G

GAS GEBEN! («¡Dale gas!»). Expresión asociada a la imagen de un militante del partido neonazi alemán (Nationaldemokratische Partei Deutschlands, NPD o Partido Nacionaldemócrata de Alemania) en una moto.

Aunque parezca políticamente correcta, alude al gas usado en los campos de exterminio como justificación del nazismo.

GAU («provincia»). Cada una de las 32 provincias administrativas en las que Hitler dividió el territorio del Reich en 1934 después de suprimir los Länder de la República de Weimar. Más adelante, el número se amplió a 42, con la incorporación de nuevos territorios.

Cada Gau se subdividía, a efectos de control por el partido, en Bezirke («distritos»), Kreise («condados»), Ortsgruppen («células locales del partido, con un mínimo de 15 afiliados»), Hauszellen («delegaciones de barrio»), Strassenzellen («delegaciones de calle») y Stützpunkte («base»).

GAULEITER («gobernador de la provincia o Gau»). Hitler los nombraba personalmente, a menudo para compensar servicios pasados en los años de lucha. Los Gauleiter tenían línea directa con el Führer, o al menos con Bormann (v.), quien, como secretario del Führer, se encargó de los asuntos del partido en los años de la guerra.

GEMEINNUTZ GEHT VOR EIGENNUTZ («El beneficio general antes que el particular»). Consigna nazi repetidamente evocada en mítines, aulas, campamentos juveniles y púlpitos, correlato de la idea nazi de que el individuo no es nadie y la comunidad nacional (v. Volksgemeinschaft) lo es todo. Procede del libro de Rudolf Jung Der nationale Sozialismus, seine Grundlagen, sein Werdegang und seine Ziele (El nacionalsocialismo, sus fundamentos, su desarrollo y sus objetivos, 1922).

GENGIS KAN (Dschinghis Khan, c. 1162-1227). En sus predicaciones, Hitler a menudo establecía un paralelismo entre Stalin y Gengis Kan, el bárbaro mogol salido de los remotos confines de Asia que conquistó y asoló medio mundo. Venía a decir que Stalin era el moderno Gengis Kan, salido de los remotos confines de un seminario georgiano, y que Alemania era el bastión defensivo de Occidente que había iniciado una guerra preventiva, cuando el artero asiático estaba a punto de invadir Europa, acabar con la civilización occidental y esclavizar a la raza blanca. Esa fue también la burra que vendió en los países ocupados de Europa (noruegos, franceses, belgas, cosacos, ucranianos, letones, croatas, etc.) para conseguir que algunos jóvenes descabezados se apuntaran a una especie de tercio de extranjeros que constituyeron las Waffen-SS (v. SS).

En realidad, Gengis Kan no fue tan cruel como Hitler lo pintaba (por ejemplo, concedió derechos sorprendentemente modernos a las mujeres) y legisló cuerdamente.1 Incluso el propio Hitler lo admiraba en su intimidad y, con ayuda de Himmler (v.), llegó a pensar que un hombre que hace esas conquistas y forma un imperio semejante por fuerza deber ser ario y no perteneciente a las razas inferiores de Asia. Prueba de ello es que (según René Guénon) llevaba en la mano un sello con la esvástica (v.).

Un detalle que Himmler y la gente de su cuerda encontraba especialmente atractivo es que Gengis Kan fue, según algunos libros, el primer practicante de la eugenesia (v.).

¿Eugenesia?

Sí. ¿Cómo podemos llamar si no al hecho de que cruzara a sus mejores guerreros con las hembras más descollantes de los territorios conquistados? En realidad, ya lo practicaba anteriormente Alejandro Magno.

GENICKSCHUSS («tiro en la nuca»). Una forma típica de ejecución de los Einsatzgruppen (v.), artesana e individual, antes de que, forzados por la abrumadora carga de trabajo, arbitraran las ejecuciones a escala industrial en cámaras de gas.

Parece que los primeros virtuosos del tiro en la nuca fueron los rusos, como demostró el análisis forense de los restos de la fosa de Katyn.

GENOCIDIO RUSO. El impacto del Holocausto judío ha ensombrecido el del otro gran holocausto que los alemanes perpetraron con el pueblo ruso, al que Hitler y sus cuates despreciaban como infrahombres (v. Untermenschen).

Hemos visto que Hitler se había propuesto conquistar el espacio vital (v.) que precisaba el pueblo alemán extendiendo las fronteras del Reich milenario (v.) hasta el Cáucaso y los montes Urales. De este modo, el pueblo alemán alcanzaría la ansiada autarquía en tierra productiva y en materias primas para la industria.

El plan de Hitler era colonizar este vasto espacio con ciudades alemanas y enclaves productivo-defensivos que mantuvieran sosegada a la población esclava y contenida la barbarie de más allá de las fronteras.

El plan no parecía malo, visto así, pero ¿qué hacer con los millones de infrahombres de raza eslava, los indígenas que poblaban esas tierras tan apetecibles?

Suprimirlos, por supuesto. Exterminarlos como si fueran ratas, dejando tan solo los imprescindibles para servir como esclavos a los colonos alemanes. Hitler se inspiraba nuevamente en sus lecturas históricas: los germanos serían como los espartanos, dedicados a la guerra y al deporte, y los rusos serían los ilotas, el pueblo sometido que los servía.

Todo estaba perfectamente planeado. Había que eliminar a una gran cantidad de «rémoras humanas» (Ballastexistenzen), ínfimas razas que malvivían sin sacar provecho a aquellas fértiles tierras en los espacios que ocuparían los colonos germanos. Hitler cursó instrucciones para que la población rusa en manos de Alemania se redujera drásticamente. De los 5.700.000 soldados rusos capturados en la guerra, se calcula que perecieron de hambre y tifus más de la mitad, unos 3.300.000.2

Los civiles rusos no merecieron mejor trato (v. Frau, Komm Mit!). Un documento emitido el 23 de mayo de 1941 ordena el despojo de los recursos agrícolas del territorio conquistado, lo que causará la muerte por inanición de 30 millones de habitantes de las regiones septentrionales de la URSS.3

¿Treinta millones? No les parecía ninguna enormidad, teniendo en cuenta que al padrecito Stalin aún le quedaron arrestos, después de tanto trabajo, para planear un genocidio en Ucrania, con el resultado de nueve millones de muertos por inanición. Pesa reconocerlo, mein Führer, pero te ganó por la mano también en eso.4

El ministro de Alimentación y Agricultura, Herbert Backe, además de saquear los graneros de los países ocupados para mantener en Alemania unas raciones aceptables, ideó un plan de exterminio de rusos por inanición, el Hungerplan (o Plan Hambre) en Bielorrusia y Ucrania, que al final falló porque los avances rusos lo impidieron. Al término de la guerra figuró en los juicios de Núremberg (v.), pero se adelantó a su sentencia ahorcándose en su celda (6 de abril de 1947).

GEOPOLÍTICA. «Es la ciencia que estudia la influencia de los factores geográficos en el desarrollo político, en la vida de los pueblos y de los estados.»5

Rudolf Hess (v.), atento seguidor de las lecciones de geopolítica que el profesor Haushofer (v.) impartía en su cátedra de Múnich, puso a Hitler en contacto con esta ciencia. Fue un deslumbramiento. La geopolítica se adaptaba como un guante a la mano a los proyectos expansionistas que Hitler concebía para su gran Alemania.

«La única conclusión que debemos sacar del pasado —escribe en Mein Kampf (v.)— es la de orientar nuestra acción política en un doble sentido: la tierra como objetivo de nuestra política exterior y un nuevo fundamento unitario ideológicamente consolidado como finalidad de política interna.»6

GENOUD, FRANÇOIS (1915-1996). Banquero suizo y devoto nazi desde que, a la temprana edad de 17 años, asistió a un mitin de Hitler, quedó prendado de su verbo y, fascinado por sus doctrinas, se puso a su servicio como espía y diplomático.

En 1936 visitó al muftí Al-Husseini (v.) en Jerusalén y se convirtió en su consejero financiero. Acabada la guerra, ayudó a escapar a muchos nazis por medio de la Cruz Roja suiza. Como albacea de Goebbels (v.), amasó una considerable fortuna traficando con los derechos de publicación de sus diarios. Nazi impenitente, hizo de su vida una continua cruzada contra Israel y los judíos, financiando a terroristas árabes y al gabinete jurídico que defendió al oficial de la Gestapo (v.) Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon.

Nazi hasta el fin, se suicidó el 30 de mayo de 1996 auxiliado por un grupo suizo partidario de la eutanasia.

GERMANIA (oficialmente, Welthauptstadt Germania, Capital Mundial Germania).7 Hitler, ceniciento austriaco replantado en la luminosa Baviera, odiaba Berlín, ciudad viciosa y comunistoide en sus suburbios, y pretenciosa y provinciana en sus monumentos guillerminos.

Para Hitler, Berlín no estaba a la altura de los altos destinos reservados a Alemania, por eso la pensaba arrasar para sustituirla por otra ciudad verdaderamente merecedora del título de capital del mundo, la Welthauptstadt Germania, una megaciudad que expresara en sus monumentos la grandeza de Alemania y la superioridad de la raza aria (v. arquitectura nazi).8

Las fantasías arquitectónicas de Hitler comenzaron en los años veinte, cuando en sus horas de hastiado merodeo por Viena dio en dibujar esquemas de edificios grandiosos, arcos de triunfo y avenidas admirables. Cuando ascendió al poder pudo contar con el joven arquitecto Speer (v.) para que interpretara técnicamente aquellos sueños. «Berlín, como capital del mundo, evocará al antiguo Egipto —aseguraba entusiasmado—; solo podrá compararse con Babilonia o Roma. Al lado de ella, ¿qué representarán Londres o París.»9

Germania nacería, como el ave fénix, de las cenizas de la guerra. Pensaba concluirla para 1954. De hecho, ya estaba explotando las más importantes canteras de Europa para extraer los materiales necesarios y había empezado a desalojar 24.000 viviendas del centro de Berlín, a cuyos habitantes trasladó a otros barrios, muchos de ellos a apartamentos confiscados a los judíos. Incluso hubo que mudar las tumbas de un cementerio.

Tal como la concebía Hitler, metido a urbanista con la inapreciable ayuda de Speer, que asentía a todo, Berlín iba a ser una ciudad dinámica con solo un tercio de edificios públicos, para evitar que pareciera moribunda fuera de las horas de oficina, como ocurre con Washington y otras ciudades gubernamentales. Por el contrario, los espacios dedicados al entretenimiento serían un poderoso atractivo: habría un cine con capacidad para 2.000 espectadores, una ópera, tres teatros, hoteles, restaurantes, dancings, parques…

Arco del Triunfo dibujado por Hitler.

El problema era que, para llegar a Germania, había antes que ganar la guerra y extender las fronteras del Reich hasta el Cáucaso y los montes Urales, y hacerse con las tierras ricas en recursos de la URSS, que estaban en manos de una subraza.

Fue el cuento de la lechera. Alemania perdió la guerra y el ambicioso proyecto de Germania quedó en una gigantesca maqueta en cuya contemplación se refugiaba Hitler, ya drogado y abandonado a sí mismo, cuando se sentía abrumado por las noticias adversas.10

La novela ucrónica de Robert Harris Fatherland (Patria, 1992) describe cómo habría sido la capital del Reich y del mundo si Hitler hubiera ganado la guerra y hubiera cumplido sus descabellados designios:

Los pasajeros del autobús turístico se levantaron de sus asientos o se asomaron al pasillo para contemplar el Arco de Triunfo que el propio Führer había diseñado. […]

—El arco está construido en granito y tiene 2.365.685 m3 —informó—. El Arco de Triunfo de París cabría en él 49 veces. […] tiene una altura de 118 m. Tiene 168 m de ancho y una profundidad de 119 m. En las paredes internas están grabados los nombres de los tres millones de soldados que cayeron en la defensa de la patria en las guerras de 1914 a 1918 y de 1939 a 1946.

Los pasajeros volvieron diligentemente el cuello para ver la lista de los caídos.

El autobús volvió a salir a la lluvia.

—Tras dejar el arco, entramos en la sección central de la avenida de la Victoria. La avenida fue diseñada por el ministro del Reich Albert Speer y se completó en 1957. Tiene 123 m de ancho y 5.600 m de longitud. Es más ancha y dos veces y medio más larga que los Campos Elíseos de París.

[…] Abarrotada de tráfico, la avenida se extendía ante ellos, flanqueada a cada lado por las paredes de cristal y granito de los nuevos edificios de Speer: ministerios, oficinas, grandes almacenes, cines, bloques de apartamentos. Al fondo de este río de luz, alzándose gris como un barco de guerra entre la lluvia, se encontraba el Gran Salón del Reich, con su cúpula medio cubierta por las nubes bajas.

[…] El Gran Salón del Reich (Grosse Halle) es el edificio más grande del mundo. Se alza más de un cuarto de kilómetro, y algunos días, como por ejemplo hoy, la cima de su cúpula se pierde de vista. La cúpula en sí tiene 140 m de diámetro, y es 16 veces superior a la basílica de San Pedro de Roma.

Habían llegado a la parte superior de la avenida de la Victoria, y entraban en Adolf Hitler Platz (en los planos, Grosser Platz, de 350.000 m2). A la izquierda, la plaza estaba rodeada por el cuartel general del alto mando de la Wehrmacht, y a la derecha, por la Nueva Cancillería del Reich y el palacio del Führer.

Delante se encontraba el enorme edificio. Su tono gris se había disuelto, pues la distancia había disminuido. Ahora podían ver lo que les decía la guía: que los pilares que soportaban el frontal eran de granito rojo, traído de las minas de Suecia, y que estaba flanqueado a cada lado por estatuas de Atlas y Tellus, que cargaban sobre sus hombros esferas que mostraban los cielos y la tierra.

—El Gran Salón se usa solamente para las ceremonias más solemnes del Reich alemán, y tiene capacidad para 180.000 personas. Un fenómeno interesante e imprevisto: el aliento de esa muchedumbre se eleva hasta la cúpula y forma nubes, se condensa y cae en forma de lluvia. El Gran Salón es el único edificio del mundo que genera su propio clima…

»A la derecha está la Cancillería del Reich y residencia del Führer —continuó la guía—. Su fachada total mide exactamente 700 m, superando en cien la fachada del palacio de Luis XIV en Versalles.11

Lo que oye, lector. El futuro palacio de Hitler superaría a Versalles y a cualquier palacio conocido (y eso que, por otra parte, no pensaba habitarlo, porque en cuanto acabara la guerra se retiraría a pasar una vejez tranquila en Linz [v.], su ciudad adoptiva).12

El conjunto incluía el gigantesco estadio Märzfeld, con aforo para unos 400.000 espectadores, del que Hitler puso la primera piedra en 1937.

Hitler quería que Germania estuviese terminada para 1954, pero como perdió la guerra, el magno proyecto se quedó en intención.

GERMANOFILIA DE LA PRENSA ESPAÑOLA (v. Enlace). Durante los primeros años de la guerra mundial (1939-1943), y aún después, la prensa española fue tan descaradamente germanófila que dio pie al chiste que narra el encuentro entre Hitler y Mussolini. El Duce pregunta: «Adolf, ¿cómo va la guerra?». «No va mal —responde el Führer—, aunque no tan bien como cuenta la prensa española.»

Existía en el menesteroso periodismo español la costumbre de que los apoderados de toreros famosos recompensaran con un «sobre» o soborno en metálico a cronistas taurinos acreditados. También los críticos de teatro ayudaban al éxito de determinadas obras si se tenía un detalle con ellos.

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, y aún antes, los apoderados españoles del régimen nazi se atrajeron a los medios periodísticos españoles con sobornos y dádivas, una práctica que habían comenzado en forma de inserción de anuncios publicitarios de productos alemanes nada más alcanzar Hitler el poder. Después se prolongaría más descaradamente a lo largo de los 12 años del Reich milenario (v.).13

La embajada alemana en Madrid recibía 40.000 marcos, el equivalente a 200.000 pesetas de la época, un fortunón, para publicidad de productos alemanes en la prensa española. De esa cantidad, el todopoderoso y marrullero agente de prensa Josef Hans Lazar (v.) gastaba unas 25.000 pesetas en la publicidad propiamente dicha y el resto lo invertía sabiamente en «pagos confidenciales», entiéndase sobornos, a periodistas o periódicos influyentes para que apoyaran a la causa alemana.14

La manipulación por Lazar de la prensa española alcanzó niveles sonrojantes. Prestigiosos diarios españoles (ABC, Informaciones y otros) publicaban crónicas de imaginarios corresponsales españoles en Berlín (v.) que habían sido fabricadas en las dependencias que Lazar mantenía en un chalet de la calle Serrano, 135, donde periodistas y escritores asalariados producían artículos y libros que abastecían y hasta saturaban de propaganda (v.) alemana los medios españoles.15

La cadena de prensa del Movimiento, unos 50 periódicos provinciales que agrupaban tanto a los de derechas como a los incautados a las izquierdas tras la Guerra Civil, seguían obedientes las consignas emanadas desde la Agencia EFE (v.), creada en 1938 por Vicente Gallego y controlada por Serrano Suñer hasta mayo de 1945, en que pasó a la Secretaría General del Movimiento (al «camisa vieja» José Luis Arrese).

Los animosos diarios del Movimiento y revistas afines fueron tan proalemanes que insistieron en que la guerra estaba ganada incluso cuando era evidente que estaba perdida.16

Entre los libros que exculpaban a Hitler de toda responsabilidad en la guerra, destaca ¿Por qué lucha Alemania?, de José Joaquín Estrada (pseudónimo de Federico de Urrutia) con el expresivo subtítulo Cómo ha sido empujado Hitler a hacer la guerra, y la no menos expresiva dedicatoria: «A la justicia de una causa y a sus defensores, el gran pueblo alemán y su jefe Adolfo Hitler, devotamente».17

GESTAPO (acrónimo de Geheime Staatspolizei). Fue la policía secreta del Estado en la época nazi (26 de abril de 1933 a mayo de 1945). La instituyó Göring (v.) a partir de la Policía Política de Prusia (Politische Polizei) para investigar «toda actividad peligrosa para el Estado».

Göring la transfirió en abril de 1934 a las SS (v.) de Himmler (v.), que la integró en su Sicherheitspolizei (SiPo), rama Sicherheitsdienst (SD)18 de Heydrich (v.), la cual, a su vez, se fusionó en la Reichssicherheitshauptamt (RSHA) (27 de septiembre de 1939). Me hago cargo de que resulta algo lioso, pero es lo que hay.

Desde 1936, la Gestapo pudo actuar sin control legal siempre que lo hiciera «en la dirección del Führer» (v.).

Conviene disipar una creencia muy extendida. La población alemana nunca fue víctima de un régimen de terror impuesto por la Gestapo, como se nos ha dado a entender. La inmensa mayoría de los alemanes aplaudía la actuación de la Gestapo como defensora del Estado en el que creían, dado que su actuación era solamente contra los judíos, los disidentes por motivos religiosos o políticos y los marginados sociales (homosexuales, vagabundos, gitanos).

En realidad, el Estado hitleriano no controlaba al ciudadano con los métodos de un Estado policial, sino por medio de una combinación de coerción y consenso. Por eso la Gestapo nunca contó con mucho personal.19 Muchos de los agentes de la Gestapo eran abogados o titulados superiores, gente elegante y refinada, no esos chusqueros con abrigo de cuero y sombrero borsalino que nos sacan en las películas.

Berlín, 1938. Un miembro de la Gestapo, un soldado de asalto y un funcionario del partido realizan un control por sorpresa frente a un café en Unter den Linden.

La efectividad de la Gestapo, que fue mucha, se debió a la colaboración de la población civil, que con alto sentido de la ciudadanía delataba —y delata— a todo vecino sospechoso. En un 57 % de los casos, las personas detenidas por la Gestapo lo fueron a consecuencia de una denuncia de probo ciudadano, generalmente persona relacionada con el denunciado.20 El 75 % de los alemanes nunca temió ser detenido por la Gestapo.

Muchos detenidos eran liberados sin cargos tras breve interrogatorio, pero para aquellos que realmente estaban conspirando contra el Estado, la Gestapo podía aplicar el arresto protector (Schutzhaft), en principio de 21 días, con posibilidad de prorrogarse indefinidamente. De esta manera, el sospechoso ingresaba en la categoría de huésped del Estado, en uno de los campos de concentración (v.), sin más trámite que firmar un documento de conformidad (Schutzhaftbefehl). Todos firmaban. No se conocen casos de resistencia. Los agentes de la Gestapo eran muy pacientes y persuasivos.

Hacia el final de la guerra, la Gestapo se ocupaba principalmente en la represión del derrotismo y ello incluía a los propagadores de chistes contra el régimen (v. humor en los tiempos revueltos). Luis Abeytúa (v. corresponsales españoles en Berlín), testigo de la época, explica el procedimiento: «Cuando uno de estos chascarrillos alcanzaba cierta difusión o los soplones lo llevaban a oídos de la Gestapo, se detenía al último que lo hubiese propalado. Generalmente confesaba en el acto y era posible, de eslabón en eslabón, remontarse hasta el principio de la cadena. Si algún recalcitrante se obstinaba en callar, no se recurría en principio a la tortura, sino que se le dejaba solo en una habitación muy espaciosa sin ventanas y con iluminación cegadora. La justificada leyenda negra de la Gestapo, la soledad absoluta y aquella luz deslumbradora llenaban de terrores el alma de los interrogados y bastaba casi siempre un corto plazo […] para la confesión completa. Descubierto el culpable, se lo ejecutaba casi siempre. Así perecieron a manos del verdugo el autor de la anécdota y la secretaria que se prestó a mecanografiarla».21

El historiador británico Frank McDonough, que investigó en los 73.000 informes del Archivo de Düsseldorf,22 concluye que el 26 % de las investigaciones partían de la denuncia de un civil, en un 20 % de los casos, la esposa del denunciado, para castigarlo por maltrato o infidelidades.

La Gestapo trabajó mucho en España. Desde 1938 gozaba de estatus diplomático, lo que le permitía realizar sus habituales labores de espionaje y vigilar a los 30.000 alemanes residentes en nuestra patria.

La visita de Himmler a España en octubre de 1940 derivó en un tratado de asistencia mutua con la Policía española, entonces al mando de José Finat, conde de Mayalde, director general de Seguridad de 1939 a 1941 e impulsor de una especie de Gestapo española en la Brigada Político-Social.23

GITANO (v. asoziale; degenerado). Tras examinar la «cuestión gitana» (Zigeunerfrage), los expertos raciales nazis llegaron a la conclusión de que los gitanos eran arios (v.) en origen (de la India, ya se sabe), incluso más arios que los propios germanos, para reconcomio íntimo de algunos, pero habían emponzoñado tanto su sangre al mezclarse con razas inferiores en su errancia por el mundo que ya eran irrecuperables y por lo tanto había que exterminarlos antes de que contaminaran a los arios pata negra.

Un segundo motivo no menos importante era que en el hormiguero laborioso de Germania desentonaban aquellos ciudadanos considerados por los nazis vagos asociales enemigos del trabajo. Es evidente que los nazis despreciaron la cultura gitana.24

El 15 de noviembre de 1943, Himmler (v.) determinó que los gitanos y «medio gitanos» requerían el mismo tratamiento que los judíos y los envió a los campos de Dachau, Dieselstrasse, Marzahn y Vennhausen (v. campos de concentración), donde perecieron entre 250.000 y 500.000, según las distintas fuentes. Fue el holocausto gitano o Porraimos, como ellos lo llaman.

GLEICHSCHALTUNG («obligación de defender una misma línea política»). El lector conoce la existencia de afinadores de pianos y afinadores de quesos, aquellos artesanos que hacen que el piano suene y el queso sepa de la manera más perfecta posible. Pues bien, Hitler y los nazis aspiraron al Gleichschaltung, o afinamiento de la sociedad alemana y de cada uno de sus individuos.

¿Cómo? Nazificándola, por supuesto. Haciéndola desprenderse de la vieja moral prejuiciosa y abrazar el concepto del mundo del perfecto nazi, funcionando como un reloj obediente al relojero y dejándose de individualismos y diferencias.

Primero se eliminaron todas las organizaciones de cualquier signo que hubiera en Alemania, después se rellenó el hueco resultante con otras organizaciones de signo nazi: Juventudes Hitlerianas (v.), para los chicos; Asociación de Muchachas Alemanas (v.); Fuerza a través de la Alegría (v.), para los obreros. Finalmente, se presionó a la población para que participara en esas asociaciones y en la vida nacional tal como la proponían los nazis. Al final, solo las iglesias quedaron relativamente libres de nazificación.

GOEBBELS, JOSEPH (1897-1945). Joseph Goebbels, junto con Rosenberg (v.), fue el único miembro de la cúpula nazi con formación universitaria (doctor en Letras), a lo que sumaba una notable inteligencia, aunque estaba frustrado por su escasa presencia, apenas metro y medio de estatura, cabezón, redrojo, feo, paticojo o zopo.25

Joseph Goebbels.

Göring (v.) lo llamó «enano cojo y diabólico»; otros lo vieron como un ser «acomplejado, fanático, engreído y mordaz», pero lo peor de todo es que era un escritor frustrado.

—¿Por falta de talento?

—De ninguna manera. A él le parecía que se había adelantado a su época y, de todos modos, dejó unos cuantos libros, más de 100 discursos (que vienen a decir lo mismo alterando el orden de los razonamientos) y un voluminoso diario que compite en extensión con la enciclopedia Espasa (v. diarios de la época nazi).

Aún antes de abrir la boca, Goebbels no era hombre que cayera simpático a causa de la cara de catavinagres que la naturaleza le había adjudicado. Oigamos opiniones: «Detrás de Hitler se sienta un hombrecillo que no para de reírse. Tiene la cabeza estrecha, ojos melados con un brillo inteligente […]. Este es el doctor Goebbels, un palatino del Rin, el cerebro del partido nazi y después de Hitler es su orador más hábil. Es un nombre que conviene recordar porque tendrá un papel importante en el futuro».26

Por la misma época, el periodista Chaves Nogales (v. corresponsales españoles en Berlín) lo encontró «ridículo y grotesco con su gabardinita y su pata torcida, este tipo estrafalario [era también], enconado, duro, implacable y tenía la facultad prodigiosa de escribir como habla: claro, sucinto, terminante, […] de esa estirpe dura de los sectarios, de los hombres aferrados a un ideal con el cual fusilan a su padre si se les pone por delante».27

Luis Abeytúa lo llama «experimentado clínico de muchedumbres», un elogio al fino instinto con el que detectaba el estado anímico del pueblo. Eso mismo fue lo que admiró Hitler en él cuando le comentó a Heinz Linge: «Un gigante en el cuerpo de un gnomo, un hombre de una pieza».

Desde su época colegial, el joven Goebbels creció con el complejo de inferioridad de su cojera. Privado de participar en los juegos y correrías de sus compañeros, se refugió en la lectura.

La posición económica de la familia no era desahogada, pero gracias a la ayuda de sus profesores pudo acceder a la Universidad de Heidelberg, donde sumó el complejo de inferioridad social al físico de su mala pata: «Yo era un paria, un proscrito, solo un extranjero con deportación suspendida, no porque yo rindiera menos que los demás o fuera menos listo, sino solo porque me faltaba el dinero que al resto les procuraba abundantemente el bolsillo de sus padres».

Un desengaño amoroso le hizo pensar en el suicidio (una tentación de todo alemán culto y sentimental después de leer el Werther de Goethe, la llamada Werther-Fieber, «la fiebre de Werther»). Decidido a librar al mundo de su presencia, redactó un testamento en el que legaba a su hermano la publicación de sus obras, de cuyo valor estaba convencido, aunque reiteradamente se las hubieran rechazado editores ignorantes.

Pobre y resentido social, es natural que se dejara atraer por las izquierdas, que bullían poderosas en la postrada Alemania de posguerra, lo que plasmó en su drama La siembra.

Después de doctorarse (1921), ingresó como escribiente de segunda en el Dresdner Bank, un trabajo que lo puso en contacto con la gente adinerada y ahondó aún más su encono social, lo que refleja su novela parcialmente autobiográfica Michael (1923). Todavía no había perdido la fe católica en la que se educó y su ideal místico era una especie de Jesús laico redentor de la sociedad que va prefigurando al Hitler que más adelante inventaría para su uso personal y propagaría entre los alemanes.

En esta época también se afianzó su antisemitismo (v.). «Empezó a ver en los judíos la encarnación del materialismo, del mal por antonomasia, del “anticristo”, los culpables de las desgracias de este mundo —señala su biógrafo Ralf Georg Reuth—. El marxismo es una comedia judía que trata de castrar y depravar a los pueblos conscientes de su raza.»

En 1924 ingresó en el partido nazi (v. NSDAP). Su ascensión fue meteórica: un año después, era secretario general del distrito Renania Norte y proyectaba su vocación de escritor en enjundiosos artículos que publicaba en el Völkische Freiheit.

Como sabe el lector, en la vida de muchas personas a veces surge un acontecimiento que marca un antes y un después, que altera para bien o para mal el rumbo que llevaba en el antes. En el caso de Goebbels ese acontecimiento ocurrió el 12 de julio de 1925, cuando asistió a un mitin de Hitler y lo conoció en persona. Esa noche, todavía estremecido, anotó en su diario: «Vamos en coche al encuentro con Hitler […]. Ya se levanta de golpe, ahí está delante de nosotros. Me estrecha la mano como un viejo amigo. Y esos grandes ojos azules, como estrellas. Se alegra de verme. Estoy absolutamente feliz. Este hombre lo tiene todo para ser rey. El tribuno de la plebe nato. El futuro dictador».28

Según el historiador Peter Longerich, el misterio de la fidelidad perruna con que se entregó a Hitler podría revelar un «trastorno narcisista de la personalidad» y una «constante necesidad de reconocimiento» que lo inclinaba a depender de un «redentor».

Empeñado en que Hitler fuera más bien un mesías que un simple san Juan precursor, a partir de ese día Goebbels empleó su considerable inteligencia en convencer al pueblo alemán de que Hitler era el mesías que estaban esperando. Y sin duda ese fue el logro más importante de su eficacísimo Ministerio de Propaganda.

Hasta entonces Goebbels había pertenecido al ala izquierdista del partido, apadrinado por Georg Strasser, el líder nazi de Berlín enfrentado doctrinalmente al grupo de Baviera liderado por Hitler. Este día, subyugado por Hitler, Goebbels se pasó a la facción bávara con armas y bagajes.

Muy a tiempo, camarada, porque tu padrino Strasser será de los que palmen en la purga conocida como la Noche de los Cuchillos Largos (v.).29

Era Goebbels un magnífico orador, tan solo superado por Hitler, y tan buen propagandista que sus discursos y mentiras todavía inspiran a los políticos modernos. «El alma del trabajador alemán es, en mis manos, moldeable como la cera», escribe en su diario. Gracias a esta habilidad mantuvo a la sociedad alemana en una burbuja de autocomplacencia que solo explotó cuando, a partir de 1942, los reveses de la guerra fueron despertándola a la pavorosa realidad de que había vivido embaucada por el «cojito embustero» y su cuadrilla de plumillas asalariados.

También era un brillante conversador social en las distancias cortas, como reconoce Leni Riefenstahl (v.): «Con ingeniosos juegos de palabras y gracia chispeante, era un brillante conversador».30

El eficaz instrumento con el que Goebbels inoculó la propaganda (v.) nazi al pueblo alemán fue la radio, un invento entonces en mantillas (primeras emisiones al público en los años veinte). Empeñado en que hubiese un receptor de radio en cada hogar alemán, Goebbels puso de acuerdo a los fabricantes para que produjeran masivamente un aparato de módico precio capaz de captar las emisiones nacionales, pero no las internacionales. Entre canciones de moda y programas de entretenimiento, se deslizaban las halagüeñas noticias del frente, los discursos del Führer y los suyos propios (era un gran orador, especialmente a través de las ondas, con su voz timbrada y atractiva). Además, hizo instalar altavoces en los lugares públicos (plazas, fábricas, cuarteles, cervecerías) que obligatoriamente conectaban cuando había un discurso suyo o de Hitler. Con ayuda de la radio se dirigía al pueblo alemán unas 50 veces al año.

El ario apuesto.

Goebbels acabó con la prensa libre, lo que inevitablemente hizo que la gente dejara de leer periódicos, pero lo compensó con la creación de muchas revistas llenas de atractivas fotografías que le servían de vehículo propagandístico.

La contribución de Goebbels al endiosamiento popular de Hitler, a su mesianismo, y a la sumisión del pueblo por medio de la propaganda supuso la mayor contribución de un individuo a la causa nazi. Este señalado servicio se le pagó —o él se lo cobró cumplidamente— con una hacienda considerable y una vida desahogada: palacete en el exclusivo barrio insular de Schwanenwerder,31 casa de campo también palaciega (Bogensee),32 yate en el lago, cochazos con chófer, cinco secretarias en el antedespacho…

Goebbels era un trabajador compulsivo, pero siempre acotó unas horas para dedicarlas a su afición favorita, el fornicio. Mientras no fue nadie, ligó poco, a pesar del empeño que ponía en ello, pero cuando ascendió a ministro de Propaganda (del que dependían el cine y el teatro alemán) pudo resarcirse de pasadas escaseces disparando a cuanto se movía, si me permiten la metáfora cinegética (y dispensen el tufo machista).

Como casi todos los que acceden al sexo copulativo después de un largo y enfadoso periodo de satisfacción manual, nuestro hombre se manifestó el resto de su vida un acosador insaciable que corría detrás de casi cualquier falda, para disgusto del puritano Hitler. Como confesó a su diario: «Cualquier hembra me hace hervir la sangre y corro tras ella». Lo malo es que «no tengo tiempo para entregarme del todo a las mujeres, misiones mayores se esperan de mí».

Sí tenía tiempo de perseguirlas, como testimonia la actriz y cineasta Leni Riefenstahl, en cuya casa se presentaba sin avisar, a ver si caía: «No pasaba día sin que me telefonease […], me hablaba de sus problemas personales y de sus actividades políticas soberbio y arrogante: “En el Reichstag soy el hombre invisible que mueve los hilos y hace que bailen los polichinelas”».33

Los asuntos de Goebbels, preferiblemente con bellezas eslavas llegadas a Berlín para hacerse un nombre en el cine o en el teatro, o, bajando el listón, cazar a un buen partido, le valieron el apodo de Bock von Babelsberg (el Semental de Babelsberg). Se hizo construir un picadero de lujo en Bogensee, a 15 km de Berlín, y allí llevaba a las aspirantes a actrices de la UFA para catarlas so pretexto del casting, sin peligro alguno de que luego le montaran el pollo o el #MeToo34 (v. Baarová, Lída).

Goebbels ganó muchos enteros a la vista de Hitler con la campaña propagandística que orquestó a nivel mundial con ocasión de las Olimpiadas de Berlín (v.), 1936, y revalidó su valor con el discurso Totaler Krieg (v. guerra total). Sin embargo, solo al final de la guerra consiguió que su adorado Hitler le concediera el crédito que sobradamente había ganado cuando Göring, Himmler (v.) y Ribbentrop (v.) se habían devaluado por torpezas o fracasos. Entonces, cuando los ejércitos se retiraban de todos los frentes, Der Grösste Lügner, «el gran embustero», todavía convencía a muchos alemanes de que estaban ganando la guerra y que solo se retiraban para tomar impulso.

A la hora del Götterdämmerung (v. crepúsculo de los dioses), cuando los otros apóstoles traicionaron a Hitler, él mantuvo su fidelidad canina hasta el final y se suicidó imitando el gesto de su amo después de asesinar a sus seis hijos.35

Giménez Caballero le regaló una espléndida capa de torero sobre cuyo destino final hace tiempo que realizamos concienzudas pesquisas que hasta hoy se han revelado infructuosas.36

Los diarios de Goebbels

En octubre de 1923, a los 26 años, cuando era un desempleado que vivía con sus padres, Goebbels comenzó un diario que lo acompañaría hasta la muerte, en total 6.783 folios escritos a mano y recopilados en 23 tomos y 34.609 páginas dictadas a sus secretarias. Una obra monumental y difícilmente abarcable. Desde que se publicó es pasto de historiadores en busca de nuevas interpretaciones del grafómano y del Reich en general, incluidos los cotilleos. Lo más interesante es la primera parte, hasta 1941, escrita a mano y personal, en la que el personaje se desnuda hasta cierto punto: el resto, dictado, son divagaciones político-militares menos interesantes.

En el primer diario, no del todo sincero, puesto que está destinado a la posteridad, encontramos a menudo un corazón «cínico, malvado, vengativo y despiadado». También notamos al obseso sexual que lleva la cuenta de sus conquistas e incluso enumera y numera sus fornicios (también lo hacía Lutero con su monja y esposa).37

Escritor al fin, como le hubiera gustado ser, cuando el Reich se hundía se preocupó de que su diario lo sobreviviera.38

El 14 de febrero de 1942, Día de los Enamorados, anota: «El Führer ha vuelto a expresar su determinación de eliminar sin piedad a los judíos de Europa. Debe desaparecer todo sentimentalismo remilgado. Los judíos son los que han provocado la catástrofe que se les avecina. Su destrucción irá unida a la destrucción de nuestros enemigos. Debemos acelerar este proceso sin piedad».39

Una anécdota que muestra hasta qué punto adulaba a Hitler. El Führer y él, en su calidad de ministro de Propaganda, habían asistido al estreno de un filme patriótico sobre Federico de Prusia. Al regreso, el coche de Goebbels llegó a la Cancillería antes que el de Hitler.

—¡Qué gran película! —comentó al llegar—. Una gran película. ¡Exactamente lo que necesitábamos!

Instantes después, el Führer salió del ascensor:

—¡Un horror de película, una inmundicia! —declaró—. Ordenaré que se prohíba. ¡Vaya manera de abusar de la historia!

—¡Tiene toda la razón, mein Führer! —dijo Goebbels, cambiando de opinión—. Es una cinta muy endeble y mala. Todavía nos queda una gran misión educadora por delante.40

GOEBBELS, MAGDA (1901-1945). La señora de Goebbels nació en una familia acomodada y recibió una educación esmerada con las ursulinas de Bruselas y en el exclusivo internado de Holzhausen.

Antes de encontrarse con Goebbels, Magda se había casado con Günther Quandt (v. industriales bajo el nazismo), un señor que, aunque le doblaba la edad, tenía el atractivo irresistible de ser multimillonario y dueño de la BMW, entre otras empresas.

Tras nueve años de aburrido matrimonio, con un hijo de por medio,41 el atareado Günther descubrió que su esposa le era infiel con Chaim Vitaly Arlosoroff, un joven estudiante ruso y judío (incluso sionista, moriría en Israel). Se lo tomó a mal y se divorció de ella.

Libre y generosamente pensionada por su ex, Magda frecuentó la alta sociedad de Berlín buscando algún aliciente a su monótona existencia. Fue entonces cuando, en 1930, asistió a un mitin nazi y quedó fascinada por el pico de oro de aquel orador feo y cojitranco que teloneaba para Hitler. Se presentaron y tal. Fue un flechazo. Él anotó en su diario: «Hemos hecho un voto solemne el uno al otro: cuando hayamos conquistado el Reich, nos convertiremos en marido y mujer. Soy muy feliz».42

Cabría sospechar que Magda adoraba el santo por la peana. Quiero decir que en realidad estaba enamorada de Hitler. ¿Del hombre o del líder? Vaya usted a saber. Algún indicio existe de que se avino a casarse con el cojito para ser la primera dama del Reich y la madre ejemplar del nazismo en revistas y tarjetas postales.

Al principio, es evidente que Hitler coqueteaba con Magda, lo que causaba celos terribles a Goebbels, como corrobora su diario: «Magda se deja llevar con el jefe, lo que me atormenta. Dista de ser una señora. Me temo que no puedo estar seguro de que me sea fiel».

«Incluso antes de la muerte de Geli (18 de septiembre de 1931), nos parecía a casi todos que Hitler mantenía relaciones amorosas con Magda Quandt. Ella también mantenía una relación clandestina con Joseph Goebbels que solo algunos jerarcas del partido conocían.» No se ha aclarado si Hitler sabía que Magda era la amante de Goebbels. El indiscreto Esser, camarada de la primera hora que hizo el recuento de las conquistas femeninas de Hitler, anotó a Magda Quandt.43

Las frecuentes charlas telefónicas de Hitler con Magda soliviantaban a Goebbels e inspiraban a su imaginación «horribles tragedias» (¿quizá se imaginaba, melodramático, que los sorprendía en actitud amorosa y lavaba en sangre la ofensa?). Otro día Hitler se invitaba a comer con los Goebbels y el diarista se confesaba «agónicamente celoso». Más aún lo atormentaban las visitas de Hitler a Magda aprovechando sus ausencias y que incluso con él presente la cortejara con aquel estilo vienés un poco añejo que parecía encantar a las mujeres.

Los celos se atemperaron cuando ella le dio el sí y se casaron (19 de diciembre de 1931). Con un anillo en el dedo se sintió más seguro, como buen burgués, aparte de que Hitler, chapado a la antigua, respetaría a una mujer casada. A partir de entonces, el tono del diario cambia. Ahora se apiada del Führer, que no conoce las mieles del matrimonio (pronto se tornarán hieles): «Hitler está muy solo. No tiene suerte con las mujeres. Es demasiado delicado. Eso no les gusta a las mujeres. Ellas quieren saber quién manda».

Es difícil saber si Goebbels se enamoró de Magda con la intensidad que expresa en su diario, dado que es un gran comediante y está expresando sentimientos para la posteridad. El apunte del 23 de enero de 1933, con Magda hospitalizada, dice: «Dios mío, consérvame a esta mujer porque no podría vivir sin ella […]. La fiebre remite. Ella se alegra de que la acompañe. Hablamos de nuestro amor y nos prometemos estar más unidos cuando ella mejore».

Hitler, por su parte, tomó a los Goebbels como su sucedáneo (v. Ersatz) de familia y con gusto adoptó el papel del tío solterón que a veces pasaba la tarde con ellos y les hacía cucamonas a los niños.

La familia al completo. El aviador es el hijo que tuvo en su anterior matrimonio.

Seis hijos engendró la pareja: Helga (1932), Hildegard (1934), Helmut (1935), Holdine (1937), Hedwig (1938) y Heidrun (1940). Todos nombres que comienzan por h en honor a Hitler.

A la pasión sucedió la rutina, y a la rutina, el hastío, como suele ocurrir en muchas parejas, y aunque los Goebbels mantuvieran la ficción del matrimonio ejemplar que el nazismo predicaba, cada cual tuvo sus aventuras amorosas contando con la indiferencia, si no con el beneplácito del otro. Magda Goebbels no concedía importancia a las aventuras sentimentales de su marido (también ella tuvo amantes transitorios como Kurt G. W. Lüdecke,44 y uno más permanente, Karl Hanke, secretario de Estado).

A la postre, la convivencia de la pareja se deterioró. Magda bebía demasiado, Goebbels no la aguantaba y cada vez aparecía menos por casa. Enamorado de la actriz Lída Baarová (v.), Goebbels planeó divorciarse de Magda, casarse con la cómica y emprender una nueva vida lejos de Berlín, quizá en Japón, como embajador. Magda, por su parte, pensó que si el divorcio llegaba, marcharía a vivir a Suiza.

Hitler se negó en redondo. ¿Cómo iba a divorciarse la titular más famosa de la Cruz de Honor de la Madre Alemana (v.) del Reich, que representaba a la madre de familia ejemplar?

Invitó a Goebbels y a Magda a Obersalzberg y mantuvo una conversación con cada uno de ellos por separado. «La separación es imposible», les explicó.

El mantenimiento de aquella ficción matrimonial era una cuestión de Estado. Hitler cambió su tono severo por otro conciliador cuando los reunió en el salón y les hizo prometerse fidelidad mutua. Después los invitó a quedarse en la casa para invitados del partido en Obersalzberg y les deseó, con una sonrisa pícara, «una feliz segunda luna de miel».45

Los Goebbels permanecieron fieles a Hitler incluso cuando tantos otros lo abandonaron en el búnker sitiado por los soviéticos. Antes de suicidarse, tomaron la decisión de envenenar a sus seis hijitos. «Es mejor que mueran a que vivan en la vergüenza y el oprobio —comunicó Magda a Traudl Junge, la secretaria del Führer—. Nuestros hijos no podrán vivir en una Alemania como la que sucederá después de la guerra.»

Como concluye Sigmund: «Magda y Goebbels, cada uno de ellos era esclavo de Hitler a su modo. Y al llegar el amargo final, Magda fue a la muerte más por Hitler que por Goebbels».46 Quizá el rasgo de Hitler de sacarse el emblema de oro del partido de la solapa para ponérselo a ella simbolizara ese vínculo especial, matrimonial, que nunca pudo ofrecerle.

El episodio de Giménez Caballero

Giménez Caballero, que intimó algo con Frau Goebbels, la describe: «Cabellos rubios como el sol, que portaba con trenzas entrecruzadas sobre la nuca. Ojos de lago. Y un vestido negro de terciopelo, hasta ocultarle los pies. Solo una perla sobre el nácar de su garganta, como un símbolo venusto».

El falangista, que bien podría competir con Goebbels en cuanto a fealdad, no pasó a mayores (de haberlo hecho, lo habría contado) y eso que Magda, mujer libre y algo voluble, le era infiel a Goebbels, como queda dicho.

GÖRING, HERMANN (1893-1946). A este hombre nunca se le ha reconocido su fundamental participación en la victoria de los aliados, muy por encima de la de Eisenhower, Zhukov o Montgomery. Enumeremos sus méritos:

¿Cómo llegó Göring a ministro del Aire, el puesto que le permitió alcanzar su máximo nivel de incompetencia, según el infalible principio de Peter?

Göring era ya famoso cuando se lo presentaron a Hitler. Era el condecorado piloto de la Gran Guerra (22 derribos, alguno de ellos dudoso, galardonado con la preciada Max Azul, pour le mérite). Sucedió al malogrado Richthofen como comandante del famoso Circo Volador, Jagdgeschwader I.

Terminada la guerra, Göring se buscó la vida como piloto civil en Dinamarca y Suecia. Allí sedujo a una rica aristócrata bella, rubia y densa (además de epiléptica), Carin von Kantzow, que se divorció de un aburrido marido para unir su vida al gallardo aventurero.

En Múnich, la bella ciudad de las salchichas blancas y de los codillos corruscantes, Göring conoció a Hitler, otro flechazo, y se afilió al partido nazi (v. NSDAP). No por ideología, que conste, «esas bobadas nunca me interesaron», sino porque le aseguraba lucha y acción, «la lucha en sí misma era mi ideología».

Göring ascendió en el partido acumulando cargos y tejido adiposo (las reuniones se hacían en cervecerías, con jarras de dos litros y fuentes de humeantes salchichas).

En 1922, Hitler lo nombró comandante de las SA (v.) o sección de asalto (Sturmabteilung), el brazo armado del partido. Hitler quedó satisfecho de su trabajo: «Convirtió en batallones disciplinados a una horda de matones».

El día del Putsch (v.), Göring marchaba marcial en primera fila cuando la policía disparó contra los golpistas. Herido de un balazo en la ingle, consiguió huir y recibir cuidados médicos. Durante su convalecencia en Innsbruck padecía grandes dolores que le calmaban con inyecciones de morfina, lo que le provocó una dependencia de la droga que lo acompañaría de por vida.

Después de un tiempo dando tumbos por el mundo, intentando librarse de su adicción, regresó a Múnich y a Hitler tras la amnistía general de 1927, y ocupó un escaño en el Reichstag como representante de Baviera.

Hitler se había propuesto ganar el poder por medios democráticos. Para ello necesitaba distanciarse de la chusma de los SA y Alte Kameraden (v. camisas viejas) y adoptar el aspecto de un político serio, dialogante y relacionado con las clases superiores, incluidos la aristocracia y el Ejército. Göring, un hombre de arrolladora simpatía, popular, bien relacionado y héroe de guerra, introdujo a Hitler en esos ambientes. El agradecido Hitler acumuló cargos sobre él:

¿Cómo pudo atender tantos cargos? En realidad, no lo hizo. Era un ciclotímico que pasaba de la hiperactividad a la indolencia. Casi todo lo delegaba en subordinados capaces de modificar discretamente las decisiones insensatas del jefe.

Vayamos ahora a su vida personal.

Tras el fallecimiento de Carin (17 de octubre de 1931) no hubo mujeres en su vida hasta que se prendó de una mediocre actriz de Hamburgo, Emmy Sonnemann, divorciada, algo pavilucia, con la que contrajo matrimonio apadrinado por Hitler (10 de abril de 1935). Una escuadrilla de la naciente Luftwaffe sobrevoló el evento.

Emmy aceptó con naturalidad que su esposo viviera anclado en el recuerdo de la aristocrática Carin e incluso le dedicara una especie de capilla en su residencia berlinesa de Kaisserdamm, 34, además de su palacio campestre (v. Carinhall). Tampoco le importó que trajera sus restos y los sepultara en un hipogeo monumental con vistas al lago. «Otras mujeres quisieran que su rival estuviera muerta», comentó. Sin embargo, era menos pusilánime de lo que aparentaba. Disputó a Magda Goebbels (v.) el título extraoficial de primera dama del Reich y su comportamiento arrogante con Eva Braun (v.) hizo que Hitler dejara de invitarla al Berghof (v.).

Cumplidos los 30, Göring engordó considerablemente (siempre había tenido tendencia) y dejó de luchar contra su adicción a la morfina.49 También dio rienda suelta a sus apetencias de poder, riquezas y honores. Había viajado por Italia y concibió su vida como la de un príncipe del Renacimiento, pero a falta de ducado que regir se procuró lo más parecido en su finca de Carinhall y en su coto de Emmyhall, del bosque de Rominten. Poseía mansiones, castillos y cotos de caza en Alemania, Francia, Austria y Polonia, y quizá la mayor colección particular de arte de Europa.

Göring, «sentimental con los suyos, pero totalmente insensible hacia el resto», aficionado al lujo, a la caza mayor y a la morfina. Extremadamente coqueto, diseñaba sus propios uniformes, a cuál más aparatoso, ¡uno de ellos rosa!

Göring en uno de sus cotos de caza.

Ciano escribe en su diario: «Llevaba en el dedo anillos de singular belleza. Explicó que los había adquirido relativamente baratos en Holanda aprovechando el embargo decretado sobre los objetos preciosos. Me han contado que juega con las piedras preciosas como un chiquillo con sus canicas. Durante el viaje estaba nervioso, entonces sus ayudantes le llevaron un vasito lleno de brillantes: los puso sobre la mesa, los contó, los alineó, los revolvió y se sintió feliz. Un militar de su séquito decía anoche: “Le gustan dos cosas, las cosas bellas y la guerra”. Deportes caros, uno y otro. Llevaba en la estación una gran pelliza de martas cibelinas, algo entre un chófer de 1906 y la cocotte en la ópera. Si uno de nosotros hiciese algo semejante, sería lapidado; en cambio, a él, en Alemania, lo aceptan así y a lo mejor hasta lo quieren. Porque es un poco humano».50

El mordaz Goebbels (v.) lo tomó como blanco favorito de sus chistes: «El dominguero que se disfraza de cazador y se hace transportar en su automóvil hasta lo que él llama la naturaleza salvaje para apoyar en la horquilla de un árbol el fusil con mira telescópica».

Nuestro compatriota Abeytúa (v. corresponsales españoles en Berlín) cotillea sobre el personaje:

Göring es eunuco. Durante la Gran Guerra recibió, cuando combatía en su avión, un tiro que le interesó los órganos reproductores.

En 1923, al producirse el Putsch (v.) de Múnich, la complexión física del antes esbelto y varonil Junker acusaba ya muchos estigmas de degeneración. Su vientre se había hecho prominente; las caderas, anchas; la voz, atiplada. Las aficiones masculinas se trocaron en inclinaciones características de los guardianes del harén: gusto desmedido por las joyas, los uniformes llamativos y las condecoraciones rutilantes […] ¡Hermann Göring tuvo descendencia! La que lleva su apellido es hija del mariscal, no sonrían los maliciosos. Sin embargo, el matrimonio no se habría consumado; el milagro corrió a cargo de la ciencia.51

Hacia el final de la guerra, sus desaciertos lo infamaron, especialmente el de la Luftwaffe, incapaz de defender los cielos alemanes. A pesar de todo, Hitler lo mantuvo en sus cargos, aunque dejó de confiar en él.

En vísperas de la caída de Berlín, dinamitó Carinhall y se refugió con todos sus tesoros en su residencia alpina de Obersalzberg. Desde allí dirigió un telegrama a Hitler planteándole la sucesión. La propuesta pasó, como todo entonces, por las manos de su enemigo Bormann (v.), que cizañó a Hitler para que la interpretara como una traición del mariscal. El Führer montó en cólera, lo destituyó de todos sus cargos y honores y ordenó su arresto. Göring se puso a salvo entregándose a los ingleses. Llevaba consigo un equipaje de «47 maletas, una gran cantidad de piedras preciosas y la mayor parte de la oferta mundial de dihidrocodeína».52

Fue la prima donna en el proceso de Núremberg (v.), no solo porque sus colegas del círculo hitleriano habían pasado a mejor vida, sino por su propia actuación, entre cínica y desdeñosa. En cautividad, lejos de sus rebosantes despensas y de los manteles del Horcher, había adelgazado 35 kg, se había desenganchado del caballo y había recuperado la lucidez de antaño. En sus intervenciones puso en aprietos más de una vez a los fiscales. Cuando conoció su sentencia de muerte, solicitó que lo fusilaran, como el militar que era, pero los jueces se lo negaron: a la horca como todo el mundo. Su último acto patricio fue suicidarse con cianuro tres horas antes del cumplimiento de la pena (15 de octubre de 1946). Dejó escrito: «Escojo morir como el gran Aníbal». Todavía se discute quién le proporcionó el veneno.

La viuda se hizo la tonta y consiguió vivir con desahogo con la parte del botín que le dejaron. Muchos años después, escribió unas memorias, An der Seite meines Mannes (Al lado de mi esposo).53

GOTT MIT UNS («Dios con nosotros»). Lema militar prusiano que figuraba en las hebillas del uniforme de la Wehrmacht (v.). Al parecer, desciende directamente del grito de guerra nobiscum Deus («Dios con nosotros») de los caballeros de la Orden Teutónica que luego adoptaron sucesivamente Gustavo II Adolfo de Suecia, el reino de Prusia y el Segundo Imperio Alemán.

GÖTTERDÄMMERUNG (v. crepúsculo de los dioses).

GRAN ALEMANIA (Grossdeutschland). Así llamaban los nacionalistas a la nación imaginada que reuniera a todos los territorios de habla alemana. Esta empresa, que tras la derrota de la Gran Guerra parecía irrealizable, la consiguió Hitler después de las anexiones de…

  1. Austria (v. Anchluss, 12 de marzo de 1938).
  2. Los Sudetes (10 de octubre de 1938).
  3. Memel (23 de marzo de 1939).
  4. Dánzig y Prusia Occidental (2 de septiembre de 1939).
  5. Eupen-Malmedy (18 de mayo de 1940).
  6. Alsacia-Lorena (7 de agosto de 1940).
  7. Luxemburgo (agosto de 1942), aunque para entonces lo de Grossdeutschland se les quedaba pequeño y preferían denominarlo Grossdeutsches Reich (Gran Reich Alemán).

GRECIA (Griechenland). Los románticos alemanes admiraban la Grecia clásica y la tomaron, idealizada, como modelo de la sociedad a la que aspiraban.

Goethe, modelo de tantos alemanes, nunca visitó Grecia, pero a partir de sus lecturas del historiador J. J. Winckelmann (1717-1768) creyó encontrar en los griegos antiguos el modelo imitable de la sociedad perfecta. Para Winckelmann, la sociedad griega aspiraba a la belleza y la virtud, la kalokagathia (καλοκαγαθία).54

La adoración goethiana por los griegos, multiplicada en sus admiradores románticos, llega hasta Gobineau, que ante la evidencia de que los griegos de nuestro tiempo suelen ser recortaditos y renegridos y no tan desarrollados técnicamente como los países del norte, decidió que los griegos de la época de Pericles y aledaños no pertenecían a esta especie, sino que eran arios puros emparentados con los germanos. Así demostraba que el progreso de la humanidad es privativo de la raza aria (v. ario).55

GRESE, IRMA ILSE IDA (1921-1945). Irma Grese, pésima estudiante de primaria, enfermera frustrada después, a los 18 años halló por fin acomodo como SS-Oberaufseherin («guardia femenina») en los campos de Auschwitz (v.), Ravensbrück y Bergen-Belsen.

Sádica desenvuelta, azotaba a las prisioneras con una fusta y cuando encontraba alguna de su gusto la obligaba a mantener relaciones lésbicas. Acerca de ella circulan varios bulos o noticias sin consistencia alguna: que fue amante del doctor Mengele (v.) y de Josef Kramer, comandante del campo de Belsen, o que su padre la expulsó de casa cuando se presentó vestida con el infame uniforme de guardesa. También se le atribuyeron los objetos confeccionados con pieles de prisioneros tatuadas que se hallaron en el campo.

Al término de la guerra, los ingleses la juzgaron, la condenaron a muerte y la ejecutaron (12 de diciembre de 1945). Nunca supo que aquel señor de aspecto distinguido que le colocaba el nudo bajo la oreja izquierda era el famoso verdugo británico Albert Pierrepoint. Exasperada por los movimientos pausados y precisos del profesional, le gritó: Schnell! («¡rápido!»). Pierrepoint no la entendió y siguió a lo suyo. Ajustó el nudo, le metió por la cabeza el capuchón blanco, bajó la palanca y se abrió la trampilla bajo la condenada, que cayó 2 m más abajo, ¡crac!, sonó el cuello al descoyuntarse. Ella quedó exangüe. Perdió un zapato. Tenía los pies bonitos. Un líquido amarillento le chorreaba desde el dedo gordo del pie izquierdo.

Irma Grese (n.º 9) en su juicio con unas colegas.

GRIAL (Graal). Ya hemos comentado que en el periodo de entreguerras, tras la humillación del Tratado de Versalles (v.), muchos alemanes profesaron cierta mística nacionalista, patriótica y neopagana que exaltaba la raza aria y la mitología germánica (v. cosmovisión). De la mano de estas ideas floreció un robusto brote de pseudociencia que pretendía probar científicamente la existencia de una raza aria superior.

Sesudos académicos a sueldo del nazismo prestaron su ciencia a la investigación de vestigios arqueológicos, lingüísticos y folclóricos que sustentaran tan peregrinas teorías. Uno de los campos indagados fue el folclore europeo que originó la llamada materia de Bretaña, el rey Arturo, los caballeros de la Tabla Redonda, Parsifal y el Santo Grial, que el imaginario alemán se había apropiado tras su divulgación en las populares óperas de Richard Wagner (v.) Lohengrin (1850) y Parsifal (1882).

En manos de ocultistas alemanes de diverso pelaje (Jörg Lanz von Liebenfels y Jósephin Péladan), el grial se transformó en «el misterio de la religión ariocristiana primigenia» (v. religión alemana) y depositario sagrado de la herencia racial aria que se manifestaba en la superioridad de esa raza, la de los rubios, altos y con ojos azules, o sea, los alemanes y los nórdicos.

Las admiradas óperas de Wagner denominaban Montsalvat al castillo del Grial.56 El filólogo alemán Karl Rosenkranz lo había identificado, en 1847, con la montaña y santuario de Montserrat. Posteriormente algunos autores catalanes de los años treinta (Manuel Muntadas Rovira o Marius André) abundaron en la misma idea. Eso explicaría el interés de Himmler (v.) por visitar Montserrat (23 de octubre de 1940).

El otro posible castillo del grial, reivindicado esta vez por los nacionalistas occitanos, era Montsegur, al sur de Francia. El movimiento esotérico en torno al último bastión de los cátaros lo inició una asociación cultural, activa entre 1934 y 1939, los Amigos de Montsegur y del Santo Grial, que agrupaba a artistas, folcloristas e historiadores de la región.

Castillo de Montsegur.

En estos años, que coinciden con la llegada de los nazis al poder, el joven romanista alemán Otto Rahn (1904-1939) preparaba su tesis doctoral sobre la herejía albigense. Convencido de que la atribución de Montserrat como castillo del grial era una astucia de san Ignacio de Loyola para desviar la atención del verdadero castillo del grial, el Montsegur cátaro,57 en 1929 se dedicó a explorar Montsegur y las splougas (cuevas fortificadas), donde sospechaba que los cátaros habían ocultado el Santo Grial, para él una esmeralda del tamaño de un galápago desprendida de la frente de Lucifer (de acuerdo con la tradición germánica).

En 1932 Rahn publicó Cruzada contra el grial,58 un libro que llamó la atención de Himmler, quien integró al joven autor en sus SS (v.) y le encargó la redacción de otro, La corte de Lucifer (1938).59

Indagando en las supuestas raíces ocultistas del catarismo, algunos pseudocientíficos nazis intentaron vincular a los cátaros en sus teorías antisemitas, basándose en que ellos, aun titulándose cristianos, rechazaban el Antiguo Testamento.

Rahn tenía problemas con el alcohol, quizá porque no aceptaba su latente homosexualidad. En 1939, expulsado de las SS por su conducta irregular y su escaso entusiasmo ario, se suicidó ingiriendo una sobredosis de barbitúricos o, según otras versiones, dejándose morir de frío en la cumbre del Wilden Kaiser (Alpes tiroleses).

GRÖFAZ. Acrónimo sarcástico relativo a Hitler (v.). Deriva de Grösster Feldherr aller Zeiten («el mayor estratega de todos los tiempos»), como lo proclamó Keitel tras la batalla de Francia y lo llamaba la prensa en los tiempos de vino y rosas. Cuando las cosas vinieron mal dadas, decayó su uso, excepto en plan sarcástico.

GUERRA RELÁMPAGO (Blitzkrieg). Después del Tratado de Versalles (v.), los generales alemanes desprovistos de mando y tropa dieron en pensar en qué había fallado para perder una guerra que ya daban por ganada. Además de la conveniente pamema de la puñalada trapera (v.), llegaron a la conclusión de que haberse enzarzado en una guerra de desgaste los perjudicó, dado que Alemania carecía de los abundantes medios del adversario.

Puestos a preparar la guerra siguiente, consideraron que Alemania solo podría vencer en una guerra breve, cosa de pocos meses. De ese concepto partió la idea de la Bewegungskrieg («guerra de movimiento») opuesta a la guerra estática de trincheras. Este nuevo concepto se basaba en la Auftragstaktik («táctica de misiones concretas»). De esos desarrollos nació la Blitzkrieg: ataques contundentes en los puntos vitales del enemigo (Schwerpunkt) con unidades móviles de infantería (transportada en vehículos), concentración de blindados y artillería autopropulsada, y apoyo táctico de la aviación. El general Guderian lo resumía en tres palabras: Nicht kleckern, klotzen! («¡golpeando, nada de hacer cosquillas!»).

Los alemanes partían de la experiencia de una táctica que ya habían ensayado en 1916: la infiltración de pelotones de asalto (Sturmtruppen) integrados por soldados escogidos, armados y entrenados especialmente,60 que penetran en territorio enemigo para atacar objetivos vitales de la retaguardia o en las mismas trincheras, tomadas por la espalda.61

La táctica de infiltración consistía en un bombardeo súbito y breve sobre el sector del frente que se quería atacar, sin intentar triturar al enemigo como se hacía al principio de la guerra, cuando el prolongado bombardeo anunciaba el ataque e imposibilitaba el efecto sorpresa. Bajo este fuego de cobertura, antes de que terminara incluso, se lanzaban los grupos de asalto que rebasaban la trinchera enemiga, eludiendo sus puntos más fuertes, para infiltrarse en su retaguardia y destruir objetivos concretos (artillería, cuarteles, comunicaciones). Solo entonces se produce el ataque de las fuerzas regulares a lo largo de un sector del frente más amplio, con morteros, lanzallamas y ametralladoras, lo que permite avanzar posiciones y conquistar la trinchera enemiga.

Sorpresa y velocidad son las claves. Atacar y destruir puntos vitales antes de que el enemigo pueda reaccionar. En lugar de intentar controlarlo todo desde el puesto de mando en retaguardia, se deja que los jefes de pelotón improvisen sobre la marcha.

Los generales de Hitler ensayaron la Blitzkrieg en la campaña de Polonia, que no fue perfecta porque hubo mucha descoordinación, pero de ella sacaron enseñanzas que se demostraron eficaces en las campañas de Francia y de Rusia. A partir de ahí, a Alemania se le acabó la cuerda y los aliados aplicaron el rodillo, con las consecuencias conocidas.

GUERRA TOTAL (v. Sportpalast, discurso del).