C

CALENDARIO. Antes de cambiar a la nueva gerencia del Führer y sus leales, Alemania, como el resto de los países cristianos, se regía por un calendario litúrgico al que se habían añadido algunas fiestas nacionales.

El Tercer Reich impuso su propio calendario,1 introduciendo nuevas conmemoraciones importantes (Wichtige Gedenktage) y restituyendo a sus supuestos orígenes precristianos tradiciones inventadas, sin por ello suprimir las cristianas más arraigadas.

El calendario del Reich milenario (v.) fue el siguiente:

CAMARILLA DE HITLER. Hitler era como una cucaña engrasada con una ristra de chorizos en el extremo por la que sus sacristanes competían…

—No, no es buena comparación. La invalida el hecho de que el voluminoso Göring (v.) subiera más alto que el resto.

—Vale. Cambiemos de comparanza. Hitler era como una cerda recién parida con el tropel de lechoncillos disputándose los pezones delanteros, más nutricios.

—Esta es más acertada porque justifica la lozanía de Göring tanto como el encanijamiento de Goebbels (v.), al que le tocaron los últimos pezones hasta fecha tardía, cuando ya la marrana estaba casi exhausta.

La camarilla de Hitler, los hombres en los que depositaba en mayor o menor grado su confianza, podían ser estos siete magníficos: Göring, Hess (v.), Röhm (v.), Himmler (v.), Bormann (v.), Goebbels y Ribbentrop (v.).

La temprana desaparición de Röhm y Hess nos permite añadir a Rosenberg (v.), el siniestro báltico.4

La camarilla y sus flecos: Kube, Kerrl, Goebbels, Hitler, Röhm, Göring, Darré, Himmler, Hess y Frick.

Si pensamos en 12, para completar el número de los apóstoles, habría que añadir al arquitecto Speer (v.), a los generales Jodl y Keitel, al jefe sindical Ley y a Schirach (v.), el de las Juventudes Hitlerianas (v.).

Todos ellos fueron asiduos del Berghof (v.), el chalecito de nuevo rico del Führer. Algunos hasta se construyeron segundas viviendas en Obersalzberg para estar cerca del Führer, no fuera a llegar otro y quitarles el puesto. Todos ellos hicieron méritos disimulando bostezos en las interminables y tediosas sesiones que bien podríamos denominar de adoración nocturna a las que el insomne los sometía hasta altas horas de la madrugada. Todo para demostrarle que estaban prendados de la esclarecedora doctrina que emanaba de su boca (Bormann llevó esa adoración al extremo de disponer taquígrafos que anotaran todo cuanto el Führer decía para ilustración de la posteridad, las famosas Conversaciones de sobremesa).

Los arribistas operaban poniendo todo su interés en hacerse valer y avanzar en su carrera. Asediaban al Führer y procuraban demostrarle que eran indispensables. Cada cual se informaba de lo que Hitler esperaba oír, y luego trataba de suplantar al rival llevándole al Führer las novedades más agradables, haciendo recaer sobre su propio mérito todo el éxito, adquirido o probable, con el que deslumbrarlo.

El pueblo alemán, que hasta no hace mucho pasaba por ser el más consciente del mundo, ha batido, bajo el reinado de Hitler, todos los récords de la mentira y el servilismo. Si la verdad resultaba molesta, se cuidaba que Hitler no la conociera. Si los asuntos se descarriaban […], multiplicaban los informes tendenciosos para mantenerlo en su error. Las dificultades se minimizaban; las perspectivas se exageraban y por ese camino se llegaba a falsificaciones flagrantes. Se construía todo un sistema para alejar al líder de cuanto pudiera irritarlo.5

Paralela a su camarilla, Hitler tenía lo que Putzi (v. Hanfstaengl, Ernst) llama la Chauffereska, el conjunto de más bajo nivel que formaban chóferes, aviadores, criados y secretarias de Hitler, un conjunto bastante homogéneo, porque al Führer le desagradaba ver caras nuevas. Con ellos tenía muy buena relación y gran confianza, en parte por su carácter populista y de impostada modestia, y en parte porque se sentía más cómodo con gente que lo servía sin plantearle problemas. Como escribió uno de ellos, el chófer Erich Kempka:

Día y noche rodábamos por todas las regiones de Alemania y en el transcurso de estos viajes viví muchos momentos gratos, nunca tuve la sensación de viajar con un jefe, sino más bien con un buen amigo mayor que yo y paternal en su trato, él casi nunca me hablaba de asuntos políticos, pero yo sabía que podía contarle asuntos míos de índole personal, me escuchaba con la máxima atención y siempre estaba dispuesto a hacerlo. Constantemente se preocupaba de que los conductores fuésemos bien alojados y atendidos en ruta, y muchas veces le oí decir que sus conductores y aviadores éramos sus mejores amigos y que a nuestras manos confiaba su vida.6

Los chóferes personales de Hitler fueron: desde 1921, Emil Maurice, compañero de partido y de prisión, al que despidió cuando tuvo un asunto con su sobrina Geli Raubal (v. Hitler); desde 1928, Julius Schreck, fallecido en 1936 de meningitis; desde 1932 hasta su muerte, Erich Kempka, al que encomendaría la cremación de su cadáver y el de Eva.

A este grupo que cuidaba de los desplazamientos de Hitler habría que añadir a su piloto habitual entre 1931 y 1945, Hans Baur, jefe del Regierungsstaffel (Escuadrón de la Cancillería) integrado por varios cuatrimotores Fw 200 Condor.

Otro grupo lo formaba el servicio. Muchos de los que lo sirvieron en el Berghof o en la Cancillería escribieron sus memorias o al menos concedieron extensas entrevistas en las que se explayaron sobre las costumbres y el carácter del Führer: Karl Wilhelm Krause, su mayordomo desde 1924, al que despidió en 1939 porque había olvidado llevar a un viaje unas botellas de Fachinger, el agua mineral favorita de Hitler.7 Su sucesor en el cargo fue Heinz Linge, que había entrado al servicio de Hitler el 24 de enero de 1935 y lo acompañó hasta su muerte. Su nombre suele unirse al de Otto Günsche, edecán y asistente personal, porque los dos fueron exhaustivamente interrogados por los rusos sobre las costumbres de Hitler y muy especialmente sobre las circunstancias de su muerte y la cremación de su cadáver.8

Herbert Döhring, jefe de mantenimiento del Berghof, ayuda para todo y esposo de Anna Krautenbacher, una de las mujeres del servicio, desgranó sus recuerdos, casi siempre gratos, en varias entrevistas. Al cuidado de las habitaciones particulares de Hitler y Eva Braun estaba Anna Plaim (de soltera Mitlsesgrasser), despedida por Bormann en 1943.

Otro grupo lo forman las secretarias de Hitler, con las que en los últimos años solía compartir comidas: Johanna Wolf (que trabajó para Hitler entre 1929 y 1945); Christa Schröder (de 1933 a 1945); Gerda Daranowski-Christian, Dara (entre 1937 y 1942 y de nuevo entre 1944 y 1945); y Traudl Junge (entre 1942 y 1945). Podríamos añadir al grupo, ya que Hitler la invitaba a su mesa, a la cocinera y dietista Constanze Manziarly, familiarmente llamada Miss Marzipani (Miss Mazapán), desaparecida tras escapar del búnker en mayo de 1945.

CAMISAS PARDAS (Braunhemden). Mussolini escogió la camisa negra como uniforme (v. Boss, Hugo) del partido fascista imitando a Garibaldi, cuyos seguidores usaban camisas rojas.9

Hitler, discípulo atento de Mussolini (v.), escogió la camisa parda no porque fuera el color de la mierda (como aseguraban sus detractores), sino porque eran las camisas más baratas disponibles en el comercio desde que el Ejército vendió los excedentes de las tropas coloniales tras la pérdida de las colonias.

Todos los partidos fascistas (v. fascismo) de la época adoptaron como uniforme camisas de un color determinado a imitación de Mussolini y de Hitler: los falangistas, el azul mahón; los escamots catalanes, el verde; los blackshirts de la Unión Británica de Fascistas, el negro; el Kuomintang (KMT, o Partido Nacionalista Chino), el azul.

La marea parda.

CAMISAS VIEJAS. Alte Kameraden («viejos camaradas»). Llamamos así, con expresión falangista, a los afiliados del primer momento del nazismo, durante el denominado Kampfzeit (v.) o periodo de lucha, entre 1925 y 1933.

Dentro de este conjunto existía un grupo aún más restringido, los Alte Kämpfer («viejos luchadores»), afiliados anteriores a la irrupción nazi en el Reichstag (v. incendio del Reichstag) en septiembre de 1930, y a los nazis austriacos anteriores al Anschluss (v.).

Cuando Hitler subió al poder les concedió ciertos privilegios,10 pero al propio tiempo procuró distanciarse de ellos porque en sus filas abundaban los camorristas impresentables, aparte de que en nombre de la antigua camaradería «no siempre guardaban las distancias que él consideraba adecuadas».11

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN. Los primeros campos de concentración aparecieron durante la guerra de Secesión de EE. UU. (1860-1865), como brillantemente recogió Sergio Leone en su inolvidable película El bueno, el feo y el malo (1966). Posteriormente, los emplearon los españoles en 1896 cuando intentaron la «reconcentración» de los rebeldes cubanos (ahí nació el nombre); los ingleses en las guerras contra los bóeres (1900) y los alemanes con los nativos hereros (1904) en lo que bien podríamos señalar la variante de campo de exterminio mediante el trabajo.

En los 12 años del Reich milenario (v.), florecieron en Alemania y países ocupados no decenas, como se cree, sino miles de campos de concentración. En beneficio de la claridad, podríamos reducirlos a dos categorías:

El exterminio podía aplicarse combinando trabajo agotador y dieta escasa o directamente gaseando al condenado.

En la creación de los Konzentrationslager o KZ, el principal instrumento de represión de la Alemania nazi, podemos distinguir dos etapas:

Los nazis instituyeron centros de detención poco después del ascenso al poder de Hitler (30 enero de 1933),14 como consecuencia del decreto de defensa del pueblo y del Estado (Schutz von Volk und Staat, 28 de febrero de 1933), que el presidente Hindenburg (v.) firmó, presionado por las circunstancias, al día siguiente del incendio del Reichstag (v.).

Ante el peligro de un supuesto levantamiento revolucionario, la policía estatal detuvo en menos de un mes a unos 50.000 socialdemócratas, comunistas, sindicalistas, pacifistas y opositores. La detención, suprema ironía, era «protectora» (Schutzhaft).15

Ante la imposibilidad de internar a tanta gente en las cárceles existentes, se improvisaron unos 70 centros de detención en toda Alemania. Estos centros, que dependían de las SA (v.) locales, eran auténticas checas16 en las que el matón al mando no escatimaba las humillaciones a los internos, como hacerlos desfilar o entonar himnos contrarios a su pensamiento. En algunos casos chantajeaban a las familias o amigos.17

Göring (v.) comprendió que la represión estatal no podía dejarse en manos de los indocumentados de las SA y ordenó la clausura de todos los campos, excepto cuatro que serían administrados por el Estado (14 de octubre de 1933): Dachau (v.), Papenburg, Sonnenburg y Brandeburgo.18

Dachau, cerca de Múnich, fue el campo modelo de «reeducación» en el que encerraron, al principio del nazismo, a socialdemócratas, sindicalistas y comunistas. Andando el tiempo se sumaron judíos, gitanos, homosexuales, delincuentes y testigos de Jehová. En algunos casos, después de un tiempo, dejaban libre al individuo, casi siempre suficientemente escarmentado.19

Después de la decapitación de las SA en la Noche de los Cuchillos Largos (v.), el 29 de julio de 1934, las SS (v.) de Himmler (v.) ascendieron vertiginosamente en la carrera por el poder, rebasando incluso a Göring, que pronto iba a dejar sus labores policiales para consagrarse a la construcción de la Luftwaffe (v.).

Himmler tomó el relevo en el ordenamiento de los campos de concentración, lo que resultaría decisivo en su desarrollo. Si Göring tenía pocos escrúpulos en el tratamiento de los opositores al régimen, Himmler no tenía ninguno y en eso consistió la nueva moral nacionalsocialista que impuso a los carceleros: mano dura y comportamiento despiadado.

Himmler delegó la organización interna de los campos de prisioneros en Theodor Eicke (comandante de Dachau hasta entonces), al que nombró «inspector de los campos de concentración».20

Con Eicke, los campos se acomodaron al modelo Dachau, basado en disciplina prusiana y una rígida jerarquía que confiaba el tratamiento de los internos a una minoría de presos de ínfima catadura, los kapos (v.), capaces de cometer las mayores crueldades por defender su estatus y sus privilegios.21

Cada campo era responsabilidad de un comandante designado por Himmler que tenía a sus órdenes a una serie de SS y era asistido por un jefe de campo (Schutzhaftlagerführer) y un capataz de trabajos (Arbeitsdienstführer).

Otros puestos generalmente desempeñados por reclusos de confianza eran el jefe de campo (Lagerältester), el encargado de repartir el trabajo entre los distintos piquetes (Arbeitsdienst o Arbeitseinsatz) y el jefe de los kapos (Lagerkapo), que cuidaba de la disciplina.

Las distintas galerías en las que se alojaban los internos eran responsabilidad de un Blockführer o Blockältester, al que asistía un cabo de galería (Stubenältester).

En el campo, todo el mundo vestía uniforme. Los SS, el propio de su milicia; los reclusos, una especie de pijama a rayas con gorro a juego y un triángulo de tela cosido al pecho que indicaba nacionalidad o condición.22

El personal de aquella ciudad se dividía en dos grandes clases:

Con Himmler aumentó el número de campos, casi siempre sobre el mismo esquema: una zona de barracones de madera en torno a una plaza de armas (Appellplatz) para los detenidos, otra para la comandancia (Kommandantur) y otra, más alejada y cómoda, incluso ajardinada, para viviendas de los SS pertenecientes a una nueva sección específicamente dedicada a los campos (SS-Totenkopfverbände o «unidades de la calavera»).

Los campos eran pequeñas ciudades con todo tipo de servicios, que los guardias SS disfrutaban: cine, zona recreativa, dispensario, cocinas, lavandería y economatos, y hasta una orquesta (de prisioneros judíos).

El campo de concentración, que comenzó siendo instrumento de control político, amplió su objetivo hasta abarcar a cualquier ciudadano que pudiera considerarse Volksschädling, «nocivo para el pueblo».23 En este amplio saco cabía casi cualquiera que el ministro quisiera retirar de circulación. Veamos:

Con el aumento de la población reclusa, Himmler reparó en que podrían emplearla en labores lucrativas en lugar de ocuparla en los trabajos improductivos que hacían al principio (como trasladar un montón de piedras de un lado a otro del campo). ¿Por qué no añadir a esa meritoria labor educativa un rendimiento económico?

—Pues claro, ¿cómo no se nos había ocurrido antes?

La nueva orientación se refleja en el significativo aumento de la población reclusa, que pasa de 7.500 en 1937 a 24.000 al año siguiente. En 1944, ya en los amenes del Reich, la población reclusa superará las 700.000 personas.

El primer gran negocio de las SS es el suministro de materiales de construcción para los ambiciosos planes arquitectónicos de Hitler (v. arquitectura nazi).

Los campos de nueva creación comienzan a situarse a pie de obra (Mauthausen [v.], en unas canteras; Sachenhausen, en una ladrillera). Metido a empresario, Himmler crea empresas comerciales para sus SS, seguro de vencer a sus competidores, dado que la mano de obra le va a salir gratis.25 Finalmente, abocados a la producción masiva que exige la guerra, ampliará el negocio como agencia de colocación suministrando obreros esclavos a las grandes compañías alemanas.26 Las empresas pagan entre cuatro y seis marcos por trabajador/día, según la cualificación del sujeto. Para Himmler supone un negocio saneado, puesto que la manutención del esclavo solo cuesta entre 0,30 y 0,70 marcos diarios.27

Comenzada la guerra, se abre la etapa internacional de los campos de concentración con los aportes de detenidos en las nuevas tierras conquistadas por el Reich.28 Paralelamente ocurre el cambio de concepto: si cuando internaba alemanes, individuos de la raza superior por tanto, podía aspirar a reeducarlos, ahora los internos son en su mayoría (90 %) extranjeros pertenecientes a razas inferiores (judíos, eslavos…). Con estos no caben intentos de rehabilitación, dado que son unos tarados por naturaleza. Solo cabe exterminarlos como se exterminan las plagas de animales dañinos.

A principios de 1941, los campos se clasificaron en tres categorías:

  1. «Presos preventivos menos peligrosos, aún susceptibles de rehabilitación.» En estos campos, las condiciones de vida eran más tolerables. Ejemplo: Dachau, o el primer año de Auschwitz I (v.).
  2. «Presos preventivos muy peligrosos, aunque recuperables.» Las condiciones de vida empeoraron con el tiempo y al final se convirtieron en campos de exterminio por trabajo: Auschwitz-Birkenau, Buchenwald, Flossenbürg, Neuengamme.
  3. «Presos preventivos muy peligrosos y con escasas probabilidades de una reeducación», entre ellos los de Mauthausen.

Los campos, que comenzaron siendo un purgatorio en la etapa nacional, avanzada la guerra se convirtieron en un infierno.

El horror del campo se refleja en las anotaciones de la minuciosa Administración germana. Cada prisionero tenía su ficha, en la que constaban sus datos vitales e incidencias, la última de ellas su muerte, siempre por enfermedad contagiosa (tifus, neumonía) o por ataque cardiaco. Nunca por inanición o por suicidio o por disparo de un SS. A veces la muerte cruenta se anotaba al margen con las iniciales SB (Sonderbehandlung) o «trato especial».

En 1942, tras la derrota de Stalingrado, la jerarquía nazi le ve las orejas al lobo y advierte que podría perder la guerra. La decisión de la Totaler Krieg (v. guerra total) afectó también a los campos de Himmler, que dispuso medidas más radicales:

Impulsado por la exigencia de aumentar la producción, Himmler rebaña el caldero carcelario del Reich (septiembre de 1942): a los judíos de los campos se suman los detenidos preventivos de las prisiones normales, tanto extranjeros (rusos, ucranianos, polacos condenados a más de tres años de cárcel) como nacionales (checos y alemanes condenados a más de ocho años). Las instrucciones están claras: «Con el fin de exterminarlos por medio del trabajo».30

La población esclava aumenta con las deportaciones:

Con el incremento de la población reclusa aumenta también el número de campos. Los 20 existentes hasta 1942 se multiplican en subcampos (Lagergebiet) dependientes de un campo matriz (Hauptlager) en la medida en que las empresas contratantes requieren presencia de mano de obra esclava a pie de obra: Auschwitz III genera 40; Buchenwald más de 70; Sachsenhausen, más de 100.

A partir de 1943, esos subcampos dependientes de empresas suavizan las condiciones de trabajo y mejoran la alimentación del recluso esclavo a fin de aumentar su productividad, al tiempo que los vigilantes SS reciben instrucciones de mitigar el maltrato. Después de movilizar al resto de la masa obrera para cubrir las bajas en el frente, la producción del Reich depende cada vez más de la fuerza de trabajo esclava. En adelante, solo se asesina a las personas improductivas.

Internos de Ampfing.

También se intenta estimular la producción con ventajas materiales. Entre los premios a la productividad está el sexual. Himmler autoriza el establecimiento de burdeles en los campos (29 de mayo de 1942), se entiende que para los SS y los kapos, que por estar mejor alimentados pueden necesitar ese servicio. También se establecen compensaciones económicas (5 de marzo de 1943) y se autorizan representaciones teatrales y espectáculos (entre la población reclusa existen muchos artistas de todo tipo).

En suma, los campos se incorporan poco a poco a un modo de producción capitalista, lo que claramente mejora los niveles de rendimiento del personal.

En los últimos meses del Reich, el sistema de campos se descompuso. Sálvese el que pueda, pensaron los responsables de tanta animalada. Por una parte, tanto guardias SS como kapos intuían que la guerra estaba perdida y trazaban el modo de escapar de la posible venganza de los vencedores.

Judíos en el campo de concentración de Ebensee, 1945.

Berlín ordenó evacuar los campos amenazados por el avance aliado. A falta de medios de transporte, los prisioneros tuvieron que hacerlo a pie en dirección a otros campos más al interior. A los incapaces de mantener el ritmo, les disparaban una bala en la cabeza y los dejaban en la cuneta.

¿Conocían los alemanes que vivían en el interior del Reich el horror de los campos? Cuando el Reich se desplomó, se produjo una epidemia de amnesia colectiva de lo más notable. La niña Elsbeth Emmerich lo recordaría con el candor de sus pocos años: «La gente que yo conocía, los que acudían presurosos a los congresos del partido con sus uniformes pardos, de pronto odiaban a Hitler. El vecino del piso de arriba con el que tan a menudo me crucé en las escaleras ataviado con todos los perejiles de las SA, ahora comentaba lo terrible que fue Hitler. Yo solo tenía 11 años, pero aprendí esa lección sobre la naturaleza humana».32

Incluso los que habitaban en el entorno de los campos de concentración y habían visto pasar trenes de judíos que luego regresaban vacíos se hicieron de nuevas. ¿Nunca sospecharon por el hedor a crematorio que flotaba en el ambiente? En algunos casos, los aliados los obligaron a visitarlos.33

CAMPOS DE EXTERMINIO (Vernichtungslager). El exterminio selectivo comenzó con la guerra. Aún antes de decidirse por asesinar a todos los judíos de Europa (v. solución final), los nazis estaban exterminando a la intelligentsia o clase rectora de los países y regiones que formarían parte del futuro Reich.34 Lo mismo que hicieron los soviéticos en Katyn.

Decidida la solución final (diciembre de 1941), los campos de rehabilitación, luego reconvertidos en campos de trabajo, se transformaron en tres campos mixtos de trabajo y exterminio (Auschwitz-Birkenau [v. Auschwitz], Chelmno, Majdanek) y en tres campos solo de exterminio (Treblinka, al norte; Sobibor, en el centro, y Bełżec, al sur).

  1. Bełżec, construido en diciembre de 1941 cerca de la estación de ferrocarril del mismo nombre con objeto de eliminar a los judíos de Lublinia.

    Comparado con Auschwitz, Bełżec era minúsculo: apenas 9 ha, 300 × 300 m. Ni siquiera disponía de barracones de alojamiento: se dividía en dos zonas separadas por un seto arbolado y alambradas: el campo 1, donde desembarcaban los judíos, y el campo 2, donde se los asesinaba en presuntas «duchas» de desinfección.

    El proceso era rápido y seguro: bajaban de los trenes, se desnudaban, pasaban al campo 2, entraban en las duchas y 20 minutos después los SS sacaban sus cadáveres camino del crematorio. En total se exterminaron 600.000 judíos.35

  2. Sobibor, desde mayo de 1942. Regido por el comandante Franz Stangl, que tenía experiencia con la eutanasia.

    Al igual que Bełżec, era de tamaño reducido: 300 x 400 m, y también se dividía en dos campos (recepción y gaseamiento, unidos por un sendero). En poco más de un año gaseó a más de 250.000 presos.

  3. Treblinka. Construido para los judíos de Varsovia, funcionó poco más de un año (del 23 de julio de 1942 al 19 de octubre de 1943), pero exterminó entre 700.000 y 900.000 judíos (casi tantos como el mucho más famoso Auschwitz).

    Treblinka constaba de dos unidades separadas por 2 km: Treblinka I, campo de trabajo (Arbeitslager), y Treblinka II, campo de exterminio (Vernichtungslager).

    El primer comandante, el doctor Eberl, se mostró incompetente y fue sustituido por Franz Stangl (el de Sobibor), que inmediatamente construyó una cámara de gaseamiento con capacidad para 3.800 personas y acabó con el problema.36

A pesar de su fama, Auschwitz, con todas sus enormes instalaciones y con sus 900.000 víctimas, rindió a la aniquilación industrial mucho menos que estos tres modestos campos, que en su conjunto aniquilaron a 1.700.000 personas. Si no son conocidos es porque antes de que acabara la guerra los alemanes demolieron las escasas instalaciones y permitieron que el bosque recuperara aquellos espacios.

Modus operandi

Antes de programar la exterminación a escala industrial en las cámaras de gas, los nazis experimentaron la exterminación por hambre. La dieta diaria del recluso consistía en:

Esta dieta, deficitaria en calorías, permitía vivir no mucho más de seis meses: el prisionero subalimentado consumía primero sus reservas de grasa, después las de músculo y se descalcificaba, perdía hasta un 35 % de su peso y finalmente quedaba reducido a la pura piel y los huesos, y aunque se convirtiera en un «devorador de basura» (Dreckfresser), de mondas de patata y de toda clase de porquerías dejadas por otros, el déficit alimentario lo convertía en un «musulmán» (v. Muselmann),37 un sujeto pasivo, la cara lela e inexpresiva, un esqueleto ambulante, aunque con las piernas hinchadas, que cuando era detectado por los funcionarios del «piquete (Kommando) de los muertos», iba directamente a la cámara de gas en virtud del plan Aktion 14f13, porque ya su rendimiento no compensaba el alimento que consumía.38

Vivir más de la cuenta era una anomalía. Los SS lo expresaban crudamente: «Todo detenido que viva más de seis meses es un estafador o un ladrón» (un ladrón, porque sin duda robaba comida a los otros o traficaba con objetos robados para obtener comida).39

¿Quiénes eran los ladrones? Otro modo de llamarlos era Organisator, Kombinator, Prominent, denominaciones aplicadas al que sabía buscarse la vida en el campo, casi siempre trapicheando con guardias corruptos.

En contraste con la miseria de los reclusos, los SS (v.), y en especial los oficiales, llevaban una existencia regalada que les compensaba sobradamente de su triste oficio. En sus banquetes no faltaban el champán francés, el jamón italiano, las salazones escandinavas y otras exquisiteces casi imposibles de encontrar ya en el mercado alemán. Estas golosinas llegaban a ellos a través del mercado negro por el tráfico de joyas y objetos valiosos confiscados a los prisioneros.

Cuando Himmler ordenó exterminar industrialmente a los judíos (19 de julio de 1942), las únicas instalaciones para el propósito eran las dos cámaras de Auschwitz (Casa Roja y Casa Blanca), que resultaban insuficientes.

El personal que regía estos campos no pasaba de una veintena de miembros de las SS, auxiliados por una cuarentena de kapos (v.) de variado origen: alemanes reclutados en las prisiones del Reich (hay que pensar que entre los de peor catadura) y ucranianos reclutados entre los prisioneros de guerra, todos previamente instruidos en el oficio en el campo de concentración de Trawniki.

Estos kapos se auxiliaban a su vez con más de cien judíos, cuyo cometido era extraer los cadáveres del crematorio, incinerarlos, moler los huesos (que servirían de abono) y clasificar las propiedades de los muertos para devolverlas a Alemania en el tren que trajera la siguiente remesa de judíos.

Fosa común en Bergen-Belsen.

Hornos crematorios.

Un campo de exterminio era el paraíso de los sádicos. El catálogo de los horrores que se desprende de los informes compilados tras la guerra es estremecedor.

Amon Göth, comandante del campo de Płaszów (Polonia), practicaba puntería con los presos desde el mirador de su casa (Spielberg reproduce la escena en La lista de Schlinder, 1993).

Karl Koch, comandante del campo de Buchenwald, inventó torturas como verter asfalto fundido en el ano a través de un embudo. Su atractiva esposa Ilse Koch (v.) hacía pantallas de lámparas con piel humana tatuada.

CAMPO DE TRÁNSITO (Durchgangslager; v. campos de concentración).

CANARIS, WILHELM (1887-1945). El almirante Canaris era pequeño, feo, moreno y de aspecto nada ario, pero atesoraba cualidades muy estimables, fina inteligencia y habilidad para la intriga. Había nacido en una familia de industriales acomodados que se preocuparon de que aprendiera inglés y español con vistas al negocio, pero él prefirió enrolarse en la Kaiserliche Marine del emperador Guillermo II.

Canaris comenzó la Gran Guerra como primer oficial a bordo del crucero Dresden, dedicado a la guerra de corso por los mares del Cono Sur. Después del hundimiento de la nave, Canaris quedó confinado en Chile, de donde se fugó para reintegrarse a Alemania después de pasar por Argentina y España. Terminó la guerra como comandante de submarino.

En los turbios años siguientes actuó como oficial de inteligencia en los Freikorps (v.) que luchaban contra los revolucionarios espartaquistas y comunistas en general.

La República de Weimar lo puso al mando del acorazado Schlesien (1922) y del crucero Berlín (1923).

Aunque no era nazi, Hitler le encomendó la dirección de la agencia de información militar Abwehr en 1935 (v.) fiado en sus cualidades y experiencia. Canaris comprendió que Hitler conducía a Alemania a una guerra destructiva que no podía ganar y se implicó primero en las conspiraciones de 1938 (v. atentados contra Hitler) y luego en la Operación Valquiria (1944).

Hitler confió a Canaris la misión de entrevistarse con Franco (v. Franco y Hitler) para solicitar el paso de tropas alemanas para conquistar Gibraltar (7 de diciembre de 1940). Incluso había fijado la fecha del 10 de enero de 1941 para el asalto a la roca.40

Cabe sospechar que Canaris hizo justamente lo contrario: advirtió a Franco de las fatales consecuencias que esa decisión acarrearía y lo informó sobre las contrapartidas que podía exigir a Hitler, en la seguridad de que no estaba en condiciones de otorgárselas.

A esta maniobra antihitleriana debemos sumar que, a lo largo de la guerra, el almirante Canaris cometió una serie de fallos de inteligencia que mueven a sospechar que se dejaba engañar por los aliados para terminar lo antes posible con el desastroso régimen del tirano.41

Almirante Canaris.

Keitel escribe en sus Memorias (1945): «Ahora dudo de que fuera Canaris la persona adecuada para esta misión [dirigir la Abwehr], pero parece haber disimulado muy bien durante años; supongo que no se esforzó en serio para convencer a España, sino que previno en contra nuestra a sus amigos de ese país».42 Preston, por su parte, cree que «la lista de la compra del Caudillo seguía siendo enorme, incluyendo vastos territorios coloniales franceses, y ahora Hitler no le ofrecía más que convertir Gibraltar en una base alemana y devolvérsela a España después de la guerra».43

Descubierto al final, Canaris fue ejecutado el 9 de abril de 1945 en el campo de concentración de Flossenbürg, colgado de una cuerda de piano para prolongar la agonía.

CANCILLERÍA (v. Nueva Cancillería).

CANFRANC, CONTRABANDO EN. La estación pirenaica de Canfranc, inaugurada conjuntamente en 1928 por Alfonso XIII y el presidente de la República francesa, parece más bien un palacio francés del siglo xix: un elegante edificio central entre modernista y art déco (columnas, yeserías, molduras, dorados…), en el que destaca un cuerpo central coronado por una cúpula de fundición que se prolonga, a un lado y a otro, en dos largas alas igualmente armónicas con cubiertas de pizarra (240 m de largo en total y 75 puertas) que acogen, en doble vía cubierta, a trenes enteros dispuestos en paralelo para que un ejército de porteadores trasvasen las mercancías de un convoy a otro.

De este modo laborioso se solventaba el problema de que España tuviera un ancho de vía diferente al de Europa (Rusia también, por cierto).

Además de los servicios normales de billetería, almacén, consigna, aduanas, cantina y enfermería, había en la estación un hotel de lujo, un casino y una sucursal del Banco de España.

Durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente entre 1940 y 1943, la estación de Canfranc vivió una actividad inusitada. Se calcula que entraban en Francia unas 1.200 toneladas de mercancías mensuales, principalmente víveres y materias primas procedentes de España, Portugal y América Latina con destino a Alemania, que, de ese modo, con España y Portugal como intermediarios, burlaba el bloqueo aliado.44

A cambio, llegaban cargamentos de oro procedentes de Suiza y destinados a los bancos de Portugal y de España.45

Aunque la estación estaba en terreno español, a 8 km de la raya fronteriza, hasta 1944 en la parte francesa se mantuvo un retén alemán que examinaba los cargamentos. Sus miembros residían en la fonda Marraco, donde también pernoctaban a veces camioneros suizos.

Por la parte española, la vigilancia la realizaban funcionarios de Aduanas apoyados por la Guardia Civil. A la población que vivía de la estación y sus servicios (pensiones, restaurantes, consignatarios aduaneros) se sumaba una crecida cantidad de espías de uno y otro bando.

Después del desembarco de Normandía, el tráfico en la estación entró en rápido declive y languideció hasta interrumpirse definitivamente el 27 de marzo de 1970, a raíz del descarrilamiento de un tren de mercancías francés en el puente de L’Estangue.

Entre julio de 1942 y diciembre de 1943 llegaron 45 convoyes que transportaban 86.552 toneladas de oro en lingotes. Seis de estos convoyes con 12 toneladas de oro destinadas a España («importación», aparece en el documento), y el resto en «tránsito» a Portugal, que recibió las 74 toneladas restantes del metal precioso.46

Estación de Canfranc.

De Canfranc a Madrid o a Lisboa las trasladaban camiones llegados de Suiza para ese menester (v. oro nazi en España).47

Después de la Guerra Mundial, los aliados estudiaron los documentos de Sofindus (v.) intervenidos en la embajada alemana en Madrid y en el consulado alemán de Barcelona, y estimaron que por Canfranc habían pasado 103,35 toneladas de oro (96,33 destinadas a Portugal y 7,02 a España). En el capítulo de las exportaciones se consigna el paso de «unas 8.500 toneladas de hierro, 430 de mineral de cromo, 645 de carbón y menores cantidades de estaño, cobre y manganeso», pero solo se mencionan 2 toneladas de wolframio.48

CAP ARCONA. El Cap Arcona fue un transatlántico de lujo de 27.572 toneladas, botado el 14 de mayo de 1927. Entre 1928 y 1939 cubrió la línea Hamburgo-Buenos Aires y se hizo famoso como die Königin des Südatlantiks («la reina del Atlántico Sur»).

Provisto de cuanto podía hacer más agradable la travesía, el Cap Arcona superaba a sus competidores. Fueron famosas su orquesta de música moderna (charlestón, swing, jazz —hasta su prohibición por los nazis—) y la coctelería de su bar.49

El 25 de agosto de 1939, de regreso de su viaje nonagésimo segundo, el Cap Arcona enfilaba la desembocadura del río Elba hacia su puerto base de Hamburgo, cuando su capitán recibió un mensaje de radio cifrado QWA 7 enviado por la Kriegsmarine (v.) a todos los buques alemanes:

Transmisión a todas las estaciones n.° 7. Abran el sobre lacrado de a bordo que contiene las instrucciones especiales para caso de guerra. Todas las medidas allí dispuestas deben seguirse en el acto. Todos los buques deben abandonar las rutas de navegación acostumbradas y seguir un rumbo entre 30 y 100 millas náuticas fuera de dichas zonas.50

Unos días después comenzó la guerra y el Cap Arcona se trasladó a Gotenhafen (hoy Gdynia), en la bahía de Dánzig, donde lo pintaron de gris militar y lo convirtieron en alojamiento de oficiales de la Kriegsmarine.

En este nuevo oficio, el Cap Arcona permaneció anclado en puerto mientras la guerra se prolongaba.

En 1942 sirvió de set para la película de Herbert Selpin, Titanic, de propaganda antibritánica, distribuida por la UFA (v. cine del Reich).

En 1944 se habilitó como transporte de tropas.

El 27 de febrero de 1945 asumió su mando el capitán Heinrich Bertram, al que se encomendó evacuar a los refugiados de Prusia Oriental, que huían ante el avance del Ejército Rojo.

En el plazo de un mes, el Cap Arcona llevó del puerto de Hela a Copenhague a unos 25.000 refugiados. Se disponía a realizar el cuarto viaje cuando sus turbinas fallaron y tuvo que fondear frente a Neustadt.

El siguiente servicio del malhadado Cap Arcona fue alinearse con las naves Thielbek, Athen y Deutschland para albergar a los miles de prisioneros evacuados de los campos de concentración (v.) de Neuengamme y Stutthof.

Desprovisto de sus muebles y elementos innecesarios, y fondeado lejos de la costa para evitar fugas, el antiguo transatlántico de lujo se había convertido en el pontón maloliente y siniestro que almacenaba unos miles de prisioneros hacinados a razón de una docena por camarote.

El 14 de abril de 1945 Himmler (v.) ordenó deshacerse de estos prisioneros en una «operación especial». Las naves saldrían a alta mar enarbolando la bandera de guerra de la Kriegsmarine para provocar su hundimiento por los aliados.

Los capitanes del Cap Arcona (Heinrich Bertram) y del Thielbek (John Jacobsen) se negaron. Fueron relevados del mando.

El 3 de mayo de 1945, con una bruma tan espesa que apenas permitía ver a 15 m de distancia, los barcos prisión se apartaron de la costa, enarbolaron bandera de combate y quedaron, como el arpa de Bécquer, esperando la mano de nieve de algún submarinista ruso que le enviara el torpedo fatal. La RAF se adelantó. A las 11:35, cazabombarderos Hawker Typhoon de la 263 Escuadrilla atacaron con cohetes a los buques fugitivos. El Cap Arcona encajó 63 impactos que lo convirtieron en un brasero. De los 4.350 prisioneros que llevaba a bordo sobrevivieron unos 350.

Los otros barcos cosecharon los mismos desastrosos resultados: la cifra total de muertos sobrepasó los 7.000.

CARINHALL. En las memorias de Emmy Göring, la segunda esposa del Reichsmarschall, leemos: «En 1933, paseando Hermann y yo un hermoso día de verano por su coto de caza, mi marido se detuvo de pronto en un verde claro del bosque limitado por dos estanques y recibió la inspiración de construirse allí mismo una cabaña».51 Apenas adquirida aquella finca, por casual donación del Estado prusiano, Göring (v.) encomendó al arquitecto Werner March la construcción de una cabaña de troncos al estilo tradicional sueco (gran chimenea de piedra, suelo de ladrillo, techo de paja) en la que instaló una rústica mesa de banquetes capaz para 20 invitados. Decenas de cornamentas de ciervo y reno por las paredes y pieles de oso sobre el suelo enladrillado denotaban su pasión por la caza.

El coto inicial, de 120 ha en el bosque de Schorfheide, poblado de ciervos, alces y jabalíes, entre los lagos Grosse Döllnsee y Wuckersee, a 65 km de Berlín, era una donación vitalicia del Estado prusiano a Göring, a la sazón su ministro presidente,52 pero Göring lo amplió a unos miles de hectáreas de reserva natural que en su calidad de montero mayor del Reich (Reichsjägermeister) y guardabosques del Reich repobló con bisontes, osos, uros y caballos salvajes.

La meteórica ascensión de Göring como segundo de Hitler en los años siguientes estimuló las apetencias megalómanas del parvenu que se manifestaron en dos sucesivas ampliaciones de la primitiva cabaña hasta convertirla en una soberbia mansión digna del príncipe del Renacimiento que el aviador aspiraba a ser.

Este nuevo Carinhall, inaugurado el 20 de julio de 1937, constaba de un pabellón central y dos laterales en torno a un amplio patio ajardinado, en cuyo centro destacaba un jabalí de bronce. A este complejo se añadió, en 1940, una prolongación del pabellón central y una nueva ala en torno a un segundo patio, lo que transformó la antigua planta en forma de U en una nueva planta parecida a una E. En total, eran más de 4.000 m2 de edificios que combinaban el lujo palaciego, visible en mármoles, marquetería de maderas finas, bronces dorados y candelabros de cristal, con cierta ruda añoranza del origen cinegético del conjunto perceptible en los muros de tosca mampostería de algunas salas también rematadas en vigas vistas que sostenían la techumbre y en la profusión de cornamentas de ciervos y alces, y otros trofeos venatorios. La mansión contaba también con su aeropuerto privado. No le faltaba un perejil.

Hitler y Göring en Carinhall.

En Carinhall se reflejaba el carácter fatuo y caprichoso de su dueño, que se consideraba un gran señor renacentista y un refinado sibarita: pasado el gran vestíbulo de estilo medieval, se accedía a una sala de recepciones de 288 m2 con enorme chimenea que ocupaba un testero y, en el opuesto, un órgano catedralicio cuyos tubos ascendían hasta el piso superior. En los muros, además de las vitrinas que contenían su colección de unas 120 medallas otorgadas por gobiernos amigos (entre ellos, la española de la Orden Imperial del Yugo y las Flechas), una confusa acumulación de obras de arte de primerísima categoría, óleos, tapices flamencos, esculturas y espejos, así como un ventanal panorámico deslizante abierto al lago.

«Me interesó la creciente fastuosidad de su casa —escribe el conde Ciano tras una visita—. Es inconcebible que en un país más o menos socializado pueda soportarse, sin protestas excesivas, el lujo extravagante de este sátrapa occidental».53

Cerca de este noble escenario de sus suntuosas fiestas estaba la sala de banquetes, con capacidad para 70 comensales, el cine, con 50 cómodas butacas, y la taberna bávara. Completaban el conjunto una bolera, un gimnasio con toda clase de instrumentos (muchos de ellos tan intactos como los del gimnasio del Titanic), una sauna, una piscina cubierta cuya temperatura se mantenía a 25 °C, un gabinete médico, otro odontológico, una sala de mapas, un despacho estilo tirolés, un foso para los leones, una sala de música de 154 m2, una sala de fiestas de 288 m2, una sala para las damas, una aparatosa biblioteca de 315 m2 con la altura de dos pisos, con lujosas encuadernaciones incluso para las populares novelas del Oeste de Karl May (el autor favorito de Hitler), dos gabinetes de 85 m2 cada uno, para exponer regalos oficiales, uno para los de plata y otro para los de oro, y una gran galería de 34 m de largo y 5 m de ancho con suelo de mármol, alfombra de una sola pieza y enormes ventanales (algo menores que los del Führer en el Berghof), cuyos cristales y persianas se accionaban eléctricamente. Añadamos a ello diez espaciosas habitaciones para invitados, cada cual con su baño.

Carinhall.

La parte más privada, en el piso superior, albergaba, entre otras estancias, el dormitorio del Reichsmarschall, con su inmensa cama con baldaquino y colchón de crin capaz de soportar sin desmayo los 160 kg del usuario, un baño climatizado y provisto de enorme bañera doble, duchas periféricas y taza de inodoro proporcionada a la magnitud del trasero del señor,54 una habitación de desayuno de 35 m2 y un salón privado de 150 m2.

En el ático, bajo el caballete del tejado, el ministro realizó un sueño de su infancia que mostraba orgullosamente a sus invitados: un complejo ferroviario en miniatura que ocupaba 240 m2, compuesto por 17 modelos de trenes que discurrían en 1.800 m de vías, organizados en seis anillos a lo largo de los cuales aparecían miniaturas de estaciones, apeaderos, aldeas y campos de labor. Estos trenes se accionaban desde un puesto de mando elevado en el que Göring se instalaba para dirigir el tráfico. Un dispositivo de cables elevados le permitía bombardear los convoyes desde unos aviones en miniatura.55

Un enterramiento faraónico

El conjunto de Carinhall se completaba con el mausoleo de Carin, primera esposa de Göring, construido en un claro del bosque cercano al lago. Los restos de Carin, rescatados del panteón familiar sueco (donde manos socialdemócratas habían arrancado la esvástica que decoraba su tumba), se trasladaron solemnemente a este santuario el 19 de julio de 1934, a los acordes de la marcha fúnebre de Wagner (v.), con un funeral de Estado más pagano que cristiano al que asistió el Gobierno en pleno, con el Führer a la cabeza, y hasta el cuerpo diplomático.

El monumental hipogeo, de granito rojo de Brandeburgo y rodeado con un círculo de menhires, disponía de una ventana en la cabecera cerrada con un grueso cristal azul que podía abrirse para airear el interior y contemplar el lago. En aquella tumba faraónica quería Göring reposar para la eternidad junto a su gran amor cuando Carinhall se convirtiera en museo y lugar de peregrinación de sus devotos y admiradores en el Reich milenario.56

La friolera de millones de marcos que costó construir el megalómano palacio de Göring la sufragó el Estado alemán con la justificación de que «no se edificó como residencia privada nuestra, sino como palacio representativo del Reich».57

Es cierto que el Reichsmarschall recibía en Carinhall a muchos dignatarios extranjeros y a muchos magnates de la industria comprometidos con el rearme del Reich, pero seguramente los hubiera podido recibir igualmente en su ministerio berlinés.

Göring acumuló en Carinhall su colección privada de arte (1.375 cuadros, 250 esculturas y 168 tapices),58 así como una enorme cantidad de bienes de consumo (joyas, vinos, perfumes, viandas) procedentes de los territorios ocupados por el Reich.

En 1945, cuando el Reich milenario (v.) comenzó a desmoronarse, Göring fletó tres trenes para evacuar sus tesoros a su chalet alpino de Berchtesgaden, el núcleo residencial nazi en los Alpes bávaros, convenientemente próximo a la frontera suiza.59

El 28 de abril de 1945 hizo que un equipo de demolición de la Luftwaffe (v.) dinamitara los edificios y el mausoleo de Carin para evitar que cayeran en manos del Ejército Rojo.60 Del posterior arrasamiento de aquellas ruinas por el Gobierno alemán en la década de 1960 solo restan las dos garitas que flanqueaban la carretera a la entrada de la finca, construidas en buena cantería, un reducido búnker refugio de cemento, medio lleno de escombros, y tres interesantes desnudos femeninos tamaño natural, obra de Arno Breker (v. Casa del Arte), que se encontraron en los años setenta en el lago de la finca. Ahora decoran el hotel campestre levantado en los antiguos terrenos de Carinhall.

El Gobierno alemán demolió en 1999 los restos del mausoleo de Carin, que iban camino de convertirse en lugar de peregrinación de los neonazis.

CASA DEL ARTE (Haus der Kunst, también Haus der Deutschen Kunst). En 1933 Hitler declaró Múnich capital del arte alemán y encomendó al famoso arquitecto Paul Ludwig Troost (1878-1934) el diseño de una «catedral del arte alemán» que representara la Edad de Oro inaugurada por el nazismo.

El edificio albergaría una «gran exposición anual» en la que las más recientes obras de artistas consagrados sirvieran de orientación a los nuevos al mostrarles los temas y estilos aprobados por el régimen.61

Año tras año, hasta 1944, la Casa del Arte alemán exhibió en sus salas la obra de artistas que aduladoramente adaptaban estilo y temática a los gustos pequeñoburgueses del tirano. El propio Hitler, en su condición de artista, intervenía en la selección de las obras con ayuda de su amigo, el fotógrafo Heinrich Hoffmann (v.), otro ignorante metido a perito. Aquella colección era, según la apreciación del cronista Shirer, «la peor morralla que se haya exhibido jamás en ningún país».62

Casa del Arte Alemán en Múnich.

La temática favorita del Führer no era excesivamente variada. Oscilaba entre la representación de robustos y rubios campesinos, expresión pictórica del pensamiento Blut und Boden (v. sangre y tierra), púdicos desnudos de muchachas destinadas a ser madres de los nuevos soldados y colonos del Reich y escenas cotidianas de esos soldados arios preparados para conquistar el Lebensraum (v. espacio vital) al que tiene derecho la raza superior. Bien puede decirse que fuera de esos temas de inspiración fijos (soldados, campesinos y desnudos), la creatividad de la época anterior se agostó en cuanto el palurdo pintorcillo austriaco dictó el canon.

Entre estos celebrados pintores del régimen que no faltaban a la cita anual de la Casa del Arte destacan:

En este apartado destacaron también importantes retratistas como Fritz Erler, Conrad Hommel, Franz Triebsch —autor de un notable retrato del Führer (1941)— y Heinrich Knirr, pintor de cámara de Hitler, cuya semblanza del Führer del año 1935, sacado de una foto de Hoffmann, se convirtió en el retrato oficial que presidía oficinas y centros gubernamentales.66

Comenzando por arriba: Familia Kahlenberg, de Adolf Wissel; Venus y Adonis, de Arthur Kampf; El Führer en el campo de batalla, de Conrad Hommel.

Entre los escultores que se esforzaron en reflejar el neoclasicismo nazi destacan Arno Breker, Josef Thorak y Fritz Klimsch.

CASA PARDA (Braunes Haus). La Casa Parda fue la sede central del partido nazi (v. NSDAP) en el número 45 de Brienner Strasse, Múnich, desde 1931. Era un palacio de estilo neoclásico algo pesado, construido en 1828, que había sido sede de la embajada italiana cuando Baviera era un Estado independiente. Los nazis lo compraron por la considerable suma de 805.864 marcos. Se hizo cargo de las reformas del edificio, con la inapreciable colaboración del propio Hitler como decorador de interiores, el industrial Fritz Thyssen (tío del esposo de Tita Cervera, y propietario de la estupenda y seguramente legítima colección Thyssen).

En aquel ilustre edificio tuvieron oficinas Hitler y su plana mayor. Göring (v.), más que oficina, se habilitó un apartamento al que se accedía directamente por ascensor desde el aparcamiento del sótano. Como el inmueble estaba situado frente a la nunciatura apostólica, los muniqueses lo llamaron Denunziatur, en el sentido de que allí se denunciaba a la gente.

¡Tantas vivencias, tanta historia acumulada entre sus venerables muros, para que en octubre de 1943 dos bombas aliadas de 500 kg la redujeran a escombros!

Casa Parda en Múnich.

CASO ALEMÁN. «¿Cómo puedes explicar que la mitad de la población de un país que produjo a Goethe y Schiller, a Beethoven y Bach, y las más hermosas ciudades antiguas y templos del saber, se dejase arrastrar por aquel demente?»71

«¿Cómo un candidato tan inverosímil pudo llegar al poder?»72

«¿Cómo explicamos que un hombre con tan escasas dotes intelectuales y capacidades sociales […] [pudiera] desplegar un efecto hipnótico tan inmenso como para que el mundo entero contuviera la respiración?»73

«¿Cómo se dejaron deslumbrar los cultos alemanes por un charlatán que continuamente manifestaba, con palabras y con hechos, su propósito de vulnerar los derechos humanos más elementales?»74

«¿Cómo pudieron seguir tan ciegamente al más burdo, más cruel y menos magnánimo conquistador que el mundo haya conocido, un sujeto desprovisto de valores morales, que despreciaba la debilidad y la compasión?»75

¿Qué es lo que impulsa a las masas a unirse en torno a un hombre y someterse a sus dictados?

Un interesante ensayo del filósofo y jurista Ben Novak nos propone una posible explicación a partir de la lógica, entendiendo por tal «la ciencia que expone las leyes, modos y formas del conocimiento científico».

Existen dos tipos de lógica universalmente admitidos, la deductiva y la inductiva, pero para encandilar al pueblo alemán, Hitler recurrió a un tercer tipo de lógica científicamente inadmisible: la abductiva.

Novak explica las diferencias por medio de sendos silogismos:

  1. La lógica deductiva nos propone: «Si todas las alubias de esta bolsa son blancas y estas alubias que tengo en la mano proceden de la bolsa, se deduce que estas alubias son blancas».
  2. La lógica inductiva propone: «Si este puñado de alubias que sostengo en la mano procede de esa bolsa y son blancas, ello me induce a pensar que todas las alubias de la bolsa son blancas».
  3. En el caso de la deductiva, la conclusión es absolutamente cierta; en el de la inductiva, no siempre lo es (un segundo puñado extraído de la bolsa podría contener alguna alubia negra).

Veamos ahora el silogismo que propone el método abductivo: «Todas las alubias de esta bolsa que hay sobre la mesa son blancas, y las alubias de este puñado que tengo en la mano son igualmente blancas. Eso quiere decir que proceden de la bolsa».

A poco que medite, el lector deducirá que el silogismo es falso porque nada indica que el puñado de alubias proceda de la bolsa. Bien pudiera proceder de otro lugar. Lo que hace la lógica abductiva es dar respuesta a un hecho mediante una explicación plausible que vulnera las leyes de la lógica, aunque en apariencia se somete a ellas.

Hitler usó esa lógica abductiva para persuadir al pueblo alemán del origen de los traumas que sufría desde el desastroso final de la Gran Guerra. Su razonamiento fue el siguiente…

—En 1918 teníamos ganada la guerra. Después de derrotar a los rusos y a los italianos, estábamos en condiciones de reforzar el frente occidental con los cientos de miles de soldados que esas victorias dejaban disponibles. Eso nos permitiría lanzar una gran ofensiva que nos llevaría a París y a la victoria final.

—Absolutamente razonable y lógico —respondería cualquier alemán.

Sin embargo, Alemania se rindió de pronto, de la noche a la mañana, contra toda lógica.

¿Qué había ocurrido?

Aquí actúa la lógica abductiva de Hitler: a falta de mejor explicación, los alemanes aceptarán que el increíble viraje se debió a una confabulación de fuerzas opuestas a la grandeza de Alemania (comunistas, socialistas, liberales, pacifistas y judíos).76

—Lo que malogró nuestra victoria fue una traición de nuestro Parlamento, dominado por judíos, comunistas y pacifistas. Ya sabéis lo que vino después: los aliados nos impusieron unas condiciones espantosas (v. puñalada trapera; Versalles, Tratado de).

Examinado de cerca, observamos que Hitler deduce un hecho a partir de suposiciones, sin prueba alguna. Los auditorios de Hitler no se pararon a examinarlo. Lo encontraron convincente. En el momento en que lo admitieron, todo encajó. La preclara inteligencia de Hitler lo había entendido y ahora extendía generosamente ese conocimiento a todos los alemanes.

Esa lógica abductiva hitleriana no aparece solo en los discursos. Le consagra el capítulo 10 de Mein Kampf (v.): «Las causas del desastre».

El razonamiento parece impecable:

¡Una conspiración contra Alemania! «Los pueblos que nos rodean no pueden soportar que seamos más inteligentes, más laboriosos, mejor organizados, más cultos, más de todo… ¡Y se confabulan para llevarnos a la perdición!»

Para Hitler los procedimientos que usa esa conspiración son variados, entre ellos el parlamentarismo liberal, que es un invento judío conchabado con el capitalismo internacional para asegurarse la dominación del mundo.

Hitler les contaba a los alemanes lo que querían oír: «Pertenecéis a la raza superior llamada a dominar el mundo. Vuestro actual estado de postración solo se debe a la puñalada por la espalda que os propinaron los demoliberales y los bolcheviques judíos en 1919. Votadme y os liberaré de la ignominia del Tratado de Versalles y conduciré a la grandeza y a la prosperidad que Alemania merece».

Con un parco ajuar ideológico basado en razonamientos falsos (la lógica abductiva) y sus excepcionales dotes de charlatán, incrementadas por el aparato propagandístico más avanzado de su tiempo (v. propaganda), el antiguo vagabundo se metió en el bolsillo a la nación alemana.

Aquí aparece el hipnótico efecto de la masa, algo como una corriente eléctrica que recorre a los asistentes y provoca en ellos una especie de trance, aquí los himnos, aquí el coreo de consignas, aquí el Sieg Heil! (v.) en miles de gargantas…, y los camisas pardas (v.) salen del local como miuras del toril dispuestos a comerse el mundo.

El mensaje era efectivo, pero Hitler no se contentó con solo eso, sino que envolvió sus mítines con una liturgia espectacular de uniformes, himnos, banderas, desfiles y música…, espectáculo, en suma, que los otros partidos no eran capaces de ofrecer. Tan espectáculo que incluso los asistentes pagaban por entrar como el que va al circo, una entrada para financiar los gastos del partido y la publicidad que se le daba al mitin en la prensa, cervezas aparte. Ese es probablemente el motivo por el que en sus inicios jamás posó para una fotografía: «El que quiera saber cómo soy, que se rasque el bolsillo y acuda a un mitin».

Cuando consideró el partido (v. NSDAP) suficientemente fuerte, levantó la prohibición, pero consciente de la importancia de su propia imagen cedió la exclusiva a su amigo el fotógrafo Hoffmann (v.) y percibió derechos por ellas (especialmente por su reproducción en los sellos de correos, ya ascendido a Führer de Alemania).

Diversos autores han tendido Alemania en el diván del psicólogo para intentar despejar los interrogantes que planteábamos al principio, cómo este sujeto tan escaso de credenciales llegó a líder indiscutido y todopoderoso de una nación culta y moderna.

Para Vallejo-Nájera, los alemanes proyectaron sus anhelos en la persona del líder que les prometía satisfacerlos. Estos deseos, en parte conscientes, pero también inconscientes, se polarizaron en:

  1. La búsqueda de seguridad. Se obedece para sentirse protegido.
  2. Resentimientos y deseos de revancha. Se unen y obedecen para ser más potentes en la agresión. Diversas coyunturas históricas hacen que estos sentimientos no sean apremiantes o que surjan con gran ímpetu.

«La manipulación de las ideas colectivas es mucho más fácil desde una dictadura, o, al menos, desde el control masivo de los medios de difusión (como hoy intentan, y van logrando, ciertos sectores extremistas en las sociedades “libres”). Un “clásico” del tema será para siempre la incrementación artificial del carisma en el fenómeno político-publicitario más fascinante y aterrador de nuestro siglo: Adolfo Hitler.»78

«Los alemanes que prefieren el orden a la libertad, y cuya pasión es la obediencia, se sintieron felices de tener que encuadrarse en la supraordenación y subordinación […]. Hitler conquistó el alma del pequeñoburgués y le restituyó su orgullo en forma de títulos, uniformes y desfiles.»79

El alemán se sintió feliz cuando renunció a su individualidad y libertad para integrarse en el hormiguero, en la colmena, en el anonimato de la colectividad, en la resignación de ser mero comparsa en la brillante, magnífica, esplendorosa ópera alemana (v.).

Es lo que el filósofo José Antonio Marina llama alucinación patriótica: el hecho de escuchar voces internas procedentes de una entidad política sacralizada, que incitan a cometer determinados comportamientos y que resultan refractarias a toda argumentación».80

Kershaw cree que «el hechizo hipnótico de Hitler provenía de la fuerza viva de su convencimiento», de su inquebrantable voluntad, de su tenacidad en la persecución de sus metas.

«La fascinación por Hitler y sus exigencias no era solamente sadismo, sino también masoquismo, el placer de la sumisión.»81

Esa humildad de rebaño, esa «innata voluntad de obediencia»82 era compatible con el orgullo de pertenecer al mejor rebaño de la tierra, al rebaño ario, a un rebaño guerrero que, siéndolo, aspiraba a recuperar su autoestima tan vilmente humillada por los traidores que le asestaron la puñalada trapera y Versalles, ese anhelo «que yacía dormido en lo más profundo del alma del pueblo alemán».83

Cegados por el esplendor de ese futuro, los alemanes vendieron su alma como Fausto (un mito muy goethiano y germánico) y se convirtieron en cómplices de la barbarie que predicaba su nuevo mesías.84

Con esos falsos razonamientos y un afán de disciplina muy adecuado para el carácter alemán, Hitler se ganó la voluntad de los alemanes de todas las clases sociales.

En las declaraciones del industrial Alfried Krupp von Bohlen, acusado de haber empleado a miles de esclavos en sus fábricas, leemos: «Al principio, mi familia votaba por el Deutschnationale Volkspartei [Partido Nacional del Pueblo Alemán], pero el ala conservadora no podía gobernar el país, eran demasiado débiles, por eso mi familia se declaró partidaria de Hitler, porque la economía necesita un desarrollo sano y progresivo. En la República de Weimar los numerosos partidos políticos sembraban el desorden luchando entre ellos, lo que imposibilitaba toda actividad constructiva […]. Hitler poseía un plan y sabía actuar».

Ese fue el secreto: los alemanes hicieron suyo el plan del visionario y siguieron los acordes del flautista de Hamelín que los condujo a la ruina.

CAZA DE SABIOS ALEMANES. Tanta publicidad de Goebbels (v.) sobre las Wunderwaffen (v. armas milagrosas) hizo mella en el ánimo de los aliados. Esta vez los alemanes no iban de farol, como con el ejército fantasma de Werewolf (también Werwolf, v.), que supuestamente resistiría en las montañas tirolesas. Muy al contrario, las armas milagrosas existían, los aliados las habían padecido por tierra, mar y aire, y solo las estaban venciendo a costa de grandes esfuerzos y pérdidas difícilmente soportables.85

Bombas teledirigidas, submarinos,86 aviones que parecían extraídos de novelas futuristas, ¿qué más guardarían los alemanes en sus bases secretas y sobre los tableros de dibujo de sus ingenieros?

Antes de invadir Alemania, la Joint Intelligence Objectives Agency (JIOA, Agencia de Objetivos de Inteligencia americana) planeó capturar a los científicos y técnicos alemanes más punteros (Operación Paperclip).87

El plan tuvo más éxito del esperado, porque muchos científicos y técnicos alemanes, quizá unos 1.500, prefirieron entregarse a los americanos antes que a los soviéticos, cuya notable falta de modales divulgaba el bueno de Goebbels día sí, día también.

Por la parte soviética, la situación era similar: equipos de científicos acompañaban el avance de las tropas para hacerse con los secretos armamentísticos alemanes y con sus creadores.

Las urgencias de Stalin por llegar el primero a Berlín no las dictaba solo el afán de conquistar la capital enemiga y capturar a Hitler, si fuera posible, sino la ambición de apoderarse de la Kaiser Wilhelm Gesellschaft (v.), la institución puntera de la ciencia alemana, con sus equipos de investigadores.88

Los británicos, por su parte, habían formado una unidad secreta, la T-Force (unos 3.000 hombres divididos en varios comandos), cuya misión consistía en «identificar, asegurar, guardar y recuperar cualquier información, equipo o personas que pudieran resultar valiosos para los ejércitos aliados», educada expresión en la que debemos entender «para casa». Los ingleses estaban especialmente interesados en lo referente a los cohetes V-2 y el reactor nuclear de Haigerloch.

Aparte de estos objetivos, los comandos británicos debían arramblar con cualquier industria que pudiera competir con el Reino Unido en tiempos de paz, y en el caso de que no fuera posible desmantelarla, deberían destruirla para evitar que cayera en manos de los rusos.89

En el campo opuesto, el alemán, unos 10.000 científicos, ingenieros y técnicos alemanes, que veían la guerra perdida y un futuro problemático en la Alemania derrotada y arrasada, empezaban a considerar la posibilidad de poner sus conocimientos al servicio del enemigo.

¿De cuál de los cuatro? La elección estaba clara: los americanos. Aquellos muchachos noblotes llegados del otro lado del océano eran los más solventes y serían los más inclinados a tratarlos bien, dado que carecían de motivos para guardarles rencor.

Ese fue el razonamiento que se hizo el general SS (v.) Hans Kammler, responsable del complejo subterráneo de Mittelwerk (v.), donde se fabricaba el V-2. A finales de marzo de 1945, seleccionó a los 500 empleados más valiosos de la fábrica (entre ellos Wernher von Braun [v.], Walter Dornberger y Krafft Arnold Ehricke), fletó un tren, los trasladó a los Alpes bávaros y los confinó en un hotel. A continuación, reunió 14 toneladas de documentos relacionados con diversos proyectos secretos, entre ellos el del V-2, y los ocultó en una mina de sal abandonada de Dornten, tras lo cual dinamitó la entrada (3 de abril de 1945).

Con esas dos bazas en la mano, Kammler negoció con los americanos: «Os entrego los científicos y los papeles secretos, y vosotros me dejáis libre bajo falsa identidad». Eso acordaron.90

Wernher von Braun y el equipo de científicos y técnicos entregados a los americanos.

Los americanos no solo tuvieron a Braun y compañía, sino los propios cohetes. El 11 de abril de 1945 llegaron en su avance al complejo de Mittelwerk, entraron en los túneles y quedaron asombrados ante la magnitud del hallazgo: decenas de cohetes V2 en distinta fase de producción y una ingente cantidad de máquinas, herramientas e instalaciones fabriles. «Era como entrar en la cueva de Ali Babá», comentó el oficial al mando.

Según lo tratado por los líderes aliados en Postdam (v.), Mittelwerk caía en la zona rusa. Antes de entregárselo a los hombres de Stalin, los americanos trabajaron día y noche para desmantelar equipos y componentes y llevarlos al puerto de Amberes, desde el que embarcaron unos cien V-2 en 16 barcos tipo Liberty que pusieron rumbo a EE. UU. Cuando los rusos exploraron los túneles no encontraron nada, ni la escobilla del retrete.

Braun y sus colaboradores, todos provistos de una carta de protección (Schutzbrief) que los ponía a resguardo de cualquier inclemencia judicial, recibieron contratos de trabajo como «empleados especiales del Departamento de Guerra». En EE. UU. adoptaron el modo de vida americano con el aplauso de sus esposas, que lo encontraban más cómodo y relajado que el modo de vida nazi. Volvían a ser individuos particulares en lugar de abejas obreras al servicio de la colmena nazi y de sus zánganos de camisa parda.

Hablemos ahora de los rusos. El principal interés de los soviéticos radicaba en la bomba atómica, de la que tenían noticias por espías introducidos en el Proyecto Manhattan americano, pero también les interesaban los cohetes V-2, de los que capturaron algunos ejemplares en su avance.

A Stalin no le fue tan bien como esperaba. Antes de que cesaran los tiros, sus tropas ocuparon el imponente edificio de la Kaiser Wilhelm Gesellschaft de Berlín, pero se llevaron una decepción. Su departamento más interesante, el de Física (en el que radicaba la investigación atómica), se había trasladado dos años atrás a Hechingen, en el límite de la Selva Negra.

—¿Y eso? —le preguntaron al conserje.

—Para escapar de los molestos bombardeos. Venían los ingleses por la noche y los Amerikaner por la mañana. Era un no parar.

Esta circunstancia puso en manos de los estadounidenses a casi todos los científicos atómicos de Alemania. No obstante, los rusos también alcanzaron su cuota. El coronel general Zavenyaguin, encargado de requisar cuanto tuviera relación con la investigación nuclear alemana, llegó a Berlín el 3 de mayo de 1945 asistido por un nutrido séquito de físicos nucleares soviéticos.

En los días siguientes, Peter Adolf Thiessen, director del Kaiser Wilhelm Institut für Physikalische Chemie und Elektrochemie (KWIPC), y Manfred von Ardenne, director del Forschungslaboratorium für Elektronenphysik, recibieron la visita de tres eminentes colegas rusos, los físicos nucleares Gueorgui Fliórov, Lev Artsimóvich y Yuli Jaritón, que, ascendidos al rango de coroneles de la NKVD, acompañaban a las tropas para hacerse cargo del botín científico.

En amistosas conversaciones en torno a un generoso suministro de vodka y caviar, los coroneles de anchas hombreras les pintaban con atractivos colores el paraíso soviético y lo bien que se trabajaba allí, mimados por Stalin, el gran protector de las ciencias y de las artes.

Persuadidos o resignados, Thiessen, Ardenne y unos cuantos centenares de científicos e ingenieros alemanes aceptaron colaborar con los rusos. Entre ellos figuraba también uno de los más valiosos técnicos del equipo de Braun, Helmut Gröttrup, que probablemente estaba un poco harto de vivir a la sombra del jefe.

El periodo de cortejo terminó el 17 de abril de 1946, cuando Stalin decidió que ya era hora de consumar y emitió el decreto n.° 874-366ss, que ordenaba al Ministerio de Aviación deportar a Rusia a 1.400 ingenieros y técnicos alemanes junto con sus familias, en total unas 3.500 personas (Operación Osoaviakhim). Para que la deportación pareciera una mudanza, se permitió que los afectados llevaran consigo muebles y enseres domésticos.

Repartidos en varios centros de investigación, los alemanes trabajaron para Stalin en materias tan variadas como misiles guiados, combustibles sólidos para cohetes, radares, giróscopos y sistemas de navegación.

No les fue mal. «En Rusia nos dieron un piso mucho más grande y bonito que el nuestro, una vida sin restricciones en unos parajes maravillosos, en una ciudad estupenda, rodeados de gente amable y atenta. La única pega es que no sabíamos cuándo podríamos regresar a nuestro país…, simplemente cuando quería sentirme libre por un momento, intentaba escaparme por la puerta de atrás. ¡Imposible! Me topaba con el cañón de un arma y una cara ancha de soldado que me decía secamente: Nyet91

No fue un cautiverio largo. Algunos regresaron en 1950 y, otros, diez años después, entre ellos Nikolaus Riehl, director de la sede científica de Auergesellschaft, el órgano que estudiaba lo referente al uranio, y persona principal en la obtención de la bomba atómica soviética.92

Todos felices, americanos y soviéticos tuvieron sus bombas atómicas y los cohetes para transportarlas al otro cabo del mundo, sin cuyo concurso la Guerra Fría que siguió habría quedado como descafeinada y falta de chicha. ¡Al final, la ciencia y la técnica alemanas no cayeron en saco roto!

Posdata: España también recibió algo de rebote. El diseñador Willy Messerschmitt se estableció en Sevilla y diseñó para Hispano Aviación nuestro primer cazarreactor, el H-200 Saeta (1955).

CENSURA. Fue subir Hitler al poder y acabarse la libertad de prensa, e incluso la de opinión. En 1933, el escritor judío Victor Klemperer (v. diarios de la época nazi) anota en su diario: «Ya no hay carta, conversación telefónica o palabra dicha en la calle que no pueda ser objeto de denuncia. Todos temen que el otro pueda ser un traidor o un espía».

Una ley del 20 de diciembre de 1934 declaró delito cualquier chiste contrario al Gobierno o al partido, porque podría considerarse una «declaración de odio» (¿les suena?). Otra ley «contra rumores maliciosos» englobaba cualquier comentario crítico sobre la situación política o militar.

Josep Roth, el mejor periodista de Alemania, se exilió en París: «La prensa alemana ya no se dedica a publicar lo que ocurre, sino a ocultarlo», explicó su decisión.

Goebbels (v.) impuso un férreo control de la prensa, los libros, el arte, la música, el cine y la radio. Esta censura alcanzó retrospectivamente a la producción editorial de todo lo que el ministro consideraba nocivo (v. quema de libros).

Luis Abeytúa (v. corresponsales españoles en Berlín), empleado en la agencia de noticias Transocean, escribe al respecto: «También la prensa llevaba el uniforme pardo y arrastraba en Alemania la oprobiosa condición del esclavo. Los diarios no se diferenciaban en nada de una gaceta oficial […], el ejercicio de la crítica, aunque fuese sana y constructiva, estaba proscrito de sus páginas. Esto les daba una monotonía insufrible. Podían recorrerse todos los diarios matutinos sin encontrar un rasgo de originalidad, ya que no podemos calificar de tal la procacidad de los artículos que el doctor Ley publicaba en el Angriff (v.) ni los eructos pseudoliterarios del Stürmer (v.). Me inspiraban compasión los redactores que se devanaban los sesos para dar cierta variedad a los rotativos. Si se leía en los titulares del Deutsche Allgemeine Zeitung “Terrible ataque contra Cardiff”, decía el Völkischer Beobachter (v.): “Ataque formidable contra Cardiff”.»93

Foto censurada porque Hitler aparecía con gafas.

La censura y la persecución de opiniones contrarias al régimen se exacerbó con la guerra, especialmente a medida que esta se prolongaba y la población intuía el desastrado final. Entonces menudearon las condenas a muerte a los derrotistas que dudaban de la victoria por un nuevo delito, Wehrkraftzersetzung (algo así como «desanimadores de las fuerzas en lucha»), penado con la muerte, al igual que hacer chistes «derrotistas» (v. humor en los tiempos revueltos) o escuchar emisoras enemigas.94

A medida que la guerra se alargaba y la suerte de Alemania empeoraba, creció el número de los desencantados con Hitler que sintonizaban las emisoras enemigas en busca de noticias fidedignas de lo que estaba ocurriendo. La censura alemana ideó un nombre para esos peligrosos transgresores: Feindhörer («el que escucha emisiones de radio del enemigo» [v. Abhörverbrecher]). Como era un delito que se castigaba con pena de muerte, a veces se producían situaciones ridículas. «Una familia de rancio abolengo recibió la comunicación oficial de que su hijo soldado había muerto en acción. Encargó solemnes funerales y avisó a sus numerosas amistades de la fecha e iglesia en que se celebrarían. El día anterior a las exequias oyeron el nombre del supuesto caído en una lista de prisioneros transmitida en el programa de lengua alemana de la BBC inglesa. ¿Qué hacer? Suspender los oficios equivalía a confesar que escuchaban la radio del enemigo. El párroco opinó que no debían hacerlo; no faltaban muertos en cuya intención ofrecer la ceremonia. Se hizo así y no asistió nadie. Todos los amigos de la familia habían escuchado la emisión vedada.»95

CERTIFICADO ARIO (Ariernachweis). Un documento que certificaba la limpieza de sangre del titular y su ausencia de contaminación mestiza. Se exigía a miembros de las SS (v.), médicos, abogados, científicos, profesores universitarios y funcionarios en general. Para obtenerlo había que presentar en la oficina expedidora siete certificados de nacimiento o bautismo (del interesado, de sus padres y de los cuatro abuelos) y tres certificados de matrimonio (de los padres y de los cuatro abuelos). Los certificados los expedía el registro civil o la iglesia donde se hubiera bautizado o casado el sujeto.

CHECAS NAZIS (v. Campos de concentración).

CHRISTLICH-SOZIALER VOLKSDIENST (CSVD, Servicio Social Cristiano Popular; v. Iglesia).

CINE DEL REICH. El íntimo regusto masoquista que anida en el alma alemana se manifestó, después de la humillante y desconcertante derrota de Alemania en la Gran Guerra, en una eclosión artística sin precedentes que afectó a las artes plásticas (v. Casa del Arte), a la literatura y al cine.

El decenio de los años veinte trajo el espléndido cine expresionista con temas preferentemente de asesinatos y horror,96 al que siguieron tres tendencias:

Los problemas económicos del país (inflación, desempleo, descapitalización) afectaban gravemente a la industria cinematográfica: demasiadas empresas subsistían precariamente sin elevar el vuelo.

La llegada del cine sonoro y el éxito de una de sus primeras producciones, Der blaue Engel (El Ángel Azul, 1930), de Josef von Sternberg, protagonizada por Marlene Dietrich (v.), abrió una nueva etapa en el cine alemán, coincidiendo con una mayor estabilidad económica de sus productores.

Y de pronto, como una piedra lanzada a un tranquilo estanque de croadoras ranas, irrumpe el doctor Goebbels (v.) con paso firme y descompuesto para agrupar todas esas tendencias creativas en solo una: el cine nacionalsocialista.98

Cine nazi

Así denominamos las 1.200 películas producidas en Alemania durante el nazismo. De ellas, unas 40 están prohibidas o son de circulación restringida a los estudiosos. Un abuso, lo sé.99

Consciente de la potencia propagandista del cine,100 Goebbels impulsó una restrictiva ley del cine (Lichtspielgesetz, 16 de febrero de 1934) en virtud de la cual la producción alemana del séptimo arte se supeditaba a la línea política nazi (v. Gleichschaltung) bajo la gestión de cuatro organismos:

Después, no satisfecho con ese férreo control, Goebbels impulsó la virtual nacionalización del cine.104

Este giro liberticida y el encorsetamiento de una industria hasta entonces libérrima provocó una migración de las gentes del cine a los estudios de Hollywood,105 Viena, París y Praga. La propaganda negativa de los exiliados acarreó, además, cierto boicot de las películas alemanas en el extranjero, atribuido, con alguna razón, a los judíos.106

Hitler y Goebbels en los estudios de la UFA.

Inasequible al desaliento, Goebbels prosiguió con sus planes e impuso al cine alemán dos orientaciones:

El cine de evasión alemán había competido desfavorablemente con el de Hollywood desde la invención del medio. Goebbels terminó con el problema en 1936, al prohibir la importación de películas extranjeras (excepto las que llegaban para deleite del Führer y la cúpula nazi).

La producción de filmes de mero entretenimiento aumentó en los años de la guerra para distraer al público de los trabajos y penas cotidianos.107 Goebbels cuidó de que el mensaje político se disimulara en el jarabe del humor (Las aventuras del barón Münchhausen, Josef von Báky, 1943), historias de amor (con gran abundancia de héroes de uniforme), comedias entretenidas o con grandes cuadros de ballet moderno y exhibición de nalgamen al estilo de Hollywood: un escapismo a la ficción rosa con alguna ocasional coz a los demonios del régimen (judíos, demócratas, bolcheviques, pacifistas y demás ralea).

El cine deseducativo produjo a su vez varios tipos de películas:

  1. Parteifilm (cine del partido). Empezó con una trilogía de los mártires del nazismo.108
  2. Cine patriótico: El traidor (1936) narra la historia de un ingeniero que, abrumado de deudas dimanantes de una esposa manirrota (Lída Baarová [v.], precisamente), vende al enemigo planos de tanques y aviones, y acaba en la guillotina. El género se intensificaría con los primeros años de la guerra, cuando los alemanes la iban ganando; después, Goebbels optó por temas escapistas.109

    Carl Peters (1941), de Herbert Selpin, cuenta la peripecia de un patriota que intenta conquistar en África la Lebensraum (v. espacio vital) que Alemania necesita imperiosamente, pero su esfuerzo se ve torpedeado por los perversos judíos del interior y por los taimados ingleses del exterior.

    Entre las películas de propaganda, destaca El gran rey (1942), de Veit Harlan, una biografía de Federico II el Grande (v.), el personaje tan admirado por Hitler.

    GPU (traducida en español como Terror, 1942), de Karl Ritter, devoto nazi, torpe director, que pergeña una denuncia de los horrores de la policía soviética con unos malos tan malos que provocan la hilaridad del espectador.

  3. Películas antisemitas: retratos, más bien daguerrotipos, de los judíos como el veneno corruptor de la sociedad y origen de todos los males. La saga se inaugura con Leinen aus Irland [Lino de Irlanda, 1940], de Heinz Helbig, en la que un especulador judío arruina el mercado textil de Praga, y continúa con el documental El judío eterno (1940), de Fritz Hippler, una confrontación razonada de las virtudes arias con los turbios instintos judíos y sus estafas, incluida la «pseudociencia» de Albert Einstein.

    El mayor éxito del cine antisemita fue El judío Süss (1940), de Veit Harlan, adecuada réplica a otra película inglesa del mismo título dirigida por Michael Balcon en 1934 que trataba bien a los judíos. Las dos películas glosan la vida de Joseph Süss Oppenheimer (1698-1738), el recaudador o ministro de Hacienda del duque Carlos Alejandro de Wurtemberg, que con las vueltas de la vida acabó ahorcado.

    En la versión alemana, el taimado personaje se encapricha de Dorotea, una honesta aria a la que viola mientras sus esbirros retienen y maltratan al marido. La muerte del duque deja al malvado sin protector y a merced de los justicieros aldeanos.110

  4. Documentales de propaganda (género en el que brillan con luz propia las creaciones de Leni Riefenstahl)111 o manipuladores de opinión. Además de las cotidianas reseñas del noticiario nazi (Die Deutsche Wochenschau),112 proyectado obligatoriamente en los cines antes de las películas, cabe resaltar los documentales justificativos de las leyes eugenésicas (v. eugenesia).113 Estos productos llegaban a los lugares más apartados del Reich gracias a los 300 camiones de proyección y dos trenes fletados del Reichspropagandaleitung (Departamento de la Propaganda Política).

Los panfletos antisemitas y las películas intensamente patrióticas alcanzaron quizá el 25 % de la producción cinematográfica en la era nazi. La progresión de la guerra, con un pueblo hambriento que pasaba la noche en incómodos y malolientes refugios para seguir trabajando a la mañana siguiente en turnos de diez horas, aconsejó la producción masiva de comedias de evasión, «un mundo artificial perfecto, casi onírico, de sonrisas forzadas y finales siempre felices».114 A este periodo pertenece La mujer de mis sueños (1944), de Georg Jacoby, protagonizada por Marika Rökk.

El canto de cisne del cine nazi es una impresionante superproducción con la que Goebbels quiso superar la mítica Lo que el viento se llevó (1939), aunque en clave patriótica alemana, tan necesaria en aquellas circunstancias: Kolberg (1945), de Veit Harlan, una recreación de la heroica resistencia del pueblo de Kolberg a las fuerzas de Napoleón que lo asedian sometiéndolo a intenso bombardeo. El paralelo con la situación alemana de 1944 era evidente, y el interés político de la película, tan alto que les compensó distraer a unos 10.000 soldados del frente para que hicieran de extras en las espectaculares escenas de la batalla.115

La mujer de mis sueños.

Incluso en esos apurados momentos, con el crepúsculo de los dioses definitivamente abatido sobre el Reich milenario (v.), cuando se rebañaba la retaguardia para enviar a los emboscados al frente, Goebbels tuvo el gesto histórico (todo lo hacía mirando a la historia, el perillán) de pergeñar una Gottbegnadeten-Liste (Lista de dotados con la gracia de Dios, 30 de noviembre de 1944): un documento de 36 páginas con los nombres de 1.024 artistas que debían conservarse lejos de las balas (aunque cerca de las bombas angloamericanas) por ser «patrimonio nacional». Uno de los elegidos fue el joven director y oportunistamente nazi Herbert von Karajan, el hombre que dirigía en trance mediúmnico, los ojos cerrados, el que comparte con Rocío Jurado el título del más grande.116

El star system alemán

Después de la desbandada de actores que siguió a la irrupción de los nazis, Goebbels se esforzó en construir un star system al estilo de Hollywood, especialmente con cuadros coreográficos abundantes en muslamen estilo Juleny Favela y con las actrices cantantes despampanantes que tanto le gustaban (y al propio tiempo se proporcionó un propicio caladero en el que compensar sus propios atrasos sexuales).

Las actrices más destacadas de estas edulcoradas comedias fueron:

Lída Baarová (v.). La amante de Goebbels que requiere su propio artículo.

Zarah Leander (1907-1981).117 Sólida Ersatz («sucedáneo») de la otra sueca, la Garbo, arrebatada por los de Hollywood, esta sueca de pastosa y sensual voz de contralto y gran presencia escénica cautivó a los alemanes y los ayudó a sobrellevar las fatigas de la guerra.

La especialidad de la Leander eran los papeles de mujer seductora, casi fatal, que una vez captada la presa masculina resultaba ser la perfecta esposa nazi, obediente y hogareña. Parece que en su vida privada lo era, una mujer nada veleidosa y pendiente del marido y de los hijos. Alemania la adoraba y ella se dejaba querer, pero llegó un momento en que, viéndolas venir (los bombardeos habían afectado su residencia berlinesa, Villa Grunewald, en Max-Eyth-Strasse, 12b), dijo adiós a todo eso (1943) y regresó a Suecia desentendida del nazismo.118 El historiador ruso Arkadij Waxberg cree que Zarah Leander y Marika Rökk espiaron para los rusos.119

Renate Müller (1906-1937). El prototipo de la mujer aria, guapa, rubia, de ojos azules y de carácter firme, triunfó en una docena de películas como Víctor y Victoria (Reinhold Schünzel, 1936), donde viste de algo que se parece a una andaluza en un decorado de plaza de toros.120 También dio vida al panfleto propagandístico Togger (1937), de Jürgen von Alten, del que no quedó muy satisfecha.

El 3 de abril de 1937, Goebbels escribió en su diario: «Renate me cuenta de su aflicción. Es una mujer enferma»; el 25 de junio escribe: «Renate Müller. La ayudo». El 7 de octubre de 1937 estaba internada en una clínica de Augsburger Strasse para una pequeña intervención quirúrgica en la rodilla o desintoxicándose de su adicción a las drogas y al alcohol, y se cayó accidentalmente o la empujaron por la ventana de un tercer piso. Murió en el acto.121

Marika Rökk (1913-2004).122 La Ginger Rogers de la UFA. Versátil actriz de musical, menuda, guapita, pizpireta y gran bailarina de claqué con propensión a exhibir un pasable muslamen excesivamente musculado. Antes de triunfar en Alemania había bailado en el Moulin Rouge de París. Protagonizó la primera película en color del cine alemán, la comedia Las mujeres son mejores diplomáticas (Georg Jacoby, 1941).

Elisabeth Kalhammer, sirvienta de Hitler en el Berghof (v.), declaró, ya en su vejez, que el Führer «estaba totalmente hechizado por Marika Rökk».

En sus memorias Herz mit Paprika [Corazón con paprika, 1974], cuenta que Hitler le besó la mano cortésmente y alabó la flexibilidad de la «pequeña húngara capaz de cualquier acrobacia».

Kristina Söderbaum (1912-2001). Sueca, representó a veces el papel de la perfecta esposa aria, sufrida, amable, trabajadora y sumisa, aunque en algunas películas no soportaba tanta mansedumbre y se suicidaba arrojándose al agua, lo que le valió el sobrenombre de Reichswasserleiche (Cadáver Flotante del Reich).

Ilse Werner (1921-2005).123 Holandesa de nación, pero aria irreprochable, rubia, ojos azules, discreta de hechuras. La quisieron captar los tiburones de Hollywood (1938), pero la madre de la folclórica se negó, velando por su recato.

Tenía la habilidad de silbar como un campesino canario, gomero concretamente, y la lucía en todas las películas como aderezo indispensable de su palmito. A los auditorios de entonces les parecía sexi, hoy parece más propio de marimacho.

Mencionemos también algunos actores importantes:

Gustaf Gründgens (1899-1963). Gran actor de teatro con memorables encarnaciones de Hamlet y Mefistófeles, el demonio que negocia con Fausto. Luego pasó a dirigir películas con gran éxito. Inspiró la novela Mephisto, de su cuñado (y amante) Klaus Mann.124

Johannes Heesters (1903-2011). Cantante de opereta holandés que hizo muchas películas bajo el nazismo y en la posguerra. Fue el intérprete ideal de la opereta favorita de Hitler, La viuda alegre (v. biblioteca de Hitler), motivo por el cual el Führer, «un gran tipo» según él, lo halagó y lo colmó de regalos. Vivió 108 años.

Ferdinand Marian (1902-1946). El papel del judío Süss en la famosa película antisemita lo persiguió toda su vida y es el caso, ironías de la vida, que no era antisemita en absoluto, que se casó con una pianista judía, Irene Saaer, y que ocultó a un judío fugitivo de los nazis. En la posguerra le prohibieron actuar. Es posible que el accidente de coche en el que falleció fuera un suicidio.

Películas españolas rodadas en Alemania

—Todo está en contra nuestra —le dijo Franco (v. Franco y Hitler) a su señora—: la industria, las minas, la marina de guerra y hasta el cine.

—¿El cine, Paco?

—Lo que oyes.

En efecto, los únicos laboratorios cinematográficos de España, Madrid y Barcelona habían quedado en la zona roja. Hasta que fueran liberados, la zona nacional no podría rodar películas, el cotidiano sustento del pueblo en tiempos de tribulación.

Otro desvelado por las mismas fechas era el actor, director y empresario Benito Perojo. Hombre de derechas de toda la vida, sin embargo, había filmado Nuestra Natacha (1936), translación de un texto de Alejandro Casona que olía a rojillo, peor aún, a anarquista. Ante la urgencia de contrarrestarlo con alguna obra decididamente derechista, marchó a Berlín con el propósito de rodarla en los estudios de la UFA, los mejores de Europa, al tiempo que se alejaba del brasero español.

Perojo contaba con la ayuda del director de la compañía valenciana Cifesa (1932), Johann Wilhelm Ther, que se especializaba, como él mismo, en cine folclórico-coplero-andaluz, entonces muy popular. Consultado Goebbels, dio su aprobación entusiasta pensando que las películas españolas producidas en Alemania podían abrir el mercado sudamericano a la propaganda nazi.

En septiembre de 1936 se fundó la empresa hispano-alemana de cine, la Hispano-Film Produktion, cuyo impulsor en Berlín fue el alicantino Joaquín Reig Gozalbes, antiguo fraile al que la orden franciscana envió a Berlín a ampliar estudios, pero él, debido a su carácter «movido, audaz, simpatiquísimo y muy mujeriego»125, cambió el hábito por la camisa azul y se aficionó a los cabarets.126

La empresa estaba en pie, pero faltaban directores y actores. Los que eran de derechas habían huido de España al comienzo de la guerra, entre ellos, el matrimonio formado por el director Florián Rey y la actriz y cantante Imperio Argentina, que se había instalado en La Habana. Allí les fue a ver el representante de Cifesa en la isla para transmitirles la invitación de Johann Wilhelm Ther.

¿Rodar en Berlín? Les encantó la idea. Desde las Olimpiadas (v.) de 1936, Alemania estaba de moda, gente de derechas, eficiente, con una industria cinematográfica tan pujante que pronto le haría la competencia a Hollywood. El Ministerio de Propaganda les envió dos pasajes de primera clase para el transatlántico Bremen, que hacía la línea Nueva York-Hamburgo.

En Berlín, Florián y su bella esposa se entrevistaron con el ministro Goebbels (12 de mayo de 1937).

—Hitler los admira mucho —les confió el cojito—. Ha visto no menos de tres veces las películas Nobleza baturra (1935) y Morena Clara (1936).

Se sorprendieron de que el Führer admirara esas producciones folclóricas tan genuinamente españolas (ignoraban que el estadista, hombre de gustos poco cultivados, se tragaba cualquier cosa).127

—Precisamente los invita mañana a la Cancillería.

Hitler besó la mano de Imperio, con esa añeja galantería vienesa que impostaba, al tiempo que le decía:

Meine liebe Künstlerin. —«Mi querida artista».

En una carta escrita unos días después, la pareja se explica: «Todavía estamos emocionados de nuestra visita al Führer por lo que significa para España y nuestra producción nacional. Entre otras muchas cosas, nos dijo que después de ver nuestras películas lamentó mucho que la guerra de España nos impidiera continuar trabajando y que entonces se le ocurrió ordenar al Ministerio de Propaganda que nos buscara y se nos trajera a Alemania, en cuyos estudios podríamos seguir trabajando de forma tan española hasta que pudiéramos disponer de los estudios de nuestra patria».128

La idea de Goebbels, quizá por indicación de Hitler, era que Imperio hiciera de Lola Montes (o Montez), la cortesana irlandesa que fue amante de Franz Liszt y de Luis II de Baviera, pero Florián Rey, muy aragonés, le hizo ver que ese personaje no se adaptaría al carácter de Imperio. Al final rodaron una adaptación de la Carmen de Mérimée/Bizet en dos versiones: española (Carmen, la de Triana) y alemana (Andalusische Nächte).129 La interpretación en alemán de las coplas «Los piconeros» y «Antonio Vargas Heredia» debieran considerarse, desde nuestro punto de vista, como una premonición de los desastres de la futura guerra mundial que se vislumbraba en el horizonte.

La película se estrenó en el UFA-Palast am Zoo de Berlín (5 de julio de 1938) con un éxito discreto que no se correspondía con el dineral invertido en ella.

Aunque las expectativas de la productora se iban disipando, Florián Rey todavía rodó La canción de Aixa, titulada en alemán Hinter haremsgittern (Tras las rejas del harén), con Manuel Luna como galán de Imperio (1939).

Florián Rey e Imperio Argentina se despidieron de la UFA y del star system alemán un tanto abruptamente, según Imperio porque al día siguiente de la Noche de los Cristales Rotos (v., 9 de noviembre de 1938) fue a ver a su sombrerera, que era judía, y se la encontró cadáver en el establecimiento devastado por los nazis.130 Es posible que esta sea una conveniente explicación exculpatoria y que las verdaderas causas fueran que el matrimonio estaba a punto de terminar porque la diva mantenía una relación con el galán Rafael Rivelles, «mi gran amor», en sus propias palabras.

La estancia alemana de Benito Perojo fue más fructífera y discreta. Primero llevó a la pantalla una ocurrencia de los hermanos Quintero, Mariquilla Terremoto (1938), e inmediatamente después la siguieron El barbero de Sevilla (1938) y Suspiros de España (1939), con su actriz de cabecera, Estrellita Castro.

Hubo también una colaboración con los estudios romanos de Cinecittà y el cine italiano de la que resultó el filme épico-propagandístico de Augusto Genina Sin novedad en el Alcázar (1940), que alcanzó bastante éxito internacional.

Los noticiarios

Aparte de los documentales de propaganda montados en Alemania durante la Guerra Civil,131 cabe destacar la presencia en las pantallas nacionales de noticiarios alemanes e italianos con escasa aportación española, aunque el título fuera Noticiario español (de julio de 1938 a marzo de 1940) y Año de la victoria (1939). A estos sucedieron, siempre ensamblados en Berlín, Actualidades UFA (de noviembre de 1940 a diciembre de 1942), dirigido por el imprescindible Joaquín Reig. El 4 de enero de 1943 se emite el primer noticiario genuinamente español, el NO-DO (Noticiarios y documentales cinematográficos) gracias a la infraestructura de UFA.

CIUDAD DEL FÜHRER (Führerstadt). En 1937 Hitler otorgó el título de ciudad líder a algunas poblaciones que por motivos sentimentales o políticos sentía especialmente ligadas a su persona o a la causa nazi.

El nombramiento de Führerstadt conllevaba un plan de urbanismo para embellecerlas y dotarlas de servicios (v. arquitectura nazi). Ninguno de estos planes se realizó, pues estaban programados para los años cincuenta, cuando Alemania hubiese ganado la guerra.

Las ciudades líderes fueron: Berlín, Capital Mundial Germania (v.); Linz (v.), ciudad de la juventud del Führer (Jugendstadt des Führers); Hamburgo, capital del transporte marítimo (Hauptstadt der deutschen Schifffahrt);132 Múnich, capital del movimiento (Hauptstadt der Bewegung); Núremberg, capital del Partido Nacionalsocialista (Hauptstadt der Reichsparteitage).

CIUDADANO ALEMÁN. El embajador de la República española en Berlín, Francisco Agramonte Cortijo (1888-1966), nos ofrece un valioso testimonio del encorsetado régimen de vida que imponía el nazismo:

El Partido Nacionalsocialista (v. NSDAP) de Hitler era una institución terrible. La teoría […] era que todo hombre ario debía pertenecer al partido desde el nacimiento hasta la muerte.133 De niños formaban con las Juventudes Hitlerianas (v.), y ya se habían de someter a la más férrea disciplina; después, eran miembros del partido, que se cuidaba de su habitación, alimento, enseñanza, trabajo y diversión, todo sometido a reglas inexorables. En tiempo de paz formaban en el organismo del Arbeitsdienst; en tiempo de guerra eran soldados. De hecho, nada era suyo, y su esfuerzo material y su vida, si era preciso, tenían que sacrificarse al mayor esplendor del Reich.

La libertad humana no era un privilegio de la personalidad individual; quedaba sometida totalmente a la voluntad de sus jefes —en último término, a la del Führer—, que velaban por su desarrollo corporal, por su elevación espiritual, según las normas preestablecidas, y por su felicidad propia dentro de los fines de la Gran Alemania que soñaba Hitler.

A mí y a los que como yo habíamos sido educados en la libertad de cuerpo y de alma, sin otras trabas que el respeto a la ley tradicional y a los mandamientos de la ley de Dios, aquella máquina integrada por millones de hombres nos parecía absurda e inoperante.134

COLUMBIA-HAUS (Casa Columbia). También conocida como Strafgefängnis Tempelhofer Feld, y desde el 8 de enero de 1935, oficialmente llamada Konzentrationslager Columbia.

En su noble anhelo por conducir a Alemania a la grandeza eliminando los obstáculos que pudieran retardarlo, los nazis se vieron confrontados con un grave problema cuando llegaron al poder: no existían campos de concentración donde encerrar a los líderes de los partidos democráticos, comunistas y disidentes en general.

Mientras los campos se construían (y llegó a haber cientos de ellos), tuvieron que improvisar estabulando a los detenidos en checas provisionales. Una de las más famosas fue esta de Columbia-Haus, un antiguo cuartel de policía vacío desde 1929 que les pareció muy a propósito, dado que contaba con 134 celdas y diez salas de interrogatorio insonorizadas para que los arpegios de los detenidos cantando La traviata no molestaran en el resto de las dependencias. Era, obviamente, una solución temporal. Para septiembre de 1933 ya estaba superpoblada, con unos 400 detenidos.

Columbia-Haus se demolió en 1936 para hacer sitio a la ampliación del aeropuerto de Tempelhof. Sus pupilos se transfirieron a Sachsenhausen (v. campos de concentración).

COMISARIOS, ORDEN DE LOS (Kommissarbefehl). Por ese nombre abreviado se conoce la Orden n.° 44822; directriz 44713, del 24 de mayo de 1941, Richtlinien für die Behandlung Politischer Kommissare («directriz para el tratamiento de los comisarios políticos»), que ordenaba la ejecución sumaria de los comisarios políticos capturados en Rusia.

Hitler emitió verbalmente la orden (evitaba dejar constancia escrita de sus decisiones más comprometidas) y una vez redactada debía comunicarse a las unidades y los jefes debían leerla a la oficialidad, evitando que circulara por escrito.

COMPIÈGNE, LA REVANCHA DE. Después de toda una vida soñando con la revancha por la derrota de Alemania en la Gran Guerra y el expolio de Versalles (v.), Hitler escenificó cuidadosamente la rendición de Francia (ya se sabe, v. ópera alemana) en el bosque de Compiègne (Rethondes, Oise), en el mismo lugar y en el mismo vagón donde a las 5.15 de la mañana del 11 de noviembre de 1918 se firmó el armisticio que puso fin a la Gran Guerra.135

El vagón 2419-D se había trasladado como memorial de la victoria al patio del Museo del Ejército (Hôtel National des Invalides, París), donde había permanecido hasta 1927, año en que fue devuelto a Compiègne como pieza principal de un Museo del Armisticio construido ex profeso para albergarlo y que terminó por convertirse en un santuario patriótico.136 Al conjunto se añadió en 1937 una estatua del mariscal Foch con el gesto resuelto de militar victorioso y una avenida de 300 m conducía al monumento que representaba el águila alemana abatida por la espada de Francia sobre la inscripción:

AUX HEROIQUES SOLDATS DE FRANCE
DEFENSEURS DE LA PATRIE ET DU DROIT

GLORIEUX LIBERATEURS DE L’ALSACE ET LA LORRAINE137

Cuando Hitler exigió que la rendición de Francia se firmara en el mismo vagón y en el mismo lugar, hubo que romper un muro del museo para sacar el vagón y trasladarlo a 30 m de distancia, hasta el punto preciso donde había estado en 1918.

El 21 de junio de 1940, a la intempestiva hora de la siesta, el periodista americano William L. Shirer montaba guardia con su micrófono y su máquina de escribir en uno de los bancos de Compiègne, a la sombrita.

Un cálido sol caía sobre los árboles magníficos —olmos, robles, cipreses y pinos—, que creaban agradables sombras en las avenidas que conducían al pequeño claro circular. A las 15.15 en punto llegó una caravana de limusinas encabezada por el gran Mercedes de Hitler. Descendieron de los coches 200 m más allá.

Lo acompañaban Göring (v.), Brauchitsch, Keitel, Raeder, Ribbentrop (v.) y Hess, todos con uniformes diferentes. Una compañía de honores desfiló a los compases de un himno militar. Göring lucía su bastón de mariscal.

Hitler lanzó una mirada al monumento de Alsacia-Lorena, que habían tapado con banderas de guerra alemanas para evitarle al Führer la visión del águila imperial abatida.

El Führer caminó con zancadas castrenses, rodeado de su séquito. Estaba grave, solemne y, sin embargo, cargado de odio. Había también en él, como en su paso elástico, una nota de triunfo, de conquistador que desafía al mundo y una especie de alegría interior, desdeñosa, por asistir a aquel desquite del destino que era obra suya.138

Cuando Hitler llegó a la plaza central abierta en la arboleda, un soldado izó su banderín personal en el mástil, preparado al efecto. Recreándose en la suerte, no entró enseguida en el vagón, sino que, seguido de su séquito, dirigió sus pasos a la gran losa de granito que ocupaba el centro de la plaza. Leyó la inscripción en francés sin necesidad de traductor:

ICI, LE 11 NOVEMBRE 1918 SUCCOMBA LE CRIMINEL ORGUEIL DE L’EMPIRE ALLEMAND, VAINCU PAR LES PEUPLES LIBRES QU’IL PRÉTENDAIT ASSERVIR.139

Yo estaba atento a su expresión, observándolo a 50 m con ayuda de mis prismáticos —prosigue Shirer—. Había visto ese rostro muchas veces en los grandes momentos de su vida. Ese día lo vi inflamado de desprecio, de cólera, de odio, de venganza y de triunfo.

Se alejó del monumento y consiguió hacer de su gesto una obra maestra de desprecio. Miró de nuevo el monumento, furioso porque no podía borrar la inscripción con un golpe de su bota prusiana […], se dio una palmada en las caderas, sacó pecho, separó los pies. Un gesto magnífico de desafío, de vivo desprecio por el presente, por aquel lugar y por los 22 años en los que había testimoniado la humillación del Imperio germánico.140

Hitler subió con impulso casi gimnástico al histórico vagón donde el oficial de protocolo había señalado las posiciones de los compromisarios en la mesa. Ocupó el lugar central, donde antaño se sentaba Foch, dando la espalda al monumento del general, visible a través de las ventanas. Unos minutos después llegó la delegación francesa. Hitler solo asistió a la lectura del preámbulo de las condiciones del armisticio. Se levantó y abandonó el vagón desdeñosamente, seguido de Göring, sin siquiera mirar a los delegados franceses, imitando el gesto de Foch 22 años atrás. En el vagón quedaron sus barandas presididos por Keitel.141

Hitler y el vagón de Compiègne.

Nuevamente con zancada gimnástica, el conquistador de Francia y sus acólitos regresaron a los coches pasando ante la compañía de honores y la banda de música que tocaba el Deutschlandlied, himno nacional alemán.

Unos días después, por orden de Hitler, una cuadrilla de paisajistas de la Wehrmacht (v.), provistos de dinamita, redecoraron el lugar volando la losa central y el hangar del vagón, ya vacío, y levantando los enlosados de la avenida. Solo respetaron la estatua de Foch, que desde sus ojos de piedra asistía impasible a la damnatio memoriae decretada por el nuevo káiser de Alemania. Diez años llevaba muerto el mariscal de Francia, pero seguramente a la vista del sainete dedujo que el boche los había goleado en el partido de vuelta.

Hitler hizo trasladar a Berlín el vagón del armisticio. En la plataforma rodante de un potente camión pasó/posó bajo la Puerta de Brandeburgo ante unas docenas de cameramen y fotógrafos de Goebbels que perpetuaban el acontecimiento. Luego lo expusieron a la curiosidad de los berlineses en el Lustgarten y, cuando las colas de visitantes decrecieron, lo aparcaron bajo el alero de la estación Anhalter Bahnhof en espera de mejor destino cuando acabara la guerra.142

Después de la guerra, los franceses reconstruyeron el Centro de Interpretación de Compiègne, esta vez con el carácter más conciliador que exigen los tiempos modernos, con Francia y Alemania de socios y patrones comunitarios. Encargaron a la misma compañía que fabricó el original una réplica para la que usaron un chasis de la misma época y los planos del mítico 2419-D. El vagón que vemos hoy en día es este otro, que actualmente se encuentra en el lugar donde se firmaron los armisticios de 1918 y 1940. Si hubiera que firmar un tercero —no lo permita Dios—, ya tenemos el vagón colocado en su puesto.

CONGRESO ANUAL DEL PARTIDO (Reichsparteitage des deutschen Volkes, Día Nacional del Partido del Reich del Pueblo Alemán). Entre 1923 y 1938 los nazis cele-braron diez congresos multitudinarios en los que se reunían militantes llegados de todos los puntos de Alemania y del extranjero para escenificar el poder del partido y jalear a su líder. Semejante concentración de compadres para pasárselo bien solo se ha repetido en la Feria de Sevilla, en la peregrinación a La Meca y en el Aberri Eguna.

El programa incluía concentraciones, desfiles de varias horas de duración, imposición de condecoraciones, bendición de banderas —tocándolas con la bandera de la sangre (v.)— y discurso programático de Hitler. También había espacio para reuniones de distintas comisiones y para la socialización de viejos camaradas mientras trasegaban litros y litros de cerveza Tucher.

El primer congreso se celebró del 27 al 29 de enero de 1923 en el Campo de Marte (Marsfeld) de Múnich, con los ánimos soliviantados por la reciente ocupación francesa de la cuenca del Ruhr. Las autoridades bávaras iban a prohibirlo, pero finalmente lo permitieron gracias a las gestiones de Röhm (v.), que se comprometió a mantener el orden con sus SA (v.) —que, precisamente, eran los camorristas sospechosos de crear desórdenes.

Fue un congreso solemne, con entrega por Hitler de los estandartes a las agrupaciones de la SA Múnich I y II, Landshut y Núremberg, seguida del desfile de unos 6.000 camisas pardas (v.). También hubo lugar a esparcimiento y convivencia, con breves apariciones de Hitler en las cervecerías Augustiner, Bürgerbräu y Löwenbräu, donde los Alte Kameraden (v. camisas viejas) apagaban la sed provocada por tanta actividad patriótica.

El congreso fue un éxito en su conjunto, lo que animó a Hitler a establecer su periodicidad anual. No pudo ser, porque el Gobierno le disolvió el partido, molesto, al parecer, por el golpe de Estado (v. Putsch) del 8 de noviembre de 1923. El siguiente congreso tuvo que aplazarse hasta la refundación del partido (v. NSDAP) en 1925.

El segundo congreso se celebró en Weimar (3 y 4 de julio de 1926). A partir de entonces, todos los congresos se celebrarían en Núremberg, más céntrica, mejor comunicada e «intensamente alemana».143

Quizá el lector español piense que los militantes y simpatizantes nazis que cada año se congregaban en Núremberg en cantidades crecientes iban costeados de autobús y bocadillo, como los de las agrupaciones sindicales franquistas (luego prolongadas por los partidos democráticos) que concurren a eventos políticos.

Nada de eso. El nazi que quería asistir a un congreso se costeaba de su bolsillo manutención, alojamiento y uniforme. Además, tenía que adquirir la entrada a los espectáculos, por multitudinarios que fueran. Allí de balde solo iban Hitler y las altas jerarquías nazis, que se alojaban en el hotel Deutscher Hof, el favorito del Führer.144

En el tercer congreso, denominado Día del Despertar (del 19 al 21 de agosto de 1927) se filmó el documental Eine Symphonie des Kampfwillens (Una sinfonía de la voluntad de lucha).

El cuarto congreso (del 1 al 4 de agosto de 1929) fue mucho más espectacular que los precedentes y estableció el canon de los siguientes días festivos para la ciudad, con las calles y los edificios oficiales engalanados, jolgorio, diversión y fiesta lúdico-política.

El programa comenzaba con un concierto de la orquesta de la Ópera de Berlín bajo la dirección de Furtwängler que interpretaba Los maestros cantores. Después de este inicio cultureta se sucedían desfiles de las distintas agrupaciones de la sopa de siglas nazi (SA, SS, RAD, HJ, BDM, DAF, etc.), estruendosas bandas de música itinerantes o estabuladas en salas de conciertos y plazas, chin pun de Wagner (v.) con todo su repertorio, desparrame de camisas pardas por las cervecerías, desfiles de antorchas, coreografías de miles de camisas pardas formando esvásticas y otras figuras largamente ensayadas, fuegos artificiales… Todo ello quedó registrado para la posteridad en el documental Der Nürnberger Parteitag der NSDAP (El congreso del NSDAP en Núremberg).

El quinto congreso (del 30 de agosto al 3 de septiembre de 1933), denominado Reichsparteitag des Sieges, Congreso de la Victoria, en memoria del vencimiento de la caduca República de Weimar, puso a prueba a la ciudad. ¿Cómo acomodar al medio millón de militantes concurrentes? Hubo que habilitar edificios administrativos, colegios, templos, fábricas y estadios. Como no fuera suficiente, se instalaron diez campamentos de tiendas de lona con sus puestos de información y socorro, sus barracas para la prensa, sus comedores, sus cocinas y sus retretes de campaña.

El congreso se abrió con un pequeño incidente: cuando Hitler ocupó su palco en la ópera para asistir a la ya tradicional representación de Los maestros cantores, se encontró con que el teatro solo registraba media entrada.

¿Dónde estaban los miles de capitostes supuestamente cultos que supuestamente se disputaban aquellas localidades reservadas a la crema del partido?

Lo ha adivinado el lector: estaban en las cervecerías, ¿dónde, si no? Hitler montó en cólera y envió a buscarlos, pero aun así la función se representó con más de la mitad de los asientos vacíos.

—Esto es una vergüenza —dijo Hitler—. El año que viene este local debe estar a rebosar, que se note que el partido apoya la cultura. Para las cervecerías siempre tendrán tiempo.

El Führer pronunció un discurso vibrante que puso a sus huestes los vellos como varillas de paraguas. A continuación, consagró las nuevas banderas del partido tocándolas con la sagrada Blutfahne, la bandera de la sangre (recuerden: la gloriosa reliquia manchada con la sangre de los caídos frente a la Feldherrnhalle [v.] durante el glorioso Putsch).

Uno de los invitados al congreso, el embajador de la República española, Agramonte Cortijo, nos ha dejado sus impresiones del evento:

Fuimos invitados los embajadores, y yo acepté con la mayoría de los colegas. Nos pusieron un tren muy confortable y con excelente cocina, y hasta duchas, que no solo nos llevó a la histórica ciudad, sino que nos sirvió de alojamiento durante los ocho días que duró la celebración. […] Inútil es decir que lo pasamos muy bien y que no nos aburrimos un instante.

Asistimos a asambleas de miles de partidarios en recintos cerrados y en el gran estadio; desfiles de 300.000 miembros del Arbeitsdienst, que tardaron cinco horas en entrar, formarse y partir; muchos discursos del Führer y algunos peces menores; una representación sensacional, en el teatro del Reich, de Los maestros cantores, naturalmente; unas excursiones a la Franconia y a la fábrica de zepelines del lago Constanza, y otras cosillas por el estilo. Como manifestación de fuerza y organización, resultó magnífico; pero ¡qué cansado!, ¡qué duro!, ¡qué inhumano, en el sentido más amplio de la palabra! Cuando volvíamos a Berlín en nuestro tren especial, hablaba con alguno de mis colegas.

—¿Qué le ha parecido todo esto? —pregunté a uno de los más amigos e inteligentes.

—Triste —me contestó—. Si el porvenir de las naciones civilizadas es poder manejar así a unos millones de hombres automatizados y embrutecidos por los slogans y las amenazas, preferiría retirarme a una isla desierta.145

Leni Riefenstahl (v.) realizó la crónica filmada del congreso de 1933, Der Sieg des Glaubens (Victoria de la fe), que se retiró de circulación tras la purga denominada Nacht der langen Messer (v. Noche de los Cuchillos Largos) porque el defenestrado (y eliminado) Ernst Röhm aparece presidiendo los desfiles junto a Hitler.146

El sexto congreso, celebrado del 3 al 10 de septiembre de 1934, reunió a unos 700.000 nazis en el campo Zeppelin (v.). Este encuentro mereció tres denominaciones: Reichsparteitag der Einheit und Stärke (Congreso de la Unidad y la Fortaleza), Reichsparteitag der Macht (Congreso del Poder) o Reichsparteitag des Willens (Congreso de la Voluntad), así llamado a partir del famoso documental de Leni Riefenstahl, Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad).147

Conviene reseñar que Hitler obligó a asistir al concierto de apertura a todos los jerarcas del partido distinguidos con una invitación. Esta vez el teatro estuvo lleno, pero las toses y los ronquidos de los fatalmente vencidos por el sueño deslucieron algo la función. Hitler, realista, decidió que en los sucesivos congresos la entrada se abriría al público general para atraer a los melómanos de corazón, fueran nazis o no.

En el séptimo congreso (del 10 al 16 de septiembre de 1935), Hitler anunció en su discurso las Leyes de Núremberg (v.) discriminatorias contra los judíos, y se atrevió a exhibir algunos tanques y cazas, lo que justificó que se denominara Reichsparteitag der Freiheit (Congreso de la Libertad), palabra ya obsoleta en Alemania, aunque en esta ocasión aludía a la abolición unilateral del Tratado de Versalles (v.) implícita en aquella demostración de que Alemania se estaba rearmando.148

El octavo congreso (del 8 al 14 de septiembre de 1936) se llamó Reichsparteitag der Ehre (Congreso del Honor), alusivo al honor alemán supuestamente recuperado con la ocupación de Renania (7 de marzo de 1936) para exhibir de nuevo, con aumentos respecto al año anterior, el músculo militar que Hitler estaba creando.

Asistieron unos 100.000 jóvenes de las Juventudes Hitlerianas (v.) y de la Asociación de Muchachas Alemanas (v.), muchachas sí, pero quizá no doncellas, porque unas 900 regresaron preñadas a sus lugares de origen tras las entrañables jornadas de convivencia y socialización sin que se pudiera determinar la identidad del padre en la mitad de los casos.149

El noveno congreso (del 6 al 13 de septiembre de 1937) o Reichsparteitag der Arbeit (Congreso del Trabajo), tuvo como principal motivo la apoteosis del régimen por el pleno empleo recientemente alcanzado.

En su discurso, especialmente vibrante, Hitler se dejó arrebatar por su faceta profética y prometió al casi millón de escuchantes que la invencible nación que estaban construyendo duraría más que el Imperio romano: el Reich de los Mil Años o Reich milenario (v.).

Lejos estaba de sospechar que solo duraría 13 por su mala cabeza.

Goebbels (v.) pronunció un discurso titulado Die Warheit über Spanien (La verdad sobre España), en el que ofrecía su peculiar visión sobre los motivos de nuestra guerra civil en curso.150

El décimo congreso (del 5 al 12 de septiembre de 1938) se llamó Reichsparteitag Grossdeutschland (Congreso de la Gran Alemania), por la reciente anexión de Austria. Fue el último congreso y el más multitudinario, con más de un millón de asistentes. Cada día se consagró a un tema: bienvenida, trabajo, camaradería, política, juventud, tropas de asalto y fuerzas armadas.

El undécimo congreso, que debía celebrarse del 2 al 11 de septiembre de 1939 y que iba a llamarse paradójicamente «de la paz» (Reichsparteitag des Friedens), se suspendió porque los trenes disponibles estaban llevando tropas al frente.

Comenzaba un nuevo acto de la ópera alemana. Como dice el refranero castellano: a gran subida, gran caída.

CONSPIRACIONES DE 1938. Una tragicomedia en cuatro actos.

Primer acto

Mayo de 1938, el mes de las flores.

Hitler ordena al Generaloberst Ludwig Beck, jefe del Estado Mayor del Ejército (Oberkommando des Heeres, OKH), que se prepare para invadir Checoslovaquia a principios de octubre.

—¡Coño, mein Führer! —se sobresalta Beck—. Si invadimos Checoslovaquia, nos declararán la guerra Francia e Inglaterra. Alemania no está preparada. Nos derrotarán.

—No nos declararán la guerra, déjeme a mí la política —replica el Führer cortante.

Beck dimite. Lo sucede el general Franz Halder (v.), que piensa de forma muy parecida, pero sabe disimularlo.

Reunión de generales de los de hombrera trenzada de plata y oro, solapa vuelta roja en la guerrera y cintas del mismo color en los pantalones. Bonitos como un san Luis.

—Este loco nos arrastra a una guerra que perderemos —argumenta Halder—. Hay que detenerlo y procesarlo judicialmente.

—¿Bajo qué cargos? —pregunta uno.

—Por amenazar la seguridad de Alemania, ¿te parece poco?

Aunque con distinto grado de convencimiento, todos se muestran de acuerdo.

Entre los conjurados figuran el mariscal Erwin von Witzleben; el almirante Wilhelm Canaris (v.), jefe de la inteligencia militar (v. Abwehr); los generales Franz Halder, Ludwig Beck, Kurt von Hammerstein-Equord y Hans Oster; el antiguo ministro de Finanzas Hjalmar Schacht (v.) y otras relevantes personalidades (v. atentados contra Hitler).

—¿Y si no es posible detenerlo? —pregunta el dudoso.

—Entonces habrá que eliminarlo.

El comandante en jefe, general Walther von Brauchitsch, se desmarca:

—Yo no haré nada, pero no impediré que otros actúen; para mí son asuntos políticos, no militares.

Sigue una acalorada discusión. Al final, la fecha para el arresto o eventual ejecución de Hitler se fija el 14 de septiembre de 1938, cuando regrese del congreso anual del partido en Núremberg (v.).

Segundo acto

Llevaba razón Hitler: los primeros ministros de Inglaterra y Francia, Chamberlain y Daladier, no tienen la menor intención de implicarse en una guerra por auxiliar a los checos.

—Después de todo, lo que pide Hitler son unas tierrecillas de nada habitadas por alemanes que no quieren pertenecer a Checoslovaquia [los Sudetes] —dicen los británicos—. Concedámosle que tiene derecho a ellas. Así lo apaciguamos —el appeasement en lenguaje diplomático— y evitamos males mayores.

Mussolini se ofrece como mediador. Chamberlain y Daladier se reúnen con Hitler en Múnich (v. Múnich, Conferencia de) el 30 de septiembre de 1938. Rápidamente llegan a un acuerdo: Hitler recibirá los Sudetes, la región checoslovaca fronteriza habitada por emigrantes alemanes, a cambio de la promesa de no reclamar más territorios en el futuro.

Nueva reunión de los generales conjurados para estudiar la situación.

—¿Habéis visto? —dice uno—. Ingleses y franceses se han achantado. No piensan ir a la guerra por defender a los checos. Hitler tenía razón, aunque nos duela reconocerlo.

Y la gente lo aclama y lo admira.

—Es natural, ha logrado plenos poderes después de suprimir la podrida democracia del Weimar —dice otro.

—Y ha terminado con el desempleo —apunta un tercero.

—Y ha impulsado la imagen internacional de Alemania con las Olimpiadas (v.) de 1936.

—Y recuperado el Ruhr y los Sudetes —interviene un cuarto.

—Y la revista americana Time lo ha nombrado «personaje del año»…

—No es el momento de derrocarlo —concluye el de más autoridad—. Además, el peligro de la guerra se ha conjurado.

Los otros se muestran de acuerdo. Queda cancelado el previsto golpe de Estado.

Tercer acto

Hitler, con ese fino oído que tiene para la música, aunque sea wagneriana, ha percibido el ruido de sables.

Un Alejandro o un Napoleón (él no aspira a menos) fueron primero y ante todo jefes del Ejército.

—Esto de que el cabeza de la nación no sea también generalísimo de los ejércitos es una aberración democrática que hay que suprimir —se dice en su mismidad crecida.

Él no piensa ser menos que Alejandro o Napoleón.

—La última parcela de poder que me queda por conquistar es el Ejército —medita—. Esos engreídos prusianos de monóculo y cogote liso me desprecian porque no tengo un von delante del apellido y solo llegué a soldado de primera en la Gran Guerra (ni siquiera al rango de cabo que me conceden algunos historiadores). En cuanto se descuiden me hago con el mando militar. Me llevo la escalera y los dejo agarrados a la brocha.

¿Podrá Hitler, el antiguo vagabundo muerto de hambre, encaramarse a la cúspide de un Ejército tan clasista como el prusiano?

Dos obstáculos se interponen en su camino y los dos se llaman Werner:

¿Cómo suprimirlos? Son dos militares intachables, de alta escuela. Por ese lado, nada que objetar.

El mejor modo de descabalgar a alguien desde que el mundo es mundo: con sendos escándalos sexuales.

Werner von Blomberg.

Werner von Fritsch.

Hitler se lleva bien con Blomberg. Recientemente fue padrino de su boda con una joven y atractiva secretaria de humildes orígenes. Sus colegas, los generales prusianos, escandalizados más por la diferencia de clase que por la diferencia de edad (él, 56; ella, 27), se excusaron y no asistieron a la boda (12 de enero de 1938). Hitler aprovechó para ofrecerse (así insertaba una cuña en el bloque militar).

Ahora Hitler tiene en sus manos un informe confidencial sobre Erna Gruhn, la joven esposa de Blomberg. Lo ha confeccionado Heydrich (v.) por orden de Himmler (v.), el jefe de la Gestapo (v.).

Luise Margarethe Gruhn, nacida en Berlín el 22 de enero de 1913, hija de Emil Paul Gruhn y Auguste Luise Braun.

La madre, viuda de guerra, regentaba una casa de masajes de medio pelo en Berlín.

¿Una casa de masajes? Aquí huele a putiferio. Prosigamos la lectura:

En 1932, cumplidos los 18 años, Luise Margarethe abandonó la casa paterna y alquiló un estudio con su novio, un judío checo llamado Heinrich Lowinger, de profesión mercader de fotos pornográficas.

El judío convence a Luise Margarethe para que pose desnuda ante el fotógrafo Ernst Mikler.

El judío es detenido por la policía con un alijo de postales porno.

Luise Margarethe es detenida. En su ficha consta la profesión: dactilógrafa, pero su principal fuente de ingresos era la prostitución. Trabajaba con su cuerpo en una acreditada casa de masajes.

—O sea, que el general Werner von Blomberg se ha casado con una puta —deduce el Führer.

Parece razón sobrada para obligar al ministro de la Guerra a dimitir. Heydrich o Himmler mueven los hilos para que el informe llegue a manos de los generales.

Los generales forman lo que ellos llaman un tribunal de honor. Deciden sobre el asunto unánimemente y envían un emisario a Blomberg con una misiva «redactada en enérgicos términos» y una pistola.

El emisario encuentra al general en Capri, en la Villa Farniente, disfrutando del mar, del sol, del clarete sorrentino en copa de borde dorado que conserva la huella carmín de los labios de la bella Erna.

Bacchus amat colles, decía Virgilio, «el vino ama las laderas», y Blomberg ama los prodigiosos muslos de la sensual Erna.

En ese momento llega el emisario prusiano con la carta perentoria y la pistola de siete balas.

Blomberg lee el informe con expresión seria. «Así que me exigen que deje a esta mujer o que me pegue un tiro…»

Terminada la lectura, dobla los folios y los devuelve al sobre pardo, donde venían con membrete oficial.

Inspira profundamente.

Están en Villa Farniente, una mansión paladiana de muros rojizos en cuyo jardín, al otro lado de la pérgola con cenador, hay una fuente de cuatro surtidores que tiene en el centro un fauno itifálico de mármol que requiere en amores a una cabra.

Blomberg contempla el cielo azul, en el que lentamente se desliza una nubecilla blanca como un copito de algodón.

Pensativo, sopesa la pistola, sopesa el honor del Ejército alemán, sopesa su propia vida.

Mira la mar amalfitana, luminosa, azul, soleada. ¿Renunciará a todo esto? ¿A Erna, que le está descubriendo horizontes de sensaciones que jamás hubiera sospechado? ¿A Capri, el retiro de Tiberio —otro incomprendido—, al sol, al clarete sorrentino, a la pezzogna a la brasa, a las serenatas de mandolina, a los paseos en barca por la roccia di Tiberio, todo tan luminoso, todo tan lejos de Alemania y sus cuarteles, al olor a grasa de fusil y boñiga de cuadra, a su ordenancismo y sus campos de maniobras…?

El matrimonio Blomberg.

Tanto jugar a la guerra que les gusta un tiroteo más que una remonta.

El general llama al emisario, que aguardaba fuera la detonación suicida.

—Ya tengo la respuesta —le dice al emisario devolviéndole la pistola—: ¡A la mierda con todo!

Recién descubierta la verdadera vida, Blomberg no se suicida. Seguirá hasta el fin de sus días explorando los conocimientos de la suculenta Erna, esta mujer amable y sencilla que espanta sus soledades de viudo y lo colma de cuanto un hombre necesita para sentirse en paz con el mundo.

Eso sí, tiene que resignarse a abandonar el Ejército. Pero la paga se la respetan.

Ya ha salvado Hitler el primer obstáculo. Ahora vayamos al segundo, el general Werner von Fritsch, que debe suceder a Blomberg al frente del Ministerio de la Guerra.

Este general de monóculo es una especie de monje militar al que no se le conocen líos de faldas.

—¿Soltero has dicho? ¿A los 58 años? ¡Entonces es maricón!

Heydrich fabrica un informe que lo acusa de ser homosexual pasivo, o sea, bardaje, menuda mancha en el honor prusiano.

Asqueado por la infame maniobra, Fritsch dimite.151

Cuarto acto

Dos escándalos, uno detrás de otro, en la cúpula del Ejército es mucho. Con la cúspide militar descabezada, el Führer actúa con la celeridad del rayo. El 4 de febrero de 1938, la radio anuncia la supresión del Reichskriegsministerium (Ministerio de la Guerra). En adelante, las fuerzas armadas dependerán de una nueva organización, el Mando Supremo de las Fuerzas Armadas (v. Oberkommando der Wehrmacht, OKW), controlado directamente por el Führer («desde ahora me hago cargo de todas las fuerzas armadas», declara).

Como explica la radio, «la mayor concentración de todas las fuerzas políticas, militares y económicas queda en manos del Führer».

Su primera providencia es nombrar comandante en jefe al manejable general Walther von Brauchitsch, relevar del mando a los 16 generales más revoltosos y cambiar de destino a otros 44 solo tibios. Los militares aceptan a regañadientes (obediencia debida), pero la facción del Ejército más joven aplaude la purga encubierta: que corra el escalafón.

Ya está Hitler a la altura de Alejandro, de Carlomagno, de Federico II el Grande (v.), de Napoleón: plenos poderes.

Ahora solo falta una buena guerra de conquista por el Lebensraum (v. espacio vital) que abarque Ucrania, la península de Crimea y las tierras pródigas en materias primas que el gran Reich precisa.

Hitler juega fuerte. Primero, extender las fronteras hasta los Urales y después la constructiva paz, unos años sobre los tableros de dibujo con Speer (v.) diseñando las arquitecturas colosales de la nueva Roma, capital del orbe, Welthauptstadt Germania (v.), que levantará una legión de esclavos y el tranquilo retiro del César definitivo, en su palacio de Linz (v.), recibiendo legaciones extranjeras, las obligaciones de la fama, y dedicado al arte y a la contemplación de su obra.

CONTROVERSIA DE LOS HISTORIADORES (Historikerstreit). El resultado adverso de la guerra conmocionó a la sociedad alemana. Ni siquiera los historiadores encontraban respuesta a la delicada pregunta:

—¿Cómo hemos caído tan bajo, con lo finos y lo cultos que éramos?

—Nosotros, los alemanes, tan superiores a nuestros adversarios…

La respuesta lógica («os dejasteis embaucar por una pandilla de indocumentados») no bastaba para explicarlo.

Había que profundizar en las motivaciones del nazismo, pero resultaba tan complejo en el momento en que intentaban evacuar los escombros y buscar con qué hacer la sopa de la cena que lo dejaron estar.

El momento llegó en 1986. Los alemanes eran nuevamente los potentados de Europa. Como su pariente el ave fénix, el águila alemana se había recuperado de pasados quebrantos y volaba pujante por encima de todas las cabezas.152

Pero de pronto… la angustia existencial creció en el país de los germanos hasta extremos difícilmente soportables: ¡habían perdido el campeonato del mundo frente a la selección argentina!

Como las desgracias no vienen solas, en plena depresión nacional un reciente artículo de periódico suscitaba una fuerte discusión académica, lo que hemos venido a llamar la controversia o querella de los historiadores.

Un tal Ernst Nolte (1923-2016), un hombre de derechas de toda la vida, publicó un artículo en el que venía a decir que la historia de la nación alemana es un camino (Sonderweg) armonioso por el que un pueblo se encuentra a sí mismo y va al encuentro de un venturoso futuro y bla, bla, bla.

—Entonces, el nazismo, el Holocausto, poner el mundo patas arriba y todo eso, ¿qué es? —le preguntaron las lenguas de doble filo.

—Una anomalía transitoria, una piedra en el camino; en realidad, la sociedad alemana fue víctima de un grupo de criminales embaucadores. No hay que contemplarla como el verdugo de Europa, sino como la primera víctima de esa pandilla. En realidad, su adhesión al nazismo fue una reacción defensiva frente al comunismo soviético, percibido por la sociedad alemana de entonces como una amenaza.153

No había que darle muchas vueltas para descubrir una disculpa del nacionalsocialismo.

—¿Y qué me dice del Holocausto, Herr Nolte?

—Una überschiessende Reaktion («reacción exagerada») a los crímenes de los bolcheviques rusos.

—A ver, explíquese, Herr Nolte.

—Los soviéticos se veían como una horda amenazadora, la barbarie asiática obstinada en extender la revolución bolchevique al resto del mundo, con sus campos de concentración (gulags), con sus deportaciones a Siberia, con sus matanzas… ¿Acaso fue Stalin mejor que Hitler? ¿No precedió a Auschwitz el Archipiélago Gulag? ¿No precedió el genocidio de clase soviético al genocidio racial de los nazis? ¿No fue el concepto de raza en Hitler consecuencia del concepto marxista de clase?

Agredir al comunismo, la última religión del siglo XX, no es aconsejable. Nolte lo aprendió en carne propia cuando al término de una conferencia le arrojaron ácido a la cara (las gafas evitaron que lo dejaran ciego) y además le quemaron el coche (siniestro total).

Al propio tiempo, otro historiador tomó las armas para replicar adecuadamente a su teoría: Jürgen Habermas, un hombre de izquierdas de toda la vida.154

—Usted, Herr Nolte, lo que pretende es negar el carácter único del Holocausto para complacer a los conservadores alemanes que quieren quitarse ese peso de la conciencia.

—Hay más gente que piensa como yo (Klaus Hildebrandt, Andreas Hillgruber, Michael Stürmer…).

—Porque Dios los cría y ustedes se juntan. Lo que usted pretende es atenuar el horror de los crímenes de los nazis al contemplarlos como respuesta a las amenazas bolcheviques. Me temo que es un trabajo inútil. Nuestra vida, la de los alemanes, se relaciona estrechamente con el contexto social que hizo posible Auschwitz (v.). No fueron circunstancias contingentes, sino algo arraigado en nuestra identidad como pueblo. Por eso debemos mantener el recuerdo de las víctimas de nuestros mayores.

O sea, el derechista (y revisionista) Nolte, partidario de pasar página y disculpar el genocidio, frente al izquierdista Habermas, partidario de mantener en la memoria alemana el reconcomio de esa atrocidad.

A los alevines de la nueva derecha alemana les gusta Herr Nolte, que por fin ha aliviado a la sociedad alemana de ese pesado fardo de la culpa.

CORRESPONSALES ESPAÑOLES EN BERLÍN. En los años del nazismo, la prensa española fue descaradamente proalemana (v. germanofilia de la prensa española). A este sesgo contribuyeron decisivamente los corresponsales destacados en Berlín155, que, controlados por el Ministerio de Propaganda, se veían obligados a seguir sus consignas so pena de ser expulsados.156

Por otra parte, casi todos ellos ignoraban el idioma y tampoco mostraban demasiadas ganas de aprenderlo. Asistían puntualmente a las sesiones informativas a las que el ministerio de Goebbels (v.) convocaba a la prensa extranjera, la primera a las 12.30 del mediodía, la segunda a las 5.30, pero no se enteraban de nada y, por lo tanto, tampoco preguntaban. Al término de ellas, un amable funcionario que hablaba español los reunía al final de la sala y les entregaba unos folios con el resumen de lo dicho, que ellos transmitían a sus medios españoles añadiendo por cuenta propia alguna floritura de estilo.157

No fue solo esa dificultad idiomática la que mediatizó las crónicas de los corresponsales españoles en Alemania. Fue también cierta falta de honradez profesional. Sin ambages podemos decir que, con honrosas excepciones, vendieron su alma al diablo, pues el ministerio los sobornaba asegurándoles una vida de privilegiados.158

A la zanahoria de los sobornos habría que oponer el miedo a perder la situación privilegiada si se incurría en las iras del Referent.

El Referent era una institución en el Ministerio de Propaganda, el Gran Hermano que vigilaba la prensa de cada país que puntualmente llegaba a Berlín desde el Deutsches Nachrichten Büro (DNB) o las secciones de prensa de las embajadas.

Cada Referent tenía en su oficina un equipo de Lektoren («lectores») que repasaban el material recibido y se cercioraban de que servía a los intereses del Reich. Los Referenten tutelaban a los corresponsales y recompensaban la docilidad a las directrices del ministerio con diversas prebendas, entre otras la posibilidad de cambiar el Reichsmark a una tasa muy conveniente en el Deutsche Golddiskontbank.

La vigilancia de los corresponsales incluía informadores de la Gestapo (v.) que se hacían pasar por periodistas poco entusiastas del nazismo para estimular las confidencias de algún incauto. Había además «métodos policiales típicos. Se nos seguía por la calle, se vigilaban nuestras casas y se intervenían los teléfonos particulares no continuamente, sino con intermitencia, durante algunas semanas».159

Los corresponsales recibían información de dos fuentes oficiales: el Ministerio de Propaganda y el de Asuntos Extranjeros (regentados respectivamente por Goebbels y Ribbentrop [v.]). Los corresponsales avezados explotaban la rivalidad existente entre ellos. Cuando un funcionario de Propaganda te amonestaba, podías contar con la comprensión cómplice de algún contacto en Exteriores. Y viceversa, claro.

Muchos corresponsales admiraban sinceramente los logros de los nazis y de muy buena gana colaboraban en presentarlos a sus lectores bajo la luz más favorable. Otros, que se habían plegado a las exigencias del Ministerio de Propaganda, por convicción o por interés contaron la verdad a su regreso a España o desde América, cuando se vieron libres de la censura.160

La nómina de periodistas españoles escribiendo en o sobre la Alemania nazi es muy extensa. Destacaremos solo algunos nombres:

Isaac Abeytúa Pérez-Íñigo (1892-1973). Director de El Liberal de Bilbao. Diputado en Cortes por el Partido Republicano. Autor de El drama de Alemania y la tragicomedia de Hitler (1935). «Gran combatiente de la violencia nazi, dejó constancia de los asesinatos nazis en sus inicios, de 1919 a 1922, y de la contrariedad cuando Hitler pasó de 230 a 195 diputados que provocó una ola de violencia contra sus adversarios socialistas, comunistas e, incluso, católicos.»

Luis Abeytúa Pérez-Íñigo (1910-1994). Hermano del anterior. Licenciado en Derecho. Funcionario del Cuerpo Pericial de Aduanas en Melilla, en 1938 fue expulsado del puesto por denunciar los manejos de una prominente persona del régimen. Entonces tuvo que buscarse la vida como mecanógrafo del consulado alemán, provisionalmente instalado en Lerma (Burgos), donde le ofrecieron un trabajo en la berlinesa agencia de noticias Transocean, que compaginó con trabajos para la Deutsches Nachrichtenbüro (DNB) entre 1938 y 1939. Posteriormente tradujo los discursos del Führer y dirigió la edición española de Signal (v.), así como las corresponsalías de El Adelanto, El Noticiero Universal, Informaciones, ABC y España.

Reintegrado a su antiguo oficio en 1944, trabajó sucesivamente en la Inspección de Aduanas de Irún, Madrid, Vitoria y Logroño, su ciudad natal, en la que residió desde 1950.

Martín María de Arrizubieta Larrinaga (1909-1988). Estudió en Comillas y Lovaina, y se consagró prontamente como sacerdote y como aranista radical, en su rama más afecta al nazismo, que años después frecuentaría el padre Arzallus.

Redactor jefe del periódico quincenal Enlace, ampliamente circulado entre trabajadores españoles en Alemania, destacó por su ideología radical racista, nazi y fuerista.

Decepcionado del mundo tras la derrota nazi, pasó del nazismo al comunismo en un nada sorprendente viraje espiritual y se exilió voluntariamente en Córdoba como párroco de la iglesia de Santa Marina de las Aguas Santas, desde cuya sacristía impulsó el movimiento Equipo 57 en la línea de la revista Práxis. Revista de Higiene Mental de la Sociedad.

Manuel Aznar Zubigaray (1894-1975). Abuelo del presidente José María Aznar. Después de unos fervores juveniles en el nacionalismo vasco, se hizo conservador y fue director de El Sol con la República y de La Vanguardia Española con Franco.

Fue una de las más cualificadas voces que reclamaban un puesto de combate para España al lado de Hitler: «Hoy se ha puesto en pie un país joven con ánimo de luchar, de morder, de sacrificarse, de morir si es necesario, por el honor de España. Las exigencias son terminantes e implacables. A los guerreros sin miedo y sin tacha no se los soborna con tintineos de metal. A los jóvenes iluminados por una luz gloriosa no se los corrompe con estadísticas».161 En ocasiones despotrica contra «las colonias de judíos y sus compadres, esos sujetos perfectamente despreciables».

Escribió una docena de libros de tema político y militar.

Manuel Aznar Zubigaray.

Antonio Bermúdez Cañete (1898-1936). Abogado, economista y cofundador de las JONS. Fue uno de los firmantes del manifiesto político de La Conquista del Estado (febrero de 1931).162

Llegó a Berlín en octubre de 1932 como corresponsal del diario católico El Debate y sin disimular que simpatizaba con el nazismo (incluso había traducido capítulos de Mein Kampf [v.]): «Es un progreso que un católico austríaco [Hitler] proclame en Berlín, ante el entusiasmo delirante de Prusia, que está por la paz interior y exterior, por la lucha contra el materialismo, por la Iglesia cristiana y por una labor de protección a los pobres».

Incluso, participando en el antisemitismo ambiental, culpaba al capital judío de la desastrosa situación económica alemana, pero en cuanto pasó una temporada en Berlín reparó en el verdadero carácter del nazismo y comenzó a denunciar sus arbitrariedades, lo que le valió su expulsión de Alemania en enero de 1935, «por intransigente», según el apesebrado y desvergonzado González-Ruano (v. antisemitismo).163

Diputado de la CEDA en 1936, Bermúdez Cañete fue detenido en la checa de Bellas Artes y asesinado a su puerta el 31 de agosto de 1936.

Manuel Chaves Nogales (1897-1944). Gran escritor, «antifascista convencido y un trabajador con conciencia de clase, solo que la clase era la suya, liberal y burguesa».164 Director del diario Ahora, recorrió Alemania en 1933, tras la victoria del nazismo:

Cada vez se ve con más claridad que para esta faena de gobernar dictatorialmente los pueblos no son precisas unas dotes excepcionales […], ahora resulta que un señor con gabardina que no acierta a pintar un cuadro decorosamente puede, merced a unas circunstancias providenciales, convertirse en uno de los seres señeros de la humanidad.165

Cuando Hitler tuvo el poder en las manos, sus tropas se lanzaron, efectivamente, sobre el país como un ejército invasor de la Edad Media […]. El nazi lleva hoy en el costado una pistola. Antes la llevaba también; pero la llevaba escondida. Esa pistola es el gran argumento que el nacionalsocialismo ha empleado desde el primer momento en sus discusiones con los demás partidos políticos.166

Manuel Fernández Álvarez (1897-1936). Testigo presencial de la Revolución rusa, en 1933 vivía en Berlín como técnico de la UFA (v. cine del Reich), trabajo que simultaneaba con la corresponsalía del diario Heraldo de Madrid. Murió combatiendo como miliciano de la República en los Altos del Guadarrama. Usó a veces el pseudónimo Jack Wilkens.

José García Díaz. Corresponsal de Pueblo. «Era algo así como el decano y el generoso orientador natural de todo el que caía por Berlín en misión más o menos literaria o periodística. Llevaba allí mucho tiempo, y estaba casado con una alemana, con la que tenía varios hijos. García Díaz, castellano, era hombre entonces de cuarenta y tantos años […]. En su vida y sus maneras, tenía mucho de profesor, era persona de cultura, de ideas entonces avanzadas, pero muy puras, casi místicas, y con un fuerte sentido del honor y de la solidaridad humana […]. Él era superior personalmente a lo que escribía y esto no es demérito de su obra. No había en Alemania mejor corresponsal ni hombre más informado que él.»167

Cuando se firmaba el Pacto Tripartito expuso sus dudas sobre la victoria final de Hitler a los falangistas del séquito de Serrano Suñer, todos devotísimos del nazismo: «Algún día miles de aviones ingleses y norteamericanos atacarán las ciudades alemanas y las arrasarán por completo. Hitler está llevando a Europa a la catástrofe, os lo dice uno que conoce bien el paño, porque lleva en Berlín 20 años y sabe sacar conclusiones».168 Molestos por el pronóstico (que resultó ser profecía), lo castigaron pelándolo a trasquilones y lo obligaron a ingerir un trago de ricino (el castigo copiado por la Falange de los squadristi de Mussolini, que aseguraba una cagarrina al punido), y para remate lo denunciaron a la Gestapo.

Ramón Garriga Alemany (1908-1994). Corresponsal de la Agencia EFE (v.) y La Vanguardia. Afín al ministro Serrano Suñer, emigró a Argentina por discrepancias con el régimen. Es autor de una docena de libros interesantes sobre Franco y su entorno (v. «Bibliografía»).

José Antonio Giménez-Arnau (1912-1985). Falangista. Delegado nacional de prensa y autor de la ley de prensa (Burgos, 1938). Amigo de Serrano Suñer. Fundador de la Agencia EFE, de la que fue corresponsal en Berlín entre 1939 y 1941, así como de Arriba. Autor de una veintena de libros, entre ellos Línea Sigfried (1940), que describe la vida alemana de preguerra vista con ojos españoles, y El puente (1941), de la que un crítico ha señalado «cierto tono probélico y profascista».

César González-Ruano (1903-1965). En marzo de 1933 el diario ABC lo envió a Berlín, donde permanecería por espacio de seis meses. Sus columnas de este periodo se recopilan en el libro Seis meses con los nazis,169 financiado por Lazar, empalagosamente laudatorio del nazismo, sublime ejemplo de la amoralidad, el cinismo y la codicia que presidieron la vida de este dandi de las letras españolas.170

Con Hitler recién llegado al poder, y con la propina de Goebbels en el bolsillo, González-Ruano glosa la figura del líder con su estilo sonajero y retórico, que tanta veneración le generó:

Pienso en Hitler, surgido entre el cielo y la tierra, con una palabra de primavera prendida en los labios […], surge este hombre simple y genial, encarnación exacta de nuestro tiempo, como un ángel con gabardina y bigote que recoge las alas todos los días en las puertas de las cervecerías de Múnich […]. Viejo soldado, le salía por debajo del casco de hierro ese mechón de pelo, penacho lacio de los altos sueños, que hacía de él el recluta cinematográfico de los altos e inesperados destinos. […] Hitler tiene algo de rey natural, de rey gótico que se pone al frente de sus ejércitos […]. Diríase como un dios alemán que, vestido de obrero, calzadas doradas espuelas de caballería, esperaba en los viejos torreones de los castillos olvidados a que apareciera este Sigfrido para regalarle la cruz esvástica y misteriosa, antigua como el mundo que él empuña en un estandarte con la misma fe que nuestros Reyes Católicos, Isabel y Fernando, empuñaron la cruz de la catolicidad española bajo la que fueron expulsados los judíos […]. Sudoroso y como estrecho en su gabardina, torreado en el flexible edificio civil y conmovedor, ennoblecido por el sacrificio.171

César González-Ruano.

¿Tiene suficiente el lector?

Volvió González-Ruano a Berlín nuevamente entre noviembre de 1939 y octubre de 1940, pero molesto por las alarmas nocturnas, se mudó al París occupé, donde se dedicó al trapicheo con objetos de arte y a estafar a judíos angustiados por abandonar el país. En 1943 regresó a España para reanudar su carrera periodística.172

Ismael Herraiz Crespo (1913-1969). Procedente de la escuela del diario católico El Debate (1931), siguió por el igualmente católico Ya, combatió en la Guerra Civil como alférez provisional y en 1939 fichó por el falangista Arriba. Fue agregado de prensa en Lisboa y Viena. Trasladado a Holanda y Francia para constatar el fulminante éxito de Alemania (firma su primera crónica el 7 de junio en el evacuado Dunkerque), prometía ser «el observador minucioso y atento», capaz de «recoger cada día con exactitud la vibración de estas horas dramáticas de la historia», pero, lejos de ello, se mostró parcialísimo y devoto partidario de los nazis, quienes, satisfechos con sus crónicas, lo invitaron también a la rendición de Francia en Compiègne (v.), y a la firma del Pacto Tripartito. Regresó a España en 1941 y alcanzó cierto éxito con el libro reportaje Italia fuera de combate (Madrid, 1944), seguido por el menos interesante Europa a oscuras (1945).

Francisco Lucientes Rodríguez (1903-1961). Corresponsal de Ya en 1936. Desde París sirvió con su pluma a la causa nacional.

Alfredo Marqueríe Mompín (1907-1974). Republicano en su alocada juventud, se convirtió a la Falange y en 1939 mereció el cargo de subdirector del diario filonazi Informaciones.

Marqueríe aboga por el apoyo absoluto al Reich alemán:

Por lo que respecta a los pueblos, a los países y a los estados, Inglaterra y Francia han fomentado siempre la miseria y el fraccionamiento de las demás naciones como los medios que estimaban eficaces y lícitos para perpetuar su existencia de «poderosos» en perjuicio de los desheredados. Y el régimen soviético ha hecho lo mismo para favorecer con ello el clima propicio a la revolución bolchevique […]. Los planes de Adolfo Hitler y del nacionalsocialismo, tras haber desarrollado y ampliado sus iniciativas en el interior, proyectan hacia fuera sus aspiraciones de justicia y equidad […]. La nueva concepción de Europa es una concepción tan poderosa y tan bella que solo puede ser realizada por un hombre genial y por un pueblo heroico, educado y disciplinado en las más altas virtudes del servicio y del sacrificio.173

Es autor de un romance vanguardista, dedicado a los paracaidistas del Reich.174

Jacinto Miquelarena Regueiro (1891-1962). Falangista. Director de Radio Nacional en Salamanca durante la Guerra Civil. En 1940 fue corresponsal de ABC en Berlín. Escribió Un corresponsal en la guerra (1942), en el que leemos páginas tan notables como esta, escrita en el frente ruso de Lamberg (3 de julio de 1941):

Rota en mil pedazos la primera línea de defensa, se desbordó el ejército alemán. El espectáculo […] tiene una densidad catastrófica. Mis compañeros hablan de Dunkerque. Empiezo a contar tanques destruidos y cuando llego a 200 me canso. Muchos de ellos son del tipo utilizado por los rojos en la guerra de España, pero la mayoría es de calibre superior. Los hay de 50 toneladas […], imponente masa blindada, burda y torpe como un elefante, que cazan a cero los cañones antiaéreos […]. Delirio de una mentalidad materialista, orgía de acero, burrada inmensa, al servicio de la cual pone Moscú unos pobres hombres rotos, con gorras de cartón y descalzos muchas veces, que mueren como ratas dentro de aquellas fortalezas absurdas.175

Eugenio Montes Domínguez (1900-1982). Fue uno de los fundadores de Falange. En el bienio 1931-1932 fue corresponsal de El Debate en París; en 1933 lo fue en Londres, y, en 1934, de ABC en Berlín y Roma. Acompañó a José Antonio Primo de Rivera (v.) en sus viajes a Alemania e Italia (1934-1935).

Manuel Penella de Silva (1910-1969). Jefe local de Falange en Leipzig antes de trasladarse a Berlín, donde vivió entre 1940 y 1942. Escribió para El Alcázar, Diario de Barcelona y Destino.176 Compartió piso, amistades femeninas, opiniones y bebida con Ramón Garriga.

Emigrado a Argentina, ya fuera del alcance de los nazis, escribió un feroz alegato contra Hitler (El número 7) y una recopilación de sus crónicas (Un año atroz). Ayudó a la iletrada Eva Perón a escribir su libro autobiográfico. Agregado de información en las embajadas españolas de Uruguay, Chile y Brasil, murió en su oficina de Río de Janeiro de un ataque al corazón.

Manuel Pombo Angulo (1914-1995). Monárquico tradicionalista en su juventud, estudió Medicina y después se dedicó al periodismo como corresponsal en Berlín del diario Ya y de La Vanguardia Española (1942 a 1944). Elogia a Goebbels: «Con su frase cálida y perfecta, el ministro de Propaganda del Reich ha hecho resaltar la perfecta unidad política y diplomática de Alemania y la importancia de su guerra espiritual, que puede decidir batallas».177

En su novela La juventud no vuelve (1945), ambientada en el Berlín de la guerra, demuestra su conocimiento de la ciudad y del momento histórico.

Andrés Révész Speier (1896-1970). Húngaro de ancestros judíos, políglota, se instaló en España en 1915 para trabajar en el diario El Sol y posteriormente como enviado especial de ABC. Durante la Guerra Civil coordinó a un grupo de la «quinta columna». ¿Será sincero cuando escribe en una crónica: «Nadie me ganará en admiración hacia Hitler y su pueblo», o meramente está haciendo méritos de pane lucrando?178

A toro pasado, escribió el libro Alemania no podía vencer (1945).

Eugenio Valdés. Este corresponsal de ABC reviste especial interés porque, aunque firmó muchas crónicas, nunca existió. En realidad, sus artículos se fabricaban en la embajada alemana de Madrid, seguramente redactados por algún empleado de Josef Hans Lazar (v.).179 La vergonzosa mistificación de Lazar duró hasta que Enrique Giménez-Arnau lo supo y terminó con su «colaboración» de un plumazo.

Eugenio Xammar Puigventós (1888-1973). Nacionalista catalán en su juventud, luego curado de ese exceso, fue corresponsal de Ahora en Berlín y el primer español que entrevistó a Hitler, en 1923, cuando residía en Múnich y empezaba a destacar (v. Hitler).

COSMOVISIÓN (Weltanschauung). El tonante palabro alemán designa la manera de interpretar el mundo que cada persona o cada pueblo tiene.

La cosmovisión nazi, que buena parte del pueblo alemán aceptó con naturalidad, procedía en última instancia de varios filósofos antirracionalistas del siglo XIX, que habían divulgado teorías pseudocientíficas y en parte ocultistas sobre la raza aria y las razas consideradas inferiores. Las directrices principales de este pensamiento eran:

Todo eso conformó nuestra grandeza antes de que los judíos —¿quiénes si no?— envenenaran el mundo con una religión de esclavos (el cristianismo) y un sistema político que supedita la inteligencia al número: la democracia, en sus dos vertientes igualmente perversas, de las que los judíos se sirven para dominar el mundo, el capitalismo y el comunismo.

Hoy el pueblo alemán ha despertado (v. Deutschland Erwache!) y gracias al nacionalsocialismo restablecerá su antigua grandeza en tres etapas:

  1. Higiene racial. Hemos de depurar la raza aria de mezclas impuras (los judíos) o de lacras degenerativas (enfermos mentales y discapacitados físicos).180
  2. Nuestro destino manifiesto es conquistar el Lebensraum (v. espacio vital), que el pueblo alemán merece y necesita para su correcto desarrollo.
  3. Impondremos al mundo la lógica de la naturaleza. El hombre superior, el ario, debe someter al inferior, que estará a su servicio. Sobre esas premisas construiremos un nuevo Imperio romano, un Reich milenario (v.) —por cierto, los romanos y sus maestros, los griegos, también eran germanos en su origen, de ahí las bondades de su civilización hasta que decayó debido a la infiltración judía del cristianismo.181

La cosmovisión nazi era una religión biopolítica que aspiraba a erradicar de Alemania los cultos cristianos (luterano y católico), de raíz judía, extraños al espíritu ario del alma alemana.

Los nazis parten de una concepción puramente científica (el darwinismo basado en la supervivencia del más apto) y le confieren un contenido religioso, creando, a partir de él, una religión de la naturaleza, un dios vinculado a la biología, una especie de panteísmo que alude a la ley natural como providencia (tan a menudo mencionada por Hitler).

Esta religión natural (v. religión alemana) basada en la pureza de una raza superior, la del superhombre (v. Übermenschen), creador de cultura, la raza verdaderamente humana, en acusado contraste con el resto de las razas inferiores, las de los infrahombres (v. Untermenschen).

Antes de que el pueblo ario se contaminara con infiltraciones judías (el cristianismo), su religión era una intensa comunión con las fuerzas de la naturaleza, que se expresaban en mitos germanos que algunos autores intentan reconstruir (el wotanismo, de Wotan, dios máximo). Esa religión natural se expresaba en prácticas típicamente germanas, como el culto al cuerpo, la vida natural y saludable, rural incluso, el deporte, el nudismo, el vegetarianismo, el antitabaquismo y, en fin, la eliminación de todo lo defectuoso, personas incluidas (ya quedamos en que no son verdaderas personas, sino apariencias de serlo).

Del anhelo de esta comunidad biológica en constante comunión con la naturaleza deriva una serie de leyes sanitarias y de protección de la naturaleza en las que el Estado nazi se adelantó a modernas sensibilidades:

El ideólogo Rosenberg (v.) escribió durante los juicios de Núremberg (v.): «El nacionalsocialismo fue una respuesta europea a la pregunta de un siglo. Era la idea más noble para la que un alemán podía utilizar la fuerza que se le había dado. Era una cosmovisión social real y un ideal de limpieza cultural transmitida por la sangre».

Verdaderamente, vivían en otro mundo.182

CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (Götterdämmerung). En su recuperación de mitos germánicos anteriores a la implantación del cristianismo, los nazis incurrieron en la valoración de una mitología germanonórdica intensamente pesimista abocada a un fatal Ragnarök («destino»), consistente en la derrota de los héroes, la aniquilación de los dioses y el fin del mundo.

Sorprende que los nazis se acogieran a esa mitología tan fatalista y la celebraran como seña de identidad del alma germana asumiendo su pesimismo. Es posible que lloviera sobre mojado con los precedentes notables de la literatura y la filosofía alemana, el suicidio del joven Werther (Goethe) y el Weltschmerz o abatimiento que se apodera del alma alemana ante la disociación del mundo real con el deseado.

En un intento de hacerlo compatible con el optimismo de crear un orden nuevo, Hitler se hacía la ilusión del Reich milenario (v.), o sea, todo esto tendrá un final, pero lo aplazamos a dentro de 1.000 años. Incluso se preocupa de que los monumentos que definan ese renacimiento germano dejen unas ruinas impresionantes que testimonien la grandeza de ese imperio (v. ruinas, teoría del valor de las). Cuando todo se vaya al garete, los siglos venideros nos seguirán admirando como nosotros admiramos el foro de Roma, las pirámides de Egipto, etc.

Consecuente con el pesimismo esencial de esa religión germana a la que se acogen nuestros ilustres nazis, el Reich milenario duró solo 12 años y, efectivamente, terminó con un desastre épico que buscaron y provocaron con inconsciencia.

Alemania se salvó por estrecho margen de la hecatombe decidida por Hitler cuando, en los últimos días, loco ya de atar y diseñador de su propia Führerdämmerung, emitió la orden Nerón (v.).

Como débil disculpa, podríamos alegar que el pesimismo flotaba en el ambiente alemán desde el movimiento romántico iniciado en el siglo XVIII y continuado en la filosofía con Nietzsche y Schopenhauer, en la interpretación de la historia de Spengler y en todos los hijuelos filosóficos de los múltiples fascismos europeos (Julius Evola, Mircea Eliade, etc.).

Los nazis vivieron conscientemente ese crepúsculo de los dioses con cierto regusto masoquista y como parte de la magna escenificación de la que hemos venido a llamar ópera alemana (v.) que fue el Tercer Reich. Ninguno tan consciente de ello como Goebbels (v.): «Nos enfrentamos a un destino aciago porque luchamos por una buena causa y es necesario que demostremos nuestro valor en esta batalla si queremos alcanzar la grandeza».183

Consciente de estar viviendo ese momento histórico, Speer (v.) prepara la apoteosis final de la ópera alemana con el cuidado y la espectacularidad con que preparaba la catedral de luz en los congresos de Núremberg (v.) y convoca a los berlineses a un concierto. ¿Un concierto? Sí, cuando todo se hunde, los angloamericanos descargando trilita sobre los tejados y los rusos acopiando 1.000 toneladas de obuses que pasado mañana descargarán sobre Berlín, los melómanos berlineses acuden a un concierto de su filarmónica.

Aquel concierto de despedida se celebró el 12 de abril de 1945 por la tarde. En la Sala de la Filarmónica, sin calefacción, sentados en sillas traídas de casa, y con el abrigo puesto, se habían reunido todos los habitantes de la ciudad amenazada que se enteraron de aquel último concierto. Los berlineses debieron de llevarse una sorpresa, ya que aquel día, por orden mía, se suspendió el corte de corriente habitual a aquella hora, a fin de que pudiera iluminarse la sala. Para la primera parte había elegido la última aria de Brunilda y el final de El crepúsculo de los dioses; un gesto patético y melancólico a la vez ante el final del Reich.184

Es el Tercer Reich que se suicida ante el espejo con impostada dignidad, fingiendo entereza en el afán de alcanzar la inmortalidad a través de la muerte colectiva.

Pasar a la historia como los héroes que renunciaron a rendirse, luchar hasta la última bala, ese fin numantino que Hitler y Goebbels orquestaron para la ópera alemana (pero ciertamente no Himmler [v.], ni Göring [v.], que intentaron salvarse por su cuenta y se sustrajeron a la «lucha final» [Endkampf] diseñada por el Führer).

Speer había avisado a los músicos de que la aparición en el programa de la Sinfonía n.° 4 «Romántica» de Bruckner sería la señal de la disolución de la orquesta para que sus componentes se dirigieran al oeste y se entregaran a los americanos. No obstante, los músicos, imbuidos también del espíritu del Götterdämmerung, prefirieron permanecer en Berlín. Como la orquesta del Titanic.

Speer recuerda que a la salida del concierto había chicos de las Juventudes Hitlerianas (v.) repartiendo cápsulas de veneno a los asistentes.185 Las cápsulas hacía tiempo que circulaban entre los nazis de los niveles superiores. Aquellos muchachos seguramente liquidaban las existencias.

Como corresponde a los seguidores de un mesías o a los de un Dios encarnado, personas de apariencia normal, pero creyentes, con el grado de enajenación que la palabra comporta, en esta postrera hora del Reich suspendían el raciocinio en presencia de Hitler y llegaban a extremos de adoración o adulación (dulía significa también «adoración») que hoy nos parecen ridículos. Speer cuenta que, en el ambiente de derrota presentida de las últimas semanas del Reich, le parecieron «locos» los que lo rodeaban, por ejemplo, el general Busse, que a raíz de la última visita al frente de Hitler, al ver el aspecto de decrepitud que ofrecía, exclamó: «¡Así me he imaginado a Federico el Grande después de Kunersdorf!». O Ley, quien aseguró solemnemente a Hitler:

Mi Führer, todos los funcionarios del partido seguirán luchando aun cuando el Ejército capitule; lucharán como leones, como los héroes… —hizo una pausa para respirar—. Sí, como los partisanos rusos. ¡Montados en bicicletas viajarán silenciosamente a través de los bosques y atacarán sin piedad al enemigo!

O Keitel y mi sustituto Saur, quienes, en la primavera de 1945, habían elaborado planes para una flota de bombarderos cuatrimotores que había de aparecer sobre las ciudades americanas y bombardear el país hasta que capitulase. Nunca oí a nadie en el búnker que dijese: «La guerra está perdida. Dentro de cuatro semanas todo habrá acabado. ¿No queda nadie que se dé cuenta de esto?».

Solo hubo uno que lo hiciese: el propio Hitler. En medio de aquella locura, él fue el único que preveía el destino inmediato, si no en cuanto al Reich, sí al menos en lo que se refería a su persona.186

CRÍMENES DEL EJÉRCITO ALEMÁN. Como vemos en el artículo desnazificación (v.), después de la guerra se consensuó una interesante distinción entre nazis y alemanes.

Los nazis, una categoría ya disuelta en la corriente de la historia, habían perpetrado crímenes individuales y genocidio colectivo, pero los alemanes que lucharon en defensa de la patria encuadrados en el Ejército regular, la Wehrmacht (v.), se habían conducido con la corrección de unos caballeros que observaban escrupulosamente las leyes de la guerra.

Pasada la Guerra Fría, los historiadores han vuelto sobre el asunto para desvelar que las tropas regulares de la Wehrmacht también participaron activamente en los asesinatos y en el genocidio.

El descubrimiento de los hechos fue gradual. Primero se prestó atención a las acciones de los Einsatzgruppen (v.) de la SD y la Policía de Orden que acompañaban al Ejército e iban eliminando a los judíos a medida que la conquista del este progresaba. Después se hizo evidente que el Ejército regular también se empleó en una guerra de exterminio vulnerando todos los códigos legales y morales imaginables. De nada sirvieron las protestas de Guderian, Bock, Blaskowitz, Manstein y otros oficiales.

El peor daño que se está haciendo sobre la nación alemana por la presente situación se da por la tremenda brutalidad y depravación moral que, en muy poco tiempo, se está extendiendo como una plaga entre excelentes unidades de combatientes.

Si los oficiales superiores de las SS (v.) y la policía exigen actos de violencia y brutalidad, y los alaban abiertamente, entonces, en poco tiempo, esta brutalidad será la única norma. Sorprende comprobar con qué rapidez esas personas unen sus fuerzas con aquellas otras de carácter débil a fin de dar rienda suelta a sus instintos bestiales y patológicos, como está sucediendo en Polonia. Claramente, sienten que se les ha concedido autorización oficial y que, por ello, se hallan justificados para cometer cualquier clase de crueldad.187

Como es natural, la coartada para vulnerar las leyes de la guerra la suministraban los judíos:

Desde el 22 de junio, el pueblo alemán se encuentra sumido en una batalla a vida o muerte contra el sistema bolchevique. Esta batalla contra el ejército soviético no se libra exclusivamente de manera convencional y de acuerdo con las reglas de la guerra europea […]. Los judíos son los intermediarios entre el enemigo situado a retaguardia y los restos del Ejército Rojo y la dirección roja que aún combaten: ejercen un control mucho más fuerte en Europa sobre todas las posiciones clave de la dirección política y la Administración, ocupan el comercio y los negocios, y además forman células para toda clase de disturbios y posibles rebeliones. Hay que erradicar el sistema judeobolchevique de una vez por todas; no puede volver a interferir jamás en nuestro espacio vital (v.) europeo. Por lo tanto, al soldado alemán no solo le corresponde la tarea de destruir el instrumento de poder de este sistema, sino que avanza como portador de una concepción racial y como vengador de todas las atrocidades que se han cometido contra él y contra el pueblo alemán. El soldado alemán debe demostrar que comprende la severa expiación que corresponde al judaísmo, el portador espiritual del terror bolchevique».188

CRUZ DE HIERRO (Eisernes Kreuz). La famosa condecoración, elemento fundamental del atrezo del soldado alemán en las películas y en el imaginario popular, fue una creación del rey Federico Guillermo III de Prusia (1770-1840), que solicitó de su arquitecto de cámara, Karl Friedrich Schinkel, el diseño de una medalla con la que recompensar el valor de soldados distinguidos en su campaña contra Napoleón. La condecoración les debía recordar que vivían el llamado Eiserne Zeit («tiempo de hierro»). Nada más adecuado que una cruz de hierro, pensó el arquitecto y diseñador, en la misma forma que se supone que tenían las cruces que cosían en sus mantos los caballeros de la Orden Teutónica que ensancharon el reino de Prusia.

La cruz propuesta por Schinkel era de brazos rectos y medía 44 x 44 mm, pero el cuñado y amigo del rey, el príncipe Karl von Mecklenburg-Strelitz, propuso que los brazos fueran curvos (cruz paté). Al rey le agradó la idea.

Aprobada la cruz el 10 de marzo de 1813, los primeros ejemplares se otorgaron un mes después, incluso a soldados rasos distinguidos (hasta entonces, las condecoraciones se reservaban a miembros de la nobleza). Cuando se vio que la cruz destacaba poco sobre la tela oscura de los uniformes, se le añadió un borde de plata.189

La Cruz de Hierro primitiva sirvió solo para la campaña contra Napoleón. Nunca le hizo sombra a la Max Azul (Blauer Max) instituida en 1740 por Federico el Grande (v.), una cruz más elaborada, de esmalte azul, con la inscripción Pour le mérite, en francés, la lengua de la corte prusiana.

Esta cruz se concedió por méritos de guerra hasta la extinción del reino de Prusia, con la abdicación de Guillermo II en 1918. En la Gran Guerra (1914-1918), el Imperio alemán concedió indistintamente la Blauer Max (a oficiales distinguidos) y la Cruz de Hierro en sus dos categorías, primera y segunda.190

La Cruz de Hierro volvió a otorgarse en la guerra franco-prusiana de 1870, esta vez con esa fecha en la parte inferior, la corona de Prusia arriba y una W en el centro, inicial de Wilhelm (Guillermo) I, el vencedor de Napoleón III y aclamado emperador de Alemania.191

La famosa condecoración regresó en las dos guerras mundiales.

En la Primera, con la corona arriba, la W, inicial de Wilhelm II, en el centro, y la fecha, 1914, abajo.

En la Segunda con la esvástica (v.) en el centro y la fecha, 1939, abajo.

De la segunda clase se concedieron unas 4.500.000 (había que ser muy prudente para evitarla, me hago cargo).

De las de primera clase se otorgaron unas 300.000. Muchos de sus optantes alcanzaron antes la cruz de madera. ¡Mala suerte!192

Hitler añadió dos clases más distinguidas a la Cruz de Hierro:

En 1957, el Parlamento alemán autorizó su uso, aunque desprovista de esvástica, a los soldados condecorados en la Segunda Guerra Mundial.

Hubo también una Spanien-Kreuz (Cruz Española) para los participantes en la Legión Cóndor (v.), en cuatro categorías: bronce, plata, oro y oro con brillantes.

Cruz de la Orden Alemana del NSDAP.

Finalmente hubo una Deutsches Kreuz (Cruz Alemana) que pretendía ser intermedia entre la Cruz de Hierro de primera clase y la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro, con dos variantes: oro, valor en el combate; y plata, servicios distinguidos.

CRUZ DE HONOR DE LA MADRE ALEMANA (Ehrenkreuz der Deutschen Mutter, abreviado en Mutterkreuz, Cruz de la Madre). Condecoración nazi, «como un signo visible de gratitud de la nación alemana a las madres ricas en niños», entendiéndose por ello las que seguían criando a sus hijos en ausencia del marido soldado. En el reverso llevaba el lema Das Kind adelt die Mutter («El niño ennoblece a la madre»).

Se otorgó entre 1939 y 1945, cada 12 de agosto (cumpleaños de la madre del Führer) al principio solo para las nacidas en Alemania (Reichsdeutsche); después se amplió a las de los territorios de habla germana incorporados (v. Volksdeutsche).

Cruz de Honor de la Madre Alemana.

Se otorgaba en tres categorías: oro (ocho o más hijos), plata (seis o siete hijos) y bronce (cuatro o cinco hijos). Si la familia alcanzaba el meritorio número de diez hijos, a ese décimo, que recibía el nombre de Adolf, lo apadrinaba el Führer.194

Los natalicios se publicaban con orgullo y runas nazis en la prensa local: «Volker ψ 21-7-1942. En la época suprema de Alemania, a Thorsten le ha nacido un hermanito. Con alegría teñida de orgullo, Else Hohmann y Hans-Georg Hohmann, Untersturmführer de las SS».195

Fritz Lenz, especialista en higiene racial (v. cosmovisión), determinó en 15 el número natural de hijos que una mujer sana podía engendrar a lo largo de su vida, siempre que no interfirieran «causas no naturales o patológicas».196

Madre ejemplar recién condecorada.

CRUZ GAMADA (v. esvástica).

CRUZ NEGRA (Balkenkreuz). Los aviones y los vehículos acorazados alemanes se marcaban, y aún se marcan, con la Balkenkreuz, la Cruz Negra que los caballeros de la Orden Teutónica lucían en sus mantos.

Al principio de la Gran Guerra, los aviones de la aviación imperial (Luftstreitkräfte) lucían en el fuselaje la cruz paté. En marzo de 1918, la cruz paté se sustituyó por la de brazos rectos que perduraría durante la Segunda Guerra Mundial tanto en aeroplanos como en vehículos terrestres. Después de la guerra, las renovadas fuerzas armadas alemanas han vuelto a la cruz paté.

El mismo origen de los caballeros teutónicos tiene la preciada Cruz de Hierro (v.) o Eisernes Kreuz, negra, orlada en plata.

CUACOS, CEMENTERIO DE. En Cuacos de Yuste (Cáceres), a escasos 28 km de Plasencia, existe un cementerio militar en el que el Gobierno alemán ha reunido los restos de sus nacionales llegados a territorio español por los azares de las dos guerras mundiales. Son 26 militares de la Primera y 154 de la Segunda Guerra Mundial, cada cual con su cruz de granito con nombre, graduación y fechas de nacimiento y muerte. Unos fueron marinos (la mayoría), otros aviadores y ocho carecen de nombre y filiación: Ein unbekannter Deutscher Soldat («Un soldado alemán desconocido»).

¿Por qué precisamente en aquel apartado lugar de Extremadura, tan lejos del mar? Porque Carlos I de España y V de Alemania, al que los germanos reivindican como suyo, se retiró a vivir sus últimos años en el cercano monasterio de Yuste.

En Yuste descansan el sueño eterno 38 tripulantes del submarino U-77, hundido el 29 de marzo de 1943 frente a las costas de Calpe (Alicante) por dos aviones británicos. Nueve supervivientes fueron rescatados por el pesquero Peñón de Ifach, cuyo patrón, Andrés Perles García, fue recompensado con la Cruz de la Orden del Águila Alemana.

La Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge (Organización Alemana para la Conservación de Cementerios de los Caídos de Guerra) prefirió dejar donde estaban a los pilotos de la Legión Cóndor que ayudaron al bando nacional en la Guerra Civil. A espaldas de la capilla del madrileño cementerio de la Almudena, alineadas sus tumbas como para pasar revista, descansan los restos de ocho aviadores.197

Cementerio alemán en Bastogne, 2011.

«¡CUANDO OIGO LA PALABRA CULTURA, ECHO MANO DE MI BROWNING!» (Wenn ich «Kultur» höre… entsichere ich meinen Browning!). La celebrada y asnal ocurrencia se atribuye indistintamente a Göring (v.), a Himmler (v.) y a Goebbels (v.).

En realidad, procede de la primera escena del drama Schlageter, del escritor nazi (y pedófilo) Hanns Johst, estrenada el 20 de abril de 1933 para celebrar el cumpleaños de Hitler.

CUARTEL GENERAL DEL FÜHRER (Führerhauptquartier). A lo largo de la guerra, Hitler siguió las operaciones desde varios cuarteles generales que recibían imaginativos nombres en clave. Se construyeron unos 14, de los 20 originalmente programados.

Durante la campaña polaca el cuartel general se instaló en un tren, el Führersonderzug (v. trenes especiales), llamado en clave Amerika. Solía estacionarse cerca del nudo ferroviario de Gogolin (provincia de Krapkowice), al suroeste de Polonia, que le facilitaba conexión con Kędzierzyn, Opole y Prudnik. También usó un hotel en Sopot (Pomerania), la bella ciudad turística a orillas del Báltico, cerca de Dánzig.

Para la campaña de Francia, entre otoño de 1939 y mayo de 1940, Hitler residió intermitentemente en el Felsennest (Nido en el Roquedo), próximo a Bad Münstereifel-Rodert y a la frontera belga, desde donde dirigió la invasión (10 de mayo de 1940).198

El 6 de junio de 1940, el cuartel general se trasladó a Bélgica para instalarse en el Wolfsschlucht I (Cubil del Lobo) en Brûly-de-Pesche, cerca de Couvin (Bélgica), un conjunto de casamatas construidas en la primavera de 1940. «Allí fue donde recibió la noticia de la caída de Francia y donde bailó su famosa danza.»199

El siguiente cuartel general lo comparten el tren Amerika con Tannenberg, Freudenstadt/Kniebis, en la Selva Negra, donde permaneció apenas unos días entre junio y julio de 1940.

El 24 de junio de 1941 Hitler se instaló en su cuartel general más complejo, la Wolfsschanze (Guarida del Lobo), en Rastenburg (Prusia Oriental).200

Este conjunto estaba compuesto por unas 130 edificaciones, entre ellas unas 50 casamatas de hormigón armado, y algunas barracas, entre ellas la Lagebaracke de conferencias, en la que sufriría el atentado de la Operación Valquiria el 20 de julio de 1944 (v. atentados contra Hitler).201 Cerca disponía de dos aeródromos, estación de ferrocarril y central eléctrica propia.

No faltaban dos invernaderos en los que se cultivaban las verduras de la dieta vegetariana del Führer, provistas de un sistema calefactor que mantenía la temperatura adecuada en el agua y el aire, independientemente de las condiciones atmosféricas.

El conjunto, disimulado en medio de un bosque tupido, estaba protegido por los Lagos Masurianos y rodeado por un triple recinto de seguridad (Sperrkreis I, II, III), con alambradas y campos minados.202

Hitler vivió en el Wolfsschanze unos 800 días, no continuos, a lo largo de tres años. Allí recibió el 8 de noviembre de 1943 la visita del segundo jefe de la División Azul (v.), general Esteban Infantes, al que debemos esta descripción de los aposentos del Führer.

Llegamos a una pequeñísima habitación y el teniente coronel que me recibió abrió una puertecilla inmediata, tras la cual se encontraba, de pie, el propio Hitler. […] Era una sala rústica, alargada, sin más mobiliario que una gran mesa lateral con planos, y una mesa y cuatro butacas de pino en el centro. Aquel alojamiento imponía por su austeridad. […] Hitler, con una sonrisa, no muy natural, por cierto, me ofreció un pergamino con el nombramiento de caballero de la Cruz de Hierro (v.) […]. Pude observar su acusado aspecto de cansancio y fatiga, con dos pronunciadas bolsas azuladas bajo sus ojos inexpresivos […], su esfuerzo por mantenerse erguido dentro de su traje oscuro y abotonado le daba un aspecto algo tétrico […]. Pude ver a través de una puertecilla de cristales entreabierta una especie de celda, con un camastro, una mesilla y una silla tosca. La alcoba del Führer parecía la celda de un cartujo. Solo le faltaba el Santo Cristo para darle el aspecto monacal.203

Himmler (v.), Göring (v.), Bormann (v.), Speer (v.), Ribbentrop (v.) y otros líderes nazis se hicieron construir en los alrededores de Wolfsschanze discretas residencias, con sus correspondientes refugios antiaéreos.

¿Cómo se vivía en la Guarida del Lobo? La pequeña ciudad secreta funcionaba con cierta normalidad bajo las enormes redes de camuflaje, que tamizaban la luz hasta conferirle un tono espectral, «un cruce entre monasterio y campo de concentración», según lo definió el general Jold.

Había cine, comedores, cafetería y hasta un barbero que atendía a la comunidad, de unos 1.500 soldados:

Era una vida adusta, de clausura —cuenta Speer en sus memorias—. El despacho de Hitler acentuaba esa austeridad porque había renunciado incluso a la comodidad de un sillón tapizado. La cafetería brindaba un agradable escape a aquella monotonía. Nos reuníamos allí de vez en cuando para tomar un aperitivo mientras los generales hacían tiempo para la reunión con Hitler. La incomodidad del lugar se acrecentaba debido a las plagas de mosquitos. Inútilmente vertimos petróleo en las charcas del entorno. Lo único que conseguimos fue acabar con las ranas. Hitler echaba tanto de menos el continuo croar que hubo de repoblar de ranas el entorno para complacerlo.204

Entre el 16 de julio de 1942 y el 30 de octubre de 1942, Hitler permaneció en el cuartel general de Wehrwolf (Hombre Lobo), a 5 km de Vinnytsia (Ucrania), construido en otoño de 1941 en medio de un bosque insalubre que en verano hervía de mosquitos bajo un calor húmedo insoportable.205 Desde Wehrwolf asistió a la ofensiva del verano de 1942 contra el Cáucaso y Stalingrado.

En noviembre de 1944 estaba de regreso al Wolfsschanze,206 donde permanecería hasta su marcha a Berlín (16 de enero de 1945) para encerrarse en su húmedo hipogeo y entregarse a su particular Götterdämmerung (v. crepúsculo de los dioses).

El 24 de enero de 1945, ante la proximidad del Ejército Rojo, evacuaron Wolfsschanze sus últimos habitantes. Un equipo de demolición detonó cargas de hasta cinco toneladas de explosivo en los búnkeres principales. Las consistentes ruinas nuevamente invadidas por el bosque son ahora destino turístico.

El Adlerhorst o Nido del Águila (v. Berghof) se había construido en 1939, en Bad Nauheim (Alemania), en vísperas de la guerra. Exteriormente, parecía la aldea de las hadas de los hermanos Grimm: siete cabañas diseñadas por Speer que exteriormente presentaban el estilo tradicional de la región, pero por dentro eran casamatas de hormigón armado.

Hitler visitó el conjunto una vez terminado (en febrero de 1940) y mostró su desagrado. Demasiado lujoso. Incluso habían pintado frescos con motivos militares y cinegéticos dentro de las cabañas. Finalmente lo aprovechó Göring, que no le hacía ascos al lujo, y se instaló en él intermitentemente durante la batalla de Inglaterra.207

Entre 1941 y 1944 el complejo se destinó a distintos usos militares. Hitler regresó entre el 11 de diciembre de 1944 y el 16 de enero de 1945, durante la batalla de las Ardenas.

A 9 km de Smolensk, por la carretera que va a Katyn (de funesta memoria), y a 1 km del pueblo de Gnyozdovo, en el lugar de Bärenhöhle (Cubil del Oso), existe una casamata a través de la que se accede a un búnker subterráneo construido entre octubre de 1941 y agosto de 1942. Sus dimensiones son difíciles de calcular porque está cegado de escombros.

La palma de la inutilidad se la lleva otro conjunto de edificaciones denominado Wolfsschlucht II, en Margival, entre Soissons y Laon (1942). Hitler lo utilizó un único día, el 17 de junio de 1944, para tratar con los mariscales Rommel (v.) y Rundstedt la situación tras el desembarco de Normandía.208

También ha merecido el título de Führerbunker (v.) un fuerte denominado indistintamente Zigeuner o Anlage Brunhilde, construido por la Luftwaffe (v.) en 1940, cerca de las fortificaciones de la línea Maginot de Thionville, en el Mosela.

Un cuartel general imaginario fue el de Alpenfestung (Fortaleza Alpina), aunque los aliados se tragaron el bulo nazi y tomaron medidas con vistas a someter este inexistente último reducto de resistencia del nazismo.

CULTURA. La primera acepción de la palabra cultura, «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico» flojeaba ostensiblemente en la Alemania nazi (v.), dado que el régimen puso anteojeras al pueblo y mediante rigurosa censura solo permitió, y fomentó, las manifestaciones culturales que coincidían con la cosmovisión (v.) nazi. Esto quiere decir que cultura y propaganda (v.) se confundieron.

Así como Bismarck había impulsado una Kulturkampf basada en la valoración de lo alemán, el nacionalsocialismo impulsó su propia Kulturkampf centrada en la exaltación de los valores tradicionales: familia, pueblo (Volk), tierra (Heimat) y raza, y en jorobar a las iglesias.

La cultura nazi ofrece dos caras, como Jano:

Todo ello resultado de que imponga sus gustos el Führer (un dilettante pagado de sí mismo e insuficientemente formado).

Considerado desde el psicoanálisis, podríamos decir que el rechazo a la modernidad que caracteriza la cultura del nazismo deriva de su anhelo de transcendencia y de regreso a un imaginado pasado mítico germano, libre de las perversas influencias foráneas que, a falta de asideros históricamente justificables, recurrió a inventarlos y derivó fatalmente en irracionalidad.

La cultura nazi no terminó de encontrar su camino entre la modernidad de una construcción social utópica y supuestamente progresista a la que aspiraba y la valoración romántica de la tradición ancestral que impuso la estética pequeñoburguesa de Hitler y sus secuaces.

Hitler visita la Biblioteca de Baviera. A la izquierda, Papen.

¿Qué nos ha quedado de aquello? Poca cosa. En los 12 años que duró el Reich milenario (v.) no tuvo tiempo de desarrollarse y de ofrecernos las tardes de gloria que prometía.

La gran aportación nazi a la civilización occidental ha sido, por un lado, el avance en la propaganda como instrumento de manipulación y captación de las masas y, por otro, el pleno desarrollo de una escenografía singular al servicio de esa propaganda, aunque de eso ya sabían bastante los bolcheviques.

CUMPLEAÑOS DEL FÜHRER (Geburtstag des Führers). Hitler cumplía años el 20 de abril, conmemoración del Santísimo Nombre de Jesús.209

El 18 de abril de 1939, el adulador Gobierno alemán declaró el cumpleaños del Führer día de fiesta nacional, un día que, como en España el del Corpus Christi, lucía más que el sol.

Ese día los ayuntamientos engalanaban las calles, los viandantes circulaban con una luminosa sonrisa y las numerosísimas instituciones que constituían el tejido social de Alemania rivalizaban en agasajar al Führer.

Las comunidades de vecinos competían en hermosear fachadas y patios con banderas y guirnaldas.

Los particulares también engalanaban sus fachadas con banderas y retratos del bienamado Führer.210

Los escolares levantaban altarcitos con una fotografía enmarcada del Führer, macetas de aspidistras, guirnaldas de purpurina, banderitas, flecos, manualidades…, ¡la repera!

Ese día, hasta los vecinos más estirados que en circunstancias normales no te dirigían la palabra en el ascensor o en el portal te saludaban jovialmente en el rellano e intercambiaban cumplidos o comentarios sobre el buen tiempo:

—¡Tiempo del Führer!211

Ese día se recibía en la Cancillería de Berlín una catarata de regalos procedentes de todos los puntos del Reich y de las comunidades alemanas en el extranjero, regalos que variaban desde un modesto dibujo a tinta china, hecho por un escolar, o un cojín bordado por una abuelita, hasta un cuadro de Tiziano, pasando por objetos de porcelana, jarrones más o menos chinos, juegos de café decorados con esvásticas…; en fin, todos los bibelots y horteradas imaginables. La gente distinguida hacía regalos distinguidos. Göring (v.), en el quincuagésimo cumpleaños del Führer (20 de abril de 1939), le regaló unos kilos de plata trabajada en forma de maqueta de la Casa del Arte (v.) —en alemán, Haus der Deutschen Kunst—, la famosa galería, el templo del buen gusto del Führer.

50 cumpleaños de Adolf Hitler. Recibe un ramo de flores del más joven de los seis hijos de Goebbels, Alemania, 1939.

Otro 20 de abril, el esfínter de nuestro ilustre y amoral articulista César González-Ruano se hace algodón de azúcar cuando escribe: «Este 20 de abril, Alemania ha querido el laurel y la rosa para los 44 años del Führer. […] He pasado una hora en la Cancillería pasando revista a los infinitos paquetes y fardos llegados para el Canciller […]. Los pliegos de firmas reunían muchos miles de autógrafos a las nueve de la mañana, y los desfiles comenzaron en la Puerta de Brandeburgo a las ocho. Ciento sesenta oficinas improvisadas repartieron durante todo el día, entre los pobres, bonos de comestibles y dinero. En la catedral el doctor Goebbels asistió a un oficio solemne con los representantes del Ayuntamiento». 212

No se extraña el plumilla de que el Führer se haya largado a su chalecito alpino para evitarse la tabarra de sus fans y añade: «Su vida ha sido como una película de argumento complicado y acción febril. Para él mismo no le quedó tiempo de nada. En su casita alpina, mientras toda Alemania celebraba su cumpleaños, solo, pensara tal vez en esas flores difíciles y blancas (Edelweiss), que hoy se venden por las calles y que llevan en el pecho todas las muchachas de Berlín. […] Él ha cerrado las ventanas de la casa alpina y se ha quedado en ella con las 44 sombras de sus 44 años».213

La adulación del líder en su cumpleaños alcanzó, sin aparente esfuerzo, extremos ridículos. Tras la derrota de la selección nacional de fútbol alemana en un partido contra la selección suiza (20 de abril de 1941), Goebbels (v.) envió este encendido telegrama a Hans Tschammer, presidente de la Comisión Alemana del Reich para el Ejercicio Físico (Deutscher Reichsausschuss für Leibesübungen, DRA): «Queda prohibido en el futuro organizar en este día eventos deportivos en los que no se tenga certeza en la victoria. Fin. Heil Hitler».

El 20 de abril de 1945, último cumpleaños del gran hombre, los americanos tuvieron el entrañable detalle de felicitarlo descargando unas docenas de toneladas de bombas sobre el barrio gubernamental berlinés donde suponían que se encontraba. Fueron sus últimos fuegos artificiales.