Kimura

Shigeru Kimura deja de rebuscar en el armario y se voltea hacia su esposa.

—¿Volviste a cambiarlas de lugar?

—¿No ibas a echarte una siesta? — Akiko le da un pequeño mordisco a una galletita—. Pensaba que ibas a agarrar el futón.

—¿Es que no oíste nada de lo que dije? ¡Ahora no es momento de siestas!

—Pero ni siquiera sabes qué es lo que está pasando en realidad. — Lo amonesta Akiko, al tiempo que agarra la silla pequeña del salón y la lleva junto al armario. Tras apartar a Shigeru, coloca la silla, sube encima y, estirándose, abre la gaveta que hay encima del armario.

—¿Ah, está ahí?

—Tú nunca dejas las cosas en su lugar. — Akiko agarra un paquete envuelto en un furoshiki—.1 Esto es lo que estás buscando, ¿verdad?

Shigeru agarra el paquete y lo deposita en el suelo.

—¿De verdad quieres hacer esto? — Akiko desciende de la silla haciendo una mueca.

—Tengo un mal presentimiento.

—¿A qué te refieres?

—O, mejor dicho, me llegó un olor — dice con el gesto torcido—. Algo que no había olido en mucho tiempo.

—¿Y de qué olor se trata? — Ella echa un vistazo a la cocina y, entre dientes, añade que no cocinó nada en especial aromático.

—A maldad. Lo percibí a través del teléfono. Apestaba.

—¡Oh, qué recuerdos! Antes solías decirlo continuamente, querido. Huelo a maldad. Es como si te persiguiera el espíritu de la maldad. — Akiko dobla las rodillas y se sienta frente al contenido del furoshiki.

—¿Sabes por qué quise que dejáramos nuestra antigua profesión?

—Porque nació Yuichi. Eso es lo que dijiste. Querías ver crecer a tu hijo y te pareció que sería mejor que cambiáramos de carrera. Y a mí me alegró hacerlo; hacía ya tiempo que deseaba ese cambio.

—Esa no fue la única razón. Hace treinta años, me harté de todo. Todo el mundo a mi alrededor apestaba.

—¿A maldad?

—Aquellos que disfrutan haciendo daño a los demás, o humillándolos, aquellos que, por encima de todo, lo que buscan es medrar y beneficiarse..., todos desprenden el mismo olor.

—La verdad es que suena un poco ridículo.

—Todo el mundo a mi alrededor hedía a maldad y ya no podía soportarlo, así que decidí que había llegado el momento de un cambio. El supermercado era duro, pero ahí nunca percibí ese tufo.

Los labios de Shigeru Kimura esbozan entonces una sonrisa amarga al pensar que más adelante su hijo decidió dedicarse al mismo trabajo que él había dejado atrás. Cuando a través de un amigo le llegó el rumor de que su hijo había comenzado a implicarse en algunos asuntos peligrosos, se preocupó tanto que incluso consideró la posibilidad de seguirlo para protegerlo.

—¿Y todo esto a qué viene?

—Quien sea que haya llamado despedía ese mismo olor. Por cierto, ¿miraste los horarios del Shinkansen?

Cuando antes Yuichi le dijo por teléfono que estaba en el Shinkansen, a Shigeru le pareció que algo no iba bien a pesar de que no tenía ninguna razón para pensarlo, salvo lo que le dictaba su instinto y ese ligero olorcito rancio que percibió en la otra persona con la que habló. En cuanto terminó la llamada, le explicó a Akiko que Yuichi llegaría a Sendai en veinte minutos y que mirara si había un Shinkansen a esa hora. Protestando vagamente, su esposa consultó el folleto con los horarios que guardan en el estante que hay al lado de la televisión.

—Sí que lo hice, y hay un tren a esa hora — Akiko asiente—. Llegó a la estación de Sendai a las once en punto. A Ichinoseki llegará a las once y veinticinco y, a Mizusawa-Esashi, a las once y treinta y cinco. ¿Sabías que ahora ya no hace falta mirar ningún folleto y que todo esto puede consultarse en internet? Recuerdo que, cuando trabajábamos juntos, tenía que buscar los horarios en montones de folletos y anotar tantos números de teléfono que tenía un cuaderno así de gordo. ¿Lo recuerdas? — Ella señala el grosor con los dedos índice y el pulgar de una mano—. Hoy en día ya no haría falta, ¿verdad?

Shigeru Kimura yergue la espalda y levanta la vista hacia su viejo reloj de pared. Las once y cinco.

—Si salimos ahora, no deberíamos tener ningún problema para llegar a tiempo a Mizusawa-Esashi.

—¿De veras quieres subir a bordo del Shinkansen? ¿Lo dices en serio?

Kimura salió antes de casa para repartir una notificación de la comunidad a los vecinos, de modo que ya lleva puestos unos pantalones chinos. Estoy listo, dice para sí, y luego:

—¿No vas a venir?

—Claro que no.

—Si yo voy, tú también.

—¿De veras quieres que vaya?

—Antiguamente siempre trabajábamos juntos.

—Eso es cierto. Y no pocas veces lograste salir con vida porque yo iba contigo. Seguro que te acuerdas. Aunque no estoy tan segura de que llegaras a agradecérmelo. En cualquier caso, de todo eso hace ya más de treinta años... — Akiko se pone de pie y se frota los músculos de las piernas mientras se queja de su rigidez y de lo que le duelen las rodillas.

—Es como ir en bici. Tu cuerpo ya sabe qué hacer.

—Creo que es algo muy distinto a ir en bici. Para hacer este trabajo hay que tener los nervios de acero. Nuestros nervios, en cambio, hace ya mucho que son más bien de algodón.

Shigeru sube a la silla que antes Akiko dejó junto al armario y, tras sacar dos prendas enrolladas de la gaveta, las arroja al suelo.

—¡Oh, qué recuerdos me traen estas chamarras! Aunque al parecer la gente ya no las llama chamarras, sino biker jacket. — Akiko pasa una mano por una de las chamarras y luego le da la otra a Shigeru—. Esta es la tuya. Podríamos combinar las dos palabras y llamarlas biker chamarras.

Con cara de horror ante ese pésimo chiste, Shigeru se pone la chamarra de cuero.

—¿Y qué piensas hacer cuando estemos en el Shinkansen?

—Quiero averiguar qué le pasa a Yuichi. Me dijo que iba camino a Morioka.

—¿Y no crees que tal vez se trata de algún tipo de broma?

—Hay algo en ese joven que no me gusta. Bueno, en realidad no sé si en realidad es un condenado jovencito.

—Aun así, ¿de veras crees que es necesario todo esto? — Después de ponerse la chamarra, Akiko baja la mirada a su arsenal, dispuesto sobre el furoshiki abierto.

—Se me dispararon todas las alarmas. Tenemos que estar preparados. Por suerte, no se trata de un avión y no hace falta pasar por seguridad para subir a bordo del Shinkansen. ¡Oye, el percutor de esta porquería no funciona!

—De todos modos, es mejor que no uses el revólver. Los casquillos salen volando por todas partes y tú eres de gatillo fácil. Es mejor que lleves una pistola con seguro. — Akiko agarra una e introduce un cargador por la base de la empuñadura. Al entrar se oye un fuerte clic. Acto seguido, echa hacia atrás la corredera—. Esta servirá. Toma.

—Esta la limpio regularmente. — Shigeru agarra la pistola que le ofrece Akiko y se la mete en una de las dos pistoleras incorporadas a la chamarra.

—La pistola puede que esté en perfecto estado, pero tú hace treinta años que no usas una. ¿Estás seguro de que podrás hacerlo?

—¿Con quién crees que estás hablando?

—¿Y qué hay de Wataru? Estoy más preocupada por él.

—Está en el hospital. No creo que vaya a pasarle nada malo estando ahí. Y tampoco se me ocurre ninguna razón por la que tuviera que estar en peligro, ¿no te parece?

—¿No podría ser que hubiera alguien de nuestro pasado que todavía nos guarde rencor y quisiera hacernos pagar haciéndole daño a él?

Shigeru Kimura se queda inmóvil de golpe y luego se voltea hacia su esposa.

—No había pensado en eso.

—Han pasado treinta años y ahora somos ancianos. Alguien que nos tuviera miedo podría haber pensado que ahora tiene una oportunidad.

—En ese caso, se equivoca . Tú y yo somos tan peligrosos como entonces — dice Shigeru—. Aunque estos últimos años hayamos estado más ocupados colmando de cuidados a Wataru.

—Cierto. — Akiko inspecciona las demás pistolas con la emoción contenida de quien se reencuentra con sus juguetes favoritos de la infancia. Sus manos parecen moverse por sí solas y revisan las armas con gran pericia. Ella siempre fue más cuidadosa que su marido, y también tenía mejor puntería. Al fin, escoge una y la guarda en una de las pistoleras. Luego se abrocha la chamarra.

Kimura se acerca al teléfono y busca el número de la última llamada recibida para anotarlo en un cuaderno. Por si acaso, también anota el número del hospital.

—¿Recuerdas el número de Shigeru? El otro Shigeru. Es la única persona que conocemos en Tokio.

—Me pregunto qué tal le va. ¿Vamos ya, querido? Si no salimos ahora podríamos perder el tren.


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