Buenos Aires ubicua (29)

¿Es ésta mi ciudad natal, mi cuna,

mi ama de leche, mi rosado ajuar?

Me lo pregunto ahora, tan extraña

me parece de pronto Buenos Aires.

Se me antoja que es una gran sirena,

sirena de nostalgia, de esperanza

y también de profundas pesadillas,

de sueños enlazados recurrentes,

que fascina, que asombra, que deleita,

¡el río, el puente, el aire entre sus brazos!

¿Qué hago yo en Buenos Aires, si estoy harta?

Del mismo cielo quisieras huir.

Pero después hay algo que te falta,

no se sabe bien qué: ¿amigos, tierra,

animales, montañas, ríos, cielos?

¿Una calle? Florida o Esmeralda,

Viamonte o Tucumán, en cualquier parte,

o el canto de algún grillo o de un zorzal.

Y sin embargo, siempre declaraste

que tu patria es el mundo en este mundo.

¡Qué íntimamente me oye y me responde

la ciudad, con sus calles y sus nombres,

cuando el ruido del tráfico se aleja,

cuando puedo internarme en sus jardines,

en Palermo, el Botánico, el Zoológico

o en el Parque Lezama, de memoria!

Sitios como éstos no hay en otras partes.

Los pájaros rebalsan de los árboles

y plagian los mecánicos, tristísimos

cantos de incomprendidos ruiseñores,

entre los paraísos y las tipas.

Sólo el silencio de la noche anuncia

que sigue siendo un puerto Buenos Aires.

Cuando las hojas del invierno caen,

sentimos de repente un aire extraño,

con corazón ajeno, de turista.

Las cosas habituales nos asombran:

un llamador de bronce en una puerta,

sobre un globo terráqueo el beso eterno

de dos estatuas tiernas, que enarbolan

una rama, en la mano, de laureles,

la máscara de un león que nos contempla

del increíble marco de una puerta,

o los interminables vidrios verdes

de un galpón que jamás sabré qué encierra,

porque me acostumbré ya a no saberlo.

En Buenos Aires, muchas son las cosas

que vemos siempre por primera vez.

Es Buenos Aires la ciudad ubicua,

se extiende a ejemplo del violado río

que deshoja la luz de los ponientes

y el campo está muy cerca en todos lados.

¡Cuántas veces, oh ajena ciudad mía,

me parecieron flores tus papeles,

me parecieron árboles tus sombras!

En el reloj de los ingleses, la hora

sigue dando sus fieles campanadas

y penetra el secreto repentino

de esa nostalgia de irse y de quedarse.

Buenos Aires se parece a Buenos Aires:

todo la cambia y nada la ha cambiado,

porque es la de hoy, la de antes, la futura.

29- En Buenos Aires y nosotros, Buenos Aires, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1980.