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ECKART, JOHANN DIETRICH (1868-1923). Este periodista, escritor y poeta a tiempo parcial tuvo unos inicios sorprendentemente parecidos a los de Hitler (v.). Del mismo modo que Adolf quiso ser pintor famoso y quedó en acuarelista mediocre, Eckart aspiraba a revolucionar el teatro, pero tras el resonante éxito de su primera obra, el resto solo fueron fracasos, lo que él achacó a que la escena alemana estaba dominada por judíos.

Como Hitler, el fracasado Eckart tuvo que recurrir a comedores de caridad y a albergues de vagabundos. Comprendiendo que en Berlín no había nada que hacer, pues estaba infectado de putas, judíos y comunistas, Eckart se mudó a Múnich (1913), donde colaboró con publicaciones nacionalistas y antisemitas y fundó la fugaz revista pangermanista Auf gut deutsch (En buen alemán, de 1918 a 1921), que denunciaba la revolución espartaquista como una maniobra judía para desestabilizar Alemania.1

«Necesitamos a un hombre que encabece el movimiento —escribió—, un hombre que pueda soportar el sonido de una ametralladora. Es necesario que la chusma sienta el miedo en las entrañas. No podemos utilizar a un oficial porque la gente ya no los respeta. El hombre más adecuado para este trabajo sería un trabajador que supiera hablar.»2

¿Eso buscas, amigo Eckart? Bueno, aquí tienes a Hitler. Trabajador nunca lo ha sido, cierto, pero saber hablar, sabe. Tú mismo te vas a quedar prendado de su verbo en cuanto asistas a una de esas reuniones del Partido Alemán de los Trabajadores (v. NSDAP), en las que toma la palabra para arreglar el mundo: es un diamante sin pulir que solo espera un guía, un arpa olvidada del salón en el ángulo oscuro en espera de la mano de nieve que sepa pulsarla.

Eckart apadrinó al futuro líder en sus inicios, presentándolo en círculos burgueses de Baviera y Berlín,3 y colaboró tanto en la adquisición de un terno decente y unos zapatos para su tutelado como en la compra del periódico Völkischer Beobachter (v.), que se convertiría en el órgano de difusión del partido nazi y acogería en sus páginas las primeras deyecciones ideológicas del joven y todavía inseguro Alfred Rosenberg (v.).

En su afán antisemita, Eckart fue uno de los divulgadores de la especie de que mientras los buenos alemanes combatían en las trincheras de la Gran Guerra, los judíos se dedicaban a especular y enriquecerse en la retaguardia mientras preparaban la puñalada trapera (v.) que daría al traste con Alemania y la obligaría a solicitar el armisticio.4

Convencido de la veracidad de su propio bulo, Eckart se comprometió públicamente en 1921 a pagar 1.000 Reichsmarks a quien pudiera señalar a una familia judía que hubiese tenido a un hijo en el frente más de tres semanas. El rabino Samuel Freund, de Hanóver, aceptó el reto y le documentó unas 100 familias judías cuyos hijos habían combatido por Alemania, algunas de ellas con hasta tres hijos muertos en la contienda. Como Eckart se resistía a pagar, la Asociación de Veteranos Judíos llevó el caso a los tribunales, que condenaron al bocazas a satisfacer lo prometido.5

Dietrich Eckart.

Eckart acompañó a Hitler en sus primeras empresas políticas y participó en el Putsch (v.) de Múnich, por lo que fue brevemente encarcelado. Poco después falleció prematuramente de infarto agudo de miocardio en su retiro alpino de Berchtesgaden.6 Entre sus papeles se encontró casi terminado un panfleto en el que conversa con un personaje innominado en el que es fácil reconocer a Hitler.7

Eckart dejó honda huella en su discípulo Hitler, quien siempre recordaría su magisterio con cariño y veneración.8 Hitler reconoció su débito y le dedicó la segunda parte de Mein Kampf (v.).9

El lema nazi «¡Alemania, despierta!» (v. Deutschland Erwache!) procede de un verso de su poema «Jeurjo» (1919).

ECONOMÍA DEL REICH DE LOS 12 AÑOS. A pesar de las demandas socializantes de los 25 puntos programáticos del partido (1920; v. programa del NSDAP), dictados desde la ingenuidad y la demagogia, Hitler no concedía gran importancia a la economía y tendía a supeditarla a factores étnicos o culturales.

El ala socialista del partido, muy potente en sus orígenes, perdió fuelle al poco tiempo, en parte por la supresión de algunos de sus defensores (Strasser, Röhm [v.] y otros líderes de las SA [v.] en la Noche de los Cuchillos Largos [v.] de 1934) y en parte por la sumisión al Führer de otros que de este modo salvaron el pellejo (Goebbels [v.] entre ellos).

En los llamados años de lucha (v. Kampfzeit), Hitler aprendió a comportarse en sociedad y comenzó a relacionarse con industriales y gentes de cierta cultura económica. Reparó entonces en que si no se ganaba al capital, difícilmente podría realizar sus sueños imperiales y ya le prestó atención a los asuntos del parné.

Cuando Hitler llegó al poder, la economía alemana estaba lastrada por seis millones de desempleados y unas deudas millonarias con los vencedores de la Gran Guerra. A pesar de ello, comenzaba a recobrarse, apoyada por la banca internacional. «La extraordinaria recuperación económica que enseguida se convirtió en un elemento esencial del mito del Führer no fue obra de Hitler […]. Schacht (v.) consiguió los créditos a corto plazo necesarios. El resto fue, sobre todo, obra de banqueros, funcionarios, planificadores e industriales. Ellos, y no Hitler, sacaron a Alemania de la recesión y le cedieron a él los beneficios propagandísticos.»10

A Hitler debe atribuirse el mérito de crear las condiciones necesarias para que otros impulsaran la economía, especialmente acabar con los desórdenes callejeros y con los sindicatos, y la imposición de algunas radicales medidas:11

«¿Y esto cómo se paga?», se preguntará el lector. Porque darle al molinillo de hacer billetes conduce directamente a una inflación galopante, un principio elemental que conocen incluso los damnificados de la LOGSE.

Para pagarlo, Hitler contó con un hombre providencial, un auténtico mago de la ingeniería financiera, Hjalmar Schacht, un hombre de experiencia que había presidido entre 1923 y 1930 el Reichsbank (Banco Central de Alemania).

Hitler dispuso de tres fuentes de financiación:

  1. El mago Schacht se inventó una moneda paralela, los billetes o bonos Mefo (v.), que circulaban entre las industrias como un dinero alternativo. En apariencia no eran más fiables que los del juego del Monopoly, pero estaban respaldados por el Estado, que prometía canjearlos en el Reichsbank cuando la economía se enderezara.12
  2. Se privatizaron buena cantidad de empresas (que fueron adquiridas por grandes trusts, lo que favoreció el capitalismo monopolista).
  3. Y no menos importante: se incautaron los bienes de los judíos ricos.13

El aspecto negativo de este «milagro alemán» fue que el principal cliente de la industria era el propio Estado, que se financiaba endeudándose.

En el año fiscal 1933-1934 Alemania ingresó 6.800 millones de marcos, pero gastó 8.900 millones. En el 1938-1939 ingresó 17.700 millones, pero gastó ¡32.900! Más de la mitad en armas. En vísperas de la guerra, la deuda acumulada era de 41.000 millones de marcos.

Tarde o temprano, esa burbuja tenía que estallar con imprevisibles consecuencias. Alarmados economistas lo avisaron:

Mein Führer, vamos de cabeza a la bancarrota…

—Tranquilos, que tengo la solución.

—¿Qué solución, mein Führer?

—Cuando solo se tiene un martillo, todo son clavos —habló el oráculo.

El primer clavo fue Austria; el segundo, Checoslovaquia…

El tercero, Polonia, acarreó un nuevo conflicto bélico.

Como en la Gran Guerra, la Marina británica bloqueó el comercio marítimo alemán. Por el mar llegaban a Alemania no solo muchas materias primas tan esenciales como fertilizantes y petróleo, sino artículos básicos de consumo (algodón, azúcar, café, chocolate, el jarabe de la Coca Cola…).14

Hitler intentó enmendar su economía y financiar la guerra con el saqueo de las reservas bancarias de los países invadidos, y la explotación de millones de trabajadores extranjeros en condiciones de esclavitud.15 En 1942, el 70 % de los ingresos del Estado provenían de la explotación de los territorios ocupados.

Nada nuevo. Ya lo había avisado en el Mein Kampf, pero nadie se enteró, dado que el texto es tan obtuso que se cae de las manos en las primeras páginas: la obtención de un Lebensraum (v. espacio vital) entrañaba la conquista y saqueo del este de Europa: «Rusia es nuestra África».

Comenzado el conflicto, Inglaterra adoptó inmediatamente una economía de guerra, pero Hitler, que lo ignoraba todo sobre economía y no siempre se dejaba aconsejar, demoró esa impopular medida hasta 1942.16 Demasiado tarde y demasiado insuficiente, a mediados de 1943, Alemania tuvo que apretarse de nuevo el cinturón (con Speer [v.] como ministro de Armamento). Un año después, ya no se producían bienes de consumo porque el esfuerzo militar lo abarcaba todo y el país se abocaba a un pronto colapso económico.

¿Qué había fallado?

Falló la evaluación de la fuerza e inteligencia del adversario, en especial la referente de los Untermenschen (v.) soviéticos. Llegó un momento en que la economía no se sostenía ni exprimiendo los menguantes territorios ocupados. La bala suicida libró a Hitler de enfrentarse a la inflación galopante y al colapso económico.

EDELWEISS. La florecilla que crece en medio de los intensos fríos (Leontopodium alpinum) típica de los Alpes (y del Pirineo y de Sierra Nevada) fue en los años treinta del pasado siglo el símbolo del Movimiento Juvenil Alemán, de cariz liberal e integrador, que intentaba sobrevivir a la inclusión de todos los movimientos juveniles en las militarizadas Juventudes Hitlerianas (v.).

Durante la época nazi, la flor se hizo popular por creerse que era la favorita de Hitler, cuyas cualidades parecía representar (humildad, resistencia, perfección). Speer (v.) explica el origen de la creencia: hacia 1934, una delegación femenina de Berlín quiso saber qué flor era la favorita del Führer para componer con ella el ramo con que lo recibirían en la estación de Anhalt. «Después de las pertinentes consultas, resultó que el Führer no tenía ninguna flor favorita. Entonces Hanke propuso que se les indicara la flor Edelweiss porque «es poco corriente y además procede de las montañas de Baviera […]. Desde aquel momento, la Edelweiss fue oficialmente “la flor del Führer”, lo que demuestra con cuánta independencia actuaba a veces la propaganda del partido al configurar la imagen de Hitler.»17

Gorro del uniforme de la NSKK Educación Vial Corps Salzburgo con la Edelweiss.

EDUARDO VIII DE INGLATERRA Y WALLIS SIMPSON. ¿Fue una conmovedora historia de amor o simplemente el capricho de un tipejo inmaduro que rechazó sus obligaciones dinásticas para vivir divinamente del cuento?

El retrato más cumplido de Eduardo VIII, rey del Reino Unido durante 325 días, lo ofrece su asistente Alan Lascelles, que lo acompañó y padeció durante años: «Por alguna razón hereditaria o fisiológica, su desarrollo mental, moral y físico se detuvo, por así decirlo, cuando cumplió los 17 años […]. Cuando lo veo a caballo a menudo pienso, Dios me perdone, que lo mejor que podía pasarle a él y al país es que se rompiera el cuello en una caída».18

Voluble, tontainas y de preparación intelectual nula, este Peter Pan que fue rey por un año (1936) y duque de Windsor durante el resto de su vida solo destacó en dos actividades: la degustación de licores de elevada graduación y el apareamiento ocasional con mujeres mayores que él y, a ser posible, casadas.

Cualquier pretexto hubiera sido bueno para sustraerse a las muchas actividades que comportaba ser rey, pero él encontró el más disculpable de todos: el amor. Se había enamorado de Wallis Simpson, una socialité americana desasistida de encantos visibles, mayor que él, huesuda, fea y divorciada dos veces, tachas que al parecer compensaba sobradamente con la práctica de ciertas habilidades íntimas.19

La casa real inglesa no se despeinaba por un escándalo sexual, pero lo de un matrimonio del rey con una divorciada americana, notoriamente manipuladora y ambiciosa, según se supo, excedía su nivel de tolerancia. Le dieron a escoger a Eduardo entre dos opciones: o rey pendiente de la caza, de los caballos, del discurso navideño y de las ocasionales amantes o feliz enamorado.

Eduardo no lo dudó: feliz enamorado. Y abdicó: «No puedo cumplir mis deberes como rey como querría hacerlo sin la ayuda y apoyo de la mujer que amo» (10 de diciembre de 1936).

La prensa del corazón se hizo eco mundial. ¡Un rey que renuncia a la corona por amor! El Gobierno británico y la casa de Windsor acogieron con alivio la grave decisión, aunque fingieran lo contrario (el lector sabe que no hay mejores actores que los ingleses; ni siquiera los argentinos).

Sintiéndose libre, la pareja se dedicó a viajar por Europa. Una de sus primeras visitas fue a la Alemania nazi, entonces muy popular, después de la estupenda exhibición de orden y modernidad de las Olimpiadas de Berlín (v.) de 1936. Los duques llegaron a Berlín el 11 de octubre de 1937 y fueron magníficamente agasajados por el Gobierno anfitrión en un viaje de 12 días, en el que reiteraron el saludo nazi cada vez que atisbaban fotógrafos. Los duques de Windsor socializaron con los Göring (v.) en Carinhall (v.), con Goebbels (v.) en su ministerio y con Hitler en el Berghof (v.). Eran como de la familia.

El Führer le expresó a Eduardo su pesar por la abdicación.

—Una severa pérdida para nosotros —le dijo—. Si hubiese seguido, todo habría sido muy diferente.

Como sabemos, Hitler no quería la guerra con Inglaterra, al menos no antes de derrotar a la URSS y hacerse con sus materias primas.

Acabado su periplo, la pareja se instaló en un palacete de París, el pabellón de La Maye, en Versalles (¿dónde mejor para un bon vivant?), pero en 1939, cuando las tropas alemanas se acercaron, y con ellas las molestias de la guerra, los Windsor alzaron el vuelo y se trasladaron primero a Biarritz y de allí a Madrid, donde le hicieron la cobra a la embajada inglesa y prefirieron hospedarse en el hotel Ritz, suites 511 y 512, las ordinariamente reservadas a don Juan March y a la realeza.

Eduardo VIII y Wallis Simpson visitan a Adolf Hitler en el Berghof el 22 de octubre de 1937.

Madrid, junio de 1940. Camisas azules desfilando por las calles; hambruna en las chabolas del extrarradio; estraperlistas que hacen sus agasajos postineros con las putas finas del Chicote, sin excluir a varios industriales vascos de Acción Católica, virtualmente coñicantanos, que previsoramente han dejado el escapulario en la mesita de noche del Ritz.

El Madrid al que llegan los Windsor es un hervidero de espías, especialmente alemanes, pero también ingleses y hasta españoles asalariados por la embajada alemana y Josef Hans Lazar (v.).

Al Führer le sobraba personal para intentar atraerse al incauto Windsor (Operación Willy, la llamaron), para ver si le hacía el juego y aceptaba ponerse al frente del lobby aristocrático fascistizante británico que abogaba por la paz.

Soñaba Hitler con un arreglo que le dejara las manos libres para invadir la URSS sin el incordio de un segundo frente en Europa. Incluso contemplaba la posibilidad de que Eduardo recuperara el trono e impulsara un Gobierno germanófilo.

En sus habitaciones del Ritz, los duques recibieron la visita del ministro de Exteriores español, Juan Beigbeder,20 y de Miguel Primo de Rivera, el guapo hermano del Ausente (v. Primo de Rivera, José Antonio), gobernador civil de Madrid y antiguo conocido de Eduardo (le había servido de cicerone en su visita a España en tiempos de la Dictadura). Por la noche se les sumaba el marqués de Villaverde, yernísimo de Franco, el dueño de la noche madrileña, para acompañar a la pareja al bar Chicote, donde se juntaba la intelectualidá e iban a un tablao flamenco para que admirasen el arte del bailarín Antonio.

Jossé Antounio? —pregunta el Windsor, confundiendo el culo con las témporas.

—No, alteza, José Antonio es el Ausente, el fundador de Falange, que yace en El Escorial. Este Antonio es un artista del gypsy dancing, flamenco.

—Oh, I see!!! Olé! Flamencou!

El Gobierno español, generoso e hidalgo, ofrece a la popular pareja un lugar al sol de la nueva España. ¿Dónde? En un emplazamiento paradisíaco, favorito de los turistas ingleses y sobre todo fácil de vigilar. En Ronda, en el llamado palacio de los Reyes Moros.

La oferta era tentadora, pero al final los Windsor la rechazaron y pasaron a Portugal (un territorio históricamente afecto al Reino Unido. «Menos mal», pensó Churchill).

Tórrido mes de julio en Lisboa. Los Windsor, gorrones como todo noble que se precie, aceptaron la invitación del banquero luso Ricardo do Espírito Santo, un reconocido germanófilo que los alojó en su residencia veraniega de la Boca do Inferno, llena de lámparas con micrófono incorporado.

Churchill temía que el descerebrado Windsor hubiera escapado de la sartén para caer en la candela. En Lisboa, el ilustre bobo seguía bajo la influencia de los alemanes. ¿Cómo rescatar al que no se deja rescatar? ¿Cómo apartarlo de su afán infantil de jorobar a la casa real británica y a su hermano, el rey Jorge VI, por no aceptar en la familia real a su amada Wallis?

En plena guerra, un miembro de la familia real coqueteando con Hitler no era permisible. Había que alejarlo del foco mediático y sobre todo de los alemanes. Churchill nombró al duque de Windsor gobernador de las Bahamas (8 de julio de 1940), una remota y nada importante posesión británica donde el eterno y atolondrado adolescente estaría a salvo de insidias.

Eduardo no mordió el anzuelo.

—Es una añagaza para obligarme a hacer lo que no quiero hacer —le replicó a Churchill.

Hitler movía sus fichas. El 19 de julio de 1940, ofreció generosamente la paz a Inglaterra.

—Puedo hacer este llamamiento, puesto que no soy el vencido que pide un favor, sino el vencedor que habla en nombre del sentido común. No veo razón alguna por la que esta guerra deba continuar —dijo en su discurso.

Mientras tanto, jugaba sus cartas. El 11 de julio de 1940, Ribbentrop (v.) le indicó al embajador alemán en Lisboa: «Debe comunicar al duque de Windsor que Alemania anhela la paz con el pueblo británico y que esa pandilla de Churchill lo está saboteando. Sería deseable que el duque estuviera preparado para los cambios del porvenir. Alemania está decidida a alcanzar la paz con Inglaterra y en este sentido dispuesta a facilitar la ascensión al trono británico del duque y de la duquesa».

Los alemanes habían enviado a Lisboa a Walter Schellenberg, jefe de contrainteligencia de la Gestapo (v.), con la misión de devolver a los duques a España con vistas a su posterior envío a Alemania. El plan para sacarlos de Portugal era que asistieran a una cacería en términos de la localidad fronteriza de Guarda, desde la que pasarían a España con la complicidad de la policía aduanera portuguesa. Escoltados por Miguel Primo de Rivera se trasladarían al palacio del conde de Montarco, en Ciudad Rodrigo (Salamanca).

Si la jornada cinegética fallaba, había un plan alternativo más radical. En caso de oposición por parte de agentes británicos, secuestrarían a la pareja y la trasladarían a suelo español, bajo el paraguas de los agentes alemanes.

Los acontecimientos se precipitaron. El enviado personal de Churchill, Walter Monckton, antiguo conocido de Eduardo, le comunicó que si no partía inmediatamente para su destino a bordo del transatlántico Excalibur (atracado en el puerto de Lisboa), el Parlamento británico lo declararía traidor, una categoría que, entre otros efectos desagradables, comportaba el cese de la asignación dineraria que Eduardo recibía con cargo a los presupuestos de la casa real.

Schellenberg intentó todavía retener a los duques enviando a Wallis un ramo de rosas con un mensaje en el que le avisaba de que eran víctimas de una conjura del MI6 británico. No obtuvo respuesta.

Los alemanes pasaron al plan B: secuestrar a los duques. Demasiado tarde. Detrás de cada arbusto de Boca do Inferno había un agente británico, alemán, doble, o de los portugueses. No funcionó. Refunfuñando pestes y un tanto acongojados por la presencia de tanta gente peligrosa como los rondaba, los duques embarcaron en el Excalibur rumbo a su ínsula Barataria.

En la isla, Eduardo no tenía mucho que hacer y su señora americana se aburría. Aprovechando la vecindad, visitaban con frecuencia EE. UU., donde Eduardo conspiraba con miembros del Gobierno para sabotear la política de su odiado Churchill. Quizá albergaba la esperanza de que Hitler ganara la guerra y lo repusiera en el trono. Los americanos no le hicieron gran caso y lo mantuvieron bajo vigilancia.

Hitler también tenía un plan C. En vista de que el plan eduardiano había fallado, optó por vencer la resistencia británica con un medio más persuasivo: invadirla como en 1066 la invadió Guillermo el Conquistador y reponer en el trono a Eduardo VIII para que fuese el rey pelele de Alemania. Hoy sabemos que más bien siguió el destino de Felipe II y de Napoleón, que fracasaron en idéntico empeño.

Terminada la guerra, los duques de Windsor regresaron a París y allá vivieron su apacible vejez. La duquesa publicó unas desmemorias extremadamente favorecedoras de su persona en 1956 (escritas por Charles Higham, un ilustre negro). El duque murió en 1972, quebrantada su salud por el ocio. Ella era de otra pasta y lo sobrevivió 14 años.

EHESTANDSDARLEHEN («préstamo nupcial»). Hitler, en su mentalidad machista y pequeñoburguesa, pensaba que el lugar de la mujer es el hogar, o sea las «tres kas»: Kinder, Küche, Kirche («niños, cocina, iglesia»).

En política familiar, se marcó estos objetivos:

  1. Devolver a la mujer al hogar, para que los puestos de trabajo vacantes los ocuparan los hombres, lo que reduciría el desempleo.
  2. Aumentar la natalidad hasta alcanzar la población de las grandes potencias (Rusia, EE. UU.).

Una mujer aria legítima que abandonara su trabajo para contraer matrimonio legal (con un ario, naturalmente) podía solicitar un préstamo de hasta 1.000 marcos, a devolver en cómodas mensualidades de diez marcos y sin intereses (1.000 marcos equivalían a un salario regular de tres años). De este préstamo se condonaría un cuarto de la deuda por cada hijo habido, con lo que para saldar la deuda bastaba con engendrar cuatro hijos.

Pero luego había que criarlos.

EHRE HEISST TREUE, MEINE («Mi honor se llama fidelidad»). Lema de las SS (v.) inscrito en las hebillas de sus cinturones y en las hojas de sus dagas ceremoniales.

EHRENTEMPEL (v. Panteón de los Héroes de la Odeonplatz de Múnich).

EIGNUNGSPRÜFER («examinador de aptitud»). Era un funcionario de la Oficina de Raza y Asentamiento de las SS (v.) que determinaba la pureza racial (v. ario) de los candidatos de las SS, así como la de sus futuras esposas en aplicación de la «ordenanza matrimonial» promulgada por Himmler (v.) el 31 de diciembre de 1931, que obligaba a solicitar permiso al Departamento de Familia y Matrimonio (Sippen-und Heiratsamt)21 y a presentar el árbol de familia de la novia con tres meses de anticipación.

Tras la invasión de Polonia, los Eignungsprüfungen determinaron la proporción racial contenida en miles de niños polacos rubios y de ojos azules. Si alcanzaban los mínimos estándares exigidos, se les admitía en el universo de los elegidos, dándolos en adopción a familias alemanas.

Aparte de las señales más evidentes (color del pelo y de los ojos), los examinadores reparaban en otras menudencias, como forma de la cabeza y señales psíquicas de cuya evaluación resultaba clasificar al individuo en tres posibles categorías: merecedor de reproducción, tolerable o inadmisible.

Tras la invasión de la URSS (1941), la oficina amplió su campo como Centro de Coordinación para Alemanes Étnicos (Volksdeutsche Mittelstelle o VOMI) dentro del Generalplan Ost (v. Plan General del Este) para la limpieza étnica de los territorios incorporados al Reich tras la expulsión o exterminio de los nativos.

EIN VOLK, EIN REICH, EIN FÜHRER («Un pueblo, una nación, un líder»), lema del partido nazi (v. NSDAP).22

EINDEUTSCHUNG («germanización»). Conjunto de medidas tendentes a convertir a la cultura alemana a las personas racialmente admisibles de los territorios ocupados del este. La primera exigencia era, lógicamente, el conocimiento del idioma alemán.

EINGLIEDERUNG («integración»). Recuperación por el Reich de las comarcas y provincias reclamadas como propias, en especial Alsacia-Lorena y Luxemburgo.

EINSATZGRUPPEN («grupos de operaciones especiales»). Un eufemismo para designar a los equipos móviles de ejecutores de las SS (v.) a los que se encomendaron los asesinatos masivos que requería la limpieza étnica de los territorios ocupados del este.23

Sobre el papel, la misión de los Einsatzgruppen consistía en limpiar los territorios conquistados de «elementos hostiles al Reich», entiéndase partisanos, saqueadores, comisarios políticos soviéticos e intelectuales independientes. No se mencionaba expresamente a la población judía, pero desde la retorcida óptica nazi, todo judío encajaba en alguna de esas categorías, así que se convirtieron en los principales objetivos de los comandos de exterminio.

Los primeros Einsatzgruppen, integrados por voluntarios procedentes de Gestapo (v.), Kriminalpolizei (KriPo) y Sicherheitsdienst (SD), actuaron durante la campaña polaca (Operación Tannenberg) y fueron disueltos al término de esta (noviembre de 1939).24

Antes de la invasión de la URSS (22 de junio de 1941) se constituyeron cuatro Einsatzgruppen (designados A, B, C y D), que seguirían el avance de los grupos de los ejércitos Norte, Centro, Sur y del XI ejército con la misma tarea de limpieza étnica realizada en Polonia.25

A pesar de su perfecta organización, los Einsatzgruppen no daban abasto por mucha voluntad que pusieran. Los agentes, todos ellos de formación luterana o católica, padecerían en sus carnes el sentido de la cita evangélica «la mies es mucha y los segadores pocos» (Mateo, 9, 37).

Al final tuvieron que solicitar la ayuda del ejército regular —la Wehrmacht (v.), sí— y de voluntarios parapoliciales locales, entre los que abundaba mucho el antisemita radical o elementos simplemente sádicos, desprovistos de toda motivación ideológica, que cooperaban gustosos en el asesinato de sus vecinos, aprovechando que no solo no estaba penado, sino que se les recompensaba con los gajes que pudieran saquear a sus víctimas y con donativos alcohólicos de la autoridad ocupante.

El modus operandi de los Einsatzgruppen admitía pocas variantes: reunían a los elementos eliminables de la localidad o de la comarca y los conducían a un lugar apropiado para sepultar colectivamente los cuerpos (canteras abandonadas, barrancos o fosas previamente excavadas).

En grupos reducidos, controlables, los hacían desnudarse para aprovechar la ropa y los efectos personales, los ponían de cara al foso y los ejecutaban de un tiro en la nuca o fusilándolos a corta distancia. A veces, una misma bala servía para la madre y para el bebé que estrechaba en sus brazos. Los muertos o malheridos se precipitaban en la fosa, que iba llenándose en sucesivas tandas.26 Al término del día, el comandante del grupo redactaba el preceptivo informe para la superioridad (v. Babi Yar).

No eran patanes iletrados estos SS. Entre ellos abundaban las personas cultivadas, con carreras universitarias. Tampoco ocultaban en qué consistía su trabajo, o al menos no todos. Uno de ellos, el teniente Walter Mattner, relata la experiencia en una carta a su esposa (5 de octubre de 1941): «En la gran matanza de anteayer, al principio me temblaban un poco las manos en el momento de disparar, pero uno se acostumbra. Al rato apuntaba ya con calma y disparaba de manera segura a las mujeres, los niños y los numerosos bebés, consciente de que yo mismo tengo dos en casa con los que estas hordas actuarían de igual modo, incluso quizá diez veces peor. […] Los niños de pecho salían volando al tiempo que describían una gran parábola, y nosotros los reventábamos en el aire antes de que cayeran en la fosa y el agua […]. Nunca había visto tanta sangre, porquería, hueso y carne. Ahora comprendo la expresión borrachera de sangre. […] Muchos dicen aquí que cuando regresemos a la patria será el turno de nuestros judíos locales».27

Futuros desmemoriados asisten a una ejecución masiva.

No todos los SS tenían los hígados de este antiguo policía vienés. A los jóvenes alemanes del periodo de entreguerras se los había educado para que fueran duros como acero Krupp, en metáfora hitleriana, e inasequibles al Gefühlsduselei o sentimentalismo, pero por mucha roca berroqueña que tuvieran en sus corazones, el asesinato de mujeres, ancianos y niños acababa afectando. No todo el mundo sirve para verdugo ni es capaz de «actuar de forma mecánica y dura, observar lo inhumano sin pestañear». A algunos los afectaba verse implicados en el asesinato de mujeres y niños un día sí y otro también. «Después de la ejecución —confiesa un SS— vino Kemmer a hablar conmigo y me confesó que él, como yo también, había encontrado esa tarea (Aufgabe) desagradable. Los dos nos avergonzábamos por nuestra participación en esa ejecución. Esta experiencia (Erlebnis) me afectó personalmente hasta el punto de que no pude comer nada ni trabajar durante dos días. El primero lo pasé en cama.»28

Muchos de estos matarifes recurrían al alcohol; en otros, eran evidentes los trastornos psíquicos. Incluso hubo que lamentar suicidios. ¿Qué hacer?

El alto mando encomendó al Instituto Técnico para la Detección del Delito (KTI)29 la búsqueda de un método adecuado para asesinar a grupos numerosos de población indeseable sin tanta implicación de los encargados de eliminarlos. Un oficial tuvo la idea de imitar a la policía secreta rusa: gasear a las víctimas con monóxido de carbono procedente de tubos de escape en camiones preparados al efecto.

El sistema funcionaba con pequeños grupos, pero se reveló inadecuado cuando hubo que eliminar a cientos de miles de indeseables en un corto espacio de tiempo. A partir de la primavera de 1942, los camiones trampa se sustituyeron por las cámaras de gas fijas, de gran capacidad, instaladas en campos de exterminio (v.).

A pesar de estas y otras facilidades, todavía quedaban SS que se quejaban de su sensibilidad herida. A ellos se refiere Himmler (v.) en un discurso: «Es imperativo resolver otra cuestión importante. Es la tarea más terrible y la orden más horrenda que pudo haber sido dada alguna vez a una organización: la orden de resolver el problema judío. Este es el momento adecuado —hemos tenido la dureza necesaria para exterminar a los judíos en nuestra esfera de influencia—. No me pregunten cuán dificultoso ha sido esto. Como soldados, traten de comprender qué difícil resulta ejecutar una orden así. Esta era necesaria… Yo les dije: primero, aquí está la orden y, segundo, nuestra consciencia nos ordena continuar sin misericordia este proceso de limpieza. Y si alguien viene y me dice: “Bueno, usted sabe, entiendo que se liquide a los judíos adultos, pero ¿cómo se puede matar a mujeres y niños?”, yo les digo esto: “Esos niños van a ser adultos algún día”».30

Al final de la guerra, dos docenas de jefes de Einsatzgruppen comparecieron ante los tribunales aliados para dar cuenta de alrededor de un 1.400.000 asesinatos perpetrados bajo su mando. La justicia fue piadosa con ellos. Se dictaron 14 sentencias de muerte de las que solo se cumplieron cuatro.

EINSATZ REINHARD (Acción Reinhard). El venerado nombre de Reinhard Heydrich (v.) era el nombre de la operación acordada por el mando para emprender el exterminio de los judíos polacos (4 de junio de 1942).

EINTOPF («una olla»). El Eintopf o Eintopfgericht es el estofado popular alemán equivalente a nuestro cocido de garbanzos. Sus ingredientes tradicionales son verduras (col, patatas, zanahorias) y legumbres (guisantes, judías, lentejas…) y, si el bolsillo lo permite, algo de carne o salchichas.

En cuanto alcanzó el poder, Hitler instituyó que el primer y tercer domingo de cada mes fuese «domingo de Eintopf», en el que la familia se limitaba a ese modesto plato y entregaba el dinero ahorrado a la organización benéfica Winterhilfswerk (v. Auxilio de Invierno).

A los restaurantes se les exigía la cuarta parte de la recaudación del día, como mínimo.

Durante la guerra, el Eintopf recaudatorio se aplicó con mayor severidad, aunque el radical racionamiento de los alimentos lo hacía casi innecesario.31 Lógicamente, era más fácil de controlar en los restaurantes, que te cobraban por el menú completo y solo te servían el segundo plato.

Hitler, Goebbels, Putzi y otros en apoyo de la campaña de los domingos de Eintopf.

EINWANDERUNGS-ZENTRALSTELLEN (EWZ, Centro de Inmigración). Estos centros se ocupaban del asentamiento de colonos de sangre germánica (v. Volksdeutsche) en los territorios ocupados por Alemania. Su objetivo era «despolonizar» territorio y población y germanizarlo (v. Eindeutschung) para que se asimilara culturalmente al Reich.

El entusiasmo de las fáciles conquistas se tradujo en urgencias para que este plan colonizador funcionara inmediatamente. No había tiempo de construir hogares a los jóvenes colonos que llegaban de Alemania: se evacuaron los inmuebles y bienes arrebatados a los judíos y polacos deportados o asesinados, e incluso se recalificaron como centros de preasentamiento, manicomios y sanatorios de los que previamente se había desalojado a internos y a enfermos.

No había tiempo que perder. En ocasiones, los agentes de germanización expulsaban de su granja a una familia polaca por la mañana y alojaban por la tarde a la nueva familia germana después de realizar aceleradamente las reparaciones necesarias y de limpiar la vivienda hasta estándares germanos porque, según leemos en un informe, los polacos eran gente muy guarra y «a veces las casas eran casi establos».

Cuando llegaban los nuevos inquilinos, se llevaban una agradable sorpresa al encontrar «incluso flores en la mesa del comedor —un detalle muy germano— y la comida hecha para que se sintieran rápidamente en casa en su nuevo hogar».

¿No les gustaban los muebles? No hay problema: la autoridad competente disponía de bien surtidos almacenes de muebles requisados a judíos y a polacos desahuciados, donde las familias de los colonos podían pasar una mañana muy agradable escogiendo con qué decorar su nueva casa.32

El idilio de los colonos con los asentadores no duró mucho. Después de la invasión de la URSS (22 de junio de 1941), el programa de colonización germana se extendió a los vastos territorios conquistados en el este. La comisión para la germanización instaló oficinas volantes en trenes que recorrían la tierra prometida en busca de comunidades germanas racialmente aprovechables (las estrictas exigencias raciales del comienzo se relajaron algo, en vista de la inmensidad del espacio que repoblar).

Algunos de estos germanos aceptables que habían crecido lejos del Reich recibieron las propuestas de convertirse en colonos con entusiasmo que luego decreció, cuando supieron que no se trataba de regresar a la patria originaria alemana (que imaginaban un paraíso dotado de todos los adelantos, donde la vida sería cómoda y subvencionada). No era eso. Más bien se les requería a abandonar sus hogares para lanzarse a la aventura patriótica de poblar nuevos asentamientos en lugares estratégicos señalados por el Plan General del Este (v.), normalmente en zonas infestadas de partisanos donde la pertenencia a la raza superior no siempre garantizaba el bienestar.

Para estos germanos resultaba especialmente hiriente que vecinos suyos que no habían alcanzado la pureza racial necesaria para ser considerados germanos de pleno derecho recibiesen propuestas de marchar a Alemania con un buen sueldo en calidad de trabajadores extranjeros.

Después de los primeros reasentamientos, que afectaron a cerca de 100.000 colonos de sangre razonablemente germana, los azares de la guerra, que no discurría tan bien como se había previsto, ralentizaron el programa.

En 1942 había más de 250.000 germanos étnicos a la espera del paraíso prometido, malamente alojados en campos de tránsito que iban camino de convertirse en campos de refugiados. Algunos pudieron regresar a sus lugares de origen cuando la utopía estalló como una pompa de jabón, pero otros muchos no sobrevivieron al desastre.

EIS («hielo»). El hielo se une al fuego en el dualismo luz y oscuridad del universo nazi. Ya sé que es difícil de entender. Hasta es posible que los inventores de la Welteislehre o «teoría del mundo de hielo» tampoco lo entendieran.

Me explico: el sistema solar se formó de la interacción de una imponente masa de hielo y una bola de fuego primigenia. Así explicaba el origen del mundo el ingeniero Hans Hörbiger (1860-1931) en su libro Welteislehre (Cosmogonía glacial, 1913).

Esta peregrina teoría arraigó en el imaginario de nuestros nazis favoritos —Himmler (v.), Göring (v.) y el mismo Hitler— y terminó vinculada a la ciencia germana intuitiva, que se contrapone a la ciencia judía racionalista, cuyo representante más notorio es Einstein. De esta manera confrontaban el sol, el fuego y la luz (identificación mítica del nazismo) con el hielo, en sus variadas y siempre desagradables manifestaciones.

La historia parecía darle la razón. ¿Qué lo hizo fracasar en la campaña rusa? La nieve y el frío. ¿Por qué sentía Hitler tanta aversión a los deportes de invierno?

A Hitler le costaba aceptar que las fuerzas arias del fuego hubieran sido derrotadas por las del hielo ruso. ¿Se trataba de un desafío entre el fuego y la luz, y el hielo y la oscuridad? Quién sabe, pero podría explicar su perseverancia en seguir desafiando a los elementos en el frente ruso, aunque vaya usted a saber lo que había en aquella cabeza.

Hans Hörbiger.

EJE BERLÍN-ROMA-TOKIO. Después de la firma del tratado entre Alemania e Italia (25 de octubre de 1936), Mussolini declaró que los dos estados formaban un eje en torno al que giraría Europa y quién sabe si el mundo.

Con la firma de este tratado, que a la postre acarrearía su ruina, Mussolini contrarrestaba la oposición que desde la Sociedad de Naciones se hacía a su conquista de la región etíope de Abisinia y de Somalia (1935-1936). En esta iniciativa, Alemania era su aliado natural por afinidades políticas y porque ya había abandonado la Sociedad de Naciones en 1933.

El Eje Berlín-Roma se fortaleció y amplió con otras alianzas, a saber:

Por último, formó parte de estas alianzas el Pacto Antikomintern (25 de noviembre de 1936) entre Alemania y Japón, cuyo objeto era salvaguardarse de la Internacional Comunista (Komintern), que pretendía extender el comunismo por todos los países del mundo.36 En 1937 se sumaría al pacto Italia, y unos años después, Hungría y España —de la que ahora hablaremos— hicieron lo propio.

El 23 de agosto de 1939 Hitler firmaría un tratado de no agresión con Stalin que, en principio, dejaba en papel mojado el Pacto Antikomintern. Hemos de suponer que, dos años después, cuando Hitler invadió la URSS (22 de junio de 1941), el Antikomintern despertó de nuevo a la vida como las momias en las películas; prueba de ello es que el 25 de noviembre de 1941, ya en pleno fregado, otros países satélites de Hitler se adhirieron al pacto: Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Dinamarca, así como Croacia, Japón, Finlandia, Turquía, Manchukuo y Nanjing.

¿Y España? En los movimientos diplomáticos que preceden a la Segunda Guerra Mundial, Franco se alineó junto a las potencias fascistas con tres medidas:

  1. El 31 de marzo de 1939, cuatro días después del anterior, firmó un Tratado de Amistad Hispanoalemán para prestarse apoyo diplomático en caso de «ataque exterior».
  2. El 8 de abril de 1939 se adhirió secretamente al Pacto Antikomintern por un periodo de cinco años, lo que mereció la cálida aprobación de Ribbentrop (v.), que en una carta expresó al conde de Jordana, ministro de Asuntos Exteriores, «la viva satisfacción que experimentamos por el hecho de que después de la lucha heroica y victoriosa contra el comunismo sobre el propio suelo, España se adhiera al pacto, lo que contribuye a estrechar aún más las relaciones germano-hispanas».
  3. El 9 de mayo de 1939, un mes después de los anteriores, se retiró de la Sociedad de Naciones, «ese antro podrido de la democracia», como habían hecho anteriormente Italia y Alemania.

Serrano Suñer, Franco y Mussolini en Bordighera (Italia), 11 de febrero de 1941.

EMPRESARIOS CON HITLER. Hitler empezó su carrera política con un discurso tirando a socialista, pero en cuanto pudo se echó en los brazos del capital, como lo demuestra el hecho de que en 1931 un club importante de empresarios lo financiara con 25 millones de Reichsmarks, ante el temor de otra revolución izquierdista.

Por lo que parece, fue una buena inversión, porque, apenas transcurrido un año (19 de noviembre de 1932), los 19 magnates más potentes de la industria y la banca dirigían al presidente Hindenburg (v.) una Industrielleneingabe («solicitud industrial»), redactada por Hjalmar Schacht (v.), pidiéndole que nombrara canciller a Adolf Hitler.

Porsche presenta el convertible Beetle a Hitler por su cumpleaños, 20 de abril de 1939.

Como sabemos, Hindenburg, que ya chocheaba y no se enteraba de la mitad, accedió a lo que se le pedía y el antiguo vagabundo que apenas había aprendido a comer con cubiertos se vio de pronto aupado al poder vestido de chaqué, chistera y zapatos de estreno.

¡Comenzaba el Reich milenario (v.)!

ENDLÖSUNG (también Endlösung der Judenfrage; v. solución final).

ENDSIEG («victoria final»). Esta palabra era el talismán y el abracadabra de Goebbels (v.) y de otros capitostes nazis: los sacrificios y las derrotas deben aceptarse como parte de un proceso que ineludiblemente conduce a la victoria final.

Incluso cuando, a mediados de 1943, hasta los más optimistas predecían el desastre, la propaganda seguía machacona con la Endsieg inminente.

Esa optimista visión se sustentaba al final en el mito de las armas milagrosas (v.), que estaban a punto de alterar el curso de la guerra.

ENIGMA (Schlüsselmaschine Enigma, máquina de claves Enigma). En los años que siguieron a la Gran Guerra, muchas empresas industriales o financieras sufrían enormes pérdidas por causa del espionaje industrial. El fallo estaba en que sus métodos de encriptado eran fácilmente descifrados por agentes a sueldo de la competencia. En 1918 el ingeniero alemán Arthur Scherbius patentó Enigma, una máquina encriptadora tan compleja que sus mensajes resultaban imposibles de descifrar, o eso creía él.

Enigma parece una máquina de escribir, pero además del teclado tiene un panel con letras fijas y tres rotores metálicos en cuyo contorno figuran las 26 letras del alfabeto. Antes de transmitir el mensaje, el encriptador consulta su libro de claves y dispone los rotores según la combinación correspondiente al día de la fecha. Supongamos que la clave de hoy es ICL. El encriptador gira cada rotor hasta que esas letras quedan alineadas y después conecta 26 clavijas a otros tantos enchufes, cada uno correspondiente a una letra del alfabeto. Concluida esta operación, comienza a transmitir el mensaje: pulsa una tecla, por ejemplo, la letra e, y envía un impulso eléctrico que gira los rotores con el resultado de que en el panel se enciende una letra distinta de la pulsada, por ejemplo, la m. Cuando se pulsa la e por segunda vez, los rotores nuevamente en movimiento encienden letras distintas, la w, la h, la k, etc. O sea, cada pulsión altera el proceso. Y así sucesivamente.

La máquina Enigma.

La secuencia original de los rotores solo podía repetirse después de 17.576 combinaciones, por lo que cada mensaje ofrecía 200 quintillones de posibles combinaciones. La disposición de los cables sumaba otros 159 quintillones de combinaciones.

Para desencriptar el mensaje hay que tener otra máquina Enigma, con los rotores exactamente en la misma posición, para que realice el recorrido inverso.

Sus fabricantes partían de la base de que la competencia podía disponer de su propia máquina Enigma, por lo tanto, lo esencial era la clave de partida. Un libro de claves fabricado por el usuario indicaba al receptor del mensaje la posición correcta de los rotores, que se cambiaba cada día o incluso, para mayor seguridad, tras cada emisión.

El ingeniero Scherbius y un socio capitalista fundaron la empresa Enigma Chiffriermaschinen AG, dedicada a la fabricación y comercialización de la máquina, pero tuvieron que competir con otras máquinas encriptadoras suecas y americanas, por lo que el negocio no prosperó. En 1926, el Estado alemán adquirió los derechos de la empresa y retiró la máquina del mercado, reservándola primero para las comunicaciones estatales y finalmente solo para el Ejército.37

Scherbius nunca supo del éxito de su máquina, porque falleció en 1929, atropellado por un coche de caballos.

El Ejército alemán empezó a usar la máquina Enigma en 1928, lo que alarmó a la Oficina de Cifra polaca, una rama de su inteligencia militar que hasta entonces había descifrado los mensajes alemanes enviados en claves convencionales.

En enero de 1929, la Oficina de Cifra polaca organizó un curso de criptología para los alumnos más avanzados de la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Poznan. El objeto del curso era captar a los más capacitados para que trabajaran en el desciframiento de la clave alemana. Los elegidos fueron Henryk Zygalski, Jerzy Różycki y Marian Rejewski.

También los servicios secretos franceses trabajaban desde 1930 en descifrar la máquina Enigma, pero a falta de las claves de colocación de los rotores, no consiguieron descifrar los mensajes alemanes interceptados.

En noviembre de 1931, Hans-Thilo Schmidt, un alemán empleado de la Chiffriestelle, la Oficina de Codificación alemana, vendió al servicio secreto francés el libro de instrucciones de Enigma. Con él se podía fabricar una máquina idéntica a la usada por el Ejército alemán.

Los franceses de la Oficina de Cifra estudiaron el material que habían adquirido a precio de oro, pero llegaron a la conclusión de que Enigma era inviolable. En 1933 se dieron por vencidos y cedieron todo ese material a sus aliados polacos.

Marian Rejewski, uno de los jóvenes matemáticos polacos que trabajaban en Enigma, abordó el problema desde un ángulo insólito: las tres letras que determinan la colocación de los rotores las eligen personas. Aunque lo hagan aleatoriamente, tendrán una tendencia a repetirlas o a usar tres letras próximas entre sí en el tablero, o las iniciales de su nombre o el de la novia. O sea, habrá un patrón de repeticiones.

El equipo tardó años en probar los miles de posiciones posibles de los modificadores de Enigma, pero al final fue descubriendo los patrones de su funcionamiento. En 1938 pudo construir una máquina que, en un par de horas, era capaz de encontrar automáticamente la posición del modificador. En realidad, fueron seis máquinas, una por cada modificador, que en conjunto abultaban tanto como un armario ropero. La llamaron bomba kryptologiczna («bomba criptológica»), porque sus engranajes emitían un continuo tictac similar al de las bombas de relojería.38

Los alemanes estaban preparando la guerra y se curaron en salud añadiendo en 1938 dos nuevos rotores a las máquinas Enigma del Ejército. Fue un nuevo desafío para el equipo de Rejewski, que debía calcular los cableados de esos modificadores y construir otras 60 «bombas» con sus correspondientes 60 «hojas de Zygalski». Ese trabajo dejó a oscuras durante un tiempo a la oficina polaca. En ese tiempo, la tensión fronteriza entre Alemania y Polonia aumentó de tal manera que una guerra era más que previsible.

Llegó la guerra, que los polacos perdieron en pocas semanas sin haber podido utilizar la información de la máquina Enigma que con tanto empeño habían recabado. Lo único que pudieron hacer fue transferir sus trabajos a los ingleses, que, basándose en los planos de la «bomba» polaca, construyeron su propia descifradora llamada en clave Victory, que empezó a funcionar en marzo de 1940.

Los británicos instalaron un servicio de desencriptación (Government Code and Cypher School, GC&CS) en Bletchley Park, una espaciosa y tranquila mansión campestre rodeada de bosques, cerca de Londres, y reclutaron a un heterogéneo equipo de matemáticos y lingüistas de Oxford y Cambridge, maestros de ajedrez y hasta especialistas en la resolución de crucigramas, gente con la imaginación configurada para penetrar en laberintos mentales.

El alma de la empresa era el profesor de Cambridge Alan Turing, un excéntrico matemático que hoy se considera el padre de la computación.

Churchill puso a disposición de Bletchley Park cuantiosos recursos, consciente de que la suerte de la guerra podía depender del desciframiento de los mensajes del enemigo.

La importancia de Bletchley Park creció a lo largo de la guerra, y con ella el número de sus empleados. Al final del conflicto eran unos 700, entre ellos media docena de españoles procedentes del servicio de encriptación de la extinta Segunda República.

Cada día, a las 12 en punto de la noche, los alemanes cambiaban la cifra de sus máquinas Enigma. En Bletchley Park comenzaba entonces el frenético trabajo para dar con la clave que permitiera descifrar los mensajes que el servicio de radioescucha registraba. Era una labor de horas, pero de ella dependía conocer con antelación el objetivo del próximo bombardeo, el emplazamiento de los submarinos o el movimiento de tropas.

La primera «bomba» Victory tardaba casi una semana en descifrar las claves de Enigma. Demasiado tiempo. La mejoraron y consiguieron una nueva máquina, la Agnus Dei, que desentrañaba las pulsiones eléctricas de Enigma y descifraba la clave original en menos de una hora.

Bletchley Park tuvo que vencer muchas dificultades, como el hecho de que el Afrika Korps, la Luftwaffe (v.) y la Kriegsmarine (v.) utilizaran claves distintas en sus máquinas Enigma. Cuando, terminada la guerra, los generales alemanes supieron que el enemigo les leía casi todas las comunicaciones, comprendieron el origen de muchos reveses que hasta entonces habían achacado a la adversa fortuna.

El conocimiento de los códigos de Enigma por los aliados acortó considerablemente la guerra. Un historiador británico incluso afirma que de no ser por el trabajo de Bletchley Park, la guerra se hubiera prolongado hasta 1948. En cualquier caso, la moraleja es clara: nunca se debe menospreciar la inteligencia del enemigo, especialmente si es un hijo de la Gran Bretaña, aunque en el caso que comentamos ya sabemos que tampoco los polacos se quedaron cortos.

Los rusos, tan toscos como parecían, usaron un código secreto que los ingleses todavía denominan el problema ruso o Venona, porque fueron incapaces de descifrarlo. De haberlo hecho, habrían sabido que en Inglaterra operaba una compleja red de espías soviéticos conocida en Moscú como Gruppa Iks (Grupo X). Stalin nunca se fio de sus coyunturales aliados.

ENLACE. Era el periódico y hoja parroquial con el que el régimen de Franco (v. Franco y Hitler) intentaba adoctrinar a los trabajadores españoles en Alemania (productores, en la jerga nacionalsindicalista).

Aparecido en Berlín el 3 de mayo de 1942 bajo la dirección de Modesto Suárez, su reiteración quincenal debió concitar algún resentimiento en el seno de la Falange, puesto que dos meses después apareció su réplica, titulada Mensaje.

Enlace divulgaba la idea de que Alemania velaba por el bienestar del trabajador español y en los cada vez más raros momentos de asueto no descuidaba su formación cultural ni el aspecto lúdico de la vida, y lo mismo lo llevaba al cine, a ver la película A mí la Legión (10 de agosto de 1942), que le proporcionaba emocionantes descargas de adrenalina al asistir, como sujeto paciente, a los bombardeos aliados.

La línea editorial del periódico, inspirada por su redactor jefe y casi único, el sacerdote vasco, nazi y ferozmente antisemita Martín de Arrizubieta (v. corresponsales españoles en Berlín), viene a sostener que todos formamos una familia europea dentro de un orden (el nuevo orden) que debe dejarse explotar para acabar con el judaísmo explotador.

En el número del 2 de octubre de 1943 aparece una interesante entrevista, pane lucrando, del joven periodista falangista Eduardo Haro Tecglen con la directora de cine Leni Riefenstahl (v.).

ENRIQUE EL PAJARERO (Enrique I de Sajonia, 876-936). Heinrich I der Vogler unió las distintas tribus germanas, fundó el primer Estado alemán o Sacro Imperio Románico Germánico y colonizó territorios arrebatados a húngaros, eslavos y suecos después de derrotar a las hordas del este (los fieros húngaros, descendientes de los hunos, que habían cruzado los Cárpatos). Esta colonización de territorios al norte y al este o marcha al este (v. Drang nach Osten) configuró lo que andando el tiempo sería Alemania.

—¿Por qué lo llamaban el Pajarero en lugar del Grande?

—Pura casualidad. Cuando le anunciaron que era rey estaba cazando pájaros con red. En esta relación con la fauna alada queremos ver un guiño del destino. Más adelante veremos que el perito avícola Himmler (v.) estaba convencido de ser la reencarnación de su tocayo Heinrich I der Vogler.

ENSEÑANZA EN EL TERCER REICH. La enseñanza nazi era antiintelectualista. El cometido de la escuela no era transmitir a los escolares conocimientos y prepararlos para la vida, sino fanatizarlos con el credo nazi y prepararlos para la guerra.

O sea, como dijo aquel ministro español: más gimnasia y menos latines.

La educación nazi inculcaba cuatro principios fundamentales:

  1. Sometimiento ciego a la voluntad de Hitler, el Führer providencial redentor de Alemania.
  2. La ley natural determina que el mundo pertenece al más fuerte, al individuo de la raza superior, al germano ario (darwinismo social), destinado a conquistar el espacio vital (v.) que Alemania precisa.39
  3. La obligación fundamental del individuo es preservar el sagrado legado de la raza que reside en la sangre aria. Este legado está amenazado por un elemento extraño y maléfico: el judío (v. antisemitismo). Los judíos no son personas, son bacilos raciales que deben extirparse del pueblo alemán.
  4. El Estado y la comunidad nacionalsocialista están por encima de la familia y del individuo.40

El objetivo de la escuela nazi era crear una raza fuerte y sana por medio del deporte y la práctica de ejercicios paramilitares. Lo de la formación intelectual era secundario.41

Para alcanzar esta meta, los nazis alteraron radicalmente los programas de estudios tradicionales potenciando la biología, la historia y la educación física en detrimento del resto de las asignaturas.

El cambio era pedagógicamente discutible, pero fue casi unánimemente aceptado por el profesorado, que de oponerse se enfrentaba a la perspectiva de perder el empleo. Al final, el 97 % de los enseñantes pertenecía a la Nationalsozialistische Deutscher Lehrerbund (Liga Nacionalsocialista de Profesores).

Escuela alemana, 1940.

El adoctrinamiento nazi comenzaba por el Kindergarten, donde se enseñaba a leer en cartillas donde a la letra h correspondía un dibujo de Hitler, Himmler o Hess; a la k, un cañón (Kanone), piloto de caza (Kriegerpilot) o camarada (Kamerad); a la p, un tanque (Panzer)…42

Los párvulos aprendían a trazar sus primeros palotes copiando del encerado textos tan sugerentes como: «Existen setas buenas y setas malas. Existen buenas personas y malas personas. Las malas personas son los judíos». Y si ello se complementaba con la lectura del cuento infantil Der Giftpilz (La seta venenosa, v. literatura infantil antisemita), puede decirse que la pedagogía alcanzaba su plenitud.

A los que vivimos los primeros años del franquismo y recordamos sin nostalgia la escuela nacionalcatólica, no nos sorprenderá que los escolares alemanes cantaran un himno patriótico al comenzar las clases, saludaran brazo en alto con un vigoroso Heil Hitler la llegada del maestro y, en fin, recibieran sus lecciones en un aula presidida por el retrato del providente Führer. Todo eso lo hacíamos nosotros, con el plus de que, además, rezábamos el santo rosario por la tarde.

La siguiente etapa era la obligatoria Grundschule (escuela primaria), para niños de seis a diez años. En esta se introducían problemas matemáticos como «Si construir un manicomio cuesta al Estado seis millones de Reichsmarks y las viviendas de los obreros valen 1.500 Reichsmarks cada una, ¿cuántas viviendas de obreros se hubieran podido construir en lugar del manicomio?».

La deducción lógica no era matemática, sino sociológica: eliminemos a los locos y los tarados, esos elementos que son la vergüenza de la raza y constituyen una rémora para la sociedad (lo que hizo el plan Aktion T4 [v.]).43

A partir de 1938, todas las organizaciones juveniles hitlerianas tenían la obligación de seguir los cursos de orientación doctrinaria. El plan de estudios (Jahrgangs Schulungsplan) era como sigue:

  1. Primer año: dioses y héroes germánicos.
  2. Segundo año: alemanes ilustres (entre otros, Arminio, el que derrotó a Roma, Viduquindo, Federico II el Grande (v.), Andreas Hofer, Karl Peters, Bismarck).
  3. Tercer año, «20 años de lucha por Alemania»: la batalla de Tannenberg, la guerra en el mar y en el aire, Albert Leo Schlageter y otros mártires del partido; la conquista de Berlín a los comunistas; las Juventudes Hitlerianas (v.) en la época de lucha.
  4. Cuarto año: Adolf Hitler y sus guerreros (Wessel [v.], Norkus, Göring [v.], Schirach [v.]…).

Al propio tiempo se daban nociones de historia universal en su relación con la alemana.

  1. Primer año: la lucha por el Reich (época germana, emperador y papa, guerra de los campesinos, colonización alemana en Europa, guerra de independencia, el Reich de Bismarck, tradiciones y éxitos alemanes en todo el mundo).
  2. Segundo año: biología, centrada en los conceptos de higiene racial, herencia y eugenesia (v.). El pueblo y su herencia de sangre (lucha selectiva en la naturaleza, leyes de la transmisión hereditaria, comunidad de sangre, conservación de la pureza de la sangre, contaminación de la sangre). El pueblo y su espacio vital (v.): Alemania es la más grande, lucha por el este, «necesitamos espacio para vivir», «exigimos colonias».
  3. Tercer y cuarto año: discusión de cuestiones de política contemporánea con temas como el desarrollo del Estado, la obra constructiva del Führer, Alemania y el mundo.

La educación secundaria dependía de las aptitudes del alumno. Había diferentes opciones, todas ellas en aulas presididas por consignas murales tan inspiradas como la que dice: «Conserva pura tu sangre. No te pertenece en exclusiva. Viene desde el remoto pasado, y tú debes transmitirla limpia a tus descendientes. Contiene el futuro de la raza. En ella reside tu vida eterna».

Aleccionado en las bondades de la sangre aria, el colegial y futuro ciudadano tomaba nota: «Ni se te ocurra acoplarte con judío o judía porque estarás cometiendo un crimen de lesa germanidad».

El chico en cuestión (incluso la chica) podía ir a una Hauptschule (escuela secundaria) para un curso de cinco años; a una Realschule (una suerte de formación profesional) durante seis años, o al Gymnasium (el bachillerato propiamente dicho), de ocho años que lo preparaba para ingresar en la universidad.

En todos estos centros había ciertas asignaturas troncales, como la de Estudios Raciales, en la que aprendía los principios básicos de la pseudociencia racial impartida por doctos conferenciantes que se servían de modelos de cabezas, de compases medidores y de imágenes con individuos de las distintas razas.

O este otro: «Se estima que la proporción de sangre de origen nórdico entre el pueblo alemán es de 4/5 partes de la población. Un tercio de estos se pueden considerar rubios. De acuerdo con estas estimaciones, ¿cuántos rubios hay entre los 66 millones de alemanes?».

En esta etapa del currículo escolar se impulsaron los estudios biológico-raciales, con especial incidencia en la higiene racial, la herencia y la eugenesia.

La historia alemana reciente se convirtió en una asignatura esencial: la unificación de Alemania en el siglo XIX, la derrota de Francia, el acoso de las naciones envidiosas de la grandeza alemana que provocó la Gran Guerra, la puñalada trapera (v.) de los judíos que la arrastró al armisticio, la arbitrariedad del Diktat de Versalles (v.) y, finalmente, la aparición del mesías Hitler y la recuperación de la grandeza y el orgullo alemanes después de «años de lucha» (v. Kampfzeit) en los que lograron derrotar al bolchevismo y liquidar el vergonzoso régimen democrático.

Todo esto se complementaba con las convenientes lecturas, libros como el de Hans Grimm Pueblo sin espacio (v. Volk ohne Raum), un autor protegido por Goebbels que defendía la necesidad de que Alemania consiguiera un imperio colonial como las otras potencias europeas, negritos a los que exprimir o, en su defecto, infrahumanos eslavos (v. Untermenschen).

En cuanto a la enseñanza universitaria, es bien conocido el prestigio internacional del que gozaban las universidades alemanas (elogiadísimas en España por Ortega y Gasset y diversos becarios de la Institución Libre de Enseñanza). Hubo ciertos problemas cuando, tras la espantada de catedráticos judíos, muchas facultades se quedaron en cuadro, a lo que se sumó la dificultad de crear unas matemáticas específicamente alemanas distintas de las matemáticas judías al uso (el mismo problema que hubo con la física judía).

ENTERDUNGSAKTION (Plan de Exhumación; v. Aktion 1005).

ENTJUDUNG («desjudaización»). Es la acción de liberar de toda influencia judía lugares, personas u objetos (v. arianización).

ENTPOLNISIERUNG («despolonización»). Acción de erradicar de su población racial y culturalmente polaca a la Polonia conquistada y adosada al Reich. El resultado adverso de la guerra la evitó cuando ya iban bien en camino.

ERMÄCHTIGUNGSGESETZ (v. ley habilitante de 1933).

ERNÄHRUNGSSCHLACHT (v. batalla por la producción).

ERNST, KARL (1904-1934). El joven y apuesto líder de las SA (v.) de Brandeburgo y diputado en el Reichstag por el NSDAP (v.) comenzó su carrera patriótica como Radmelder («mensajero en bicicleta») de un Freikorps y se apuntó a las SA de los primeros. Tras el fracasado Putsch (v.) de Múnich (noviembre de 1923), le pareció que el partido nazi perdía fuelle y coqueteó con otros partidos de ultraderecha. Durante un tiempo fue ayudante de Paul Röhrbein, un militar del entorno de Ludendorff (v.). También fue amigo de Röhm (v.) y habitual en los cabarets de homosexuales de Berlín (el Kleist-Kasino, el Internationalen Diele y el Silhouette). Por este motivo, a Ernst lo apodaban Frau von Röhrbein (la Señora de Röhrbein) y lo consideraban integrante de un ménage à trois homosexual, cuyo tercer miembro era el propio Röhm.

Ernst fue detenido cuando se disponía a embarcar en el transatlántico de la Deutsche Lloyd con destino a Madeira, a donde iba de viaje de novios (se había casado recientemente, con una mujer, por cierto, y Hitler había sido su padrino de boda).

Karl Ernst.

Trasladado a Berlín por vía aérea, con prisas, lo llevaron al cuartel de las SS (v.) e, indiferentes a sus protestas, lo fusilaron el 30 de junio sin formalidades previas. Convencido de que se trataba de un error fatal, gritó Heil Hitler antes de la descarga. Probablemente fue la última víctima de la purga político-sexual que conocemos como Noche de los Cuchillos Largos (v.). Göring (v.) y Himmler (v.) habían organizado la depuración del partido nazi de sus elementos más a la «izquierda» con el objetivo de eliminar a Röhm y, para justificar las ejecuciones, se habló de un supuesto golpe de Estado de las SA. Ernst fue acusado, además, de propagar bulos sobre el incendio del Reichstag (v.).

En su momento, además, se le relacionó con dicho incendio, suponiendo que había sido provocado por elementos de las SA que accedieron al edificio a través de un túnel que partía desde la residencia de Göring (v.), a la sazón presidente del Parlamento. La historia es plausible, pero no existen pruebas que la sustenten.

ERSATZ («sucedáneo»). Alemania padecía un grave déficit de materias primas, uno de los más potentes recursos con los que contaba para perder la guerra y, de este modo, beneficiar a la humanidad. Mientras duró su amistad con la URSS, en cumplimiento del pacto germano-soviético (23 de agosto de 1939; v.), recibió todo lo necesario de Rusia, a la que correspondía con productos manufacturados (especialmente máquinas-herramienta), pero cuando Hitler cometió el error de invadir Rusia, los suministros dejaron de llegar y los científicos alemanes, especialmente los químicos, tuvieron que ingeniarse la manera de producir productos Ersatz.

Desde su llegada al poder y siempre con vistas a la futura guerra, Hitler había favorecido la producción de sucedáneos de combustible y de caucho sintético (buna) que fabricaban a partir de carbón.

Aplicado a la producción de alimentos, el Ersatz brilló con luz propia con sustitutos tan vomitivos que su consumo exigía cierto grado de patriotismo: el sucedáneo de pan (Ersatzbrot), a base de patatas, centeno, alubias, guisantes, alforfón y castañas de Indias desecadas y molidas; el sucedáneo de café, a partir de bellotas torrefactas y molidas que se anunciaba como gesund, stärkend und schmackhaft, o sea, «sano, fortificante y sabroso»; los huevos en polvo, que sabían a pegamento; el extracto de carne para sopas, que jamás abandonaba su textura de goma resinosa.44

Con el racionamiento de alimentos impuesto por la guerra aumentaron las soluciones caseras. La escasez de la carne de cerdo se mitigaba con «cerdos de balcón», es decir, conejos criados en casa. También el simpático lepórido tuvo que someterse a las leyes raciales del Reich. Al conejo castaño de Lorena se le cambió el nombre y en adelante fue Silver Germania, que sonaba más patriótico.45

Sucedáneo de café.

«Berlín vivía bajo el imperio del Ersatz y la alquimia se apoderaba del fogón —escribe Abeytúa—: café Ersatz, Ersatz, tortillas sin huevo y hasta aroma Ersatz de mantequilla para aderezar flanes Ersatz. Una enfermera de la Charité descubrió un día que el aceite de parafina utilizado como purgante servía para freír huevos. Las miserias del Ersatz se agravaron con la reducción del racionamiento: de 1 kg de carne por persona y semana en 1939, se pasó a 300 g en 1943, solo correspondía un huevo al mes y pasaban varios sin que se repitiesen los números de las cartillas anunciados en las pescaderías.»46

Mención especial merece el Ersatz de la Coca-Cola, una bebida que había colonizado Alemania y cuyo consumo se había disparado a 4,5 millones de cajas desde las Olimpiadas (v.) de 1936.

Cuando Hitler declaró la guerra a EE. UU. (11 de diciembre de 1941), las fábricas alemanas dejaron de recibir el preciado jarabe de la central de Atlanta. En esa tesitura, Max Keith, el gerente de Coca-Cola en Alemania, contactó con prestigiosos químicos y les encomendó la fabricación de una pasable imitación del jarabe americano (que, como el lector debiera saber, no es más que una actualización de la zarzaparrilla que bebieron nuestros bisabuelos).

La Coca-Cola nazi fracasó estrepitosamente. El color lo sacaban clavadito, pero aquello sabía a rayos con Ersatz de azúcar. ¿Qué hacer para calmar la ansiedad de los aficionados, acrecentada por la guerra? Al final, Max Keith se contentó con fabricar una bebida distinta que comercializó como Fanta (de Fantasie, «fantasía»), y gracias a ello, mantuvo los puestos de trabajo en casi todas las embotelladoras del refresco.

La Fanta del periodo nazi (nada que ver con la actual, que en su sabor naranja tanto gustaba a Franco) era realmente una fantasía, porque se elaboraba con agua, suero de leche de vaca, azúcar de remolacha, cafeína, pulpa de manzana hervida (subproducto de la sidra) y restos de cualquier fruta que hubiera a mano.

ESCOMBROS DEL REICH. Debido a los intensos bombardeos aliados, las principales ciudades del Reich quedaron reducidas a escombros (Trümmer).47

Con eficiencia germana, en cuanto concluía un bombardeo y los bomberos y sanitarios habían hecho su trabajo, llegaban los piquetes de limpieza, generalmente integrados por prisioneros rusos, franceses o de otras naciones invadidas por el Reich, y despejaban las calles amontonando los escombros en el interior de los edificios irrecuperables, mientras ingenieros y arquitectos examinaban los simplemente dañados y calculaban su habitabilidad.

En los montones de escombros, los chicos y chicas de las Juventudes Hitlerianas (v.) solían clavar las banderitas con las que jaleaban al Führer en los desfiles (el Führer jamás visitó una zona bombardeada) y pancartas con leyendas como «Nuestros edificios están en ruinas, pero nuestros corazones siguen en pie», con las letras tan perfectamente delineadas que no parecían tan espontáneas como querían sugerir.

La primera tarea de la posguerra era desescombrar las ciudades antes de intentar reconstruirlas. El panorama era desolador. En Alemania había más de 400 millones de metros cúbicos de escombros esperando retirada. Solo en Berlín, el 75 % de los edificios estaban inhabitables y los berlineses que se resistían a abandonar la ciudad sobrevivían precariamente, muchos de ellos en los sótanos insalubres de las casas donde a lo largo de la guerra instalaron precarios refugios.

Las «mujeres de los escombros».

Amantes del trabajo, muchos alemanes desempleados se ofrecieron a las autoridades para realizar «servicios honorarios» (Ehrendienst) y comenzaron a retirar escombros, pero la tarea discurría con tanta lentitud que las autoridades ocupantes optaron por encomendarlo a pequeñas empresas constructoras, que a su vez lo subarrendaron a piquetes de trabajo llamados Kolonnen («columnas»).48

Los Kolonnen estaban formados por unas 30 personas, en su mayoría mujeres. Debido a la guerra, la población femenina excedía en varios millones a la masculina (aparte de que todavía había cientos de miles de hombres prisioneros en campos de internamiento).

Las Trümmerfrauen o «mujeres de los escombros» se hicieron muy populares por su voluntad de resistencia ante la adversidad y aunque muchas de ellas, si no la mayoría, habían levantado el brazo en saludo nazi e incluso algunas habían escrito cartas de amor al Führer, demostraron gran resiliencia. Incluso trabajaban en un ambiente casi festivo y desarrollaron cierto tipo de humor, aprovechando que ya nadie peligraba por hacer chistes.

Primero se desescombraron las calles para restablecer la circulación rodada. Cuando estuvieron despejadas, siguieron con los edificios destruidos. Para este trabajo se establecían cadenas humanas que iban pasándose cubos de escombros o ladrillos de mano en mano hasta un centro receptor a pie de calle, donde había una cuadrilla provista de martillos y palustres que limpiaba los ladrillos y los apilaba en montones de 200 para reutilizarlos en nuevas construcciones.

El escombro inservible se transportaba en camiones o en cajas de tranvías o trenes aprovechando el trazado viario en los Trümmerbahnen («trenes de escombro») y se depositaba en cualquier depresión de terreno cercana a la ciudad.49

Después de tratar inútilmente de demoler mediante explosivos las torres antiaéreas (Flaktürme), dejaron algunas a la vista y otras las rellenaron y cubrieron con escombros, formando colinas artificiales sobre las que, una vez cubiertas de tierra, se plantaron árboles.

Una empresa estatal de nueva creación (Deutsche Studiengesellschaft für Trümmerverwertung) ideó la manera de reciclar los escombros como materiales de construcción.

Por su parte, concejos municipales y arquitectos intentaron sacar ventaja del desastre. Como ya adelantó Speer (v.), «la destrucción nos permitirá planear ciudades modernas sobre los solares de las arrasadas. Superaremos los desaguisados urbanísticos heredados del pasado, especialmente del crecimiento arbitrario del siglo XIX. Lo que haremos no será una reconstrucción (Wiederaufbau), sino algo nuevo, algo revolucionario y moderno —propuso Peter Grund, urbanista de Darmstadt—, unas ciudades que transformarán espiritualmente nuestras vidas y las de nuestra sociedad. Alemania surgirá de sus cenizas como el ave fénix» (v. arquitectura nazi).50

Las ideas eran buenas, pero los urbanistas del siglo XXI las encuentran insuficientes: sus predecesores de la posguerra demolieron muchas fachadas guillerminas que hubiesen debido conservar para embellecer las ciudades y construyeron muchos edificios de adustez espartana que hoy les incomodan. ¡Cómo iban a sospechar que a la vuelta de 20 o 30 años sus hijos iban a ser los ricos de Europa!

ESCUELA DE NOVIAS DEL REICH (Reichsbräuteschule). Un decreto de 1936 establecía que toda mujer aspirante a contraer matrimonio con un SS (v.) debía aprobar un curso prematrimonial de seis semanas en una escuela de novias que le enseñara a convertirse en una buena y sumisa esposa, dispuesta a ser el descanso del guerrero y a traer muchos futuros soldados al mundo.

El programa de tales escuelas lo trazaron a medias Himmler (v.) y Gertrud Scholtz-Klink (v.), la nazi más nazi del nazerío, maestra de profesión, casada a los 18, y madre de seis hijos, cuyo aspecto físico de estricta gobernanta se ratificaba en el mantra de sus discursos: «La mujer alemana debe renunciar a lujos y placeres para consagrarse al trabajo y a su formación como esposa y madre». Para ello, se le daban clases de cuidado del hogar, cocina y puericultura, acompañadas de aleccionamiento sobre el deber de purificar la raza, con adecuados apareamientos entre parejas óptimas y la crianza del producto del cruce dentro de los ideales del nacionalsocialismo.

Curso de puericultura.

A la experiencia piloto de escuela de novias abierta en la isla de Schwanenwerder, del lago Wannsee, a pocos kilómetros de Berlín, sucedió la implantación de una docena de escuelas en distintos lugares de Alemania.

Las muchachas que habían obtenido el certificado de la escuela de novias estaban en condiciones de contraer matrimonio con el novio SS en una ceremonia neopagana diseñada en sustitución de la cristiana (v. religión alemana).

ESPACIO VITAL (Lebensraum).51 Dicho en plata, consiste en el abuso del fuerte que mueve los mojones y le roba la tierra al vecino más débil. Esta práctica suele acompañarse con el exterminio del despojado.

El corrimiento de fronteras se viene practicando desde que el mundo es mundo. El pez grande se come al chico, recuerden el Imperio romano, que sale de una aldehuela del Lacio y ocupa desde Escocia al Éufrates y desde el Sáhara al Rin.

Más recientemente, que es lo que aquí nos atañe, EE. UU. se inventó la coartada del destino manifiesto (manifest destiny) para arrebatar sus territorios a los indios en su expansión hacia el océano Pacífico, «la conquista del Oeste».

Desde el siglo XIX los nacionalistas alemanes aspiraban a la marcha al este (v. Drang nach Osten) que les permitiera ensanchar su territorio a costa de los pueblos bálticos, polacos y eslavos. El darwinismo social en boga entonces sugería que los pueblos pujantes son como árboles necesitados de tierra en la que crecer y desarrollarse.

La idea de la conquista del este no era nueva. Podría remontarse a la Edad Media con la Orden Teutónica, fundadora del reino de Prusia, que arrebató la llanura polaca y amplias regiones del Báltico a los pueblos eslavos. No es casual que el Ejército alemán adoptara como símbolos las enseñas de los caballeros teutónicos (v. águila imperial; Cruz de Hierro; Cruz Negra).

Durante la Gran Guerra, el Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918), acordado con los bolcheviques que señoreaban el antiguo Imperio ruso, permitió a Alemania apoderarse de Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia, territorios que no llegó a ocupar debido al desafortunado desenlace de la contienda.

En la Alemania prehitleriana, el profesor Karl Haushofer (v.) predicaba la misma idea darwinista de la necesidad de ampliar el territorio nacional con un espacio vital que necesariamente se encontraría en el este.

Uno de los alumnos de Haushofer, Rudolf Hess (v.), introdujo la idea de la expansión germánica (Germanenzug) en el todavía balbuciente partido nazi (v. NSDAP) y entusiasmó a Hitler con la perspectiva de crear un gran Imperio alemán, que aparece claramente diseñada en el Mein Kampf (v.) y en sus Conversaciones de sobremesa.

Hitler acogió y amplió esta ideología expansionista: Alemania se hallaba constreñida en un espacio angosto, insuficiente para la población que tenía que alimentar. Sin embargo, al este de Alemania, pueblos de razas inferiores: eslavos, magiares, etc. (v. Untermenschen), señoreaban vastos espacios de feraces tierras de cultivo. «Cada ruso dispone de 18 veces más tierra que un alemán. ¿Se puede consentir esto? Desde luego que no.» Aquellos territorios se debían a los alemanes como individuos de raza superior (v. Übermenschen). Es lo que ya hicieron los imperios de la Antigüedad, los pueblos fuertes que se impusieron a los débiles.52

Hitler no se cansaba de repetirlo en sus discursos: «Si 46 millones de ingleses creen tener derecho a dominar 40 millones de km2 —se refiere al Imperio británico—, no puede calificarse de injusto que 80 millones de alemanes reclamen el derecho a vivir en 800.000 km2, cultivar sus campos y trabajar tranquilamente en sus respectivas profesiones».53

Un alemán lúcido, Sebastian Haffner, analiza el móvil político que subyace en esta determinación: «Dentro de Europa reinaba el equilibrio, y fuera de Europa reinaba Inglaterra. Pero los alemanes querían que fuera de Europa reinara el equilibrio y dentro de Europa reinara Alemania».54 O sea, el más fuerte se comerá al débil.

El plan de Hitler consistía en fortalecer militarmente a Alemania para asegurarle la victoria sobre la URSS. En su residencia del Berghof (v.) tenía un globo terráqueo en el que había señalado con una línea, a lápiz, el límite del Tercer Reich: los montes Urales.55 En cuanto a la población de esos territorios, la idea de Hitler era exterminar a una parte y deportar al resto, dejando solo los individuos necesarios para que trabajaran como esclavos al servicio de los colonos germanos.56 A estos se les procuraría tan solo la instrucción mínima: bastaba con que dominaran sus tareas y supieran contar hasta 100.

No fue difícil convencer a los alemanes de que su joven nación necesitaba el «espacio vital» para desarrollarse como gran potencia, un gran imperio en el este que abarcara hasta Turquía.57

—Rusia es nuestra África —había advertido Hitler.

Lo dominaba la impaciencia. Sus colegas de Italia y Japón le llevaban la delantera y ya estaban construyendo sus imperios coloniales.58

Dicho en corto: ampliar Alemania hasta los Urales y el Cáucaso e instalar un sistema neofeudal en el que los eslavos fueran los siervos de la gleba y los colonos germanos los señores.

El panorama era estremecedor. «Supongamos que el plan de Hitler se pueda llevar a cabo —escribe Orwell—. Lo que él vislumbra, dentro de 100 años, es un Estado sin discontinuidades, de 250 millones de alemanes, con abundante “espacio vital” (es decir, hasta Afganistán o sus alrededores), un horrible imperio descerebrado donde, esencialmente, nada ocurre, excepto el adiestramiento de jóvenes para la guerra y la incesante crianza de carne de cañón fresca. ¿Cómo pudo transmitir esta visión monstruosa?»59

¿Y Hitler, el Führer? El antiguo vagabundo fracasado guardaba en la recámara la idea de que a ese Reich tan potente le rendiría pleitesía el resto del mundo: sería el nuevo Carlomagno, el nuevo Augusto, el fundador de un Reich milenario (v.).

Veámoslo en sus propios pensamientos cuando en las sobremesas o sobrecenas monologaba aburriendo a sus invitados:

Un pueblo que posee su espacio vital es el amo del mundo, aunque solo utilice su poder en el interior de sus fronteras.60 La guerra ha vuelto a encontrar su forma primitiva […], la de la posesión de grandes espacios […]. Las riquezas, en virtud de una ley inmanente, pertenecen a quien las conquista […]. La selección natural justifica esta lucha permanente para que sobrevivan los mejores.61

¡Asia! ¡Qué inquietante vivero de hombres! La seguridad de Europa solo estará garantizada cuando hayamos empujado a Asia más allá de los montes Urales […]. Los rusos son salvajes en su estado natural […], un estado de guerra en esa frontera contribuirá a robustecer la raza germana y nos impedirá caer en la molicie.62

Ante todo, hemos de empezar por construir en Rusia una red de carreteras de por lo menos 650.000 km […], la mano de obra rusa que no sea indispensable para la agricultura o para las fábricas de guerra debe utilizarse ante todo para la construcción de carreteras […]. ¡A esos ridículos 100 millones de eslavos los modelaremos según nuestros intereses y aislaremos al resto en sus propias pocilgas! Y quien se preocupe de su suerte y hable de civilizarlos ¡al campo de concentración!63

Los grandes beneficiarios de esta guerra seremos nosotros. Saldremos de ella gordos y orondos. No devolveremos nada e incluso nos apropiaremos de cuanto nos parezca útil. Que los demás países protesten me deja de antemano indiferente. Poseemos la colonia más rentable del mundo, 1.º, está a nuestro alcance; 2.º, su población es sana; 3.º, en ella hay de todo excepto café. En un plazo de diez años a partir de ahora, las posesiones coloniales de las demás potencias estarán completamente devaluadas. El mejor negocio que podemos hacer es firmar la paz.64

Gracias a una red de autopistas que irradiará de Berlín aseguraremos nuestro predominio en las regiones del este. ¿Qué son los 1.000 km que nos separan de Crimea si podemos recorrerlos a 80 km/h? […]. No hay más que un deber: germanizar este país por medio de la emigración de alemanes y considerar a los indígenas como pieles rojas.65

Hay que recurrir a los jóvenes para la repoblación de esos territorios del este […], que a la larga alcancen 100 millones de germanos los aposentados en estas tierras.66 […] La vida del colono alemán será absolutamente diferente de la de los indígenas […]. Los alemanes tendrán sus propios establecimientos públicos en donde a los demás no se les permitirá la entrada.67

Para dominar los pueblos del este […], los mantendremos en un nivel cultural tan bajo como sea posible, pues no tienen otro deber que servirnos en el plano económico […], todo lo que los rusos, los ucranianos y los kirguises podrían aprender, leer y escribir se volvería contra nosotros. Un cerebro iluminado llega a concebir ideas políticas.68 […] La solución ideal sería enseñar a esos pueblos una mímica elemental. Ningún impreso para ellos. La radio basta para darles la información indispensable. Música, toda la que quieran.69

Prohíbo la realización de campañas de higiene […], la vacunación obligatoria no debe aplicarse más que a los alemanes.70 En los territorios conquistados […] integrarán en el sistema industrial alemán 20 millones de obreros extranjeros trabajando barato.71

Menos conocido que el Plan General del Este (v.) es el Plan General de África, que también existió. En su rechazo del Tratado de Versalles (v.), Hitler reivindicaba también las colonias africanas arrebatadas a Alemania y hacía planes no solo para recuperarlas, sino para conquistar otras regiones de África, que, como es sabido, es la zona del mundo más rica en materias primas.

La Universidad de Hamburgo empezó a impartir cursos para formar a los administradores coloniales, se diseñaron nuevos uniformes, y se recibieron cientos de solicitudes. Se redactó el borrador de una ley para la creación de un Ministerio de Colonias, pero nunca se publicó, y se redactaron decretos que extendían las leyes raciales nazis a África. Los funcionarios civiles elaboraron advertencias sobre las enfermedades tropicales y sobre los peligros del sexo con las mujeres nativas. Las compañías industriales alemanas proporcionaron especialistas en materias primas africanas. Estos planes desarrollaron una vida propia, y mucho tiempo después de que el nuevo Imperio alemán en el sur hubiera quedado eclipsado por la lucha que estaba teniendo lugar en el este, la burocracia colonial continuaba haciendo planes para un futuro que nunca llegaría. Incluso se revocaron los decretos locales que prohibían a los negros deambular por su cuenta en Alemania durante la guerra (había una pequeña comunidad de germanoafricanos en el Reich, y una compañía ambulante llamada el Espectáculo Germano-Africano, que actuaba con trajes «nativos»), por si ello causaba una publicidad desfavorable en África. No fue casi hasta fines del año 1942 cuando Martin Bormann (v.) puso fin a todas las campañas de propaganda colonial. Los sueños alemanes de una «Euro-Afrika» fueron fundamentalmente un producto del verano de 1940.72

ESPAÑA, REFUGIO DE NAZIS. Así como las ratas abandonan el barco que se va a pique, miles de nazis más o menos malhechores huyeron de Alemania impulsados por ese innato instinto de conservación que presentan las razas superiores.

Los primeros llegaron discretamente en 1943, como las golondrinas que anuncian la primavera, pero luego la bandada creció hasta adquirir las alarmantes proporciones de una migración o plaga. De estos, unos anidaron aquí y otros acabaron en Sudamérica.

El embajador inglés en Madrid, Samuel Hoare, se percató de estos movimientos, así como de la llegada a España de grandes capitales, y advirtió de ello a su Gobierno en noviembre de 1943 y nuevamente en enero de 1944.73 No le prestaron la atención que pretendía, dado que se hallaban enfrascados en tinglados prioritarios.

Después del desembarco de Normandía, los alemanes que ocupaban las costas del País Vasco francés se replegaron (septiembre de 1944) y el contacto terrestre con España se interrumpió. A partir de entonces, los fugitivos nazis llegaban a España por avión, en la línea de Lufthansa Berlín-Barcelona (que sorprendentemente funcionó hasta el 17 de abril de 1945) o, si carecían del enchufe necesario para obtener una plaza en ese vuelo, por caminos más problemáticos a través de Portugal, por la frontera extremeña o andaluza, después de desembarcar en Lisboa.

Los embajadores de las potencias aliadas, el citado Hoare y su colega americano Carlton J. H. Hayes, solicitaron de Franco (v. Franco y Hitler) que negase visado de entrada a los criminales que huían de la justicia, a lo que Franco respondió, serio como un jefe apache, que lo dieran por descontado, que la hidalga España no cobijaba criminales.

Quizá hubiese convenido que las partes se pusieran de acuerdo sobre la definición de criminal, porque evidentemente había discrepancias sobre el campo semántico abarcado por la palabra. El caso es que los fugitivos nazis siguieron llegando no solo por la vía lisboeta, sino por los otros puertos mediterráneos en contacto con Italia, donde funcionaban redes tendidas desde tiempo atrás a través de caritativas instituciones católicas (la red de los monasterios).

El tráfico de pasaportes falsos o quién sabe si verdaderos, expedidos a alemanes por funcionarios aficionados a los sobresueldos, fue intenso. Por un pasaporte español se llegaban a pagar entre 4.000 y 8.000 Reichsmarks. Prosiguiendo con nuestro símil avícola, España se convirtió en un santuario de aves, una reserva ornitológica de pajarracos nazis que arribaban a nuestras costas con el riñón bien forrado y dispuestos a emprender una nueva vida. Algunos se diluyeron en el anonimato; otros de cierto relieve no lo consiguieron, pero a pesar de todo, vivieron apaciblemente hasta el fin de sus días, caso de Léon Degrelle.74

Un estudio de la embajada británica cifraba en varios miles los nazis refugiados en España con la connivencia del régimen, e incluso facilitó una lista de unos 1.800 nombres reclamados por los tribunales. Franco se excusó nuevamente: los alemanes residentes en España eran pacíficos ciudadanos, técnicos o comerciantes sin cuentas con la justicia.

León Degrelle aterriza en la playa de San Sebastián, 8 de mayo de 1945.

En 1946 la activista Clara Stauffer (1904-1984), vástago de una familia de industriales cerveceros instalada en España desde dos generaciones atrás, mujer activa y robusta, gran deportista, de ideas avanzadas, aunque nazi hasta la médula y amiga personal de Pilar Primo de Rivera, creó una red de asistencia para compatriotas fugitivos con la connivencia de algunos falangistas bien situados en Auxilio Social (v. Auxilio de Invierno), la benemérita institución de inspiración alemana que, de este modo, pasó de socorrer niños pobres de la posguerra española a talludos ricos de la posguerra alemana. Los aliados no se tomaron a bien tanto trasiego de cogotes rectos, e incluyeron a Clarita en la lista de 104 nazis extraditables que reclamaban a España en 1947.75

Terminada la guerra, los británicos no contaban ya con su principal medio de presión sobre Franco, los famosos navicerts (v.), que tan buen servicio les habían prestado en el pasado (tuvieron que suspenderlos en agosto de 1946). No obstante, las presiones diplomáticas consiguieron que Franco repatriara a algunos de los fugitivos, todos de medio pelo, ninguno significativo (salvo el primer ministro de Vichy, Pierre Laval).

La expedición más importante, por ferrocarril, fue de 1.253 expatriados (2 de febrero de 1946), pero sus componentes no eran los que más interesaban a la justicia aliada. Otras tres expediciones por mar y seis por vía aérea76 parecieron insuficientes a los aliados. El secretario de Estado americano Dean Acheson anunció medidas más severas contra el régimen español, que se negaba a cooperar (abril de 1947).77 Se sucedió un tira y afloja que resultó en nuevas entregas de nazis reclamados, pero en número siempre insatisfactorio para los reclamantes. Se comprende. En los ministerios españoles no faltaban funcionarios que, por afinidad ideológica o por dinero, hacían circular las listas entre los interesados y de este modo los avisaban de la conveniencia de ocultarse o huir.78

Finalmente, los aliados dejaron de insistir, porque llegaba la Guerra Fría con sus primeras heladas. Las potencias occidentales se despreocuparon de los nazis huidos para ocuparse de los rusos y archivaron el programa de repatriación (marzo de 1949).

—España tiene una posición estratégica excepcional y Franco es declarado anticomunista —le dijo el británico al americano—. Vamos a perdonarle las veleidades nazis y nos comerá de la mano.

Vivieron bien los nazis en el dorado exilio. Durante cinco años habían saqueado Europa a placer (sumemos los años previos de saqueo de propiedades judías) y muchos habían tenido la previsión de poner a salvo el producto de sus latrocinios. Tuvieron sobrados medios para transportar esa riqueza sin recurrir a esos submarinos ultrasecretos que cuentan los bulos.79

En Sudamérica adquirieron fincorras inmensas donde algunos incluso instalaron las colonias Lebensborn (v.) que habían pensado para la marcha al este (v. Drang nach Osten), verdaderos estados feudales semiindependientes tolerados por unos gobiernos corruptos a los que untaban con generosidad.

ESTRELLA JUDÍA (Judenstern, literalmente «estrella de judíos»). ¿Cómo distinguir a un judío de un alemán étnicamente puro? A pesar de todos los estudios pseudocientíficos desarrollados por la obediente universidad alemana y a pesar de las caricaturas de judíos ventrudos y narigones que divulgaba Der Stürmer (v.), no siempre resultaba fácil distinguir a un judío de un ario.80

Consciente del problema, el Gobierno alemán arbitró una serie de medidas para que los judíos adquirieran la debida visibilidad.

Con todas estas medidas, los judíos seguían sin identificarse claramente. Faltaba marcarlos físicamente.

Invadida Polonia, se impuso a la numerosa población judía (3.300.000 aproximadamente) la obligación de indicar su condición portando en el brazo derecho un brazalete blanco con la estrella de David. La medida resultó útil para diferenciar a los judíos del resto de los polacos, porque esto permitía a las autoridades de ocupación concederles un plus de maltrato.

Poco después, Heydrich (v.) tuvo la idea de implantar la medida en Alemania y Austria. ¿Por qué no señalar a los judíos con una marca identificativa que permitiese discriminarlos en los servicios públicos, transportes, comercios, hospitales, salas de espectáculos, parques, cabinas telefónicas, etc.?

A partir del 1 de septiembre de 1941, los judíos mayores de seis años del territorio del Reich lucirían en sus ropas, bien visible, a la altura del pecho, una estrella judía (de seis puntas, amarilla, formada por dos triángulos equiláteros que, superpuestos, configuran un hexágono regular). La estrella sería del tamaño de la palma de la mano y en el centro llevaría la palabra Jude imitando la caligrafía del hebreo.81

No se piense el lector que salía gratis. A los judíos, ni agua. Al retirarlas de la comisaría de policía, el interesado debía satisfacer su coste, tres Reichspfennige o centavos alemanes, y firmar un documento del que se le entregaba una copia: «Yo, Robert Israel Boldberg, reconozco haber recibido una estrella judía y que me han informado de las disposiciones legales relativas a la obligatoriedad de portarla, así como la prohibición de exhibir condecoraciones o distinciones de cualquier clase. Asimismo, me han informado de la prohibición de abandonar mi domicilio sin llevar una autorización al efecto extendida por las autoridades policiales municipales. Igualmente, me comprometo a conservar con esmero este distintivo y a coserlo en el borde externo de mi prenda. Una copia de este recibo queda en mi poder».

Estrella judía.

El judío sorprendido sin estrella identificativa debía abonar una multa o cumplir una pena de seis semanas de prisión.

«Desgarraba el alma ver a pobres viejos, acaso con un chaqué raído, resto de pasados esplendores, o a tiernos muchachuelos, desfilar con la infamante estrella en el pecho. Algunos procuraban cubrirla con el brazo o disimularla bajo un diario. El doctor Goebbels (v.) se apresuró desde Das Reich a salir al paso de tan “vil” maniobra y se prohibió a los judíos que compraran periódicos.»82

ESVÁSTICA. La esvástica es una cruz de brazos iguales y doblados en ángulo recto hasta casi formar un cuadrado. Puede ser dextrógira (que voltea a la derecha) o levógira (a la izquierda).

La esvástica, posible representación del sol y símbolo benéfico, la han conocido muchos pueblos: hindúes, budistas, griegos, romanos y celtas.83 Durante la Edad Media sigue apareciendo en algunos mosaicos de tradición clásica, como el de la catedral de Amiens.

La esvástica ya se había divulgado en Alemania antes de que Hitler la adoptara. Algunos nacionalistas Völkisch (v.) la usaron como símbolo identificativo de su movimiento84 y de ellos pasó a asociaciones que andaban como pollo sin cabeza en busca de la extraviada identidad germana: Sociedad Teosófica Alemana, Liga Alemana de Gimnastas,85 Orden de los Nuevos Templarios, movimiento Wandervögel, Boy Scouts, Freikorps (v.) y Thule-Gesellschaft (v.).

Hitler estaba familiarizado con la esvástica antes de adoptarla como símbolo nazi. Es posible que la viera por vez primera en la heráldica del monasterio de Lambach, a cuyo coro perteneció en su niñez (v. Hitler),86 y también en la portada de la revista antisemita Ostara (v.), una de las erráticas lecturas en su época de vagabundeo por Viena, pero lo más probable es que reparara en ella cuando, buscando un logotipo impactante para su partido, la observó en las publicaciones de la Sociedad Thule.87

En Mein Kampf (v.) cuenta su prolijo parto de la bandera nazi: «Yo mismo, tras innumerables intentos, encontré la forma definitiva; una bandera con fondo rojo, un disco blanco y una esvástica negra en el centro. Después de prolongadas pruebas, también hallé la proporción definitiva entre el tamaño de la bandera y el tamaño del disco blanco, así como la forma y el grosor de la esvástica».88

Obsérvese que Hitler escogió los colores rojo, blanco y negro de la bandera imperial (la del Segundo Reich, v. banderas a la gresca).

En una conversación con Ernst Hanfstaengl (v.) Hitler razonó su diseño como lo haría un publicista avezado:

Hablamos un día a propósito de la bandera del partido, que él había tenido especial empeño en diseñar personalmente —escribe Hanfstaengl—. Le indiqué que no me gustaba el empleo del color negro para la esvástica, toda vez que esta era el símbolo del sol y requería, por tanto, ser pintada en rojo.

—Si lo hiciésemos como usted dice —me replicó—, no sería posible emplear el rojo como fondo. Hace años estuve en el Lustgarten de Berlín con motivo de una concentración socialista, y le aseguro a usted que si hay un color capaz de atraer a las masas, este es el rojo.

Sugerí entonces que acaso resultase mejor poner la esvástica en el ángulo de la vieja bandera negra, blanca y roja, y que, en el supuesto de que quisiésemos utilizar el fondo rojo como una enseña guerrera, deberíamos tener una bandera de paz con un fondo blanco.

—Si pongo la esvástica sobre un fondo blanco, vamos a parecer una organización benéfica —contestó—. Creo que esto es lo más adecuado y no pienso cambiarlo.89

La primera bandera nazi, todavía artesanal, con cinta negra recortada y cosida, se declaró símbolo oficial del NSDAP (v.) en el congreso celebrado en los días 7 y 8 de agosto de 1920 (v. congresos del partido), en la estación veraniega del lago Tegernsee, al sur de Múnich, escenario, años después, de los luctuosos sucesos de la Noche de los Cuchillos Largos (v.).

La bandera del partido se declaró cooficial en cuanto los nazis subieron al poder (14 de marzo de 1933) y poco después se convertiría en la única bandera nacional (Nationalflagge) «en virtud de la ley de banderas del Reich del 15 de septiembre de 1935».

ESVÁSTICA

La esvástica del monasterio de Lambach, 1869.

Sociedad Thule.

¡Milagro! Un ternero que ha nacido con esvástica en la frente. Postal alemana, 1933.

Exaltación de la esvástica. Hamburgo, 1933.

Coreografía de la esvástica.

EUFORIA HEDONISTA DE LOS AÑOS VEINTE. Después de la guerra y del descalabro del Tratado de Versalles (v.) llegaron, como un torbellino, «los felices veinte» (Goldene Zwanziger). El hundimiento económico acarreó, como a veces ocurre, una explosión de creatividad y energía vital que se manifestó en el arte (cine expresionista, pintura) tanto como en la sociedad (cabarets, circos, charlestón…). Al propio tiempo, las estrictas normas de la educación prusiana acatadas por la Alemania guillermina se consideraron vestigios de un régimen periclitado al que ahora sucedía la libertad republicana de Weimar.

La revolución ocurrió principalmente en un tolerante Berlín donde proliferaron cabarets, fumaderos de opio y casas de placer. La intensa vida nocturna, las toleradas transgresiones y la normalidad con la que circulaban la heroína y la cocaína atraían a los aficionados de todo el mundo. Todo ello con un acusado tinte mordaz y autoflagelante, corrosivo y morboso, que se recreaba en las noticias de asesinatos hasta crear un género literario, el Lustmord o relatos de asesinatos sexuales en las novelas Krimi y en películas como M (Lang, 1931), sobre el llamado vampiro de Düsseldorf (v. cine del Reich).90

Sobre ese fondo dramático, un pueblo laborioso y emprendedor iniciaba la vigorosa recuperación económica que sufrió un estrangulamiento temporal cuando el crac del año 1929 interrumpió las inversiones de EE. UU., provocando la consiguiente crisis y un desempleo coyuntural que, en última instancia, auparon a Hitler al poder.

EUGENESIA. La eugenesia es una práctica biológica consistente en mejorar una especie animal o vegetal fomentando los cruces de ejemplares perfectos y evitando los imperfectos.

La eugenesia la han venido practicando ganaderos y agricultores desde el periodo neolítico,91 pero los descubrimientos de Darwin y los de Mendel la impulsaron en el siglo XIX hasta el punto de que algunos gobiernos de países tenidos por avanzados decidieron aplicar a su población una eugenesia preventiva consistente en esterilizar a los individuos portadores de enfermedades hereditarias para evitar que tuvieran descendencia.

Las naciones pioneras en esta práctica fueron Suiza (desde 1928) y los países nórdicos. El programa más extensivo fue el de Suecia, que esterilizó a sus 62.888 enfermos mentales, o los considerados de «calidad racial baja o mezclada». También se les ofreció la libertad a ciertos presos si se dejaban esterilizar (se pensaba que la propensión a la delincuencia también es genética).

En EE. UU. se esterilizaron forzosamente unas 50.000 personas entre 1909 y 1979, en su mayoría mexicanos, homosexuales, epilépticos o retrasados mentales con un cociente intelectual inferior a 70. El procedimiento habitual consistía en la ligadura de trompas a las mujeres y la vasectomía a los hombres.

También Churchill fue partidario de la eugenesia activa. En una carta a Asquith (diciembre de 1910) leemos: «El crecimiento nada natural y acelerado de las clases insanas y débiles mentales, sumado a la incesante reducción de las clases fuertes, saludables, constituye una amenaza a la raza y a la nación que no podemos exagerar».

Los nazis, desprovistos como estaban de escrúpulos y habiendo borrado de sus vidas todo obstáculo ético, idearon un Estado biopolítico y fueron un paso más lejos en los dos posibles sentidos:

A ello se unió la captación de individuos genéticamente puros en los territorios ocupados a los que valía la pena germanizar. «Para ello, necesitamos un inventario racial —escribe Heydrich (v.) cuando trata el problema—. Aquí —en Bohemia y Moravia— tenemos una mezcla de gentes, algunos de calidad racial y buen juicio. Será fácil germanizarlos. También tenemos elementos racialmente inferiores y, lo que es peor, que muestran escaso juicio. Tenemos que desembarazarnos de ellos. Hay mucho espacio en el este. Entre los dos extremos están los que debemos examinar cuidadosamente, tenemos gente racialmente inferior pero juiciosa y otros que son racialmente inaceptables y además carecen de juicio. A los primeros los podemos instalar en alguna parte del Reich o fuera de él, pero nos aseguraremos de que no se reproduzcan […]. Queda el grupo de los que son racialmente aceptables, pero hostiles en su pensamiento. Estos son los más peligrosos, porque producen unos líderes racialmente puros. Tenemos que pensar cuidadosamente qué hacer con ellos. Una opción sería asentarlos en alguna parte del Reich en un ambiente puramente germánico, y germanizarlos y reeducarlos. Si esto no fuera posible, habría que llevarlos al paredón.»92

El trabajador alemán soporta la carga de seres improductivos.

En la España nacional, tan a remolque de Alemania, se produjo un conato de aplicación eugenésica que afortunadamente se quedó en proyecto por falta de medios y por la dejadez natural de las autoridades cuando tienen que abordar planes de enjundia. Leamos: «La política racial tiene que actuar en nuestra nación sobre un pueblo de acarreo, aplebeyado cada vez más en las características de su personalidad psicológica, por haber sufrido la nefasta influencia de un círculo filosófico de sectarios, de los krausistas, que se han empeñado en borrar todo rastro de las gloriosas tradiciones españolas. […] La raza, que no quiere estar subyugada por los inferiores y débiles de cuerpo y de espíritu, debe engrandecer los biotipos de buena calidad hasta lograr que predominen en la masa total de la población. Una raza debe reproducir sus mejores elementos. Ha de escoger los individuos de elevado potencial biopsíquico y colocarlos en las mejores condiciones posibles de desarrollo. Política contraria a la democrática, que ha nivelado las clases sociales, en beneficio de los inferiores, en perjuicio de los selectos, para proporcionar medios de vida a la multitud de mediocres. […] La nación que quiera velar por el porvenir de su raza debe crear una aristocracia eugenésica, tanto en la esfera corporal como en la espiritual y moral».93

EUTANASIA. La palabra eutanasia procede del griego εὐθανασία (εὖ, «bien», y θἀνατος, «muerte»), «buena muerte» o «muerte apacible». Se refiere a la posibilidad o conveniencia de provocar la muerte al enfermo terminal que padece grandes dolores.

El movimiento favorable a la eutanasia surgió a finales del siglo XIX en EE. UU.: se pensaba que una persona que padeciera una enfermedad terminal y dolorosa «debería tener derecho a finalizar su dolor mediante el suicidio». La idea se abrió camino en las sociedades occidentales en pugna con el ideario cristiano, que considera que la vida es sagrada y en ningún caso debe arrebatarse voluntariamente, una postura enérgicamente defendida por los moralistas, hasta que son ellos los que padecen dolores atroces.94

En puridad, la eutanasia debería solicitarla el paciente o, si ya no rige, alguna persona afín a él. Lo que los nazis aplicaban en su programa Aktion T4 (v.) a personas limitadas pero satisfechas con la vida quizá no fuera eutanasia, sino simple asesinato de los débiles.

EUTANASIA, ORDEN DE (Euthanasiebefehl). El 1 de septiembre de 1939, unas horas antes de invadir Polonia, Hitler emitió una orden secreta que concedía a los médicos la facultad de provocar la muerte de un paciente por razones médicas.

El texto intentaba ser sensible: «Con humana discrecionalidad se les puede conceder la muerte a los pacientes incurables por misericordia si su condición se evalúa críticamente». O sea, un asesinato legal, hablando en plata.

Las razones de Hitler eran de índole práctica: necesitaba liberar camas en los sanatorios y manicomios porque la guerra con Polonia era inminente y habría que atender a los soldados heridos.

ÉXODO DE POBLACIÓN ALEMANA TRAS LA GUERRA MUNDIAL. Cuando Hitler invadió Europa, la población de origen germano (v. Volksdeutsche) recibió a los ocupantes como libertadores, brazo en alto y agitando banderitas con esvásticas (v.). Muchos incluso hicieron cola para solicitar la ciudadanía del Reich que dispensaba la oficina de la Deutsche Volksliste (Lista del Pueblo Alemán) y se integraron en la administración (y explotación) de sus antiguos connacionales.

Durante los años de ocupación, esta población colaboró con el ocupante y recibió de él un trato favorable. Vuelta la tortilla en 1945, muchos temieron la venganza de sus vecinos y prefirieron acompañar a las tropas alemanas en retirada.

A ese desplazamiento voluntario de la población comprometida siguió el tumultuoso éxodo de unos seis millones de alemanes que huían del avance soviético en la Prusia Oriental y Occidental, Pomerania y Silesia, en pleno invierno de 1944. Este fue especialmente catastrófico porque las autoridades locales no habían previsto plan alguno de evacuación por miedo a que en Berlín los consideraran derrotistas.

A la huida por carreteras atestadas de fugitivos civiles y de tropas en retirada, sin alimentos y a muchos grados bajo cero, se sumó la evacuación desde las costas del Báltico, con sus tragedias marítimas de los transatlánticos Wilhelm Gustloff (v.) y Cap Arcona (v.). La cifra de medio millón de muertos en esta forzada migración no parece exagerada.

Terminada la guerra, al éxodo anterior siguió una limpieza étnica. Churchill, Roosevelt, Truman y no digamos Stalin estuvieron de acuerdo en expulsar a las minorías germanas a su país de origen a fin de crear en Europa poblaciones homogéneas que evitaran futuros conflictos. La reciente experiencia de los intercambios de población entre Grecia y Turquía (1923) avalaba esta medida. Por otra parte, despojaba a la nación alemana de futuros pretextos expansionistas.

Polonia colaboró con entusiasmo en el nuevo orden europeo deportando a su población de origen alemán y a la que poblaba las tierras del Reich (hasta la línea Óder-Neisse) que recibía en compensación por las que Rusia le quitaba por el este.

Checoslovaquia expulsó sin contemplaciones a su población alemana de los Sudetes (que en 1938 había colaborado activamente con Hitler en la invasión del país).95 Parecidas medidas tomaron Hungría, Croacia, Eslovenia, Serbia, Rumanía y hasta los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia), donde alguna población de origen germano llevaba siglos establecida.

El número de oriundos alemanes expulsados del este de Europa pudo aproximarse a 12 millones. A otros 2,5 millones se les permitió que permanecieran en sus lugares de origen.

«Se puede dudar de si la política de los aliados de expulsar a todas las minorías alemanas de países no alemanes fue una acción inteligente —escribe la filósofa judía Hannah Arendt—; pero está fuera de duda que, para los pueblos europeos que sufrieron durante la guerra la criminal política alemana, el simple hecho de convivir con alemanes en su mismo territorio no solo generaba rabia, sino horror.»96

EXPULSIÓN DE LOS CIENTÍFICOS JUDÍOS. Cuando Hitler ascendió al poder, la ciencia alemana estaba a la cabeza del mundo, especialmente en física y radioquímica. Esta ventaja se perdió cuando la «ley de la restructuración del servicio civil profesional» (decreto del 7 de abril de 1933) expulsó a los profesores judíos de la universidad y de las instituciones científicas (v. Leyes de Núremberg).

El físico Max Planck, padre de la mecánica cuántica, expuso a Hitler el 16 de mayo de 1933: «Sería automutilarse hacer que los judíos valiosos emigraran, ya que necesitamos su trabajo científico».97

Supuestamente Hitler le contestó:

—Si la ciencia no puede prescindir de los judíos, prescindiremos de la ciencia durante unos años.

Ese es mi Führer. Con un par.

En los meses siguientes, unos 2.600 científicos judíos abandonaron Alemania. Muchos de ellos encontraron empleo en Inglaterra y EE. UU.

El impacto de la expulsión en la ciencia alemana fue demoledor. En universidades como la de Gotinga, las facultades de Física y Matemáticas se quedaron en cuadro. De 33 profesores titulares solo quedaron 11.98

Uno de los científicos judíos que tomó el camino del exilio fue Albert Einstein, quien declaró al New York World-Telegram: «Solo viviré en un país donde prevalezcan las libertades civiles, la tolerancia y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. […] Esas condiciones no existen en Alemania en este momento». La réplica en la prensa alemana no se hizo esperar: «Buenas noticias de Einstein. No vuelve», y una foto del físico con el comentario: «Todavía no lo han ahorcado».

EXTERNSTEINE. Cerca de la ciudad de Detmold, en lo más espeso del bosque de Teutoburgo, a orillas del riachuelo Wiembecke, se encuentran 13 irregulares formaciones de arenisca, alguna de ellas de hasta 40 m de altura, que conforman una estampa singular.

Personas supuestamente dotadas de poderes psíquicos han considerado que este lugar tan impar, en realidad restos de un fondo marino de hace más de un millón de años, tuvo que ser un santuario wotanista (de la religión ancestral de Wotan; v. ariosofía; cosmovisión)99 en el que celebrarían sus ritos los patriotas germanos que derrotaron a los romanos allí al lado y les arrebataron las águilas.

Un relieve románico que representa el descendimiento de la cruz parece indicar que se consideraba lugar de oración en época medieval, digamos siglo XI, si no es una falsificación del XIX (tiene toda la pinta). Concediéndole que fuera original, sería admisible relacionarlo con el cercano monasterio Abdinghof de Paderborn, hoy desaparecido, que adquirió estos terrenos en 1093.100

En la época romántica, aquella exaltación de los sentimientos que en Alemania azotó con más intensidad que en otros lugares de Europa, se constituyó Externsteine como lugar de peregrinación de germanistas del Völkisch (v.)101 precisados de raíces. Allí efectuaban sus ritos neopaganos, genialidad que se prolongó hasta los tiempos de Himmler (v.), otro de sus visitantes deseosos de enraizar con sus más ancestrales ancestros.

Externsteine.

En el decenio de 1920 floreció el publicista Wilhelm Teudt, un estudioso de la superior cultura de los antiguos germanos que, a falta de datos más fiables, aplicaba presuntos poderes paranormales a la detección de santuarios germanos. Confrontado con Externsteine, sugirió que uno de los pilares de piedra que forman el conjunto, o acaso todos juntos, podía ser el ídolo Irminsul, la piedra sagrada de los sajones abatida por Carlomagno.

Dando por seguro, desde la óptica Völkisch, que estas rocas fueron un santuario prehistórico, Himmler constituyó una Fundación Externsteine para el estudio y la excavación del lugar. Los trabajos, bajo la dirección de Teudt y con mano de obra del Servicio de Trabajo del Reich (Reichsarbeitsdienst), constituyeron un señalado fracaso: no apareció nada anterior al siglo XI.102

En la actualidad, Externsteine atrae a multitudes de turistas, entre los que no faltan neopaganos que entran en trance descalzos sobre las piedras, especialmente en los solsticios. Algunos muestran pelados radicales, cuero y piercing que despiden cierto tufillo neonazi.