Tribunal de Turín, lunes 3 de mayo de 1971
Primo Levi, nacido en Turín el 31/07/1919, residente en Turín, Corso Re Umberto 75.
D. R. «Soy judío en el pleno sentido legal del término».
D. R. «En el caso de que fuera necesario proceder a un segundo interrogatorio, por razones laborales preferiría declarar en Italia. Sin embargo no tengo ninguna objeción en principio para desplazarme a Alemania».
Fui detenido en diciembre de 1943 por la milicia fascista, a raíz de una denuncia. La acción de la milicia fascista no tenía como objetivo la captura de judíos, sino de un grupo partisano del que yo formaba parte.
Después de mi detención fui interrogado por la propia milicia y por la policía italiana; en el curso de esos interrogatorios fue cuando yo mismo declaré que era judío. Como consecuencia de esa declaración mía, fui enviado al campo de tránsito de Fossoli, cerca de Carpi. Mi traslado al campo de Fossoli tuvo lugar hacia finales de enero de 1944.
Por las noticias que tengo, en aquel momento el campo de Fossoli se hallaba bajo la administración de la policía italiana.
Nuestras relaciones con los funcionarios de la policía italiana eran aceptables. A preguntas nuestras, nos aseguraron varias veces que el campo permanecería bajo administración italiana y que no seríamos cedidos a las autoridades alemanas.
No puedo decir con exactitud cuándo sustituyeron las autoridades alemanas a las italianas en la dirección del campo: recuerdo sin embargo que vi por primera vez a los hombres de las SS el día 20/2/1944: puedo garantizar esta fecha porque poco después de mi regreso redacté una serie de notas destinadas a ser incluidas en un libro. Este libro lleva en italiano el título de Se questo è un uomo, Ed. De Silva, 1947 y ha sido traducido al alemán con el título de Ist das ein Mensch?, Fischer Bücherei 1961.
El día 20, poco más o menos, vi por primera vez en persona a un grupo de cuatro o cinco SS —no recuerdo su número exacto—. Que se trataba de miembros de las SS puedo afirmarlo con precisión, porque ya por entonces conocía la diferencia entre los uniformes de la Wehrmacht y los de las SS. Según me contaron algunos de mis compañeros de cautiverio, esos soldados de las SS llevaban ya varios días en el campo, pero yo no los vi por primera vez hasta el 20 de febrero. No puedo decir cuáles eran sus grados, pero puedo afirmar que al menos uno de ellos era un oficial, porque oí cómo impartía órdenes a los demás. No pude observar si vino junto con los demás o no. Ese oficial llegó incluso a intercambiar unas cuantas palabras en alemán con nosotros: utilizaba ocasionalmente algunas palabras en italiano, y recuerdo haberle oído decir, dirigiéndose a los demás, en italiano: «Campo grande, leña nada», con la aparente pretensión de hacer un reproche hacia la anterior administración del campo. De aquella frase extrajimos ciertas esperanzas acerca de nuestro destino futuro.
Me han sido mostradas algunas fotografías del imputado Bosshammer, pero no soy capaz de reconocer en estas imágenes a ninguna de las personas a las que vi entonces. Por lo que yo recuerdo, en el momento de mi llegada al campo de Fossoli, había allí entre cien y doscientos judíos italianos; más adelante, su número aumentó rápidamente, y había alcanzado la cifra de seiscientos cincuenta en el momento de la deportación. Poco antes del 20 de febrero llegó a Fossoli un grupo de judíos procedente de la Cárcel Nueva de Turín. No puedo decir si quienes los condujeron a Fossoli eran italianos o alemanes. Tampoco puedo afirmar si junto con las SS llegó a Fossoli un grupo de entre sesenta y ochenta judíos. No puedo decir con exactitud si las llegadas se hicieron más frecuentes en la segunda quincena de febrero, pero sí recuerdo que unos quince días después de nuestra llegada un grupo de judíos tuvo que dormir una noche en el suelo porque no había lugar para alojarlos. Por lo que yo recuerdo, los aproximadamente cuatrocientos judíos que llegaron a Fossoli durante mi estancia lo hicieron en oleadas.
Formalmente, la administración del campo seguía estando en manos italianas, pero enseguida tuvimos la sensación de que el mando efectivo había pasado a los alemanes; de hecho, la misma noche del 20 de febrero un SS al que le preguntamos [dijo] que nos iríamos todos al día siguiente o al sucesivo. Fueron, tal vez, las primeras palabras alemanas que escuché. El alemán que pronunció esa frase era un soldado raso.
Tras el anuncio del traslado, las condiciones internas del campo no sufrieron modificaciones, pero la guardia exterior se reforzó. Por parte alemana, no puedo decir por quién personalmente, se nos comunicó que por cada uno de nosotros que intentara huir se fusilaría a diez. La mañana del 21 de febrero, algunos de nosotros preguntamos a los soldados de las SS si debíamos o podíamos llevar con nosotros nuestras cosas. Nos dijeron que nos tratarían bien, pero que en nuestro lugar de destino hacía frío; por lo tanto, nos aconsejaron que nos lleváramos todo lo que poseíamos, dinero, oro, joyas, monedas, y en particular pieles, mantas, etcétera. Les preguntamos a los soldados de las SS cuál era nuestro lugar de destino y lo que iba a ser de nosotros, pero nos contestaron que no lo sabían.
No recuerdo si se produjo un interrogatorio personal, en el caso de los grupos familiares: pudiera ser que hubiese ocurrido con los judíos no italianos. Lo cierto, en cualquier caso, es que las SS poseían una relación alfabética, puesto que la mañana del 22 de febrero se procedió a pasar lista y cada uno de nosotros tuvo que responder «presente». Recuerdo con exactitud el número de los deportados judíos, que eran seiscientos cincuenta, ya que al final del recuento, un alemán dijo «650 Stück, alles in Ordnung». No recuerdo quién pasó lista, es decir, si el oficial o los soldados.
Estoy seguro de que el día de salida fue el 22 de febrero no solo por lo que escribí en el libro antes mencionado, sino también basándome en una carta de la que conservo copia, que escribí a algunos de mis familiares en Estados Unidos justo después de mi regreso a Italia.
No recuerdo si después de la llegada de los alemanes hubo por nuestra parte contactos con la policía italiana del campo con el fin de evitar la deportación. En los días previos tratamos de obtener ciertas garantías contra la deportación, pero no obtuvimos más que algunas promesas muy vagas...1
Después del recuento se nos obligó a montar en algunos autobuses, con nuestras maletas, y nos llevaron desde el campo hasta la estación ferroviaria de Carpi. Las SS iban con nosotros, nuestras maletas estaban en el techo del autobús, y al llegar a la estación un soldado de las SS me ordenó subir al techo para descargar el equipaje: por aquel entonces yo no entendía el alemán y no comprendí la orden; el soldado me golpeó y me obligó con violencia a encaramarme al techo.
Me parece que fui trasladado desde Fossoli a Carpi con uno de los primeros autobuses. No puedo decir si esos autobuses realizaron uno o varios viajes desde Fossoli a Carpi y a la inversa. Cuando llegué a la estación de Carpi, me parece recordar que el tren estaba casi vacío aún. De acuerdo con los planes de los alemanes, los vagones debían ser ocupados por orden alfabético, a partir del primero; sin embargo, nos las arreglamos en cierta medida para evitar ese reparto, de modo que no nos separaran de algunos amigos. Creo recordar que mi autobús salió de Fossoli hacia las diez de la mañana. El tren ya estaba completamente lleno a las dos, pero no arrancó hasta las seis. Muchos presos que pretendían reunirse en otros vagones con amigos o familiares fueron golpeados sin miramientos.
Los alemanes obligaron a respetar con gran dureza sus instrucciones de ocupar el tren en orden alfabético, incluso cuando de esta forma se separaban grupos familiares repartiéndolos en vagones diferentes. Yo mismo recibí patadas y golpes con la culata de un fusil. A un compañero mío, que estaba tratando de cambiar de vagón, le empujaron con violencia contra el estribo del coche y resultó herido en la frente, de modo que llegó a Auschwitz herido, con la herida aún abierta.
El tren estaba compuesto por doce vagones de mercancías, cada uno de los cuales estaba ocupado por entre cuarenta y cinco y sesenta personas. Mi vagón era el más pequeño y estaba ocupado por cuarenta y cinco personas. Un ocupante de mi vagón pudo leer un cartel colgado en el exterior del propio vagón en el que estaba escrito «Auschwitz», pero ninguno de nosotros conocía el significado de esa palabra, ni dónde se hallaba esa localidad.
Nuestra escolta viajaba en un vagón especial, no recuerdo si en la parte delantera o trasera del convoy, y tampoco recuerdo si era un vagón de mercancías o de viajeros; en ese vagón se guardaban también los víveres para el viaje.
Nuestra escolta estaba formada por hombres de las SS, al menos en parte: lo cierto es que nuestras condiciones psicológicas durante el viaje no nos consentían demorarnos en tales distinciones. Según se me ha referido, parece ser que en 1945 declaré que al menos dos miembros del personal de acompañamiento eran SS del campo de Fossoli; podría ser que mi memoria estuviera entonces más fresca que ahora, pero en todo caso traté de responder en aquel momento de la manera más veraz posible.
No recuerdo si el oficial de las SS que había visto en Fossoli estuvo con nosotros durante el viaje en el autobús o más tarde en el tren.
Los vagones solo contenían un poco de paja en el suelo pero no había retrete ni ninguna clase de cubos. En nuestro vagón había algunos niños y disponíamos, por lo tanto, de algunos orinales mediante los cuales podíamos deshacernos de los excrementos a través de las ventanillas del vagón. Solo nos era posible salir del vagón una vez al día, unas veces en estaciones, otras en pleno campo. En ambos casos, los prisioneros tenían que hacer sus necesidades personales públicamente, debajo de los vagones o en sus inmediaciones, y promiscuamente, hombres y mujeres. La escolta siempre estaba presente. Por la noche apenas había espacio para dormir tumbados en el suelo, de lado, y apretados los unos contra los otros. Los vagones carecían de calefacción, y la escarcha se condensaba en el interior. Por la noche hacía mucho frío, de día se padecía algo menos porque podíamos movernos.
En lo que a la alimentación se refiere nos habían consentido el poder abastecernos de ciertas reservas de pan, mermelada y queso; y de agua; la cantidad de pan y mermelada resultó suficiente para no pasar hambre, pero el agua era muy escasa porque en Fossoli no teníamos contenedores, por lo que todos padecimos severamente la sed. La escolta nos prohibió pedir agua al exterior y recibirla a través de las ventanillas.
En el curso del viaje no nos dieron ninguna comida caliente; únicamente durante la salida diaria del vagón, dos o tres hombres por vagón eran conducidos por la escolta hasta el vagón de los víveres para recoger el pan y mermelada para su vagón. Solo una vez, en Viena, se nos permitió renovar las reservas de agua. En nuestro vagón había un niño aún lactante y una niña de tres años: tampoco para ellos hubo nada de comer, solo la ración de pan y mermelada. Me fue referido que se produjo al menos un caso de muerte durante el viaje; no recuerdo si se trataba de un hombre o de una mujer. Me contó este detalle un médico amigo mío, que formaba parte del convoy. Agradecería que se corrigiera en este sentido mi declaración del 2 de septiembre de 1970.
Nuestro convoy terminó su viaje la noche del 26 de febrero: el tren se detuvo en la estación civil de la ciudad de Auschwitz (no en Birkenau ni en el campo central). Tan pronto como nos bajamos de los vagones se llevó a cabo una rapidísima selección: se formaron tres grupos. El primer grupo, al que yo pertenecía, estaba formado por noventa y cinco o noventa y seis hombres aptos para el trabajo; el segundo grupo estaba formado por veintinueve mujeres aptas para el trabajo; todos los demás fueron considerados no aptos para el trabajo.
Del número de mujeres en condiciones de trabajar solo pude hacer en aquel momento un cálculo aproximado: después de mi repatriación, sin embargo, pude confirmar con las mujeres supervivientes que eran efectivamente veintinueve.
Los hombres válidos, de los que yo formaba parte, fueron trasladados esa misma noche en un camión al campo de BunaMonowitz. El grupo más numeroso, formado por los no aptos para el trabajo (todos los niños, los ancianos y las mujeres con hijos, los enfermos y los discapacitados), fueron cargados en camiones y llevados a un lugar desconocido para nosotros. Solo unos meses después, cuando empecé a entender alemán en el campo de Monowitz y a comprender las conversaciones de mis compañeros, me enteré de que todos los no aptos para el trabajo habían sido eliminados en los días inmediatamente posteriores a nuestra llegada: ello me fue confirmado por el hecho de que después de mi regreso a Italia, de ninguno de ellos se localizó el paradero ni volvió a saberse nada.
Adjunto a la presente testificación unas notas mías que consisten en una lista de setenta y cinco nombres que pude reconstruir tras mi regreso a Italia. Se trata de setenta y cinco de los noventa y cinco o noventa y seis hombres aptos para el trabajo que entraron conmigo en el campo de Monowitz. Los nombres rodeados por un círculo son los de quienes sobrevivieron a la liberación, los nombres marcados con una «m» son los de quienes formaban parte de la marcha de evacuación que se llevó a cabo en enero de 1945 desde Auschwitz hacia Buchenwald y Mauthausen; con una «s» están marcados los nombres de los muertos en las selecciones; con una «e» los nombres de los muertos por enfermedad, y con una «l» el nombre del único prisionero que murió después de la liberación y antes de la repatriación. De algunos de mis compañeros pude reconstruir su número de registro: las primeras cifras de tal número son 174 en todos los casos. Mi número de registro era 174517.
Antes de mi llegada a Auschwitz no conocía los nombres de los campos de concentración ni los detalles del exterminio que allí tenía lugar; con todo, ya había obtenido noticias concretas sobre la operación de exterminio de los judíos a través de las siguientes fuentes:
1) artículos publicados en periódicos suizos, en particular en la Gazette de Lausanne, que podían leerse en Italia durante la guerra;
2) audiciones clandestinas de emisiones de las radios aliadas, especialmente Radio Londres;
3) un «libro blanco», publicado por el gobierno inglés sobre las atrocidades alemanas en los campos de exterminio, opúsculo que me había llegado clandestinamente y que yo mismo traduje del inglés al italiano;
4) distintas conversaciones con soldados italianos que regresaban de Rusia, Croacia y Grecia, que habían sido testigos todos de malos tratos, asesinatos y deportaciones de los judíos por parte de los alemanes;
5) conversaciones mantenidas entre 1942 y 1943 con refugiados judíos de Croacia y Polonia, que se habían refugiado en Italia.
Sobre la base de todas estas noticias, en el momento de nuestra deportación creíamos que nuestro destino consistiría en un encarcelamiento muy duro, en trabajos forzados, en una escasa alimentación, etcétera, pero no podíamos prever que en un campo de concentración se llevara a cabo una acción de exterminio tan metódica y a escala tan enorme.
Leído, confirmado y firmado.
Primo Levi
[1971]