CAPÍTULO 21

15 de septiembre

Cuarenta meses después del descubrimiento del THON

Hugo Zumthor

Agente especial al mando de la Unidad de Delitos Crepusculares, FBI

La central nuclear de McMaster, ubicada en Hamilton (Ontario), contenía un reactor de baja potencia que la Universidad de McMaster de Canadá utilizaba para realizar sus ensayos32. Este tipo de reactores son más pequeños de lo habitual porque no se utilizan para producir electricidad, sino para la investigación. Poseen, sin embargo, todos los elementos característicos de sus hermanos mayores, entre ellos el UME, o uranio muy enriquecido.

Malditas centrales nucleares… Maldito todo lo que tenga que ver con la energía nuclear, en realidad. Albert Einstein lo expresó mejor que nadie: «La liberación de la energía atómica lo ha cambiado todo salvo nuestra forma de pensar […]. La solución a este problema reside en el corazón de la humanidad. Si lo hubiera sabido antes, me habría dedicado a la relojería».

Amén, Albert.

De todo esto me enteré cuando un compañero de la CIA me llamó por sorpresa para preguntar si podíamos vernos en mi despacho. Esa clase de peticiones siempre despertaban mi suspicacia, puesto que en las consiguientes reuniones solían abundar los estereotipos y escasear las soluciones viables; el clásico modus operandi de la CIA.

—¿Para qué? —quise saber antes de comprometerme a nada.

En el silencio posterior se oyó un chasquido. La línea estaba pinchada.

—Tenemos que hablar del tráfico de internet que está generando el hecho de que ciertas personas se dediquen a introducir plutonio o uranio enriquecido en los Estados Unidos —dijo mi colega—. Creo que en persona sería más cómodo.

«Ciertas personas». Ah. Tuve el presentimiento de que sabía muy bien sobre quién necesitaba consultarme la CIA.

Ese presentimiento se convirtió en certidumbre nada más colgar el teléfono.

Estábamos hablando de crepusculares, por supuesto. De crepusculares y… ¿energía nuclear?

Los acontecimientos habían comenzado a precipitarse tras la interceptación del libro blanco, por lo que llamé a Lauren Scott para hacerle unas cuantas preguntas sobre las posibles intenciones de los crepusculares. Nos reunimos en el Starbucks del aeropuerto de Dulles y nos sentamos en una esquina, rodeados de pasajeros. Qué rápido pasa el tiempo.

—No puedo perder este vuelo —me advirtió Lauren, sin disimular la irritación que sentía.

—Ya lo sé —contesté—, y te lo agradezco. La CIA no me lo perdonaría nunca y estaría en deuda con ellos. —A nadie le interesa deberle nada a la CIA.

—Bueno, ¿de qué se trata?

Le pasé mi tableta para que leyera un resumen del libro blanco elaborado por un equipo de analistas. Lauren frunció el ceño y asintió con la cabeza, como si aquello confirmara todos sus temores sobre los crepusculares.

—¿Qué te parece?

—Mentiría si dijera que me sorprende. No es más que la evolución natural de su instinto de supervivencia.

Apagué la tableta.

—¿Es lo que tú crees? Me refiero a que si de verdad piensas que están contemplando en serio la posibilidad de provocar un invierno nuclear permanente.

Lauren dejó vagar la mirada por el gentío que deambulaba por la terminal.

—La buena noticia es que nos necesitan para subsistir. La mala, que sólo como alimento. Supongo que no tendremos que empezar a preocuparnos mientras sigan sin sintetizar un suministro de sangre idéntica a la nuestra. Aunque siempre podrían encerrarnos para extraernos la sangre. Quizá no sea lo más factible del mundo, pero…

Aquello era cuanto necesitaba saber.

El 5 de octubre, un número desconocido de individuos se introdujo en la central nuclear de McMaster y robó cerca de doscientos kilos de UME, un lote del tamaño aproximado de un recién nacido. El combustible del reactor consistía en pequeñas varillas negras, como carboncillos de dibujo artístico, que pesaban unos cuantos kilos cada una, por lo que el calor que generaban no era tan excesivo como para impedir su transporte; ni para cogerlas con la mano siquiera.

Los ladrones no dejaron apenas pistas tangibles, aparte de un guardia de seguridad inconsciente y un puñado de rodadas en la nieve.

El rastro de las varillas nos condujo hasta el clan Zemun, una importante organización criminal serbia en cuyas filas militaban diez mil soldados. Creemos que las varillas pasaron por Nueva York, primero, y luego por Dallas, ya que varios instrumentos de detección de radioactividad se dispararon en esas ciudades. A continuación recalaron en Uruguay, donde fueron transferidas a los miembros de la banda yakuza Yamaguchi-gumi, que debieron de introducirlas en un contenedor repleto de televisores y componentes de telefonía móvil fabricados por una firma brasileña. El contenedor viajó hasta los muelles de Kitakyushu, en Japón. Desde allí, el clan Yamaguchi-gumi transportó las varillas a un almacén de Lisboa alquilado por los crepusculares. Durante su estancia en Portugal, los científicos crepusculares ensamblaron un arma nuclear táctica de cuarenta y cinco centímetros de diámetro, de corto alcance pero no por ello menos peligrosa, en la que dos caras de uranio altamente enriquecido entrechocarían para provocar una reacción nuclear tras dispararse con un cañón de artillería modificado; un obús de 203 mm, para ser exactos. Este rudimentario artefacto podría transportarse por barco o en avión sin excesivas dificultades.

Gran parte de la atención de los medios de comunicación (y nuestros esfuerzos) se había volcado equivocadamente en el horror de los «bancos de sangre» de los crepusculares. Nuestras agencias de inteligencia eran ajenas a los aterradores planes que los crepusculares estaban poniendo en marcha delante de nuestras narices; planes que alterarían el curso de la historia y desembocarían en años de investigaciones y acusaciones cruzadas. Pero eso no cambiaba una verdad absoluta.

Jamás tuvimos la menor oportunidad.

Evaluación psiquiátrica preliminar

18 de marzo, 14:25

El Paciente A es un varón de ocho años expulsado del colegio del distrito tras sus frecuentes estallidos en clase, incluidos llantos, gritos e inapropiadas bofetadas a otros alumnos. El paciente no tiene ningún historial psiquiátrico previo. El historial médico general del paciente no señala ninguna enfermedad peculiar y muestra funciones normales para su edad. Se han programado, pero no completado, distintos test de diagnóstico. Las pruebas de evaluación Axis IV de DSM-IV-TR evidencian que el reciente conflicto armado en Nuevo México ha afectado al paciente. Se le ha solicitado al Paciente A que expresara por escrito qué le genera ansiedad y, a grandes rasgos, qué recuerda de su primer estallido en el aula.

Entrevistador: Cuéntame qué pasó cuando empezaron los bombardeos.

Paciente A: El día de aquella explosión tan fuerte nos escondimos debajo de las sillas. La señorita Greer, mi maestra, nos dijo que no nos preocupáramos. Nos quedamos así un rato, y Lisa me dio la mano cuando empecé a temblar. Esperaba que sonara otra, pero no. La señorita Greer nos pidió que saliéramos, y entonces fue cuando explotó otra bomba. Esta vez se movieron las ventanas y todos empezamos a chillar, hasta la señorita Greer. Volvimos a meternos debajo de los pupitres.

Entrevistador: ¿Ocurrió algo más después de eso?

Paciente A: Salimos antes de clase y me recogió mi madre. Mamá y papá discutieron a voces sobre dejar Albuquerque, pero no tenemos mucho dinero y les hace falta el trabajo. No me apetece volver al colegio porque no es un lugar seguro con todos esos aviones y explosiones.

Entrevistador: ¿Volviste al colegio?

Paciente A: Yo no quería, pero el gobernador repartió tarjetas regalo entre todos los estudiantes. ¡Doscientos dólares! Mamá compró comida y ropa para mí. El gobernador es un crepuscular y un buen hombre.

Entrevistador: ¿Qué te parecen los crepusculares?

Paciente A: Mis amigos y yo hablamos de ellos a todas horas. Molan un montón, y he oído que algunos hasta pueden volar. Mamá dice que no es verdad, pero es que ella tampoco lo ha visto nunca. No le caen muy bien, aunque no sabe explicarme por qué. Todos mis compañeros de clase los han visto. A todos nos parecen muy guais y simpáticos. Mis padres y yo fuimos al mitin del gobernador en Johnson Park. ¡Había dos crepusculares justo a mi lado! Le supliqué a mamá que nos acercáramos a ellos todo lo posible. Podría haberlos tocado. Un chico y una chica. Olían genial, como a flores. ¡Tenía tantas ganas de tocarlos! Me miraron, pero mamá tiró de mí y tuvimos que irnos. Me gustaría que fueran mis amigos.