«¿QUÉ HUBIERA DICHO JESUCRISTO?» El famoso poema que denuncia los peligros de la apatía política, a menudo atribuido a Bertolt Brecht, nació de un sermón del pastor luterano Martin Niemöller (v.).
Aunque admite varias versiones, la más común es:
Cuando los nazis detuvieron a los comunistas
no dije nada:
yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
no dije nada,
porque yo no era socialdemócrata.
Luego vinieron por los sindicalistas
y no dije nada
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos
y no dije nada
porque yo no era judío.
Luego vinieron por los católicos
y no dije nada
porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí,
pero, para entonces,
ya no quedaba nadie
que dijera nada.
QUEMA DE LIBROS «CONTRARIOS AL ESPÍRITU ALEMÁN» (Undeutschen Geist). El 10 de mayo de 1933, piquetes de jóvenes estudiantes irrumpieron en bibliotecas públicas y particulares de toda Alemania y requisaron los libros de autores considerados antipatrióticos. Estos libros figuraban en unas listas confeccionadas por respetables profesores optantes a mejorar su currículum académico.
Esa misma noche los libros confiscados se quemaron en grandes piras en las principales ciudades alemanas, una imagen que no se veía en Europa desde los tiempos inquisitoriales. Los rectores de las universidades solemnizaron el acto con discursos y lectura de proclamas.
La hoguera más celebrada, que aparecería en los noticiarios del mundo, fue la de la plaza de la Ópera de Berlín. Debido a la inclemencia del tiempo —un inoportuno aguacero que les envió Minerva, la diosa de la inteligencia—, los 25.000 libros apilados se resistían a arder. Hubo que llamar a los bomberos para que regaran el cúmulo con un par de latas de gasolina. ¡Los bomberos pirómanos, una de las primeras incoherencias del Tercer Reich! El espectáculo se filmó y se retransmitió por radio y televisión.
¿Qué obras se quemaron? Primordialmente, las escritas por judíos, liberales, izquierdistas, pacifistas y toda esa ralea que Goebbels (v.) consideraba «no alemanas». Las 12 tesis, que evocaban las 95 de Lutero, se expusieron en las puertas de todos los centros de cultura.
Paralelamente a la quema de libros se desarrolló una acción, secundada por catedráticos, decanos y rectores, contra profesores judíos o simplemente liberales, que fueron expulsados de la universidad (v. Leyes de Núremberg).
Una de las bibliotecas que ardió por completo fue la del Institut für Sexualwissenschaft (Instituto de Sexología) de Berlín: 12.000 volúmenes y hasta 35.000 ilustraciones que se convirtieron en ceniza porque eran material degenerado. El creador del centro, Magnus Hirschfeld (1868-1935), un sexólogo judío que en aquel momento se encontraba impartiendo conferencias en el extranjero, no regresó ya a Alemania por temor a seguir la suerte de sus libros.