MÄDELFÜHRERIN (v. Reichsreferentin).
MÄDELFÜHRERIN (v. Reichsreferentin).
MARISCAL. La dignidad máxima en el Ejército alemán era el mariscalato, cuyo símbolo, un elaborado bastón, se introdujo a mediados del siglo XIX.
En la Edad Media, el marstall era el guadarnés o lugar donde se almacenaban los arneses de los caballos. De esa palabra derivaba el oficio del marschall, el oficial que administraba caballos y establos.1
Durante la Gran Guerra, el káiser Guillermo II solo nombró mariscal (Generalfeldmarschall) a cinco generales.2 Hitler nombró nada menos que a 283 y creó un cargo nuevo de Reichsmarschall («mariscal del Reich» o «sobremariscal», algo así como generalísimo) que otorgó al vanidoso Göring (v.) para que no se sintiera menoscabado ante el ascenso de tantos colegas a un rango igual al suyo.
La enseña honorífica del mariscal es su bastón (Marschallstab). El bastón ceremonial era un tubo de aluminio de medio metro de largo y unos 3 cm de diámetro que se revestía con terciopelo rojo o azul y se adornaba con apliques de oro y plata a gusto y diseño del galardonado. Los bastones se fabricaban en los talleres joyeros H. J. Wilms de Berlín.
El bastón de diario era más largo (78 cm), más fino (2 cm que se reducían a 1,4 cm en el extremo), y más sencillo, solo adornado con una empuñadura de plata o latón.
MARSCH AUF DIE FELDHERRNHALLE («marcha a la Feldherrnhalle»). Era la marcha anual que conmemoraba el Putsch (v.) de Múnich (8-9 de noviembre de 1923). Los participantes, la cúpula nazi y un nutrido grupo de Gauleiter (v.) provinciales seguidos de la turba parda recorrían el itinerario que siguieron los participantes del memorable Putsch hasta el Feldherrnhall (v.) y desde allí se dirigían al panteón memorial de la Odeonsplatz.
Los devotos repetían el lema Und Ihr habt doch gesiegt! («¡Y al final alcanzasteis la victoria!»).
Era una jornada convivencial en la que se desfilaba, se entonaban himnos y se convidaba a cerveza a los Alte Kameraden (v.) del periodo de lucha (v. Kampfzeit), que lucían orgullosos la condecoración reservada a los que vivieron aquel acontecimiento.
MÄRZVEILCHEN (v. violetas de marzo).
MAUTHAUSEN. Mauthausen es un pintoresco pueblecito en la Alta Austria, a orillas del Danubio, distante 20 km de Linz (v.). Aquí instalaron los alemanes en 1938 un campo de exterminio mediante el trabajo en la explotación de una estupenda cantera de granito de la que saldría buena parte de la piedra necesaria para la construcción de Germania (v.) y otras obras del Reich milenario (v.).
Mauthausen creció hasta convertirse en el centro de un complejo sistema de unos 50 subcampos en los que pudieron padecer unos 80.000 internos.
En Mauthausen, clasificado en la categoría III, la más dura, se accedía a las canteras por una escalera de 186 pinos peldaños, «la escalera de la muerte», que los penados tenían que transitar cargados con grandes piedras y azuzados por los vergajos de los Kapos.
Mauthausen se especializaba en presos políticos. Por este motivo internaron allí a varios miles de republicanos españoles capturados en Francia. Como Franco se desentendió de ellos, llevaban sobre el uniforme el triángulo de apátridas, aunque con la letra S, que indicaba el país de origen.
El barcelonés Francisco Boix, empleado en el laboratorio fotográfico del campo, consiguió ocultar una buena cantidad de negativos que sirvieron para inculpar a algunos criminales de guerra en los juicios de Núremberg (v.).
Mauthausen fue liberado por los americanos el 5 de mayo de 1945. Extendida por la fachada encontraron una gran pancarta que decía: «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras».
MEDICINA NAZI. En la Alemania nazi, el individuo se supeditaba al pueblo (v. Volksgemeinschaft) y si era necesario debía sacrificarse por él. Ya desde la República de Weimar, el movimiento eugenésico denunciaba a la medicina moderna porque al salvar indiscriminadamente a las personas (en aplicación del juramento hipocrático) contrariaba las leyes de la evolución. Más atrevidos que sus predecesores demócratas, los nazis llevaron esa idea al extremo de su aplicación práctica: si la medicina moderna está equivocada, hay que corregirla (v. eugenesia).
El Estado, como manifestación organizada del pueblo, no puede permitirse gastar sus recursos en el cuidado de vidas indignas de vivirse (v. Lebensunwertes lebens), contrariando la selección natural, lo que conduce a la decadencia de la especie humana. La salud racial del pueblo justifica la eliminación de los enfermos y la esterilización de los tarados (v. Aktion T4).4 Buena parte de la clase médica de Alemania y Austria era partidaria del darwinismo social, una pseudociencia que prometía mejorar la raza haciéndola más sana, más fuerte e incluso más bella.5
Con ese mismo razonamiento llevado al extremo también se justificaba el genocidio. Había que suprimir a las razas contaminantes o nocivas para la raza aria superior (judíos, gitanos, negros, eslavos…).6
Hitler depositó sobre los médicos la responsabilidad de depurar al pueblo alemán. «Puedo pasar sin abogados, sin ingenieros, sin constructores, pero sin vosotros, los médicos nacionalsocialistas, no puedo pasar ni un solo día ni una sola hora. Si me falláis, todo está perdido. ¿Para qué sirve nuestra lucha, si la salud de nuestro pueblo está en peligro?»
La clase médica respondió muy favorablemente a las demandas de Hitler.7 El 44 % de los médicos alemanes se afiliaron al partido nazi (v. NSDAP) y constituyeron la Asociación Médica Nazi (NS Ärztebund), que acataba los siguientes principios:
De este 44 % de médicos, un 25 % colaboró en el proceso de identificación de los candidatos a esterilización.
Trescientos tribunales de Justicia especiales integrados por dos médicos y un juez decretaron la esterilización forzosa de más de 400.000 deficientes mentales y portadores de enfermedades hereditarias entre 1934 y 1939.9
Dada la aparente similitud física de los individuos de las razas nocivas y las superiores, se justificaba que la medicina los usara como cobayas (¡en el país donde Göring (v.) había prohibido la vivisección de animales!). En los campos de exterminio (v.), los experimentos generaban resmas de informes, algunos de algún interés para la comunidad científica y otros sin más valor que el de mantener a sus ejecutantes en la cálida y cómoda retaguardia, sin tiros ni sobresaltos. Entre ellos, cabe destacar:
En el campo de Buchenwald, el doctor Carl Værnet intentaba curar la homosexualidad insertando en el paciente una cápsula que liberaba hormonas masculinas (v. sexo: del desparrame de Weismar a la contención nazi).10
Cuando comprendieron que la guerra estaba perdida, los responsables de las universidades alemanas se esforzaron en desvincularse de los experimentos pseudocientíficos con seres humanos que ellos mismos habían fomentado. No siempre consiguieron disimular sus implicaciones.
Examinemos un caso para muestra: cuando las tropas aliadas alcanzaron Estrasburgo (23 de noviembre de 1944), los soldados enviados a ocupar su prestigiosa universidad hicieron un macabro hallazgo en las dependencias del Instituto Anatómico: los restos de 57 hombres y 30 mujeres despiezados y metidos en bañeras de alcohol sintético.11
De la documentación incautada se pudo deducir que el director de la prestigiosa institución académica, el profesor August Hirt, que tenía el grado de capitán de las SS, había solicitado 115 cadáveres judíos con determinadas características de sexo, edad y estructura ósea, de cuyo estudio derivaría una exposición itinerante que demostrara al gran público la inferioridad de la raza judía.
La pista de los cadáveres conducía a Auschwitz (v.). En junio de 1943, Rudolf Brandt y Wolfram Sievers, jefes de la Ahnenerbe (v.), habían solicitado de sus colegas antropólogos destacados en el campo de Auschwitz (el Hauptsturmführer Bruno Beger, de Múnich, y Hans Fleischhacker, de Tubinga) que seleccionaran a 115 judíos de ciertas características para la obtención de los esqueletos precisados por la Universidad de Estrasburgo.
Los judíos se recibieron y gasearon (19 de agosto de 1943) en el campo de exterminio más cercano a la universidad demandante, el de Natzweiler-Struthof, en Alsacia (el único implantado en suelo francés), desde donde los cuerpos se enviaron a la universidad en tres camiones. El profesor Hill se hizo cargo de ellos, pero después de despiezarlos abandonó el experimento, quizá preocupado por la adversa marcha de la guerra. El caso es que los archivó en los sótanos de su instituto y se olvidó del tema. Implicado en otros experimentos anatómicos igualmente delictivos, Hirt fue condenado a muerte in absentia en los juicios de Núremberg (v.), aunque luego se supo que se había suicidado anteriormente, disparándose un tiro en el corazón (2 de junio de 1945).12
Después de la guerra se celebraron varios juicios a médicos. El más sonado, paralelo al de los jerarcas nazis en Núremberg, sentó en el banquillo a 23 doctores, de los que siete fueron condenados a muerte, nueve a penas de prisión y los restantes siete resultaron absueltos.
La razón de tal lenidad reside en que la sociedad, debilitada por la guerra y hambrienta, necesitaba más que nunca de sus médicos. También influyó el hecho de que los inculpados más notorios dispusieran de amistades influyentes en el bando aliado, especialmente entre los colegas de sus mismas especialidades. Esta es la causa de que la inmensa mayoría escapara sin castigo, continuara ejerciendo la medicina y hasta alcanzara honores y reconocimientos.
Un caso representativo es el doctor Otmar von Verschuer, virulento antisemita y director del Instituto de Antropología de Berlín, del que hablamos páginas atrás (v. Kaiser Wilhelm Gesellschaft).
Después de la guerra lo acusaron de ser compañero de viaje de los nazis (v. Mitläufer), pero el asunto no prosperó. Verschuer era muy admirado por sus colegas americanos, que movieron las influencias necesarias para protegerlo. Al final, ni siquiera se le sometió a proceso de desnazificación (v.), aunque luego él, siempre atento a orientar sus velas según la dirección del viento, se redefinió por cuenta propia al servicio del nuevo Estado, abjuró del nazismo, profesó el cristianismo (incluso advirtiendo contra la tentación de mejorar la raza genéticamente, en la línea oficial de la Iglesia católica) y, mientras su discípulo Mengele se ocultaba debajo de las piedras, este colaborador necesario prosiguió su brillante carrera a la luz de los focos como profesor de Genética en Münster y como presidente de la Sociedad Alemana de Antropología. Eso sí, su karma le salió al encuentro en 1969, cuando falleció en accidente de tráfico.
Otros médicos con palmarés semejante:
Cumplidos sus tres años de prisión por los juicios de Núremberg, Reiter se reincorporó a la investigación médica y no volvieron a molestarlo, a pesar de la aparición de pruebas de su implicación directa en cientos de asesinatos. Antes bien, lo premiaron con la Medalla de Honor de la Cruz Roja y el nombramiento de miembro de honor de la Royal Society de Londres.
MEFO, BONOS (abreviatura de Metallurgische Forschungsgesellschaft mbH o Sociedad para la Investigación Metalúrgica S. L.). ¿Cómo podía Hitler, recién llegado al poder, impulsar la economía alemana, lastrada por la inflación y el desempleo?
El economista Hjalmar Schacht (v.) propuso cierta ingeniería financiera consistente en crear una empresa fantasma, la Mefo, que financiaba mediante pagarés respaldados por el banco estatal (los bonos Mefo) las armas que las cuatro principales empresas alemanas (Krupp, Siemens, Gutehoffnungshütte y Rheinmetall) fabricaban para el Gobierno.
Schacht aplicaba las doctrinas del economista británico Keynes (1883-1846), según las cuales el desempleo se debe a la inversión insuficiente. Si aquí disponemos de varios millones de parados dispuestos a trabajar como negros (dicho sea sin implicación racial), aprovechémoslos y que se pongan a fabricar armas porque ya mismo haremos una guerra con cuyo botín financiaremos la deuda flotante. Al propio tiempo, la introducción de ese intermediario ficticio nos permitirá burlar las restricciones impuestas por el Tratado de Versalles (v.).13
La construcción de obras civiles (Organización Todt), la industria de guerra y el desempleo de la mujer (que tuvo que dejar sus puestos al hombre para dedicarse al hogar y a dar hijos a la patria, según la nueva concepción nazi [v. mujer nazi]) absorbieron el desempleo, aunque el salario real decreciera un 25 % entre 1933 y 1938.
Los bonos Mefo venían a ser letras de cambio pagaderas a los cinco años, que los bancos admitían con el respaldo del banco central del Estado, el Reichsbank. Agotado el plazo, se había acumulado un pufo de 12.000 millones de Reichsmarks. Surgieron discrepancias entre el Reichsbank y el Ministerio de Finanzas, que culminaron con la dimisión de Hjalmar Schacht (20 de enero de 1939).
Lo que a medio plazo habría provocado una inflación indeseable se compensó sobradamente con el saqueo de las naciones invadidas durante la guerra, reservas de oro incluidas (v. oro nazi).
MENGELE, JOSEF (1911-1979). Mayo de 1943. El doctor Josef Mengele, un apuesto oficial de 32 años, se apeó del Volkswagen Kübelwagen y contempló su nuevo destino mientras un obsequioso esclavo vestido de pijama a rayas se hacía cargo del equipaje.
Auschwitz (v.), Polonia. Los ribazos reventaban de flores, en plena primavera, y el aire traía un efluvio no del todo desagradable a barbacoa demasiado hecha. Mengele encendió un cigarrillo Eckstein que extrajo de su pitillera de plata, se tiró de los faldones de la guerrera y caminó con paso tranquilo hacia el edificio de la administración.
El doctor Mengele había cursado Medicina, se había doctorado en Antropología y era investigador en el Instituto de Biología Genética e Higiene Racial de Fráncfort cuando la guerra lo apartó de sus estudios y lo envió al frente ruso. Una oportuna herida lo devolvió a Alemania y a su nuevo destino.
Se sentía feliz. Los campos de exterminio (v.) ofrecían excelentes oportunidades a un investigador de la genética humana, especialmente si además era sádico. Ya hemos contado que el joven Mengele estaba en contacto con su antiguo profesor y director de tesis doctoral, el famoso doctor Otmar von Verschuer (v. Kaiser Wilhelm Gesellschaft), en ese momento al frente del Kaiser-Wilhelm-Instituts für Anthropologie, Menschliche Erblehre und Eugenik (Instituto Káiser Guillermo para la Antropología, la Genética Humana y la Eugenesia). El doctor Verschuer le había procurado una sustanciosa beca de la Deutsche Forschungsgemeinschaft (Fundación Alemana de Investigación) y le había pedido que realizara el trabajo de campo que requerían sus estudios.
—Será un honor, Herr Doktor. Esto es un chollo. La ciencia avanzará lo indecible: tenemos las manos libres para toda clase de experimentos que antes no podíamos realizar por falta de cobayas humanas.
Fue una suerte que los judíos, aunque no pertenecieran al linaje humano, presentaran sin embargo las mismas características físicas de las personas. Viéndolos sangrar, nadie diría que aquella sangre era contaminante, como enseñaban las doctrinas raciales.14
Mengele era un alumno distinguido. Comenzó investigando la identificación racial a partir de ciertas proteínas y la incidencia de la raza en la pigmentación del iris, un tema en que también trabajaba la atractiva doctoranda de 34 años Karin Magnussen, otra pupila de Verschuer.15
El proyecto más absorbente de Mengele fue el estudio de los gemelos, dirigido en la distancia por el doctor Verschuer. El prestigioso científico había encontrado en su alumno al colaborador ideal, un hombre brillante y concienzudo, perfectamente desprovisto de empatía y libre de escrúpulos éticos. Apoyado en esas prendas morales, Mengele realizó amputaciones, castraciones y operaciones de cambio de sexo, inoculó enfermedades y no se sabe a cuántos niños cegó después de inyectarles preparados en el iris. Incluso cosió a dos niños por la espalda intentando crear una pareja de siameses. En fin, sacrificó a parejas de hermanos con inyecciones letales a fin de estudiarlos en autopsias simultáneas. Todo por el avance de la ciencia.
El doctor Verschuer buscaba la fórmula genética que determina el nacimiento de gemelos. No había cuidado de que se le agotaran las cobayas humanas, nuevos trenes llegaban continuamente a Auschwitz con parejas de gemelos que renovaban continuamente las existencias.
De unos 1.500 gemelos que pasaron por el laboratorio de Mengele, solo sobrevivieron unos pocos cuando las tropas rusas liberaron Auschwitz en 1945. Interrogados por los oficiales de inteligencia, contaron que el doctor Mengele los trataba con cierto distanciado cariño, como esos cazadores desaprensivos que cuidan del galgo que ahorcarán en cuanto acabe la temporada de caza.
Después del desastrado final del Reich, nuestro doctor se despojó del uniforme de las SS (v.), tan favorecedor, se disfrazó con unas humildes y raídas ropas, recogidas del Kanada del campo y pasadas dos veces por la lavandería (era escrupuloso). Para completar su disfraz, se dejó crecer el cabello hasta borrar el pelado prusiano, trocó altivez en humildad y, en fin, procuró adaptarse a las exigencias de una documentación falsa a nombre de Fritz Hollmann, que mostraba en los controles mientras fluía con la muchedumbre de refugiados que llegaban del este.
Necesitado de sustento, Mengele se empleó como obrero agrícola en espera de que se asentaran las aguas. Quizá en un domingo de asueto lo obligaran los ocupantes a ver Auschwitz en uno de aquellos truculentos documentales de la desnazificación (v.).
Así pasó un par de años, hasta que en 1949 se sintió inseguro y, con ayuda de la red de escape de la ruta de las ratas (v.), embarcó en Génova a bordo del North King y desembarcó en Argentina (20 de junio de 1949), hogar seguro de tantos nazis a la sombra del general Perón.
Nuevo continente y nueva vida. Mengele encontró empleo como viajante de maquinaria entre Buenos Aires y Paraguay. Con las debidas cautelas estableció contacto con la familia para avisar de que seguía vivo, pero la distancia acabó con el matrimonio. Divorciado de su primera esposa (1956), contrajo nuevamente matrimonio con Martha, la viuda de su hermano. Cuando el nuevo Gobierno de Alemania pasó página y rehabilitó a colegas tan implicados en crímenes como él, se atrevió a solicitar un pasaporte con su nombre verdadero.
Voló a Suiza y tomó un tren para Alemania. La encontró muy cambiada, ya sin ruinas, otra vez pujante. Ya que todo el mundo parecía haber pasado página, se atrevió a contactar con antiguos camaradas. Juntos evocaron los viejos tiempos en que la vida no valía nada y los judíos eran microbios. Sentado en las terrazas de las cervecerías observaba a sus compatriotas. Las Juventudes Hitlerianas (v.) de antaño se habían convertido en estos jóvenes trabajadores que manejaban la tuneladora (invento de la época nazi) abriendo nuevas líneas de metro; en los camareros que lo servían; en la atenta recepcionista del hotel; en el ejecutivo elegante que acudía a una cita de negocios.
Habían prohibido la esvástica (v.) y el saludo brazo en alto, pero las caras y las mentes eran las mismas, con esa admirable capacidad de adaptación a las directrices del que mande que constituye la más señalada virtud de la raza superior.
Alemania estaba bien, pero Mengele había rehecho su vida en Sudamérica. Satisfecho, regresó al hogar adoptivo, donde tenía su nueva vida y a su nueva familia.
Todo le fue bien hasta que un impertinente cazador de nazis dio con su pista y lo denunció ante las autoridades alemanas. Ante la incordiante atención de la prensa sensacionalista, la fiscalía de Friburgo se sintió obligada a solicitar su extradición (5 de junio de 1959).
En Argentina, un simpatizante de los nazis, de los que nunca faltan en parte alguna, le dio el soplo. Mengele huyó al Paraguay bajo una nueva identidad y se le perdió la pista.
Quizá Paraguay no era suficientemente seguro ahora que se conocía su existencia. Se mudó a Brasil y ya no se volvió a saber de él hasta que, visitando a unos amigos en el pueblecito de Embu das Artes (las frondas exploradas siglos antes por el bandeirante Fernão Dias, buscador de esmeraldas), quiso tomar las olas como un jubilado alemán más y a las primeras brazadas en el océano le sobrevino un infarto y se ahogó: 67 años de edad tenía y seguía pensando como a los 30. Nunca se arrepintió de sus crímenes.
Piensen los creyentes que al final lo mató Dios mismo, harto de esperar a que el Mossad le hiciera justicia.
El curioso lector querrá saber qué fue de aquella chica atractiva, Karin Magnussen, a la que el enamorado Mengele hacía ojitos (o al menos se los suministraba). No le fue mal. Aunque era nazi hasta la médula y estaba implicada indirectamente en experimentos criminales, la consideraron solamente «compañera de viaje» (v. Mitläufer), y tras un par de repasos de la garlopa desnazificadora, se libró de la cárcel. En la posguerra reanudó su línea de investigación ocular con algún contratiempo menor, como cuando en 1949 intentó publicar un artículo en una prestigiosa revista científica y el editor Alfred Kuhn se lo rechazó con una carta explícita.16
Después de la guerra, la bella Karin se empleó como profesora de Biología en un instituto de secundaria femenino de Karlstrasse y residió con su pareja en la casa de sus padres en la Hagenauer Strasse, 7, de Bremen. El 29 de septiembre de 1973 falleció su compañera Dorothea Michealsen.
Sus últimos años transcurrieron en una residencia de ancianos en la que falleció el 10 de febrero de 1997 a los 89 años de edad sin abjurar del nazismo. En su obituario leemos: «Una vida llena de bondad, abnegación y sacrificio por los demás. La enfermedad se la llevó prematuramente. Gracias por el largo viaje por la vida y sus trabajos».
Cuando los herederos vaciaron la casa familiar para ponerla en venta, encontraron varios tarros de formol que contenían globos oculares humanos.
METALLSPENDE DES DEUTSCHEN VOLKES («donación de metal del pueblo alemán»). La patria necesita metales para fabricar armas. Iban por la calle chatarreros voluntarios de uniforme y trompeta convocando al vecindario a entregar objetos metálicos para fabricar balas y granadas. Las agrupaciones locales competían a ver quién llenaba antes su camión. Si tenías un chico o una chica en las Juventudes Hitlerianas (v.), lo más seguro era que te arrasara la cocina dejándote solo el rodillo de amasar. Las mujeres alemanas aprendieron a cocinar en ollas de barro, como sus abuelas, de cuando Arminio derrotaba a los romanos.
MINCEMEAT, OPERACIÓN. Un submarino británico descargó el cadáver de un supuesto oficial frente a las costas de Huelva (30 de abril de 1943). Como era previsible, las autoridades franquistas (v. Franco y Hitler) entregaron los documentos a la Abwehr (v.), que los consideró auténticos. Fiados en el informe, en Berlín se prepararon para una invasión aliada en las costas de Grecia con unas fuerzas en parte procedentes de Sicilia, que fue donde verdaderamente se produjo la invasión.
MISCHLING («mestizo»). Persona que tenía una parte de sangre judía y que, por lo tanto, estaba sujeto a restricciones según las Leyes de Núremberg (v.).
MIT BRENNENDER SORGE (Con ardiente preocupación). Encíclica de Pío XI (v. iglesias alemanas).
MITGEGANGEN, MITGEFANGEN, MITGEHANGEN («juntos compinchados, juntos capturados, juntos ahorcados»). Expresión popular alemana equivalente a la nuestra «a lo hecho, pecho» o «el que la hace la paga» que circuló mucho en forma oral o escrita en los amenes del Tercer Reich cuando los que habían apoyado el nazismo con entusiasmo cambiaron de postura e intentaron zafarse de sus responsabilidades.
«Me consta que la mayoría del pueblo, incluso hombres que ostentaban la insignia nazi en la solapa, execraban en el fondo de su conciencia de los procedimientos del sistema imperante y tenían la convicción de estar regidos por un equipo de psicópatas, ineptos e inmorales.»17
MITLÄUFER («compañero de viaje»). Expresión acuñada durante los juicios de la posguerra para designar a los que aceptaron la ideología nazi, pero no participaron activamente en sus crímenes.
MITTELWERK GMBH Y MITTELBAU-DORA. El devastador bombardeo de las instalaciones de V-1 y V-2 (v.) en Peenemünde (17 de agosto de 1943) determinó que el Ministerio del Reich para Armamento y Producción Bélica decidiera trasladar las instalaciones a las antiguas minas de anhidrita de Kohnstein, que en 1934 se habían ampliado para hacerlas servir como almacén de combustible. El ministro de Armamento Speer (v.) las hizo ensanchar más aún por esclavos traídos de Buchenwald.18
Para el servicio de esta fábrica se construyeron varios campos de concentración (v.) asociados al de Buchenwald que conocemos como Mittelbau-Dora (octubre de 1944). En este conjunto se distinguen tres tipos de campos, por los que los trabajadores esclavos (v.) pasaban sucesivamente según se iban debilitando debido a las extremas condiciones laborales: 1) producción; 2) construcción, 3) muerte.
De los 60.000 esclavos procedentes de 40 países empleados en el conjunto, se estima que perecieron unos 25.000.
La construcción de los cohetes V-1 y V-2 se confió a la empresa Mittelwerk GmbH, que se comprometía a fabricar 12.000 bombas V-2 al coste de 40.000 Reichsmarks la pieza (contrato de 19 de octubre de 1943).
Mittelwerk GmbH se transformó en un hormiguero bullicioso donde 2.500 técnicos y trabajadores alemanes auxiliados por 5.000 esclavos trabajaban día y noche en dos turnos de 12 horas para poner a punto los cohetes. A estos trabajos se fueron añadiendo otros en distintos túneles intermedios: motores de los nuevos reactores, misiles antiaéreos Taifun (Tifón), cazas Heinkel He 162 y hasta una planta de fabricación de oxígeno líquido.
De los 12.000 cohetes programados, Mittelwerk GmbH logró construir 4.575 antes de que la producción fuera interrumpida por la llegada de los americanos el 11 de abril de 1945.
Los americanos arramblaron con los cohetes construidos y con todo el material interesante antes de entregar la zona a la Administración soviética (1 de julio de 1945). En 1948 los rusos volaron las entradas de las galerías.
En 1995 se abrió un acceso al túnel B y se rescataron algunos motores y otras piezas medio herrumbrosas con destino a diferentes museos. Hoy se han hundido algunas galerías y otras están inundadas, pero los visitantes del Centro de Interpretación KZ Lager Mittelbau-Dora pueden todavía admirar unos 700 m del túnel B donde se montaban los cohetes.19
MONASTERIO, OPERACIÓN (19 de noviembre de 1942). Alexander Demyanov, agente doble soviético, informó a los alemanes de la inminente ofensiva de seis ejércitos al norte de Moscú; en realidad, fue una operación de distracción para desviar la atención de Hitler del ataque en tenaza que rodeó a las tropas alemanas en Stalingrado.
MONTSERRAT, MONTAÑA DE. ¿Por qué quiso Himmler (v.) visitar la montaña de Montserrat en su viaje a España (23 de octubre de 1940)? Seguramente, porque era un lugar popular entre los alemanes.
Alexander von Humboldt, el famoso geógrafo y explorador, hizo una excursión a la montaña en 1800 y, envuelto en nieblas, vivió cierta experiencia mística que le hizo recordar el poema de Goethe «Die Geheimnisse» («Los misterios»). Al regreso del viaje escribió a Goethe una larga carta, «Montserrat bei Barcelona» («Montserrat, cerca de Barcelona») en la que relataba su experiencia y alababa la naturaleza salvaje de aquella montaña «donde el hombre se siente en armonía con la naturaleza». Desde entonces Montserrat se incorporó al imaginario romántico alemán como un lugar mágico, un lugar de poder (Goethe, en un artículo fechado en 1816, escribe: «El hombre solo encuentra la paz en su propio Montserrat»).
Abundando en el tema, los aficionados a Wagner (v.) identificaron Montserrat con el Montsalvat de su ópera Parsifal, cuyo primer acto ocurre en el castillo del mismo nombre, vagamente situado «en las montañas del noreste de España».20 Ese es el motivo por el que Himmler aprovechó que pasaba por Barcelona y tuvo el antojo de visitar Montserrat, quizá huyendo de la pesadez de los actos de homenaje que continuamente recibía desde que puso el pie en España. Es posible que preguntara si tenían allí el Santo Grial (v. grial) o noticia de la reliquia que lo fascinaba no por su sentido cristiano, sino por el mito medieval artúrico.21
MORELL, THEODOR (1886-1948). Morell, el controvertido médico personal de Hitler (v.), había abandonado la medicina tradicional para consagrarse a la alternativa (holística), una pseudoterapia que se basa en los poderes curativos del propio organismo, combinados con ciertas sustancias extraídas de los reinos mineral, vegetal y animal.
Morell había ingresado en el partido nazi (v. NSDAP) en 1933 —era, por tanto, uno de los violetas de marzo (v.)—. Desprovisto de habilidades sociales, basto de modales, obeso, demasiado moreno para pasar por ario y enemigo declarado de la higiene personal, destacaba en el repulido cortejo de Hitler como una mosca en la leche.
¿Cómo se las arregló para ganarse la absoluta y casi suicida confianza del Führer? En ١٩٣٦ curó al fotógrafo Hoffmann (v.), gran doñeador, de una persistente gonorrea, y este, agradecido, se lo recomendó a Hitler cuando vio que los médicos convencionales no terminaban de acertar con el tratamiento de sus calambres estomacales. Morell le recetó Mutaflor, un dudoso producto probiótico que contenía bacterias Escherichia coli obtenidas de heces humanas. El Führer se sintió aliviado y cobró tal confianza en la medicina alternativa de Morell que, a partir de entonces, integró al curandero en su séquito para disgusto de casi todos y en especial del médico de cabecera, que en adelante solo se vio requerido en contadas ocasiones.
Hitler siempre tuvo problemas con el sistema digestivo, por eso se hizo vegetariano. Desde muy joven padecía de indigestiones y retortijones de barriga, seguramente de origen nervioso o histérico. A la molestia de las flatulencias en las vías superiores se sumaban los excesivos gases que producía su intestino, una gran contrariedad cuando eres una persona pública siempre rodeada de gente, por más que viajes en coches descubiertos e instales tus tribunas en espacios tan abiertos como el Zeppelinfeld.
No juraré yo que por eso dormía solo en lugar de compartir dormitorio con Eva Braun (v.), pero es razonable suponer que quizá ese ratito de soledad nocturna, contemplando el majestuoso Untersberg en la quietud de la noche desde su ventana del Berghof (v.), fuera el único espacio que tenía el hombre para pedorrear y eructar a gusto.
Morell era astuto y ambicioso. A la sombra de Hitler y contando con su favor, creó toda una industria farmacéutica con fábricas en Bucarest y otros lugares del imperio. Se enriqueció vendiendo polvos antipiojos para las tropas que combatían en Rusia, y Ultraseptyl, una sulfamida prohibida por las autoridades farmacológicas. Aunque fuera millonario, él continuó ofreciendo aquella impresión de modestia que se expresaba en el mantenimiento de su característica falta de higiene.22
El atentado del 20 de julio de 1944 reventó los tímpanos del Führer (v. atentados contra Hitler). El otorrinolaringólogo Giesing, que examinó al ilustre paciente, descubrió que consumía habitualmente píldoras del doctor Koestler, un fármaco que contenía estricnina y belladona.
Giesing comunicó su descubrimiento a los doctores Karl Brandt y Hanskarl von Hasselbach, médicos de cabecera de Hitler, los perpetuamente agraviados por la confianza que el ilustre enfermo ponía en su curandero.
—El Führer se está envenenando con esta porquería. Por eso tiene tantos calambres en el estómago.
Los médicos de Hitler no desaprovecharon la ocasión de denunciar a Morell por incompetencia criminal y fueron a Hitler con el cuento.
Les salió el tiro por la culata. Hitler escuchó la acusación y después de un silencio meditativo, como el que precede a las tormentas, estalló en cólera y mató al mensajero (no me lo tomen al pie de la letra, que es una frase metafórica), quiero decir que destituyó de sus cargos a Brandt y a Hasselbach, y borró al otorrino Giesing de la lista de especialistas adscritos a la Cancillería.23
Morell, el curandero mayor del Reich, el Ministro Inyector, como lo apodaba Göring (v.), sonreía entrecerrando sus ojillos porcinos como el que sin mover un dedo ha ganado por goleada.
Morell se sabía odiado, por eso se cubría la espalda llevando un dietario minucioso en el que anotaba los síntomas de su ilustre enfermo y el tratamiento que le dispensaba a diario.24
Como toda persona nerviosa, el Führer somatizaba mucho. Con el avance de la guerra, el aumento de malas noticias agravaba sus dolencias. Allí estaba Morell, el buhonero de los fármacos más insólitos, para suministrarle dosis cada vez más fuertes.
En los meses finales, ya abocado al desastre, el Führer necesitaba estimulantes para mantenerse despierto y sedantes para conciliar el sueño. Unas medicinas contrarrestaban el efecto de otras. La guerra se perdía y su salud se deterioraba proporcionalmente. Cuando abandonó este valle de lágrimas, acababa de cumplir 56 años, pero aparentaba 80. Era un anciano con el rostro abotargado y el tembleque del párkinson incontrolable (hasta entonces lo había disimulado agarrando una mano con la otra, según lo vemos posar en las fotografías).
El 22 de abril de 1945, en los compases finales del crepúsculo de los dioses (v.), Hitler despidió al doctor Morell para que pudiera ponerse a salvo en uno de los últimos aviones que salían del Berlín sitiado. A poco, el curandero cayó en manos de los americanos, que lo sometieron al preceptivo interrogatorio en un recinto bien ventilado. Morell recobró su libertad en 1948.
El chófer de Hitler, Erich Kempka, escribe de Morell:
Una de las personalidades más extrañas y discutidas entre todas las que constituían el círculo íntimo de Adolf Hitler, lo fue, sin duda, el profesor Theo Morell. En realidad, no es posible hablar del grupo inmediato a Hitler sin mencionar a dicho médico. No puedo yo juzgar de su capacidad profesional, pero sí decir que, como médico particular del jefe, logró ciertos éxitos indiscutibles y, en consecuencia, su influencia llegó a ser considerable. […]
En Innsbruck, en un día helado, el Führer se vio obligado a saludar repetidamente desde el balcón a los que lo aclamaban. Aquella misma noche se manifestaron los síntomas de un resfriado. El médico de servicio, doctor Brand, después de un reconocimiento meticuloso, declaró: «Mi Führer, para usted ha terminado la campaña electoral; mañana tendrá usted una afonía que le impedirá decir ni una palabra». El Führer, preocupado, dijo que era imposible suspender su actuación en plena campaña y regresar a Berlín. Supo Morell lo que ocurría y se presentó ante Hitler. Le rogó que le permitiese examinarle la laringe y dijo simplemente: «Si sigue usted estrictamente mis indicaciones, mañana estará usted bueno y sano». A partir de entonces, ya perteneció al círculo íntimo del Führer y nos acompañó en casi todos los viajes. […] Se fue haciendo un buen círculo de amistades, precisamente entre los grados medios e inferiores. En cambio, nunca llegó a relacionarse realmente con los altos cargos y defendía tenazmente el principio de que él era médico y nada más que médico, y que no le interesaba cultivar el trato social. Morell era un gran glotón y para él la comida nunca era lo bastante abundante. Esto daba lugar a muchas bromas y más de una vez ironizaban a su costa, pero a Morell todo esto le tenía sin cuidado y decía que lo principal era que su estómago quedase satisfecho.25
MUJER ALEMANA. La bienintencionada y progresista República de Weimar concedió el voto a la mujer e impulsó leyes que favorecían su incorporación al mercado del trabajo para que el matrimonio dejara de ser la única salida de la mujer sin medios de fortuna.26
La mujer alemana pasaba por ser la más liberada de Europa: vestía informal, practicaba deporte, fumaba y no llamaba la atención si entraba sola en un bar.
La llegada de Hitler alteró esa situación. Para él, la «emancipación femenina» era una corruptora idea judía que había que descartar. Hitler impuso al partido nazi (v. NSDAP), y en última instancia a Alemania, su modelo pequeñoburgués y tradicional de mujer, expresado en el trinomio de las «tres kas»: Kinder, Küche, Kirche (v.).27
Como decía Goebbels (v.), con argumento veterinario irrefutable, «la mujer tiene el deber de ser hermosa y traer hijos al mundo, y esto no es tan vulgar y anticuado como a veces se piensa. La hembra del pájaro se embellece para su compañero e incuba sus huevos para él […]. El papel principal de la mujer del Tercer Reich es ser madre, su misión y su valor es distinto al de los hombres. Por tanto, creemos que las mujeres y más concretamente las alemanas, que son más mujeres que ninguna otra del mundo en el mejor sentido de la palabra, deben dedicar su fuerza y sus habilidades a otras tareas diferentes a las de los hombres».
La propaganda antifeminista fue tan eficaz que las antes liberadas regresaron a la reclusión hogareña, a las trenzas y a las piernas intonsas.
—¿Y el maquillaje, mein Führer?
—Esos adobos propios de cabaretera prostituyen a la mujer alemana y la degradan. La mujer alemana debe ser natural, nada de depilarse las cejas o las piernas, y el sobaco manténgase peludo.
—¿Y la permanent, mein Führer, ese peinado de moda que tanto favorece a Inga Ley? —(v. Robert Ley).
—Descartada: a la doncella alemana la embellecen dos buenas trenzas rubias o la tradicional corona de trenzas (Gretchen), y a partir de cierta edad, el moño.
Consecuente con esta mentalidad del Führer, los SA (v.) de los primeros tiempos que patrullaban la calle en busca de rojos a los que apalear motejaban con malas palabras a las mujeres que les parecían excesivamente maquilladas o inmodestamente vestidas (v. Instituto de la Moda Alemana).
En el Völkischer Beobachter (v.) podía leerse: «Lo menos natural que encontramos por la calle es a la mujer alemana que, contrariando las leyes de la belleza, se ha pintarrajeado la cara como un piel roja con pinturas de guerra».28
En las reuniones de la BDM (v. Asociación de Muchachas Alemanas), las instructoras predicaban contra el maquillaje:
—La mujer alemana no lo usa. Solo los negros y los salvajes se pintan. La mujer alemana tampoco fuma. Su deber para con el pueblo alemán es mantenerse saludable y en buena forma.
La mujer alemana bajo el nazismo estaba destinada a tener cuantos más hijos mejor, futuros soldados y colonos que colmaran las expectativas del Führer. Por este motivo no se consideraba necesario que la educación de la mujer fuese más allá de la primaria, excepto en las profesiones tradicionalmente femeninas, como maestra de niñas, enfermera o comadrona.29 Paralelamente, tomó medidas regresivas, como limitar el acceso de las mujeres a la universidad (un 10 % de las plazas) o prohibir que las mujeres pudieran ser jueces o fiscales (1936), dado que «no pueden pensar lógicamente ni razonar objetivamente, puesto que se rigen por sus emociones».
En su programa de promoción de la mujer hogareña, el nazismo otorgó ventajas fiscales a los nuevos matrimonios en los que la mujer quedaba en casa al cuidado de los hijos y fomentó la maternidad introduciendo incentivos como un Día de la Madre o la Cruz de Honor de la Madre Alemana (v.).
A pesar de la presión administrativa para que la mujer dejara el trabajo externo y volviera al hogar, en 1939 algo más de la mitad de las mujeres entre 16 y 60 años seguían trabajando fuera de casa (unos 14 millones, la mitad campesinas empleadas en explotaciones familiares, y unos tres millones, obreras industriales).
En vista de la dificultad de persuadir a la generación de mujeres anteriores al nazismo, Hitler y sus educadores se centraron en catequizar a las jóvenes de la BDM, aunque el precipitado final del Reich impidió constatar si la generación joven regresaba al hogar y se dedicaba a la paridera y a la crianza. En cualquier caso, el sistema no desatendía a sus pupilas. Cuando cumplían los 21 años, tope de edad para pertenecer a la BDM, se esperaba que ingresaran en la rama femenina del partido, la NSF (v. Asociación de Mujeres Nacionalsocialistas) y en alguna de sus organizaciones dependientes o asociadas.30 La rama femenina del NSDAP, fundada en 1931 y dirigida, con mano de hierro, por la Reichsfrauenführerin Gertrud Scholtz-Klink (v.) alcanzó millón y medio de miembros (o miembras) en 1935. Entre sus labores figuraba una estrecha colaboración con otras dos instituciones también muy femeninas, el Winterhilfswerk (v. Auxilio de Invierno) y Nationalsozialistische Volkswohlfahrt (v. Bienestar Social Nacionalsocialista).
Durante la guerra existieron secciones femeninas en los tres ejércitos31 y en las SS (v.), especialmente en los campos de concentración (v.), donde algunas guardianas destacaron por ser más severas que sus compañeros masculinos.32
Mediada la guerra, el Estado tuvo que recurrir a las mujeres para que ocuparan los puestos que dejaban libres los hombres llamados al frente. El número de obreras fue aumentando paulatinamente del 60 % inicial hasta alcanzar el 85 %, cuando el Reich rebañó las últimas reservas de hombres en edad militar antes de echar mano de ancianos y adolescentes para la Volkssturm (v.).
En la primavera de 1945, con Alemania invadida en sus dos frentes, la situación era tan desesperada que Hitler aprobó la formación de batallones de combate femeninos, al estilo de los rusos, aunque no dio tiempo a emplearlos por el precipitado final de la guerra.33
MÚNICH, CONFERENCIA DE (30 de septiembre de 1938). Permítasenos una pequeña lección de geopolítica. Después de la apropiación de Austria (v. Anschluss), el mapa de Alemania era clavadito a la cabeza de un lobo con las fauces abiertas y las orejas en punta (compruébenlo, una oreja es la región de Kiel; la otra, Pomerania).
Entre las mandíbulas del lobo alemán quedaba prendida Checoslovaquia, un paisito alargado, recental, desgajado del antiguo Imperio austrohúngaro.
Estaba cantado que Alemania lo devoraría. Hitler no necesitaba pretextos, dado su carácter nada melindroso, pero en este caso tenía uno estupendo: en la zona de los Sudetes, pegada a la frontera alemana, habitaba una numerosa población de habla alemana (v. Auslandsdeutsche).
Al Führer se le hacía la boca agua cada vez que pensaba en Checoslovaquia. El novedoso país reunía cuantos atractivos puede desear un conquistador macho alfa: un país débil, pero rico en hierro y carbón, y además poseedor de una potente industria (las fábricas de cañones y motores Skoda) y de abundante mano de obra cualificada.
Hitler movió ficha. Primero reclamó los Sudetes.
—Ustedes saben que Alemania quiere integrar en su territorio a todas las poblaciones de habla alemana. Es lo que demanda la historia.
Nubes amenazadoras encapotaron los cielos de Europa (es metáfora). El Gobierno checoslovaco miró a sus padrinos, Francia e Inglaterra.
—¿Me vais a dejar en manos de este gánster?
Mussolini se ofreció como mediador. Sentémonos a hablar y alcancemos un acuerdo razonable.
Los líderes de Alemania, Francia, Inglaterra e Italia se reunieron a conferenciar en Múnich. A la legación de Checoslovaquia no le permitieron que estuviera presente. Como las bodas antiguas, sin consultar a la novia. Mala señal: al taladro nupcial sin rechistar. El primer ministro británico Neville Chamberlain y su homólogo francés Èdouard Daladier titubeaban frente al camorrista alemán. Ceder o no ceder, esa era la cuestión.
¿Hacerle frente? ¿Ir a otra guerra? Ni el electorado francés ni el británico habían olvidado los estragos de la anterior (solo habían pasado ٢٠ años). A Francia le había costado cerca de dos millones de muertos y a Gran Bretaña más del millón.34 Y ya se sabe que en democracia el líder depende de las presiones del partido y el partido atiende a los deseos del electorado, al que «tanto quiero y tanto debo».
Templemos gaitas, se dijeron. Bastantes problemas tiene Europa como para añadirle uno más. Después de todo, lo que pide Hitler son unas tierrecillas fronterizas habitadas por alemanes que no quieren pertenecer a Checoslovaquia. Concedámosle que tiene derecho a ellas. Así lo apaciguamos (el appeasement en lenguaje diplomático) y evitamos males mayores.
Total, Inglaterra y Francia cedieron los Sudetes (que no eran suyos) a cambio de la solemne promesa de Hitler de no reclamar más territorios en el futuro.
Una promesa por escrito, seria, pública y notoria.
La indefensa Checoslovaquia se desprendió de los Sudetes y los traspasó al vecino abusón.35
Chamberlain regresó a Londres. Desde la escalerilla del avión mostró a los periodistas y fotógrafos congregados para recibirlo el folio en el que Hitler había estampado su firma comprometiéndose a no exigir más territorios.
Solemnes compromisos firmados, el papel higiénico favorito de Hitler.36
En olor de multitudes, Chamberlain se dirigió a los ciudadanos agradecidos que lo jaleaban:
—Mis buenos amigos, esta es la segunda vez que regresa de Alemania a Downing Street la paz con honor. Creo que es paz para nuestro tiempo. Os lo agradecemos desde el fondo de nuestros corazones. Ahora os recomiendo volver a vuestras casas y dormir tranquilamente en vuestras camas.
No todos estaban tan entusiasmados. El diputado Churchill lamentó en el Parlamento la «derrota total y absoluta» de Inglaterra.
—Hemos preferido el deshonor a la guerra, y ahora tendremos el deshonor y también la guerra —profetizó.
Daladier regresó a París y, para su sorpresa, se encontró con las calurosas aprobaciones de su Gobierno.
Una vez más, Hitler les había tomado el pelo a los pardillos de los regímenes parlamentarios. La turiferaria prensa española (ABC de Sevilla, en este caso) desinformó debidamente a sus lectores cantando alabanzas a los líderes fascistas que habían atropellado a un país indefenso (v. germanofilia de la prensa española).37
¿Cabría otra explicación de la debilidad de Chamberlain y Daladier en la conferencia?
—No puedes jugar al póker con un gánster si no tienes cartas en la mano —explicó Chamberlain en la intimidad.
¿Pudieron ceder simplemente porque sus respectivos países no estaban preparados para la guerra ni psicológica ni materialmente?
Pudiera ser. Lo cierto es que Inglaterra aumentó sensiblemente los gastos militares a partir de entonces. Y EE. UU., tan lejano aparentemente, hizo lo propio.
Hitler se lamentaba cuando, ya en su ocaso, daba la guerra por perdida:
—Teníamos que haber ido a la guerra en 1938…, septiembre de 1938 habría sido la mejor fecha para nosotros.
MUÑECA HINCHABLE NAZI (Proyecto Briselda o Borghild). Circula un bulo por internet, para uso de los aficionados al porno nazi (v. Nazisploitation): el supuesto proyecto de fabricar una muñeca hinchable (Die Sex-Puppen) para que en los países ocupados la tropa se desahogara sexualmente sin recurrir a mujeres racialmente inferiores y transmisoras de enfermedades venéreas.
Borghild fue una invención del periódico sensacionalista alemán Bild, según el cual, en 1941, el alto mando de las fuerzas armadas encomendó al doctor Joachim Mrugowsky (1905-1948), del Instituto de Higiene de las SS (v.),38 el diseño de una muñeca de caucho galvanizado con la apariencia, el tacto y el peso de una mujer joven de aspecto ario irreprochable: rubia, ojos azules, labios carnosos, pechos abundantes y cuidada reproducción de vulva y vagina. Después de minucioso estudio, la ginoide estaba en fase de producción en una fábrica de Dresde cuando el inoportuno bombardeo aliado destruyó los moldes y truncó el proyecto.
El bulo se adorna con una serie de datos que pretenden hacerlo creíble, como el empeño de los diseñadores en que la textura de la muñeca imitara la carne humana. Después de muchas pruebas, se escogió un derivado del caucho, el Elastolin, pero debido a su escasez se optó por un caucho sintético, el Ipolex, creado por IG Farben (v.).
En cuanto a la apariencia física de la muñeca, que debía ser tan real como fuera posible, se solicitó de la actriz húngara Käthe von Nagy (1904-1973) que prestara su rostro para el molde, a lo que ella se negó ofendida. Finalmente fueron dos deportistas, Wilhelmina von Bremen y Annette Walter, las que prestaron, una, su cuerpo serrano y, otra, el rostro. Lo dicho: un bulo.
MUSELMANN («musulmán»). En los campos de concentración (v.) se designaba así a los prisioneros que, debilitados por el hambre o la enfermedad, se abandonaban en espera de la muerte mostrándose ajenos a estímulos exteriores.
MÚSICA EN EL NAZISMO. «Los alemanes sueñan con asesinar mientras escuchan a Beethoven», dijo Ben Hecht, el gran guionista judío de finas antenas que captaba las contradicciones de la vida. «El arte más excelso acompañó a la más abyecta maldad», corroboró Thomas Mann.
La música clásica fue fiel compañera del nazismo desde aquellas óperas que el joven Hitler presenciaba, con lágrimas en los ojos, en la Staatsoper de Viena, hasta la sinfonía romántica de Bruckner que tan solemnemente interpretó la Orquesta Sinfónica de Berlín ante un auditorio aterido que no se había despojado de los abrigos, con la artillería soviética tronando como una tormenta lejana (v. crepúsculo de los dioses).
El Führer era un melómano empedernido y el pueblo alemán lo siguió ciegamente en sus preferencias por la gran música: Johann Sebastian Bach, Ludwig van Beethoven, Anton Bruckner y muy especialmente el tonante Richard Wagner (v.), su favorito.
La música acompañaba al nazismo. Los más solemnes discursos del Führer se hacían preceder por pasajes escogidos de Bruckner. El noticiario Die Deutsche Wochenschau (Servicio semanal de noticias), que proyectaba Goebbels (v.) antes de las películas, se acompañaba con unas notas de los Preludios de Liszt. En los funerales de Estado sonaba música solemne de los compositores favoritos del difunto, y si no los tenía, se le adjudicaban.39
En los campos de concentración (v.), unas músicas acompañaban a las cuadrillas de trabajadores que salían al tajo y las recibían a la vuelta; en los campos de exterminio (v.) no se desaprovechaba la cantidad de buenos músicos deportados, que a veces llegaban incluso acompañados de sus instrumentos. Se formaban con ellos orquestas que deleitaban a los SS (v.) tras la extenuante jornada diaria. Algunos condenados sobrevivieron gracias a su arte, por eso sabemos que la música favorita de Mengele era Tristán e Isolda. A más de un virtuoso se le concedió vivir unos meses suplementarios y, cuando finalmente lo liquidaban, no faltaba quien lamentara sinceramente que la providencia hubiera depositado tanto talento en un judío.
Decíamos que Hitler impuso su preferencia por los románticos y su aversión por la escuela modernista, esa pandilla de secuaces de Arnold Schönberg, el inventor de la atonalidad y de la composición en 12 tonos. Se prohibió esta música herética, como se prohibió la música «judía» de Felix Mendelssohn y de Gustav Mahler.40
El nazismo se vendía al exterior por la música, intentando contrarrestar las noticias de su brutalidad. La Orquesta Filarmónica de Berlín actuó como embajada cultural del régimen a las órdenes de Goebbels. Él la rescató de sus problemas económicos cuando era una cooperativa en la que los propios músicos malvivían de las acciones, y la elevó a la categoría de empresa estatal. Los músicos tuvieron que acomodarse, qué remedio. Aunque ello acarreara la pérdida de la libertad que habían ganado trabajosamente. También tuvieron que prescindir de sus cuatro músicos judíos.41
Cuando los rusos saquearon el búnker berlinés, mientras la soldadesca se hacía con los restos de la bodega rapiñada en Francia y se repartía la lencería de Eva Braun (v.), un capitán del servicio de inteligencia soviético, Lew Besymenski, judío por más señas, se apropió de la escogida colección de casi un centenar de discos que el Führer había llevado consigo a su última y subterránea morada. Para su sorpresa, comprobó que, además de los consabidos Wagner, Beethoven y Bruckner, la colección incluía grabaciones de maestros rusos —Tchaikovski, Rachmaninov, Mussorgski, Borodin…—. En aquellos discos abundaban precisamente —testimonio de la época— muchos nombres judíos, como el violinista Bronislaw Huberman o el pianista Artur Schnabel.42
En cuanto a la música popular, Hitler odiaba el charlestón, el jazz, el swing bailable y cualquier ritmo moderno de la Negermusik («música de negros»). En cuanto subió al poder, los Swingjugend («jóvenes del swing»), muy abundantes en grandes ciudades como Berlín y Hamburgo, siguieron celebrando sus tenidas secretas a pesar de los nazis. Solamente tuvieron que disimular sus atuendos ingleses o americanos (ropa ancha, sombrero hongo, melena, abrigos demasiado holgados), porque su actividad se consideraba subversiva y se castigaba con internamiento en campos de concentración. Nuestro periodista Garriga Alemany (v. corresponsales españoles en Berlín) organizaba bailes en su apartamento, donde mantenía una buena provisión de discos.