CAPÍTULO 22
8 de octubre
Cuarenta y un meses después del descubrimiento del THON
Hugo Zumthor
Agente especial al mando de la Unidad de Delitos Crepusculares, FBI
Mi madre me acusó una vez de no ser demasiado buen hijo. Sólo me lo dijo una vez, pero se me quedó grabado hasta después de su muerte. Cuando era pequeño, me escapaba corriendo a jugar a la calle cada vez que le daba por dirigirme la palabra o abrazarme. No perdí esa costumbre de mayor, ni siquiera después de que muriese mi padre. Su único hijo la abandonó para convertirse en agente del FBI. Ella ya ha fallecido, pero yo todavía no lo he superado. En cualquier caso, no soy la misma persona de entonces. Esa persona no existe.
Eso era lo que ocupaba mis pensamientos frente al monumento a los niños que habían perdido la vida aquí, a las puertas del Instituto Río Grande33.
Claremont, trigésimo cuarto gobernador de Nuevo México, había perecido por culpa de una septicemia contraída por el consumo de sangre contaminada. Me pareció un ejemplo de justicia poética.
Su viuda, Leslie, que ostentaba el título de vicegobernadora, heredó el cargo de forma automática. Nunca logré sacudirme la sospecha de que había asesinado a su marido para allanarles el camino a los crepusculares. Su ascenso trajo consigo una nueva era de cooperación con el Gobierno federal. Muchos nervios se apaciguaron con esto, pero yo no podía dejar de pensar que esta nueva etapa era un cese temporal de las hostilidades. No estaba de humor para congraciarme con nadie. Mi único cometido era saquear los restos del ambicioso legado de Nick Bindon Claremont, y para ello tendría que empezar por el Instituto Río Grande.
Viajaba a bordo de un vuelo comercial con rumbo a Nuevo México, para darle uso por fin a la orden de registro federal que guardaba desde hacía un año, cuando recibí un mensaje de la oficina del gobernador en el que se me informaba de que estaba invitado a inspeccionar las instalaciones. Y si necesitaba cualquier otra cosa, añadía, ellos estaban allí para ayudar.
Sea.
Llamé a la Atwater Corporation para que la doctora Lauren Scott montase de inmediato en un helicóptero y se reuniera conmigo para echarme una mano, por si acaso hacía falta que alguien interpretara cualquier posible información médica que descubriésemos. Puesto que se hallaba en algún punto del suroeste, persiguiendo microscópicos monstruos invisibles, lo más probable era que llegase antes que yo.
Y efectivamente, estaba esperándome en el desierto vestíbulo del instituto, con una mochila enorme colgada del hombro.
—Volvemos a encontrarnos —dijo, sonriendo de oreja a oreja—. Su ayudante de campo está lista para entrar en acción, mon supérieur.
Aquello me hizo sonreír a mi vez. A lo mejor terminábamos pasándonoslo bien y todo.
Nos adentramos en la amplia sala, con sus paredes aún cubiertas de obras de arte y sus lustrosos suelos de mármol, tan relucientes como si acabaran de pulirlos. Todo estaba vacío, sin embargo. Aquello era un páramo. El bullicio y la actividad frenética que debían de haberlo caracterizado en su día se habían visto reemplazados por un silencio sepulcral. Un manto de hojas desperdigadas por todas partes, tazas de café abandonadas en las mesas y estanterías. Casi se palpaban las conversaciones inacabadas flotando en el aire. Me dio la impresión de estar paseando entre las ruinas de Chernóbil o Pompeya.
Un reducido equipo de agentes y científicos nos siguió sin despegar los labios mientras descendíamos por la escalera tenuemente iluminada, de blancas paredes, que comunicaba con lo que sería nuestro centro de operaciones, en el sótano.
Lauren abrió la puerta y yo apoyé una mano en la culata de mi pistola enfundada, en un acto reflejo, pese a la insistencia del gobernador en que el laboratorio ya había sido registrado y era un lugar seguro. Una vez dentro, me sorprendió lo sofisticado de las instalaciones. Debían de tener el tamaño aproximado de un campo de fútbol, todo granito blanco y puntos de luz individuales. Diseño de interiores pasado por el filtro de Apple. Vi varios archivadores abiertos y ordenadores encendidos, aunque no quería ni imaginarme cuánta información relevante se habría borrado de ellos antes de nuestra llegada.
Lauren se sentó al teclado del más grande de los ordenadores, con tres terminales, e hizo crujir los nudillos, gesto que deduje que debía de ser su talismán a la hora de encarar cualquier desafío. Yo tenía el mío, consistente en darle un golpecito al gatillo de la pistola con el pulgar. Me dispuse a zambullirme en el caos de archivadores que se alineaban contra las paredes.
A los dos días de tediosas pesquisas, se me agotó la paciencia. Este agente no estaba hecho para nimiedades como examinar palabras y documentos en una pantalla, sino para zarandear sospechosos y mirarlos a los ojos hasta averiguar lo que necesitaba saber.
Cada pocas horas interrumpía a Lauren para preguntarle si había avanzado algo, a lo que ella respondía espantándome con un ademán como si fuese una mosca. «Ya casi estoy…», eso era lo único que obtenía de ella. Empezaba a temerme que nos fuéramos a tirar semanas, o incluso meses enteros, encerrados allí.
Me encontré a Lauren tendida con los brazos en cruz sobre una mesa despejada, bocabajo, como un pajarillo que acabara de estrellarse contra una ventana.
—¿Y bien? —pregunté—. ¿Ya te has cansado?
Dejó escapar un hondo suspiro que sonó como una ráfaga de viento entre los árboles.
—Siempre estamos a punto.
—Pfft. ¿De qué?
—De destapar algo muy muy importante —replicó mientras se incorporaba en la silla y agitaba una taza de café vacía—. Aunque hoy no va a ser ese día.
—¿Qué tenemos? —Me corroía la impaciencia.
Por fin me dirigió la mirada.
—Intentaba amasar más dinero.
—Repíteme eso. —Me incliné hacia delante, como si no la hubiera oído bien.
Lauren gesticuló con los brazos, abarcando el espacio que nos rodeaba.
—Toda esta operación estaba diseñada para que él pudiera sacarles más rendimiento a los crepusculares. Para enriquecerse a costa de sus semejantes.
—Joder… ¿Lo dices en serio? —De ser cierto, habríamos retrocedido meses en la investigación—. ¿Y qué pasa con el libro blanco, la trata de seres humanos…?
Lauren sacudió la cabeza e irguió aún más la espalda.
—Aquí no hay nada relacionado con eso. Lo que no significa que no hayamos descubierto cosas interesantes.
—Pues cuéntame alguna.
Lauren pulsó unas cuantas teclas y conjuró una imagen en el monitor.
—No han avanzado tanto como yo en la investigación de su sangre, aunque sí que han hecho algunos descubrimientos interesantes. Por lo que he podido deducir, intentaban dar con algo que les permitiera sumar su larga esperanza de vida y su físico mejorado a la capacidad de sobrevivir a la luz solar. Lo quieren todo.
—¿Cómo lo están enfocando? —pregunté.
Lauren utilizó el ratón para cambiar la imagen de la pantalla.
—Esto es un modelo en 3D del RNA THON, el ácido ribonucleico que actúa como mensajero transportando instrucciones e información genética para el virus. Su diseño de embudo poroso atrapa los residuos y la doble hélice infinita los cohesiona y perpetúa su movimiento. Es bonito, ¿verdad? Funciona como cualquier otra enfermedad de la sangre, como el ébola o el virus de Marburg, enfermedades que se formaron en la jungla y un buen día sortearon la barrera que separa a los animales de los seres humanos. De los monos a las personas, de los murciélagos a las personas… ¿Cuánto tiempo crees que necesitó ese proceso? ¿Cientos, miles, millones de años? Ellos aspiran a conseguirlo en menos de doce meses.
—¿Alguna estimación sobre lo avanzado de sus estudios? —quise saber, consciente de que cualquier progreso por parte de los crepusculares se traduciría en otra ventaja añadida para ellos.
Lauren giró la silla para mirarme a los ojos.
—Estaban cerca de su objetivo, pero sus experimentos terminaron provocando una fiebre hemorrágica modificada que acabó con muchos de los sujetos. Veo adónde quieren ir a parar. Pretenden diseñar algún tipo de coagulación artificial con la que alterar el ADN o el ARN.
—Pero ¿aún no han llegado tan lejos?
Lauren negó con la cabeza mientras cogía un par de tazas vacías.
—No, aunque sí que han logrado desactivar ciertos componentes del virus THON mediante cambios extremos de temperatura, sin recurrir a la luz solar. Tras analizar ese ARN descubrieron que el 10% de las secuencias se habían vuelto distintas de las demás, lo que les servía en bandeja una serie de anticuerpos modificados. Cinco de estas proteínas latentes permanecían ligadas al complejo nucleico.
Tuve que conformarme con asentir en silencio mientras sus palabras se entremezclaban en mi cabeza.
Lauren me agarró del brazo para recuperar toda mi atención.
—Quieren identificar el complejo quíntuple en el que se localizan las proteínas ocultas. Es como un interruptor con el que activar y desactivar el virus. Si consiguen detener la replicación, estarán mucho más cerca de su objetivo.
—¿Qué significa todo eso, en resumidas cuentas? Todos estos ensayos y experimentos… ¿Qué esperan conseguir al final? ¿Qué quieren?
Lauren me observó sin parpadear durante un momento antes de contestar:
—Lo que quieren es parecerse a nosotros.
The Sun (Reino Unido)35, 25 de septiembre: Corren buenos tiempos… ¡que se las pelan!
Mientras sus colegas americanos siguen empeñados en instaurar su propia república, a unos cuantos crepusculares no se les ocurrió otra cosa más que hincarles el diente a los toros de San Fermín, en España. «¡Y un cuerno! —diréis—. Pero si los encierros se celebran de día». Ah, pero es que estos ingeniosos crepusculares pagaron al Gobierno municipal de Pamplona para que les permitiese correr por la noche. Y vaya si corrieron. Vestidos con la camisa y el pantalón blanco tradicionales, con un fajín rojo en la cintura y un pañuelo del mismo color al cuello, estos crepusculares se lo pasaron como nunca en su larga vida. Y desde allí al Oktoberfest de Múnich, en Alemania, aunque nada indica que se hayan atrevido a ponerse los clásicos pantaloncitos de cuero. ¡Eso sí que habría sido digno de verse!