7 Eine kleine Rockmusik

El primer concierto que di en mi vida no fue como me lo había imaginado. Ni siquiera fue con Section 5. Un día estaba en Parsons dedicándome a mis asuntos, y llegaron un par de chavales mayores diciendo que tenían un grupo y habían oído que no cantaba mal, así que quizá me interesara tocar con ellos en el Sunniside Working Men’s Club la semana siguiente.

En esa época había un verdadero boom de clubs para trabajadores y la demanda de música en directo era muy superior a la oferta, por lo cual el listón para que te dejaran actuar no estaba demasiado alto. Pero yo no lo sabía. Me parecía increíble que hubieran conseguido un bolo de verdad, y cobrando, así que se me aceleró el corazón al oír la propuesta. Además Sunniside estaba a pocos kilómetros de Dunston, así que llegar allí no iba a ser ningún problema.

—¿Y qué tipo de música tocáis? —pregunté, como si no estuviera nada impresionado.

—Somos un grupo de folk.

—Ah, ¿cómo Bob Dylan?

—¿Cómo quién?

Se me cayó el alma a los pies. ¿Cómo podían tener un grupo de folk sin haber oído hablar de Bob Dylan?

—Lo siento, tíos —dije—, pero no me sé ninguna canción folk y ya estoy en otro grupo, así que…

—Toma —dijeron, tendiéndome un cuaderno con las letras—. Nos vemos el martes, ¿de acuerdo?

El nombre con el que actuamos era… Casi no me atrevo ni a escribirlo: The Toasty Folk Trio22.

En cuanto al repertorio, consistía en seis canciones cuyas letras me apunté a mano para aprendérmelas de memoria. En realidad no era música folk, sino más bien country and western; el tipo de cosas que cantaba Gene Autry. Uno de ellos tocaba la guitarra y el otro tocaba la caja, de pie. Bueno, Brian, por algún sitio hay que empezar, me dije a mí mismo mientras esperábamos para salir. Entonces el presentador del club nos anunció diciendo: «Muy bieeeen, el chaval que va a cantar hoy puede parecer un crío, pero nada de abuchearle o tirarle cosas, ¿valeeee? Vamos a darle una oportunidad, ¿de acuerdo?».

Hubo un gruñido generalizado. La mitad del público se levantó y se fue a mear.

Va a ser una noche muy larga, pensé.

La primera canción era «Red River Valley», un tema tradicional de Canadá.

Y fue también la última, porque al ver que éramos una puta mierda, el presentador subió al escenario y nos dijo que nos daba diez chelines a cada uno si recogíamos las cosas y nos íbamos a casa.

Me sentí fatal. Totalmente humillado. Pero mientras recogía las letras, el presentador me agarró del brazo y me dijo: «Tú no, chavalín, tú quédate aquí». En esas apareció una señora muy gorda y me invitó a sentarme a su lado ante el órgano Hammond del club para hacer unas cuantas canciones juntos. Y resultó que tocaba genial. El sonido que le sacaba a aquel órgano era increíble, y tenía una voz preciosa, como de cantante de góspel… También me hacía arrumacos entre canción y canción; no era así como había imaginado mi debut profesional. Pero bueno, un bolo es un bolo…

La última canción que hicimos fue «House of the Rising Sun», que la señora presentó como «una canción de toda la vida de Newcastle», lo cual no era cierto, por supuesto, aunque los Animals hubieran grabado una versión de ella. Pero le hicimos justicia… Tanto es así, de hecho, que muchos años después la volví a cantar con mi grupo Geordie, y grabamos una versión de la que sigo estando muy orgulloso. (Más tarde la usaron para El juego del ahorcado, la peli de Al Pacino.)

Cuando bajamos del escenario recibimos una gran ovación. Bueno… O igual es que acababan de salir a la venta los cartones del bingo. En todo caso, el dueño del club estaba tan contento que me dio cinco libras —¡cinco libras!— además de los diez chelines que me había dado para hacer callar al Toasty Folk Trio. No me lo podía creer. ¡Cinco libras era el triple de mi salario semanal en Parsons! Los dos tipos del Toasty Folk Trio tampoco se lo podían creer. De hecho, en el momento en que salí a la calle se me echaron encima y me dijeron que les debía dos tercios de esas cinco libras.

—¿Cómo? —dije—. ¿Por qué?

—Es nuestra comisión como mánagers —dijeron.

—¡Pero si yo no tengo mánager!

—Esta noche sí, chaval.


El bolo que marcó el verdadero comienzo de mi carrera, y que siempre he recordado como algo importante, fue la primera actuación de Section 5 unas semanas más tarde en el Walker Boys’ Club. El sitio era un salón parroquial, más que otra cosa, pero ese fue el comienzo, y no lo olvidaré nunca.

Como éramos demasiado jóvenes para conducir —y en todo caso no podíamos permitirnos una furgoneta—, no quedaba más remedio que coger el trolebús y apilar el equipo bajo las escaleras. Si ya me había sentido como una estrella de rock cargando con mi juego de voces yo solo, ir con todo el grupo y los instrumentos era una sensación todavía mejor. Era genial. Eso sí, ni al revisor ni al resto de los pasajeros les hizo mucha gracia lo que tardamos en subir el equipo al autobús. Sobre todo porque solo viajamos una parada y luego repetimos toda la operación, pero para bajar.

La única razón por la que habíamos conseguido ese bolo era que Steve y Les habían sido miembros del club cuando eran pequeños; en la misma época, decían, en que uno de los Animals estaba en el equipo de boxeo. (Nunca estuvo muy claro cuál de los Animals.) Pero de eso ya hacía muchos años, y cuando entramos nos dimos cuenta de que el sitio estaba hecho una ruina. Básicamente era una sala vacía con un suelo de tablones de madera. Un cuchitril de mierda. Aunque tampoco es que Section 5 estuviéramos listos para tocar en el estadio de Wembley.

Estoy casi seguro de que todas las canciones que tocamos esa noche eran de Chuck Berry. O al menos el tipo de canciones de Chuck Berry que habían hecho suyas los Rolling Stones, temas como «Come On» y «Carol». Creo que también hicimos «Walking the Dog», otra del repertorio de los Rolling.

Para nosotros ese fue el momento de la verdad. Porque habíamos ensayado y ensayado y ensayado para aquel día… y seguíamos siendo una mierda. A Rob, el batería, le habíamos dicho: «Tú haz lo que hacen ellos en el disco», pero no sabía o no podía, y en el escenario se quedó paralizado. Las guitarras estaban demasiado altas. A Les se le rompió una cuerda. Yo me olvidé de la letra de… todas las canciones. El peor momento fue el tema de Manfred Mann «5-4-3-2-1», inmediatamente reconocible porque era la sintonía del famoso programa de la ITV Ready Steady Go! La canción ya era bastante difícil de por sí, con muchas partes de armónica —que ninguno sabíamos tocar— y coros de «5, 4, 3, 2, 1» a cargo de todo el grupo, que los demás se negaban a hacer porque no sabían cantar y además no tenían micro. Así que a nuestra versión le faltaban dos tercios de lo que hacía que valiera la pena tocarla. Y el tercio restante era una puta mierda.

Una buena forma de rematar esta historia sería decir que el público nos abucheó y nos echó del escenario.

Pero lo cierto es que ni se fijaron en lo que hacíamos.

Pasaron completamente de nosotros.

Los pocos que prestaron atención estaban apoyados en la pared, sin moverse ni un centímetro y con pinta de estar deprimidos. No había bebida. Ni siquiera gaseosa. Nada. La única razón por la que estaban allí era que la entrada solo costaba un chelín —hoy serían un par de libras—, y en Walker no había nada más que hacer ni adónde ir. Cuando terminamos se hizo un silencio absoluto, ni siquiera hubo un tímido aplauso de cortesía. Todo el mundo se fue echando hostias al fish and chips de al lado.

Pero, desde otro punto de vista, la noche fue un éxito triunfal. En el público había una piba alemana rubia de unos diecinueve o veinte años —su padre debía de trabajar en un buque mercante o algo así—, y cuando salí del club a echar un pitillo, ahí estaba ella esperándome con unos amigos. No tengo ni idea de si le gustó el concierto. Solo sé que me incrustó la lengua en la oreja y, para cuando quise darme cuenta, me estaba indicando que la siguiera a un romántico escondrijo en la parte de atrás del club; el escondrijo en cuestión era un callejón de paredes de ladrillo lleno de ortigas, colillas y toda clase de basura. Ella me bajó los pantalones y me tiró al suelo, y sentí cómo me picaban las ortigas en el culo y en la parte de atrás de las piernas. Pero no recuerdo que me doliera, y menos desde el momento en que ella se levantó la falda y se sentó encima de mí.

Así fue como en aquella velada —después del primer bolo de Section 5 en una sala medio vacía del Walker Boys’ Club— perdí la virginidad con esta alemana increíblemente sexi y mayor que yo, que se puso a saltar encima de mí como si estuviera cabalgando un caballo, todo esto sin quitarse el abrigo ni el jersey, fumando un cigarro, usando mi estómago como cenicero y mirando alrededor de vez en cuando por si venía alguien. Pero el que se vino fui yo.

—¿Has terminado ya? —preguntó.

—¡¿Quieres más?! —fue todo lo que acerté a decir, ya que en aquellos días te podías dar por satisfecho con echar un solo polvo.

—¿Dónde coño estabas? —preguntó Steve cuando volví para recoger mi equipo, sintiéndome el rey del mundo—. ¿Y por qué caminas así?

—Me he sentado encima de unas ortigas —expliqué.

—Los baños están ahí —dijo, un poco extrañado—. No hacía falta que fueras a cagar a los matorrales…

Pero no le presté atención, porque no podía dejar de preguntarme: ¿por qué yo, y por qué esta noche, precisamente esta? Decidí que había sido por mi forma de cantar. Y eso me hizo pensar algo más. Si seguía mejorando en esto de cantar y conseguía entrar en un grupo mejor, puede que esto mismo me pasara todas las noches… durante el resto de mi vida.

Esos son los momentos en los que uno toma las Decisiones Vitales de su Carrera.