección y telos.
En una discusión de las figuras retóricas, Perelman y Olbrechts-Tyteca separan los conceptos de elección y presencia como tipos diferentes de efectos: “el efecto o uno de los efectos, de ciertas figuras, es, dentro de la presentación de los datos, el de imponer o sugerir una elección, el de aumentar la presencia o el de realizar la comunión con el auditorio.” (1969, p. 275). Como Alan Gross y Ray Dearin apuntan en su estudio de Perelman, el efecto de elección en Perelman y Olbrechts-Tyteca es oscuro y, por lo tanto, difícil de elaborar (Gross & Dearin, 2003, p. 117). En efecto, es especialmente difícil separar elección de presencia cuando están ambas presentadas como “efectos” de figuras. Un ejemplo supuestamente ilustrativo de Séneca agrava la dificultad. Un hijo va en contra de los deseos expresados de su padre porque interpreta que los deseos reales de su padre son distintos a los que expresa. Lo que parece útil aquí es la noción de interpretación, porque apela a un elemento de elección. Según Perelman y Olbrechts-Tyteca no es claro si se trata de un efecto distintivo sobre la audiencia. Una discusión posterior de Perelman ayuda a clarificar la imagen: “cualquier argumento implica una selección preliminar de hechos y valores, su descripción específica en un lenguaje dado, y un énfasis que varía con la importancia dada a ellos” (Perelman, 1982, p. 34). Las elecciones reales se yuxtaponen sobre otras elecciones posibles, especialmente aquellas que podrían hacerse desde una perspectiva diferente. Reconocer tales posibilidades convierte lo que se creía una elección obvia e imparcial, incluso objetiva, en una claramente parcial, escogida porque encaja con una posición que uno apoya. Como observa Perelman, “el pluralismo da forma al sentido crítico” (p. 34). Este es también un lugar donde Perelman invoca la distinción de Kant entre persuasión y convicción. Las intervenciones imaginarias de otros para probar las ideas tienen validez más allá de nosotros mismos y ayudan a decidir cuáles se basan en convicción y cuáles en “mera persuasión”.39 Hay dos cosas para notar sobre elección como se entiende aquí: esta involucra la selección de los detalles (identificados aquí como hechos y valores) para ser enfatizados en un argumento; y, en segundo lugar, esta observa al otro. Perelman considera que las elecciones de otros (incluso oponentes) podrían hacer la prueba de la validez de sus visiones. Pero, en un sentido más general, hacemos selecciones de lo que creemos derivará en argumentos que mejor satisfagan las metas de la argumentación que estamos desarrollando.
Como un aspecto de la presencia, una contribución directa a la presencia, estoy tratando “elección” en este sentido general, que también es más cercano al modo en el que Frans van Eemeren (2010) usa el concepto de “potencial tópico”. Dicha elección, como ya lo indiqué, capta los procesos de toma de decisión previos en el proceso argumentativo, a medida que el argumentador reúne los datos relevantes sobre la audiencia y el tema. El lienzo que confronta parece blanco pero está poblado de posibilidades.
Van Eemeren (junto a Peter Houtlosser) ha llevado un rango de consideraciones retóricas a la teoría pragmadialéctica de la argumentación bajo el paraguas de “maniobra estratégica”. La pragma-dialéctica, como se explicó en el capítulo uno, es un modelo que provee procedimientos que buscan resolver disputas en un modo óptimo. Pero los argumentadores no están solo interesados en resolver desacuerdos; también quieren hacerlo de un modo que favorezca sus intereses. Por lo tanto, maniobran estratégicamente para causar resultados efectivos. Como parte del aparato involucrado, Van Eemeren discute tres “aspectos” de la maniobra estratégica: potencial tópico, demanda de la audiencia y dispositivo presentacional. Mientras estos se relacionan en general con la triada elección, comunión y presencia, de Perelman, aportan una imagen mucho más clara de los procesos de toma de decisión que caracterizan a las situaciones argumentativas. De lo que se dijo arriba, por ejemplo, podríamos asociar mejor el interés de Perelman y Olbrechts-Tyteca en el efecto de las figuras con los dispositivos presentacionales (bajo este término, Van Eemeren discute las figuras del discurso) que, en efecto, ayudarán a crear presencia. Podemos emparejar la comunión con la demanda de la audiencia. Pero bajo “potencial tópico”, Van Eemeren está interesado en las elecciones que los argumentadores hacen en presentar el tópico y organizar su argumentación. El autor describe el potencial tópico entonces como “el (no siempre claramente delineado) repertorio de opciones para hacer un movimiento argumentativo que está a disposición del argumentador en un cierto caso y en un punto particular del discurso” (Van Eemeren, 2010, pp. 93-94).
Podemos apreciar cuán importantes son tales elecciones porque ellas influirán en la forma como se desarrolla la argumentación. Ellas efectivamente estrechan el rango de los últimos movimientos que serían posibles o incluso permisibles. Decido cómo aproximarme a cualquier argumento en mi discurso, qué ángulos enfatizaré (y cuáles ignoraré), y decido qué valores aislar y reforzar. Y hago esto con alguna audiencia en mente, aquella que conozco claramente o que imagino. Por ende, las elecciones no son finitas. Cuando Van Eemeren habla de lo que está a disposición del argumentador insinúa un rango de limitaciones tanto como de posibilidades. Un argumentador está limitado por sus habilidades y entrenamiento como argumentador, por el repertorio de esquemas que entiende. Está limitado por su conocimiento de los asuntos y de los valores involucrados, y así sucesivamente. Pero tales limitaciones no apartan, en modo alguno, la atención de la riqueza de elección como un momento real en el proceso argumentativo. Porque a pesar de que estas elecciones sean lo que Perelman denomina “preliminares”, anuncian de todas maneras la existencia de una situación argumentativa. El territorio ha sido penetrado y el proceso iniciado. Berger nuevamente: “al seguir una historia, seguimos a un narrador, o, más precisamente, seguimos la trayectoria de la atención de un narrador, lo que este percibe e ignora, lo que este ilumina, repite, considera irrelevante, hacia lo que se apunta, lo que enfatiza, lo que une. Es como seguir una danza no con nuestros cuerpos y nuestros pies, sino con nuestra observación y expectativas, con nuestra memoria de la vida vivida” (Berger, 2012, p. 72). Lo que Berger identifica aquí es una serie de elecciones: elecciones de énfasis y elecciones de omisión. Reemplacemos “historia” por “argumento” y “narrador” por “argumentador” y el paralelo se sostiene.
Los argumentos son vehículos que hacen algo presente, no en el sentido directo de “compartir” de Grice (1989), con la transferencia del significado del hablante al oyente, sino por modificación de los ambientes en los que ellos se insertan. Los argumentos modifican tales ambientes al añadir, sustraer o reformular, lo que ya está disponible. En este sentido, ellos involucran una mezcla de semántica con lo que deberíamos llamar pragmática. Mientras la pragmática en este sentido involucra las acciones detrás de las afirmaciones avanzadas –acciones como la elección que hemos estado considerando– la semántica concierne a las afirmaciones mismas.
Es importante reconocer las diferentes perspectivas sobre el significado de un hablante provisto por Grice y Robert Brandom (1994). Grice enfatiza el rol del hablante (mientras no ignora aquel de la audiencia); Brandom se aproxima al asunto desde la perspectiva de la audiencia y las negociaciones que deben tener lugar en un mercado discursivo. Para Grice, “significado” involucra la transferencia de ideas desde la mente del hablante a aquellas del oyente vía enunciados. La comunicación requiere compartir algo específico y es útil en la medida en que hay algún tipo de identidad ente significado pretendido y significado recibido. Brandom desafía esta comprensión en los modos más descriptivos de la comunicación en situaciones sociales. El énfasis cambia de los oyentes o audiencias que deben negociar significados entre la perspectiva del hablante y aquella propia, extrayendo el fondo de apoyo de las creencias de la comunidad. En esta perspectiva, no hay un solo significado compartido entre las partes. Las audiencias entendidas en sus términos, contra el trasfondo facilitante de una red de compromisos compartidos. Tal fondo de “significados” también estuvo activo en la teoría de Grice. Pero allí sirve al propósito de ayudar a la audiencia a entender la intención del hablante al explorar el contexto en el que fueron enunciados. Aquí, la audiencia está liberada de tal búsqueda, y la entiende en sus propios términos. Wilson y Sperber, los proponentes de la teoría de la relevancia, refuerzan la comprensión aquí en su desestimación de la teoría del código (donde las palabras codifican conceptos y viceversa, representando las relaciones entre mente y mundo). Cuando un hablante dice a un oyente que está “cansado”, no hay un modo cerrado en el que el oyente pueda acceder a un sentido más claro sobre qué quiere decir el hablante. Debe entonces construir un “concepto ad hoc de cansancio” (Wilson & Sperber, 2012, p. 45) que sea probablemente el mismo que el oyente tenía en mente. Pero esto solo puede juzgarse como una falla de comunicación si se lee desde la infranqueable teoría del código o la teoría griceana que esperan una duplicación de significados idénticos.
Para enunciar el asunto de un modo ligeramente distinto, podríamos preguntar: en el juego de dar y recibir razones, ¿es el contenido de las razones recibidas idéntico al de las razones dadas? Las razones, recordemos, se entienden en relación con los compromisos, y aquellos compromisos se mantienen en relación con otros. La negociación que avanza involucra determinar el significado en contra de un trasfondo de compromisos laterales que diferirán de una persona a otra. El sentido en el que compartimos significados tiene lugar, y, por lo tanto, es bastante distinto de aquel que fue comprendido por Grice. Para recordar nuevamente lo que ya se estableció, lo que los conceptos significan descansa en los modos en que se usan, y sus usos se derivan de los compromisos y derechos atribuidos a los participantes en el diálogo (Brandom, 1994, p. 648). Estrictamente hablando, la unidad de significado no es la palabra única o incluso la razón transmitida en forma proposicional, sino la relación de los compromisos de un individuo con la red de compromisos laterales derivados de una comunidad.
¿Qué es entonces lo que se comparte, sino una identidad de significados? Brandom acepta que lo compartido es un conjunto de normas de trabajo, sobre todo cuando los miembros de una comunidad adoptan la perspectiva discursiva de árbitro hacia los otros. Estar comprometidos en una práctica discursiva es estar ligados por conceptos compartidos que adelantan las disposiciones individuales para aplicarlas, porque el significado de las palabras usadas no puede controlarse por los hablantes.
Esto enfatiza y apunta directamente a la importancia del ambiente en el que hablantes y oyentes interactúan. O, más bien, al ambiente en el que oyentes interpretan significados. Artículos previos en esta colección, especialmente el artículo diez, han discutido el concepto de ambiente cognitivo, una idea que es directamente relevante para nuestra comprensión de la conformación conceptual de los argumentos explicados aquí.
Los compromisos colaterales difieren de persona a persona, se solapan, excluyen a otros. Al mismo tiempo, podemos interpretar los compromisos involucrados en enunciados y apreciar cómo otros interpretarán los compromisos conociendo no los estados intencionales de los hablantes y las audiencias sino los ambientes cognitivos en los que estos viven. Una función del propio ambiente físico y de las habilidades cognitivas consiste en determinar los hechos que pueden percibirse o inferirse, mientras que un ambiente cognitivo total propio consiste también en todos los hechos de los que uno es capaz de ser consciente en un ambiente físico (Sperber & Wilson, 1986, p. 39). En mi campo visual, a fin de notar algo, debo primero verlo. O más bien, debe ser visible para mí. Pero mucho de lo que veo pasa desapercibido. A menudo son solo momentos de reflexión en los que puedo recordar lo que he “visto” pero no he notado. Estos asuntos pueden recuperarse gracias a alguien que “llame mi atención” a través de palabras y gestos en relación con lo que está allí. Los ambientes cognitivos son como los campos visuales, aunque denotan los espacios mentales por los que estamos rodeados, poblados de ideas, “hechos” y asunciones. Mi atención puede extraerse de esas ideas por palabra o imagen. Estos ambientes cognitivos son claramente ambientes modelados. Ellos se solapan en interesantes e inesperados modos, y es solo prestándoles atención que podemos afirmar lo que es razonable esperar de ellos.
Esta referencia a “hechos” parecería comprometernos con una conexión entre mentes y realidad. Así fue entendida por algunos teóricos (cf. Aikin, 2008). Pero los “hechos” refieren aquí las afirmaciones y creencias sobre el mundo sostenidas por una comunidad (Van Radziewsky & Tindale, 2012, pp. 114-15). Ellos no están fijados en alguna realidad objetiva porque son parte de lo que puede modificarse a través de la argumentación. Los hechos, como las verdades, dependen de un sentido de coherencia dentro de las comunidades. Lo que es verdad es el cuerpo de conocimientos consensualmente acordados por la comunidad de los argumentadores. Este cuerpo de conocimientos permanece siempre abierto a revisión, incluso mientras algunas verdades adquieren un estado de inercia que las hace casi rasgos telepáticos fijos del paisaje.
Existen otros conceptos relevantes que parecen tener una actualidad similar a aquella del ambiente cognitivo. Para Habermas (1990) es central lo que él denomina “mundo de la vida”. Esto fue comprendido como un ambiente de fondo de competencias, prácticas y actitudes representables en términos de los horizontes cognitivos de una persona. Brandom, basándose en Wilfrid Sellars (1997), dirigió su atención al “espacio de las razones”. Este es un espacio en el que las afirmaciones se someten a consideración, se respaldan por la autoridad de quien las afirma y en el que esa autoridad se manifiesta en el respeto hacia al afirmador y en las expectativas que despiertan tales afirmaciones (ver el artículo once de esta colección). Los ambientes cognitivos comparten algunos aspectos con cada uno de estos elementos: son los “espacios” en los que se encuentran las razones, una fuente de lugares comunes que Aristóteles presentó en su teoría de los topoi y forman el trasfondo de nuestras vidas cognitivas y los comportamientos particulares que las informan, con las competencias necesarias relacionadas.
En 2012, Wilson y Sperber reafirmaron su defensa de los ambientes cognitivos como “paisajes mentales” que los comunicadores deberían buscar modificar y emplean la idea de “efectos cognitivos” (p. 87) como una noción unitaria para abarcar “significados” y “efectos retóricos” (más que para contrastarlos). Esta fusión es de particular interés para este estudio, ya que reconoce el ambiente cognitivo como el espacio donde los efectos retóricos tienen impacto, y, así, se aprecia la naturaleza cognitiva de la retórica misma. En efecto, una metáfora puede modificar paisajes mentales de un individuo o grupo tan rápidamente como un argumento. En tales términos, Michael Leff toma la metáfora como representativa de la retórica misma: “la metáfora extrae sus materiales del conocimiento común, alcanza sus efectos a través de la cooperación activa del auditorio y asume su forma en relación con un contexto particular; todos estos rasgos, seguramente, se aplican a una descripción del proceso retórico en sí mismo” (1983, p. 219). La metáfora y otras figuras retóricas forman parte de la caja de herramientas del argumentador, ya que son mucho más que adornos estilísticos: son, más bien, completamente argumentativas (Tindale, 2004). Lejos de “la usual postal de crudo sentido común” que I.A. Richards detecta en la discusión de los argumentos bajo el título Estilo (Richards, 1936, p. 8), las figuras retóricas son parte de las elecciones primarias que los argumentadores hacen al aproximarse a un tópico y a una audiencia, y no consideraciones secundarias de comunicación.
Acceder al ambiente cognitivo de una audiencia nos permite apreciar cómo los argumentos retóricos crean presencia. Cuando decimos que los argumentos crean significado presente, no puede ser en el sentido de transmitir significados entre argumentadores y audiencias, de forma que lo que se recibe sea idéntico a lo que fue enviado. Debe entonces ser en un sentido extendido de presencia donde la meta es modificar los ambientes mentales en los que la gente piensa. Hemos comprendido que las personas negocian significados a través de un proceso interpretativo que involucra extraer sobre los significados laterales en el ambiente de ellos tanto como su propia historia con el lenguaje. En este modo, los argumentos abordan un “sentido extendido de audiencia” que constituye el ambiente cognitivo. Es decir, la audiencia para los argumentos se extiende más allá de cualquier grupo físico o individuos siendo destinados para incluir los paisajes mentales superpuestos en los que ellos operan. Los argumentos, por lo tanto, añaden o sustraen elementos actuales en esos ambientes. Los argumentos reubican las ideas para enfatizar conexiones, subrayar aspectos pasados por alto y desafiar asunciones. Son agentes de modificación. Como vehículos de presencia, se emiten sobre las elecciones originales, confirmando (o rechazando) el primer impulso del argumentador, aunque no garantizan ninguna transmisión fija. El éxito o rechazo del impulso argumentativo depende de la habilidad de un argumentador para hacer elecciones que se informen por una comprensión del ambiente y de la historia de la audiencia.
Cuando John Berger aborda la pregunta en la tapa de su libro (“¿Cómo comienza el impulso por dibujar algo?”), relaciona el impulso con una necesidad genética humana de unir puntos y establecer relaciones. Pero el impulso en sí mismo, identificado como un movimiento de la imaginación, sigue siendo un misterio. El artista lleva su libro de bocetos con él, pero no siempre siente la necesidad de dibujar. De la misma manera, podemos preguntarnos qué provoca nuestra naturaleza argumentativa, lo que sigue siendo un misterio. Podemos producir argumentos artificialmente tal y como el artista ejercita sus habilidades a través de ejercicios de trazado. Pero, como expresión de nuestra naturaleza social, los argumentos que producimos, empezando por las elecciones preliminares, se personalizan. Cada dibujo, afirma Berger, tiene su propia raison d’être, y la lección que extraemos de los paralelos que estamos estableciendo es que cada argumento es único porque nunca hay dos situaciones argumentativas iguales
La interacción entre la elección del argumentador y los ambientes de la audiencia refuerzan nuestra comprensión esencialmente dialógica de la argumentación. En su trabajo sobre Bajtín, David Lodge formula una importante pregunta que se sigue de este reconocimiento: “Si el lenguaje es innatamente dialógico, ¿cómo puede haber discurso monológico?” (Lodge, 2000, p. 90). En efecto, mucho de lo que he descubierto sobre la presencia sugeriría cierta falsedad en la idea de discurso monológico. Encontramos, sin embargo, una profunda conexión entre los participantes en el corazón del discurso, de los enunciados, de la palabra. Y en la medida en que la conexión es explorada, en el sentido natural de la palabra, los prospectos de persuasión se refuerzan. No siempre hay acuerdo, no siempre hay resolución de desacuerdos, sino que se mantiene la diversidad en el razonamiento consensuado. En un sentido simple, tradicional, los argumentos siguen haciendo presentes proposiciones, premisas y conclusiones. Pero, en el sentido más profundo y complejo que caracteriza a este estudio, los argumentos también hacen presente una personalidad.
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