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FAISANES DORADOS (Goldfasanen). Así se conocían popularmente los camisas viejas (v.) del partido, capitostes nazis que por formar parte de los 100.000 primeros afiliados tenían derecho a lucir en la solapa la esvástica con borde dorado (Goldene Parteiabzeichen) con el número de carnet y las iniciales AH en el reverso. Los nazis de incorporación más tardía lucían la misma insignia, pero sin borde dorado, despectivamente conocida como insignia del miedo (Die Angstbrosche), suponiendo que sus portadores se habían afiliado al partido nazi (v. NSDAP) por temor a que los consideraran desafectos al régimen.

Hitler y los viejos camaradas en la cervecería de Múnich, 8 de agosto de 1938.

La insignia número uno era la de Hitler. Antes de suicidarse, se la entregó a Magda Goebbels (v.) por considerarla «la madre más valiente del Reich». Ella respondió: «El más grande honor que un alemán pueda recibir, mein Führer».

FALL MADAGASKAR (v. solución final).

FALSIFICACIONES. Todos los contendientes de la Segunda Guerra Mundial acudieron a la falsificación de moneda o valores del enemigo con la aviesa intención de arruinar su economía.

Como sabemos los que en su día quedamos encantados con la película Die Fälscher (Los falsificadores, Ruzowitzky, 2007), los alemanes falsificaron papel moneda en su denominada Aktion Bernhard, una «ofensiva contra la libra esterlina y la destrucción de su posición como moneda global».

El plan consistía en inundar el Reino Unido con billetes falsos lanzados desde el aire. Contaban con que el pueblo británico, más codicioso que patriótico, los pondría en circulación en lugar de entregarlos a las autoridades.

Para este plan, los alemanes seleccionaron en septiembre de 1942 a un grupo de más de cien profesionales de varios oficios, muchos de ellos judíos sacados de diversos campos de concentración, y los recluyeron en Sachsenhausen (v. campos de concentración). Los barracones donde los alojaron, en corraliza aparte, disponían de gollerías como duchas y calefacción, y el rancho era el mismo de los guardas. Despiojados y bien tratados, sin palos ni insultos, se esperaba que cooperaran de buena gana y se esmeraran en hacer un buen trabajo. En realidad, se esmeraron a medias.

—No hay que fiarse —dijo uno que tenía larga experiencia como monedero falso—. En cuanto hagamos el trabajo nos eliminarán como a los demás, por ser judíos y para que no se divulgue que el Reich falsifica moneda, el único delito que les quedaba por cometer.

—¿Y qué podemos hacer?

—Ir sin prisas. Ponerle más dificultad de la que tiene. A ver si, mientras tanto, Alemania pierde la guerra y llegan los rusos.

El encargado de vigilar la operación era el comandante Krüger. Tampoco él estaba interesado en apresurar el trabajo, porque cuando estuviera hecho, lo mismo lo mandaban al frente a pegar tiros.

En falsificar el papel, los colores y las planchas de las libras esterlinas invirtieron casi dos años.

—Tanto billete nuevecito y crujiente resulta sospechoso —dijo Krüger a la vista de la primera resma de billetes.

Había que hacerlo circular para que se viera ajado y sucio. En el campo lo que sobraba era mano de obra. Escogieron a unas docenas de internos, los pusieron en fila e hicieron pasar los billetes de mano en mano.

—Nunca pensé que gracias a los alemanes iba a pasar tanto dinero por mis manos —comentaba uno.

—No, si al final va a resultar que tan malos no son —respondía otro mientras le pasaba el falso fiver británico.

Al cabo de unas horas, los billetes habían perdido el apresto y parecían suficientemente fatigados como para introducirlos en el mercado.

Satisfechos con los resultados, los alemanes comenzaron a pagar con ese dinero falso a los informadores y espías que mantenían por medio mundo (cientos de ellos en España).

En vista del éxito obtenido, en mayo de 1944, los falsificadores recibieron un nuevo encargo del general Ernst Kaltenbrunner, de la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA): fabricar dólares estadounidenses.

Como tantos otros proyectos secretos alemanes, el de los billetes falsos quedó truncado por el final de la guerra. No obstante, para entonces habían puesto en circulación suficientes billetes como para que el Banco de Inglaterra se curara en salud, retirara de circulación su papel moneda y lo sustituyera por otro de nuevo diseño.

Parte de los fabricados, quizá unos 450 millones de libras, acabaron en los lagos Toplitz y Grundlsee, en los Alpes austriacos. Los habitantes del entorno hablan de tesoros sumergidos, lingotes de oro y cuentos semejantes. Lo único cierto es que los buscadores de tesoros han extraído algunas cajas de billetes ingleses, aunque la mayor parte de ellas permanecen hundidas en el espeso cieno del fondo.

Los ingleses, cuya afición a la trapisonda es bien conocida, también se metieron a falsificadores, pero prefirieron copiar impresos más menudos, aunque no por ello menos importantes: sellos de correos y cartillas de racionamiento.

El departamento encargado de estas tareas, el Special Operation Executive (SOE), produjo entre julio de 1940 y septiembre de 1941 pliegos de sellos de 3, 4, 6 y 8 pfennigs, de la serie básica desde 1941, la de la cabeza de Hitler.

Más fáciles de falsificar fueron los cupones de racionamiento de pan, leche y mantequilla, más valiosos que el papel moneda en tiempos de guerra, y de impresión tan básica que no requería el concurso de especialistas:

En 1943 se concibió en Londres una idea maquiavélica: imprimir enormes cantidades de cartillas de abastecimiento y hacerlas circular en Alemania. Pensado y hecho. Los mismos aviones que ponían a prueba la solidez de los nervios alemanes con sus bombas y folletos de propaganda arrojaron toneladas de cupones de harina, pan y mantequilla. Los periódicos no tardaron en publicar las advertencias de rigor: «¡Quien utilice esos cupones sufrirá gravísimos castigos […]».

Los ingleses consiguieron su propósito. La Administración se vio obligada a imprimir cupones distintos, y como la RAF reiteró el incruento bombardeo (v. bombardeos sobre Alemania), se produjo un verdadero desconcierto.1

FASCISMO. Hoy, la palabra facha se ha convertido en el insulto progre más corriente y casi nadie se preocupa de conocer su origen y significado.2

Facha es la síncopa coloquial de fascista y su uso deviene del hecho de que el partido de Mussolini adoptara como insignia el fasces de la antigua Roma.3

Mussolini se inició como socialista partidario de la lucha de clases, pero luego ideó una alternativa al comunismo internacionalista impulsado por la URSS y a la democracia liberal imperante en los países capitalistas: en lugar de lucha de clases, colaboración de clases, hermandad y corporativismo.4

Fasces.

¿Cómo se consigue eso? Haciendo del Estado una gran empresa a la que sirven por igual propietarios y trabajadores. En 1928 escribe: «El ciudadano del Estado fascista ha dejado de ser un ser egoísta y ahora se somete a la colectividad».

Así como el cuerpo humano es el resultado de la colaboración de esqueleto, músculos, sistema nervioso, sistema digestivo, etc., una sociedad debe ser el fruto de la armoniosa colaboración de sus corporaciones (agricultura, industria, comercio, milicia).

Los sindicatos, que se basaban precisamente en la lucha de clases, perdieron su razón de ser en el Estado corporativista: Mussolini los prohibió. A partir de entonces tanto las huelgas como el cierre patronal quedaban fuera de la ley. Igualmente, suprimió los partidos y la prensa libre e impuso fascistas de su cuerda en toda la escala funcionarial y gubernativa (gobernadores provinciales y alcaldes). Y a los disidentes los asesinó o los desterró a lejanas islas, como hacían los emperadores romanos.5

Dueño absoluto de Italia, Mussolini se empeñó en un ambicioso programa de obras públicas6 y obras sociales,7 que financió en parte con privatizaciones y en parte endeudando al Estado.

«El fascismo deriva de una racionalización desmesurada de la técnica y de la burocracia, convertidas en instrumentos de dominación del hombre. Las personas se reducen a autómatas disciplinados, atentos a cumplir las órdenes, por bárbaras que sean.»8

Hitler copió el programa de Mussolini casi punto por punto, pero sus resultados superaron a los del maestro, ya que la economía de Alemania era más robusta y los alemanes, mucho más sumisos y voluntariosos que los italianos. Sobre esta diferencia esencial de carácter, obsérvese que en cuanto la nave nacional hizo aguas, los italianos destituyeron a Mussolini (julio de 1943), mientras que los alemanes, igualmente conscientes de que Alemania se iba a pique, se sacrificaron por Hitler hasta las últimas consecuencias.

¿En qué se parecían y en qué se diferenciaban fascismo y nazismo?

Parecidos:

  1. Los dos son el resultado de la crisis económica que aquejó a Europa tras la Gran Guerra.
  2. Los dos se someten al poder absoluto de un mesías providencial al que los adeptos creen infalible: el Duce o el Führer (en esto se parecen otros regímenes que se califican de antifascistas, pero que igualmente adoran a su líder, como la Cuba de Fidel).
  3. Los dos aspiran a una política social alejada tanto del marxismo como del capitalismo, que supuestamente armoniza capital y trabajo y procura al ciudadano protección y progreso. Para ello, buscan un chivo expiatorio que desvía del capitalista explotador el odio de los humildes: los judíos, los comunistas, los masones, etc.
  4. Los dos aspiran a organizar la vida de la gente hasta en sus más mínimos detalles, desde la cuna a la sepultura, limitando la libertad personal.
  5. Los dos aspiran a la autarquía, a autoabastecerse, a no depender de nadie, lo que entraña un dirigismo absoluto de la agricultura y la industria desde el Estado.
  6. Los dos son imperialistas (como Italia y Alemania solo alcanzaron a ser estados nación en el siglo XIX, habían llegado tarde al reparto de colonias y les había tocado la casquería, mientras Francia e Inglaterra se quedaban con la carne magra).
  7. Los dos son belicistas: exaltan la guerra y buscan inspiración en la épica nacional del pasado.
  8. Salvando diferencias doctrinarias, los dos se asemejan en la exaltación del pensamiento único, la exclusión y persecución de los disidentes, el adoctrinamiento de la ciudadanía desde una prensa sometida por fuerza o soborno, la catequesis del odio y el victimismo en la escuela y la manipulación de la sociedad por medio de intensas y eficaces campañas publicitarias a las que dedican recursos abundantes, aunque sea detrayéndolos de necesarias inversiones sociales.

Todo eso se vio y se vivió no solo en la Italia de Mussolini y en la Alemania de Hitler, sino en la URSS de Stalin y en la Cuba de Castro.

Diferencias:

  1. El nazismo es racista, eugenista y antisemita (hasta el punto de exterminar a millones de seres), mientras que el fascismo nunca fue tan virulento, aunque intentara imitarlo.9
  2. El nazismo es más radical que el fascismo, quizá porque Hitler fanatizó a los alemanes, mientras que Mussolini nunca convenció enteramente a los italianos.
  3. A Hitler le fascinaba Mussolini y, de hecho, le copió casi todas las ideas. A Mussolini, por el contrario, le parecía que Hitler estaba loco y así lo expresó después de su primer encuentro, en 1934. Después de cometer el error, enteramente suyo, de implicarse en una guerra para la que Italia no estaba preparada (pensó que acabaría en pocos días), se vio obligado a transigir con Hitler hasta acabar dependiendo enteramente de su voluntad.10

FE Y BELLEZA (Glaube und Schönheit). A las chicas más destacadas de la BDM (v. Asociación de Muchachas Alemanas), cuando cumplían 17 años, se las invitaba a ingresar en la organización Fe y Belleza, fundada en 1938 para preparar «chicas cuyos cuerpos, almas y espíritus estén en armonía; chicas que, a través de cuerpos sanos y mentes equilibradas, encarnen la belleza de la creación divina»,11 o sea, muchachas robustas con algún conocimiento de cocina, plancha y economía doméstica, preparadas para casarse y parir la numerosa progenie que Alemania y el Führer demandaban. A este núcleo de doncellas escogidas se les ofrecían deportes de élite (tenis, equitación, esgrima, tiro) y se las preparaba para ser esposas distinguidas (Hohe Frau) de la aristocracia del nazismo.

FEDERICO II EL GRANDE (Friedrich II der Grosse). Hitler profesaba una admiración sin límites por Federico II el Grande (1712-1786), el rey de Prusia, al que sentía como un alma hermana y su precursor: de joven, rebelde a su padre e interesado por el arte; de mayor, cuando hereda la corona, líder reformador del Estado e insuperable estratega que construye el ejército más moderno de su tiempo, vence en todos los campos de batalla (Austria, Polonia…) y protege las artes y las ciencias. O sea, el vivo retrato de lo que Hitler quiere ser.

La biografía del rey prusiano escrita por Carlyle acompañaba a Hitler en sus desplazamientos. Los retratos del prusiano decoraban sus despachos. Las palabras de Carlyle sobre Federico le parecían a Hitler escritas para él: su «estoicismo sereno», sus «potentes ojos brillantes de mirada a la vez vigilante y penetrante, y que emanaban una luz radiante que surgía de algún mar interior de luz y fuego».12 Precisamente se llevó al Führerbunker (v.) de Berlín el retrato de Federico II, por Anton Graff, «un pintor famoso por la concentración psicológica y luminosa que ponía en los ojos de sus retratados».13

Un episodio de la vida de Federico II apuntaló la fe de Hitler en la victoria cuando hasta su general más optimista sabía que la guerra estaba perdida: la providencial muerte de Isabel I de Rusia en 1762, cuando la guerra de los Siete Años parecía perdida para el prusiano.

Carlyle describe a Federico «sentado entre los restos de su palacio de Breslavia, mientras contempla los escombros. Alejado de todos, solo puede pensar en el futuro más ominoso. No ve a nadie, permanece silencioso, pendiente de sus asuntos». Enfrentado a una coalición de Austria, Francia y Rusia (un evidente paralelo del bando aliado que acosaba a Hitler), Federico ve su reino invadido y destruido, piensa en el suicidio y tan solo fía su salvación y la del reino en algún giro imprevisto del destino. «Leo mucho —escribe al marqués de Argens el 18 de enero de 1762—. Devoro mis libros, que me ofrecen el único consuelo […]. Nos encontramos en una situación desesperada.»14 De repente le llega la noticia que cambia por completo la situación. La zarina Isabel ha muerto en San Petersburgo, y su sucesor, Pedro III, ferviente admirador de Federico, rompe sus alianzas con Austria y Francia y retira sus ejércitos de suelo alemán: el milagro de Brandeburgo.

Asediado en el búnker de Berlín, Hitler puso todas sus esperanzas en que también su vida le reservara un sesgo del destino como el que ofreció a su admirado Federico el Grande. Creyó llegada la señal el 12 de abril de 1945, cuando una llamada telefónica de Goebbels (v.) le anunció el fallecimiento de Roosevelt: «¡Albricias, mein Führer! Roosevelt ha muerto. Está escrito en las estrellas que la segunda mitad de abril marcará para nosotros el giro decisivo. Hoy es viernes y 13 de abril. Es el día que han tomado un nuevo giro las cosas».

Speer (v.) recuerda el acontecimiento: «Cuando llegué al búnker, Hitler corrió hacia mí mostrando una excitación rara en aquellos días. Tenía un periódico en la mano: “¡Mire, lea esto, aquí está el milagro que siempre predije! ¿Quién tenía razón? La guerra no está perdida. Léalo: Roosevelt ha muerto”».

Hitler y Goebbels estaban seguros: se repetía la historia. Nuevamente el milagro de Brandeburgo salvaba a Alemania.

Federico II el Grande, Bismarck, Hindemburg y Hitler, los grandes forjadores de Alemania. Postal, 1935.

Hitler, exultante, habló al pueblo: «Ahora que el destino ha borrado de la faz de la tierra al mayor criminal de guerra de todos los tiempos, ha llegado el momento en que el signo de la guerra cambiará».

Pero las cosas no cambiaron. Rusos y angloamericanos continuaron su avance por territorio alemán.

Dieciocho días más tarde, Hitler, desengañado de la historia y del pueblo alemán, al que creía culpable de su derrota, nos privaba de su presencia.

FELDHERRNHALLE (Logia de los Mariscales). Uno de los principales santuarios del nazismo fue la Feldherrnhalle, la logia italianizante construida en 1844 por el rey Luis I de Baviera en la Odeonsplatz de Múnich, un monumento que, para los muniqueses, era una especie de altar de la patria.15

En aquel lugar, la policía intercambió disparos con los golpistas del Putsch (v.) de la cervecería (8-9 de noviembre de 1923), con tan mala fortuna que hubo que lamentar 16 nazis y cuatro policías muertos.

Cuando alcanzó el poder, Hitler se apropió del monumento instalando en el lateral que da a la Residenzstrasse un recordatorio de sus mártires allí caídos, el Mahnmal der Bewegung (Memorial del Movimiento), una losa vertical de granito de 2 x 1 m, coronada con la esvástica y el águila alemana. En bronce aparecían los nombres de los 16 mártires (Blutzeugen, literalmente «testigos de sangre»), bajo el lema Und ihr habt doch gesiegt! («Y al final alcanzasteis la victoria»).

La solemne ceremonia de la inauguración del memorial se celebró el 9 de noviembre de 1933, décimo aniversario del Putsch.16 Aquel día no faltó de nada. Hubo fanfarria, música, el himno «Horst-Wessel-Lied» (v.) entonado con lágrimas en los ojos y desfile con un potente escuadrón de enseñas procedentes de todos los Gaue (v. Gau) de Alemania que habían llegado la víspera y se habían depositado en la Casa Parda (v.) mientras sus alféreces remojaban el gaznate en la Bürgerbräukeller, la histórica cervecería donde se fraguó el malhadado Putsch.

Este que les habla, en sus visitas a Múnich, suele sentarse en los escalones de la Feldherrnhalle para descansar los pies contemplando la Ludwigstrasse hasta la Puerta Siegestor, mientras hace tiempo para el canónico codillo asado y la jarra de Weissbier fresquita.

En este espacio, hoy frecuentado por turistas, juraban fidelidad al Führer cada año en la fecha memorable del aniversario del Putsch los nuevos alevines de las SS (v.) en una emocionante ceremonia nocturna, apagadas las farolas, a la luz de las antorchas.17

Ceremonia nocturna nazi en la Feldherrnhalle.

El Mahnmal der Bewegung, adornado con coronas de roble que renovaban cada mes, estaba custodiado día y noche por una guardia de honor, dos centinelas de negro uniforme y casco de acero. Era obligatorio a todo transeúnte cuadrarse ante la placa y respetuosamente realizar el saludo nazi (Deutsche Gruss).

—¿Y si iba en un coche o en bicicleta?

—No había excepciones: levantabas la mano en saludo nazi aunque te partieras la crisma. Los olvidadizos podían escapar con solo amonestación y multa, pero si el guardia estaba de malas podías pasar unos días en el calabozo.

Los muniqueses que querían evitarse la pantomima de levantar el brazo usaban el camino alternativo de la Viscardigasse, la calle de atrás, que pronto fue conocida como Drückebergergasse (el callejón del Esquinazo o del Escaqueo).

—Para que luego digan que el nazismo no tuvo opositores: ¡cambiabas de calle para evitarte el saludo nazi, con un par!

El 3 de junio de 1945, vuelta la tortilla y evaporada la guardia del monumento, el antiguo concejal del Ayuntamiento democrático Karl Wieninger se personó en el Feldherrnhalle al frente de un somatén de ciudadanos airados que lanzaron la losa martirial a la calle y la quebrantaron con porros, alegando que «esa monstruosidad no podía consentirse que siguiera en su sitio» (damnatio memoriae).18

En 1995 el Ayuntamiento muniqués reconoció a los héroes que tomaban la calle de atrás para evitarse levantar el brazo y en su honor marcó el trayecto que seguían con un reguero de 18 m de adoquines dorados obra del artista Bruno Wank.

FINANCIEROS DE HITLER. En los años de lucha, el partido nazi (v. NSDAP) fue pobre de solemnidad, sin más ingresos que los de las cuotas de los afiliados, las cuestaciones entre los simpatizantes y las entradas que Hitler empezó a cobrar a los asistentes a sus mítines para cubrir el alquiler del local. De los potentados y de la gran industria no recibía un céntimo, porque desconfiaban de él y lo veían más socialista que nacional.

Después de unos años, en vista de que las SA (v.) se habían adueñado de la calle (más brutas que las milicias comunistas), los capitalistas cambiaron de opinión sobre Hitler y comprendieron que los alarmantes 25 puntos programáticos del partido no eran más que un gesto a la galería (v. programa del NSDAP).

Tras el fallido golpe de Estado, cumplida la breve pena de prisión, Hitler regresó a la arena, refundó el partido y se ganó la confianza del capital. Los capitalistas que aún mantenían ciertos recelos comprendieron que su socialismo era pura demagogia e hicieron cola a su puerta con la chequera en la mano.

En 1924 Hitler disponía de varias ubres en las que amamantarse financieramente, si me permiten la metáfora:

El definitivo apoyo de los financieros que aún se mantenían indecisos ocurrió en enero de 1932, cuando el magnate del acero Fritz Thyssen invitó a Hitler a explicar su programa en el Industrieklub, el círculo de grandes empresarios alemanes.

Hitler desplegó todo su encanto y su oratoria. El gran enemigo de Alemania era el comunismo, que aspiraba a nacionalizarlo todo (cabezas que asienten). Al bolchevismo hay que pararle los pies antes de que crezca. El bienestar del pueblo debe basarse en el trabajo honrado y en el respeto a la propiedad privada (intercambio de miradas satisfechas). Eso no se podrá alcanzar sin impulsar la economía con grandes contratos estatales que reactiven la industria y el comercio.

Ni una mención a que la culpa de los males del mundo la tienen los judíos. Cuando empezaba a desbarrar sobre los judíos, las gentes de orden se escandalizaban, ya lo había notado y se contenía.

Los industriales presentes obtuvieron una excelente impresión y la comunicaron a los ausentes. Hitler obtuvo el dinero necesario para preparar las elecciones federales del 31 de julio de 1932, en las que obtuvo el 37,27 % de los votos, lo que le permitió ganar 230 escaños. Todavía estaba lejos de la mayoría (305 de un total de 608).

El 6 de octubre de 1932 hubo nuevas elecciones. Los nazis perdieron 34 asientos (quedaron en 196) y los comunistas ganaron 11, lo que los elevó a 100.

Alarma en el club capitalista e industrial. El comunismo ganaba terreno. Apesadumbrados, se reunieron nuevamente con Hitler (20 de febrero de 1933). Eran 27 empresarios y esta vez no faltaron Hjalmar Schacht (v.), presidente del Reichsbank, ni Carl Bosch, del cartel químico IG Farben (v.). Preocupados por los malos resultados, le entregaron tres millones de Reichsmarks para financiar debidamente la siguiente campaña. Cinco meses después (5 de marzo de 1833) hubo nuevas elecciones y Hitler obtuvo 17 millones de votos y 288 escaños (aumentaba 92), un triunfo estimable, pero que todavía no le daba la mayoría. No obstante, se las arregló para que lo votaran canciller.

Con el poder, acudieron a Hitler nuevas fuentes de financiación del capitalismo internacional.19 Dineros de fuera de las fronteras financiaron indirectamente el rearme alemán y los milagros del financiero Schacht.

Hitler y su guerra enriquecieron a muchas grandes empresas alemanas, en parte porque los salarios les salían casi gratis, al utilizar mano de obra esclava (Bayer, BMW, Siemens, Agfa, Shell, Telefunken, IG Farben).

Estas empresas recibieron el conveniente perdón en la posguerra y de cara a los nuevos tiempos algunas se fusionaron (ThyssenKrupp) y otras se evaporaron después de dejar a buen recaudo las ganancias del trabajo esclavo.

FÍSICA ALEMANA (Deutsche Physik). En 1933 el ministro del Interior Wilhelm Frick dijo: «Respeto la libertad de la ciencia, pero la ciencia debe estar al servicio de la nación y los logros de la ciencia no tienen valor cuando no son útiles a la cultura del pueblo».

Idos o expulsados los judíos (v. expulsión de los científicos judíos), la física, que hasta entonces había sido la rama favorita de la I+D alemana, cedió ese puesto a la química y a la ingeniería.

A la física judía le llovieron descalificaciones. Al parecer, el judío Einstein había embaucado a la sociedad científica mundial con su teoría de la relatividad. Colegas suyos que no le llegaban a la altura del zapato, pero deseosos de medrar dentro del orden nazi, habían colaborado en el libro Hundert Autoren gegen Einstein (Cien autores contra Einstein), en el que rebatían sus teorías. Él respondió simplemente: «¿Por qué 100? Si mis teorías fueran erróneas bastaría con que uno lo demostrara».

Como alternativa a la física judía (Jüdische Physik) de Einstein, los nazis impulsaron la física alemana (Deutsche Physik) o física aria (Arische Physik), que abjuraba de tal superchería y seguía caminos distintos. Algunos científicos de relieve, como Lenard y Stark, se afiliaron al partido nazi y se convirtieron a la Deutsche Physik. La física alemana tuvo que tomar un camino distinto del de la física judía e incursionó en teorías tan osadas como la del hielo cósmico (v. Eis).

¿Hielo cósmico?

—Sí, hemos descubierto que el universo se compone de hielo. Esta teoría se llama cosmogonía glacial. La propone el ingeniero Hanns Hörbiger.

Según este pseudocientífico, el comienzo del universo fue una bola de fuego en la que penetró una masa de hielo, lo que provocó la explosión cósmica originaria del sistema solar. En el planeta Tierra la precipitación de un protoplasma originó la raza aria, solar, opuesta a las razas inferiores, lunares, ocasionadas por el frío.

Hitler proyectaba construir en Linz (v.), su pueblo natal, un observatorio astronómico monumental (como todo lo suyo) que mostraría en la planta baja el universo tolomeico; en el piso central, el copernicano, y en la planta alta y más noble, la cosmogonía glacial germánica.20

Al final, parece que, después de todo, la «física judía» describía mejor el ordenamiento del mundo. Prevaleció incluso en su aspecto más terrible, la creación de la bomba atómica (v.).

FORTALEZA ALPINA (Alpenfestung, también Fortaleza Europea o Festung Europa). El último reducto de resistencia de Hitler en la región alpina comprendida entre las montañas bávaras, austriacas, tirolesas y el norte de Italia, en torno a Obersalzberg, donde se suponía que los alemanes habían construido posiciones inexpugnables en cuyos túneles y almacenes subterráneos se fabricaban armas letales de nueva generación y se acumulaban ingentes cantidades de provisiones.

Probablemente, el origen del mito sean noticias falsas propaladas por agentes soviéticos en Suiza. Durante un tiempo, el Alpenfestung preocupó a Eisenhower, a pesar de que el general Kurt Dittmar había declarado durante un interrogatorio: «El Alpenfestung… No es más que un sueño romántico. Es un mito».

Que muchos alemanes creyeron en la existencia de ese reducto, incluso en las altas esferas, se evidencia en el testimonio del chófer de Hitler, Erich Kempka: «Cuando, entre nosotros, comentábamos en ocasiones la posibilidad de una eventual batalla decisiva en Alemania, siempre contábamos con que Adolf Hitler dirigiría esta batalla desde el sur del país, donde ya se habían tomado todas las medidas técnicas indispensables para hacerlo así. Por lo mismo, me sorprendió mucho saber que las últimas fases de la contienda iban a ser dirigidas desde Berlín».21

FORTITUDE, OPERACIÓN. Nombre de la operación por la que el agente español Juan Pujol (Garbo) convenció a los alemanes de que el desembarco ocurriría en Calais y no en la distante Normandía (6 de junio de 1944).

FRAGENBOGEN («cuestionario»). La encuesta personal que después de 1945 tenía que rellenar todo ciudadano alemán aspirante a un puesto en la Administración. Básicamente se le preguntaba sobre su implicación durante los años del nazismo.

FRAKTUR O FRAKTURSCHRIFT, TIPO DE LETRA. Desde la invención de la imprenta, en Alemania se usaban dos tipos de letra, la Frakturschrift o gótica (preferida por los impresores luteranos) y la Antiqua o veneciana (preferida por los católicos).

La Fraktur era angulosa y alternaba trazos gruesos y finos, porque se inspiraba en un tipo de letra manuscrita determinada por el corte de la pluma, oblicuo hacia la izquierda. Por el contrario, la Antiqua era redondeada, como descendiente de la regular carolina medieval.

Los románticos y nacionalistas alemanes del siglo XIX habían impulsado el uso de la Fraktur por parecerles que era una seña de identidad alemana que los diferenciaba del resto de los países, en los que solo se usaban letras redondeadas latinas. Se decía que el canciller Bismarck se negaba a leer cualquier libro que no estuviera escrito en Fraktur.

Hitler estableció como letra oficial y genuinamente aria la letra gótica. En los periódicos se insertaban consignas como «sienta alemán, piense alemán, hable alemán, sea alemán en la escritura también». La gran sorpresa fue que en plena guerra, cuando la lógica dictaba que había que concentrarse en ganarla, Hitler prohibió seguir usando la Frakturschrift porque había averiguado su origen judío: «En realidad, la llamada “letra gótica” consiste en las letras judías Schwabacher. Como, tras la introducción de la imprenta, los judíos tomaron el control de los periódicos, controlaron las máquinas de imprimir y por eso las letras judías (Judenlettern) se introdujeron en Alemania. Hoy el Führer ha decidido que en el futuro la letra Antiqua será la normal (Normalschrift)» (circular del 3 de enero de 1941).

FRANCO Y HITLER. Franco (1892-1975) admiraba sinceramente a Hitler y le estaba agradecido por el apoyo prestado durante la Guerra Civil, aunque tampoco perdía de vista que había sido un préstamo interesado para convertir a España en un satélite de Alemania.

Al principio de la guerra, tras la derrota de los aliados en Flandes y Francia, Franco creyó inminente la capitulación de los británicos, que habían escapado rabo entre piernas de Dunkerque. De acuerdo con este cálculo, si España entraba en la guerra al lado de Alemania, casi no tendría que participar en la contienda, pero, a cambio, figuraría entre los países vencedores y obtendría su parte en el reparto del botín.

Como al protagonista de su película Raza, a Franco le dolía la pérdida del Imperio español y quería restaurarlo en la medida de sus fuerzas. Franco ambicionaba el Marruecos francés, una ampliación de las posesiones españolas en Guinea y el Oranesado argelino.22

Franco envió al general Vigón para tantear la disposición del Führer. El español llevaba una carta de ofrecimiento fechada el 3 de julio de 1940, aunque escrita unos días después, cuando Franco recibió la noticia (falsa) de que en Inglaterra discutían si ofrecer a Hitler un armisticio.

Querido Führer:

En el momento en que los ejércitos alemanes bajo su dirección están conduciendo la mayor batalla de la historia a un final victorioso, me gustaría expresarle mi admiración y entusiasmo […]. No necesito asegurarle lo grande que es mi deseo de no permanecer al margen de sus preocupaciones y lo grande que es mi satisfacción al prestarle en toda ocasión servicios que usted estima como valiosos.

Querido Führer…

El Führer, hinchado como estaba por su resonante victoria, leyó la carta y despidió a Vigón con buenas palabras.

Insistiendo en el cortejo, el 15 de junio de 1940 Vigón condecoró a Ribbentrop (v.) con el Gran Collar de la Orden Imperial del Yugo y las Flechas, «supremo galardón del nuevo Estado al mérito nacional», que anteriormente se había concedido a Hitler, Mussolini y Göring (v.). Aprovechó el solemne acto para insistir en las aspiraciones imperiales de España.

Redundando en el asunto, nuestro embajador en Berlín, marqués de Magaz, entregó un memorando al secretario de Estado alemán, Ernst von Weizsäcker.

—El enano viene en auxilio del vencedor —parece que comentó ácidamente el ministro Ribbentrop.

Hitler respondió con buenas palabras e ignoró el ofrecimiento. Transcurrió el verano de 1940, el del enfrentamiento de la RAF y la Luftwaffe (v.) en la batalla de Inglaterra. El primer revés del Führer: no solo no conseguía borrar a la aviación inglesa del cielo (premisa para intentar la invasión de la isla), sino que le derribaban más aviones de los que podía reponer.

Hitler, como Napoleón, como antes Felipe II, acabó descartando la idea de invadir Inglaterra.

Plan B: rendirla por hambre. Para eso, Hitler necesitaba Gibraltar. En manos alemanas cortaría la ruta de los suministros que llegaban al Reino Unido de su imperio a través del canal de Suez y del Mediterráneo.

Se volvieron las tornas. Ahora era Hitler el que buscaba la implicación española en el conflicto. Demasiado tarde acudes, mein Führer. Los entusiasmos de Franco por el Eje se habían disipado. Ahora evitaba el compromiso y mostraba sobrada cautela. Había comprendido que a los ingleses les quedaba cuerda para rato. A pesar de las presiones alemanas en Hendaya (23 de octubre de 1940) y en posteriores ocasiones, mantuvo su posición, aparte de que en aquellos meses la situación alimenticia de España se había deteriorado y era impensable meterla en una guerra, por corta que fuera.

Franco hacía declaraciones fervorosas hacia el Führer, pero todo se quedaba en eso. Prolongando el símil matrimonial, la novia (Franco) se mostraba dispuesta a casarse, pero le exigía al novio (Hitler) una dote tan crecida en armas y alimentos que el enamorado no podía satisfacer. La boda se fue aplazando días y meses hasta que el novio, que era un impaciente, le metió mano a Rusia (violar a una moza tan grandota, el error de su vida) y eso le acarreó tantos quebraderos de cabeza que se olvidó de la novia morena y gallega que dejaba al otro lado de los Pirineos.23

Protocolo secreto hispano-alemán

¿Hubo acuerdo prematrimonial entre Franco y Hitler (prosiguiendo con el símil anterior)?

Pues sí. Lo hubo. Franco se comprometió en Hendaya a entrar en la guerra junto a Alemania, aunque no le puso fecha.

El amo de Europa le cede la alfombra a Franco, 1940.

La copia española de ese acuerdo prematrimonial o protocolo secreto se ha perdido, probablemente expurgada de los archivos del Palacio de Santa Cruz (nuestro Ministerio de Exteriores) al término de la Segunda Guerra Mundial. Un intento natural por eliminar las pruebas de la implicación de Franco en la contienda.

El propio Serrano Suñer, preguntado por Heleno Saña, declara: «Cuando Alemania perdió la guerra, en Madrid se apresuraron a destruir ese documento comprometedor. Yo, un día, pedí a Cañadas y a Thomás de Carranza, amigo mío, que buscaran en el Ministerio de Asuntos Exteriores el ejemplar español del protocolo […], pero no lo encontraron porque había sido destruido».24 Esta precaución se reveló, a la postre, inútil, puesto que, aunque la copia alemana también se perdió en los bombardeos, los americanos encontraron en Alemania la copia italiana (confiscada por los alemanes en 1943 con alguna adenda de Ciano). 25

FRANCO Y LOS JUDÍOS. Al contrario de lo ocurrido en Europa, donde predominaba el antisemitismo, en España hubo un movimiento filosefardita desde mediados del siglo XIX apoyado por personajes de la política y la cultura26 que se concretó el 20 de diciembre de 1924 con el decreto por el que se otorgaba la ciudadanía española a los «antiguos protegidos españoles o descendientes de estos e individuos pertenecientes a familias de origen español que en alguna ocasión han sido inscritos en registros españoles».27

Esta ley creaba una base legal que permitiría posteriormente amparar con la nacionalidad española a los descendientes de los judíos expulsados por los Reyes Católicos en 1492.

Cuando estalló la Guerra Civil, el discurso oficial de Franco y las derechas se tornó conspiracionista y sostuvo que España era víctima de una conjura judeobolcheviquemasónica. En este enfoque es patente la influencia de los movimientos fascistas españoles, a su vez influidos por el antisemitismo católico francés y por el nazi.

A raíz de la visita de Himmler a España (del 19 al 24 de octubre de 1940), el conde de Mayalde, director general de Seguridad, admitió la petición del jefe de la Gestapo (v.) de censar a los judíos españoles. Resultó que eran unos 6.000, carentes de importancia económica o social.28

A pesar de esa iniciativa del obsequioso conde de Mayalde, que se desvivió servilmente por complacer a su homónimo alemán, no parece que la actitud oficial del Gobierno de Franco hacia los judíos fuera hostil. Un único episodio parece confirmar que el régimen de Franco aprobaba el reconocimiento de los sefarditas como ciudadanos españoles.29 Sin embargo, esta actitud positiva mudó bruscamente a indiferencia por la suerte de los judíos sin que sepamos descubrir el motivo.30 Quizá Franco cedió a las presiones conjuntas del antisemitismo católico y del nazi.

El 25 de febrero de 1943, la embajada alemana en Madrid avisó al Gobierno español de que a partir del 31 de marzo los judíos españoles residentes en territorio del Reich perderían el tratamiento especial del que habían disfrutado. La respuesta de la embajada española fue solicitar que los bienes de esos judíos «dejados atrás al salir de Francia, Bélgica o Países Bajos sean administrados por los cónsules españoles […], tienen que quedarse en su posesión, por tratarse de bienes de súbditos españoles y por tanto ser bien nacional de España».31

O sea, nos desentendemos de la suerte de los judíos, pero hagan el favor de entregarnos sus bienes porque pertenecen a la Hacienda española.

El documento suscita una duda. ¿Hasta qué punto conocía Franco lo que estaba ocurriendo con los judíos europeos? Es evidente que recibió noticias indirectas del Holocausto (v.) a través de los informes de sus embajadores en Budapest y Londres (Ángel Sanz Briz [v.] y el duque de Alba). No movió un dedo. El Gobierno español, insistía, no estaba interesado en los judíos españoles.32 Ante la desbandada de judíos huidos de la persecución nazi, España multiplicó las trabas de los que intentaban acogerse al decreto de 1924.

El ministro de Asuntos Exteriores, Gómez Jordana, manifestó en marzo de 1943: «No [queremos] traerlos a España a instalarse en nuestro país, porque eso no nos conviene de ninguna manera, ni el Caudillo lo autoriza, ni los podemos dejar en su situación actual aparentando ignorar su condición de ciudadanos españoles».

Pedro Schwartz ha dejado un apunte de la impresión infantil que le producían aquellos desventurados que intentaban refugiarse bajo pabellón español:

Corría el año de 1943. Mi padre era el cónsul de España en la Viena ocupada por los nazis y vivíamos encima de la cancillería, en el palacio que ahora alberga nuestra embajada […]. No puedo borrar de la memoria algunos de los horrores que ese niño de pocos años veía: ancianas mujeres judías, con la estrella de David al pecho, barriendo las calles nevadas; […] los bancos del parque para judíos señalados con la estrella infamante en el respaldo; los famélicos israelitas pidiéndome comida a hurtadillas. Todo ello me parecía obra de los mismos hitlerianos sin Dios que, presos de fervor neopagano, interrumpían la misa con blasfemias.

Menos que nada olvidaré nunca las colas de judíos, fuera y dentro del edificio, a la espera del pasaporte y el visado que les permitiría huir a España. Algunas mujeres angustiadas me entregaban sus joyas para que se las diera a mi padre, con la esperanza de incitarle a que les concediera el documento salvador: él se las devolvía con el mensaje tranquilizador de que España los acogía.33

La postura oficial española fue poner todas las trabas posibles para evitar que los judíos que se amparaban en el decreto de 1924 pudieran entrar en España.34 Con todo, quizá unos 20.000 judíos lo lograron, a los que habría que sumar otros 8.000 aproximadamente que se salvaron «gracias a las acciones individuales y contracorriente de un grupo de heroicos diplomáticos españoles que actuaron poniendo en riesgo sus vidas y desobedeciendo órdenes expresas del Ministerio de Asuntos Exteriores».35 Es decir, diplomáticos españoles que, jugándose el puesto, ignoraron las instrucciones de su ministerio.

La actitud intransigente del Gobierno de Franco se suavizó cuando, desde finales de 1943, el Caudillo y sus adláteres empezaron a considerar que, después de todo, a lo mejor Alemania perdía la guerra. A ello coadyuvó una mayor presión de EE. UU. De pronto se despertó un «interés español por corregir un error político que repercutió como un martillo pilón sobre el régimen aún precariamente instalado. Franco se había equivocado con los judíos y EE. UU. lo sometía a una presión insoportable y peligrosa para su continuidad».36

Después de la guerra, cuando se conocieron los detalles del Holocausto, la propaganda franquista sostuvo, con ayuda de su nuevo padrino americano, que Franco había salvado a más de 60.000 judíos. Pasarían más de 40 años antes de que alguien se pusiera a hacer cuentas y señalara lo exagerado de la cifra (v. Auschwitz; solución final).

FRANK, ANA (1929-1945). Cuando Hitler ascendió al poder (1933), muchos judíos alemanes comprendieron que se avecinaban cumbres borrascosas y emigraron a otros países. Uno de ellos fue el comerciante Otto Frank, que vivía en Fráncfort con su esposa Edith y sus dos hijas, Margot y Ana.

Otto Frank se mudó a la vecina Holanda, se estableció en Ámsterdam y se dedicó a la fabricación de pectina, una sustancia conservante extraída de ciertas frutas.

Cuando Ana cumplió 13 años (1 de julio de 1942) le regalaron un álbum de autógrafos, con las páginas en blanco, bellamente encuadernado y con llave, que la muchacha decidió utilizar como diario.

El 10 de mayo de 1940 los alemanes invadieron Holanda y ocuparon Ámsterdam. En concordancia con las normas vigentes en Alemania, se obligó a los judíos holandeses a marcar la ropa con la estrella judía (v.). Esa situación soportable duró solo unos meses. El 22 de febrero de 1941 se produjo la primera gran redada de judíos y cientos de ellos se enviaron al campo de concentración de Mauthausen tras una breve estancia intermedia en el de Buchenwald (v. campos de concentración; campos de exterminio).

Viéndolas venir, Otto Frank había preparado un escondite para su familia en el inmueble paredaño a las oficinas de su negocio, en la calle Prinsengracht, 263. En su diario, Ana lo denomina Achterhuis («la casa de atrás»).37 Un mueble librería situado en el rellano del primer piso ocultaba el único acceso al edificio de la «calle de atrás», que estaba deshabitado. Eran dos pequeñas habitaciones, con un baño al nivel del primer piso, desde las que se accedía a otras dos estancias al nivel del segundo y a una buhardilla al nivel del tercero.38

Ana Frank.

Los Frank continuaron en su domicilio habitual hasta que recibieron un oficio requiriendo a Margot, la hermana mayor de Ana, para que compareciera ante las autoridades (5 de julio de 1942). Otto decidió que era el momento de pasar a la clandestinidad. El traslado a la Achterhuis lo hicieron con el debido sigilo y sin bultos para evitar sospechas (9 de julio de 1942). Abandonaban el hogar dejándolo todo patas arriba y algunas pistas falsas que hicieran creer a la Gestapo (v.) que habían huido a Suiza.

Unos días después, la población de la Achterhuis se incrementó con la incorporación de una nueva familia, los Van Pels, formada por el padre, Hermann; la madre, Auguste; y el hijo de 16 años, Peter. En noviembre, se les incorporó un nuevo inquilino, el dentista Fritz Pfeffer.

En los 760 días que transcurrieron hasta el descubrimiento de la Achterhuis por los nazis y la detención de sus habitantes, Ana registró en su diario la cotidianeidad de esas ocho personas confinadas con sus cambiantes humores y conflictos. Ninguno pisaba la calle. Empleados de confianza de Otto Frank les traían vituallas y noticias del exterior.39

El 4 de agosto de 1944, la Grüne Polizei, policía secreta alemana (SD), sospechó que unos judíos se ocultaban en el almacén de la calle Prinsengracht, 263, o quizá lo supo por un chivatazo.40 Guardias armados irrumpieron en las oficinas y tras minucioso registro descubrieron la entrada del escondite y detuvieron a sus ocupantes.41

En el curso del registro, el jefe del comando, SS-Hauptscharführer Karl Silberbauer, vació en el suelo el contenido de la cartera escolar de Ana, en la que estaba su diario, para llevarse en ella el dinero y los objetos de valor incautados.

Marchados los agentes, las empleadas de las oficinas Miep Gies y Bep Voskuijl curiosearon en las habitaciones saqueadas antes de que regresara la policía. Miep Gies vio desparramados por el suelo los papeles de Ana y los recogió para devolvérselos cuando terminara la guerra (se suponía que los judíos deportados regresarían entonces). También guardó un álbum de fotos.

Después de interrogar a los ocho detenidos por si conocían a otros judíos ocultos, los alemanes los enviaron al campo de tránsito (v.) de Westerbork y, desde allí, el 2 de septiembre de 1944, después de tres días de fatigoso viaje en vagones de ganado, al de Auschwitz II-Birkenau (v.). En el famoso andén separaron a los hombres de las mujeres (jamás volverían a verse) y les tatuaron el número de identificación.

A Ana y a Margot las reexpidieron a Bergen-Belsen (octubre de 1944), donde morirían de tifus (marzo de 1945) en penosas circunstancias, esqueléticas, calvas y sin más vestido que los harapos de una manta; la madre, Edith, quedó en Auschwitz II-Birkenau, donde falleció el 6 de enero de 1945. El padre, Otto Frank, fue el único de los ocho detenidos del Achterhuis que sobrevivió a la guerra.42 Liberado en Auschwitz el 27 de enero de 1945, regresó a Ámsterdam. Durante un tiempo albergó la esperanza de ver a la familia reunida de nuevo. Finalmente supo que todos habían muerto. Su antigua empleada Miep Gies le entregó el diario y los papeles de Ana.

Otto Frank se casó de nuevo en 1951.

El diario de Ana Frank

El diario que escribió Ana durante más de dos años (del 12 de julio de 1942 al 1 de agosto de 1944) ocupa tres volúmenes: el libro de autógrafos inicial, dos cuadernos escolares y algunas hojas sueltas.43

Ana empezó su diario íntimo en forma epistolar, como si se lo dirigiera a una imaginaria amiga Kitty, y sin grandes pretensiones literarias: el diario propio de una muchacha de su edad.

El 29 de marzo de 1944 Ana escuchó en una emisión de la BBC que el ministro de Educación holandés en el exilio, Gerrit Bolkestein, pedía a los holandeses que guardaran «diarios, cartas y documentos de interés» para testimoniar los padecimientos del pueblo bajo el invasor.

Ana, que aspiraba a publicar novelas algún día, pensó que su diario podría interesar al gran público. Con esta idea, el 20 de mayo de 1944 emprendió la tarea de reescribirlo, cambiando los nombres de los personajes reales por pseudónimos y suprimiendo los pasajes en los que su intimidad quedaba excesivamente expuesta.44

Por lo tanto, existen dos versiones del diario manuscritas por la propia Ana Frank:

  1. Versión A, la más íntima, solo para sus ojos: «Espero confiarte todo lo que no he podido confiarle a nadie».
  2. Versión B, la reescritura de la versión A, a la que añade nuevas vivencias y pensamientos en hojas separadas (215 cuartillas) con vistas a una futura publicación con el título La casa de atrás. A ello se suma la continuación del diario ya en un tono más «literario».

    A estas dos versiones originales podríamos añadir una tercera.

  3. Versión C: el resultado de mecanografiar extractos de las dos versiones originales por Otto Frank con vistas a su publicación, después de suprimir confesiones de tipo sexual y pasajes que podrían molestar a terceros o que revelaban problemas familiares, como cuando Ana escribe: «Mi madre es a menudo un ejemplo para mí, pero un ejemplo que me enseña cómo no hay que hacer las cosas».

Esta fue la versión que apareció en muchos países, pero incluso así no hubo unanimidad sobre los textos, porque cada editor escogió los pasajes que le parecieron más interesantes y suprimió otros.

A eso deben sumarse las versiones teatrales que también han modificado los originales. Tanta discrepancia ha suministrado un pretexto a los negacionistas que defienden la falsedad de los diarios.

El diario de Ana Frank se publicó por vez primera en Holanda el 25 de junio de 1947 y se tradujo al inglés en 1952. Inmediatamente se convirtió en un best seller y, vertido a decenas de idiomas, apareció en 70 países.45 Este éxito atrajo tanto a historiadores del Holocausto (v.) como a los negacionistas. La historia de Ana Frank se hizo tan popular que incluso se llevó al cine.46

Otto Frank dedicó el resto de su vida a la promoción de los valores humanitarios.

—Lo que ha sucedido no podemos cambiarlo —decía—. Lo único que podemos hacer es aprender del pasado y tomar conciencia de lo que la discriminación y la persecución de personas inocentes pueden significar.

Después de su muerte (1980) el diario quedó al cuidado del Instituto de Documentación Holandés, que lo sometió al peritaje de expertos. El exhaustivo análisis grafológico y material (de tinta, papel, encuadernación…) del diario demostró su autenticidad.

En 1986 se publicó una versión crítica y definitiva del diario, en la que se basan las ediciones posteriores.47

La Achterhuis alberga desde el 3 de mayo de 1960 el Museo de Ana Frank.

FRANK, HANS (1900-1946). Uno de los camisas viejas (v.) nazis, aunque mucho más inteligente que la media y bien parecido con el uniforme. Estudió Derecho con la esperanza de convertirse en asesor legal de Hitler, un puesto que se hizo innecesario en cuanto su admirado mentor escaló el poder y no hubo en Alemania más ley que la que él dictaba. Frank fue sucesivamente ministro de Justicia de Baviera y luego ministro sin cartera del Reich.

Conquistada Polonia, se le nombró gobernador general de los territorios polacos ocupados (Generalgouverneur besetzten polnischen Gebiete), un extenso virreinato casi tan grande como Alemania y nada fácil de regir, porque estaba plagado de polacos, 3,5 millones de ellos con el agravante de ser judíos. Sin embargo, no lo debió hacer tan mal cuando el Führer lo mantuvo en el puesto seis años, hasta que la llegada de los rusos le aconsejó entregarse a los americanos (3 de mayo de 1945).

Hans Frank.

Firmemente determinado a pasar a la historia, en el equipaje llevaba 40 volúmenes de sus diarios personales que se le confiscaron y figuraron entre las pruebas de los juicios de Núremberg (v.).48 Su contenido revela detalles memorables, como el empleo de las cenizas de los hornos crematorios en lugar de sal para combatir el resbaladizo hielo invernal, o los experimentos de castración mediante rayos X o por el procedimiento otomano. En la entrada del 28 de agosto de 1942 leemos: «Este trabajo mío quedará para la historia como testimonio de la seriedad con la que abordé las tareas que me fueron encomendadas, así como el celo con que mis compañeros completaron la tarea».

FRAU, KOMM MIT! («¡Mujer, ven conmigo!»). La frase con la que los soldados rusos requerían a las mujeres alemanas antes de violarlas. La situación se hizo tan rutinaria que incluso los niños jugaban al Frau, komm mit!, en el que ellos hacían de rusos y ellas de alemanas.

Una norma consuetudinaria permitía al soldado del Ejército Rojo robar y violar impunemente durante los tres días siguientes a la conquista de una ciudad. Stalin disculpaba cínicamente este proceder alegando que «los soldados tienen derecho a entretenerse con mujeres tras una campaña tan dura».

No era solo sexo, era también venganza. El pueblo ruso había sufrido tanto a manos de los alemanes que incluso los intelectuales, que debieran refrenar a la tropa analfabeta, la animaban a vengarse.49 Los soldados irrumpían en los sótanos, donde se ocultaban los aterrorizados berlineses, y requisaban relojes de pulsera y objetos de valor. Con las linternas recorrían los rostros de las desgraciadas que se habían tiznado las mejillas y se habían despeinado para parecer menos atractivas. No servía de nada. Frau is Frau, decían, o sea, dicho en basto, un coño es un coño. Se llevaban primero a las más apetecibles y después a las otras. Borrachos, violaban incluso a ancianas. Si los padres o los maridos se interponían, les disparaban.

Durante semanas, muchas mujeres soportaron varias violaciones diarias. La violación se convirtió en un accidente tan cotidiano que al final se aceptaba como mal menor: Besser ein Iwan auf dem Bauch als ein Ami auf dem Kopf! («es preferible un ruso encima de la barriga que un americano encima de la cabeza», o dicho de otro modo, mientras nos violan por lo menos no nos bombardean).

La débil defensa de las berlinesas consistía en echarse un amante fijo ruso, para que los demás las respetaran. Es el caso que cuenta en su diario el joven teniente ucraniano Vladimir Gelfand: «Con horror en sus rostros me contaron lo que les había ocurrido la primera noche que arribó el Ejército Rojo a la ciudad. “Me penetraron toda la noche —dijo una de las muchachas y se levantó la falda—. Unos eran viejos y otros tenían acné. Todos me montaron por turnos. No menos de 20 hombres”. Eso dijo antes de echarse a llorar. Luego, de repente, se me tiró encima y me dijo: “Puedes acostarte conmigo. Haz lo que quieras conmigo, ¡pero solo tú!”».50

Durante casi 30 años se corrió un tupido velo de silencio sobre las violaciones de mujeres alemanas por los aliados, especialmente por los rusos, pero la publicación del testimonio anónimo Eine Frau in Berlin (Una mujer en Berlín, 1959) por vez primera en alemán atrajo a investigadores y memorialistas hacia ese fenómeno hasta entonces oculto por un sentimiento de vergüenza de las propias víctimas.51 Una de ellas fue la secretaria de Hitler, Traudl Junge, que tras el suicidio de su jefe salió del búnker con uno de los grupos de fugitivos que intentaban alcanzar las líneas americanas, pero cayó en manos de los rusos, «que la violaron repetidas veces, y a lo largo de varios meses fue la “prisionera personal” de un oficial de alto rango».52 Su compañera, la cocinera de Hitler, Constanze Manziarly, tuvo peor suerte: dos soldados rusos se la llevaron y no se volvió a saber de ella.

Cuando apareció Una mujer en Berlín, los rusos se apresuraron a protestar como si el libro fuese una artimaña de la propaganda occidental para desacreditarlos en plena Guerra Fría. Investigaciones ulteriores confirman las violaciones masivas, de las que no faltan testimonios de los propios rusos.

Historiadores recientes han calculado que los rusos violaron a unos dos millones de alemanas. Como consecuencia de las reiteradas violaciones, unas 100.000 quedaron embarazadas. Casi todas se practicaron abortos quirúrgicos, pero algunas se resignaron a traer al mundo Rusenbabies.

Existe cierto tabú historiográfico hacia las violaciones perpetradas por los otros aliados, los representantes de las democracias occidentales, en especial las tropas coloniales del Corps Expéditionnaire Français que el general Alphonse Juin usaba como carne de cañón, que realizaron violaciones sistemáticas en Italia y a las que se recompensaba con cierta tolerancia hacia las espontáneas manifestaciones de su distinta sensibilidad cultural.53

El hambre y la miseria arrastró también a muchas a la degradación moral.

—Ibas por la calle, veías a una chica guapa y le decías «tengo chocolate y medias de nailon» y no hacía falta nada más. Y nosotros teníamos mucho chocolate… —cuenta un soldado americano.54

En la parte rusa también quedan abundantes testimonios de honestas amas de casa y reputadas Fräulein que confraternizan íntimamente con la tropa a cambio de pan, salchichas o regalos.

Menos conocidas son las violaciones que los alemanes perpetraron en Rusia, generalmente seguidas de asesinato, especialmente con las partisanas capturadas, a alguna de las cuales torturaron previamente.55 Fuentes rusas calculan que los alemanes pudieron violar a unos cientos de miles de rusas y que dejaron embarazada a una de cada diez mujeres violadas.56

FREIKORPS («cuerpos francos»). Los Freikorps fueron agrupaciones de soldados irregulares que obedecían a un jefe natural durante la guerra de los Treinta Años y otros conflictos de los siglos XVII al XVIII.

Tras la Gran Guerra, muchos excombatientes incapacitados para los trabajos civiles optaron por mantenerse al abrigo del Ejército y formaron milicias paramilitares de ideología derechista radical de las que el Gobierno se sirvió para mantener a raya a los comunistas, que pretendían extender al resto de Europa la Revolución rusa.

Muchos nazis de primera hora, integrados en las milicias de las SA (v.), provenían de los Freikorps y aportaban su experiencia con las armas. Un fenómeno parecido se produjo en Italia, donde los veteranos de la Gran Guerra formaron Fasci di Combattimento para disputarse la calle con los socialistas.

Pelotón de Freikorps.

Del emblema de los Freikorps, la calavera blanca y las tibias cruzadas, derivó el Totenkopf (v.), la calavera de plata de las SS (v.). Curiosamente, también los arditi italianos, nacidos de los Fasci di Combattimento, usaban un uniforme negro en los que destacaba, como mosca en la leche, la insignia del cuerpo, una calavera que sostenía entre los dientes un puñal.

FRENTE ALEMÁN DEL TRABAJO (Deutsche Arbeitsfront, DAF). El Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, solía ser una fiesta reivindicativa en la que no faltaban marchas obreras que terminaban en algaradas y enfrentamientos de piquetes con las fuerzas del orden.

El primer Primero de Mayo de la era hitleriana, el de 1933, los comunistas alemanes habían perdido la calle y muchos de sus líderes estaban ilocalizables o detenidos en los primeros campos de internamiento. Solo faltaba que les arrebataran la fiesta, como así ocurrió. Hitler declaró aquella fecha Día Nacional del Trabajo y la organizó a su manera con más de 100.000 figurantes. Por la mañana, el doctor Goebbels (v.) anunció la abolición de la lucha de clases y pronunció un discurso ante una multitud de obreros reunidos en el Lustgarten.

—El pueblo se agrupa en un acto de fe hacia el Estado, el pueblo y la nación alemana —declaró—. De las ruinas del Estado liberal capitalista, que se ha desmoronado, se levanta la idea de una verdadera comunidad del pueblo.

Por la tarde, ante una multitud aún mayor congregada en las pistas del aeródromo de Tempelhof, Hitler declaró:

—Del día más hermoso de la primavera no se puede hacer un símbolo de lucha y de descomposición y, con ello, de la ruina de un pueblo, sino un símbolo del trabajo creador, de la confraternidad y, con esto, del resurgimiento del pueblo. Hasta hoy millones de alemanes han estado separados unos de otros por clases artificialmente creadas. A partir de hoy, obreros, campesinos, intelectuales y patronos formarán una sola comunidad.

La fiesta acabó con unos fuegos artificiales la mar de vistosos y después corrió la cerveza, aunque cada cual se pagaba la suya.

Al día siguiente, a las diez de la mañana, Hitler madrugó para anunciar la fusión de todas las organizaciones obreras y empresariales en un sindicato único y vertical: el DAF, que velaría por los derechos de sus asociados y garantizaría la paz social.57

Desfile del Frente Alemán del Trabajo.

Al mismo tiempo, unos piquetes de camisas pardas (v.), autodenominados Comités Ejecutivos para la Procuración del Trabajo Alemán, se hicieron cargo de los locales y propiedades de los 109 sindicatos y organizaciones obreras que había repartidos por toda Alemania, casi todos ellos languidecientes y deficitarios, todo hay que decirlo, porque casi nadie pagaba las cuotas del partido. Esa indisciplina terminó con el DAF, que no tuvo impedimento para recaudar 384 millones de marcos anuales con las cuotas de sus 20 millones de afiliados.58

El sindicato nazi, sin duda la institución más corrupta del Reich, fue meramente decorativo y un lugar donde apesebrar a antiguos militantes de las SA (v.) de tendencias izquierdistas para desactivarlos. Hitler colocó al frente a Robert Ley (v.), antiguo piloto de guerra, camisa vieja (v.) nazi y alcohólico irrecuperable, que dirigió el inoperante organismo hasta la caída del Reich.

El DAF compensaba la pérdida de capacidad adquisitiva de sus miembros, prácticamente todos obreros, con algunas concesiones populistas, como la organización Fuerza a través de la Alegría (v.), que proporcionaba actividades culturales y de ocio a los trabajadores a cambio de un 1,5 % de su salario.

FUEGO (Feur). El fuego tiene cierta importancia en el folclore nazi en su vinculación ancestral con la presunta raza aria y con supuestas ceremonias purificadoras ligadas a la religión atávica o wotanismo (v. cosmovisión).

El fuego está presente en diversos pasajes de la ópera alemana (v.), como procesiones de antorchas (v.) y las hogueras encendidas en las colinas para conmemorar los solsticios. Igualmente lo encontramos en el incendio del Reichstag (v.), en la quema de bibliotecas, sinagogas y centros sociales judíos en la Noche de los Cristales Rotos (v.).

Conocedores de la afición de Hitler por los fuegos artificiales, cualquier pretexto era bueno para quemar unos cuantos castillos a la salud del Führer. Algunos colaboradores notaron que en los documentales sobre la guerra prestaba particular atención a incendios tan espectaculares como el de Varsovia.

En el capítulo de los fuegos espectaculares también, ¡ay!, está presente el Götterdämmerung (v.) del malogrado Reich milenario (v.), cuando los bombardeos británicos destruían las ciudades alemanas provocando tormentas de fuego.

FUERZA A TRAVÉS DE LA ALEGRÍA (Kraft durch Freude, KdF). La organización de ocio y recreativa del Frente Alemán del Trabajo (v.), el sindicato único nazi. Ofrecía a sus miembros vacaciones baratas en cruceros, balnearios o apartamentos playeros, parques de atracciones, actividades de aire libre, teatro, conciertos, instalaciones deportivas y, de haberse prolongado el breve Reich milenario (v.), incluso coche propio, el ideal del desarrollismo nazi (v. Rügen, colonia de vacaciones para trabajadores de la isla de; Wilhelm Gustloff, Cap Arcona).

Como tantas otras instituciones alemanas, era una copia mejorada de otra de la Italia fascista, la Opera Nazionale Dopolavoro (OND), que también se imitaría en la organización Educación y Descanso de la España franquista.

La KdF mantenía cruceros y colonias de vacaciones que daban la imagen de una sociedad idílica, cuidadosa del bienestar y de la felicidad de sus obreros. En la práctica era menos placentera. Los obreros tenían derecho a dos semanas de vacaciones anuales, pero las plazas en los cruceros eran limitadas. Aunque teóricamente había un turno rotativo, en la práctica casi todo el pasaje se adjudicaba a dedo entre los enchufados de la organización y los compromisos del partido, y los pasajes que llegaban a la verdadera clase obrera no pasaban del 10 %. Por este motivo, y por la posible presencia de busconas entre las beneficiadas, los barcos de la KdF se conocieron popularmente como Bonzerbordell («el prostíbulo de los peces gordos»).

Las cifras de obreros beneficiados por la KdF aumentaban de año en año: en 1934 casi medio millón de excursiones de fin de semana. El verdadero turismo de masas alboreaba en la Alemania de Hitler. No obstante, visto más de cerca, el panorama no era tan grato. Conozcamos una experiencia real:

Un amigo nuestro, hasta cierto punto entusiasta del nazismo, nos contó que había logrado una vez incluirse entre los turistas de la institución nazi Fuerza a través de la Alegría en una excursión marítima a Madeira. La cosa era así: había dos espléndidos barcos dedicados a esta exclusiva atención, que periódicamente emprendían una gira de 15 días desde Hamburgo a Madeira, y regreso. Solo podían participar en ella los miembros del partido que justificasen la necesidad de ese descanso y pagasen una suma irrisoria (tengo idea de que no llegaba a los 50 marcos). Disponían de cómodos camarotes, buena comida, biblioteca, diversiones, gimnasia, y en las escalas, facilidad para hacer excursiones por tierra con guías adecuados. Eran 15 días de descanso y expansión del espíritu, en un ambiente muy parecido al de los turistas de lujo de otras expediciones semejantes. Pues bien, me contó mi amigo que, con gran asombro suyo, halló entre los compañeros de viaje no pocos que renegaban en voz baja de que se los hubiera incluido en la lista, y que, al fondear en sitios tan deliciosos como Funchal, por ejemplo, se quedaban a bordo a manera de protesta porque se les impusiese por disciplina la obligación de divertirse. Parecía insensato; pero bien observado, no lo era.59

Otra vez supe que en uno de los cinco Volkstheater [teatros dedicados exclusivamente a solaz de los miembros del Partido] de Berlín daban una revista de Lincke, puesta con el mayor lujo y encomendada a los más célebres artistas de Alemania. Quise verla, y pedí unas entradas; me las negaron alegando que era el espectáculo exclusivo para los obreros del partido que lo merecían. Por una cantidad también irrisoria, podían obtener dos o más entradas al azar, es decir, que igual podían ser dos butacas que dos asientos de palco o anfiteatro, y por riguroso turno entre los afiliados. Yo quería verlo, e insistí por Negocios Extranjeros. Por fin, el director del teatro me ofreció dos asientos en su propio palco. La revista era estupenda, y la representación, admirable. Los artistas fueron aplaudidos al final de los actos; pero saqué la impresión de que un elevado tanto por ciento de los espectadores no se divertían. Parecía inexplicable, pero no lo era. El hombre, aunque sea nazi, aunque fuera un firme admirador de Hitler, quería divertirse a su manera y cuando lo tuviera por conveniente. De otro modo, no.60

FUGA DE CRIMINALES NAZIS. Tras el desastre de Stalingrado (31 de enero de 1943) y la rendición de un cuarto de millón de hombres en Túnez tres meses después, muchos alemanes entraron en pánico pensando que el Reich milenario (v.) iba a durar mucho menos de lo calculado.

Más de uno se lo confesó a su conciencia en su propia mismidad.

—Pintan bastos, querido yo. Es más que probable que los aliados tomen por crímenes lo que en realidad solo fue cumplimiento puntual de órdenes desagradables, pero necesarias. Incluso cabe sospechar que algún juez puntilloso intente sentarme en el banquillo por acciones que a personas de conciencia estrecha puedan parecer dudosas desde el punto de vista moral —léase los crímenes perpetrados tan a calzón quitado cuando el sujeto en cuestión tenía plena fe en la victoria.

En estas circunstancias, el sentido del honor y el juramento al Führer cedían frente al instinto de autoconservación, que, a pesar de su neta superioridad, la raza aria comparte con las subespecies del Homo sapiens.

Unos en comandita y otros individualmente, acumularon ahorros fácilmente transportables y se trazaron rutas de escape para, llegado el momento, ponerse a salvo en países amigos y a ser posible todavía no pervertidos por tratados de extradición. En especial, buscaron aquellos en los que existiera cierto arraigo alemán y nazi, léase España (v. Franco y Hitler) y Sudamérica.

Documentación falsa usada por Eichmann en su huida a Argentina.

Se calcula que huyeron unos 10.000 nazis que tenían buenos motivos para hacerlo, de los que quizá la mitad se establecieron en Argentina, a la sombra hospitalaria del general Perón.

Existieron tres rutas principales:

En Italia, los nazis utilizaron la llamada ruta vaticana o de los monasterios, probablemente organizada por el obispo austriaco Alois Hudal (apodado el Obispo Pardo por el color de su ideología). Era rector del seminario alemán en Roma y estaba excelentemente relacionado con abades y altas esferas vaticanas.61

Bien mirado, estos religiosos no hicieron más que aplicar el principio cristiano de ayudar al prójimo en apuros, si bien es razonable pensar que a cambio sus tutelados dejarían parte de sus ahorros en limosna agradecida a la Iglesia, siempre tan necesitada de auxilios materiales.62

Cuando pasados algunos años se reveló la implicación de Alois Hudal, el anciano obispo dimitió de sus cargos, ya le tocaba, y se retiró a un monasterio de Grottaferrata, a 20 km de Roma, donde fallecería en la paz del Señor en 1963 sin haberse jamás arrepentido de ser nazi. Le encantaban las galletas que llaman besos de Sissi (por la emperatriz anoréxica). Unas monjitas amigas se las mandaban por valija para que no le faltaran y él se las pagaba en oraciones.

FÜHRERBEFEHL («orden del Führer»). Orden inapelable con fuerza de ley emitida directamente por Hitler. Equivalente a los ucases de los zares o a los decretos de los emperadores de la Roma imperial. Se considera que la última fue la defensa a ultranza de Berlín.63

FÜHRERBUNKER («refugio del Führer»). Hitler, como todo veterano de la Gran Guerra, había desarrollado la querencia a sepultarse en la propicia madre tierra cuando afuera estaban repartiendo estopa. A ello hemos de añadir el natural instinto que el avestruz comparte con la especie humana: en situaciones de peligro, esconder la cabeza.64

Hitler se hizo construir un búnker en 1936 en los jardines de la Antigua Cancillería (Wilhelmstrasse, 77), a 8,2 m de profundidad y con un techo de hormigón armado de 2,2 m de espesor.

En 1944, cuando los bombarderos aliados eran ya presencia cotidiana en el cielo alemán (v. bombardeos sobre Alemania), el tamaño y la penetración de las nuevas bombas habían aumentado tanto que Hitler sintió la compulsión de construirse un refugio más seguro.

Al búnker primitivo, desde entonces llamado antebúnker (Vorbunker), se añadió otro nuevo más profundo y protegido por un escudo de hormigón armado de 4 m de espesor, el propiamente llamado Führerbunker, inaugurado el 23 de octubre de 1944. De este modo, a las seis habitaciones del primer refugio se añadieron las 18 del segundo, conformando la pequeña ciudad subterránea húmeda, claustrofóbica y fétida desde la que el Führer vivió sus últimos tres meses y medio de vida (desde el 16 de enero de 1945 hasta el 30 de abril de 1945).

El 1 de mayo de 1945, privados de la presencia del bienamado Führer y disipado el misterio de su embrujo, los últimos habitantes del búnker salieron al Berlín moribundo y, divididos en pequeños grupos, intentaron cruzar las líneas rusas para ponerse a salvo entregándose a los americanos, de los que esperaban recibir mejor trato. Unos lo consiguieron y otros no.

Los soviéticos tomaron la Cancillería (v. Nueva Cancillería) el 2 de mayo de 1945. En el búnker, entre las huellas de su apresurado abandono y un montón de botellas vacías, recuerdo de las orgías de vino, caviar y sexo con las que se había despedido el Reich milenario (v.), solo encontraron a Johannes Hentschel, el electromecánico que cuidaba del generador para que al hospital de campaña instalado en las ruinas de la Cancillería no le faltaran electricidad ni agua. Los cadáveres de los seis hijos de Goebbels (v.) seguían en las literas donde Magda les había administrado el veneno.

El 5 de diciembre de 1947 las autoridades rusas de ocupación dinamitaron el búnker como parte de un programa de borrar la huella de Hitler en la tierra. Sin resultados. El enorme bloque de hormigón armado se escoró un poco en la tierra blanda, pero quedó prácticamente intacto. En vista de su obstinación, los rusos se conformaron con tapiar los accesos.

Así permaneció el Führerbunker 40 años, olvidado de todos, en medio de unos terrenos asolados y desiertos por su inmediatez al Muro de Berlín, en la zona de la República Democrática.

En 1986, el acondicionamiento de la zona para construir viviendas sociales dejó al descubierto los restos del edificio. Un año después, el fotógrafo Robert Conrad se coló subrepticiamente en las ruinas. Las voladuras habían afectado la tabiquería, pero la caja exterior estaba intacta, aunque resquebrajada y parcialmente inundada por las filtraciones.

Después de la caída del muro (9 de noviembre de 1989) y la subsiguiente reunificación de Alemania (3 de octubre de 1990), la zona se habilitó para viviendas.65 Hoy los antiguos jardines de la Cancillería están urbanizados, pero un reconocimiento reciente con ondas sónicas ha detectado la existencia de restos apreciables del Führerbunker bajo la superficie del aparcamiento y de los jardines.

FÜHRERPRINZIP («caudillaje», literalmente, «principio de liderazgo»). Alude al conjunto de cualidades necesarias para que una persona destaque sobre una colectividad que, reconociéndole autoridad o jerarquía moral (auctoritas), acata sus órdenes como encarnación viviente del Estado y las obedece sin cuestionarlas. Un buen ejemplo antiguo podrían ser los emperadores romanos, que además recibían culto particular, como llegó a recibirlo el propio Hitler (v. religión alemana).

Al líder incuestionable, llámese Führer, Duce o Caudillo, se le reconocen virtudes excepcionales (carisma) y, por lo tanto, se le confían los tres poderes clásicos de Montesquieu que en los inoperantes regímenes liberales recaen en órganos distintos (ejecutivo, legislativo y judicial), de manera que se contrapesen.

Hitler declaró en julio de 1921 que el partido nazi (v. NSDAP) se regiría por el Führerprinzip. Como correspondía a la idea, no hubo discusión ninguna y se le reconoció de manera tan incuestionable que desde entonces se acató que «la palabra del Führer está por encima de la ley».66

La misma idea ronda cuando se decía que Franco era «solo responsable ante Dios y ante la historia»,67 al igual que Hitler respondía ante Dios.

Desde entonces, la jerarquía nazi se configuró como un Führer en la cúspide asistido por varios Reichsleiter o ministros nombrados por él, y un Reichsführer (Himmler [v.]), encargado de la Policía unificada, léase represión. A un nivel inferior estaban los gobernadores de las provincias o Gau, los Gauleiter (v.), que llegaron a ser 43.

El principio del caudillaje lo enuncia por vez primera el filósofo alemán Hermann Graf Keyserling (1880-1946), cuando expone la existencia de algunos individuos superdotados que han «nacido para gobernar».

FÜHRERSONDERZUG («tren de Hitler»; v. trenes especiales).

FÜHRERSTADT (v. ciudad del Führer).

FUNKTIONSHÄFTLING (v. kapos).